Confinamiento y plasticidad. El cuerpo ante la cualidad cienciaficcional del SARS-CoV-2

FOTOGRAFÍA DE DANICA RADMAN 

Resumen

En este estudio se revisa el concepto de cuerpo y su relación con el espacio, para analizar sus ámbitos de vulnerabilidad ante el SARS-CoV-2 con independencia del contagio. Se trata de una tematización del confinamiento a través de los diversos impedimentos de expresión espacial que plantea al cuerpo.  Numerosos estudios han recurrido a la ciencia ficción para caracterizar la pandemia, probablemente debido a la ausencia de referentes cotidianos. Hacia el final del ensayo se analiza la razón detrás de la persistencia de este símil, tratando de superar su expresión superficial para encontrar como resultado otra forma de limitación corporal operando.  El objetivo es clarificar las formas de susceptibilidad y percepción con que el cuerpo tiene que habérselas frente al coronavirus.

Palabras clave: cuerpo, plasticidad, pandemia, coronavirus, ciencia ficción, espacio.

 

Abstract

In this study it will review the concept of body and his relation with the space, for analyze his vulnerability ambits in front of the SARS-CoV-2, irrespective of the contagions. To many studys have used the sci-fi for represent the pandemic, probably for the absense for common references. To the end of this assay, it will be analyzed the reason behind the persistence of this simil, trying to overcome his superficial expression for finding another way of corporal limitation. The goal is clear out the ways of susceptibility and perception with the body have to affront the coronavirus.

Keywords: body, plasticity, pandemic, coronavirus, sci-fi, space.

 

Érase una vez un médico que consolaba día tras día a sus pacientes con una curación inminente, diciéndole al uno que el pulso latía mejor, al otro que la expectoración indicaba una mejoría, a un tercero que el sudor prometía una pronta recuperación, etcétera. Así las cosas, al visitar a uno de sus amigos y preguntarle cómo iba con su enfermedad, éste le respondió: ¿cómo quieres que me vaya? ¡Me muero de tanto mejorar!

Immanuel Kant

 

Invariablemente, al escribir un texto, comienzo con una cita específica de Aristóteles, aquella con que abre la Metafísica y se refiere a la preferencia que mostramos por la vista: “La razón estriba en que ésta es, de las sensaciones, la que más nos hace conocer y muestra múltiples diferencias”.[1] Este punto de arranque no pasa de los primeros borradores, ayuda a desplegar la estructura del texto y finalmente es omitido. Que ahora haya sido conservado para la versión definitiva se debe a que señala la cualidad más notoria del virus SARS-CoV-2, mismo que ha motivado las siguientes líneas, y se trata de la insuficiencia de la vista para percibirlo, aún en los días inmediatamente posteriores al contagio.

 

Hablando con precisión, la cualidad elusiva del virus frente a nuestro canal óptico no le es exclusiva, la notoriedad del caso reside en que el SARS-CoV-2 comporta una serie de contraejemplos y objeciones a las filosofías con las que en adelante se pretende abordarlo. Operando al interior de la carne, el virus supone un cuestionamiento a la idea regular de facultad o potencia con que habitualmente concebimos el cuerpo. Si le corresponde una estética, versa sobre el cuerpo enfermo. Su presencia se descubre cuando emerge a la superficie con el aparecer de toda la patología que lo define, en otras palabras, cuando somos atravesados como campo de evidencia del virus. Los síntomas son a su vez revelación.

 

Cuando se da a conocer según la vista, hace mucho que nos habita. No es la “sensación visual” la que penetra el organismo, sino que es el virus el que le concede profundidad. El cuerpo se convierte en el espacio de su despliegue fenoménico. Este ensayo se inscribe directamente en las investigaciones que he dedicado al concepto de plasticidad ontológica, mismo que enmarca mi producción reciente. La pregunta es cómo opera el virus en el cuerpo, no en la carne. Más allá de los informes que dan cuenta de los cambios suscitados en el organismo, la idea es el tratamiento del virus como agente en las posibles configuraciones corporales.

