Sobre la dignidad: Escrito para un amigo

FOTOGRAFÍA DE CHEMA MADOZ

 

Resumen

Escrito a petición de un amigo, al verme envuelto en una marabunta de saberes aledaño a la composición de una tesis doctoral. Me sugirió hablar de un tema que le concierne, a saber, la dignidad. A lo largo de este texto, hablándole a él, recorro ciertos aspectos que refieren a la cuestión de lo digno. Dicho así, lo que el lector verá no será una parte de una comunicación epistolar sino una carta abierta contra la dignidad humana. El tono beligerante parte de la particularidad de la petición y se extiende a un tropo y distorsión corriente. Por ello el tratamiento que se encontrará sobre la dignidad en este texto es acorde a lo aprehendido de la historia de la filosofía, psicoanálisis lacaniano, Tiqqun y los 90.

Palabras clave: dignidad, amistad, filosofía, política, deseo, psicoanálisis.

 

Abstract

Written at the request of a friend, seeing me involved in a mass of knowledge surrounding the composition of a doctoral thesis, he suggested that I talked about a subject that concerns him, namely, dignity. Throughout this text, speaking to him, I go through certain aspects that refer to the question of dignity. Said like this, what the reader will see will not be a part of an epistolary communication but an open letter against human dignity. The belligerent tone starts from the particularity of the petition and extends to a common and distorted trope. For this reason, the treatment that will be found on dignity in this text is in accordance with what I have apprehended from the history of philosophy, Lacanian psychoanalysis, Tiqqun and the 90’s.

Keywords: dignity, friendship, philosophy, politics, desire, psychoanalysis.

 

Atípicamente hablaré sobre Dios. La infinitud en este texto no encontrará más resolución que en su fracaso. Ya Meillassoux, sobre la pregunta canónica (¿por qué hay algo y no más bien nada?) atisbaba una respuesta decepcionante tanto para el nihilista como por el desesperado.[1]

 

Hace unos días, charlando con un amigo, a una distancia de separación de unos cuantos kilómetros pero que se sentía como a pocos centímetros, le pregunté sobre qué le gustaría a él que escribiera para un artículo. Ante mi repentina pregunta respondió, sin no mucha demora, que podría tratar el tema de la dignidad vital. No pude más que preguntarle por la quodidad de su elección, o lo que fuese que justificara su elección. Adrezó el tema con sustantivos que para él encadenaban una bella sinfonía conjunta, un lindo ritmo, un arpegio biensonante. Palabras como justicia, humanidad, eticidad, etc., fueron desgranándose en su explicación.

 

Tomadas algunas notas mentales mientras se expresaba pude intuir a qué se refería. Tampoco quería ahondar mucho en ello ya que el tema había surgido varias veces, como límite teórico y excedente práctico. Además, debido a la diferencia horaria, mientras yo tenía la mañana por delante, él rezaba por dormir bien esa noche. Algo que nos viene y va como producto millennial bajo tránsito de revisión permanente.

 

Es pues ahora, aquí, en este texto, en el que me encuentro con tamaña tarea: definir la dignidad. De hecho, si titulé este texto con un “Sobre…” es que lo que aquí será comentado, girará, supuestamente, en torno a la cuestión que acompaña. Es bastante común leer a filósofos usando este recurso. Aunque también debo reconocer que me vienen a la cabeza aquellas situaciones en las que alguien pone en duda a otro o más bien propone ponerse a “abrir un melón”. Ha tenido sustitutos como pueden ser “De la…” o “En torno a…” dependiendo de la época en la que se verse lo absoluto de la filosofía y lo particular del pensamiento.

 

Dejemos pues los preámbulos un rato para centrarnos en la cuestión: ¿Qué corchos es la dignidad? Y, aún más, ¿a qué viene el adjetivo “vital” tras ese sustantivo?

Antes de continuar por estos lugares, recuerden la primera frase de este texto: no será más que decepcionante.

Sigamos.

 

Investigando sobre ello no se obtienen más que consensos que se hicieron en la Declaración de los Derechos Humanos de 1948, pocos años tras finalizar la segunda guerra mundial. Ciertos comentarios sobre el abuso de la especie humana a los animales. Y cuestiones etimológicas que nos llevan al latinismo dignitas cuyo significado es el de merecedor o digno de algo. Respeto ganado. Del mismo modo encontramos la palabra dignus de raíz indoeuropea con la cual se construyen palabras como derecho, discípulo, dogma, docente e incluso sinécdoque. Es curioso justamente esta última derivación. Sinécdoque es una figura retórica que hace pasar la parte por el todo. Por ejemplo “el pueblo perdió la batalla”, “los hombres son viriles”, “la humanidad se va al traste” o “Juan es anarquista” entre otros particularismos pasados por un hipostasiómetro. ¿Hipostasiómetro? Esto lo trato en mi tesis doctoral, pero es algo así como agarrar algo concreto en su justa medida para que no desborde su esencialización, absolutización o, como dice la palabra, hipóstasis. Por lo tanto, no sólo se usa para medir, cuadrar, encajar, como haría Descartes con el triángulo en la naturaleza, sino que a la par eterniza, separa, escinde su existencia del plano del que proviene. Dicho con otras palabras, se generaliza lo particular y viceversa. Resta pues preguntar, ¿es la sinécdoque una forma de dignificación?

 

Vayamos por partes. Aún hay una cuestión por resolver como, por ejemplo, ¿qué es lo “vital” de la dignidad?

 

Lo vital de lo digno es, en mi opinión, tautológico. Es decir, redundante, masturbatorio. ¿Porqué? Respondo: la relación entre uno y otro no es necesaria, pero sí suficiente, por ende, se presenta como contingente. El simple hecho de que un objeto inanimado pueda ser dignificado hace que aquella expresión cercene lo digno a un campo específico. ¿Es acaso a ello a lo que se refería? Si recuerdo bien, la coletilla que acompañó mi compañero tras dicho acto del habla compromisorio, seguía con las palabras, justicia, eticidad, etc… Por lo tanto, podría estar refiriéndose al plano humano y, por ende, a la dignidad humana. ¿Acaso hay otra?

