Escribir sobre la melancolía no tendría sentido, para quienes
la melancolía devasta, si lo escrito no proviene de la propia melancolía.
Julia Kristeva
El furor divino contiene en sí mismo cuatro especies:
Amor, poesía, adivinación y misterio.
Marsilo Ficino
Aun cuando cielo, tierra e infierno se opusieran,
Si ella me ilumina, me inflama y junto a sí me tiene,
Radiante me hará, potente y dichoso.
Giordano Bruno
Resumen
Este ensayo indaga la posibilidad de entender a Gérard de Nerval como un poeta de heroicos furores (Eroici furori), término que necesariamente habrá de remitirnos a algunos autores del Renacimiento italiano como Marsilo Ficino y Giordano Bruno, quienes lograron alejarse de la tradición escolástica a través de la lectura de Platón y los gnósticos, razón por la cual desarrollaron estudios sobre magia, astrología y alquimia. Ambos filósofos consideraban que el temperamento melancólico nos acercaba a la beatitud, mientras que Nerval, por su parte, se econtraba convencido de que la poesía es una forma de corresponder con la divinidad.
Palabras clave: melancolía, furor, poesía, Nerval, Ficino, Bruno.
Abstract
This essay indicates the possibility of understanding Gérard de Nerval as a poet of heroic furores (Eroici furori), a term that will necessarily refer us to some authors of the Italian Renaissance such as Marsilo Ficino and Giordano Bruno, who managed to move away from the scholastic tradition to through the reading of Plato and the Gnostics, which is why they developed studies on magic, astrology and alchemy. Both philosophers considered that the melancholic temperament brings us closer to the beatitude, while Nerval, on the other hand, was convinced that poetry is a way of corresponding with divinity.
Keywords: melancholy, furor, poetry, Nerval, Ficino, Bruno.
Gérard de Nerval es catalogado comúnmente como un poeta “romántico”, etiqueta que se presenta desde lejos como una advertencia, aunque, ciertamente, el contenido de la misma puede resultar muy ambiguo; de manera que la intención del presente ensayo es alejarnos de este contexto para hacer una lectura que revalore a este poeta. Mi intención es analizar la posibilidad de leerlo bajo la mirada de las tradiciones filosóficas del Renacimiento italiano, específicamente, las de Giordano Bruno y Marsilio Ficino. Sin embargo, no solo busco señalar su interés mutuo en la reintegración de saberes antiguos como la magia, el tarot, el hermetismo y la cábala, sino también su posición hermenéutica ante la magia, entendida como una combinación entre saber y práctica. Por otro lado, no me interesa indicar, como lo haría un crítico literario como Georges Le Breton, las correspondencias poéticas con las figuras de la alquimia y el tarót.[1] En su lugar, este ensayo indaga la posibilidad de entender a Gérard de Nerval como un poeta de heroicos furores. Hago esta comparación para saber si se trata de un poeta impulsado por el amor divino, es decir, que nos acerca a la divinidad, o si su amor tan solo se trata de una atracción vulgar con fines reproductivos, lo cual nos hablaría de un amor bestial, como es el caso de Petrarca, según Bruno.
Por último, cabe advertir que hay cuatro siglos de distancia entre el Renacimiento y Nerval, quien, de hecho, tuvo su propio acercamiento con el romanticismo del idealismo alemán al traducir el Fausto de Goethe. Por todas estas razones, el ensayo presente se hace a tientas, como en el mito de Acteón, donde el cazador que, buscando un siervo dentro de la obscuridad del bosque, se encuentra inesperadamente a la propia Artemisa o bien Diana, o bien la belleza encarnada. El castigo de Acteón es devenir en ciervo y ser cazado y despedazado por sus propios perros. ¿Qué busca un poeta como Orfeo? ¿Qué busca un cazador como Acteón? ¿Qué busca el filósofo nolano[2]? ¿Qué busca el melancólico y furioso Nerval dentro de su profundo y onírico bosque de obscuridad?
