El altar sobre el altar: la superposición tópica del lugar sagrado

ALTEVIR VECHIA: “NUESTRASEÑORA DE LOS REMEDIOS Y LA PIRÁMIDE DE CHOLULA” (2006)

 

Resumen

En este texto se emplea el concepto de “huellas” —usado comúnmente para análisis textuales— para comprender espacios arquitectónicos, específicamente para problematizar si los lugares de culto prehispánicos sobre los cuales se construyeron iglesias cristianas pueden considerarse textos “indecibles” y carentes de originalidad —si se sigue la noción de huella de Jacques Derrida—, o más bien, son un “legado” firme para ser interpretados, siguiendo a Hans Georg Gadamer. Desde la pauta gadameriana de la construcción de sentido a través de la huella, propongo que, a pesar de la superposición tópica que han sufrido esos lugares en la historia (poniendo un altar sobre el otro), el lugar de culto mantiene su sentido, es decir que se preserva la esencia de lo sagrado.

Palabras clave: huella, sagrado, altar, espacio, Derrida, Gadamer.

 

Abstract

In this paper I utilize the concept of “footprint” —commonly used for textual analysis— in order to understand architectural spaces and specially to stablish if cult prehispanic places on top of which Christian churches have been built can be deemed as “unspeakable” texts lacking originality —following Derrida’s idea of footprint—, or rather they are a firm legacy to be interpreted, following Hans Georg Gadamer. From the latter’s point of view concerning construction of sense, I propose that, in spite of the topic superposition that these places have endured throughout history —placing a sacred place over another—,the cult place maintains its sense, that is to say, the essence of sacred is preserved.

Keywords: footprint, sacred, altar, place, Derrida, Gadamer.

 

Ya no conocerás a la ciudad,

pero ella recuerda bien:

anécdotas petrificadas

se deslizan furtivas

por delante de la llegada.

Amistades y enemistades

forman dos filas bajo nubes

sinuosas (como si comenzara

el cielo a derretirse).

En el oscuro prisma

de los ojos la calle que te recibe,

infinita, inmóvil,

como si no tuviera otra cosa que soportar.[1]

Michael Krüger[2]

Las ciudades tienen su propia memoria. A pesar de que sus antiguos templos se convirtieron en otros nuevos, las calles adoptaron otros nombres, los parques se volvieron un mal comercial, las casas de otros tiempos quedaron en las fotografías a blanco y negro; las piedras y las ruinas yacen bajo otras estructuras de cemento y son testimonio de un tiempo que habla no solo de los cambios y trasformaciones de un lugar sino de su propio originen. Cada ciudad tiene su propio prisma, sus propios dolores y sus anécdotas, como dice el poeta y editor alemán Michael Krüger, tiene rostros que muchas veces los ojos del transeúnte local o extranjero no ven, pasan por alto, pero que inundada de gestos y muecas son huellas de un pasado en el presente, y que se presentan como testimonio, es por esto que el presente texto indaga sobre la pregunta, ¿Son los altares precolombinos huellas de un texto original que puede ser interpretado o son rastros indecibles que no dicen nada sobre su origen?

 

Hay en cada ciudad una historia que habla de sus propias huellas, pero las huellas que en este texto interesa abordar, son las que muestran las ruinas de lo que antaño fueron ciudades y sobre las cuales se construyeron otras, como un efecto poderoso de superposición física e imposición de otra manera de pensar y otra forma de vida. Derribar antiguos monumentos para construir otros nuevos, decapitar a unos dioses para adorar otros nuevos ha sido una manera de la construcción de las ciudades, la destrucción para la construcción.

 

Para el caso de Latinoamérica, muchas ciudades se construyeron sobre otras ciudades ancestrales, como una estrategia de colonización y de dominación a través de la suplantación del espacio arquitectónico. Este proceso fue un modo, entre otros, de dar originen a algunas ciudades, unas totalmente derribadas y nuevamente edificadas; otras usando de base las ruinas de las anteriores para instalarse. Este proceso es evidente y se muestra de manera más concreta en los altares, en las iglesias, de allí surge esa pregunta ¿Cuál es el sentido de la superposición tópica en los alatares precolombinos?

 

¿Qué es una huella?

 

La huella es como una sombra, sombra de algo, aparece borrosa pero visible. No es plenamente una inscripción que pueda leerse con claridad, pero se sabe que dice algo. Puede entenderse por huella el rastro que deja algo anterior, como la huella de un animal que deja en la tierra o en la nieve al pasar y que es importante para un cazador, o la huella dactilar que es la forma de identificación de una persona, porque se estima como el sello original y auténtico de un individuo en particular. La huella puede ser entendida como el original en sí mismo o puede ser copia inexacta de otro original, en ambos casos la huella remite siempre a un ejercicio interpretativo y constituye una pista, una guía o pauta de investigación o una idea inicial de todo acto hermenéutico.

