Franco “Bifo” Berardi / Trad. Renata Prati
Hacia fines del año 2008, la economía global colapsó. Aunque es difícil saber cómo seguirán las cosas, es bastante fácil adivinar que la recesión no se terminará pronto.[1] El colapso de la economía global puede ser leído como una reacción del alma. La máquina perfecta de la ideología neoliberal se está cayendo a pedazos porque estaba fundada en el supuesto equivocado de que el alma podía ser reducida a mera racionalidad. El lado oscuro del alma –miedo, ansiedad, angustia, pánico y depresión– por fin ha mostrado su cara después de haber pasado una década rondando en las sombras de la muy pregonada victoria y la prometida eternidad del capitalismo.
En este ensayo quisiera considerar dos significados distintos de la palabra depresión. Esta palabra remite a un tipo especial de sufrimiento mental, pero también a la forma general de la crisis global que está oscureciendo el horizonte histórico de nuestros tiempos. No se trata aquí de un juego de palabras ni de una metáfora; se trata del entretejido y la mutua influencia de los flujos psíquicos y los procesos económicos.
En el año 2000, el mercado estadounidense sintió los efectos de la sobreproducción en el campo de la infoeconomía. Después de la crisis de las empresas dot-com y el colapso de grandes corporaciones como World.com, Enron y otras, el capitalismo norteamericano cambió su curso y la economía de la producción virtual cedió el paso a una economía de guerra.[2] Gracias a la guerra se reactivó la economía, pero los costos de la mano de obra siguieron cayendo y el crecimiento económico estuvo fundado en la expansión de la deuda, tanto de las familias como del Estado. La crisis de sobreproducción no se fue a ninguna parte y, en el 2008, reapareció después de que la crisis de las hipotecas subprime desencadenara el estallido financiero más estrepitoso.
Los eventos de la depresión económica y la depresión psíquica deben ser entendidos en el mismo contexto, porque están interrelacionados; no solo en el sentido de que se retroalimentan, sino también en el sentido de que la teoría psicoanalítica tiene algo que enseñarle a los pensadores sociales, del mismo modo que la psicoterapia puede llegar a sugerir métodos muy útiles para los procesos de transformación social.
La ideología neoliberal se sostiene en la idea de que la economía puede ser pensada como un sistema equilibrado de expectativas e inversiones racionales. Pero, en el espacio social de la economía, no todas las expectativas son racionales y no todas las inversiones son pura y matemáticamente económicas. El deseo está implicado en este proceso, y el inconsciente habla desde bambalinas en cualquier acto de inversión, consumo e intercambio económico. Esta es la razón por la cual el supuestamente perfecto equilibrio del mercado se ha convertido en un lío catastrófico. La euforia, la competencia, la exuberancia han sido parte de la dinámica del mercado en los años de alza. El pánico y la depresión se negaban, pero siempre estaban operando, latentes. Ahora reemergen y perturban el flujo normal de la valorización capitalista. El semiocapitalismo (la producción y el intercambio de materiales semióticos para la producción capitalista) siempre ha explotado el alma, como fuerza productiva y como espacio de mercado. Pero el alma es mucho más impredecible que la fuerza muscular que trabajaba en las cadenas de montaje. En los años de la economía del Prozac, el alma fue feliz de ser explotada, pero esto tenía que terminar en algún momento. Los problemas del alma aparecieron por primera vez en la década dotcom, cuando se proclamaba la llegada del tecnoapocalipsis bajo la forma del “efecto 2000”, el virus o el error del milenio. La imaginación social estaba tan cargada de expectativas apocalípticas que el mito del estallido tecnológico global creó una ola de conmoción a lo largo y ancho del mundo. Nada pasó en la noche del milenio, pero la psique global estuvo al borde de un abismo.
En esas épocas, Alan Greenspan hablaba de una exuberancia irracional para referirse a las peligrosas consecuencias de los trastornos emocionales en el campo de los mercados financieros. Pero los trastornos emocionales no eran una casualidad; no se trataba de un fenómeno contingente ni pasajero, sino del efecto de la hiperexplotación de la energía psíquica. Eran un daño colateral, una consecuencia inevitable del trabajo del alma. Es imposible, en efecto, evitar la propagación de la emocionalidad, es imposible evitar los efectos de la psicopatología desde el momento en que las energías nerviosas de la fuerza de trabajo cognitivo se ven sometidas a una continua info-estimulación. El miedo de una depresión se materializó en la primavera del 2000, cuando la economía virtual se vio de pronto amenazada por el desplome del sector tech de la bolsa. La burbuja dot-com se pinchó y la economía general se vio golpeada de una forma tan profunda que la voz de la depresión empezó a difundirse por el mundo.