Con motivos hermenéuticos debemos primero intentar llegar a una definición aproximada de lo que se entiende por heroicos furores. Un posible sinónimo de la palabra “furor” dentro de este contexto podría ser entusiasmo, pasión y hasta arrebatamiento. Dice Ficino que el furor divino es un cierto tipo de iluminación y que es propiciado por ciertos movimientos del alma (ascenso y descenso). “El furor divino es el que nos eleva a las cosas superiores […]. Existen, pues, cuatro géneros de furores divinos. El primero es el furor poético; el segundo, el furor místico; el tercero, el furor profético; y el cuarto, el furor amoroso”.[3] Con esta clasificación, Ficino atiende a los delirios, manías o locuras divinas que aparecen en el Fedro. Entiende “furor” como un esfuerzo por acercarse a lo inteligible, una especie de impulso del alma que la hace elevarse hasta donde la razón ya no puede. Para Bruno, el furor amoroso es el más excelso y elevado al catalogarlo como “heroico”. Y, ciertamente, solamente el amor puede hacer de un furor algo heroico. ¿Por qué heroico? ¿Eros heroico? ¿Erótico Eros?…
¿En qué consiste la pasión del amante? Para Ficino (que de hecho revitaliza la tradición platónica acerca del Eros con sus Comentarios del Banquete) es prácticamente incontrolable el fulgor del amante. Bien dice: “[…] no se apaga por la mirada o el tacto de ningún cuerpo”.[4] Lo que parece desear el amante es apenas un reflejo del esplendor producido por la divinidad. “La búsqueda de la mujer se confunde con lo divino; la búsqueda del amor, con la muerte”.[5] En los términos metafísicos de Bruno, el héroe furioso consagra su vida en la figura de la imagen amada hasta la muerte del propio héroe, quien muere dichoso. La imagen de la mujer es el modo particular de una existencia divina. Cuando se dice que la imagen de la mujer amada es reflejo directo de la divinidad, se habla de phantamagorias o daimones (mediadores de lo divino). El acto de amar nos llevaría a hacer comunión con la totalidad del mundo, ya que, para Bruno, la infinita capacidad del intelecto de Dios es una infinita capacidad de amar. El héroe furioso, gustoso de consumirse por su amor, desarrolla una estructura metafísica de tipo inmanentista. Busca la divinidad en la mujer amada, pero, al final, la encuentra dentro de sí mismo. Esto quiere decir, en términos aristotélicos, que la potencia no se diferencia del acto; y, en términos religiosos, que Dios es idéntico a su creación. El héroe furioso llegaría a conocer a Dios mediante la imagen de la amada, pero ¿cómo se da este salto del amor de una mujer (particular) al amor de lo que Bruno llamaría “alma del mundo” (universal)? A decir verdad, no he encontrado una respuesta que justifique teóricamente este problema, la antigua dificultad filosófica del paso de lo particular a lo universal, cuyo primer antecedente lo encontramos en el Banquete, donde Platón afirma: “[…] con la mirada puesta en aquella belleza, empezando por la cosas bellas de este mundo y, sirviéndose de ellas a modo de escalones, ir ascendiendo continuamente […]”.[6] Sin embargo, en la nivola “Niebla”, de Miguel Unamuno, he descubierto un diálogo que describe de alguna manera este salto. Augusto le cuenta a su confidente y amigo, Víctor, que, al caminar por la calles, ha encontrado todo increíblemente más vivido; cada sensación, extrañamente más vigorosa; y cada mujer, infinitamente más bella. A lo que Víctor responde:
[…] Tú estabas enamorado, sin saberlo por supuesto, de la mujer, del abstracto, no de esta ni de aquella; al ver a Eugenia, ese abstracto se concretó y la mujer se hizo una mujer y te enamoraste de ella, y ahora vas de ella, sin dejarla, a casi todas las mujeres, y te enamoras de la colectividad, del género. Has pasado, pues, de lo abstracto a lo concreto y de lo genérico, de la mujer a una mujer y de una mujer a las mujeres.
Augusto: -¡Vaya una metafísica!
