Edgar Morin, su pensamiento y la complejidad

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Edgar Morin, su pensamiento y la complejidad

El único conocimiento que vale es aquél que se nutre de incertidumbre.

El único pensamiento que vive es aquél que se mantiene

a la temperatura de su propia destrucción.

Edgar Morin

 

Resumen

No se puede hablar de complejidad sin citar al filósofo-sociólogo francés Edgar Morin. A pesar de ser un concepto que está de moda en el ámbito educativo-social-cultural, la complejidad se nutre de su entorno-contexto-pensamiento hacia su redefinición en cada aportación en que se le invoca, siendo más que un concepto solución, un concepto problema. Cuando Edgar Morin se adentra en el estudio del conocimiento se da cuenta que no puede eliminar la complejidad en la búsqueda de este, ya que ésta es parte integral de la propia vida y del universo.

Palabras clave: pensamiento complejo, conocimiento, incertidumbre, evolución, paradigma, ciencia.

 

Abstract

You cannot talk about complexity without citing the French philosopher-sociologist Edgar Morin. Despite being a concept that is fashionable in the educational-social-cultural field, complexity is nourished by its context-context-thinking towards its redefinition in each contribution in which it is invoked, being more than a solution concept, a problem concept. When Edgar Morin delves into the study of knowledge, he realizes that he cannot eliminate complexity in the search for it, since this is an integral part of his life and the universe.

Keywords: complex thinking, knowledge, uncertainty, evolution, paradigm, science.

 

Los grandes cambios en la humanidad surgen después de colisiones significativas. El conocimiento más cercano a nuestra realidad demuestra una verdad inminente: el futuro no nos pertenece. Existe siempre un grado de imprevisibilidad en el futuro, así como la posibilidad de que algo suceda, aunque nuestros avances científicos y tecnológicos nos puedan decir algo sobre el porvenir, nunca dejará de haber sorpresas.

La incertidumbre en forma de duda permeaba el comienzo de la ciencia y la filosofía, la objetividad de los fundamentos científicos trataba de evitar la vulnerabilidad del observador y recurrir a seguridades, de la misma manera que los conceptos trascendentales hicieron lo propio en la filosofía. Con los avances científicos de los siglos XIX y XX, el mundo empezó a percibir una revolución que lo acercaba hacia su propio conocimiento y Edgar Morin atestiguó, a principios de 1970, cómo las barreras que habían suscitado los diversos campos del conocimiento comenzaban a disuadirse. Hablar de física, química, biología, ecología, informática o filosofía en conjunto, resulta para Morin no tan extraño si pensamos en la complejidad entrañable que los une.

El redescubrimiento del tiempo en las ciencias del mundo fisicoquímico testifica en sí mismo que la historia de la ciencia no es una lenta acumulación de datos que se incorporan en un enunciado simple y unánime, “La historia de la ciencia es una historia conflictiva, de elecciones, de apuestas, de redefiniciones inesperadas”.[1] El trabajo de Edgar Morin emerge dentro de este caos de los fundamentos. La naturaleza de la naturaleza (El Método 1), La vida de la vida (El Método 2) y El conocimiento del conocimiento (El Método 3), representan su propia investigación que trata de re-descubrir no sólo conceptos como evolución, complejidad, incertidumbre, sino las mismas bases del conocimiento que estaban en crisis a principio del siglo XX. Un cambio estaba ocurriendo en el mundo y Morin se propuso descifrarlo. Dicha transformación traería consecuencias en la auto-organización, y desde este punto de vista, el pensamiento complejo parecía una repercusión natural de ello.