¿Cómo intentarías curar una incipiente depresión psíquica; con anfetaminas, con terapia de shock, con psicofarmacología? Solo un médico muy necio haría eso. Pero sucedió que, de hecho, el necio estaba sentado en la Casa Blanca, y eso fue lo que George W. Bush prescribió: un plan de terapia farmacológico-militar, compuesto por guerra, reducciones de impuesto para los ricos, una invitación para ir de compras y un aumento sin precedentes de la deuda privada y pública. Se lanzó una campaña mundial en contra de la inteligencia colectiva, en contra de la libertad de pensamiento e investigación y en contra de la escuela pública. A la larga, todo intento de curar una depresión con una euforia artificial está destinado al fracaso; tarde o temprano, el organismo depresivo colapsa. El énfasis en estilos de vida competitivos y la permanente excitación del sistema nervioso prepararon el derrumbe final de la economía global, que se manifiesta ahora ante los ojos de una humanidad atónita. La idea neoliberal de un equilibrio entre los distintos componentes del sistema económico era inadecuada porque no tenía en cuenta los efectos sistémicos de la psique social. Es por eso que la economía bipolar pasó de la euforia al pánico, y es por eso que ahora se encuentra a punto de caer en una profunda depresión.
Más allá de nuestro conocimiento
Hay preocupación entre economistas y políticos; hablan de una crisis y esperan que vaya a resolverse como muchas crisis anteriores, esto es, que vaya a evaporarse dejando al capitalismo fortalecido. Pero me parece que esta vez es diferente. Esta no es una crisis más, sino el colapso final de un sistema que se ha estado manteniendo por quinientos años. Observemos el paisaje: los grandes poderes del mundo están intentando rescatar a las instituciones financieras; sin embargo, el colapso financiero ya ha afectado al sistema industrial, la demanda sigue cayendo y se pierden puestos de trabajo por millones. Para rescatar a los bancos, el Estado se ve obligado a tomar el dinero de futuros contribuyentes, y esto significa que en los próximos años la demanda caerá todavía más. Los gastos familiares se reducen drásticamente y, con su caída, gran parte de la producción industrial quedará en el pasado.
En un artículo publicado en el International Herald Tribune, el periodista conservador moderado David Brooks escribe: “Me preocupa que estamos operando mucho más allá de nuestro conocimiento económico”. Este es precisamente el punto: la complejidad de la economía global está mucho más allá de todo conocimiento y de toda forma de gobierno. Al presentar el plan de rescate de Barack Obama, el 10 de febrero de 2009, Timothy Geithner, el secretario de Tesoro, dijo:
Quiero ser honesto. Esta estrategia general costará dinero, conllevará riesgos y tomará tiempo. Tendremos que adaptarla a medida que cambien las condiciones. Tendremos que intentar cosas que jamás se intentaron. Nos equivocaremos. Atravesaremos períodos en los que las cosas empeorarán y el progreso será dispar o discontinuo.
Aunque sus palabras dan cuenta de la honestidad intelectual de Geithner y de la impresionante diferencia que hay entre esta nueva clase dirigente americana y la de Bush, no dejan de apuntar también a la quiebra de la autoconfianza política.
El conocimiento político y económico que heredamos de la filosofía racionalista moderna es inútil hoy porque el colapso actual es el resultado de la complejidad infinita de la producción inmaterial y de la incompatibilidad o la ineptitud del general intellect en el marco de la gobernanza capitalista y la propiedad privada. El caos (es decir, un nivel de complejidad que está más allá de la capacidad de comprensión humana) es el nuevo rey del mundo, por cuanto que caos remite a una realidad que es demasiado compleja para ser reducida a nuestro actual paradigma de comprensión. Los problemas que enfrenta el mundo contemporáneo no pueden ser resueltos en el marco de la racionalidad económica. El paradigma capitalista ya no puede seguir siendo la regla universal de la actividad humana.