Víctor: – Y ¿qué es el amor sino metafísica?[7]
Bruno llama al amor “genio irracional” no porque en sí mismo sea irracional, sino porque vuelve (la mayoría de la veces) irracionales a los que se dejan afectar por él. Pero existen algunos excepcionales casos en donde los hombres con un alma cultivada logran purificar su intelecto mediante el furor amoroso. Esto ocurre cuando se busca agradar, complacer y hacerse digno de la mujer amada. En ese momento se eleva nuestro ingenio e intelecto. El amor ilustra, esclarece, abre el intelecto, haciéndolo penetrar en todas las cosas. Surge un movimiento erótico en la naturaleza. La divinidad estaría amándose y conociéndose a sí misma a través de la materia creada por ella misma, que es en realidad la única y verdadera amante. Este amor como actividad erótica creadora, según Bruno, no es solo una cualidad de los humanos que se enamoran y logran hacer de este amor algo divino. Las plantas florecen y expresan la complejidad del cosmos. También las estrellas marchitan y dejan lugar para nuevos mundos. Dios solo se explica por su creación.
Bruno le da esta dinámica de movimiento al carácter metafísico que le corresponde solo a la unidad infinita, la cual no cabe en sí misma. El entendimiento infinito de Dios consiste en su capacidad de amarse a sí mismo y, al amarse, se conoce. Se puede entender esta relación entre Dios y su creación con la metáfora del espejo y su reflejo: Dios puede ver su reflejo mediante su creación y solamente la creación, como multiplicidad, puede reflejar la entera complejidad de Dios. Unidad y multiplicidad no se contraponen como lo harían en el sistema aristotélico. La solución para Bruno es una unidad abierta al infinito. Una unidad que no cabe en sí misma y se extiende sin perder por eso su unidad. Al ver que el mundo y la materia se actualizan a cada instante, también vemos que el intelecto o el alma del mundo se actualiza sin detenerse. La semilla de alguna planta, por ejemplo, no cabe en sí misma y se despliega porque hay un intelecto erótico que le hace perseverar para florecer: Eros. Esto ya es un acto poético, es decir, un acto de creación. Además, esta pequeña flor que se muestra como una singularidad dentro del mundo, también representa un universo infinito, pues desde cada una de sus células, en cada uno de sus filamentos, desde el más profundo interior, se despliega para perseverar en el ser y, en consecuencia, florecer. De manera que la flor no solo es parte de la totalidad; por sí misma, representa la complejidad del cosmos entero.
Para Bruno la materia ya no tiene el aspecto negativo que le atribuyeron el neo-platonismo y el cristianismo. Bruno les responde: Divina materia. Esta ya no es ontológicamente inferior. La materia ahora tiene un carácter sagrado en tanto que compone todas las formas de la multiplicidad que existen. La materia, en tanto indeterminación infinita, es parte de la totalidad eterna y absoluta. El todo se expresa mediante la particularidad de la materia.
Así, el amante se conecta con el todo, consagrándose en el alma, en la carne y en la divinidad de la mujer amada. Pero el amor, al menos en los humanos, produce en el amante un efecto de temor combinado con la devoción por el amado. A veces, por la sola presencia del ser amado, podemos sentirnos asustados y, a la vez, emocionados. Podemos también maravillarnos y arrodillarnos. En algunos momentos podemos sentirnos bendecidos y, en otros, como exiliados, melancólicos, desdichados.
El concepto de melancolía durante el Renacimiento estaba ligado con la doctrina de los temperamentos. Se pensaba que el exceso de bilis negra estaba directamente relacionado con el temperamento de dicho humor: el melancólico. Aunque Ficino defina la melancolía como una concentración del alma junto a un abandono del cuerpo, no se piensa necesariamente que la melancolía consista en una patología (entendida aristotélicamente como un desequilibrio), pues también existían los que eran melancólicos por naturaleza, es decir, cuyo temperamento era melancólico. Ya Aristóteles en el Problema XXX se preguntaba: ¿Por qué todos los hombres que han sobresalido en filosofía, política, poesía o artes parecen ser de temperamento dominado por la bilis negra?”[8] Pero Bruno remarca que no solo es necesario sufrir la melancolía para llegar al furor poético, también es necesaria una intervención “daimonica”, “phantasmal”, mediadora, pues siempre está el peligro latente de que el melancólico oscile entre la lucidez y la locura, entre el frenesí divino y el humano, entre los cielos y los abismos; de modo que se busca la correspondencia con Saturno, la estrella negra de la melancolía.