 

Rara la pregunta. ¿Hay otra dignidad que no sea humana? A mi cabeza viene la imagen de los dioses. Las mitologías, los cuentos, historias, poemas, que se han hecho en su nombre, ¿versaban sobre la dignidad? En ellos, los dioses del olimpo, pareciera que campaba más el exceso, lo excelso del plano divino y las extralimitaciones de lo erótico. No es momento de traer Feuerbach y hablar de la antropologización de Dios. El temor que imponían los dioses era semejante al de los desastres naturales, de las enfermedades de seres íntimos, de las cosechas malogradas por plagas o mal temporal, etc… ¿No es acaso una sinécdoque este comportamiento? ¿No se han empleado los mecanismos de un hipostasiómetro[2]? Pero volvamos a la pregunta, ¿hay dignidad que no sea humana? ¿Y si la dignidad humana es justamente un impedimento para comprender la misma dignidad? ¿No es acaso esa tautología, que comprendo cómo lapsus o vicio del habla, lo que contrarresta la aparición misma de lo digno?

 

Tal como Althusser señalaba a los marxistas como un falso humanismo, comprendo que la dignidad humana, como instrumento dignificador, riega sobre una porción de lo ya llovido. Déjenme que me explique.

 

¿Se puede medir la libertad o la felicidad? ¿No es precisamente por comparación con experiencias pasadas con lo que uno establece un baremo entre mayor o menor placer o displacer? ¿Qué sucede si, justamente, el aparato de medición pasa a usarse con sucesos que aún no han sucedido? ¿Esto quiere decir que se pueden medir las proyecciones, las ilusiones, las idealizaciones[3]? ¿O se están mezclando las categorías de cualidad con la de cantidad? ¿No proviene esto del dicho aquel de que “es más feliz el que más tiene”, atribuido erróneamente al übermensch nietzscheano, o su versión de la ética de los débiles “es más feliz el que menos tiene” defendida por un sentimiento iconoclasta de la felicidad?

Ante tanta pregunta, propondré unos párrafos de compensación.

 

En la experiencia analítica, psicoanalítica, tal y como dice la hija de Lacan, Judith Miller, lo que se pretende es devolver la dignidad que en algún momento de la historia del analizante se extravió o quedó reemplazada[4]. Pero, ¿reemplazada por qué? Si seguimos lo dicho por Jean-Paul Sartre en El Ser y la Nada y le agregamos lo que dijo Miller en aquella entrevista del 2001, vemos que, tal vez, lo que campa a sus anchas es la mala fe. ¿Eso quiere decir que lo que hay que recobrar es la buena fe? Según Sartre el drama del hombre, llamado por él como una pasión inútil, viene de su deseo de ser Dios[5]. Esto lo podemos ya intuir desde sus escritos en Lo Imaginario cuando hablaba de que la conciencia imaginaria tiene siempre a igualarse, familiarizarse con el analogon[6]. Cosa que, a mí personalmente, me recuerda al objeto A cuando se habla en psicoanálisis lacaniano de la pulsión escópica. Pero, volviendo al asunto, ¿cómo se puede recuperar la dignidad sí, precisamente, se la busca? ¿Qué se supone que hay mientras la dignidad no aparece? Podemos llamarlo de muchas formas siendo la primera la figura de lo indigno, seguido de conceptos más complejos y sistemáticos como mala fe, inautenticidad, el Das Man… Pero esto conllevaría repetir los mismos errores que cometieron dichos autores (Heidegger y Sartre): conservar la dignidad mediante un adjetivo, es decir, por no respetar su contingencia y subsumirla, nuevamente, a un producto del ejercicio de trascendencia de un sujeto absoluto, por eso de Sartre se dice que finalmente con su proyecto de El ser y la Nada construyó una secularización del cristianismo, y Heidegger se dio cuenta de que la figura del Dasein debía ser abandonada como se puede intuir de su conferencia  “¿Qué quiere decir pensar?” para dar espacio al tiempo como aquello esencial.

 

El procedimiento de que supone que hay una cosa buena y otra mala, no me interesa. La fase esquizoparanoide del pensamiento no permite un análisis neurótico, depresivo, del asunto[7]. Entonces, ¿qué entendemos por dignidad? ¿Es acaso la dignidad una sinécdoque? ¿O, qué es?

 

Volvamos sobre nuestros pasos. Dejamos claro de que la dignidad humana era una tautología. También señalé que la dignidad es algo que se da en la experiencia analítica. Además, apunté que es aquello que se recobra. Del mismo modo, si mal no recuerdo, notifiqué que la dignidad puede ser una herramienta. Pero, ¿herramienta para qué? Para la elevación, para la posibilidad de trascendencia, absolutización de lo particular. En resumidas cuentas, la realización de una sinécdoque.

 

Dicho esto, hagamos una distinción que, considero, nos permitirá ver más claramente una diferencia. Llamaremos dignidad humana aquello que, tautológicamente, ha sufrido el proceso de hipóstasis. Por otro lado, le pondré el nombre de dignidad, a secas, a aquello que se recobra en la experiencia analítica.

 

Los que se recobran son los analistas con cada consulta. Cierto es que los honorarios están ahí y el hecho de que cumplan una función no justifica su elevado precio. Por ello parece tan radical la crítica que hace Guattari en La revolución molecular con un capítulo titulado “El diván de los pobres”. Pero aquí no se trata de comentar las complicaciones o implicancias del “acceso” a la experiencia analítica, sino precisamente al comentario de los efectos del paso por la clínica como dispositivo. Es por ello que el comentario no se refiere enteramente a lo que a través de él se da, sino los efectos que puede producir determinada erotología si hablamos de una u otra concepción de la dignidad.