 

El virus no cuestiona la plasticidad configurativa del cuerpo, sino la idea de que su ductilidad constituyente responde a una aspiración de mayor potencia corporal que se consigue dentro de una línea progresiva que admite, como en Spinoza, la acumulación de múltiples individuos, o bien, como en Merleau-Ponty, la asimilación de elementos que determinan su dimensión extensiva. Se ha introducido un agente que no anula la idea de acto, pero que invierte la dirección en que se expresa. No invalida la idea de un cuerpo de configuración dúctil, le obliga a explorar formas afines al recogimiento y al detrito.

 

Finalmente, habrá de analizarse el virus siguiendo la lectura propuesta por las expresiones que frecuentemente identifican al SARS-CoV-2 como un ente perteneciente a la ciencia ficción, para desgranar la razón que subyace en semejantes ideas y completar así la revisión de los horizontes corporales que se ven cortados por el virus.

 

Incorporación y mutilación

 

Entiendo por carne la dimensión más frecuente del cuerpo y, por cuerpo, todo aquel espacio que reconocemos como propio o, mejor, en que ciframos la identidad. Entre carne y cuerpo media una relación de implicación, no de igualdad.

 

La anatomía, la medicina occidental y la biología dan cuenta del cuerpo como carne, como la relación de órganos especializados y entramados de proporciones cuyo límite es la piel. El cuerpo no siempre es la totalidad de la carne, cuando siento dolor la zona afectada se vuelve el punto focal del cuerpo que se dispersa a medida que se aleja de la lesión. El dolor es una forma de precisión, y la salud, de indeterminación respecto al cuerpo.

 

Pero el cuerpo no es una conciencia que fluye entre la totalidad de la carne y puntos mínimos de ubicación en su interior. La incorporación es un acto de asimilación de elementos “externos”, pleamar que le gana terreno a la noción del afuera, movimiento expansivo de nuestro ser en acto. La idea no es completamente nueva, y de entre los términos con que ha sido planteada,[2] quizá sean aquellos con que la expresa Merleau-Ponty los de mayor claridad:

 

Los lugares del espacio no se definen como posiciones objetivas respecto de la posición objetiva de nuestro cuerpo, sino que inscriben alrededor de nosotros el alcance variable de nuestras miras o de nuestros gestos. Habituarse a un sombrero, a un coche o a un bastón, es instalarse en ellos o, inversamente, hacerlos participar en la voluminosidad del propio cuerpo. La habitud expresa el poder que tenemos de dilatar nuestro ser-del-mundo, o de cambiar la existencia anexándonos nuevos instrumentos.[3]

 

Este cambio suscitado al integrar instrumentos es lo que llamó incorporación, movimiento por el que el cuerpo se reconfigura y que apuntala la diferencia respecto de la carne. Esta forma de expresión plástica obedece a una idea de potencia, la pretensión de un objetivo que motiva y subordina la naturaleza constituyente del cuerpo.

 

¿Cómo afecta el virus al cuerpo? ¿Cómo precisar hacia dónde fluye la vía de contención del virus? Las estrategias de higiene y aislamiento adoptadas para reducir su propagación pueden percibirse también como modos en que el virus opera en el cuerpo sin filtrarse al organismo. Cuando potencialmente todo objeto entraña la posibilidad del contagio, entonces la familiaridad con la que el cuerpo modifica su espacialidad se cierra. La descripción del miembro fantasma da cuenta de un “campo práctico” que define nuestra interacción con el mundo.

 

Lo que en nosotros rechaza la mutilación y la deficiencia es un Yo empeñado en cierto mundo físico e interhumano, un Yo que continúa tendiéndose hacia su mundo pese a deficiencias o amputaciones, y que, en esta misma medida, no las reconoce de iure. El rechazo de la deficiencia no es más que el reverso de nuestra inherencia a un mundo, la negación implícita de lo que se opone al movimiento natural que nos arroja a nuestras tareas, nuestras preocupaciones, nuestra situación, nuestros horizontes familiares. Poseer un brazo fantasma es permanecer abierto a todas las acciones de las que sólo el brazo es capaz, es guardar el campo práctico que uno poseía antes de la mutilación.[4]

 

Es cierto que el virus no conlleva la pérdida de un brazo, pero sí hace de éste un muñón cuando pretende incorporar. La idea de miembro fantasma revela que el cuerpo es comprensión del mundo, una forma sustentada por la carne y los instrumentos que anexa. El virus opone sospecha a familiaridad, retiene al cuerpo en sus configuraciones carnales franqueando su capacidad extensiva. Hablando con soltura, ocurre una suerte de mutilación del horizonte. Conservando los miembros, queda anulada una dimensión corporal.