Bruno dice también que el amor heroico es tormentoso, a diferencia del amor bestial, que goza solo del presente. El amor heroico se complace con el futuro ausente y la nostalgia del pasado. Se fortalece con lo adverso, lo negativo y desfavorable. Bruno también nos señala lo absurdo de pensar que para ser sabio hay que estar triste y que entre más triste se está, más sabio se es, pues, en realidad, el héroe melancólico está contento con su herida de muerte. El verdadero amante no podría quejarse de haberse enamorado. Como dice un popular refrán: “No hay mal que por bien no venga”. El sabio estima mal y bien como una misma cosa, del mismo modo que la flor necesita del humus del gusano para florecer. Es por eso que, mediante la melancolía, el héroe furioso se coloca en un espacio de inmanencia. Por lo tanto, Bruno no solo critica la idea de la trascendencia de lo divino junto con la dualidad del bien y el mal, también critica la noción de las causas finales. Sin embargo, explicar cómo el héroe llega a esta nueva forma de concebir el mundo sería material suficiente para un tratado de ontología.
Bruno y Ficino, al igual que Nerval, están interesados por la magia, el hermetismo y la cábala, encontrando en ella un refugio de sus facultades imaginales con base en las correspondencias del cosmos. Ambos practican estos saberes en busca del bien supremo (en sentido abstracto). Este retornar al bien supremo es difícil para esta enigmática figura llamado poeta. Ahora bien, en el caso de Nerval, la poesía es una forma de llegar a la beatitud, cuya figura se encuentra en Aurelia, quien es más que una musa, pues representa su paraíso perdido. Aurelia esconde una nostalgia de lo divino. El camino de Nerval es un descenso repleto de sufrimientos y obstáculos: “Et j´ai deux fois vanqueur traversé l´Achéron” [“Y dos veces vencedor crucé el Aqueronte”].[9]
Nerval sobrevivió dos veces a este descenso del alma llamado locura. La primera vez, en 1841; la segunda, en 1853. Este descenso no contrapone lo racional y lo irracional. Sueño y vigilia son indistinguibles hasta cierto punto. Se pierde la noción del tiempo en la eternidad del instante. El desenso de Nerval es más parecido al descenso del alma de Dante en la Divina comedia o al descenso de los sueños en El asno de oro de Apuleyo. Nerval hace de su vida una obra de arte. Su descenso es en realidad su verdadera poesía. Una temporada en el infierno se quedaría bastante corta para el infinito y obscuro bosque fantasmal en el que se adentra Nerval. ¿Se puede considerar a su furor melancólico como un vicio o en qué sentido podría ser una virtud?
Para intentar responder esta incógnita usaremos a Bruno a partir de su concepción del furor dividida en dos tipos. Yo las llamaré “furor activo” y “furor pasivo”, respectivamente. Bruno usa la metáfora del burro (que solo es vehículo de la divinidad) para describir el furor pasivo. El furor activo sería más propio de los espíritus contemplativos y melancólicos (los nacidos bajo el signo de Saturno). En el furor activo no funciona la metáfora del asno como vehículo, ya que hay una poiesis creadora por parte del individuo furioso. No es como el burro que solo carga el mensaje de la divinidad, sino que es divino por mérito propio. Según Bruno, el furioso heroico tomaría el camino contrario de la teología negativa.[10] Buscaría acercarse a Dios por medio del amor racional. No se trata de olvidar. Se trata de un arte de la memoria, pero ¿qué queremos recordar?