 

Hablemos de la dignidad. ¿Qué es la dignidad? Personalmente, no me gustó esa palabra. Siempre he considerado que ésta era correlativa a noséqué marco jurídico, cierta religión, vinculado con el sacrificio y un aparato político meritocrático en el que cada cual era valorado por sus logros y la continuidad de su aporte social. Una especie de socialismo para fuertes del cual no quería formar parte. Pero, pasados los años, habiendo transitado un análisis, veo que la dignidad, al igual que otros tantos palabros, cambian de dirección, apuntando hacia otra cosa. ¿Y qué es esa otra cosa? Dejémoslo para más adelante y sigamos en la línea marcada al inicio del párrafo.

 

La dignidad, no la humana sino la seca, se caracteriza por ser una posición. Del mismo modo que la dignidad humana es un tropo, un lugar de enunciación discursivo, un lugar de eyección y eyaculación (ya que está involucrada la afectividad sexual), la dignidad es un espacio delimitado del cual se goza (en el sentido lacaniano del término), es decir, se convive con el Otro, la mujer, Dios. Es, por ponerlo en palabras simples, un modo de estar, hacer y hablar del cual se derivan multiplicidad de formas-de-vida. Si, sí, pero, ¿en qué se diferencian la dignidad a secas y la dignidad humana?

 

Déjenme responderles con una pregunta, ¿puede pensarse la humanidad? ¿Es un acto arrogante el mero hecho de plantearse hacerlo? En filosofía hay un tema que se vincula al de los universales, y es el del ser y el deber ser. Por un lado, tenemos una cuestión sobre los orígenes (un mito) o el nacimiento (inicio histórico, fechable), algo de carácter ontológico, mientras que por el otro nos encontramos con aquello referido a lo óntico, a lo que hay. Intercalados uno y otro, priorizados, intercambiados de lugar, despreciados y sobrevalorados, a lo largo de la historia del pensamiento se han elucubrado las leyes naturales, los principios, las posibilidades del conocimiento y su imposibilidad, etc…[8] ¿Qué es esta dignidad y esa dignidad humana? Siguiendo lo que vengo diciendo, pareciera que por un lado tenemos una cuestión ontológica (lo digno) y otra óntica (lo digno humanamente), pero esto pareciera ser una falsa distinción porque,
¿no es acaso lo digno un concepto y lo humano otro? El ser de la existencia humana participa de lo digno, y ante este parecer, ¿participa lo digno de aquello que no es humano, es decir, de todo lo demás? ¿No es acaso “todo lo demás” aquello que podría atentar contra la propia participación humana de lo digno? Si este animal racional, como diría Aristóteles, se ha dado una segunda naturaleza, ¿cómo puede esta misma ser lo suficientemente entrópica como para atentar contra su propia relación con lo digno? Y si en vez de “participación” a la clásica usamos “tensión”, “intensidad” o “conflicto”, ¿no es acaso la relación que mantiene “todo lo demás” con la dignidad algo de lo que somos parte, pero nos resistimos, tensionamos, conflictuamos, precisamente por el esfuerzo de dignificar, de restaurar, mediante la hipostación o la sinécdoque? Dicho con otras palabras, ¿no intentamos volver al mismo sitio del que nunca nos hemos ido y, trágicamente, decimos nunca estar?

 

En la clínica, en los reportes y sesiones de seguimiento de casos, se ven diferentes construcciones que versan sobre la impotencia del día a día, del residuo de un esfuerzo individualista que se deposita a ambos costados del diván, del encuentro con la presencia de un deseo ajeno y un no-saber que no cesan de aparecer, preguntas con respuestas sabidas, síntomas que pasados por la picadora del sentido parecieran solucionarse con una definición personalista del yo… Si en la clínica se recupera la dignidad, como dice Miller, lo que se restaura es precisamente lo que hay. Sí, parece no ser muy complejo después de todas las vueltas que he venido dando, pero es más complejo de lo que creen. Intentaré hacerlo sencillo, lo suficiente como para que quepa en la siguiente frase, que por cierto es una cita de Freud: a veces un cigarro es un cigarro.

 

Por muy tonta que sea la frase, lo que nos señala no es que un cigarro no pueda ser una forma representacional del falo o el fumar algo referido con la pulsión oral, sino más bien que lo que el analizante señala como cigarro lo sea. Es por ello que, en la experiencia analítica no es tan preciso, como tanto se ha mistificado de los psicoanalistas, el análisis de los sueños sino más bien en cómo se relata el mismo. El énfasis, los silencios, los gestos, etc… El analista como resto del discurso del analizante se reduce a algo sustancialmente valioso para aquel: el objeto a. Sea causa del deseo, lo que anuda los tres registros, o el analogon sartreano como sugerí antes, es cierto que lo que el ser-supuesto-saber encarna no es meramente lo que quiere el Otro (encarnando la respuesta silenciosa ante la pregunta de “Che Vuoi?”), sino que marca la distinción absoluta entre aquel que soy y aquel que no soy. Utilizando lo que nos compete en este texto podríamos decir que a ratos la dignidad humana aparece, la generalización de la cosa, y paulatinamente la dignidad se abre paso, dando lugar a la particularidad del caso.

 

Con esto dicho, la distinción entre la dignidad humana y la dignidad va quedando más perfilada, pero comprendo que sea un poco complejo. Sigamos pues.

