La compañía o el inicio del amor

La compañía o el inicio del amor

La gente tiene miedo de sus ideas… miedo de amar lo que aman.

Paul Valéry, Mi Fausto

Resumen

El texto reflexiona en torno a la compañía y el amor en la era de las tecnologías, las cuales no clausuran, pero tampoco potencian en sí mismas la compañía y el amor. Las tecnologías son solamente instrumentos, aunque eso lo hemos olvidado. Además, hay que saber estar con uno mismo para poder estar con los demás, pues la compañía y el amor requieren interpelación y parece que en nuestros días hay poca disposición para ello.

Palabras clave: compañía, amor, reciprocidad, interpelación.

Abstract

The text reflects on the company and the love in the era of the technologies, in the same one it is indicated that those do not close, but neither they enhance in themselves the company and the love. Technologies are only instruments, although we have forgotten that. In addition, you have to know how to be with oneself, in order to be with others, because company and love require interpellation and it seems that in our days there is little disposition for it.

Keywords: company, love, reciprocity, interpellation.

Las relaciones humanas están precedidas por el encuentro; éste posibilita el odio, la empatía, el amor, etc. Es decir, sin un encuentro no se puede expresar algo acerca de alguien. Ahora bien, con las tecnologías, el encuentro ya no sólo es real, sino también virtual.

Las tecnologías vienen a reconfigurar los modos bajo los cuales se dan las relaciones humanas, desde las económicas hasta las amorosas. Con un sentido histórico o, mejor dicho, con un sentido del presente, se puede decir que ya no hay marcha atrás, así que nuestra vida y convivencia está atravesada, quiéralo o no, por las tecnologías.

El acompañamiento, el estar presente y pendiente sin asediar al acompañado(a) es ya un buen comienzo para detonar el amor, ese cariño que no se condiciona, pero que sí tiene límites, pues no se puede dar más cariño del que se tiene hacia uno mismo, de lo contrario, lo que se siente no es amor, sino idolatría, por decirlo de alguna manera. Para el filósofo francés Gilles Lipovetsky la figura predominante en la posmodernidad es Narciso, mismo que se encuentra lejos de ser un compañero, pero que requiere de la idolatría propia o externa para ser. Veamos lo que nos señala Lipovetsky:

“Obsesionado sólo por sí mismo, al acecho de su realización personal y de su equilibrio, Narciso obstaculiza los discursos de movilización de masas; hoy día las invitaciones a la aventura, al riesgo político no encuentran eco; si la revolución se ha visto desclasada, no hay que achacarlo a ninguna <<traición>> burocrática: la revolución se apaga bajo los spots seductores de la personalización del mundo”.[1]

El amor tiene límites y es limitado. Esto es, así como no se puede idolatrar tampoco se puede amar a todos. En este sentido, lo que podemos manifestar por todos es empatía, pero sólo a un grupo muy reducido de personas les manifestamos amor. De esta manera, el amor es una práctica interpersonal y sería un error querer masificarla.

EDVARD MUNCH, THE KISS (1892)

EDVARD MUNCH, THE KISS (1892)

El acto de acompañar requiere saber guardar silencio, hablar en el momento propicio, dar afecto sin temor, entre otras cosas. Para que uno se disponga a ser un acompañante es necesario dejar de agazaparse, pero sin perder la distancia, pues no se trata de perderse en aquel o aquella que se acompaña. Es oportuno señalar que, al acompañar, tampoco se tiene que invadir la vida de aquella persona a la que se le está brindando cariño. Así, la compañía y el amor tienen que ser potenciadores de la libertad y la alegría, pues de no ser así, se pierden en la obsesión y la cursilería.

Las relaciones humanas en la contemporaneidad están inmersas en el relajo, antes que en la alegría. Es decir, el cúmulo de fiestas y distracciones no propician que sus participantes sean alegres, pues si así fuera no habría necesidad de escaparates, mismos que van desde los fármacos hasta los centros comerciales.

Remarcamos que el encuentro posibilita, entre otras cosas, un acercamiento y un conocimiento. Se supone que con el internet y algunos dispositivos electrónicos las distancias entre las personas no serían un impedimento para dejar de tener una relación; sin embargo, muchas veces, eso no es así y lo que ocurre es un aislamiento rotundo. Por otro lado, con las tecnologías que ahora están a nuestra disposición, también podemos relacionarnos con personas que no hemos visto físicamente en nuestras vidas, pero, dada la interconexión virtual, es posible mantener una plática con ellas.

En este instante retomaremos dos palabras que parecen incompatibles. No obstante, conforman un modo de vida. Así pues, las palabras que traemos a colación son las siguientes: relajo y aislamiento, pues son el anverso y el reverso de una situación, la cual nombraremos a continuación: miedo. Tenemos miedo de estar con nosotros y con los demás, por eso caemos en el relajo y en el aislamiento, así no interpelamos y nadie nos interpela.