Él quiere acercarse lo más posible a lo que cubre esa nostalgia primigenia, a lo que cubre esa fantasmal ilusión llamada Aurelia, Diana o Eurydice, y esto se hace por medio del amor, por lo bello y por lo bueno, entendiendo esto como unidad platónica. La literatura romántica (recordemos que Nerval estaba familiarizado con esta) es altamente simbolista y las rosas fueron un gran recurso para ello. Las rosas azules, por ejemplo, (que, de hecho, no existen de forma natural) simbolizan un deseo metafísico por el infinito, el anhelo de lo lejano, la nostalgia de lo perdido o de lo aun no encontrado. Aurelia seria la imagen (phantasmata) de ausencia que afectaría a Nerval mediante este tipo de nostalgia metafísica. El furioso heroico tiene la voluntad para ascender, transformarse y quemarse por su propia cuenta con el fin de acercarse a la propia perfección. Acercarse al bien absoluto. Corresponder con la divinidad (el alma del mundo). Perseverar en el ser.
¿Podríamos algún día reconciliamos con esta unidad divina? Tanto para el poeta francés como para el filósofo nolano es imposible alcanzar el infinito solo con la razón. Es probable que todo intento humano por asir el infinito fracase desde el planteamiento de su motivación. Tal vez la voluntad y el entendimiento del hombre no den lo suficiente para semejante tarea. Tal vez es una cuestión de completo azar. No obstante, para ambos poetas es mejor el noble fracaso que la victoria de los hombres que viven dormidos y con el alma inerte. Por un lado, el trabajo poético y práctico de Nerval está contenido en un proyecto estético-religioso, mientras que Bruno va mucho más lejos al querer re-inventar la metafísica de una manera filosófico-ética, pues, al criticar los modelos de trascendencia, también critica la estructura política de la iglesia. Aún así, tanto Bruno como Nerval apuntan hacia una disolución del ego. Para los dos la muerte no es el peor de los males.
Este movimiento se puede representar con el mito de Acteón, quien, mientras cazaba en un bosque, se encuentra inesperadamente a la bella diosa Artemisa bañándose junto a un sequito de hermosas ninfas. Artemisa, furiosa, castiga a Acteón transformándolo en un ciervo que es asesinado y destripado por sus propios perros. Bruno, leyendo con sumo cuidado este mito, cree que Acteón se aventura en la caza de las ocultas especies ininteligibles en lo profundo del bosque. Metafóricamente hablando, está en busca de las simpatías y correspondencias del cosmos. El hombre busca el nexo con aquello que lo hace divino. Y sus únicas herramientas son el intelecto (como razón e imaginación) y una voluntad firme. De manera que, Acteón, al encontrar a Artemisa, retorna a la unidad primigenia, transformándose en alimento para sus propios canes (siempre somos materia por-venir). Así es como vuelve a la vida: su materia orgánica regresa al juego del microcosmos animal. En este momento, Bruno piensa que lo que ha buscado Acteón se ha encontrado siempre dentro de sí; es decir, la divinidad se encuentra en todos lados y también en nuestro interior. En este sentido, Nerval se aventura por el interior de los sueños. Busca en ese extraño lenguaje onírico una clave mítica-simbólica para descifrarlos. Entonces Acteón deviene en presa y Nerval deviene en El Desdichado. Cabe destacar que Bruno no cree en la muerte o, dicho de otra manera, cree que toda la materia está viva en tanto que se encuentra en constante devenir, mientras que Nerval se muestra un poco más desesperado y angustiado por Aurelia, nombre ficticio para una mujer ideal, lamentablemente muerta y que solo existe en sus recuerdos, pero quien le roba constantemente los pensamientos hasta llegar al punto de preguntarse:
¿Qué había hecho yo? Había turbado la armonía del universo mágico de donde mi alma extraía la certidumbre de la existencia inmortal. ¡Estaba ahora maldito quizá por haber querido penetrar el temible misterio ofendiendo la ley divina; no debía esperar ya sino su cólera y su desprecio! Las sombras irritadas huían lanzando gritos y trazando en el aire círculos fatales, como las aves al acercarse la tempestad.[11]
Con esto, parece que Nerval ha sido desheredado o exiliado de algo, pero ¿de qué?