 

Recojamos una de las tantas preguntas que quedaron arriba. ¿Se puede pensar la humanidad? Bien podría tomarse esta pregunta como un vómito a la cara de un arrogante cuyas pretensiones son las de dar cuenta, totalitaria, de que ella, como tal, puede ser pensada, medida, calculada y, por ende, defendida u odiada. ¿No es donde reside la cantera del filántropo o la del misántropo? ¿No es acaso a lo que nos obliga la democracia? Pareciera que, al igual que el COVID-19, la democracia atraviesa todo el espectro de la cotidianeidad. El sistema electoral no es lo único democrático, se democratiza dónde se va a salir a la noche, qué se bebe, a qué hora nos encontramos, etc., pero también encontramos formas dictatoriales, jerárquicas, en las que la totalidad no está compuesta por una mayoría sino por una minoría oligárquica o monárquica. Hay incluso formas blandas de cesarismo en las que una fingida libertad democrática no hace más que difuminar los límites de un espacio constreñido y delimitado.

 

Pero, ¿puede o no puede pensarse la humanidad? Y, sí, pero sólo tal y como se presenta en la conciencia, como recopilación de experiencias, un eco mnémico procedente de las huellas de encuentros fortuitos con aquellos que, en su semejanza, hay factores que los distinguen. Es por ello que, ante la dificultad de pensar la humanidad desde su multiplicidad y particularidad, el individualismo pareciera ser una razón más que suficiente y placentera para abandonar dicha tarea. Abandonarse al individualismo supone, al mismo tiempo, la aceptación de cierto tipo de humanidad en el que la propiedad privada, los intereses privados, el burnout psíquico, mi cuenta bancaria, mis relaciones sexuales, etc., marcan una participación como (L)user[9] de dicha humanidad. De hecho, la individualidad actual no habla sobre individuos, sino de dividuos, agentes relacionales que varían su personalidad dependiendo de aquello con lo que interactúe, como un complejo sistema de caretas girando en torno a un vacío. Imagínense, no sé si lo tendrán en mente, aquella máscara que flotaba de aquel juego que fue exclusivo de PlayStation a mediados de los 90’ llamado Crash Bandicoot. Las máscaras, una buena y otra mala, respectivamente Aku-Aku y Uka-Uka, dan juego y otras ayudan a seguir en él. Por un lado, una tiene el efecto de salvarnos de morir y la otra nos propone una posible destrucción del mundo tal y como lo conocemos. No es por hacer referencias a mi tesis doctoral, pero resuenan a los conceptos de lo mismo y la otra cosa con los que hilvano las teorías de Tiqqun, el Partido Imaginario y el Comité Invisible. Pero no es este el momento para ello. Sigamos.

 

Entonces, ¿esto quiere decir que estamos condenados, con el paso de las épocas, a vivir un tipo distinto de humanidad? Si bien podríamos seguir a Hegel o Marx y considerar que ha habido un progreso de la historia hasta nuestros días, en los que el fin de la misma como rezan algunos filósofos actualmente no sólo Fukuyama, no creo que haga justicia con el modo en el que nos venimos acercando a la cuestión de la dignidad. Cierto es que a lo largo de la historia los valores han ido cambiando, las religiones se han erigido como los imperios y se han roto en pedazos dejando trazas fantasmagóricas concomitantes al progreso de la historia, pero eso supondría hablar exclusivamente de la dignidad humana en lugar de la dignidad, a secas.

 

Podemos estar de acuerdo, supongo, en que la humanidad se ha ideado siempre una huida a enfermedades imposibles, a la par que también la misma humanidad se ha inventado enfermedades para las que no tiene salida. Dicho con otras palabras, pareciera que la humanidad se ha atorado en una demanda incesante hasta que, un nuevo saber, ha irrumpido en escena. La dignidad en este aspecto podría casar con esto. ¿No supone la dignidad algo que se halla a la postre de un acto? Pero, ¿qué tipo de actos son dignos? Recordemos que la dignidad no es un mero concepto estático, sino que es funcional, por ello lo vinculé con la sinécdoque o el aparatoso hipostasiómetro. Volvamos, ¿qué tipo de actos serían dignos? Contra toda intuición, ¿y si el acto no consiste, precisamente, en algo que movilice sino precisamente en algo que inmovilice? ¿Y si lo digno se caracteriza justamente por la asunción de una posición pasiva, en modo idle? Ese es el resultado de la traslación de lo particular a un terreno indómito. El acontecimiento queda sumido en la representación, en este caso de la dignidad humana, dejando la multiplicidad que supone el encuentro en un mero intercambio medido, firmado y listo para ser nuevamente coleccionado, registrado, como teología o teología negativa, es decir, definir a Dios por lo que es o por lo que no es.

 

Sin irnos muy lejos podría tomarse este movimiento como aquel semejante al de un dispositivo. Un dispositivo, como explica Deleuze en, precisamente, ¿Qué es un dispositivo?, es aquello a lo que ya:

 

[…] pertenecemos […] y actuamos en ellos. La novedad de un dispositivo en relación a los anteriores es lo que denominamos su actualidad, nuestra actualidad. Lo nuevo es lo actual. Lo actual no es lo que somos, sino más bien eso en lo que devenimos, en lo que estamos a punto de venir, es decir, lo Otro, nuestro devenir-otro. Dentro de cualquier dispositivo es necesario diferenciar entre lo que somos (eso que ya no somos) y en lo que estamos a punto de devenir: la parte de la historia, y la parte de lo actual. La historia es el archivo, el dibujo de lo que somos y dejamos de ser, mientras lo actual es el esbozo de eso en lo que devenimos. De tal manera que la historia o el archivo es lo que nos separa todavía de nosotros mismos, mientras lo actual es eso Otro con lo cual concordamos ya.[10]

 

Dicho con otras palabras, el dispositivo se encarga de clasificar la historia contada hasta ahora para realizar un dibujo con lo que se fue y, por otro lado, dicha clasificación, apunta a un futuro concreto que, o bien por antagonismo o admiración, se labra su destino. De este modo, el dispositivo otorga la salvación del sujeto sumiéndolo en un existenciario específicamente individual (es mi historia, es mi pasado, son mis relaciones, tienen sus nombres, “han dicho mi nombre”) para paliar la angustia con brotes de ansiedad, y le permite ser útil tanto a nivel personal como humano, la realización como persona conlleva la del ser humano. Es decir, no sólo cubre sus dominios y demonios, sino que representa la dignidad humana desde dicha parcelación de la realidad mediada por el dispositivo.[11]

