Espectros de la violencia: necroescrituras y biografías de nuestro tiempo

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Espectros de la violencia: necroescrituras y biografías de nuestro tiempo
JOSÉ DE RIBERA, “PROMETEO” (1652)

JOSÉ DE RIBERA, “PROMETEO” (1652)

 

Resumen

El texto se acerca a la espectralidad de la violencia como instancia que irrumpe la historia para producir corporalidades, subjetividades y biografías. Realiza un acercamiento a las necroescrituras espectrales enmarcadas por una lógica del neoliberalismo para puntuar las tópicas singulares, así como la consolidación mítica de los espectros que se materializan en la exclusión, la vulnerabilidad y la precariedad de vidas singulares.

Palabras clave: espectro, violencia, biografía, precariedad, cuerpo, subjetividad

 

Abstract

The text approaches the spectrality of violence as an instance that bursts history to produce corporalities, subjectivities and biographies. It makes an approach to the spectral necro-scriptures framed by a logic of neoliberalism to punctuate the singular topics, as well as the mythical consolidation of the spectra that materialize in the exclusion, vulnerability and precariousness of singular lives.

Keywords: spectrum, violence, biography, precariousness, body, subjectivity

 

La violencia introductoria

Los fantasmas de la violencia recorren nuestros territorios; los organizan, los modulan y se incorporan en la vida cotidiana. Sus expresiones van desde las más insignificantes, hasta las más terribles. Más cuando la violencia expresa argumentaciones y discursos que se consolidan con la persuasión del poder. Sus signos han transformado a las sociedades desde el mandato desarrollista; mayor intensidad se despliega cuando las ideas de vida y, con ello, la vida misma, se adhiere al modo de una empresa consciente y planificada de modos de acción individual e institucional. Las figuras de la violencia se analizan con los contextos en los que se produce.

El tópico de la violencia aparece y, en el afán de comprenderla, se desvanece. Cuando la intensidad destructiva de la violencia traza los circuitos de la realidad cotidiana, las metáforas se quiebran y el espectro forma parte de la representación; esas otras formas de interrupción escapan a las certezas establecidas por la tradición, la cual se apoya en el dominio de la normalidad y en el desplazamiento de prácticas que rebasan o desafían las lógicas consolidadas en los vectores interpretativos. Cuando la violencia es materia de todos los días, merodea la vida sin importar quién vive o quién muere.[1] La desmesura de la violencia, su indócil condición, requiere de imágenes que se asocian con la agresividad real de la condición humana y del mundo. En su insolente expresión remite a una relación con la espectro que se encuentra de forma ausente. La relación ausencia y presencia se intensifica en la visibilización de lo oculto.

OTTO DIX, “TRINCHERA DESBARATADA (GRABADO 44)” (1924)

OTTO DIX, “TRINCHERA DESBARATADA (GRABADO 44)” (1924)

Por ello, considerar los espectros de la violencia convoca a pensar el tiempo que resta, al tiempo de vida en tanto tiempo contracto.[2] Tiempos de la violencia donde se sitúan las coordenadas de la desmesura. Transitoriedad que atraviesa la historia de vidas finitas. El tiempo de la violencia es el tiempo de nuestro mundo, del espacio vital donde se despliegan la imposibilidad de fundar una vida desde la impotencia. De esta manera, la interrogación que surge ante la violencia requiere un tiempo de la verdad, desde donde recaen los instantes de una violencia espectral que expande los contornos de la experiencia y constituye, desde lo etéreo y amorfo, corporalidades y biografías que sugieren los mandatos sociales, los discursos estandarizados y los modelos dominantes de representación y de interpretación del mundo y de la vida.

La espectralidad de la violencia irrumpe la historia para insertar en ella el desconcierto. El desquiciamiento ante lo real. Sus espectros no se encuentran enmarcados por una lógica de la contradicción, ni por una economía de la conservación generalizada, sino en la implicación de tópicas singulares donde la particularización de la vida se establece como el punto maquínico del enigma de sus recorridos. La consolidación mítica de los espectros se materializa en la exclusión, la vulnerabilidad y la precariedad de vidas singulares.