Cada que empieza un verso Nerval con la palabra “Yo” se trata de un “yo” transparente, vacío y desconocido. Ese “yo” solo tiene lugar en el artificio de la poesía. Una poesía lúcida que toma conciencia de la máscara que usan esos extraños entes llamados personas y que usan el título de poetas. Entonces vuelve de su vida un auténtico drama metafísico y, al mismo tiempo, empieza una metamorfosis de Nerval en Orfeo, que con sus cantos a su amada Eurídice (en la segunda parte de Aurelia) conmueve hasta hacer llorar a los árboles del bosque. Nerval utiliza la figura de su amada como un vínculo potenciado por el Eros platónico. Nerval sueña constantemente con su amada y puede considerarse bajo alguna de las posibles concepciones de magia que enumera Bruno: un mago de fantasmagorías. Pero, comparándolo con Acteón, ¿cuál es el camino y el objetivo de Nerval?
El camino de Nerval no es para nada claro. Sueño y vigilia son indiferenciables. Hay una dinámica de fusión en donde los eventos de los sueños cobran sentido en el mundo exterior. Los compañeros de Nerval encontraban en sus pláticas un aspecto de elocuencia casi místico (aunque algunos otros solo señalaban una locura poética). En ciertos momentos parecía dispuesto a todo. Dispuesto a desvelar todos los misterios de la existencia. Dispuesto a sumergirse en lo más profundo y obscuro de sus sueños. Dispuesto a rasgar el velo de Maya. A punto de pronunciar lo inefable.
En una rara noche, después de una buena plática con sus amigos (al menos es lo que nos cuenta el poeta francés), mientras caminaba furiosamente e indispuesto a regresar a su casa, uno de sus compañeros le preguntó: “¡¿A dónde vas?!”, a lo que Nerval respondió: “Hacia Oriente”. Aquí está el paralelismo que quiero encontrar con Acteón, solo que Nerval empieza su viaje con una incógnita aún más grande: sin saber realmente cuál es el camino. Sin saber si son los bosques o las selvas las que deben abrirse ante sus pies. Solo guiado por un furor divino. Solo guiado por la intuición que le da una lejana estrella en el cielo. Él solo nos relata:
[…] me puse a buscar en el cielo una estrella, que creía conocer, como si tuviera alguna influencia en mi destino.
[…] me puse en camino en dirección de la estrella en la que no cesaba de fijar los ojos. Cantaba, al andar, un himno misterioso que creía recordar como habiéndolo oído en alguna otra existencia […].[12]
Gérard sigue el camino de una estrella lejana. Este pasaje de Aurelia tiene un paralelismo con su soneto más famoso, El Desdichado:
- Yo soy el tenebroso, -el viudo, -el inconsolado,
- El príncipe de Aquitania de la torre abolida;
- Mi única estrella ha muerto, -y mi laúd constelado
- Lleva el sol negro de la Melancolía.
En este primer cuarteto encontramos inmediatamente una simbología que parece obscura e inmensa. El sol negro es un símbolo importante no solo para Nerval, sino también para una larga tradición de magia y astrología. El sol negro es representado por Saturno, la última de las esferas celestes. Simboliza el otro camino hacia Dios. Es el camino de la ausencia. El camino de una estrella tenue y muda. Una estrella misteriosa llena de secretos. Una estrella de luz negra que ilumina y quema con más intensidad a los corazones melancólicos. Esta combinación entre símbolos del tarot y símbolos poéticos le dan una potente particularidad al poeta al otorgarle tonos proféticos, eróticos y mistéricos al mismo tiempo. De manera que, en síntesis, le concede un furor divino. Solo bajo esta sombría luz se muestra la claridad poética de Gérard de Nerval: un sol negro que ilumina con una luz tenue y tímida, pero, al mismo tiempo, ardiente y abrazadora; se trata de una dialéctica solar.