 

Aún más, con otras palabras, y volviendo a la distinción entre dignidad y dignidad humana, la sensación de apertura no se da precisamente por la carencia de sentido y la caída en la facticidad, sino precisamente por la defensa a ultranza de una instrumentalización de la vida situada, del progreso y la competencia, precisamente por la introyección del tropo “medios para un fin”[12]. ¿Dónde queda la dignidad en todo esto? Eso me lo pregunto yo, ¿dónde queda si parece que la totalización del dispositivo no sólo ayuda a elaborar un sentido para lo que fue archivado, sino que lo sitúa en una narrativa competente? Cabe mencionar, un juego de palabras tonto, que si no fuera por estar con-sentido por la temática del fin último la movilización por lo inmóvil no surtiría efecto.

 

Lo peculiar de todo esto es que, justamente, pareciera no hacer justicia todo este movimiento. Lo que se busca en cierto modo es igualarse a aquella imagen mental, borrosa, pero de fuerte posicionamiento simbólico, sígnico. Pero, ¿porqué no se hace justicia? Si nos tomamos en serio el tropo de “medios para un fin”, ¿qué obtenemos? Que su existencia se refiere a algo meramente provisional, ¿o es que acaso los nazis no hubiesen cesado con los campos de concentración para pasar a otra cosa después de haber acabado con todos los judíos, gitanos, homosexuales y resistencias que hacían frente al Imperio fascista? O, pongamos por caso, ¿no se completa una quest hasta que uno no la completa? ¿Qué hay después del cumplimiento de la tarea de la razón instrumental? Se me presentan tres opciones no muy dignas: tedio o aburrimiento, angustia depresiva, intento de o suicidio. No resta comentar que estas tres opciones se presentan como síntomas durante y no meramente al final, ya que, si recordamos el tropo “medio para un fin”, tanto el “medio” como el “fin” son participantes activos y pasivos de esta, en este caso, dignidad humana.

 

¿Qué hay de la dignidad entonces? La dignidad, en este aspecto, y tras todo lo dicho hasta aquí se nos presenta como algo inconcluso, abierto, pero no en el sentido peyorativo del término, sino precisamente como recuperación de la dignidad que pasa por el reconocimiento de aquello que hace síntoma permutando paulatinamente la saturación que insufla el goce a la voluntad de saber sobre el sufrimiento al sumirlo en un “no querer saber de sí” enalteciendo de este modo la demanda y las facilidades del sujeto consumista y personalista donde el yo se define por los objetos que consume (obviando consecuentemente que él es consumido por estos) o deja de consumir. La restauración de la dignidad supone, no sólo la premisa defendida por la Ilustración de Sapere Aude (atrévete a saber) sino que se yuxtapone con la máxima socrática que reza “sólo sé que no se nada”. Para, de este modo, abrir espacios de ignorancia.

 

La dignidad en este caso no se define por cuánto se puede sino por cuánto se puede escuchar.

Hay un sencillo de Thom Yorke titulado Hearing Damage, publicado el 2009. Esta canción siempre me ha recordado no sólo (como reza el título) a los efectos que produce dolor que se escucha, sino aquel que pasa desapercibido. En la canción Thom canta a aquel que, pareciendo estar bien y que todo marcha estupendamente, realmente se encuentra recostado, anestesiado, sobre los escombros de miembros amputados, reinos olvidados por tapones de cera. ¿Quién escucha el daño? Thom. ¿De quién? De aquel otro.

 

Tal vez la dignidad, a secas, consista en devolver lo que no es nuestro a aquel que tenemos delante. En retornar lo digno de unas palabras transferidas en privado e intimidad. No agregar ningún lazo más que una caricia. No hay nada tras esta dignidad, ni humana, ni sinecdótica, solo nosotros y ya está.

 

Queda, en la recamara de este texto, una última canción para dar pie a las que vendrán. Dawn Chorus, nuevamente, de Thom Yorke publicada conjuntamente con un corto que acompaña el disco llamado Anima de 2019. Allí canta, a aquel otro al que suele cantar,

 

Please let me know / Por favor, házmelo saber

When you’ve had enough / Cuando hayas tenido suficiente

Of the White light / De la luz blanca

Of the dawn chorus / Del coro del amanecer

If you could do it all again / Si pudieras hacerlo todo otra vez

You don’t know how much / No sabes cuanto

Pronto pronto, moshi mosh

Come on, chop chop

 

Y repite nuevamente al finalizar la canción,

 

Big deal, so what? / Gran oferta, ¿y qué?

Please let me know / Por favor, házmelo saber

When you’ve had enough / Cuando hayas tenido suficiente

It’s the last chance / Es la última oportunidad

O.K. Corral

If you could do it all again / Si pudieras hacerlo todo de nuevo

This time with style / Esta vez con estilo

 

¿Hacerlo otra vez? Lo raro es que se puede hacer lo mismo más próximo a la otra cosa. No es cuestión de estilo, el estilo es la cuestión. Al final, lo que define a los filósofos es en gran medida su estilo. Los conceptos presentados respetan, en cierta medida, el decurso que ha venido llevando el pensamiento hasta entonces. Pero si es cierto que, en muchos casos, la historia de la filosofía pareciera ser más bien un juego del teléfono roto. La cuestión creo yo, volviendo al estilo, es que la malinterpretación se haga con un estilo. El error, no me lo negaran, no sólo forma parte fundamental del progreso y proceso científico, sino que, además, cometer uno sus propios errores no sólo supone vivir aquellos que se dan, específicamente, en una época concreta y contribuir con ello al fortalecimiento del estilo propio, sino acercarse al silencio que precede y antecede a lo digno. Dicho con otras palabras y concluyendo con este argumento, el estilo se forma en el error, en la malinterpretación que es consciente de sus limitaciones y, desde ahí, así, puntúa allí donde éste considera de interés subjetivo, que, como diría Hegel, no tiene nada de especial. En sus palabras, hablando de la filosofía dirá lo siguiente:

 

[…] cuando se habla de humildad o modestia, y [también] de soberbia, en relación con la filosofía, y la humildad o modestia se hacen consistir en no atribuir nada especial a la propia subjetividad, ni en el tener ni en el hacer, será preciso por lo menos absolver de soberbia de la filosofía, puesto que el pensar sólo es verdadero según el contenido en tanto está inmerso en la cosa y, según la forma, en tanto no es un ser o hacer particular del sujeto, sino que la conciencia se comporta como yo abstracto, como yo liberado de todas las particularidades, de cualesquiera propiedades, estados [subjetivos], etc., y solamente hace lo universal en lo cual él es idéntico a todos los individuos. Cuando Aristóteles exige además mantenerse digno de un tal comportamiento, esa dignidad que la conciencia se da consiste ciertamente en dejar correr el opinar y el tener por lo verdadero particular y en dejar que la cosa mande en un mismo.[13]

 

Pero, como suele pasar, ¿a qué se refiere Hegel aquí? ¿Y a qué viene Aristóteles? Si aparece Aristóteles, el de la Metafísica, es precisamente para nombrar algo que, resumido grosso modo viene a recordarnos que no estamos solos por más que por doquier la individualidad como tal, sea ofertada y consumida. El orgasmo, por ejemplo, lo vive uno solo, pero la fantasía que pone a traccionar a cada participante o en soledad, es una heredada, encarnada. No sólo estamos atravesados por el lenguaje, sino que ello supone una inevitable herencia y situación epocal concreta, una biografía que comprende eventos susceptibles de ser verbalizados. Es por ello que, como dice Hegel en la cita, siguiendo la tradición de Descartes o Kant, no se debería atribuir nada “especial” a la propia subjetividad, y agrega “ni en el tener ni en el hacer”, es decir, aquella subjetividad, el yo abstracto, debería permanecer “liberado de todas las particularidades” con las que se le define, y aclara que “solamente hace lo universal en lo cual él es idéntico a todos los individuos”. Luego obviamente viene la referencia a la dignidad y Aristóteles. ¿A qué se refiere aquí? ¿Qué es lo que hay que mantener “digno”? La receta que recoge el alemán del estagirita consiste en “dejar correr el opinar y el tener por lo verdadero particular” para dejar que la cosa “mande en uno mismo”.

Y, ¿qué esta “cosa”?

 

En la versión alemana de la Enciclopedia podemos leer die Sache, que vendría a ser distinto de das Ding. ¿Y qué diferencia hay? Siguiendo lo dicho por Lacan en La ética del psicoanálisis, el Seminario 7, nos presenta en sus clases una distinción de sendas acepciones llegando a varias conclusiones, pero estableciendo una clara diferencia entre Sache y Ding. Sobre aquél primero dirá que esa cosa es la palabra misma, la que, en su afirmación, se presenta como autojustificada. Por ello la vincula a procedimientos jurídicos,[14] etc., en fin, actos del habla mediante la palabra, o Wort. Por otro lado, cuando se refiere a das Ding la cosa pareciera incrementar su dificultad, ya que esta pareciera pertenecer al campo de lo real, mientras que el par sache-wort lo es del orden de lo simbólico.

 

Pero, ¿a qué viene toda esta vuelta por Lacan y las distinciones de la “cosa”? Precisamente, porque lo que es la “cosa”, en su conjunto (sache-wort-ding) no es el mero pronunciar (sache-wort), sino también el peso de lo que se sostiene (Ding). Lo que Hegel menciona, en mi malinterpretación, es que, si la dignidad supone “dejar que la cosa mande”, convendría en que la reflexión filosófica adopte su lugar religioso, es decir, de relegere, de volver a leer, para pensar la cosa (Ding). Dicho con otras palabras, en la cosa (Sache-Wort) está la cosa (Ding). Y para no enredar más las cosas, no se trata de un sentido último, sino de un sentido que no cesa de perderse. En esa pérdida, en esa falta, lo inconcluso de lo que Hegel llama Sache es hacia donde, con el ya mencionado Sartre, nos dirigimos: Dios.

 

Ok, pero, ¿dónde queda la dignidad en toda esta paja teórica? Justamente, en la erótica, que no por tener otra ordenación de las letras suponga una distancia. Es en lo teórico, gracias a ello, que la erótica no cesa de hacer interesante la existencia. ¿Es la erótica o lo teórico el camino a la dignidad? No es un camino, ni está en la intelección de ambas, sino más bien en su praxis, en la puesta en funcionamiento de ello. En ese movimiento lo digno queda manifiesto y tiende, en muchos casos, a rebosar su aparición con la dignidad humana, marcando la diferencia con aquello que, obviamente, pareciera no ser humano, aunque esté hecho por un semejante. Lo que implica, a fin de cuentas, esta separación entre una dignidad y otra son los problemas que supone para la empatía.

¿Para la empatía?

 

La cerrazón de miras, el privilegio, la justicia, lo digno, etc., parecieran pasar por alto una característica fundamental y es la de la vulnerabilidad tal y como indica Joan-Carles Mèlich cuando habla de La condición vulnerable[15]. Lo que sucede con la empatía, si la enfocamos desde el ángulo de la dignidad humana, nos encontramos con que lo que es fundamental defender son los “medios para un fin”, en el que tanto “medios” como “fines” serán juzgados. Lo que acaece en este movimiento, donde el juicio y sus motivaciones parecieran nacer de un foco digno o indigno (amigo o enemigo), cuando sustituimos dicho nacimiento por el vulnus (Mèlich, 2014: 314), entendemos que hay algo que complejiza el asunto de lo digno, justamente por la demanda de un paso atrás. Tal vez, contra intuitivamente, la razón por la que la vulnerabilidad queda marginada del espectro sensorial, se da justamente por ser empáticos. De ahí que los juicios que se elaboren tienden a establecerse en una balanza en lugar de una constelación de hechos que, contra todo pronóstico, pasan lo correlativo y circunstancial por una enredada casuística.

