El liberalismo escéptico de Odo Marquard

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Resumen

El siguiente artículo pretende esbozar en líneas generales la filosofía de Odo Marquard. Procederemos a analizar en diferentes apartados sus reflexiones en torno a la relación que posee el ser humano con la tradición, con el cambio, con el ejercicio de la interpretación, con la búsqueda de la felicidad y con la filosofía.

Palabras clave: escepticismo, Marquard, filosofía, tradición, interpretación, felicidad.

 

Abstract

The following article tries to outline in general lines the philosophy of Odo Marquard. We will proceed to analyze in different sections his analysis around the relationship that human beings have with tradition, with change, with the exercise of interpretation, with the pursuit of happiness and with philosophy.

Keywords: skepticism, Marquard, philosophy, tradition, interpretation, happiness.

 

La condición tradicional del ser humano

 

El escepticismo de cuño liberal que cultiva Odo Marquard, se enmarca dentro de la antropología filosófica y aspira a formar al individuo desde la conciencia de la mortalidad. Describe al ser humano como un ser finito que está inmerso en una situación que lo engloba, que es desde donde desenvuelve su existencia, entre la novedad de su nacimiento y la novedad de su muerte. Ese individuo de cara al futuro siempre está enlazando con su pasado ya que “[…] el futuro necesita tradición: «la elección que yo soy» tiene como suelo rocoso la no-elección que yo soy; esta última es siempre nuestra circunstancia necesaria”,[1] pues al ser finitos, estamos obligados a vivir inmersos en las tradiciones y las costumbres del lugar donde nos tocó nacer y desarrollarnos. Esta inevitabilidad de la tradición se debe a que:

 

La moral existente de los usos es contingente, pero (y esto rara vez se tiene en cuenta) no se trata de una contingencia tal que esté a disposición de los hombres escoger esta contingencia u otra completamente distinta, sino que es una contingencia en la que están metidos, y a la que casi no pueden hurtarse en absoluto (o solo un poco).[2]

 

¿Eso significa que el statu quo está justificado desde el principio? La respuesta que daría el filósofo alemán es que “[…] sí, las distintas tradiciones y costumbres están justificadas de hecho hasta que se muestre que es preferible que sean cambiadas”. Debe justificarse el cambio, no la realidad existente. La totalidad de las tradiciones y costumbres conforman nuestro pasado. Una parte de ese pasado con el cual constantemente enlazamos no lo podemos cuestionar, ya que nos constituye íntimamente y, por eso mismo, se sustrae de nuestra percepción y posible cuestionamiento. Hay otra parte del pasado con la cual enlazamos y de la cual nos podemos distanciar, abriendo la posibilidad de cuestionarla si es que deseamos cambiar. Los motivos para el cambio pueden ser variados: sed de libertad, curiosidad, miedo a dejar escapar la oportunidad, desconfianza, etc.; pero siempre en lo tocante a una parte de nuestra vida, no de nuestra vida total.

 

Los hombres conservan y transforman el pasado de donde provienen, pero siempre de forma parcial. El cambio al cual puede aspirar el ser humano es comparado por el alemán, con una operación quirúrgica:

 

Los cirujanos ponderan si es posible intervenir «conservando» el órgano o si es necesario extirpar los riñones, un diente, un brazo o un intestino. Lege artis se recurre al escalpelo sólo si resulta necesario (si existen razones que obligan a ello); si no se renuncia a intervenir o no se corta todo. No hay operación sin tratamiento conservador, pues no es posible extirpar a un hombre completo.[3]

 

El escepticismo de Marquard no afirma que el hombre no pueda cambiar nada, de hecho comprueba que cambia constantemente, solo afirma que es imposible elevarse a un principio que justifique un cambio absoluto. Parte de su llamado a decirle ‹‹adiós a los principios›› es el decirle adiós a la posibilidad de cambio absoluto.

 

Esta íntima dependencia del ser humano con su pasado es retratado de forma brillante en su exposición sobre Hegel y la crítica que hace este último al deber. Hegel señala que la tarea del filósofo es conocer lo que ‹‹es›› y no postular mundos que señalan lo que ‹‹debería ser››, por la simple razón de que lo que es, tiene una realidad objetiva que podemos aprehender y contrastar, mientras que lo que debe ser, es un postulado subjetivo (por lo cual queda librado al capricho personal de quien lo postula).

