Demosofía

JACQUES-LOUIS DAVID, “LE SERMENT DU JEU DE PAUME” (1790)

 

Trad. Maria Konta

 

Resumen

La democracia y la filosofía son sólo las dos caras de la respuesta a la misma perplejidad: la de una asamblea humana que ya no tiene un vínculo sagrado para congregarse (ni natural, pero de hecho los dos se confunden). No sería abusivo acoplarlos para formar la demosofía: el arte o la ciencia de discernir el pueblo, su naturaleza, su bien.

 

La democracia y la filosofía son la misma cosa en la medida en que ambas se relacionan esencialmente con una falta de fundamento.[1] La democracia es el estado en el que un grupo se encuentra desprovisto de líder y de ley. La filosofía es el estado del pensamiento desprovisto de principio y de regla.

 

En ambos casos se trata de inventar y en ambos casos no se trata de lograr un resultado definitivo (que eliminaría toda deliberación de decisiones y toda elaboración de significados). Por eso la democracia y la filosofía aparecen juntas en la historia occidental, ya que esta historia se separa de las formas sociales y simbólicas sacudidas por profundas transformaciones. Es una época de pérdidas y de necesidad de inventar. Esta es la época griega, judía y romana, pronto también del Islam.

 

Fuera de esta historia, siempre se trata de otra cosa: las formas de gobierno y las formas de pensamiento extraen sus recursos de yacimientos de formas y fuerzas que se hacen fructíferas mediante invenciones notables que siempre se relacionan con un fondo inmemorial (mitos, sabidurías, regímenes simbólicos). Estas son las artes de gobernar y las artes de pensar, no es la urgente necesidad de merodear con la precariedad y el desconcierto. Hay cultos tradicionales o incluso meditaciones y recitaciones, así como reyes, sacerdotes, chamanes. El orden está asegurado, la regularidad, el ritmo, bajo la condición de una jerarquía irrefutable.

 

Al contrario, en la democracia y en la filosofía hay una prisa, una agitación, la avidez de los miserables, mientras que en los imperios o en las tribus hay una seguridad, una majestad que atraviesa incluso la miseria y las tiranías — sin impedir ni las guerras y tampoco las conquistas. Asimismo, en el Occidente está despertando una lógica de producción y progreso más que una sabiduría de reproducción y de conservación. Se podría decir que el Occidente se ha visto empujado hacia el crecimiento (modelo orgánico e innovador) mientras que en otros lugares se agarró del crecimiento (modelo acumulativo y transmisor).

 

Pero la agitación ha conquistado el mundo cuando se volvió tecnológica en un sentido de la palabra que implica ir más allá del uso de la información y de forzar los elementos. El ejemplo y el símbolo está en la navegación: con el timón único, conocido en la antigua China pero poco utilizado, por otro lado desarrollado y perfeccionado en la Europa de los siglos XIII-XIV, los navíos pueden trazar mucho mejor y más rápido su camino a través de los océanos. El uso de la pólvora explosiva en armas de fuego tiene una historia similar. En pocos siglos, el complejo tecnológico que se ha convertido en industrial, gerencial y empresarial ha extendido su red a todo el planeta. La democracia y la filosofía, en su íntima conexión, han sido parte de esta extensión.

 

Podríamos decir que la democracia y la filosofía forman una tecnología dual de forzar el elemento simbólico. Donde no existe un principio u orden sagrado o natural, es necesario inventar la ley misma, es decir tanto el funcionamiento de la asamblea social como los fundamentos y / o la finalidad de este funcionamiento. No hay democracia sin un cuestionamiento de la posibilidad misma del derecho, no hay filosofía sin una práctica de la discusión de principios y fines.

 

Platón podría parecer contradecir esta afirmación, ya que se opone a la democracia. Pero lo hace sólo en nombre de lo que cree que es la verdad de la gente reunida en la ciudad. Incluso podemos decir que Platón confirma la simbiosis de la democracia y de la filosofía como la realidad de un solo proceso: el de dar sentido y consistencia a la existencia que le falta. Pero la existencia es común y es por esta razón que todas las culturas siempre han recibido disposiciones para el mantenimiento y la prosperidad de la comunidad.

 

La democracia y la filosofía son sólo las dos caras de la respuesta a la misma perplejidad: la de una asamblea humana que ya no tiene un vínculo sagrado para congregarse (ni natural, pero de hecho los dos se confunden). No sería abusivo acoplarlas para formar la demosofía: el arte o la ciencia de discernir al pueblo, su naturaleza, su bien.

