Resumen
La influencia kantiana en la tradición filosófica de occidente es innegable, desde su aportación epistemológica hasta su aportación ética y política, siendo a la vez el filósofo con el abordamos ineludiblemente la Ilustración. El presente artículo aborda esquemáticamente la filosofía de Immanuel Kant a través de su vida así como de su contexto. Sus influencias socio-políticas fueron de vital importancia para la elaboración de las tesis éticas kantianas, las cuales elaboraron la ética ilustrada basada en la autonomía del individuo. De este modo, se señala la influencia kantiana como la arquitectura filosófica que sirvió como condición de posibilidad para las posteriores propuestas éticas contemporáneas, expresadas a través de la crítica y la defensa de la autonomía de los individuos.
Palabras clave: autonomía, crítica, epistemología, ética, Ilustración, razón.
Abstract
The Kantian influence on the Western philosophical tradition is undeniable, from its epistemological contribution to its ethical and political contribution, being at the same time the philosopher with whom we inevitably approach the Enlightenment. This article schematically addresses the philosophy of Immanuel Kant through his life as well as his context, whose socio-political influences were of vital importance for the elaboration of Kantian ethical theses, which elaborated the enlightened ethics based on the autonomy of the individual. In this way, the Kantian influence is pointed out as the philosophical architecture that served as a condition of possibility for later contemporary ethical proposals, expressed through criticism and the defense of the autonomy of individuals.
Keywords: autonomy, criticism, epistemology, ethics, enlightenment, reason.
A finales del siglo XVIII, Estados Unidos obtenía su independencia e investía a su primer presidente George Washington, la Revolución Francesa culminaba con la ejecución de Luis XVI y María Antonieta, y la ciudad alemana de Mainz se declaraba república independiente. Los valores ilustrados trascendían las tertulias intelectuales para materializarse en regímenes y programas políticos, y el caso prusiano fue uno de ellos. La ciudad de Königsberg, perteneciente al reino de Prusia, fue atravesada por los valores ilustrados, siendo Kant uno de sus mayores exponentes en la medida en que los ideales de libertad, igualdad y autonomía del individuo impregnan toda su filosofía ética y política. Kant nunca publicó una obra dedicada exclusivamente a la política como sí hizo con sus críticas, pero explicó su filosofía política a través de artículos y ensayos menores, como Ideas para una historia universal en clave cosmopolita de 1784, Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? también de 1784, La paz perpetua de 1795, e incluso en la Metafísica de las costumbres de 1797. Al igual que en la ética, donde el individuo autónomo es un fin en sí mismo y no un medio, en la política kantiana el individuo es considerado también como un fin en sí mismo y, por lo tanto, como un sujeto que participa de la actividad pública común: un ciudadano. En este sentido, Kant se fijó en la capacidad legislativa del ser humano para dotarse de leyes, tanto a sí mismo (autónomo) como en su conjunto (libertad), por lo que la relación entre ética y política es directa. En consecuencia, podemos afirmar que lo que es válido para el individuo a través de la ética, también es válido para el conjunto de individuos en la política. Aun así, no es la felicidad el objetivo último del Estado, cuestionando la filosofía platónica, sino la libertad y, consecuentemente, el respeto a la ley autolegislada que emana de la voluntad general de la ciudadanía.
La política kantiana se fundamenta en el ejercicio de la libertad en el espacio público, ligado al derecho, pues sólo el derecho hace posible la libertad en el espacio público. Así, del mismo modo que la ética kantiana es de carácter formal, el derecho también tiene que serlo, salvando las leyes de las voluntades individuales y limitándolas a la voluntad general. En otras palabras, la ley política debe tener un carácter universal y a priori, por lo que no puede ser aplicada arbitrariamente, es decir, según la voluntad de uno o unos pocos y sin respetar los derechos de los demás. De este modo, Kant seguía a los contractualistas, especialmente de Rousseau, y afirmaba la existencia de derechos naturales, siendo éste el límite de acción del Estado, es decir, que ningún Estado puede vulnerar esos derechos individuales. Al igual que la mayoría de teorías contractualistas, el filósofo de Königsberg sostenía que en el Estado de naturaleza los seres humanos se encuentran en una situación de constante inseguridad, debido a las amenazas de otros que siguen su propia voluntad sin tener en cuenta la voluntad de los demás. De este modo, el contrato social, que hace nacer el Estado civil, somete la autoridad de las voluntades a una autoridad común cuyo objetivo es el bien común, o lo que es lo mismo, la seguridad de los derechos naturales. Consiguientemente, la libertad de los individuos queda garantizada mediante el contrato que se dan, que no es más que el reflejo de la voluntad general: siguiendo las huellas de Rousseau, el bien común sería la garantía de la libertad individual.
La Ilustración, que era como un espíritu que había llegado a occidente para quedarse, obligaba a los Estados a adoptar paulatinamente sus valores, siendo el comercio la garantía de la paz perpetua, argumentaba Kant. La política de Estado dejaba de ser algo de un territorio o de un monarca, para ser cosmopolita, donde los individuos devenían ciudadanos con derechos naturales allá donde fueran. La libertad de expresión, un valor tan preciado por Kant que él mismo tuvo que defender, sostenía los cimientos de la misma Ilustración y, por ende, de todo Estado ilustrado, pues sólo a través de la libre expresión, y por lo tanto de la crítica, de sus ciudadanos podían surgir todas las experiencias y representaciones de los individuos que formaban la voluntad general, esencia de la soberanía estatal. Consecuentemente, no ejercer la libertad de expresión implicaba limitar el libre uso de las facultades, por lo que el desarrollo de la autonomía individual se veía impedido. En definitiva, si el sujeto es un fin en sí mismo, como sostiene Kant, limitar su voz y por lo tanto su libertad individual convertía a los individuos en un medio para el soberano, en la medida en que la disidencia civil podía suponer el fin de todo régimen autoritario. ¿Pero cómo sería posible una política ilustrada sin una ética acorde a sus necesidades? Era necesario una ética ilustrada que fuera la condición de posibilidad de una política ilustrada, es decir, una ética que garantizara políticamente la libertad de los individuos, en la medida en que sería inútil construir un Estado basándose en las teorías contractualistas si los sujetos que conforman el contrato social —especialmente los funcionarios— no tienen unos valores morales individuales que hacen posible una práctica política comuna. Las siguientes líneas vienen a exponer las razones epistemológicas y éticas por las cuales Kant construyó su defensa por la libertad, razones que se vieron siempre sujetas a su contexto político, tanto por las revoluciones occidentales como por las represiones y persecuciones religiosas que experimentó y denunció el filósofo, y que lo constituyen en el arquitecto de la ética ilustrada.