 

La crítica hegeliana apunta a la separación tajante que establecen algunas filosofías previas a la suya entre el ser y el deber ser: la evidencia y la validez de un fin universal (deber ser) que postula un hombre, depende de las condiciones históricas que posibilitan y median su realización (ser). La realidad es un proceso histórico y contradictorio[4] donde se produce constantemente el cambio, pero el cambio impulsado por un fin universal (deber ser), está siempre mediado por las condiciones históricas (ser) que contribuyen a la realización del fin universal.[5]

 

Esta crítica de Hegel, le permite a Marquard criticar a los pensadores que postulan un ‹‹deber ser absoluto›› buscando un cambio total que borre todo tipo de aspectos negativos de la sociedad humana. Él localiza el origen de este deseo de deber ser absoluto en un principio que denomina ‹‹principio de conservación de la necesidad de negatividad››:

 

Cuando los progresos culturales son realmente un éxito y eliminan el mal, raramente despiertan entusiasmo; más bien se dan por supuestos, y la atención se concentra entonces en los males que continúan existiendo. Así actúa la ley de la importancia creciente de los restos: cuanta más negatividad desaparece de la realidad, más irrita la negatividad que queda, justamente porque disminuye. Los bienes escasos son cada vez más valiosos; los males escasos son valorados cada vez como más negativos: atormentan cada vez más, y los últimos restos de mal son casi insoportables.[6]

 

El filósofo alemán hace un llamado realista a comprender que a pesar que el hombre ha superado múltiples peligros, necesidades, molestias, enfermedades e incomodidades, siempre habrá aspectos negativos con los cuales se tiene que convivir y no se pueden erradicar. La existencia de esos rasgos negativos no puede ser el justificativo para pretender el “cielo sobre la tierra” a través de la postulación de un deber ser absoluto, que al comprobar la existencia del mal en diversas formas, retrata la vida como si fuera un “infierno sobre la tierra”. La vida de los seres humanos en la “tierra sobre la tierra” compuesta de múltiples elementos negativos y positivos. Parte del llamado del escepticismo de Marquard a decirle ‹‹adiós a los principios››, es decirle adiós a la posibilidad de erradicar absolutamente el mal en sus múltiples formas de la sociedad humana.

 

La hermenéutica como forma de razón inclusiva

 

En el apartado anterior vimos que la crítica de Marquard estaba dirigida contra la búsqueda del cambio absoluto y de la erradicación absoluta de lo negativo. Esa crítica a las pretensiones de absoluto en el hombre se prolonga en la crítica a lo que él llama la “razón exclusiva”:

 

En la tradición filosófica griega, la razón fue —con creciente radicalidad— razón exclusiva: excluyó, quitó realidad o anuló todo aquello de la realidad que no entra en el esquema. Lo excluido fue declarado no auténtico, no verdadero, menos real, una nada. La razón excluyó poniendo entre paréntesis lo cambiante, para quedarse con lo permanente; lo finito, para quedarse con lo infinito; lo sensible, para quedarse con lo espiritual; lo contingente, casual, accidental, para quedarse con lo necesario; focalizó lo universal, despreciando lo individual o singular; prefirió la argumentación, desconfiando de lo afectivo; dudó de todo lo que es “motivo de duda” para hacer pie en lo indubitable; ensalzó lo soberano y lo libre, excluyendo lo chocante, lo contrario; lo incondicionado, rebajando lo meramente fáctico e histórico; se mostró bien dispuesta para lo discursivamente consensuado, negándole razón a lo que aparenta no tener y no necesitar justificación, etc. Cada vez más la razón excluyó y excluye, cada vez más fue y es, de acuerdo con mi postulación, una razón exclusiva.[7]

 

El juego entre lo racional y lo no-racional es lo que le da fuerza a la razón exclusiva: para saber lo que es racional en una filosofía o una época hay que preguntar qué se entiende por lo no-racional, lo que es tabú, lo que ha sido reprimido. Para el pensador alemán la razón además de exclusiva puede y debería ser inclusiva. Considera que la razón inclusiva es más racional que la exclusiva ya que derrumba fronteras, y conlleva el aprendizaje de vivir con más realidad. Esta razón inclusiva se ve representada por el ejercicio de la razón hermenéutica o interpretación que establece una relación abierta con aquello que no entra en el esquema propio.

 

La interpretación es una forma de relación con los textos que nos entregó la tradición. Los textos no tienen un ‹‹sentido en sí›› ya que siempre son susceptibles de diversas lecturas y significados. Si no puede haber una lectura única y absoluta de un texto, ¿qué es lo que hace variar la interpretación de un texto? Marquard para responder a esta pregunta nos recuerda que siempre que se entiende algo se lo comprende como una respuesta a una pregunta, y como cada persona que interpreta un texto carga con sus propias preguntas personales, cada una ilumina distintos sentidos del mismo. Incluso una misma persona en dos épocas diferentes de su vida puede leer lo mismo de manera muy diferente porque sus inquietudes han variado. Esta apertura del texto nos exige aprender a convivir entre las distintas interpretaciones, comprendiendo que la mirada del otro nos puede revelar cosas que no entraron dentro de nuestro esquema, que pueden enriquecernos.