HONORÉ DAUMIER, “THE NIGTH WALKERS”

HONORÉ DAUMIER, “THE NIGTH WALKERS”

No sólo los muertos indóciles de la violencia,[3] sino también los vivos deambulan por el espacio. Ya Derrida elabora sus fantologías para señalar la dinámica de asedio que desarrolla el fantasma, el cual acosa o merodea los espacios sin ocuparlos de forma categórica, sino a través de una “impura historia impura”.[4] La evanescencia del espectro de la violencia lo instala como un sistema inasible, cuya vacuidad le implica mayor intensidad; es entonces que la violencia transgrede límites y despliega intersticios en donde se abre un espacio de hospitalidad para alojar al ser humano, puntuar las coordenadas de su advenimiento en espacio plagado de fantasmas. Tanto los vivos como los muertos conviven con los fantasmas de la violencia, habitamos un mundo de fantasmas. La convivencia espectral organiza la manera de habitar lo cotidiano, de establecer relaciones imaginarias y simbólicas desde intensidades que dominan los escenarios y las representaciones. Abrirse a la existencia del fantasma, escuchar su voz, implica establecer la influencia del susurro de la violencia en nuestras palabras, en las convicciones y certezas que constituyen nuestras interpretaciones.

OTTO DIX

OTTO DIX

Desde este horizonte, incluso contra las cartografías y taxonomías de la violencia, la realidad más apremiante se encuentra trazada por la violencia, los lugares comunes de su argumentación remiten a la inquietud compartida por la intensidad corrosiva de sus espectros. Si bien se ha señalado que los espectros de la violencia se materializan en las vidas, el cuerpo escriturado con sus insignias, las biografías colapsadas apuntan a una distinción en la maraña de identificaciones entre la violencia y el poder. Sea desde la biopolítica, apuntada por Foucault y seguida por Esposito, sea desde la necropolítica de Mbembe o desde las vidas precarias de Butler, volver sobre la violencia y los principios de su poder obligan a repensar la experiencia histórica para interrumpir el flujo constante de sus consecuencias. En este escenario se presenta la relación entre la agresividad, las necroescrituras y las biografías; los cuerpos vivos y muertos, aparecidos y desaparecidos, atravesados por la escasez o la abundancia, no escapan a la violencia que los constituye, antes bien los introduce en el tejido simbólico e imaginario de instancias que posicionan a los sujetos ante el acontecimiento de habitar un mundo común.

El nomos de la tierra es la pugna por un espacio, por el modo de ubicarse en el mundo, sino la excepción de tener un lugar. Así, la diferencia se encuentra signada por la enemistad, por la negación radical que lo empuja a la desterritorialización. Este sentido señalado por Carl Schmitt[5] dispone a considerar la relación con lo otro que se encuentra en tensión territorial habitada por fantasmas. En la familiaridad excluida del propio espacio se introduce la espectralidad de su exclusión, de su pauperización y disolución. Así, la precarización simbólica e imaginaria se consolida en la recepción misma de la diferencia, situándola en un estado de excepción, y anulando la diferencia.

En este sentido, ciertas nociones de violencia se anudan con el poder para establecer usos y circulaciones simbólicas e imaginarias del mismo material que intentan diluir. Se produce una constelación de términos que funcionan desde una suerte de ensoñación que intentan prescindir del valor colectivo y objetivo de los procesos humanos, conducen a una construcción de espectros consolidados y petrificados al modo de tecnologías de la violencia. La reproducción maquínica de espectros se despliega la efectividad de sus intensidades mortíferas, la tarea no sólo consiste en denunciar o desenmascarar las vacilaciones ideológicas de la violencia, sino también develar los modos en que la violencia habita los cuerpos, los posee como vector ineludible y necesario y suspender el presupuesto de una temporalidad continua.

 

  1. Precariedad y agresividad: espectros del capitalismo contemporáneo

La agresividad es un fenómeno tan general que se encuentra inscrito en la vida misma. La hostilidad y las intensidades destructivas que la invisten, se encuentran moduladas por espectros, por la transparencia discursiva de cualquier modalidad establecida con base en la legitimidad de los flujos por los cuales las personas rehúyen o se afirman. La violencia, en tanto intensidad agresiva, es una actitud general ante lo otro; se organiza desde la espectralidad dislocada del encuentro ante lo real. Por eso la cuestión, la agresividad y la violencia vuelven sobre el tapete del pensamiento, no sin contradicciones, y a menudo, con formalismos que aumentan la viscosidad de sus espectros. Ese sonambulismo inaceptable enreda la fuerza que permanentemente tecnifica el material metafórico y mitológico, emanada desde una pretensión absoluta de la verdad.