Prusia, el joven Kant y los cambios internacionales
A menudo se define la Ilustración en las aulas como un movimiento cultural e intelectual, primordialmente europeo, que nació a mediados del siglo XVIII. Sin embargo, para filósofos contemporáneos como Michel Foucault, la Ilustración es más una actitud filosófica que un movimiento histórico,1 pues basándose en la crítica, lo remueve todo. De este modo, el espíritu de la Ilustración seguiría presente en nosotros, sin olvidar que el “siglo de las luces” inició el derrocamiento de un viejo mundo para alzar uno nuevo basado en la razón antropocentrista, cuyos efectos fueron irreversibles en las ciencias, pero también en el terreno de la filosofía, de la política y más tarde de la moral. D’Alembert, uno de sus representantes más emblemáticos, argumentaba que los valores de la ilustración lo discutieron, lo analizaron y lo agitaron todo —o prácticamente todo—, desde las ciencias profanas a los fundamentos de la revelación;2 desde la metafísica a las materias del gusto; desde las disputas escolásticas de los teólogos hasta los objetos del comercio; desde los derechos de los príncipes a los de los pueblos; desde la ley natural hasta las leyes arbitrarias de las naciones, la Ilustración discutió lo que hasta entonces se había entendido como verdad, y así tanto países como Francia, Gran Bretaña, Prusia, Alemania o las 13 colonias inglesas que se independizaron de la corona británica vivieron enormes cambios producidos, en gran parte, por los ideales ilustrados que impregnaron filosóficamente tanto la ciencia, la política como la economía occidental.
En Inglaterra a través de Locke, y en Escocia a través de Hume, se sentaron las bases de la Ilustración introduciendo grandes cambios políticos, lo que llevó a la Declaración de Derechos de 1689,3 por lo que la política en la isla británica sufrió cambios, tantos que de hecho Inglaterra y Escocia aparcaron sus diferencias y se unieron el 1 de mayo de 1707, gestando así el Reino de Gran Bretaña. No obstante, y a pesar de que este reino fue una de las condiciones de posibilidad de la revolución industrial del siglo XVIII, la estabilidad política no fue su sello. Así, por ejemplo, en 1715 los jacobitas intentaron quitar a Jorge I y restaurar la dinastía de los Stuart, la cual llevó a los ingleses a la guerra civil años atrás. Su sucesor, Jorge II, aumentó las colonias británicas en América del Norte y el Caribe, ganando el control total de Canadá, lo que dio lugar al Primer Imperio Británico. Por aquel entonces, América del norte estaba repartida mayormente entre españoles y franceses: por un lado España, que estaba dominada por la dinastía de los Borbones, una monarquía absolutista que a través del Decreto de Nueva Planta revocó la mayoría de los derechos históricos y privilegios de los diferentes reinos que formaban la Corona española, controlaba Florida y otras regiones del sur de Estados Unidos; por otra parte, los franceses, cuyo reino continuaba manteniendo muchas leyes del Antiguo Régimen a pesar de la aplicación de algunos ideales ilustrados, controlaban La Luisiana, que era junto a Quebec parte del virreinato de la Nueva Francia, extendiendo su territorio desde los Grandes Lagos hasta el Golfo de México, y desde las montañas de los Apalaches hasta las Rocosas. El Reino de Gran Bretaña y Francia, que ya eran enemigos históricos, empezaron a competir por la expansión territorial en el nuevo continente, competición que dio lugar al estallido de la Guerra franco-india en 1754, y en parte también la Guerra de los Siete Años, guerra que terminó en 1763 a favor de los británicos. Así, el 10 de febrero se firmaba el Tratado de París poniendo fin al imperio colonial francés en América del Norte, y dado que los franceses contaron con el apoyo de la España borbónica, la corona británica se hizo con el control de Quebec y de la Florida española, consolidándose de este modo la corona británica como la potencia hegemónica. No obstante, su hegemonía en América duraría muy poco, pues Jorge III acabó siendo un tirano para los colonos americanos, los cuales se habían nutrido de los valores ilustrados de su propio reino así como a través de las colonias francesas colindantes a las británicas. Tal fue el enfado que los colonos ingleses le declararon la guerra a Jorge III y el 4 de julio de 1776 se declaraba en Filadelfia la independencia de las 13 colonias británicas, naciendo de este modo los Estados Unidos de América.
La Ilustración, que pasó de puntillas en las instituciones políticas de España a pesar de que se gestara en Francia y se impulsara en la isla británica, triunfó en América, siendo sus valores el espíritu de la independencia de los Estados Unidos en 1776 para volver más tarde al continente europeo a través de la Revolución francesa de 1789. Si la Ilustración fue una revolución en las ciencias a través de la física de Newton, de la economía de Adam Smith o de la química de Lavoisier, entre otros, también fue una revolución en filosofía política a través de Locke, Montesquieu, Rousseau o Beccaria, cuyas teorías fueron la base filosófica de futuras revoluciones políticas. Y no era para menos: a pesar de que los valores ilustrados cada vez tenían más peso entre la sociedad, estos no acababan de desplazar los valores y leyes del Antiguo Régimen, lo que ocasionaba altibajos políticos que ponían en riesgo la continuación de los valores ilustrados. La revolución política se tornaba necesaria, pues sólo a través de una revolución, como mostraron ingleses, americanos y franceses, se podía asegurar la perpetuación de los valores ilustrados. Sin embargo, estas revoluciones habían sido sólo políticas, por lo que nada aseguraba que en el futuro no se perdieran. Fue en este contexto en el que Kant, que vivió bajo el despotismo ilustrado del reino de Prusia,4 observó que para que los valores ilustrados funcionasen en la política prusiana y también en el conjunto civilizaciones, era necesario que sus individuos aplicaran una ética también basada en los valores ilustrados.