 

No me extenderé más. Se preguntará probablemente mi amigo, ¿a qué viene toda esta paja intelectualoide final? ¿No pareciera ser indigno todo este tratamiento? ¿No hace precisamente todo esto enfangar, injustamente, la posibilidad de un “escrito digno de ser leído”? A lo que yo respondería, sin mucho tacto, algo parece no haberse entendido y no pasa nada, ya llegamos al final. “Lo mismo” como siempre y como nunca, a la orilla de la “otra cosa”. Seguiré aquí, aunque falte a mi supuesta promesa. Lo particular del vinculo no es que sea una particularidad susceptible de ser hipostasiada, sino que en el silencio del reencuentro nace lo que no cesará de darse por más que la promesa original esté ahí humanizando lo que ya de por sí es digno.

 

Para finalizar con haré mención al chorus de una canción que resuena en mi cabeza por días y que no puedo dejar de traer aquí. ¿Por qué aquí? Este texto supuestamente habla sobre la dignidad y, por si no quedó claro, considero que es algo que agota, que cansa, que abruma. Ese es el síntoma cuando ella, sinceramente, no es la que se escucha. On the square, de Mac DeMarco:

 

Brother’s hands / Manos de hermano

This time it’s brother’s hands / Es tiempo de manos de hermano

Baby, are you satisfied? /Cariño, ¿estás satisfecho?

Is this all that you had in mind? / ¿Es esto lo que tenías en mente?

On the square / En el cuadrado

Live a life that isn’t there / Viviendo una vida que no está ahí

Square it up / Encuádrate

Call me once you’ve had enough / Llámame cuando hayas tenido suficiente

 

 Bibliografía

  1. Castro, Ernesto. Realismo Poscontinental. [Ontología y Epistemología para el siglo XXI]. Materia Oscura, Madrid, 2020.
  2. Hegel, G.W.F. Enciclopedia de las ciencias filosóficas (trad. Ramón Valls Plana) Ed. Alianza, Madrid, 2010.
  3. Lacan, Jacques. Seminario VII: La ética del psicoanálisis (trad. Diana S. Rabinovich) Ed. Paidós. Buenos Aires, 2017.
  4. Sartre, Jean-Paul. Lo Imaginario (trad. Manuel Lamana) Ed. Losada, Buenos Aires, 2005.
  5. Sartre, Jean-Paul. El ser y la Nada (trad. Juan Valmar) Ed. Losada, Buenos Aires, 2013.
  6. Contribución a la guerra en curso (trad. Javier Palacio Tauste) Ed. errata naturae, Madrid, 2010.

 