En este sentido, el esfuerzo del pensamiento no se encuentra orientado solamente a un desmantelamiento de las distintas ficciones de las representaciones ideológicas, ni mitológicas o discursivas, sino también a una suspensión del horizonte temporal en el que estos procesos ocurren, para atender al funcionamiento político y económico en la cual se inscriben los pensamientos y procedimientos de la espectralidad de la violencia. Esta suspensión del tiempo trastoca el desplazamiento ideológico o propagandístico de los discursos como estrategia inherente al contexto de las transformaciones culturales; el momento de la suspensión y disrupción del tiempo convencional y de dislocación de los sistemas de creencias quedan subordinadas al acontecimiento desde la más radical inmanencia, sin importar su contenido ni su eficacia.

ALEJANDRO OBREGÓN ROSÉS, “LA VIOLENCIA” (1945)

ALEJANDRO OBREGÓN ROSÉS, “LA VIOLENCIA” (1945)

Ciertamente es importante la crítica como desenmascaramiento de las instancias ideológicas, pero abismar la organización, la vanguardia, el progreso moral respecto de los ideales reguladores de la violencia, impiden romper con la racionalidad del cálculo y dislocar los procesos de administración y planificación de las construcciones simbólicas e imaginarias del poder y la opresión, especialmente ante la racionalidad neoliberal. Por ello, hacerse de los fantasmas, de las espectralidades que pueblan el horizonte de las biografías e irrumpir las continuidades se abre una instancia inédita que da acceso a la historia y a las narrativas particulares y diferenciadas. Interrupción que afirma un tiempo suspendido, un tiempo otro, tiempo que resta y suspende un tiempo e instaura de golpe al tiempo “en el cual todo lo que se cumple vale por sí mismo, independientemente de sus consecuencias y de sus relaciones con el complejo de transitoriedad o de perennidad en el que consiste la historia”.[6] En este sentido, ciertas violencias aglutinan singularidades en la homonimia de sus fantasmas, que se traducen en una economía política que gobierna los cuerpos, que instala una economía del cálculo y de la ganancia, de la propiedad-unidad que clausura el juego para establecer directrices desde la eficiencia y la productividad.[7]

La identificación de la vida a las directrices de un modelo establecido desde la abundancia, supone una relación que se fija en una imagen de competencia agresiva que se condensa en un poder difuso, no siempre del Estado, pero siempre intransigente; inserta un circuito de muerte en las relaciones de producción y poder. Quienes se postulan como merodeadores discursivos instauran el modelo, el manual de la vida vivible, mediante el uso de la violencia en los distintos procesos de administración de la vida y de la muerte. De acuerdo con esta consideración, el anudamiento de la vida y muerte coloca el énfasis en el poder de hacer morir y dejar vivir; este poder se inscribe en el espacio de habitabilidad donde el cuerpo y territorio se establecen a partir de consignas de una extrema anulación como soporte de la administración de la totalidad de la experiencia humana.

En este contexto que la pregunta interroga por la agencia de aplastamiento de los sujetos, las precariedades emergen al margen de las racionalidades neoliberales. Éstas se entretejen en los binarismos explicativos donde la relación precariedad-exclusión forma parte de la retórica persuasiva que naturaliza el aumento exponencial de las precariedades, así como la erosión de las simbólicas y la invención de imaginarios de legitimación existencial. Son las racionalidades neoliberales las que realizan un secuestro economicista de las insignias de seguridad y abundancia, organizan, como vectores necesarios, la adecuación y correspondencia de la experiencia al conjunto de consignas sin reparar en las consecuencias que de ello emanan.

SALVADOR DALÍ

SALVADOR DALÍ

Son los cuerpos y las subjetividades, los territorios y sus recursos, los que se han de disponer en una conformidad productiva donde la exigencia de un excedente, de un plus, se establece como condición para incorporarse a las lógicas neoliberales y participar del mercado. La esclavitud automática se encuentra en la máquina de precarizaciones cuyos engranes se han complejizado en la medida en que las lógicas concretas de la construcción social del poder y la exclusión disminuyen el tiempo de una vida admitida dentro de los márgenes del mercado; así, incrementando su potencial humano y disponiendo el territorio a la productividad se acelera el espectro del desarrollo y progreso en tanto mejoramiento de las condiciones materiales de la vida, barco insignia del neoliberalismo.