Immanuel Kant, bautizado primeramente como Emanuel, nació el 22 de abril de 1724 en Königsberg, la actual Kaliningrado, en la misma ciudad en la que Federico Guillermo I, miembro de la Casa de Hohenzollern, fue coronado como rey de Prusia. A pesar de que Prusia existía desde finales de la Edad Media, no fue hasta la Guerra de Sucesión Española y su fin mediante el Tratado de Utrecht que fue confirmada como un reino, transformándose en una potencia militar. El 13 de junio de 1724 la ciudad se amplió al anexionarse a ella Altstadt, Kneiphof y Löbenicht, por lo que Königsberg se convirtió en la capital oriental del reino prusiano, a pesar de que Berlín y Potsdam siguieron siendo las principales residencias de los reyes prusianos. Immanuel Kant fue hijo de Johann Georg Kant, un artesano alemán, y de Anna Regina Reuter, hija de un fabricante alemán de sillas de montar, siendo así el cuarto de nueve hermanos, de los cuales sólo cinco alcanzaron la adolescencia, con los que Kant nunca mantendría relación a pesar de que los ayudaría económicamente a lo largo de su vida. La juventud del joven filósofo se desarrolló bajo el reino de Federico Guillermo I de Prusia, un reino dedicado principalmente a instaurar una corte austera y eficaz que centralizó la administración financiera, logrando de este modo mejorar la situación económica del reino. Esta etapa política permitió al Estado prusiano fortalecer su industria, así como poblar zonas deshabitadas e implementar la obligatoriedad de la enseñanza, creándose escuelas por todo el país, algo que su sucesor, Federico II el Grande continuó y amplió y de lo que, como veremos, Kant salió beneficiado.
El 31 de mayo de 1740 Federico Guillermo I moría en Potsdam, y ese mismo día accedía al trono su hijo Federico II. A éste se le conoció como “el Grande” pues Federico II fue un rey que se rodeó de figuras relevantes de la Ilustración francesa, tales como el filósofo Voltaire, el matemático Maupertuis o el médico La Mettrie, entre otros, planteando reformas judiciales encaminadas a humanizar algunos aspectos que la Ilustración consideraba como impropios de la civilización occidental. De este modo, y a pesar de ser una monarquía absolutista, Federico II abolió la tortura, redujo la censura, sentó las bases para la “Ley General de Tierras” prusianas,5 permitió la libertad de culto y mantuvo la obligatoriedad de estudiar. Esta obligación afectó a Kant, pero no fue esto un problema para nuestro joven filósofo, pues desde el principio de sus estudios mostró gran aplicación en sus investigaciones. En 1740, año en el que estalló la Primera Guerra de Silesia,6 Kant contaba con tan sólo 16 años edad, por lo que se matriculó en la Universidad de Königsberg, habiendo estudiado previamente en el Collegium Fridericianum. En la Universidad estudió la filosofía de Leibniz y Wolff con el profesor Martin Knutzen, un racionalista que también estaba familiarizado con los desarrollos de la filosofía y la ciencia británica y que introdujo a Kant en la nueva física matemática de Newton.
La muerte de su padre en 1746 interrumpió sus estudios, aunque los pudo reprender poco más tarde compaginando sus investigaciones académicas con las clases particulares que impartía en los pequeños pueblos de alrededor de Königsberg. De hecho, Kant publicó su primera obra filosófica en 1749, titulada Meditaciones sobre la verdadera estimación de las fuerzas vivas, obra en la que criticaba a los seguidores de Leibniz por no buscar más allá de lo que enseñan los sentidos. En 1755 también publicó, aunque anónimamente, Historia general de la naturaleza y teoría del cielo, una obra que seguía la estela de Newton y en la que intentaba explicar el orden del sistema solar. Ese mismo año llegó a ser profesor universitario dando lecciones de metafísica, lecciones que enseñaría durante casi cuarenta años. A pesar de que Kant seguiría escribiendo sobre temas científicos, la filosofía le ocupaba cada vez más tiempo e interés, y en 1762 publicaba una obra sobre lógica titulada La falsa sutileza de las cuatro figuras del silogismo. Las publicaciones periódicas se sucedieron y el año siguiente publicaba otra obra titulada Ensayo para introducir el concepto de magnitudes negativas en la filosofía en la que contraponía lógica y matemáticas; en 1763 publicaba El único fundamento posible de una demostración de la existencia de Dios en la que criticaba tanto el argumento ontológico de Dios propuesto por Anselm de Canterbury como el argumento físico-teológico, presuponiendo la existencia de Dios debido a la posibilidad interna de todas las cosas; y en 1764 se adentraría en la estética en un concurso de la Academia de Berlín quedando en segundo lugar tras Moses Mendelssohn con Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime.
El fin de las Guerras de Silesia permitieron un gran incremento de riquezas para Prusia, habitando zonas despobladas y generando una sensación de paz dentro de las fronteras en las que la censura era muy reducida. Kant se vio favorecido por estas condiciones y en 1770, a la edad de cuarenta y cinco años, fue nombrado profesor de Lógica y Metafísica en la Universidad de Königsberg, escribiendo su Disertación inaugural dejando a la luz temas centrales de su futura obra madura, momento que también aprovechó para declarar que David Hume le despertó del “sueño dogmático”. No obstante, este despertar que le provocó la filosofía de Hume hizo que Kant se mantuviera filosóficamente en silencio durante once años, sin publicar obra alguna, hasta que en 1781, y todavía bajo el reinado de Federico II, publicó la Crítica de la razón pura, obra que aunque hoy sea imprescindible para el estudio del pensamiento occidental fue prácticamente ignorada en el momento de su publicación inicial.
Los límites del conocimiento: la epistemología kantiana
Kant había recibido muchos elogios de algunas de sus anteriores obras, vendiéndolas sin problemas, siendo un autor de renombre en 1764. No obstante, las más de 800 páginas en la edición original en alemán y escrito en un estilo seco y académico, hicieron de la Crítica de la razón pura una obra sin apenas reseñas, las cuales además no concedían importancia a la obra. Como era de esperar, Kant se decepcionó con la recepción de la primera de las críticas y reconoció que debía clarificarla, motivo por el cual en 1783 escribió los Prolegómenos a toda metafísica futura como un resumen de sus principales puntos de vista. En cualquier caso, tanto en la Crítica de la razón pura como el resumen que hizo de ella en los Prolegómenos a toda metafísica futura, Kant demostraba su despertar del sueño dogmático que años antes declaró en su Disertación inaugural, pues intentó superar el racionalismo y el empirismo que invadían filosóficamente toda Europa, haciendo una crítica de ambas corrientes filosóficas y generando lo que se conoce como el “giro copernicano” al concebir al sujeto como la fuente que construye el conocimiento del objeto, giro que le permitió responder a la pregunta que motiva a la obra: la metafísica no puede ser considerada como ciencia.