 

Para el filósofo francés Jacques Derrida, por ejemplo, cuando trata sobre la interpretación y lectura de texto, habla de la “huella”, como algo “indecible”, porque no tiene realmente en sí mismo un significado, ya que el significado de todo texto se construye por la relación entre signos de manera inestable, toda lectura viene siendo para el autor, una construcción sobre el texto que se lee, una construcción que forma a su vez otro texto diferente, convirtiéndose en cada uno de ellos en el signo que remite a otro signo y este a otro, y así sucesivamente, para conformar significados todos ellos diferentes y cambiantes.

Por tal razón, para este autor:

 

La interpretación no nos entrega nunca los objetos en su verdadera presencia, sino como “huellas” que nunca se podrán hacer plenamente presentes. En toda interpretación, el sentido último queda pues perfectamente diferenciado, diferido (différence), desplazado, distanciado. Y ello a tal punto que ni siquiera se puede saber dónde termina un “texto” y comienza otro: “Il n’y a pas de hors-texte”.[3]

 

Así, la huella es lo que permite diferenciar un texto de otro, y convertir al anterior en huella del siguiente, en un movimiento repetitivo.

 

De allí que, para Derrida, “La huella es, en efecto, el origen absoluto del sentido general. Lo que equivale a decir, una vez más, que no hay origen absoluto del sentido en general. La huella es la diferencia que abre el aparecer y la significación”,[4] sería una especie de presencia perceptible de algo que no está, porque no hay un más allá de la huella, no hay algo anterior a ella, solo hay una ausencia y la huella entonces es solo un simulacro que se percibe y remite necesariamente a otra huella sin encontrar realmente un original, solo hay huellas de huellas, son marcas que no dicen en sí mismas algo, “La noción habitual de huella supone la idea de un original al que se refiere, del que es huella y que es hallado en la percepción. Sin embargo, el rasgo singular de la huella derridiana es precisamente la imposibilidad de encontrar originales en su presencia inmediata”.[5]

 

Sin embargo, el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer (1900-2002), en su texto de 1984 titulado Hermenéutica tras la Huella, entra en discusión con Derrida al respecto, para afirmar que la huella no es eso “indecible”, no es solo una marca imborrable que no enuncia contenido por sí mismo, por el contrario, una huella es legado de algo anterior, “Las huellas tienen una determinación previa, y no son arbitrarias”.[6] Una huella sí dice algo sobre algo dejado atrás, no están porque sí, indican el camino que se debe seguir en toda lectura interpretativa, en toda investigación, indicando el paso a seguir, funcionando como pistas, dando pautas iniciales para buscar, apareciendo como luces que llaman la atención y marcan una dirección sin importar si son palabras, gestos o imágenes absurdas.

 

Las huellas serían aquellas que suscitan preguntas y las preguntas abren las respuestas, “¿Dónde podemos esperar una respuesta? Baste pensar a dónde pueden llevar las huellas del camino, las huellas de la escritura, las sentencias del oráculo, los juegos fantásticos o las inspiraciones poéticas”.[7] A las huellas hay que preguntarles, para poder comprenderlas y sentirlas, ya que “[…] sólo para quien está en marcha y busca el camino adecuado está la huella en la conexión del buscar y del percibir que da comienzo al sentir la huella”.

 

Por esto, para Gadamer, “[…] la huella se constituye”.[8] Su sentido se va formando en la medida en que se va preguntando y respondiendo como parte de un rastrear las huellas, conectándolas, creando puentes y diálogo entre ellas, en ese juego entre presencia y ausencia, entre lo que se muestra y lo que se oculta.

 

Esta característica de la huella como algo latente que muestra algo pero no del todo, y cuyo rastrear las huellas posibilitan la comprensión de algo, ya estaba presente en Martin Heidegger, para quien el ser, como todo fenómeno, tiene la cualidad de “lo‐que‐se‐muestra‐en‐sí‐mismo, lo patente”,[9] y una de sus formas de mostrarse es como una apariencia de lo que quizá no es o sí es, cuando se afirma que el ser como todo ente, es fenómeno, también se afirma que el fenómeno tiene un rasgo que no es tan visible, un rasgo de él que solo aparece, como una manifestación de algo, de alguna manera vedado, pero habla, contiene realmente el sentido de todo el fenómeno, el sentido de todo ser,  de allí que diga que “[…] cuánto hay de apariencia, tanto hay de ‘ser’”; en ese caso, la huella tendría cierta relación con ese aparecer del fenómeno del que habla Heidegger, porque toda huella muestra algo pero no del todo, y sin embargo dice mucho.