Las máquinas de territorialización se establecen a través de necroescrituras que marcan los cuerpos y los territorios a la explotación. Herraje que se lleva en el cuerpo, sedimentos imaginarios que devienen simbólicos en función de las expectativas, consignas y demandas que deniegan las instancias perjudiciales de sus efectos. Necroescrituras relacionadas con la aceleración de la producción de plusvalor, coordenada que reestructura el poder político intensificando la impotencia de los cuerpos. La cancelación de los proyectos de vida independientes de dicha lógica, las resistencias, las alternativas de los grupos sociales que se confrontan, directa o indirectamente, también se enfrentan de la misma manera la aporía establecida por el imperio de las racionalidades neoliberales. El establecimiento de relaciones se establece al modo de una malla omnipresente que ataca cualquier movimiento desacreditado, y lo introyecta para desarticular su potencial disruptivo. Las lógicas del poder se afinan con sus resistencias, “tenemos entonces que pensaren dinámicas de poder que ya no se basan en las estrategias de subjetivación que se pensaron desde distintos frentes desde los años 70, sino en los mecanismos que permiten la existencia de lo que François Guéry y Didier Deleule llaman ‘cuerpo productivo’, la estructura que media entre los cuerpos concretos de los sujetos sociales y las dinámicas de explotación del capital”.[8] Sin embargo, la apuesta que se establece no consiste en incrementar el poder de los cuerpos o de los territorios, sino en abordar el qué de la impotencia se encuentra al servicio del poder.

Ante la intransigencia de los discursos, el cuerpo viviente y el cuerpo muerto no pueden equivocarse, su error puede ser un hecho, pero no un derecho admitido, reconocido por las racionalidades neoliberales. Ellas son la verdad que nos sustenta, son el argumento que desmantela las mentiras, sean por sugestión, por cansancio, por ironía, o por provocación o mala fe, es suficiente establecer una mejor explicación para suscribir la validez y vigencia de sus discursos. Adaptar la máquina viva a la máquina muerta; hacer funcionar la máquina viva como una máquina muerta, sin hacer gestos, sin desaprobar ninguna de las instrucciones para vivir, previniendo los gestos de inadaptación y de torpeza para armonizarlos a las racionalidades establecidas con toda la contundencia de la verdad, sin problematizar cosa alguna. Así son las cosas.

La racionalidad neoliberal integra la máquina viva al movimiento eficaz, “todo esto constituye el logro forzado en sus ‘aplicaciones’ tal como se lo espera en este primer momento de la disciplina, antes de que echen raíces en el tronco común los problemas de ‘relación’ por donde la afectividad produce su retorno triunfal”.[9] Las sensaciones y experiencias del cuerpo y de la subjetividad, de la territorialidad y de los espacios, se vuelven ámbitos de necroescrituración de las discursividades. Su violencia se inscribe en el cuerpo como un trazo que marca, un hierro que quema la superficie para ejercer con violencia las marcas de la identidad señalada por interpretaciones validadas y legítimas. Violencia de la interpretación que obtura la imposible interpretación por venir.

OTTO DIX, “CENTINELA MUERTO” (1924)

OTTO DIX, “CENTINELA MUERTO” (1924)

La necroescritura produce textos, cuerpos, subjetividades y territorios atravesados por el dominio y la propiedad. Productos en un mundo de mortandad burlona, donde la lógica se orienta por la exuberancia de las ganancias de todo tipo, sus prácticas gramaticales, sintácticas, semánticas, así como las estrategias narrativas y los usos tecnológicos disponen de los cuerpos y territorios para distanciar aquello que concierne a la vida del cuerpo, de aquello que queda ligado a la tierra, a lugar, a la oralidad o las tareas no verbales. El dominio de la escritura, su reverso necrófilo, garantiza y aísla un poder nuevo, de hacer historia a través de la lógica de la abundancia, donde la precariedad y la escasez se instalan como una instancia abyecta y despreciable. El poder necroescritural define “el código de la promoción socioeconómica y domina, controla o selecciona según sus normas a todos los que no poseen este dominio del lenguaje”.[10]

 

  1. Poder, discurso y cuerpo: un vínculo generado por fantasmas

Los abordajes necroescriturales constantemente se reducen a una serie de exclamaciones indignadas, de posiciones movilizadas desde adentro del funcionamiento de la máquina discursiva. Los espectros de la enfermedad, de la anomalía, del debilitamiento, muestran una inflexión que señala la falla, la queja, el malestar de un cuerpo productivo, de un espacio de fabricaciones del que sólo se distingue su molestia. Tanto el cuerpo productivo, como la productividad del cuerpo se presentan un circuito que no pertenece en sentido estricto a ningún modo de producción, sino que se remonta a una estrategia que ha sobrevivido a todos los cambios, en tanto que dicha estrategia, genera los cambios.