La recesión actual no debería ser abordada solo desde un punto de vista económico. Es necesario verla como un viraje antropológico que habrá de cambiar la distribución de los recursos mundiales y del poder. El modelo del crecimiento ilimitado ha sido profundamente internalizado, al punto de impregnar la vida diaria, las percepciones, las necesidades, los estilos de consumo. Pero ese modelo de crecimiento ya no rige y nunca volverá a hacerlo, no solo porque nunca seremos capaces de pagar la deuda acumulada en las últimas tres décadas, sino también porque los recursos físicos del planeta están a punto de agotarse y la mente social está al borde de la crisis nerviosa.
Catástrofe y morfogénesis
El proceso en curso no puede ser definido como una crisis. Una crisis implica la desestructuración y reestructuración de un organismo que es capaz de mantener su estructura funcional durante el proceso. No creo que vayamos a ver ningún recomodamiento de la estructura capitalista global; creo que estamos asistiendo a un proceso enorme de morfogénesis catastrófica. El paradigma capitalista, basado en el vínculo entre ingresos y desempeño laboral, es incapaz de encuadrar (tanto semiótica como socialmente) la forma existente del general intellect. En la década de 1930, la posibilidad del New Deal se apoyó en la disponibilidad de recursos físicos y en la posibilidad de aumentar la demanda y el consumo. Todo eso quedó en el pasado. El planeta se está quedando sin recursos naturales, y el mundo está encaminado a una catástrofe ambiental. La recesión económica actual y los precios del petróleo alimentan la merma y el agotamiento de los recursos físicos del planeta.
Al mismo tiempo, tampoco podemos prever ningún auge en el consumo individual, al menos en las sociedades occidentales. De modo que es un disparate esperar el fin de la crisis, y es un disparate esperar una nueva política de pleno empleo. No habrá pleno empleo en el futuro. El desplome de la economía global no es solo el efecto del fin de la burbuja financiera; es también, y sobre todo, el efecto de que se haya reventado la burbuja laboral. Hemos trabajamos mucho, demasiado, a lo largo de los últimos cinco siglos. Esta es la pura verdad. Tanto trabajo ha comportado un abandono de las funciones vitales del medio ambiente social, ha implicado una mercantilización del lenguaje, el afecto, la educación, la terapia y el cuidado de sí. La sociedad no necesita más trabajo, más puestos de trabajo, más competencia. Por el contrario, lo que necesitamos es una reducción enorme del tiempo de trabajo, una enorme liberación vital de la fábrica social, para poder dedicarnos a rehacer el tejido de las relaciones sociales. Terminar con el vínculo entre trabajo e ingresos permitirá un enorme desbloqueo de energía para tareas sociales, que no pueden ya ser concebidas como parte de la economía, y que deberían contribuir a la creación de nuevas formas de vida.
A medida que la demanda se achica y las fábricas cierran, las personas sufren de la falta de dinero y por no poder satisfacer necesidades cotidianas. Se trata de un círculo vicioso, y los economistas lo conocen muy bien; con todo, no son capaces de romperlo, porque se trata del double bind que la economía está condenada a alimentar. El double bind de la sobreproducción no puede resolverse por medios económicos, sino solo a través de un cambio antropológico, esto es, por medio del abandono del paradigma económico de ingresos a cambio de trabajo. Tenemos, al mismo tiempo, un exceso de valor y una retracción de la demanda; un proceso de redistribución de la riqueza es necesario y con urgencia. La idea de que los ingresos tienen que ser una recompensa por un desempeño es un dogma del cual debemos deshacernos. Cada persona tiene el derecho de recibir la cantidad de dinero que necesita para sobrevivir, y el trabajo no tiene nada que ver con eso. El salario no es algo natural sino el producto de un moldeado cultural de la esfera social: vincular la supervivencia con la subordinación al proceso de explotación obedecía a una necesidad del crecimiento capitalista. Lo que necesitamos ahora es permitir que las personas se desenvuelvan, que desarrollen su conocimiento, inteligencia, afectos. Esta es la riqueza de la actualidad, no el trabajo compulsivo e inservible. Hasta que no se haya liberado a la mayoría de la humanidad de esta atadura entre ingresos y trabajo, la miseria y la guerra seguirán siendo la regla en el plano de las relaciones sociales.
¿Cómo curar una depresión?