Años antes Hume había explicado en su obra Tratado de la naturaleza humana que la relación causal se había concebido tradicionalmente como una “conexión necesaria” con el efecto, de tal modo que, conocida la causa, la razón puede deducir el efecto que se seguirá, y viceversa: conocido el efecto, la razón está en condiciones de remontarse a la causa que lo produce. Sin embargo, no sólo las conexiones no son necesarias, defendía el filósofo escocés, sino que son un recurso que sólo podemos aplicar en el pasado porque tienen base empírica. Hume concluyó que llegamos a la relación causa-efecto gracias a la observación y ésta la podemos aplicar en el pasado porque la hemos experimentado, pero de ahí no podemos afirmar categóricamente que en el futuro también suceda la misma relación causa-efecto, pues sin experiencia no hay verificación, por lo que sólo podemos imaginar lo que pasará. Kant intentó superar la crítica al fundamento epistemológico del principio de causalidad (y por lo tanto al saber científico) que había hecho Hume, respondiendo que si realizamos la conexión causa-efecto es porque existen ciertas condiciones de posibilidad que la hacen posible. De este modo, Kant contestó a Hume que no realizamos las conexiones causa-efecto sólo mediante la experiencia sensible, sino que esas relaciones racionales las realizamos gracias a la intervención de las categorías del entendimiento. De ahí que Kant defendiera que el principio de causalidad es una de las categorías a priori del entendimiento, y que por lo tanto no proviene de la experiencia, como defendía Hume, sino que forman parte de nuestra naturaleza humana, teniendo así un carácter necesario y universal.
Si bien la crítica a Hume fue una de las tesis principales de la epistemología kantiana, el filósofo de Königsberg demostró que la razón llega a ideas sintéticas por silogismos, ideas que surgen por englobar juicios del entendimiento hasta hacerlos incondicionados. De este modo, en la Crítica de la razón pura (y en los Prolegómenos a toda metafísica futura) Kant quiso averiguar qué es aquello que se puede saber, preguntándose por los límites de la metafísica, y si es posible o no una metafísica en general. En definitiva, su pregunta última consistía en si la metafísica puede darse como ciencia y ofrecer el conocimiento que ésta promete, ya que la metafísica es inmanente al ser humano. Dado que la metafísica busca las ideas incondicionadas que hacen posible las condicionadas, es decir, ideas mayores que hacen posible otras menores o sujetas a las mayores, las ideas de la metafísica trascienden la propia experiencia y formulan los postulados de alma, mundo y Dios como totalidades7 a partir de conceptos a priori de toda experiencia, siendo ideas incondicionales que posibilitan a otras condicionadas. En resumen, Kant defendía en la primera parte de la Crítica de la razón pura que los objetos se encuentran fuera y a priori de nosotros, es decir, en el espacio y el tiempo, siendo éstas las condiciones de posibilidad de nuestro conocimiento. De este modo, el espacio y el tiempo no representan ninguna propiedad de las “cosas-en-sí”, sino que son las formas puras de la sensibilidad, es decir que, como seres humanos, sólo conocemos los fenómenos8 que se dan en el espacio y el tiempo, o lo que es lo mismo, a través de la experiencia, por lo que sólo podemos conocer los objetos de manera relativa (según nuestras condiciones sensibles de conocimiento), quedándonos velados los objetos en sí mismos. En segundo lugar, Kant sostenía que si sólo percibiéramos los objetos a través de los sentidos no podríamos diferenciar un objeto de otro ni tampoco sus movimientos, por lo que nuestras intuiciones sensibles serían ciegas. De ahí la necesidad de dar forma a nuestras intuiciones sensibles, de lo que se encargaría nuestro entendimiento. Así, Kant buscó los elementos a priori que hacen posible la aprehensión de los objetos de la experiencia percibidos por la sensibilidad, por lo que el entendimiento piensa los objetos que percibimos con los sentidos, haciendo que las intuiciones dejen de ser ciegas. ¿Cómo lo haría? A través de las categorías innatas de nuestro entendimiento, encargado de generar conceptos que ordenan las diversas representaciones bajo una unidad superior, es decir, de referir un concepto a varias representaciones. De este modo, los conceptos son la condición de posibilidad gracias a la cual conocemos los objetos del modo en que lo hacemos, por lo que la conjunción entre sensibilidad y entendimiento nos permite diferenciar un objeto de otro. En definitiva, un objeto es la síntesis de una multiplicidad de representaciones percibida por la sensibilidad que es aunada bajo un concepto gracias al entendimiento, constituyendo así el conocimiento científico.9 De ahí que el conocimiento de la “cosa-en-sí” nos sea imposible, sostenía Kant, solo pudiendo conocer los fenómenos, quedándonos el noúmeno velado.
No obstante, Kant no finaliza aquí el análisis filosófico de la Crítica de la razón pura, pues defiende que el conocimiento del ser humano rebasa sus propios límites de la experiencia al pretender conocer por meros conceptos sin referirlos a la experiencia. Esta pretensión es propia de la metafísica, cuyo funcionamiento se realiza a través silogismos,10 y mediante los cuales llegamos a las ideas trascendentales, es decir, representaciones mentales que no tienen representación en la realidad empírica pero que llegamos a ellas a través de las facultades de la razón, buscando un incondicionado que posibilite a los condicionados. El problema de los conceptos de la metafísica —como alma, mundo y Dios—, es que no podemos determinarlos empíricamente como sí podemos hacer con los objetos que percibimos y concretamos con el entendimiento, por lo que no podemos realizar un cálculo matemático de ellos. De este modo, las ideas metafísicas de la razón son indemostrables, y aunque todos lleguemos a ellas, la hacemos en forma pero no en significado, pues cada individuo imbuye el significado a dichos conceptos a través de sus experiencias personales. En definitiva, Kant finaliza la Crítica de la razón pura sosteniendo que no llegamos a las ideas de alma, mundo y Dios por la experiencia, sino a través de una síntesis, imaginativa y particular, de todas nuestras experiencias internas (alma) y externas (mundo) y su unidad (Dios), actuando como si estas fueran ciertas e imposibilitando la demostración de su existencia, afirmaciones que le tendrían repercusiones en su vida, y motivo por el cual en 1827 la Iglesia católica introdujera la Crítica de la razón pura en el Índice de Libros Prohibidos con el objetivo de advertir a los cristianos de que el libro podía poner en peligro la fe y la moral cristiana.