GRETE STERN, “LOS SUEÑOS DE CANSANCIO (1949)

GRETE STERN, “LOS SUEÑOS DE CANSANCIO (1949)

Con la envoltura carnal de un cuerpo tejido por los discursos se materializan los espectros. Inauguran al cuerpo poseído, metamorfoseado, desfigurado, alterado en su estructura y su funcionamiento. La intrusión de las relaciones mercantiles se impone, porque la economía es lo suficientemente poderosa como para transformar la corriente de la historia. Se esfuerza en colocar el cuerpo social e individual bajo las insignias o escrituras de desarrollo, progreso y bienestar, superponiendo la exclusión, la precarización como una instancia de la normalidad donde la relación al derecho del cuerpo, un cuerpo en sí mismo definido, circunscrito, articulado por lo que se inscribe en él. No hay discurso que no se inscriba sobre los cuerpos, como intersticio epistémico que desafía cualquier relación conceptual, marca un precio en las relaciones entre discursividades desde el nacimiento a más allá de la muerte. El cuerpo suscribe la aparente verdad de los discursos. Se graba en el documento de la piel de los sujetos. “Estas escrituras efectúan dos operaciones complementarias para esas escrituras, los seres vivos son, por un lado, ‘puestos en texto’, transformados en significantes de reglas (se trata de una intextuación) y, por otro, la razón o el logos, de una sociedad ‘se hace carne’ (se trata de una encarnación)”.[11]

El fantasma se lleva inscrito en la piel como hilo que se repite en sus tejidos. El bordado del discurso neoliberal se teje entre las expectativas que crea sus posibles reincidencias, prioridad espectral de su presencia y garantía de su retorno, de sus vueltas, enganches y anudamientos. “El poder del fantasma consiste en su regreso, aunque en realidad nunca haya partido”.[12] La violencia con la que se imprime el fantasma requiere de un desollamiento, el despellejamiento traza primero sobre la espalda de los sujetos, el conocimiento realiza otro tanto, se escribe sobre los lugares que se abren sobre el cuerpo del otro. Las marcas se imprimen con el rojo vivo de la veracidad de los discursos y lo altera con el dolor y el placer de la pertenencia, de la adhesión y fidelidad que se transforma en militancia. La necroescritura traduce lo que no se puede identificar. “Mi cuerpo ya no será la grafía que tú escribas sobre él, significante indescifrable para cualquier otro que no seas tú. Pero ¿qué eres tú, Ley que transformas el cuerpo en tu signo?”.[13]

OTTO DIX

OTTO DIX

La violencia vuelve cada vez con mayor intensidad; su atenuación aparente implica una cuestión de repetición donde el espectro de la violencia discursiva siempre reaparece. Los flujos de su circuito se administran, pero no su intensidad. El padecimiento de ser escriturado por la violencia del discurso se duplica extrañamente en un goce. Los espectros se movilizan por la exigencia de reconocimiento, pero no se sabe de quién, de transformarse en una escritura susceptible de ser leída, en una palabra escrita capaz de ser verbalizada e identificada en una lengua social, de ser transformado en un párrafo de un texto argumentado, bien fundamentado, sin ofrecer inconsistencias lógicas. Esa escritura simbólica ambivalente del cuerpo escriturado por otro que aparece lejano y desaparece sin evanescerse del todo. En su espectralidad es uno y múltiple, los anudamientos de sentido se dispersan evadiendo los intentos de captura y conjuración. Sus reapariciones escapan a los conjuros o exorcismos de los que ha sido objeto.

Las palabras, las instituciones, los medios de comunicación, la educación, la familia, el trabajo, el entretenimiento, las expectativas, los ideales, son los instrumentos de escarificación y de tatuajes donde se graban los discursos en el cuerpo y los hace legibles, transforma la diferencia en normalidad. “Esta serie forma una separación; bordea el derecho (lo arma) y apunta a la carne (para marcarla). Frontera ofensiva, organiza el espacio social: separa el texto y el cuerpo, pero también los articula, al permitir las acciones que harán de la ‘ficción’ textual el modelo reproducido y realizado por el cuerpo”.[14] Los espectros en su maleabilidad se vuelven más etéreos o más consistentes según las exigencias discursivas. Su adaptabilidad es el escudo de su condición. Pueden ser recopilados o se usan y se disuelven; pueden ser utilizados como cosas duras sobre los cuerpos lejanos, desconocidos y pueden ser reutilizables para los cuerpos cercanos. Están hechos para marcar, ceñir, enderezar, cortar, abrir, suturar o encerrar cuerpos en cualquier espacio simbólico o imaginario. La espectralidad permite su acción de forma diseminada, como piezas aisladas de un rompecabezas, pero su eficiencia se inscribe con la contundencia de la totalidad con la urgencia de un sistema mecánico que requiere de la articulación social.