Aunque usaron la palabra solo muy pocas veces –si no nunca–, Felix Guattari y Gilles Deleuze dicen algunas cosas muy interesantes sobre el tema en su último libro juntos, ¿Qué es la filosofía?, de 1991, y Guattari hace lo suyo en Caosmosis, su libro de 1992. El capítulo final de ¿Qué es la filosofía? habla del caos; el caos, según dicen, tiene mucho que ver con la aceleración de la semioesfera y el espesarse de la capa informacional. La aceleración del mundo que nos rodea, un mundo de signos, símbolos e info-estimulación, está produciendo pánico. La depresión es la desactivación del deseo que sigue a una aceleración motivada por el pánico. Cuando uno ya no es capaz de entender el flujo de información que estimula su cerebro, uno tiende a desertar del campo de la comunicación, a desactivar la respuesta psíquica e intelectual: “No hay cosa que resulte más dolorosa, más angustiante, que un pensamiento que se escapa de sí mismo, que las ideas que huyen, que desaparecen apenas esbozadas, roídas ya por el olvido o precipitadas en otras ideas que tampoco dominamos”.[3]
No deberíamos pensar la depresión meramente como una patología sino como, también, una forma especial del conocimiento. James Hillmann dice que la depresión es una condición de aquella mente que se acerca al conocimiento de la desaparición y la muerte. El sufrimiento, la imperfección, la senilidad, la descomposición: esas son las verdades que pueden verse desde el punto de vista de la depresión. En su introducción a ¿Qué es la filosofía?, Deleuze y Guattari hablan de amistad; sugieren que la amistad es la manera en que se supera la depresión, porque amistad significa compartir un sentido, compartir la vista, tener un ritmo en común, un estribillo o un ritornello en común, por usar la expresión de Guattari.
En Caosmosis, Guattari habla de una comprensión heterogenética de la subjetividad, y para ello describe la obra de Daniel Stern, de quien dice que:
[…] exploró de manera notable las formaciones subjetivas preverbales del niño. Él muestra que de ningún modo se trata de ‘estadios’ en el sentido freudiano, sino de niveles de subjetivación que persistirán de forma paralela durante toda la vida. Renuncia, pues, a la ponderación excesiva de la psicogénesis de los complejos freudianos, presentados como ‘Universales’ estructurales de la subjetividad. Pone de relieve, además, el carácter inicialmente transubjetivo de las experiencias precoces del niño.[4]
La singularidad de la psicogénesis es central en la perspesctiva esquizoanalítica de Guattari. Esto implica, además, la singularidad del proceso terapéutico.
No se trata, pues, de una simple remodelación de la subjetividad de los pacientes –tal como preexistía antes de la crisis psicótica– sino de una producción sui generis. […] estos complejos ofrecen a la persona posibilidades diversificadas de rehacerse una corporeidad existencial, salir de sus atolladeros repetitivos y en cierto modo resingularizarse.[5]
Estas líneas deben ser leídas, en mi opinión, no solo como un manifiesto psicoterapéutico, sino también como un manifiesto político.
Como dice Guattari, el objetivo del esquizoanálisis no es reinstalar la norma universal en el comportamiento del o de la paciente, sino singularizarlo/a, ayudarlo/a a volverse consciente de su diferencia, darle la habilidad de estar en buenos términos con su ser singular y sus posibilidades concretas.
Cuando se lidia con una depresión, el problema no es traer a la persona deprimida de vuelta a su normalidad, no se trata de reintegrar su comportamiento a los estándares universales del lenguaje social normal. El objetivo es cambiar el foco de su atención depresiva, re-focalizar, desterritorializar la mente y la corriente de expresión. Una depresión consiste en el anquilosamiento del estribillo existencial, la repetición obsesiva del estribillo anquilosado. La persona depresiva es incapaz de salir, es incapaz de dejar el estribillo repetitivo, sino que entra así una y otra vez en el laberinto. El objetivo del esquizoanalista es darle la posibilidad de ver otros paisajes, cambiar el foco, abrir nuevas vías, aunque sea algunas, para la imaginación. Veo cierta afinidad entre esta sabiduría esquizoanalítica y la idea kuhniana de que los cambios de paradigma suceden cuando el conocimiento científico se encuentra atrapado en una encrucijada.