De este modo, Kant concluyó que, dado que las ideas de la razón van más allá de lo empíricamente demostrable, la metafísica no es una ciencia, pues a pesar de que todos lleguemos formalmente a dichas ideas, su concreción nunca es igual para todos: a diferencia de los objetos que su definición puede ser universalmente compartida, como por ejemplo lo que entendemos por “pelota” o por “naranja”, las ideas de alma, mundo y Dios no tienen correlación empírica, es decir, que su representación ideal no corresponde a ningún objeto de la experiencia, por lo que nada podemos decir del yo (alma), del mundo y Dios de manera universal. Ahora bien, para Kant el ser humano es el único ser de la creación que se sabe poseedor, por un lado, de la causalidad mecánica al tener inclinaciones y deseos sensibles, dependiendo así de su carácter empírico; y por otro lado, de la causalidad por libertad, ya que como ser racional se declara libre de toda influencia de la sensibilidad y de toda determinación temporal, habiendo de ejercerse su actividad según su carácter inteligible. Concluía así Kant que el ser humano no se conforma con el conocimiento de los objetos de la naturaleza, sino que además desea actuar en ella, rompiendo el orden de lo causalmente determinado: si el ser humano no sólo puede conocer, sino también actuar, debe ser porque nuestra razón no es sólo razón teórica, sino también práctica, encontrándonos entre lo fenoménico y lo nouménico. Por esto mismo el uso de las ideas de la razón no es científico, sino regulativo, es decir, que no sirven como base de conocimiento científico, sino como uso justificativo moral, siendo los postulados los que actúan como condición de posibilidad de las acciones morales.
Kant y la ética ilustrada
El contexto político de la Prusia de Federico II el Grande permitió que Kant pudiera afirmar abiertamente que la idea de Dios es únicamente una idea, es decir, que no tiene un valor empírico, por lo que su existencia no es primordial. De hecho, si Kant hubiera vivido en otro país del continente europeo probablemente no hubiera podido publicar tales afirmaciones, y debido al amparo que recibía institucional y gubernamentalmente, dedicó la Crítica de la razón pura a von Zedlitz, ministro de educación del rey. Kant, que se alimentaba filosóficamente de los ilustrados franceses, admiraba la filosofía política del francés Jean Jacques Rousseau, especialmente sus valores ilustrados y republicanos que defendían la libertad que más tarde desembocarían en la Revolución francesa,11 valores y reflexiones que incluiría en su filosofía. De este modo, y gozando del amparo político que le proporcionaba Federico II el Grande, Kant continuó con sus publicaciones. A pesar de que en sus primeros años la Crítica de la razón pura pasara inadvertida, la reputación de Kant aumentó gradualmente tras la publicación de los Prolegómenos a toda metafísica futura, pero su reputación se vio fortalecida, sobre todo gracias a su artículo Respuesta a la pregunta: ¿Qué es Ilustración?, publicado en 1784 en la revista alemana Berlinische Monatschrift. Esta revista, que actuaba como portavocía del pequeño grupo de pensadores liberales berlineses Berliner Mittwochsgesellschaft, era la preferida de Kant, pues le permitía estar atento a cómo la Revolución francesa se cocinaba en las calles y mentes de los franceses. De hecho, a través del pequeño grupo Berliner Mittwochsgesellschaft, utilizando la revista Berlinische Monatschrift como medio divulgador, los valores de la Ilustración francesa penetraban en Berlín y, por extensión, en todo el reino prusiano, sin que fuera un problema para el monarca absolutista Federico II el Grande, pues no contradecía su máxima de “razonad lo que queráis pero obedeced” al Estado, aparte de que el monarca también se rodeaba de figuras populares de la Ilustración francesa.
El artículo de Kant Respuesta a la pregunta: ¿Qué es Ilustración? publicado en la revista Berlinische Monatschrift era una respuesta a la pregunta sobre qué es la Ilustración que un año antes el clérigo Johann Friedrich Zöllner había realizado a través de un artículo en el que se oponía a la institución del matrimonio civil. Esta pregunta, que para Zöllner era tan importante como la pregunta por la verdad, fue respondida en un primer momento por el filósofo Moses Mendelssohn y un mes más tarde por Kant, el cual contestaba a Zöllner argumentando que Ilustración era sinónimo de la salida de la minoría de edad, entendiendo por minoría de edad un estado de nuestra voluntad que nos hace aceptar ser dirigidos por una autoridad externa a nosotros. Brevemente, ser menor de edad implica seguir la razón de otro y no la propia, por lo que la Ilustración sería la salida de esta situación y, por lo tanto, servirse del propio entendimiento: sapere aude! En su célebre texto sobre la Ilustración Kant expuso tres ejemplos sobre esta sumisión de la razón que implicaría la minoría de edad: cuando un libro nos dirige el entendimiento, cuando un médico decide por nosotros nuestro régimen de salud, y cuando un director espiritual nos dirige moralmente. A este tercer punto dedicó cierta atención, defendiendo que no sería lícito no poder en duda una constitución religiosa en la medida en que ésta no es demostrable científicamente, por lo que su discusión pública —y por lo tanto crítica— debería ser abiertamente aceptada, defendiendo que ningún monarca debería perseguir los debates públicos sobre religiosidad pues la libertad de expresión no implica romper la tranquilidad pública, sino todo lo contrario: ayuda al progreso de los Estados.12 Así, la Ilustración sería la escapatoria de estas sumisiones de la voluntad para ejercer la propia razón, es decir, el uso de nuestra propia razón en todos aquellos aspectos de la vida que requieren de nuestra decisión, no relegando la misma a nadie, sino a nosotros mismos.
Este artículo sirvió a Kant para mostrarse, públicamente, como un gran defensor de los valores de la Ilustración, como el antropocentrismo, el universalismo y la crítica, cuyo objetivo era la reforma política, pero también sentar su futura ética ilustrada, es decir, aquella que reflexiona sobre las costumbres y valores morales que permiten actuar autónomamente. Ese mismo año, Kant publicaba también Idea de una historia universal desde el punto de vista cosmopolita, obra en la que argumentaba que la historia es el desarrollo del género humano que nos dirige a la configuración de un Estado justo y, en definitiva, hacia un todo cosmopolita, es decir, hacia una paz perpetua entre todos los Estados. De este modo, las acciones de la libertad estarían sujetas a leyes universales de la Naturaleza, por lo que la humanidad estaría destinada a estar en sociedad y a cultivarse, civilizarse y moralizarse por medio de ella. Un año más tarde, en 1785, Kant publicaba La fundamentación de la metafísica de las costumbres, una obra esencial para comprender su propuesta moral: la ética formal. Sin duda alguna, Kant estaba sentado las bases de su pensamiento político, pero sobre todo de su pensamiento moral. En ella, el filósofo de Königsberg aspiraba a revelar los principios fundamentales de la moralidad y mostrar que son aplicables para todos, argumentando que una acción moral debe estar determinada por un principio estrictamente puro o a priori, es decir, sin contenidos empíricos o a posteriori, generando así una ética formal alejada de las éticas materiales propias de todo el pensamiento occidental. De este modo, el objetivo de la obra era lograr el estudio de la moralidad pura, dejando de lado cualquier principio empírico y asentando la moralidad en la buena voluntad, que sería lo único bueno sin restricciones, estableciendo el imperativo categórico como el mandamiento autónomo y autosuficiente capaz de regir el comportamiento humano en todas sus manifestaciones. En definitiva, Kant buscaba una conducta moral que fuera propia de los valores de la Ilustración, una moral que hiciera posible tanto la vida cosmopolita del Estado como el uso del propio entendimiento.