 

Al referirse al cuerpo, la idea de plasticidad ontológica no pretende una actualización del desprecio por la carne, acaso ninguna forma de configuración sea posible sin esa dimensión sensible. Al decir que el virus repliega el cuerpo al interior de la piel, se pretende mostrar que allí donde antes se percibía una manifestación de la capacidad de obrar, esto es, una prolongación espacial, se ha abierto un ámbito de vulnerabilidad.

 

Congregación y confinamiento

 

Las interpretaciones regulares de la filosofía de Spinoza desarrollan la relación del conatus con el Estado o el derecho, en ello ven consumado ––o problematizan–– el objetivo de una existencia que persigue la garantía de su existencia. Pero los libros II y III de la Ética podrían pasar por un tratado de plasticidad, en ellos es posible rastrear nociones de incorporación,[5] así como de un cuerpo cuya percepción es variable.[6] Si una sustancia infinita se expresa de infinitos modos, es lícito pensar en una infinita variedad de expresiones al interior de cada uno.

 

Con todo, lo que recupero no son aquellos puntos que habrán de constelar una línea recta con la filosofía posterior, y que se refieren a las expresiones de plasticidad mencionadas, sino una nota diferencial directamente cuestionada por el SARS-CoV-2, y que se refiere a la articulación de un cuerpo colectivo, este movimiento puede llamarse congregación.

 

“Por cosas singulares entiendo las cosas que son finitas y tienen una existencia limitada. Si varios individuos concurren a una sola acción, de tal manera que todos sean a la vez causa de un solo efecto, considero, en tal sentido, a todos ellos como una sola cosa singular”.[7] Considerando la teoría atomista de Demócrito, erigida como hecho por la ciencia contemporánea, concebir un cuerpo congregado en términos de una aspiración común no supone ninguna dificultad, en verdad, ¿dejaremos que el sentido común haga de la piel el criterio para discernir entre lo compuesto y lo disperso?

 

Cualquier protesta en el espacio público ilustra un cuerpo considerado en mayor escala a la del sujeto, su objeción no se presenta como una nueva iteración de la escuela eleática, se presenta como una pandemia.

 

¿Qué hace del detrito estrategia? ¿Se requiere de la carne para hablar de contagio? Los virus se apropian de los mecanismos de reproducción de su huésped para replicarse, así pues, las configuraciones corporales recurrentes son tomadas por el SARS-CoV-2. La congregación se afirma como cuerpo por cuanto da lugar a la propagación del agente infeccioso, en tanto le sirve lo mismo que la materia orgánica. El cuerpo es una figura, la carne forma parte de su superficie, pero no la define.

 

La congregación o, si se prefiere conservar la idea de sujeto, el cuerpo colectivo, no se sostiene como superación de la finitud particular de cada cual, sino que viene a suponer la precipitación de su deceso. Al hablar de cuarentena, se debe considerar que también se habla de un cuerpo que se disgrega.

 

Superficie y profundidad

 

El amor que Aristóteles profesa a la vista está subordinado al conocimiento. No es la vista la condición de posibilidad de nuestra pretensión epistemológica, es un vehículo para su satisfacción. Con todo, en lo que respecta a la relación entre carne y cuerpo, conocemos ese espacio que somos superficialmente, en sentido habitual no conocemos porque lo permita la vista, conocemos hasta donde lo permite.

 

La enfermedad es una forma de conocimiento que habla de lo que ha borrado, de lo que deforma, o mejor, de aquello a lo que le concede forma. Las radiografías, los electrocardiogramas, los estudios de sangre, los medios de exploración carnal le dan imagen al cuerpo. Conocemos el riñón infectado, la posición inadecuada, percibimos la enfermedad en la deformidad de la carne, y esa es la forma del cuerpo. No lo que debería ser, sino lo que es.