 

En el texto ¿Para qué poetas? (1946), este autor, reflexionando sobre Hölderlin, “[…] atribuye a los poetas la tarea de rastrear (spüren) la huella (Spur) de los dioses huidos, porque solo ellos permanecen en su huella como presencia de una ausencia, que remite a lo que se sustrae y se manifiesta como tal sustracción”.[10] En la poesía estaría precisamente ejemplificado esa cualidad de la huella, muestra y dice, pero a la vez oculta, porque no es explícito, hay que interpretarlo y sólo quien lo lee y sabe decodificarlo, lo comprende, solamente el que experimenta y se enfrenta a la huella y a su ambigüedad es capaz de reconstruir un posible sentido que permita entender el texto completo.

 

Por tales razones, coincido con Gadamer en la idea de que la huella, tiene un sentido necesario para la lectura e interpretación de cualquier texto, porque es bajo el supuesto de que la huella dice algo o quiere decir algo, que es posible preguntar y construir un nuevo sentido o recuperar el sentido originario, encontrando “algo en común” (Gemeinsames) entre la huella y el texto, enriqueciendo así cualquier trabajo hermenéutico.

 

Tomando como base esta conceptualización de la huella, es que pienso abordar las huellas de las ciudades, específicamente de las construcciones de los altares precolombinos. Las huellas que aparecen en ellos son como textos que dicen algo para ser interpretado, ese algo, puede tener una variedad infinita de significaciones, desde las más racionales hasta las más inverosímiles, desde las más científicas hasta las más míticas, explicaciones místicas, sociológicas, etnológicas, antropológicas, filosóficas, que enriquece la especulación y el pensar una obra arquitectónica y las huellas que están presentes y que a la vez dejaron atrás en el pasado.

 

Las huellas de las construcciones ancestrales pueden ser infinitas en la medida en que siempre hay preguntas y silencios que dicen y a la vez no lo dicen todo, funcionan como sugerencias e indicaciones, que mencionan en un mismo lugar el pasado que se quedó anclado bajo tierra y sobre el cual se alza un presente, en una simultaneidad temporal espacializada.

 

Hay siempre algo que se escapa en la huella arquitectónica, a pesar de existen en el espacio físico y como objetos materialmente tangibles unas piedras, unas columnas, unas escaleras, algún resto de muros, objetos enterrados, hay algo que se queda sin decir sobre ellos, pero que no por eso deja de desencadenar un decir y una voz.

 

El nacimiento de las ciudades y sus huellas

 

Se pueden mencionar distintas razones por las cuales una ciudad nace y deja rastros. Por su geografía, economía y su cultura. La primera, tiene que ver con la escogencia geográfica y los puntos estratégicos que favorecen las condiciones naturales para suplir las necesidades básicas de alimento, vivienda y seguridad de un pueblo para asentar sus viviendas y el despliegue de una forma de vida social, política y económica, dejando construcciones, vasijas, cerámica cerca a esos, monumentos en lugares geográficamente estratégicos.

 

Por ejemplo, algunas ciudades se formaron a orillas de un río por mencionar algunas; Londres, Roma, París, Florencia al lado del río Arno, Sevilla sobre el río Guadalquivir, Estrasburgo al lado del río Rin, Oporto a lado del río Duero, Buenos Aires al lado del río de la plata. Otras se ubicaron entre montañas; como Monterrey en la sierra madre oriental de México, Quito en la ladera del Volcán Pichincha, Bogotá en la meseta de la cordillera oriental, La paz en la cordillera de los andes en medio de montañas y del nevado más alto de la región andina Illimani, Vancouver en las montañas rocosas de Canadá, Dublín y los Montes Wiclow de Irlanda, Lhasa en la cordillera del Himalaya. Las diversas condiciones geográficas y sus ecosistemas son un rasgo importante para la creación de las ciudades y en donde están las huellas materiales de su nacimiento y desarrollo.