KHAZIEV, “ETNOGRAFÍA”

KHAZIEV, “ETNOGRAFÍA”

Los espectros transforman los cuerpos individuales en un cuerpo social. Hacen que se produzcan en repeticiones de la sentencia discursiva. Otra maquinaria los duplica para desplazar la validez de sus exigencias. El desplazamiento de un universal al particular, de una instancia general a una individual, de un cuerpo al otro se desplaza en una estrategia terapéutica donde los cuerpos y los sujetos se diferencian del grupo, de la unidad social, o de un lugar de cruce para apropiar, de manera singular, la especificidad de sus espectros. Esa miniaturización del orden discursivo implica un cambio de postulados culturales para transformar el lugar de referencia social al cuerpo individual en el que se inscribe un espacio corporal propio, irrepetible. Los espectros reparan a los cuerpos, los identifican, los diferencian, los presentan y los sustituyen, hasta construir cuerpos cuyo automatismo sea susceptible de autorepararse, autoeducarse, autoproducirse, autogestionarse, con un conjunto de instancias ortopédicas, y de herramientas de intervención que les permitan introducir el espectro en la carne para vivificarlo. Lo que introduce el poder del discurso en la carne es su validación porque sólo ella autoriza o reconoce como un cuerpo, las carnes escrituradas mediante tal consigna.

GUILLERMO MARTÍ CEBALLOS, “MULTITUD EN LAS RAMBLAS”

GUILLERMO MARTÍ CEBALLOS, “MULTITUD EN LAS RAMBLAS”

Los espectros deambulan en los cuerpos y en los territorios; la violencia se disputa los espacios y su poder. Cualquier intento por aclarar una línea de tiempo capaz de reconstruir las genealogías o arqueologías está casi condenada al fracaso. Reconstruir una Historia de sus influencias no parece revelar el punto de condensación de sus presencias o sus evanescencias. Pero, lo que sí parece retener su impacto son las vidas rotas, los proyectos truncados y las vidas y cuerpos desaparecidos. La presencia del discurso neoliberal, la retirada paulatina del Estado de sus responsabilidades, las relaciones de complicidad entre el crimen y el gobierno, la vigencia inane de los derechos humanos, las constantes crisis y los reajustes draconianos de la economía financiera, los resquebrajamientos de los mecanismos de incorporación societal, la generalización de la acumulación del valor no basta para evaluar el efecto en las biografías, de la experiencia cotidiana, del empuje vital que cada uno de los habitantes de los territorios, del esfuerzo de los cuerpos, de la intensidad diaria en que cada ser humano realiza sus actividades con la consciencia del riesgo que les implica y el desencanto que merodea. El espacio biográfico en el que se realiza la contingencia vital no se detiene ante la experiencia de precarización y la ausencia total de confianza en las instituciones, en un vacío que sólo es llenado por la espectralidad de la exclusión impuesta por el déspota ejercicio del poder neoliberal.

 

  1. La violencia inconclusa

La aceleración de las violencias produce una vorágine de necroescrituras. Su despliegue, desprende cuerpos y fractura el sentido social. La economía mortífera acompaña cínicamente este proceso. La normalidad se transforma en el testigo protegido de la barbarie de las biografías. Éstas se revuelcan en el desciframiento de tácticas y estrategias, de resistencias y experiencias, de modos y figuras, de relaciones y funciones efectivas que permitan abrir un lugar para actuar ante el poder avasallador del discurso neoliberal.