 

Frente a la superficie, la enfermedad le labra una profundidad al cuerpo, le hace cierto debajo de la vista, conocimiento sin imagen de orden visual. Una mañana la persona infectada ha adquirido una garganta en el ardor con que la percibe. En la medida en que le duele, ha adquirido carne como consistencia de su cuerpo.

 

En la enfermedad la vista ha defraudado al amor. El coronavirus al que nos enfrentamos representa una configuración particular  ––indeseada–– para el cuerpo, los síntomas son aquellos elementos de la carne que adquieren peso, los vértices de la figura adoptada.

 

Para dar cuenta de la plasticidad como característica ontológica he recurrido a configuraciones que responden a una voluntad o un acto ejerciéndose. El virus parecía un impedimento para la expresión plástica, por su reclusión en formas limitadas. Ahora se encumbra como un agente determinante de su figura. Su autor involuntario.

 

Repliegue fenoménico

 

Pero hay aún otro espacio disputado por el virus, no un espacio corporal sino el espacio en general. En la medida en que la epidemia retiene y define la extensión expresiva del cuerpo le gana terreno exterior, pero sería una interpretación deficiente ver en esta conquista del espacio una perspectiva externa de la limitación plástica que atravesamos.

 

El concepto de plaga de gris, entendido como replicación indefinida desarrollándose en la nanotecnología, plantea un escenario de propagación viral que ilustra un espacio transformándose, cediendo lugar a las máquinas. La analogía sugiere la pregunta ¿qué color habrá de asignarse al SARS-CoV-2? ¿Su imperceptibilidad visual permite hablar de “plaga invisible”?

 

María Zambrano llama “conquista del espacio” a la determinación de los objetos que pueblan el entorno circundante y describe el proceso en términos visuales. “Salir al espacio se confundirá con salir a la luz”.[8]

 

Que el cuerpo retroceda hacia la carne supone entonces un repliegue fenoménico. La imperceptibilidad deja de ser un término relacional que remite al virus para hacerse característica de nuestras ciudades.

 

Pandemia

 

La plasticidad como cualidad ontológica cobra evidencia en el cuerpo al considerar su ductilidad configurativa. A lo largo del estudio, configuraciones de expresión extensiva como incorporación o congregación se han visto anuladas por la propagación del coronavirus. A través de los síntomas que le conceden presencia al virus, también ha determinado de modo específico la configuración carnal del cuerpo.

 

¿Qué es una pandemia? Es la limitación plástica del cuerpo. El virus cuestiona la idea que vertebra las diferentes configuraciones a las que se ha dado seguimiento. Esto es, cuestiona la idea de potencia o facultad como aquello que aparentemente subyace a la expresión plástica. Si fuera preciso aclararlo, la potencia se consuma a través de nuestra maleabilidad, no es la plasticidad un logro del cuerpo afanado en un deseo, sino que es la potencia la que se realiza a través de una característica ontológica.

 

Paul B. Preciado, al referirse a las normas que conducen “la transformación anatómica de un cuerpo transexual”, señala: “Aquí el objetivo no es la intensificación de la potencia vital del cuerpo (llámesele salud, placer o bienestar) sino la reafirmación de la norma falocrática y de la estética heterosexual penetrante-penetrado”.[9] Así pues, la capacidad de acto que se consuma en algunas configuraciones corporales se inscribe en dicha “potencia vital” emparentada con la salud y el placer.[10]

 

No es oportuno confundir extensión con acto. Aunque el conflicto se representa en términos de espacio, la pandemia afecta al eje de la potencia de acto de nuestra vitalidad. Este ensayo no supone una apología ingenua de la cuarentena, el objetivo no es hacer ver en el placer un modo de resistencia, un refugio vital, ni pretender que se conserva la salud porque la carne no se ve involucrada. El cuerpo sí es atravesado por el virus y en esa medida está enfermo.