 

Hay un aspecto importante además de la ubicación geográfica, que tiene que ver con las necesidades económicas que no solo posibilitan una lógica comercial, sino además un desarrollo de la cultura. Cuando se cumplen con la idea de que las ciudades se constituyen gracias al intercambio de mercancías, formándose como lugares comerciales y focos económicos alrededor de los cuales nace la ciudad, entonces se habla de ciudades que surgen principalmente por la actividad económica, donde ese llevar y traer, vender y comprar, permite el establecimiento de la vida y de diversas tradiciones, especialmente estas ciudades son las que desde sus inicios funcionaban como puertos con salida al mar y que empezaron a enriquecerse, como El Cairo en la antigüedad Mesopotámica, pero podría mencionarse en la actualidad, ciudades como, Barcelona, Rotterdam, Nueva York, Lima, Panamá, La Habana, Río de Janeiro, San Petersburgo, Hong Kong, entre otras.

 

Por otro lado, están las ciudades que se originan por el establecimiento o fundación de los centros de poder, ciudades que en un principio son bases militares y luego se construyen como fortalezas o ciudades donde se concentra posteriormente la vida política y cultural, pero que en sus inicios son lugares ocupados por estrategias que derivan de guerras e intereses expansionistas o que fueron fortalezas que se construyeron para defenderse de los enemigos, como Pekín y su muralla china o la ciudad amurallada de Cartagena de indias, por mencionar algunas.

 

No obstante, hay ciudades que nacieron porque se construyeron sobre ciudades previamente constituidas, ciudades devastadas cuyas ruinas sirvieron de base arquitectónica para alzar otra nueva, ciudades que, en vez de formarse en nuevos lugares, quizá lugares baldíos, se instalaron literalmente encima de otra.

 

Si se piensa en una de las ciudades más antiguas, Jericó (3000 a. C.), una ciudad ubicada cerca al río Jordán, en una colina en Palestina, que tiene aproximadamente más de 10 mil años de antigüedad, se sabe, a partir de investigaciones arqueológicas, que los primeros habitantes de Jericó no eran aquellos recolectores y cazadores que alzaron esas construcciones en piedra y un famoso muro. Habían antaño “[…] unas viviendas circulares semienterradas en el suelo y con una única habitación. Fueron esas casas las que crearon la base de la primera Jericó”.[11]

 

Si se hicieran excavaciones en algunas ciudades, se encontraría —como en Jericó— que sus edificaciones se hicieron sobre otras que ya existían, otras ciudades construidas, destruidas y reconstruidas una y otra vez sobre los mismos cimientos, no siempre las ciudades se dan de manera natural, y pacíficamente se asientan en una ciudad abandonada, sino también como resultado de un conflicto o una guerra, como el lugar conquistado y ocupado por el enemigo.

 

Se puede mencionar a Alepo (4000 a. C.), una ciudad que en el año 1800 a. C. fue del pueblo hitita nombrada bajo el nombre Khalpe, luego tomada en 1600 a. C. por el pueblo asirio, posteriormente tomada por los griegos en 333 a. C. cambiándole el nombre por Boroea, y en el año 64. a. C. parte del imperio Romano bajo el nombre de Halep y luego del imperio bizantino, y cuyos momentos históricos se puede apreciar en sus construcciones, en sus monumentos, plazas, y fortalezas medievales islámicas,[12] y que sigue siendo protagonista de una serie de cambios, dado el conflicto interno en Siria, y que han destruido a la ciudad misma y ha borrado varios monumentos y espacios de la antigüedad, pero esas mismas ruinas son también parte del proceso de cambio de la ciudad.[13]

 

Así, el aspecto geográfico, económico y el político militar, no son las únicas razones para entender el origen de una ciudad, ya que hay algunas que surgen sobre los monumentos de otra, surgen por las ruinas de otras, el hecho de que una ciudad se construya sobre otra parece cumplir con el determinismo de la historia de Hegel, cuyo motor se alimenta del movimiento y flujo de fuerzas opuestas, entre la construcción y destrucción, entre la decadencia y de la emergencia.

 

Es decir, que el proceso de la historia implica su propia contradicción como también la tiene todas las cosas de la realidad, un principio que motiva la realidad en su totalidad, la esencia del espíritu que mueve a las cosas, al sujeto, a la naturaleza, al pensar, a la historia.  Como afirma Hegel en las primeras páginas de la Fenomenología del espíritu, “La cosa no se reduce a su fin, sino que se haya en su desarrollo, ni el resultado es el todo real, sino que lo es en unión con su devenir; el fin para sí es lo universal carente de vida, del mismo modo que la tendencia es el simple impulso privado todavía de su realidad”.[14]

 

Puede decirse entonces, que la contradicción da originen a las ciudades, proceso intrínseco a ellas. En parte la construcción de las ciudades implica o ha implicado una destrucción anterior o la construcción de algo opuesto o distinto. Las ciudades y sus construcciones como cosas de la realidad objetiva no son estáticas, están en movimiento y por lo mismo han estado y seguirán estando expuestas al cambio, transformándose, producto de la contradicción y de la negación interna que abarca a la realidad, que abarca como diría Hegel, el espíritu absoluto y a pesar de ese movimiento histórico al que están expuestas dejan rastros permanentes en el espacio.