 

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La demosofía habrá formado el aspecto político, jurídico y especulativo del emprendimiento tecnológico comprometido en el Mediterráneo preeuropeo. El mundo romano fue su primera producción, seguida de Europa.

 

De que esa expansión tecnológica también ha sido un emprendimiento de dominación, no hay duda. La cuestión hoy ya no es revelar la dominación, sino ver que la fuerza dominante ha perdido la seguridad que se atribuía a sí misma y que hasta cierto punto todos la reconocieron. El poder técnico no tiene nada que ver con la capacidad de dar sentido a la existencia. Es por eso que hoy la democracia y la filosofía, consideradas como tecnologías de la vida común, funcionan mal.

 

Esta marcada debilidad, sin embargo, solo se nota en las llamadas sociedades desarrolladas. Para otros, el conjunto del bienestar relativo occidental (alimentación, salud, ocio, comodidad doméstica, movilidad, etc.) constituye un modelo y un impulso del deseo. Pero es precisamente el deseo el que empieza a abandonar a las naciones desarrolladas. Se dan cuenta de la vanidad e incluso del vacío de una vida sometida a una enorme máquina tecnoeconómica que gira sólo para unos pocos a los que enriquece exponencialmente mientras otros pueden captar cada vez menos hacia lo que la máquina los impulsa. Ya no es la jerarquía, es el privilegio del poder el que gobierna.

 

Ahora la demosofía era la verdadera promesa del progreso y su dominación: había que llegar a una humanidad renovada y realizada, justa, pacífica y capaz de más que aguantar y sufrir. Pero la gran mayoría de la humanidad de hoy no hace más que aguantar y sufrir. Algunos porque están ostensiblemente y cruelmente privados de la comodidad de los demás, otros porque no encuentran fuerza, ni aliento de vida en la gigantesca e incomprensible maquinaria que envenena sus vidas tanto como pretende emanciparlos.

 

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La promesa estaba mal, al menos que nos equivocamos, los viejos demósofos o demosofistas, y una humanidad completamente diferente se está gestando, convirtiéndose en parte integrante de la gran maquinaria. Y esto no podemos representarnos a nosotros mismos.

 

Sin duda, hay una gran cantidad de seres humanos en la tierra para quienes diversas formas de religión, creencias y observancias rituales proporcionan los puntos de referencia necesarios, las fuerzas y los alientos sin los cuales no existimos. Que los dioses y espíritus de cada comunidad velen por ella. Sin embargo, no es fácil de entender y sobre todo gestionar la copresencia e interferencia de formas tan divergentes o incluso contradictorias de recursos existenciales.

 

De hecho, por un lado, el demos parece haber perdido todo lo que podía darle forma y consistencia. Por otro lado, la sofía parece transferida a un cálculo general de algoritmos. En ambos lados el vigor del deseo, que siempre se vuelve hacia lo incalculable, da paso al rigor del cálculo. Y, sin embargo, nadie sabe qué sería calcular, si no las habilidades de cálculo en sí mismas.

 

Por tanto, no mantendremos el término “demosofía”: sólo debería servir para marcar la promesa que ha quedado en terreno baldío. La historia moderna de la humanidad, en el momento en que se envuelve en la historia de un mundo intraconectado y desprovisto de representación de sí mismo, nos presenta dos formas vacías: el “pueblo” y el “pensamiento”. Es decir, la existencia y el sentido. Solo sabemos una cosa: los dos conjuntos están cerca de desaparecer en otra realidad, compuesta por poblaciones y cálculos, o aparecer bajo una luz completamente nueva que aún no sospechamos. Por eso, “democracia” y “filosofía” vuelven a ser el doble nombre, quizás anacrónico, de lo que ya no puede ser una promesa sino que se convierte en una emergencia.

 

POSDATA

 

Es tanto menos necesario preservar la “demosofía”, ya que es fundamental considerar con palabras lo que queda después de esta cirugía. Queda este otro compuesto: la filocracia. Es decir, el amor al poder. Ahora bien, una demosofía que sería un verdadero pensamiento del pueblo, por ello y para ello, debería respetar sobre todo esta filocracia que es una de las fuentes más poderosas de la conducta humana. Esto no significa que no se necesita ningún poder sino que el amor al poder debe ser controlado, canalizado, instruido en otro amor, el de la vida y el de la palabra. Esto es lo que la democracia y la filosofía deben considerar juntas.

 

Notas
[1] El original en francés intitulado “Démosophia” fue publicado el 22 de noviembre 2020 en PhilosophyWorldDemocracy. Véanse: https://www.philosophy-world-democracy.org/démosophia