 

Tampoco niego la efectividad del repliegue. Todavía estamos negociando lo que el espacio significa frente al virus, está por verse si hay fuerza en lo disperso, si es posible congregarse como una constelación, articulando una figura que involucra la distancia como vínculo. La forma se ha ensayado en el modelo de los archipiélagos, acaso adquiera una versatilidad cotidiana y se haga patente en variaciones de amplitud. ¿Con qué criterio habrá de decidirse una nueva conquista o una pérdida del espacio?

 

Y si las advertencias de otros filósofos respecto a nuestra libertad se concretan, ¿habrá de considerarse erradicado el virus si la carne deja de ser susceptible de contagio? ¿Cómo asegurarnos de que la pandemia no perviva en el cuerpo?

 

El carácter cienciaficcional del coronavirus. Mecanismos de indirección.

 

Hay una expresión sintomática y común en numerosas crónicas hechas a propósito del coronavirus: Sin importar la perspectiva desde la que se realizan los textos, la mayor parte de ellos coincide en que el SARS-CoV-2 ha provocado una “situación digna de ciencia ficción”. Cabe preguntarse por qué la ciencia ficción se ha vuelto un referente para hacer perceptible a un agente invisible. ¿Cómo nombrar al color que se adueñó del espacio?

 

¿Qué rasgo definitorio de la ciencia ficción se encuentra implicado en tales afirmaciones? ¿Hay algún concepto en literatura para cuando la legitimidad diegética de un relato se rompe? ¿Cómo nombrar aquel elemento que interrumpe la regularidad narrativa, o que es forzado al interior del conjunto de elementos con los que no guarda ninguna familiaridad? Si hay un término para ello podría servir para dar cuenta de la impresión de la pandemia, podría considerarse al virus como ejemplo de aquello que trueca el plexo referencial que constituye lo cotidiano.

 

La obra de arte “La fuente” ilustra el mismo contraste. Se introduce un elemento ajeno al contexto para violentarlo. Las novelas de invasiones alienígenas se mueven bajo el mismo principio de irrupción humeneano, y demuestra el genio de H. G. Wells que “La guerra de los mundos” cierra al vincular a los invasores con organismos microscópicos. Que la cuarentena se perciba como una situación cienciaficcional revela que es un referente más inmediato que el arte para predicar una irrupción diegética operando. Feliz descubrimiento para la ciencia ficción.

 

Pero “La guerra de los mundos” es una novela sobre un ataque extraterrestre, y aunque comprende cómo sería percibida la irrupción de los marcianos para la vida terrícola, no está llevando a cabo un ejercicio de contraste contextual como sí lo hace “La fuente”. Por otro lado, “La fuente” es un ready-made, y no todos los ready-made operan con el mismo propósito. La fuente es un ready-made, pero su objetivo es romper la armonía del contexto con su emplazamiento.

 

¿Por qué atribuir entonces una cualidad cienciaficcional al virus por encima de una cualidad artística? Para responder a ello me gustaría dirigir el estudio hacia una de mis líneas de interés en la ciencia ficción, esto es, su aparente vocación profética. Aunque no es una condición de posibilidad, muchas obras de ciencia ficción proponen futuros al radicalizar situaciones que en el presente apenas se vislumbran. Sería ocioso dar cuenta de todos los elementos que apuntalan esta interpretación, de hecho, es suficiente con señalar que el futuro pertenece a la noción general de ciencia ficción desde la que se caracteriza la pandemia.

 

Con independencia del SARS-CoV-2, ¿hay quien todavía mire con entusiasmo el porvenir? Nuestro optimismo parece cifrarse en la posibilidad de ser la última generación antes de una debacle generalizada. No se trata de una catástrofe, sino de una visión de un futuro catastrófico que parece habernos alcanzado con el virus.

 

Pero sería un diagnóstico incompleto el que le conceda al coronavirus su cualidad cienciaficcional tan sólo porque cumplió las profecías, porque no es la propagación de un agente infeccioso un elemento exclusivo de la ciencia ficción. Si basta con satisfacer un criterio profético, en pandemias anteriores la situación podría haber sido bíblica. Nueva alegría para la ciencia ficción. Sus materiales son aquellos paradigmas con los que interpretamos los fenómenos.

