DIRK.SKIBA FOTOGRAFIE, JEAN-LUC NANCY EN BERLÍN (2016)
Trad. Maria Konta
Para Joanna
La mayoría de las veces, las reediciones de los libros no me sugieren ni adiciones y tampoco transformaciones. Generalmente prefiero que un libro permanezca cerrado en su forma original. Si se necesita decir algo más, que eso abra un nuevo texto, no una extensión o adición al primero.
Con este libro es diferente. Las reediciones aparecen llegar en el momento perfecto para escandir el movimiento ininterrumpido en el que continúa el latido de este corazón. Hace cuatro años noté de esta manera el pensamiento de la “sobrevivencia” que venía de haber superado diez años de trasplante. Hoy no estoy muy lejos de los veinte, esto será en 2011, si llego allí. Esta sobrevivencia siempre me parece más como una vida suplementaria, si no excedente. Siempre más vida concedida a este ser vivo que la intrusión -mecánica y química- le quitó a la muerte que iba a ser suya.
Mientras tanto, otros desaparecen a mi alrededor. Lo noté para Derrida en 2005, tengo que hacerlo hoy para Lacoue-Labarthe. A él tampoco, ningún trasplante pudo reparar su cuerpo por el cual él mismo había sido un feroz intruso, envenenándolo con tabaco y alcohol y ese muy amargo tóxico que proviene de la sensación de no estar o hacer lo que uno debería.
Al menos se me permite pensar que si la máquina de la sobrevivencia se agarrota, solo puedo culpar al desgaste normal de las máquinas. No tengo que sufrir el destino del tipo de un cáncer, ni la roedura de mi vida por mis pensamientos.
El desgaste de la máquina favorece nuevas intrusiones. Mi cadera izquierda había sido reparada con tornillos desde hace un accidente muy antiguo, con el tiempo recientemente se hizo necesaria una prótesis. Pero después de la introducción del eje de titanio en el corazón del hueso, mi corazón, al que siempre llamo “mi corazón” sin el menor motivo oculto, ha hecho “una pausa” (esa es su palabra). Se observó, se concluyó en un problema permanente. Introducción de un pacemaker (“marcapasos”, me gusta esta palabra, lamento no tener traducción: “hacedor de paso”, “hacedor de cadencia” …). Pero ahora la sonda así introducida en el corazón provoca la aglutinación de una colonia de cándida (“levadura” u “hongo”). Se desarrolla una endocarditis virulenta. Debo retirar urgentemente el marcapasos. Durante el tratamiento de la infección, un producto administrado en forma de infusión ayuda al corazón. Luego ponemos un nuevo dispositivo, “epicárdico”, es decir, nada de lo que penetra en el interior del corazón. Se coloca en mi estómago donde crea una pequeña protuberancia inédita, discreta pero a veces sensible. Intruso acechando contra el primer intruso – y en el vientre, cualquier ambiente que no sea la caja torácica: no estructura sino zona, región de pasajes, intercambios, ósmosis, ni de pulsaciones y tampoco de flujos. Como si la mecánica (que es electrónica) realmente se entrometiera aquí en lo orgánico. De hecho, lo entiendo cada vez más, hay varios organismos: al menos el mecánico, el químico, el nervioso, el sensorial y el visceral. El intruso me da una percepción más relajada de este ensamblaje que me hace “yo”.
¿Tiene algo que ver con el episodio que sigue en unos meses? Una embolia pulmonar (edema, dificultad para respirar) que no arregla el mal estado de la válvula tricúspide (nuevamente un nombre poderoso, agudo). No se sabe. Siempre diluye la sangre mientras continúa el tratamiento antifúngico. La intrusión farmacológica se convierte en la impregnación, en la infusión.
Al mismo tiempo, el virus H1N1 continúa con su epidemia de la que uno no sabe bien si es una pandemia o no. Pero los receptores de los trasplantes deben estar vacunados e incluso inyectados dos veces. Al mismo tiempo, también los debates se desencadenan en torno a las medidas que deben tomarse, o no, para prevenir los graves daños al medio ambiente, cuyo anuncio siempre parece más creíble. Pienso: cuando nos quedemos sin agua y aire, comida, energía, ¿qué pasará con los trasplantes? Son un ejemplo notable de cómo las técnicas se entrenan y se encadenan una y otra vez, al igual que la habilidad médica se refina sin cesar, se vuelve más sutil y, al mismo tiempo, se obliga a sostener cada vez con más fuerza los vínculos de las técnicas que moviliza.
Por el momento, sin embargo, la idea de la intrusión no cesa de desvanecerse: todo es intrusivo en este inextricable entretejido de “naturaleza” y de “artificio” que forma el mundo de los hombres, es decir, el mundo entero, absolutamente y sin afuera. En verdad, este enredo me da cada vez menos la sensación de ser ajeno -¿a qué orden “natural” estaría?- y cada vez más la conciencia de una familiaridad cada vez mayor con este cuerpo arreglado, improvisado, equipado. Porque es así, porque desencadena todos estos episodios, estas intervenciones, estas transformaciones, me acerca a una intimidad que probablemente ignoraría si tuviera mi edad. Ciertamente, tengo la edad del trasplante. Pero también estoy “gran reserva”, como dicen, de los muy buenos licores.
¿Soy una especie de embriaguez para mí? Sin duda. A veces ligero, aireado, a veces vertiginoso, pesado, pero siempre lejos de dejarme en la simple certeza de que sería “yo mismo”. Sentir que el “yo” está infinitamente atrás o adelante es la sensación, el sentimiento, el sentido de que ningún significado y ninguna identidad sepan saturar.