Los más grandes progresos de las ciencias contemporáneas se han efectuado reintegrando al observador en la observación. Cosa que es lógicamente necesaria: todo concepto remite no sólo al objeto concebido, sino al sujeto conceptuador, “[…] ninguna ciencia ha querido conocer la categoría más objetiva del conocimiento: la del que conoce. Ninguna ciencia física ha querido conocer su naturaleza humana. El gran corte entre ciencias de la naturaleza y las ciencias del hombre oculta a la vez la realidad física de las segundas, la realidad social de las primeras”.[2]

Los paradigmas que habían imperado en la ciencia clásica no dibujaban la realidad que trataban de dar a conocer; su objetividad y pureza era un atentado contra la propia humanidad del conocedor. Hasta el siglo XIX fue considerado algo lógico e inmutable la división de las ciencias por su objetividad y resultados al buscar la razón objetiva y omitir la subjetividad del observador. El mundo estaba en proceso de metamorfosis, no sólo en su entorno o socialmente; la evolución que imperaba en la vida, naturaleza y universo se apoderaba del conocimiento y emergían acaloradas charlas de acontecimientos que antes ignorábamos y ahora hacían presente una regla inminente a la propia existencia: nada dura para siempre.

Darwin lo observó en la Isla Galápagos, Einstein lo demostró con la relativización del tiempo, Edward Lorenz y su concepción de la meteorología hizo patentes las modificaciones que sufría el clima con los cambios en la temperatura, las corrientes de aire, el grado de humedad en la atmósfera, entre otras variaciones, que acertadamente Lorenz representó con el aleteo de una mariposa.

Edgar Morin, en un esfuerzo titánico, tomó asiento y comenzó a adentrarse en la biología, la física, la filosofía, la termodinámica y la informática, tratando de desenmarañar en ellas el factor que las hacía tan ajenas al descubrir el punto de unión de todas: el sujeto observador. Complejizando sus estructuras y principios, Morin demostró los conceptos y divisiones que mantenían a las ciencias separadas entre sí, pero también expuso las líneas imaginarias que interconectaban los saberes del conocimiento, de ello emergería el paradigma de la complejidad para su pensamiento.

Lo que intenta y realiza es, mediante la aplicación de su teoría de la organización y de su paradigma de la complejidad, llevar a cabo una complejizarían de nuestra concepción de estas realidades, así como una superación de raíz de los reduccionismos generados sobre los temas que nos ocupan, dicho de otro modo, “Morin intenta huir de concepciones y explicaciones reduccionistas y simplificadoras de los fenómenos humanos. Para ello, elabora un paradigma (un elenco de principios de inteligibilidad) de la complejidad que nos permita una concepción compleja, no reduccionista, de los fenómenos y realidades humanas”.[3]

Morin contrastó las diferentes teorías de las ciencias con la realidad y obtuvo como resultado que al complejizar las mismas, las barreras del conocimiento que las separaban se desmoronaban. La observación de un agujero negro sería imposible sin el observador inteligible que lo conceptualice y estudie. El observador no tendría vida sin un hábitat en el universo. La Tierra poblada de observadores vacíos de ideas los llevaría sólo a saciar las necesidades primarias que su naturaleza les exigiera. Nuestra evolución nos ha llevado a realizar preguntas y a buscar respuestas, pero esto no nos exime de lo desconocido y de lo poco conocido. Un grado de incertidumbre permea nuestra existencia y nos liga a ella como la indeterminación del tiempo que nos permite distinguir lo cambiante, lo efímero, lo irrepetible e irreparable de cada momento.

El surgimiento de lo no simplificante, de lo incierto, de lo confuso, a través de lo cual se manifiesta la crisis de la ciencia del siglo XX es, al mismo tiempo, inseparable de los nuevos desarrollos de esta ciencia. Lo que parece una regresión, desde el punto de vista de la disyunción, de la simplificación, de la reducción, de la certidumbre (el desorden termodinámico, la incertidumbre microfísica, el carácter aleatorio de las mutaciones genéticas) es, por el contrario, inseparable de una progresión en tierras desconocidas.[4]

En este escenario surge parte del pensamiento complejo de Morin, quien trata de re-encontrar la complejidad de nuestra naturaleza, vida y universo, remontándonos a nuestro pasado que surte efectos en nuestros días. No existe una división entre cuerpo biológico, ubicación física en el universo y nuestros pensamientos, como para que tengamos que representarlos en ciencias ajenas entre sí. Un hombre no puede ser extraño a su realidad y es la función de la ciencia dotarlo de un conocimiento que lo acerque a ella.