 

Sin embargo, la diferencia entre la ciencia ficción y el pensamiento religioso no se juega en términos de vigencia, y es más oportuno hablar de un carácter esclarecedor respecto al tiempo que de un sistema de vaticinios. Fredric Jameson aclara el objetivo de la ciencia ficción al dirigirse al porvenir: “[…] no darnos «imágenes» del futuro –independientemente de lo que dichas imágenes pudieran significar para un lector que necesariamente morirá antes de que se «materialicen»– sino, por el contrario, desfamiliarizar y reestructurar la experiencia que tenemos de nuestro propio presente, y hacerlo de modos específicos, distintos de todas las demás formas de desfamiliarización”.[11]

 

Al hablar del cuerpo quedó claro que en sus configuraciones extensivas presupone un horizonte de familiaridad susceptible de ser incorporado. La desfamiliarización expresa aquello que cobra presencia porque no puede ser asimilado. Toda objeción a la expresión plástica del cuerpo y a nuestro desenvolvimiento en el mundo en general tiene presencia. Jameson continúa:

 

[…] el presente ––en esta sociedad y en la disociación física y psíquica de los sujetos humanos que lo habitan–– es inaccesible directamente, está insensibilizado, habituado, vacío de afecto. Hacen falta, por consiguiente, elaboradas estrategias de indirección si queremos de algún modo romper nuestro aislamiento monádico y «experimentar», por vez primera y real, este «presente», que al fin es lo único que tenemos […]. Es el momento presente ––indisponibles por derecho propio a nuestra contemplación, porque la enorme inmensidad cuantitativa de los objetos y de las vidas que comprende es inabarcable y por lo tanto inimaginable, y también porque está ocluido por la densidad de nuestras fantasías íntimas así como por la proliferación de estereotipos de una cultura de medios que penetra en cada zona remota de nuestra existencia–– el que cuando volvemos de las construcciones imaginarias de la ciencia ficción se nos ofrece en forma de pasado remoto del mundo futuro, como si se tratara de algo póstumo y colectivamente recordado.[12]

 

En el texto se habla de un presente habituado como Merleau-Ponty habló de la habitud hacia un bastón. En ambos casos significa una pérdida de la presencia de lo involucrado en la propia identidad. Pero lo más apremiante es el ejercicio de indirección que hace perceptible la circunstancia temporal y que hace comprensible el carácter profético de la ciencia ficción, pues la misma clarificación del presente es la que se pone en juego en las disciplinas esotéricas de adivinación bien entendidas.

 

Retomando el curso, se puede conceder razón ––o mejor, identificar en dónde cifran su razón–– a las expresiones que caracterizan al SARS-CoV-2 como un ente cienciaficcional, pues también invierte el sistema perceptual con el que nos dirigimos al tiempo. Todos los días me pregunto cuándo aparecerá un horizonte que no involucre al virus, cuándo se definirá el intervalo abierto.

 

El concepto solicitado a la literatura se resuelve en el lenguaje elaborado en el transcurso de este apartado, así como en la lectura de Jameson. Recursos artísticos como apropiación e intervención le conceden presencia a los objetos o espacios sobre los que se realizan, éstos dejan de ser ejemplares cotidianos de su concepto para cobrar singularidad. Sintetizando lo dicho, la indirección puede concebirse como un recurso artístico similar a los mencionados, con el que la ciencia ficción se dirige al tiempo para hacer perceptible el presente.

 

Irrupciones contextuales han sido narradas en la ciencia ficción adoptando la figura de invasiones alienígenas. Mecanismos de indirección operan en la ciencia ficción, no dentro de sus relatos, sino a través de ellos. Y ciertamente es el mismo mecanismo de dislocación de contexto aquel con el que el virus ha prolongado el presente.

 

Aquí se encuentra el germen de una investigación por realizar, y es si acaso la indirección es el recurso artístico particular o frecuente de la ciencia ficción. Probablemente sea esta relación la que constituye la noción de cienciaficcional que se utiliza para describir la pandemia.