Según el königsbergense, la moral del ser humano debe nacer de la razón y producir un único mandamiento o imperativo, cuya función pueda deducir todas las demás obligaciones humanas. Este imperativo, defendía Kant, debe de ser categórico, es decir que debe afirmar o negar de forma absoluta, pues se declara a una acción (o inacción) como necesaria. Por lo tanto, la acción moral no puede sustentarse en un imperativo hipotético, pues estos se fundamentan en una ideología y/o religión y, por lo tanto, en la experiencia subjetiva de un individuo: si un imperativo categórico es válido para todos y por lo tanto es universal, el hipotético es subjetivo y en consecuencia relativo. Argumentaba Kant que las máximas morales anteriores a su imperativo categórico se basaban en imperativos hipotéticos porque no daban una respuesta formal a los problemas morales, sino una respuesta ideológica y/o religiosa, por lo que no eran respuestas autónomas y libres dado que eran circunstanciales. Esto hace que los imperativos hipotéticos no sean de obligado cumplimiento ya que cada cual puede tener el suyo e incluso el propio puede variar dependiendo de las circunstancias.13 En consecuencia, la moral no sería autónoma sino heterónoma, pues dependería de los factores circunstanciales, siempre externos al individuo y en constante cambio. De ahí que Kant señalara que en los imperativos hipotéticos el bien o el mal no sean objetivos, pues son conceptos dependientes del contexto en el que se formulan y, por lo tanto, subjetivos. Esta dependencia al contexto hace que toda respuesta moral hipotética no sea autónoma, motivo por el que se le hacía necesario a Kant encontrar un tipo de imperativo autónomo que fuera de obligado cumplimiento. Para ello debía de ser independiente de las circunstancias, de lo contrario, ni nos podríamos servir del propio entendimiento autónomamente, ni tampoco podríamos asegurar los mandatos de la voluntad general en el caso de ser funcionarios del Estado.
El imperativo categórico de Kant pretendía, pues, sentar las bases a priori de toda acción moral en concreto y ser la condición de posibilidad de toda política ilustrada en general. Aplicando el trayecto filosófico de su Crítica de la razón pura, el imperativo categórico proporciona un marco al pensamiento ético (la razón práctica) sin ningún contenido moral específico. De este modo, la primera forma del imperativo categórico, aparecido en La fundamentación de la metafísica de las costumbres, reza “[…] obra de tal modo que la máxima de tu voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación universal”. Si lo traducimos, el imperativo nos dice que todo aquello que hagas en el mundo quieras que pueda ser realizado por todos los demás seres humanos, como si esta acción deviniera en una ley natural. Así, el imperativo categórico tiene la intención de formular un mandato desprovisto de todo contenido hipotético porque no dice “qué” debemos hacer para que nuestra acción sea correcta, sino “cómo” debemos comportarnos para que pueda convertirse en ley universal, basándose este “cómo” en el sometimiento de la voluntad particular al deber general. Ofrecía así Kant la forma que puede ser aplicable a cualquier circunstancia, siendo sólo así que podemos actuar libremente porque actuamos según nuestra autonomía racional y no según nuestra dependencia experiencial.
La segunda forma del imperativo categórico kantiano dice “[…] obra de tal manera que tu acción pueda llegar a ser una ley universal”, nos vuelve a indicar que debemos actuar según un deber, no según nuestros sentimientos, porque actuar según nuestros sentimientos hace incompatible que nuestra acción devenga una ley universal en la medida en que lo que es de interés para mí no tiene por qué serlo para otro, ni mucho menos para el resto de la humanidad. Esta segunda forma del imperativo categórico vuelve a marcar al deber como la norma a seguir, en la medida en que deja exento de todo contenido ideológico y/o religioso (imperativo hipotético) a la acción y, por lo tanto, también de toda circunstancia, deviniendo dicho imperativo categórico en un marco que permite dar forma a nuestras acciones. Es decir, es un imperativo aplicable a todas las situaciones, pues se abstrae de las circunstancias para fundamentarse en el deber, esta vez, puramente racional. En resumen, el deber debía ser el motor de la acción y nunca el interés, porque de lo contrario no podríamos hacer que nuestras acciones fueran universales, sino únicamente particulares, rompiendo así con el imperativo categórico y, por lo tanto, actuando heterónomamente en la medida en que actuaríamos según criterios circunstanciales ya que aplicaríamos imperativos hipotéticos. De algún modo, Kant intentaba desprenderse de la sumisión dogmática de la fe para la acción ética, una necesidad básica para cualquier individuo que quisiera actuar autónomamente, pero también para cualquier Estado que quisiera fundamentarse en una razón Ilustrada, asegurando de este modo la voluntad general que defendían los valores ilustrados.
El Rosacrucista de Wöllner contra Kant
La ética kantiana no se explicaría sólo en La fundamentación de la metafísica de las costumbres, sino también en la Crítica de la razón práctica y en la Metafísica de las costumbres. Esta segunda obra, publicada en 1797, desarrolla el sistema que aborda los principios metafísicos de la doctrina del derecho y de la doctrina de la virtud. Por otro lado, la Crítica de la razón práctica, publicada en 1788 y en clara alusión a la Crítica de la razón pura, obra en la que Kant ya demostró que el ser humano no es libre en su conocimiento ya que sólo conoce a través de sus facultades de conocimiento, rescataba los postulados de la razón elaborados en la Dialéctica Trascendental, tercera parte de la crítica epistemológica. La imposibilidad de conocer las cosas en sí mismas cerraba la posibilidad de conocer algo acerca del alma y de su libertad e inmortalidad, por lo que las dudas morales surgían sin remedio: ¿qué hacemos con las ideas de la razón si no sirven para la ciencia? ¿Tienen algún uso? ¿Por qué actuar éticamente si las ideas de alma, mundo y Dios son meras ideas de la razón?