Notas
[1] Tal y como resume Ernesto Castro en su libro Realismo Poscontinental, Quentin Meillassoux advierte que las posiciones que debe evitar el sujeto vectorial, el del ardor filosófico, son las del desesperado que “desea algo, pero cree que no se puede alcanzar” (Castro, 2020: 149) y la del nihilista, “cree que se puede alcanzar algo, pero no lo desea” (Castro, 2020: 149). Ante esto, la posición nihilista se caracteriza a la par, no por no desear aquello con ferviente ardor sino por tentar la posibilidad de que tras conseguir su objetivo no haya nada más. Por eso la posición del nihilista se caracteriza por la del que autosabotea su propia lucha a favor de la pérdida de la idea que lo causó en primer lugar. Esto lo sabemos no sólo con Lacan sino con Tiqqun cuando señalan que no es tanto el fin lo que se desea sino precisamente el modus operandi, no es tanto llegar a X sino intentarlo una y otra vez usando los mismos dispositivos o mecanismos. Una imagen clara sería la de aquel que pretende romper una pared con a cabezazos, no es tanto tirar la pared abajo (lo que mantiene prendado el sujeto al sentido) sino gozar del dolor que se infiere en su cometido. Ernesto Castro, Realismo Poscontinental, ed. cit.
[2] Aquí no se diferenciarían mucho la dignidad divina de la de los humanos, ya que dicho adjetivo conforma el uso del mecanismo de dignificación. De algún modo, la dignidad pareciera subordinar su existencia a la de lo divino o de lo humano, llevando precisamente la discusión a un asunto cercenado al campo al que se la subordina. De esta forma, podríamos tener dignidad para cualquier conjunto, idea o categoría universalizable como puede ser la perreidad, la juanidad o incluso la amistad, nutriéndose, eso sí, de los márgenes de su particularismo universal.
[3] Es decir, aquello que aún no ha sucedido pero que se espera que suceda.
[4] Olivares, Miguel, “La dignidad del psicoanálisis” publicado en ElPaís.com, 12/05/2001. Recuperado de https://elpais.com/diario/2001/05/12/cvalenciana/989695099_850215.html
[5] En palabras de Sartre, “toda realidad humana es una pasión, por cuanto proyecta perderse para fundar el ser y para constituir al mismo tiempo el En-sí que escape a la contingencia siendo fundamento de sí mismo, el Ens causa sui que las religiones llaman Dios”. Y, sigue explicitando la idea diciendo que “la pasión del hombre es inversa de la de Cristo, pues el hombre se pierde en tanto que hombre para que Dios nazca” Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, ed. cit., p. 828.
[6] Precisamente Sartre señala la capacidad fascinante que posee este analogon para la conciencia de imagen. Cfr. Sartre, Jean-Paul, Lo Imaginario, ed. cit., p.59
[7] Distinción clásica que establece Melanie Klein cuando habla de la elección de objeto en las primeras fases del crecimiento del infante, en el que su relación puede darse desde una posición esquizoparanoide o una depresiva, la primera caracterizada por una tendencia a la totalización y la mentira desviadora de la cuestión de la culpa, mientras que la segunda se comprende como aquella que puede ver que el pecho materno puede ser tanto bueno como malo al mismo tiempo: da leche y no da leche. Lo cual, me hace pensar en la curvatura de las gráficas de la ignorancia de Dunning-Kruger. Resulta ser que la confianza experimentada por aquel que desconoce su ignorancia, es decir, no se toma como sujeto crítico, es mucho más elevada de lo que jamás lo será la de aquel que reconoce su ignorancia o carencia. La curvatura de la línea que representa la confianza de éste último baja estrepitosamente para recuperarse nuevamente sin alcanzar la previa, supuestamente atribuida al mismo que desconocía su ignorancia.
[8] Por eso Deleuze lanzó ésta pregunta clásica a modo de resumen de los problemas filosófico: ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina?
[9] El neologismo pretende dar cuenta de la (L) usualmente empleada por aquellos que se encuentran en la fase de Learning o en prácticas de conducción. Por otro lado, el user no es más que el usuario que con su perfil hecho se disemina por las estructuras y posibilidades de la estructura, de la virtualidad que ofrece el programa o el escenario geométrico. La conjunción no sólo supone el hecho de que uno siempre accede a este tipo de aplicaciones como alguien que está siempre en prácticas, ya que no cesan de actualizarse, expandirse y fusionarse, sino que además habrá algo de la propia aplicación que permanecerá oculto precisamente por estar demasiado a la vista. Si de la palabra obtenemos la palabra en inglés “loser” es justamente porque el intercambio que se hace con una aplicación siempre supone una pérdida, un pago, una libra de carne, etc… Si para hacer una tortilla hay que romper unos huevos, ¿qué es lo que violentamos a favor de un tipo de trascendencia? Es más, ¿es algo provisorio como puede ser el satisfacer una miseria (el hambre por ejemplo), una inquietud (la soledad, la decepción, etc.) o el sufrimiento (una combinación de miseria e inquietud)? (Castro, 2020: 148).
[10] Tiqqun, Contribución a la guerra en curso, ed. cit., p. 21.
[11] Para que se entienda, es cómo si alguien con tu nombre escribiese una biografía y la actualizara en función de un sentido ya establecido en dicha “auto” biografía. ¿Quién es aquel? Bueno, ahí está el gancho, resulta que eres tú mismo. Por eso la alienación y la reificación pretenden dar cuenta de la ignorancia de ciertos saberes que están poniéndose en funcionamiento por uno mismo, heredados, asumidos y reproducidos. Lo paradójico no es que se neuroticen estos saberes que parecen funcionar en segundo plano, lo que sucede es que el mismo sujeto hace lo posible por mantener dicho sentido expulsando, renegando o negando los síntomas que esta manutención infame hace de sí. No se trata entonces de que se Uno quien escriba la biografía para que definitivamente sea una “autobiografía”, sino en reconocer que la misma composición de la misma no hace más que suturar la posibilidad del encuentro elevándolo al plano de la dramaturgia relacional, dialéctica y representativa que obtura la aparición de un nuevo saber en pos de una ignorancia autorreferencial homeostática.
[12] Como recuerda el esloveno Slavoj Žižek dando vuelta la frase existencialista del libro Los Hermanos Karamazov de Dostoievski “si Dios no existe todo está permitido”, para resultar en “si Dios existe todo está permitido”. ¿Qué quiere decir con esto? No es precisamente por la falta de humanidad que todo estaría permitido, sino que a consecuencia de que hay una humanidad concreta y detectable con un estilo, una forma, una serie de gestos, eventos, etc., todo está permitido. En nombre de dicha humanidad, de ese tipo de dignidad, se tiene la justificación total. Es por ello que, tanto atentados terroristas como la aplicación del 155 el 1 de octubre en Catalunya se pudieron realizar. Ya sea la razón que sea (una interpretación de la Torá o la constitución española) la purga está justificada. ¿Qué hay de la dignidad? ¿Dónde queda en todo esto? Cfr. De la Garza, Alejandro, ““Si Dios existe, entonces todo está permitido”: Žižek” en Milenio.com, 29/03/2019. Recuperado de https://www.milenio.com/cultura/si-dios-existe-entonces-todo-esta-permitido-zizek
[13] Wilhelm Hegel, Enciclopedia de las ciencias filosóficas, ed. cit., p. 130.
[14] Aquella que sujeta la tradición proveniente del arcana imperii o secreto de estado. Ese “secreto” es justamente el poder que se refiere a esta pronunciación originaria que da el nacimiento a la ley, al poder. Por ello otra de las acepciones es la del principio de poder del Estado. El misterio de su origen está en la constitución o institución de la palabra y el misterio de su origen o es que, como preguntaría sarcástico Lacan, ¿alguien sabe cuando empezamos a hablar? De ahí que, en la novela de Franz Kafka, El proceso, veamos como Josef K. además de haber sido juzgado sin más, sin saber los cargos, pasa por un proceso jurídico en el que la acusación puede darse sin motivo alguno mostrando así la degradación del amor y el odio fundacional, esa violencia que lo cambio todo, a una posición esquizoparanoide, celopática, etc… en la que, al carecer de Dios como límite de la misma producción simbólica del Estado y su sistema judicial, recae en sistemas independientes cada vez más fragmentarios que mantienen la cohesión de una verdad divina que se autolimita como lo puede llegar a ser en nuestros días Internet.
[15] Cfr. Mèlich, Joan-Carles, “La condición vulnerable (una lectura de Emmanuel Levinas, Judith Butler y Adriana Cavarero)” en Ara Brevis, 2014. p.313-331. Recuperado de https://www.raco.cat/index.php/ArsBrevis/article/download/295373/384032/