 

El escepticismo de Marquard nos muestra que el ejercicio de la razón hermenéutica nos ayuda a ver que los límites entre lo racional y lo no-racional son difusos y móviles, es el ejercicio de la razón inclusiva porque se abre a nuevas realidades en vez de cerrarse a ellas. Parte de su llamado a decirle ‹‹adiós a los principios›› es decirle adiós las pretensiones de interpretación absoluta de los textos.

 

El cultivo de la felicidad como postura ética

 

Dentro de las preocupaciones de Marquard se hallan las preocupaciones éticas. Él postula una visión neo-aristotélica de la ética que revaloriza la búsqueda de la felicidad:

 

La experiencia de la vida muestra que hay una vida de disfrute, una vida de acción y una vida contemplativa. Por lo general, los hombres llegan a ser felices mezclando acertadamente estas formas de vida; sin embargo, hay diversas vías hacia la felicidad. La experiencia de la vida muestra que la felicidad consiste en entregarse a una realidad que nos llena, entendiendo esta entrega como el arte vital racional (areté) de, en la medida de lo posible, no perderse lo importante (libro 1); y muestra también que la felicidad consiste en preservarse frente a una realidad amenazadora, mediante el arte vital racional (areté) de, en la medida de lo posible, no perder lo importante. La experiencia de la vida muestra que el azar (la riqueza, las ventajas físicas, un lugar conveniente para vivir) forma parte de la felicidad, como también el arte de no depender demasiado de él. La experiencia de la vida muestra que, si bien la felicidad se encuentra en las acciones que son fines en sí mismas, ningún ser humano puede acceder sin mediaciones a la felicidad. Quien busca la felicidad sin mediaciones (quien, en lugar de cultivar una determinada profesión o vocación, o en lugar de hacer alguna cosa concreta, se niega a ello y solo quiere ser feliz, de forma exclusiva y directa, como reza el programa de nuestros grupos de autoayuda), no será feliz nunca.[8]

 

Cada ser humano vive en aleaciones de elección y azar, en una mezcla de acciones y sucesos, es decir: vive en historias. Las historias no son planeadas y construidas sino que son padecidas y narradas. El cultivo del arte racional vital busca que el individuo pueda desarrollar y cultivar sus particularidades dentro de sus historias para alcanzar la felicidad. El hombre no vive una sola historia sino que se desarrolla en una multiplicidad de historias, de la misma manera hay que comprender que no existe una libertad absoluta sino que hay una diversidad de libertades otorgadas por la variedad del mundo pre-existente y las historias que se pueden desenvolver dentro de esa diversidad. Estas libertades se pueden ejercer si hay una limitación y contraposición de poderes que afectan al individuo, si ningún poder se vuelve absoluto. A través de la división de poderes se neutraliza y limita la presión de cada poder sobre el individuo para que este pueda desarrollar armónicamente sus múltiples particularidades.

 

El escepticismo de Marquard busca que el individuo se desarrolle plenamente en la diversidad que caracteriza a cada uno para que pueda cultivar de esa manera su felicidad. Parte de su llamado a decirle ‹‹adiós a los principios›› es decirle adiós a las pretensiones de felicidad absoluta, entendiendo que la felicidad siempre depende de la experiencia vital de cada individuo y el arte vital racional con que la afronte.

 

La filosofía como sabiduría de la vejez

 

En el apartado anterior hablamos de que la felicidad surge del feliz encuentro entre nuestra experiencia vital y el arte vital racional. Arte vital racional es otro nombre para la sabiduría. La pregunta que puede quedar en el aire es la siguiente: ¿cómo se desarrolla esa sabiduría? Una de las vías es el cultivo del pensamiento frente a la experiencia vital, es decir: a través de la filosofía.

 

Para Marquard “[…] la filosofía es aquella sabiduría de la vejez alcanzada por quienes aún no son ancianos; simulación de experiencia vital para y mediante aquellos que carecen de ella”.[9] La filosofía es el intento de renunciar al esfuerzo de seguir siendo tontos, cuando a pesar de todo, se piensa. Las diferentes filosofías son la elaboración de la experiencia vital que han decantado en sabiduría, de aquí se entiende que pueden servir para guiarnos en nuestra propia vida, pero entendiendo que estas no son un amuleto que llevamos puesto, el cual prevendría y exorcizaría de los errores que podamos cometer.