En su posdata de 1969 a La estructura de las revoluciones científicas, Thomas Kuhn define la noción de paradigma como una “constelación de creencias, valores, técnicas, etc., que comparten los miembros de una comunidad dada”.[6] Un paradigma puede ser visto, por lo tanto, como un modelo que hace posible la comprensión de una cierta configuración de la realidad. Una revolución científica, para Kuhn, es la creación de un nuevo modelo que se ajusta mejor que el modelo previo de episteme a una realidad en transformación. En griego antiguo, la palabra episteme significaba pararse enfrente de algo: el paradigma epistémico es un modelo que hace posible enfrentar la realidad. El paradigma es el puente que da a los amigos la capacidad de ir más allá del abismo de no-ser.
Atravesar una depresión implica ciertos pasos: desterritorializar el estribillo obsesivo, re-focalizar y cambiar el paisaje del deseo, así como también la creación de una nueva constelación de creencias compartidas, la percepción en común de un nuevo entorno psíquico, la construcción de un nuevo modelo de relación. Deleuze y Guattari dicen que la filosofía es la disciplina a la que le corresponde la creación de conceptos; en el mismo sentido, sostienen que el esquizoanálisis es la disciplina a la que le corresponde la creación de perceptos y afectos, por medio de la desterritorialización del encuadre obsesivo.
El método esquizoanalítico debería ser aplicado en nuestra situación actual como una especie de terapia política; la economía bipolar está cayendo en una profunda depresión. Lo que sucedió durante la primera década del siglo XXI puede ser descrito en términos psicopatológicos, en términos de pánico y depresión. El pánico ocurre cuando las cosas a nuestro alrededor comienzan a moverse demasiado rápido, cuando ya no podemos aprehender su sentido, por ejemplo, su valor económico en el mundo competitivo del intercambio capitalista. El pánico ocurre cuando la velocidad y la complejidad del flujo de información que nos rodea excede la capacidad del cerebro social para decodificar y prevenir. Cuando esto ocurre, el deseo retira sus investiduras, y esta retirada cede el paso a la depresión. Pues aquí es donde estamos, después del crac de las subprime y el subsiguiente colapso global. ¿Y ahora?
No puede enfrentarse este colapso económico con las herramientas del pensamiento económico, porque la conceptualidad económica es el problema y no puede por tanto ser la solución. La estrecha dependencia del ingreso en relación al trabajo, la persecución fanática del crecimiento, los dogmas, en suma, de compatibilidad y competencia: son estos los rasgos patogénicos de los que la cultura social debe deshacerse si quiere salir de la depresión. En el discurso político dominante, salir de la depresión significa recomenzar la dinámica de crecimiento y consumo, a lo que le dan el nombre de recuperación. Pero esto es imposible cuando la deuda no puede ser pagada, y cuando la situación del planeta es tal que no logrará soportar una nueva fase de expansión capitalista. La economía del crecimiento es el veneno; ciertamente no puede ser el antídoto.
A lo largo de los últimos diez años, el antropólogo francés Serge Latouche ha estado hablando de décroissance (decrecimiento) en términos de objetivo político. Pero hoy la décroissance está dada: cuando el Producto Bruto Interno (PBI) está cayendo en todas partes, cuando sectores enteros del sistema industrial se desmoronan y la demanda se desploma, es posible afirmar que el de-crecimiento ya no es un programa para el futuro. El decrecimiento está aquí. El problema es que la cultura social no está lista para él, porque la organización social descansa en la idea de una expansión interminable del consumo y del PBI, y los conceptos de la privatización y los afectos de una mejora interminable del consumo le han dado su forma al alma moderna.
Necesitamos reconsiderar la noción misma de riqueza; no solo su concepto, sino la percepción de ser rico. La identificación entre riqueza y adquisición está profundamente incrustada en la psique social, así como en los afectos sociales. Pero otra percepción de la riqueza es posible, una que se funde en el disfrute y ya no en la posesión. No estoy pensando en un giro ascético en la percepción colectiva de la riqueza. Pienso, más bien, en que el placer sensual siempre estará en los cimientos del bienestar; ¿pero qué es el placer? La cultura disciplinaria de la modernidad ha igualado placer y posesión. La economía ha creado la escasez, y ha privatizado la necesidad en el nivel cultural, para que fuera posible el proceso de acumulación capitalista. Sin embargo, aquí radica también el origen de la depresión actual.