 

La superposición tópica de los altares

 

Por lo dicho anteriormente es que se conectan las ciudades con las huellas, ya que si bien hay ciudades que se han construido bajo las ruinas de otras, esas ruinas son las huellas que hablan y dicen veladamente algo, que permite comprender el significado de las ciudades, para entender que a pesar de la presencia imponente de las construcciones que hay en el presente, no son auténticas sino que tiene huellas que remiten a un pasado que requiere ser descrito a la luz de una posible interpretación y que se inscriben como huellas en las piedras, bajo las montañas, bajo tierra, en algún rincón curioso que se deja atisbar. Las ruinas son las huellas de las ciudades, son enunciaciones internas de algo externo, algo similar a lo que llamaban los filósofos estoicos el endiathetos, la palabra interior, esa palabra innata de una palabra pronunciada (prophorikos), es decir, de la construcción que se ve en el presente.

 

Hay algo que se oculta y que es “indecible”, en las huellas de las ciudades arcaicas, huellas de unas ciudades que ya no existen. Cada cultura ha edificado sus propias ciudades y el testimonio más visible de que en algún tiempo existieron, son las ruinas que se han dejado ver o que han salido a la luz luego de excavaciones. Cada cultura o pueblo ha construido como parte de su desarrollo lugares de culto, y los lugares del poder político, además de otros espacios lúdicos y habitacionales.

 

Los lugares de los que se quieren hablar ahora son de los templos, los que se construyen para la adoración de divinidades, para el culto religioso y que posee para los creyentes un espacio sagrado, de allí su etimología, templum: el edificio o el palacio sagrados, que debe ser construido con los mejores atuendos porque representa a la divinidad misma y tiene poderes más allá de los terrenales. Los templos no están hechos para dormir y comer en ellos, están hechos para la celebración y la adoración.  De allí que se disponga de la escogencia de cierto espacio, de cierta luz y de una ubicación especial e importante dentro de las ciudades.

 

Las construcciones de los templos cristianos en Latinoamérica, por ejemplo, que se construyeron a partir de 1500 d. C hasta 1800 aproximadamente,[15] fueron muchos de ellos construidos sobre altares y templos de ciudades prehispánicas y usando muchas veces de base las mismas rocas y/o usando sus columnas, o túneles, o simplemente poniendo un piso sobre él y erigiendo una iglesia con el símbolo de la cristiandad.

 

Es a esto a lo que me refiero con el término superposición tópica, es decir, el poner algo en el mismo lugar donde esta otro. Un ejemplo sería la pirámide de Cholula, en el estado de Puebla, México, que cubierta por la vegetación en lo que hoy se ve como una montaña, se construyó literalmente sobre ella que se fue la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios y que es la patrona de la ciudad de San Andrés Cholula.

 

Dicha montaña, llamada también Tlachihualtépetl (cerro hecho a mano en náhuatl), guarda en su interior las huellas de la construcción piramidal que no se visualiza a simple vista, un túnel de 8 kilómetros por el que se puede cruzar, atravesando la montaña, y en él se puede observar, además de la piedra originaria, las escaleras ascendentes o descendientes[16]que según cuentan los guías turísticos —y que hace parte de la leyenda—, cuando escucharon que los conquistadores se acercaban, los locales cubrieron el templo sagrado con tierra. Lo cierto es que, formaba parte de un complejo arquitectónico más amplio, y sobre la pirámide descansaría, según las teorías, el templo en adoración al dios de las nueve lluvias, Chiconaquiahuitl, que no solo era un lugar oratorio sino también de sacrificios humanos, dado los hallazgos de cadáveres pre-coloniales que se han encontrado dentro de la pirámide, que a su vez tuvo varias construcciones de otros templos sobre otros templos pertenecientes a otras culturas y etnias. Antes de la iglesia, una cruz para consagrar el lugar donde una congregación franciscana seguramente encontró huellas de culto indígena.