OTTO DIX, “CERCA DE LAGENMARK” (1924)

OTTO DIX, “CERCA DE LAGENMARK” (1924)

Las biografías se ven acotadas, casi restringidas, a la afirmación de los distintos determinismos que explican la condena a la exclusión, a la precariedad y el avasallamiento. En un contexto donde la vulnerabilidad se intensifica, su agencia política reivindica la imposibilidad de historizar radicalmente la propia vida. El infinito aplazamiento de la veracidad discursiva, arranca toda certeza al poder neoliberal y cancela su horizonte, en una forma donde el poder de muerte se desactiva en la invención de un escenario que restituye el sentido a través de la precariedad subjetiva. Las vidas precarizadas, las biografías violentadas, la misma experiencia desgarrada puntúan las coordenadas para articular una lengua otra que enuncia la violencia y sus necroescrituras, articular palabras para nombrar la destrucción de ciertas humanidades y la emergencia de otras constituye el valor de lo imposible. La desautorización misma de una vida indigna de ser vivida, muestra el reverso que lo constituye, y actúa en una práctica muda que se interpreta y enuncia, con balbuceos, el vacío ausente de la política occidental.

La inestable espectralidad de un saber organizado, su dualidad de presencia y ausencia, la viscosidad vigente de los discursos persuasivos, la alternancia fantasmal entre continuidad y discontinuidad, identidad y deferencia, se espacia biográficamente en la apertura de una lógica de la interrupción y del desvío. En un movimiento que se mueve entre la escritura que instala, dentro y fuera, del orden de lo admisible, y una exigencia ilimitada ante lo otro, se traslada un borramiento de las necroescrituras en función de una articulación de una palabra no unificada en el discurso, de una articulación que exige una pluralidad de aproximaciones, de experiencias indirectas y desvíos discursivos. A través de estas situaciones desautorizadas se opera una desarticulación del poder y una apertura a las imposibilidades de sentido. No para ensanchar el horizonte de comprensión, al modo de una forma alternativa de producción del semiocapitalismo, sino en la lógica de la impotencia, de la imposibilidad misma, donde las escrituras y necroescrituras se enfrentan con un trazo que traspasa la argumentación persuasiva y de sentido compartido de las insignias del saber y del poder.

Esta articulación precaria habla de forma intermitente, discontinua. No se expresa a partir de la comunicabilidad o de la representación. Es un habla expresiva, sin finalidades ni utilitarismos. Las biografías se instalan no en el logos, sino en el grafo vital de aquello que se rechaza, con todo el esfuerzo de desalojo para atender un lugar de la divergencia operativa en la experiencia misma de aquello que disloca. Esta experiencia se sitúa entre dos tiempos, en la aporía existencial que marca la diseminación, para expresarlo en términos de Derrida, esa diferencia por la que no se hace unidad, sino que en su retorno no se reitera, sino que se traza una diferencia que se difiere. Si la violencia discursiva del neoliberalismo, su necroescritura, se inscribe a través del sufrimiento que ocasiona, la intensidad de la violencia ha de reiterarse para ser diferida, acaso ya transferida en una economía particular para que lo mismo llegue a ser a su vez, en su regreso espectral que lo reitera, distinto en su intensidad. La ruina del discurso implica el advenimiento del habla singular y diferida, en virtud del desencantamiento del discurso.

Posiblemente se considere la ineficiencia de la palabra ante la muerte, ante el orden de cosas, ante la vigencia y el poder del neoliberalismo. Pero, el desvarío de sus saberes desmonta la operatividad de los mismos, la capacidad persuasiva, la fuerza de sus sentidos se vuelven inoperantes ante el advenimiento de otra lengua que los interrumpa; si las prácticas de resistencia civil, si las reformas o contrarreformas estructurales, no han logrado desmontar la firmeza neoliberal. Las palabras, la fragilidad y labilidad de las palabras interrumpen el orden consolidado, a diferencia de la argumentación circular que la afina e intensifica, una palabra venida de otra parte, de la parte maldita, de aquel lugar desde donde no puede salir nada, no es absorbida en su extrañeza.

La absoluta continuidad del discurso se relativiza, adviene un carácter provisional que redunda en su desmoronamiento e inoperatividad. El poder discursivo, retórico, veritativo, adviene inoperante. La potencia de sus necroescrituras trazan sin dejar marca, sólo el intento de presentarse como desconocido requiere el trabajo de reconducirse por las brechas de lo conocido a través de la asimilación, la adecuación, la correspondencia o la similitud en la continuidad radical de lo ya probado. Esa continuidad discursiva busca perpetuar las mismas formas de relación ante el mundo y los otros. Unidad que adviene en un totaletrarismo que absorbe otras escrituras, esa otra escritura biográfica que instala la infinitud y ajenidad a las gramaticalidades y semánticas validadas de forma argumentada. Un registro otro, un archivo otro al movimiento dialéctico que se consagra a la luz del día y de las razones admitidas.