La vida como una obra de arte tiene sentido cuando se realiza una auto-afección activa. Quemarse dichoso por el furor no es teología negativa, ya que Nerval ama y se consagra en Aurelia. Pero Aurelia no es una mujer real ni tampoco una mujer arquetípica. No se trata tampoco de una mujer de ficción, sino de una phantasmagoria. La mujer que el poeta furioso añora es tan solo un reflejo de la divinidad. En términos de Spinoza, solo se trata de un modo finito de la sustancia. En ella está su madre y también su primer amor, al igual que las musas y toda la divina naturaleza. Con todo, Aurelia también representa la ausencia, el exilio, el sentimiento de sentirse extranjero de este mundo; una “Pena” con “P” mayúscula, como siempre escribe García Lorca, en donde la despersonalización se hace presente tanto para Gérard de Nerval, que escribe detrás de una foto suya: “Yo soy el otro” (Je suis l’autre), como para García Lorca, que escribe en su Romancero Gitano: “Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa”.[13] Una pena que crece en el cielo, en la noche y en la luna de los desterrados.
Los Dioses en los que cree Nerval, son Dioses de las minorías. Nerval es un pagano. Ve en todas las religiones simetrías. Los mitos parecen contener una sabiduría milenaria. Pero ese lenguaje nos llega “incompleto”. Las religiones de las minorías, tienen una relación distinta con la tierra (diferente al cristianismo). El paganismo consagra a la vida. El cristianismo ve en la materia y en la vida, un grado de degradación. Gérard de Nerval proclama una vuelta al paganismo usando de estandarte a la deidad griega Antéros.
Antéros, hijo de Venus y Marte, como hermano de Eros, es el vengador de los amores ofendidos o, por decirlo de otro modo, es un “Anti-Eros”, y se ha contrapuesto con Jehová. Antéros es un dios de la tierra y Jehová es el dios del cielo. Antéros representa la inmanencia; mientras que Jehová, el modelo de la trascendencia, la idea de causas finales y la aparente incompatibilidad del bien y del mal ¿Es un nuevo y tortuoso camino para llegar a la divinidad? Se trata nada menos que de un furor capaz de desbordar al individuo.
En otro de sus sueños Gérard de Nerval relata:
[…] me parecía ver una cadena interrumpida de hombres y mujeres en quienes yo estaba y que eran yo mismo;[14] los vi vestidos de todos los pueblos, las imágenes de todos países aparecían distintamente a la vez, como si mis facultades de atención se hubieran multiplicado sin confundirse por un fenómeno de espació análogo al de tiempo que concentra un siglo de acción en un minuto de sueño.[15]
Se puede relacionar el contenido de este sueño con la intuición del infinito en Bruno e incluso con la intuición del conocimiento del tercer género en Spinoza. Y por así decirlo, en todo caso, con la experiencia de la eternidad del instante: el tiempo poético. Esto es, soñar la eternidad en un solo pulso. Nerval comprende de una extraña manera que vivimos en nuestro pueblo y que nuestro pueblo vive en nosotros. Nuestras vidas parecen pequeños lapsos comparadas con la vida de la tierra. El instante de nuestras vidas pierde sentido al contrastarlo con el aparentemente eterno movimiento de los astros. Pero todo es uno mismo. Somos la estrella y Nerval al mismo tiempo. Somos Bruno y el infinito. Somos la carne de Acteón y sus perros. Somos la tierra que florece y el agua que se seca. Somos el germen de la vida y la divinidad al mismo tiempo. Somos el Fénix que vuelve de las cenizas para volver a nacer. La materia es substancia viva y divina.
Intentaré no prolongar más el texto con otros ejemplos de ensoñaciones cósmicas-poéticas de Nerval. ¿Es posible que este poeta tenga un furor divino dentro de sí? Para ser honestos, Ficino no lo consideraría como un verdadero poeta, porque para él, la verdadera poesía viene de Dios y a Dios se dirige. Es un ejemplo de inspiración poética entendida en términos de trascendencia o bien de una fuerza poética emanativa. No dudaría de tacharlo de loco e incluso de ateo. En Nerval hay una clara ausencia de Dios. Sin emabrgo, esto no significa que sea ateo. De hecho, cree en más de un Dios, solo que el Dios siempre parece distante e incomprensible. Es Nerval el extranjero. El desdichado. Nerval es el otro. Pero, por otra parte, creo que la opinión de Giordano Bruno sería bastante distinta, puesto que para Bruno la divinidad se encuentra en todos lados. La inspiración poética es inmanente. Está incluso en el interior de Nerval. Creo que Bruno no solo lo consideraría como un poeta de un furor activo auténtico. También creo que podría describir semejante fulgor contraponiéndolo con la figura del Fénix:
Ave única del sol, donoso fénix,
Que al mundo igualas en tus años,
En la Arabia feliz apurados.