 

Según relata Fray Juan de Torquemada, en Monarquía indiana (1592-1613) “[…] en este lugar pusieron los religiosos de San Francisco, que son los que desde sus inicios han adoctrinado e industriado en la fe […] una cruz, luego que entraron en él, has que edificaron en el mismo lugar una ermita de la vocación de nuestra señora de los remedios, que es ahora de mucha devoción y se va a decir misa a ellos todos los sábados”. La devoción seguramente continuaba desde los años pre-coloniales, pero cambiaron a los dioses; suplantación y derrocamiento de unos dioses por otros, pero el espacio siguió, y sigue siendo un lugar de culto, de adoración, donde los feligreses que suben hasta la cima y entran en la pequeña iglesia, toman una bolsita de agua bendita con fe en que por medio de sus oraciones, podrán sanar a sus enfermos. Y eso lo hace notar el hecho de que, las ruinas que se pueden ver bajo la pirámide de Cholula, permitan generar una experiencia que se conecte con el tiempo pasado y el uso que se les daba, el tiempo prehispánico y el tiempo sagrado en el presente, como diría Marc Augé: “[…] contemplar unas ruinas no es hacer un viaje en la historia, sino vivir la experiencia del tiempo, del tiempo puro”.[17] Un tiempo que se abre como un libro.

 

De manera muy similar ocurrió en Suramérica, en el imperio inca, en la ciudad capital del Tahuantinsuyo,[18] Cusco (Qosqo, en quechua) en Perú, especialmente en la plaza principal de la ciudad. De acuerdo con lo que se cuenta, estuvo rodeada por palacios de los Incas, “[…] construidos para albergar a sus ‘panakas’ o familias reales extendidas; uno de aquellos palacios fue el Kiswarkancha perteneciente al Inka Wiraqocha que en su costado oriental poseía un edificio de forma circular denominado ‘Suntur Wasi’ que era una especie de casa de armas y escudos; y sus dos iglesias menores catedral”,[19] la cual fue construida en 1539 sobre estas dos primigenias construcciones, en el mismo lugar de aquel palacio del dios más importante para los incas, el creador de todas las cosas, el sol, la luna, las estrellas, el tiempo, del inca más importante de los quechuas, Viracocha.

 

En esta catedral Basílica de la Virgen de la Asunción, sus templos tienen varias huellas, por ejemplo la iconografía del altar del templo del triunfo, que habla de la ayuda que tuvieron los españoles del apóstol Santiago, para matar a los quechuas, y otras tantas cosas como cuadros de la última cena con alimentos propios de la región, el altar a la Sagrada Familia, además del templo principal de la catedral donde se encuentra, por ejemplo, la famosa imagen del Señor de los Temblores, talla en madera, orfebrería de oro pero predominantemente de plata, la cripta donde se encuentran sepultados los restos de inca Garcilaso de la Vega; pero las huellas que más llaman la atención, son aquellas que se pueden ver en el suelo de la catedral, la cual, en uno de sus pasillos tiene una rendija donde se pueden ver unas escaleras con cráneos dentro del antiguo palacio, que era un templo ceremonial y ritual,  que fue en su mayoría, destruido. El acto de la superposición tópica no es solo el de la destrucción, sino de la suplantación de una fe en otra, y ha sido una práctica común de los pueblos conquistadores, el ocupar los lugares más importantes de los enemigos, del pueblo conquistado.

 

Y el cristianismo ya tenía unas prácticas especializadas para el fomento y expansión de su fe y de su cultura, a través de la suplantación de otra religión. Por citar un ejemplo, de esa superposición tópica de templos a manos de los cristianos, está lo que sucedió con el olvidado pero imponente templo de Serapis, en Alejandría, en el mismo lugar de la biblioteca y el famoso faro de Alejandría y el Museion, santuario dedicado a las musas,[20] donde los griegos y egipcios le rezaban conjuntamente al mismo dios, el cual fue destruido, lo quemaron, le quitaron la cabeza a la escultura, “[…] un poco más tarde, se construyó sobre las ruinas del templo, una iglesia que albergaba las reliquias de San Juan Bautista, un insulto final al dios. Y a la arquitectura. Era naturalmente, una escritura de categoría inferior”.[21] Así como se puede observar en la iglesia de nuestra señora de los remedios en Cholula, o en la catedral de Cusco.

 

Los cristianos en Roma, a la cabeza de Constantino, no solo destruyeron a los dioses, usando la consigna del Deuteronomio, “[…] suprimiréis todos los lugares donde los pueblos que vais a desalojar han dado culto a sus dioses, en lo alto de los montes, en las colinas, y bajo todo árbol frondoso. Demoleréis sus altares, romperéis sus estelas, quemareis sus cipos, derribaréis las esculturas de sus dioses y suprimiréis su nombre de su lugar” (Deuteronomio, 12: 2-3).