Kant defendió que las ideas de la razón tienen un uso regulativo, siendo las ideas de “alma”, “mundo” y “Dios” los postulados que hacen posible la ética: sólo actuando “como si” existieran, se hace posible la acción ética por el deber, rescatando la metafísica para la práctica ética. Ahora bien, la ética formal kantiana se basa en los imperativos categóricos, los cuales se fundamentan en el deber, quedando la voluntad en un segundo término, algo que podría poner en entredicho la consigna de la Ilustración de servirse del propio entendimiento. Descartes ya señaló un siglo antes que el problema del conocimiento, y por ende el de la ética, era el exceso de voluntad al afirmar o negar algo que no es claro ni distinto, por lo que Kant recogió la reflexión cartesiana y planteó la misma duda: ¿por qué deberíamos aplicar el deber por encima de nuestra voluntad si ésta es contraria al deber? Pues bien, dado que los postulados de “alma”, “mundo” y “Dios” afirman que el hombre ha de ser libre para poder poner en práctica la moralidad, exigen que tiene que existir un alma inmortal ya que, si el hombre no puede alcanzar su fin en esta vida, tiene que disponer de una vida futura como garantía de realización de la perfección moral. Igualmente, tiene que existir un mundo por el que actuamos a favor de los derechos individuales con el objetivo de alcanzar la libertad individual a través de la comunidad. Y dado que actuamos “como si” hubiera un alma inmortal y la libertad del mundo, tiene que existir un Dios que garantice todo esto. De lo contrario, la ética no sería posible y los valores ilustrados de la igualdad y la libertad nunca se podrían dar. En conclusión, Kant propuso que actuáramos “como si los postulados de la razón fueran ciertos” para posibilitar la ética, pues sólo bajo la recompensa futura de esos postulados se hace posible el ejercicio del deber. De ahí que el uso de los postulados no sea epistemológico, sino regulativo, es decir ético, ya que hacen posible la ética formal, y aunque Kant acabó suprimiendo el saber para dejar paso a la fe pues rescataba el más allá supraterrenal para justificar la acción moral, también estaba dejando desprovista de sentido a todas las instituciones religiosas.
No sabemos si este giro kantiano fue debido a que ni siquiera la Ilustración discutía los valores morales,14 como señalaría Nietzsche un siglo después, o tal vez al cambio de monarca que sufrió el reino de Prusia tras la muerte del ilustrado Federico II el Grande, substituido por su sobrino Federico Guillermo II en agosto de 1786. Cabe señalar, sin embargo, que a pesar de que Federico Guillermo II aligeró las cargas del pueblo prusiano reformando el sistema de recolección de impuestos introducido por su tío e incentivando el comercio con la disminución de los derechos de aduana y la construcción de caminos y canales, se dejó influir por Johann Christoff Wollner, un Rosacrucista defensor de la ortodoxia cristiana. Así, el 26 de agosto de 1786 Wöllner fue designado consejero privado para las finanzas y el 2 de octubre de 1786 fue ennoblecido, siendo designado consejero privado de Estado y de justicia, y cabeza del departamento espiritual para los asuntos luteranos y católicos el 3 de julio de 1788, deviniendo ministro de educación pública. Estos nombramientos hicieron que el rey Federico Guillermo II ayudara a Wöllner en su cruzada ortodoxa, y si el 9 de julio de 1788 el rey expidió un edicto religioso que prohibió a los ministros evangélicos enseñar cualquier cosa que no estuviera contenida en la letra de sus libros oficiales, proclamando la necesidad de proteger la religión cristiana contra los ilustrados, el 18 de diciembre de 1788 fue promulgada una nueva ley de censura para asegurar la ortodoxia de todos los libros publicados. La Crítica de la razón práctica fue publicada en este contexto, y si bien La fundamentación de la metafísica de las costumbres elaboraba la ética formal bajo el imperativo categórico, Kant acabó defendiendo los postulados “religiosos” como necesarios para la ética.
En cualquier caso, y a pesar de que bajo el gobierno de Federico Guillermo II y el ministro Wöllner el puesto de profesor universitario de Kant peligraba, lo cierto es que Kant siguió luchando para defender una de las esencias de los valores ilustrados: la libertad de expresión. Así, el 12 de octubre de 1794 Kant recibía una orden del ministro Wöllner en la que advertía al filósofo de la necesidad de justificar su obra La religión en los límites de la razón, obra en la que Kant defendía que la gente debe hacer lo que el orden natural les dicte y no someterse a milagros o cosas fuera de la razón para ser de una manera o esperar un premio. Según el rey y el ministro, Kant había abusado con esta obra de su filosofía para relajar y desnaturalizar muchas de las doctrinas fundamentales de la Santa Escritura y del cristianismo, motivo por el cual pedían al filósofo que no cometiera las mismas faltas si no quería padecer las dolorosas consecuencias que le podrían caer encima. La dureza de la orden conmovió profundamente a Kant, pues durante largo tiempo había vivido en un Estado dominado por Federico II el Grande en el que la libertad de expresión había estado mejor valorada. Finalmente, y tras varios vericuetos, Kant consiguió publicar su obra y no padecer los dolores que el rey y el ministro le habían amenazado, pero tampoco volvió a enfrentarse a este gobierno mientras duró, aceptando sus órdenes.
El 16 de noviembre de 1797 y tras once años de reinado, el rey Federico Guillermo II moría y le sucedía su hijo Federico Guillermo III, el cual dio muestras inmediatas de sus buenas intenciones reduciendo el gasto de la corona, despidiendo a los ministros de su padre y reformando los abusos más opresivos del último reinado. Sin embargo, la ortodoxia cristiana seguía en los ideales del nuevo monarca y en 1798 prohibió el grupo Berliner Mittwochsgesellschaft, responsable de la revista Berlinische Monatsschrift que tanto gustaba a Kant, por ser considerado una amenaza para el orden público. No obstante, con la muerte de Federico Guillermo II, Kant se vio liberado de la maldición que le cayó por publicar La religión en los límites de la razón y siguió publicando obras de gran importancia como la Crítica del juicio en 1790, obra en la que el filósofo determinaba si la facultad de conocimiento intermedia entre el entendimiento y la razón contiene principios a priori constitutivos o regulativos en relación al sentimiento de placer y dolor, sin olvidar que también defendía que la verdadera obra de arte era lo sublime de la naturaleza y que, por lo tanto, la verdad proviene de la naturaleza, siguiendo estrechamente las conclusiones de Spinoza el cual sostenía que la naturaleza es Dios (deus sive natura), por lo que accedemos a la verdad a través de la razón y no de la fe. Igualmente publicó otras obras como el Conflicto de las facultades y Antropología en sentido pragmático, ambas publicadas en 1798, o la Lógica publicada en 1800. Esto no quiere decir que Kant no publicara después de su experiencia con La religión en los límites de la razón aparecida en 1793, pues ese mismo año publicó Sobre el dicho: esto puede ser correcto en la teoría pero no vale para la práctica, y en 1795 y 1797, respectivamente, publicaba La paz perpetua y Metafísica de las costumbres. Es a través de estas obras que se nos aparece la tercera perspectiva kantiana, que no la última,15 a saber, la política que hemos expuesto en el principio, cuyas bases filosóficas se asientan en la arquitectura ética elaborada anteriormente por Kant.