Terapia interminable
No deberíamos esperar un cambio rápido en el paisaje social, sino antes bien la emergencia lenta de nuevas tendencias: comunidades que abandonan el campo de la ruinosa economía dominante, más y más individuos que abandonan la búsqueda de un trabajo y crean redes de supervivencia extraeconómicas. La misma percepción del bienestar y la riqueza cambiará en el sentido de la frugalidad y la libertad.
La des-privatización de servicios y bienes se hará posible gracias a esta revolución cultural tan necesaria. Esto no sucederá de una forma planeada ni uniforme, sino que será más bien el resultado de la retirada de individuos y comunidades, de la creación de una economía de uso compartido de cosas y servicios en común y de la liberación del tiempo para la cultura, el placer y el afecto.
La identificación entre bienestar y propiedad personal tiene raíces tan profundas que no podemos descartar del todo la barbarización del entorno humano. Pero la tarea del general intellect es exactamente esta: huir de la paranoia, crear zonas de resistencia humana, experimentar con formas autónomas de producción basadas en una producción high-tech low-energy, y dirigirse al grueso de la población con el lenguaje de la terapia más que con el de la política.
En los tiempos que vienen, política y terapia serán una y la misma actividad. La gente se sentirá desesperanzada, deprimida y presa del pánico, porque se sentirán incapaces de manejarse en la economía de poscrecimiento, porque extrañarán la identidad moderna en disolución. Nuestra tarea cultural será prestar atención a esas personas, cuidarlas en su locura, mostrarles el camino de una adaptación, de una adaptación posible y feliz. Nuestra tarea será la creación de zonas sociales de resistencia humana, entendidas como zonas de contagio terapéutico. El capitalismo no desaparecerá del paisaje mundial, pero sí perderá su rol de paradigma omnipresente de semiotización; resultará una entre muchas formas de organización social. El comunismo no será nunca el principio de una nueva totalización, sino una de las formas posibles de autonomizarse de la regla capitalista.
En la década de 1960, Cornelius Castoriadis y sus amigos publicaban una revista que llevaba por título Socialisme ou barbarie. Pero, como se recordará, en la introducción a Mil mesetas Deleuze y Guattari sostienen que la disyunción (o… o… o) es ese modo dominante de la metafísica occidental que estamos intentando olvidar. Ellos oponen, a este método de disyunción, su método de conjunción.
Un rizoma no empieza ni acaba, siempre está en el medio, entre las cosas, inter-ser, intermezzo. El árbol es filiación, pero el rizoma tiene como tejido la conjunción ‘y…y…y…’. En esta conjunción hay fuerza suficiente para sacudir y desenraizar el verbo ser. […] instaurar una lógica del Y, derribar la ontologia, destituir el fundamento, anular fin y comienzo.[7]
Este proceso de autonomización no debe ser visto como Aufhebung, sino como terapia. En este sentido la autonomización no es totalizante, y no pretende destruir ni abolir el pasado.
En una carta a Sigmund Freud, el joven psicoanalista Fliess le preguntaba cuándo es posible dar por terminada una terapia, cuándo se le puede decir al paciente que está bien. Freud respondió que el psicoanálisis ha cumplido su objetivo cuando la persona entiende que la terapia es un proceso interminable. El proceso de autonomización también es un proceso interminable, en el mismo sentido.
Bibliografía
- Deleuze, Gilles y Guattari, Félix, ¿Qué es la filosofía?, Anagrama, Barcelona, 1993.
- Deleuze, Gilles y Guattari, Félix, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-Textos, Valencia, 2002.
- Guattari, Félix, Caosmosis, Manantial, Buenos Aires, 1993.
- Kuhn, Thomas, La estructura de las revoluciones científicas, FCE, México, 1971.
- Marazzi, Christian, Capital y lenguaje. Hacia el gobierno de las finanzas, Tinta Limón, Buenos Aires, 2014.
Notas
[1] Original en inglés en: https://transversal.at/blog/How_to_heal_a_depression
[2] Christian Marazzi, Capital y lenguaje.
[3] Gilles Deleuze y Félix Guattari, ¿Qué es la filosofía?, ed. cit., p. 202.
[4] Félix Guattari, Caosmosis, ed. cit., p. 17.
[5] Íbid., pp. 17-18.
[6] Thomas Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, ed. cit., p. 269.
[7] Gilles Deleuze y Féliz Guattari, Mil mesetas, ed. cit., p. 29.
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