 

El que Constantino atacase los templos no lo convertía en un vándalo. Estaba llevando a cabo la buena obra de dios, así como los frailes y las congregaciones religiosas en América. En un pasaje que describe la historiadora, dice:

 

[…] y así empezó todo. En los grandes templos romanos y griegos se forzaron las puertas, —así lo recoge Eusebio— y sus estatus se llevaron al exterior para después mutilarlas. Una vez desmantelado el material que parecia aprovechable, y comprobando su valor fundiéndolo al fuego, se reservaban todo lo que de pecio pensaban iban a necesitar, poniéndolo en un lugar seguro… también se atacaron los templos; bajo sus órdenes (las del emperador) se les quitaron las puertas, se les arrancaron los tejados, otros fueron abandonados y se dejó que cayeran en ruina, o fueron destruidos.[22]

 

Es decir, que la práctica de la superposición tópica, a través del desmantelamiento y destrucción, ya era parte de las técnicas de colonización y expansión del cristianismo. Podría afirmarse con Michel Onfray que:

 

[…] la historia del judeocristianismo está llena de ruinas; pensemos en el arco de Constantino que conmemora la victoria del emperador cristiano contra Majencio en el puente Milvio y sus diez primeros años en el poder: el arco fue edificado entre finales de 313 y el verano de 315, esto es, en unos veinte meses, con materiales recuperados de las edificaciones paganas destruidas. La primera basílica de Roma y los monumentos de Constantinopla también fueron construidos con piedras paganas. El cristianismo recicla el paganismo tanto en su arquitectura como en la elaboración de su fabula.[23]

 

Un acto violento de destrucción, y luego suplantación y nueva construcción; se destruye para crear en el mismo espacio uno nuevo, pero que no es nuevo, no es auténtico, es una la escritura que tacha otra escritura como un palimpsesto que pretende borrar la memoria, pero dejando huellas. Pretende forzar a creer en una nueva fe e ideología, pero que realmente no es tan nuevo, porque la fe ya existía, y muchos dioses terminan pareciéndose. Esta huella del pasado ancestral de los templos como un mensaje violento, devastador y avasallador, contiene en sí, un vestigio de algo que no cambia, y es el sentido de su religiosidad. Es decir, que no se ha podido borrar del todo el pasado, y lo que se ve es la imposición de un poder hegemónico que triunfa física, ideológica y arquitectónicamente sobre otro.

 

Así como el pastiche en la pintura, técnica propia de la restauración donde se pinta sobre lo pintado, o de las construcciones sobre lo ya construido, ruinas sobre ruinas, como un acto simbólico que no puede ser a un lado, sino sobre el lugar preexistente, así también pasaba en escribir sobre lo escrito, “[…] los monasterios comienzan a borrar las obras de Aristóteles, Cicerón, Seneca y Arquímedes. Las ideas heréticas —y brillantes— se convierten en polvo. Se raspan las páginas de Plinio. Se escribe encima de las líneas de Cicerón y de Séneca. Se vela a Arquímedes”.[24]

 

Esta superposición tópica de los altares, de los cristianos sobre los prehispánicos, por lo general se da por suplantación o superposición del lugar, como un ejercicio de imposición ideológica, religiosa y cultural, pero también se preserva el valor sagrado de los espacios, de alguna manera conservan los lugares de los dioses antiguos, aunque anteponiéndolo a uno mayor y de mayor fuerza, es decir, de los dioses del conquistador, del que triunfa, como el lugar del triunfador, el lugar del poderoso y del victorioso.

 

Llama la atención las formas y estrategias que ha utilizado la fe cristiana para expandir su ideología, su cultura y su fe, a través de la suplantación de los lugares sagrados o la destrucción de ellos. Huellas de una superposición tópica que refleja un modo de dominación cultural.

 

De allí que la superposición tópica de la que he hablado es la forma en que se muestran esas huellas de distintos tiempos, pero fusionados en un mismo espacio, donde habla de la historia un pueblo, de la dominación de la cristiandad y también de la conservación de los espacios de culto. Aunque ya no se adore a las montañas y se le hagan sacrificios humanos, aunque en su suelo ya no se entierre a los incas o la realeza de los indígenas, aun se sigue subiendo a la montaña, se paga penitencia para llegar a la iglesia, se sigue orando y usando objetos de adoración, se hacen promesas para recibir un beneficio a cambio, continúan siendo en esencia un lugar sagrado, donde permanece el origen de lo divino, la experiencia con lo sagrado se mantiene a pesar del cambio de los ídolos y los rituales. La conservación de esa esencia sagrada está en el espacio construido, ese es el sentido de tal superposición tópica, el de conservación. El tiempo muestra la transformación de un lugar, pero el espacio mantiene el sentido originario.