 

Como la filosofía es sabiduría de la vejez para quienes todavía no lo son, el pensador alemán define provocativamente a la filosofía como ‹‹literatura trascendental››, esta debe transmitirse en un estilo liviano e ingenioso, donde el juego de la expresión y la composición estéticas se complementan a lo serio, donde la filosofía “[…] debería buscar un trato perseverante con aquellos pensamientos que aún son objeto de atención en situaciones arduas de la existencia y con los que, en caso necesario, se puede soportar toda una vida”.[10]

 

El escepticismo de Marquard ve en su concepción de la filosofía, una sabiduría de la vejez para quienes todavía no lo son, una sabiduría al servicio de la experiencia vital. Parte de su llamado a decirle ‹‹adiós a los principios›› es decirle adiós las pretensiones de que la filosofía sea una guía infalible para la vida, para entenderla como un esfuerzo que puede sernos útil para nuestra experiencia vital, lo cual no nos exime ni nos blinda de nuestros errores.

 

En la antropología filosófica de Odo Marquard late lo humano. Lo humano está atravesado por la finitud, sus circunstancias históricas y sus falencias pero, a pesar de su frágil situación, intenta abrirse a la postura de los otros e intenta buscar la felicidad ayudado por la filosofía evitando la tentación de los absolutos.

 

Para finalizar, creo que estas palabras en las cuales Marquard se reconoce en las enseñanzas de su maestro Ritter resumen muy bien su propia postura filosófica:

 

Ritter me ha transmitido la siguiente enseñanza: observar es más crucial que deducir; que nadie puede comenzar desde el principio, que cada cual debe enlazar con precedentes: a saber, el sentido para lo histórico; que si es necesario, resulta preferible soportar las contradicciones antes que ofrecer una solución aparente; que tales contradicciones se muestran con mayor efecto en personas que en lecturas, y que esto exige ser capaz de vivir con formas de pensar extrañas y aprender de ellas; que, por consiguiente, la mejor constelación filosófica es la menos uniforme; por otra parte, me ha enseñado el sentido para las instituciones y sus deberes; y, a la postre, que la experiencia —experiencia vital— es insustituible para la filosofía. La experiencia sin filosofía es ciega; la filosofía sin experiencia es vacía: en efecto, no es posible filosofía alguna sin haber adquirido la experiencia respecto a la cual el filósofo ofrece una respuesta.[11]

 

Bibliografía

  1. Marquard, Odo, Adiós a los principios, Institució Alfons el Magnánim, Valencia, 2000.
  2. Marquard, Odo, Dificultades con la filosofia de la historia, Pre-textos, España, 2007.
  3. Marquard, Odo, Año Individuo y división de poderes, Trotta, España, 2004.
  4. Marquard, Odo, Felicidad en la infelicidad, Katz, Buenos Aires, 2006.
  5. Marquard, Odo, Filosofía de la compensación, Paidós, España, 2001.

 

Notas
[1] Marquard, Odo, Adiós a los principios, Institució Alfons el Magnánim, Valencia, 2000, p. 24.
[2] Marquard, Odo, Año Individuo y división de poderes, Trotta, España, 2004, p. 52.
[3] Marquard, Odo, Adiós a los principios, ed., cit., p. 25.
[4] Entendiéndose contradictorio como la tensión y lucha de fuerzas históricas que no pueden simplemente armonizar entre sí.
[5] Marquard examina esto exponiendo una larga serie de ejemplos extraídos de Hegel para ejemplificar el vínculo de los fines universales con sus condiciones históricas:
“la libertad por autodeterminación permanecerá ininteligible y sin fuerza vinculante como fin universal hasta que no surja la ciudad greco-europea. La libertad por la interioridad permanecerá ininteligible y sin fuerza vinculante como fin universal hasta la aparición del cristianismo y sus formas y consecuencias modernas; la libertad por el dominio radical de la naturaleza permanecerá ininteligible y sin fuerza vinculante como fin universal hasta la formación de la ciencia natural moderna y la técnica; la libertad por igualdad, es decir, por el derecho realizable a la no igualdad para todos (y no solo para algunos) permanecerá ininteligible y sin fuerza vinculante como fin universal hasta el nacimiento del Estado moderno bajo el signo de la Revolución francesa” Marquard, Odo, Dificultades con la filosofía de la historia, Pre-textos, España, 2007, p. 51.
[6] Marquard, Odo, Filosofía de la compensación, Paidós, España, 2001, p. 41.
[7] Marquard, Odo, Felicidad en la infelicidad, Katz, Buenos Aires, 2006, pp. 45-6.
[8] Marquard, Odo, Año Individuo y división de poderes, Trotta, España, 2004, pp. 39-40.
[9] Marquard, Odo, Adiós a los principios, ed., cit., p. 34.
[10] Ibidem., p. 16.
[11] Ibidem., p. 15.