 

Hacia el final del apartado del que me he servido, Jameson señala que los cuentos de Phillip K. Dick están poblados por “autómatas destartalados y tullidos del futuro”, acaso la formulación adecuada referente a nuestro contexto sea “tullidos de futuro”. Lo más notorio es que reaparece la imagen del muñón, del horizonte sesgado. Se deriva entonces una consecuencia: que el tiempo forma parte de la comprensión con que se despliega el cuerpo.

 

Siguiendo esta afirmación, el presente como incertidumbre supone un modo de reclusión corporal, cuando menos en la medida en que la enfermedad es la única expectativa por concretarse. Ante el horizonte de la enfermedad, la salud equivale a necesidad de postergar el futuro. La vacuna parece responder a esta forma de confinamiento. En sus etapas de aplicación y como punto de referencia para algún porvenir, devuelve cierto sentido del tiempo. Queda por verse si será suficiente para sortear el resto de los impedimentos que han cercado al cuerpo.

 

Bibliografía

  1. Aristóteles, Metafísica, Gredos, Madrid, 2011
  2. Heidegger, Martin, El ser y el tiempo, Fondo de Cultura Económica, México, 2010.
  3. Jameson, Fredric, Arqueologías del futuro. El deseo llamado utopía y otras aproximaciones de ciencia ficción, Ediciones Akal, Madrid, 2009.
  4. Merleau-Ponty, Maurice, Fenomenología de la percepción, Editorial Planeta-De Agostini, 1993.
  5. Preciado, Paul B., Un apartamento en Urano. Crónicas del cruce. Editorial Anagrama, Barcelona, 2019
  6. Spinoza, Baruch, Ética demostrada según el orden geométrico, Alianza, Madrid, 2011.
  7. Zambrano, María, El hombre y lo divino, Fondo de Cultura Económica, México, 2012.

 

Notas
[1] Aristóteles, Metafísica, I, 1, 980a.
[2] Cf. Martin Heidegger, El ser y el tiempo, ed. cit., p.117. Una descripción fuera del ámbito de la filosofía aparece en el libro Entender el cómic, de Scott McCloud, quien, siguiendo a Marshall McLuhan, habla de una “identidad dilatada” que engloba objetos. Cf. Scott McCloud, Entender el cómic, Astiberri Ediciones, Bilbao, 2014, pp.37-39.
[3] Maurice Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción, ed. cit., pp.160-161.
[4] Ibid., p.100.
[5] Ya en Spinoza se encuentra la idea de afectos que pueden disminuir o aumentar la potencia de obrar, el conatus habrá de procurarse aquello que favorezca su existencia. Cf. Baruch Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico, III, Pos. I
[6]  “El alma humana no conoce el cuerpo humano mismo, ni sabe que existe, sino por las ideas de las afecciones de que es afectado el cuerpo.” (Ibid. II, Prop. XIX). O bien, “El objeto de la idea que constituye el alma humana es el cuerpo, o sea, cierto modo de la Extensión existente en acto, y nada más. […]. De aquí se sigue que el hombre consta de alma y cuerpo, y que el cuerpo humano, tal como lo sentimos, existe.” (Ibid. II, Prop. XIII).
[7]   Ibid. II, Def. VII
[8]   María Zambrano. El hombre y lo divino, ed. cit., 2012, p.85.
[9]   Paul B. Preciado, “Imprimir la carne”, en Un apartamento en Urano. Crónicas del cruce., ed. cit., p.248.
[10] En estudios previos he sumado la encarnación como otro modo de plasticidad corporal que se refiere a la manifestación de la identidad como un aspecto de la potencia vital, no se lleva a cabo como un acto que pretende salvar una distancia o que tiene como consecuencia necesaria una prolongación espacial. Cf. Hugo Alejandro Vega de la Torre, Plasticidad Ontológica: el arte como ejercicio derivado de nuestra constitución ontológica, tesis de licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras UNAM, 2019.
[11] Fredric Jameson, Arqueologías del futuro. El deseo llamado utopía y otras aproximaciones de ciencia ficción, ed. cit., p.341.
[12] Ibid., pp.342-343.