La interpelación requiere relaciones humanas que no se basen en la condescendencia o en el acto de solapar. En este sentido, consideramos que la compañía hace buen complemento con la interpelación, puesto que, cuando acompañamos y nos acompañan, no nos despersonificamos, mantenemos nuestro estatus de alguien. Así pues, solamente se interpela a los que nos pueden responder y realizar preguntas; y únicamente siendo alguien y no algo podemos tomar posesión y ejercer la palabra.

En el relajo y el aislamiento las palabras no importan, se prescinde de ellas, nadie habla, a lo sumo, se hace escándalo. También cabe señalar que con el relajo y el aislamiento se suprimen los afectos y las consideraciones hacia los demás, así, es oportuno recordar un pasaje de la novela El principio del placer del escritor mexicano José Emilio Pacheco, pues ahí señala que las desdichas para los demás nos pueden llegar a alegrar: “No sé cómo empezar. Es decir, ¿cómo se llama al pecado de alegrarse del mal ajeno? Todos lo cometemos ¿no es cierto? Fíjese usted cuando hay un accidente, un crimen, un incendio, la alegría que sienten los demás al ver que no fue para ellos alguna de las desdichas que hay en el mundo”.[2]

El ruido y la falta de palabras hacen irrealizable el establecimiento de una relación con uno mismo y con los demás. Es decir, para estar con uno mismo y con los demás, la palabra y el momento oportuno de su uso es cardinal, pues no se trata de un hablar per se o de un silencio perpetuo e incapaz de establecer un momento de apertura y compañía. De aquí que el acompañamiento se base en la reciprocidad para no convertirnos en la sombra de aquellos a los que acompañamos.

Mencionar la palabra “reciprocidad” nos lleva a pensar en lo siguiente: las tecnologías no nos alejan ni nos hacen menos afectivos hacia los demás. Lo que sí puede ocasionar el alejamiento y la poca o nula demostración de los afectos es ese afán de sólo querer recibir, pero no estar dispuestos a ofrecer. No obstante, cuando las tecnologías se convierten en el fin y no en el medio, lo demás carecerá de prioridad para cada uno de nosotros. Por lo tanto, si solamente regimos nuestra existencia por las tecnologías, disminuiremos o nulificaremos nuestra relación con la naturaleza, las personas, etc.

Las tecnologías no son enajenantes en sí mismas, nosotros perdemos la dimensión de las situaciones y se nos olvida que únicamente son instrumentos que pueden facilitarnos ciertos aspectos de nuestra existencia. Por ejemplo, llamarle por teléfono a un ser querido que se encuentra en otro lugar y que no hemos visto por mucho tiempo. El ejemplo que hemos dado puede parecer simple y obvio, pero se ha dado con el propósito de entender la condición de instrumento de las tecnologías.

La poca disposición a ser recíprocos y el hecho de colocar a las tecnologías como el fin y no como el medio son fenómenos que vemos como detonantes para que las relaciones interpersonales de tipología amorosa no estén siendo tan recurrentes. Asimismo, es necesario apuntar que la reciprocidad no debe confundirse con la entrega total, pues ésta, en muchas ocasiones, deviene en una pérdida de sí. Ahora bien, aunque el amor es un sentimiento, no tiene que caer en el sentimentalismo.

Lo que se vuelve presa del consumo es el sentimentalismo, pues la reciprocidad no tiene un valor económico, por ello no puede ser ofrecida en un centro comercial o promocionada por el internet, la televisión, etc. De modo que, ante el declive de la práctica amorosa, se suple el vacío con el sentimentalismo, que bien mirado no es más que un “parche”, pues cuando quitamos el sentimentalismo, la falta de amor sigue ahí, recordándonos eso que nos hace falta. Pero nos negamos a reconocer la importancia del amor en nuestra vida, ya que nuestra disposición a las multitudes (el relajo, distracciones) o el aislamiento nos hace miopes y torpes para asumir nuestras acciones y nuestros sentimientos. Así pues, optamos por negar lo que hacemos y lo que sentimos, nos da miedo ser interpelados y juzgados, pero somos proclives al chisme y al escándalo; nos gusta la publicidad y estar de moda, pero le tenemos pavor a la crítica y a las muestras de afecto.

Nuestra época no habita en la contradicción, sino en la paradoja. Vivimos en el exceso de la exposición pública, donde no hay correspondencia entre las personas y sus situaciones, pues lo que vemos en lo desmesurado de la exposición, con frecuencia, no es la persona, sino la imagen, la cual se puede editar de acuerdo a lo que se quiera proyectar.

En este momento es loable explayarnos en torno a lo que se vuelve objeto de consumo, así recuperaremos el sentimentalismo y lo relacionaremos con la imagen; es decir, los afectos y el carácter no se obtienen en una vendimia, pero los detalles, el sensacionalismo y todo aquello que decora lo que pretendemos proyectar, sí se obtiene con las compras. Por lo tanto, no es importante promover la compañía y el amor o enseñar a provocarlo y realizarlo, pues basta con camuflarlo, ya que con eso, el consumo puede seguir operando.