Las bioescrituras degradadas, oscurecidas por el poder de la muerte, dejadas fuera del registro de validaciones establecidas por el argumento del poder, interrumpen con la aspereza de la nocturnidad, con el carácter del fragmento y de la precariedad se afirman, sin lugar privilegiado, un trazo de relación diferente, donde ya no se trata de reunir a la productividad, sino del lugar para la dispersión vulnerable y precaria, para dar lugar a la vida que se lleva consigo, no la vida abstracta de la humanidad, sino la vida del cuerpo en su singularidad, esa misma vida que lo instala en una relación ante el mundo y los otros, para que advenga en una escritura distinta que interrogue los modos de verdad. La experiencia de las biografías precarizadas, siendo imposibles de sostener sin transformación del poder, exigen reservar lo que en ellas existe de inaprensible alteridad. La tarea que atañe al pensamiento es la de velar el sentido ausente y hacerse cargo de salvaguardar el desgarramiento íntimo e histórico de la diferencia.

El aparente desastre de la precariedad biográfica no consiste en una amenaza, sino en su reverso. La precariedad es la coordenada que reclama que no se vulnere la vulnerabilidad. Que éstas no se transformen en coacción y chantaje. Las biografías acuñadas desde el señalamiento y el vilipendio de la precariedad ponen el cuerpo para detener la vulneración de lo ya precarizado dejándolo sin porvenir; el diseño necroescritural de la violencia que precariza se apropia de aquello sin lo cual el espectro no vendría a la presencia. Si estas consideraciones son imposibles, se puede hablar ahí donde la necroescritura ha dejado sin palabras, ahí donde se extienden las excepcionalidades y se instrumentalizan las precariedades de distinta índole, ahí donde los cuerpos han alterado su valor y emergen nuevas formas de subjetivación, los mismos espectros de la violencia se disuelvan el desastre que ellos mismos organizan.

 

Bibliografía

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  10. Rivera Garza, Cristina, Los muertos indóciles: necroescritura y desapropiación, Tusquets, México, 2013.
  11. Sánchez Prado, Ignacio M., “Máquinas de precarización: afectos y violencia de la cultura neoliberal” en Mabel Moraña y José Manuel Valenzuela Arce (Coordinadores), Precariedad, exclusiones y emergencias: necropolítica y sociedad civil en América Latina, Gedisa, España, 2017.
  12. Sofsky, Wolfgang, Tiempos de horror: amok, violencia, guerra, Siglo XXI, México, 2004.

 

Notas

[1] Sofsky, Wolfgang, Tiempos de horror: amok, violencia, guerra, p. 166.
[2] Agamben, Giorgio, El tiempo que resta: comentario a la carta a los romanos, p. 17.
[3] Rivera Garza, Cristina, Los muertos indóciles: necroescritura y desapropiación, pp. 17-25.
[4] Derrida, Jacques, Espectros de Marx: el estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional, p. 111.
[5] Böckenförde, E. W., “Der begriff des politischen als schlüssel zum staatschtlichen Wer Carl Schmitts, p. 284, citado en Montserrat Herrero López, El nomos y lo político: la filosofía política de Carl Schmitt, p. 244.
[6] Jesi, Furio, Spartakus. Simbología de la revuelta, p. 63
[7] Derrida, Jacques, “De l’économie restreinte a l’économie genérale” en L’écriture et la différence, pp. 369-407.
[8] Sánchez Prado, Ignacio M., “Máquinas de precarización: afectos y violencia de la cultura neoliberal” en Mabel Moraña y José Manuel Valenzuela Arce (Coordinadores), Precariedad, exclusiones y emergencias: necropolítica y sociedad civil en América Latina, p. 115.
[9] Deleule, Didier, et. Al., El cuerpo productivo: teoría del cuerpo en el modo de producción capitalista, p. 90.
[10] De Certeau, Michel,”La economía escrituraria” en La invención de lo cotidiano: 1 Artes de hacer, p. 152.
[11] Ibid., p. 153.
[12] Moraña, Mabel, El monstruo como máquina de guerra, p. 180.
[13] Shakespeare, William, La comedia de las equivocaciones, III, 1, 13, citado en DE CERTEAU, Michel, ”La economía escrituraria” en La invención de lo cotidiano: 1 Artes de hacer, op., cit., p. 153.
[14] Ibid, p. 154.

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