El re-conocimiento que Edgar Morin pretende lograr en el ser humano es volverlo a conectar con la consciencia de sí, de su existencia y de su entorno. No puede negar su descendencia, mucho menos mostrarse indiferente a las otras especies. Somos, al final, habitantes de un mundo que se ha transformado para albergarnos, no para seguir buscando una supremacía que sólo nos aleja más de la realidad compleja. En esta nueva alianza con su entorno, con el mundo, Edgar Morin nos invita a reflexionar sobre el sentido que dará el conocimiento a nuestra propia existencia. Poseer aún más datos de nuestros orígenes en lugar de vincularnos a nuestra evolución o con la irreversibilidad del tiempo, nos aleja, cada día más, de entender la complejidad de la vida.

El conocimiento de la sociedad no puede empezar con «el hombre». Formamos parte de un medio que es el de todas las presencias de la vida planetaria en evolución, y tenemos como referente obligado el medio físico que nos compone y nos rodea. El cuerpo no es un tema ajeno o secundario, menos el cerebro que interactúa y coproduce la sociedad y la cultura a partir de un circuito complejo de acciones y retroacciones que construyen y modifican sus enlaces y terminales. En ese entrecruzamiento se producen mutuamente los seres pensantes, el mundo pensado y las energías organizacionales y evolutivas que nos inscriben en toda la realidad, llegue ésta hasta donde llegue y abarque lo que abarque, aun si no lo sabemos y si no llegamos a saberlo jamás.[5]

MULTIVERSIDAD MUNDO REAL, EDGAR MORIN, IMAGEN TOMADA DE HTTPS://MULTIVERSIDADREAL.EDU.MX/

Ante esta nueva posibilidad de conocimiento, el mundo nos invita a reinventarnos. Reconocer las complejidades que nos rodean nos sensibiliza con nuestra humanidad. No podemos negar los procesos históricos sociales, ni la evolución de las ciencias físico-químico-biológicas, pero poseer entendimiento sin un sentido de nuestra humanidad nos condena, como lo vemos con el cambio climático, a una sociedad que perfecciona bombas para la destrucción de sus congéneres, a una religión que sirve de arma para acabar con un pueblo.

A partir del reconocimiento de nuestra inserción-evolución físico-biológica, desembocamos en el autoconocimiento, gobernados por nuestro cerebro computante, que funciona interactuando con su contexto y aliado con el universo. En el centro de la antro-política que propone Morin se encuentra el ser humano, “[…] donde se irán interproduciendo el sujeto y el objeto, reformulación compleja que combate la división y la simplificación del pensamiento, completándolo”.[6]

Nuestro organismo es una fiel representación de la complejidad de la que emerge la vida, el universo. Cada día crea millones de interacciones para que seamos capaces de conocernos y visualizarnos como hoy lo hacemos, pero no se puede pensar que la evolución ha terminado y que el conocimiento ha llegado a una certidumbre total, por el contrario, es necesario re-conocer que aún existe la posibilidad (mientras haya vida) de auto-eco-organizarnos adaptándonos y evolucionando en este mundo que es vulnerable a nosotros y que aún no terminamos de reconocer.

Un pensamiento complejo nunca es un pensamiento completo. No puede serlo. Porque es un pensamiento articulante y multidimensional. La ambición del pensamiento complejo es rendir cuenta de las articulaciones entre dominios disciplinarios fracturados por el pensamiento disgregador (uno de los principales aspectos del pensamiento simplificador), esto es: “Implica el reconocimiento de un principio de incompletud y de incertidumbre. Pero implica también, por principio, el reconocimiento de los lazos entre entidades que nuestro pensamiento debe necesariamente distinguir, pero no aislar, entre sí”.[7]

Morin considera que no se puede simplificar un pensamiento que emerge de una realidad que es compleja. La propia posibilidad del pensamiento revela la interconexión de miles de millones de neuronas para la creación de una sola idea en nuestro cerebro. Nada es simple en este universo de posibilidades y nuestra “máquina hipercompleja” es prueba fehaciente de ello. Un conocimiento consciente de la complejidad de la vida nos permitirá crecer en esta incertidumbre que nos acecha y que representa la posibilidad pérdida-aprendizaje de nuestra propia vida. Pensar en un conocimiento acabado es cerrarnos a la posibilidad misma de conocer. Reflexionar acerca de saberes absolutos es imaginar que hay un creador único quien posee toda esa información.