Tú eres quien fuiste, yo soy el que no fui.
Yo muero infeliz en amoroso fuego,
A ti con sus rayos te resucita el sol.
Tú ardes en uno, yo en todo lugar;
Yo poseo el fuego de Cupido, tú el de Febo;[16]
El furioso no cambia en la presencia del sol como lo hace Fénix, el furioso cambia en presencia del amor. El amor hace encender el fulgor y la furia que hace sucumbir al poeta. Hace que muera, pero solo para volver a nacer más vivo. Nerval está en contacto con el intelecto agente. Esta inflamado de afectos. Es alumbrado por la divinidad. Arde con el fuego de cupido. El soneto continúa así:
Seguros términos tienes
De larga vida; breve es la mía,
Pues pronto el fin por mil desdichas se me ofrece.
Ignoro cuanto viviera y viviré;
Guíame un ciego destino,
Mientras tú cierto tienes el retorno a la luz.
La muerte del individuo culmina con el furor. Retornar a la luz significa incendiarse. Descomponerse. Nerval solo es la máscara del poeta, la divinidad como ente (o modo finito) por-venir, la materia tomando conciencia en el instante en que brota y se apaga como una llama.
Bibliografía
- Bachelard, G., La intuición del instante, Fondo de Cultura Económica, México, 2014.
- Bruno, G., Los heroicos furores, Tecnos, Madrid, 1989.
- Bruno, G., Magia. Memoria, Biblioteca Nueva, Madrid, 1997.
- Ficino, M., De amore, Tecnos, Madrid, 1989.
- Klibansky, Panofsky, y Saxl, Saturno y melancolía. Estudios de historia de la filosofía de la naturaleza, la religión y el arte, Madrid, Alianza, 1991.
- Kristeva, J., Sol negro. Depresión y melancolía, Gallimard, Venezuela, 1991.
- Nerval, G., Aurelia o el sueño y la vida, Era, México, 2010.
- Spinoza, B., Ética demostrada según el orden geométrico, Tecnos, Madrid, 2009.
- Unamuno, M., Niebla, Tomo, México, 2006.
- Yañes, A., Nerval y el romanticismo, Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias-Porrúa, México, 1998.
- Aristóteles, Problemas, Trad. E. Milan, Gredos, España, 2004
- Lorca, Romancero Gitano, Salvat, Madrid, 1971
- Platón, El banquete, G. Romero, Alianza, 2008.
Notas
[1] v. Le Breton, Georges, Nerval poète alchimique. La clef des “Chimères” et des “Mémorables” d’“Aurélia”: le “Dictionnaire mytho-hermétique” de Dom Pernety, Quatuor, 1994.
[2] Gentilicio del municipio italiano Nola, lugar de nacimiento de Giordano Bruno.
[3] Ficino, De amore, ed. cit., VIL, XIV, p. 222.
[4] Ibíd., II,VI, p. 36.
[5] Yañes, A., Nerval y el romanticismo, ed. cit., p. 44.
[6] Platón, Banquete, 211 C
[7] Unamuno, Niebla, ed. cit., p. 76.
[8] Aristóteles, Problemas, Trad. E. Milan, Gredos, España, 2004
[9] Nerval, El desdichado en “Las Quimeras”.
[10] Bruno, Los heroicos furores, ed. cit., I, III, p. 57.
[11] Nerval, Aurelia, ed. cit., p. 36.
[12] Ibid., p. 19.
[13] G. Lorca, Romancero Gitano, Romance sonámbulo, ed. cit., p. 18
[14] Las cursivas son mías.
[15] Nerval, Aurelia, ed. cit., p. 23.
[16] Bruno, Los heroicos furores, ed. cit., p. 106.
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