 

Bibliografía

  1. Augé, Marc, El tiempo en ruinas, Gedisa, Barcelona, 2013.
  2. Derrida, Jacques, De la Gramatología, Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires, 2003.
  3. Hegel, G. W. F., Fenomenología del Espíritu, Fondo de Cultura Económica, México, 1987.
  4. Litvinoff, Diego, “El concepto de Historia de Hegel a Marx”, en XII Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, Departamento de Historia, Facultad de Humanidades y Centro Regional Universitario Bariloche, Universidad Nacional del Comahue, San Carlos de Bariloche, 2009.
  5. Nixey, Catherine, La edad de la penumbra, Taurus, Bogotá, 2019.
  6. Onfray, Michel, Vida y muerte de Occidente, Paidós, Colombia, 2018.
  7. Universitario Bariloche, Universidad Nacional del Comahue, San Carlos de Bariloche, “La ciudad más bella y elegante del mundo”, en BBC Mundo, 24 diciembre 2016. https://www.bbc.com/mundo/noticias-38393572.
  8. Vásquez Rocca, A., “Derrida: Deconstrucción, “différence” y diseminación. Una historia de parásitos, huellas y espectros”, en Nómadas. Critical Journal of Social and Juridical Sciences, Vol. 48, Núm. 2, 2016, pp. 289-301. https://doi.org/10.5209/NOMA.53302.

 

Notas
[1]Poema tomado de: Soros, Juan, “25 poemas sobre la ciudad”, traducción de José Luis Reina Palazón, en Ángulo Recto. Revista de Estudios sobre la ciudad como espacio plural, Vol. 1, Núm. 2, 2009. www.ucm.es/info/angulo/volumen/volimen01-2/textos01.htm.ISSN:1989-4015.
[2]Michael Krüger (1943) es un editor y escritor alemán, importante en la escena literaria del siglo XXI, que resalta por su obra poética, por ejemplo, Carta a casa (1993), De noche bajo árboles (1996) y Wettervorhersage (pronóstico del tiempo) (1998).
[3]Vásquez Rocca, A., “Derrida: Deconstrucción, ’différence’ y diseminación. Una historia de parásitos, huellas y espectros”, ed. cit., p. 290.
[4]Derrida, Jacques, De la Gramatología, ed. cit., p. 84.
[5]Vásquez Rocca, A., Op. cit., p. 298.
[6]Ibid. p. 250
[7]Hans George Gadamer, Hermenéutica tras la huella, p. 240. Versión on-line. https://repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/188/22189_La%20hermen%E9utica%20tras%20la%20huella.pdf?sequence=1.
[8]Ibid. p. 242
[9]Martin Heidegger, Ser y tiempo, Parágrafo 7.
[10]Díez Fischer, Francisco, “La hermenéutica de Gadamer como escucha tras las huellas ¿Una hermenéutica de lo inaparente?”, en Escritos, Vol. 26, Núm. 56, 2018, pp. 21-61.
http://www.scielo.org.co/pdf/esupb/v26n56/0120-1263-esupb-26-56-00021.pdf.
[11]Cfr. Imagen en  https://mihistoriauniversal.com/prehistoria/jerico/
[12]Cfr. Imagen en  http://islamicart.museumwnf.org/database_item.php?id=monument;isl;sy;mon01;1;es
[13]“Cómo antes de la guerra Alepo era “la ciudad más bella y elegante del mundo””. En BBC Mundo, 24 diciembre 2016.  https://www.bbc.com/mundo/noticias-38393572.
[14]Hegel, G. W. F., Fenomenología del Espíritu, ed. cit., p. 8
[15]Daud, María Paola, “Las iglesias más antiguas de América”, en Aleteia, 27 de octubre de 2018.
https://es.aleteia.org/2018/10/27/las-iglesias-mas-antiguas-de-america/
[17] Augé, Marc, El tiempo en ruinas, ed. cit.
[18] Tahuantinsuyo significa “las cuatro regiones”.
[19] Cfr. Imagen en https://www.arqueologiadelperu.com/catedral-del-cusco/?print=pdf
[20] Nixey Catherine, La edad de la penumbra, ed. cit., p. 104.
[21] Ibid. p. 107.
[22] Ibid. P. 13.
[23] Michel Onfray, Decadencia. Vida y muerte de Occidente, ed. cit., p. 17.
[24] Nixey, Op. cit., p. 240.