La compañía y el amor se enseñan en la medida que no dependen por completo de las pasiones, pues también participan de lo socio-cultural. Esto es, cuando nos relacionamos con alguien y platicamos e intercambiamos opiniones respecto a la manera de pensar y existir, nuestra vida comienza a transitar de la animalidad a la racionalización respecto aquello que nos circunda y afecta. Si bien es cierto que nuestra animalidad es inseparable de nuestra vida, no estamos ligados siempre a ella, pues si estuviéramos inmersos siempre en nuestra animalidad, seguramente no discurriríamos en torno a las repercusiones de la tecnología en el amor.

La dimensión cultural y por ello de enseñanza respecto al amor nos la recuerda el filósofo danés Sören Kierkegaard en su libro Diario de un seductor: “Todos mis casos de amor encierran para mi algo real, y constituyen en mi vida una época de cultura. Así, por causa de mi primer amor, fue por lo que aprendí a bailar, y por una gentil bailarina aprendí el francés. Pero en ese tiempo yo iba al mercado como cualquier ingenuo, y fui engañado muchas veces. Ahora soy yo quien pone y dicta condiciones”.[3]

La enseñanza del amor y de la compañía no tiene que situarse analógicamente con la obligación o la resignación y su halo de mediocridad. Si consideramos que la compañía y el amor requieren de la enseñanza es porque las prácticas solicitan ejemplos para ser asimiladas; la asimilación no siempre deviene en repetición perpetua, también puede ser la transición hacia lo inédito, lo distinto. También estamos lejos de considerar y suscribir que del odio al amor hay un paso, pues, de hacerlo, alguien nos podría decir sin tapujos lo siguiente: del odio también puede surgir la destrucción propia o del otro(a), y no estamos para defender ni tampoco para celebrar el dolor, sino para “reivindicar” de cierta manera la compañía y el amor.

La reivindicación por la compañía y el amor nos puede llevar al proselitismo o a la idiotez. Sin embargo, no queremos ser ni proselitistas ni idiotas, solamente queremos recordar y hacer constar que la compañía y el amor son posibles en el auge de las tecnologías, pero dicha posibilidad requiere de la disposición y convencimiento por parte de las personas.

El pensador francés Georges Bataille nos recuerda que el erotismo nos aleja de la animalidad, de ahí que nosotros consideremos que el erotismo se encuentra ligado a la compañía y el amor. Es necesario señalar qe el erotismo no es lo mismo que la relación sexual. Veamos lo que escribe Bataille:

“La reproducción no multiplica la vida más que en vano, la multiplica para ofrecerla a la muerte, cuyos estragos son lo único que se acrecienta cuando la vida intenta ciegamente expandirse […] El erotismo difiere de la sexualidad de los animales en que la sexualidad humana está limitada por prohibiciones y en que el campo del erotismo es el de la transgresión de estas prohibiciones”.[4]

PABLO PICASSO, EL ALMUERZO SOBRE LA HIERBA (1961)

PABLO PICASSO, EL ALMUERZO SOBRE LA HIERBA (1961)

El afán de distanciarnos del antropocentrismo nos ha llevado al descuido propio y ajeno en cuanto a nuestras relaciones concretas. Esto es, si bien es cierto que el ser humano no es el único ser vivo sobre la tierra y que no puede apropiarse de todo sin ton ni son, tampoco se tiene que descuidar a las personas y volcar nuestra atención-cuidado a los dispositivos electrónicos, la tecnología, etc.

Tal vez, las crisis emocionales tan socorridas en nuestros días, se deban a que somos objeto del instante, nuestras acciones y emociones ya no tienen permiso para perdurar en el mundo.

La soberanía del instante se puede corroborar en la opinión que las tecnologías generan en la sociedad y en la forma bajo la cual se asientan las relaciones interpersonales y sociales. Es decir, lo novedoso, lo rápido y sin complicaciones es a lo que le damos preferencia, aparatos de última generación (no importa la deuda), relaciones personales y sociales anodinas para evitar responsabilidades. El instante es soberano, pero ello no significa que no pueda ser derrocado, por ello invocábamos previamente a la disposición y el convencimiento de la gente para intentar afincar relaciones interpersonales dotadas de compañía y amor. Esto nos puede colocar en el rubro de los ilusos y voluntaristas, pero también nos puede animar a ser osados, en un mundo normado a los osados les toca poner, por decirlo de alguna manera, el dedo en la llaga, y eso en determinado momento es suficiente para sentir satisfacción y dicha en nuestra existencia.

Bibliografía

  1. Bataille, El erotismo, Tusquets, México, 2011.
  2. Kierkegaard, Diario de un seductor, Fontamara, México, 2009.
  3. Lipovetsky, La era del vacío, Anagrama, Barcelona, 2010.
  4. Pacheco, El principio del placer, Joaquín Mortiz, México, 1987.

Notas

[1] Lipovetsky, Gilles, ed. cit., p. 57.
[2] Pacheco, José Emilio, ed. cit., p. 69.
[3] Kierkegaard, Sören, ed. cit., p. 47.
[4] Bataille, Georges, ed. cit., pp. 237, 261.

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