El conocimiento en lugar de ir cerrando sus brechas de investigación hoy en día permite reflexionar y hacer presente que el sujeto debe generar un conocimiento con conciencia de su realidad: “Se trata, por el contrario, de considerar por fin la idea de progreso en su complejidad. Para esto, hay que destruir la idea de un progreso simple, asegurado, irreversible, y considerar un progreso incierto en su naturaleza, que conlleva «regreso» en su principio mismo, un progreso, hoy en día, en crisis a escala de cada sociedad y, por supuesto, del planeta en su conjunto”.[8]

El pensamiento complejo emerge en esta crisis en donde las teorías que buscan sus fundamentos en conceptos simples y aislados se derrumban ante la reorganización y transdisciplinariedad del conocimiento. No se puede subestimar la oportunidad de aprender de la vida, de la naturaleza, y del universo en la auto-organización de los mismos. La incertitud nos invita a reafirmar nuestra condición humana, efímera, en degradación y la complejidad de todo lo que nos rodea.

El pensamiento complejo de Edgar Morin, pareciera ser más que un concepto solución, un concepto problematizador que invita al sujeto pensante a realizar una autorreflexión y en consecuencia, una reconsideración de su propio conocimiento, que al igual que nosotros, no se encuentra aislado del mundo ni del universo, por el contrario, emerge de la dialógica organizacional que está presente en las interconexiones que hacen posible que todo suceda. Por lo tanto, el pensamiento complejo es un pensamiento inacabado que seguirá nutriéndose mientras exista la posibilidad de conocimiento, de la vida y en consecuencia, del universo.

 

Biliografía

  1. Gutiérrez Gómez, Alfredo, “Edgar Morin y las posibilidades del pensamiento complejo”, Metapolítica, Revista trimestral de teoría y ciencia de la política, Vol. 2, Núm. 8, octubre-diciembre, p. 643.
  2. _____________________, cit., p. 649.
  3. Morin, Edgar, El método 1. La naturaleza de la Naturaleza, Editorial Cátedra, España, 2010, 9ª Edición, pp. 23-24.
  4. ___________, ¿Hacia dónde va el mundo?, Paidós, España, 2012, p. 41.
  5. ___________; Roger C. Emilio; D. Motta, Raúl, Educar en la era planetaria, Editorial Gedisa, Barcelona, 2006, p. 67.
  6. Prigogine, Ilya; Stengers, Isabelle, La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia, Alianza Editorial, España, 2004, 4ª reimpresión, pp. 12-13.
  7. Solana Ruiz, José Luis, “Cerebro, espíritu, conocimiento y psiquismo. Contribuciones desde la antropología compleja de Edgar Morin. Principios epistemológicos, cómputo y conocimiento”, Gazeta de Antropología, Núm. 13 (02), 1997, p. 1.

 

Notas

[1] Prigogine, Ilya; Stengers, Isabelle, La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia, ed. cit., p. 12.

[2] Morin, Edgar, El método 1. La naturaleza de la Naturaleza, ed. cit., pp. 23-24.

[3] Solana Ruiz, José Luis, “Cerebro, espíritu, conocimiento y psiquismo. Contribuciones desde la antropología compleja de Edgar Morin. Principios epistemológicos, cómputo y conocimiento”, ed. cit., p.1.

[4] Morin, Edgar, El método 1. La naturaleza de la Naturaleza, ed. cit., p. 29.

[5] Gutiérrez Gómez, Alfredo, “Edgar Morin y las posibilidades del pensamiento complejo”, Metapolítica, Revista trimestral de teoría y ciencia de la política, ed. cit., p. 649.

[6] Ibid., p. 643.

[7] Morin, Edgar; Roger C. Emilio; D. Motta, Raúl, Educar en la era planetaria, ed.cit., p. 67.

[8] Morin, Edgar, ¿Hacia dónde va el mundo?, ed. cit., p. 41.

 

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