Kant, el arquitecto de la ética ilustrada
La palabra “arquitecto” proviene del griego ἀρχιτέκτων (architéktōn), debiendo su composición a ἀρχι (archi: ser el primero, el que manda) y τέκτων (tecton: albañil, constructor), por lo que arquitecto significa “el jefe que manda a los albañiles”. La raíz del elemento radical ἀρχι proviene del verbo ἀρχω (arkho, yo mando, gobierno), siendo su sustantivo griego ἀρχή (arkhe), es decir el comienzo, poder, mando, autoridad, origen. De este modo, definir a Kant como el arquitecto de la ética ilustrada vendría a significar “aquel cuya autoría dirige la construcción de la ética ilustrada”. Ahora bien, ¿qué significaría la ética ilustrada? Sabemos que el concepto de “ética” viene del griego έθoς (éthos), que significa “manera de hacer o adquirir las cosas”, más comúnmente conocida como costumbre o hábito. De este modo, la ética es el estudio o reflexión filosófica sobre los fundamentos morales. Como hemos podido comprobar, según el königsberguense la Ilustración es la salida de la minoría de edad, entendiendo por minoría de edad un estado de nuestra voluntad que nos hace aceptar ser dirigidos por una autoridad externa a nosotros. En este sentido, hablar de ética ilustrada es sinónimo de reflexión sobre las costumbres y valores morales que permiten actuar autónomamente. En conclusión, al decir que Kant es el arquitecto de la ética ilustrada, lo que estamos diciendo es que es en Kant donde hallamos, sino el origen, al menos la primera síntesis de los valores que hoy entendemos por una práctica ética llevada a cabo por el individuo mismo más allá de todo dogma y heteronomía, una práctica ética cuyo inicio se da en, por y para el individuo emancipado de toda autoridad externa a él. Ciertamente, Kant no es el único en construir esta ética de la Ilustración, sin embargo sí sentó sendas bases para lo que posteriormente pasará en la filosofía occidental, a saber, la crítica y el cuidado de sí16 como dos prácticas esenciales que caracterizarán la autonomía del individuo. En terminología kantiana, hablamos de un sujeto autónomo cuyas decisiones éticas corresponden al individuo y no a un otro que lo dirija, de ahí que digamos que es un arquitecto, es decir, que la filosofía kantiana hizo posible que las otras filosofías posteriores fundamentasen sus reflexiones en la crítica y el cuidado de sí, prácticas que tienen su explosión en las filosofías occidentales de Nietzsche, Heidegger, Arendt, Sartre, Foucault, Butler, Sloterdijk o Chul Han. Pero esto ya es contenido para otro artículo.
Enamorado de las revoluciones americana y francesa, Kant moría a las once de la noche del 12 de febrero de 1804 en Königsberg, ciudad de la que apenas salió. La filosofía de Kant llega hasta nuestros días tanto epistemológica como ética y políticamente, y a pesar de que ha recibido enormes críticas —y muchas no sin razón— cabe considerar a Kant como uno de los autores más relevantes de la historia del pensamiento occidental, siendo esencial para el fundamento filosófico de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Queremos señalar el artículo 19 de la misma declaración, según el cual todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión, ya que si algo pretendió Kant con sus reflexiones filosóficas y sus embates filo-políticos era hacer avanzar los valores ilustrados en los que tanto creía y que desde la intelectualidad colaboró para lograrlo, en especial la libertad de expresión. Así lo defendió en el artículo Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? de 1784, pues no sólo defendía que los funcionarios debían someterse a la razón del Estado aplicando el deber en su práctica profesional para hacer posible el contrato social,17 sino también el uso público de la razón como un valor intrínseco de la comunidad y su progreso, pues sólo una sociedad Ilustrada es capaz de progresar económicamente, pero sobre todo moralmente y lo que es más importante, asegurar la libertad de sus individuos.
Bibliografía
- Álvarez, Isaac, La filosofía kantiana de la Historia, Universidad Complutense, Madrid, 1985.
- Arendt, Hannah, Conferencias sobre la filosofía política de Kant, Ediciones Paidós, Barcelona, 2003.
- Blanning, Timothy C.W.: El siglo XVIII. (Historia de Europa Oxford). Editorial Crítica, Barcelona, 2002.
- Cassirer, Ernst, Kant, vida y doctrina, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1993.
- Carpentier, Jean, Lebrun, François, Breve historia de Europa, Alianza Editorial, Madrid, 2014.
- Colomer, Eusebi, El pensamiento alemán de Kant a Heidegger. Tomo primero: La filosofía trascendental: Kant, Editorial Herder, Barcelona, 2006.
- Deleuze, Gilles, La Filosofía crítica de Kant, Ed. Cátedra, Madrid, 1997.
- Fischer, Kuno, Vida de Kant, CreateSpace Independent Publishing Platform, 2016.
- Foucault, Michel, “Qu’est-ce que les Lumières?” En Dits et écrits 1980-1988, Paris, Éditons Gallimard, 1994.
- Kant, Immanuel, Crítica de la razón práctica. Fondo de Cultura Económica. México D.F., 2005.
- _____________, Crítica de la razón pura, Editorial Gredos, Madrid, 2017.
- _____________, Crítica del juicio, Maia Ediciones, Madrid, 2011.
- _____________, Fundamentación para una metafísica de las costumbres, Madrid. Alianza Editorial, 2012.
- _____________, Metafísica de las costumbres, Editorial Tecnos, Madrid, 2008.
- _____________, Prolegómenos a toda metafísica del futuro, El Ateneo, Buenos Aires, 2006.
- _____________, “Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?”, ¿Qué es la ilustración?, Alianza Editorial, Madrid, 2013.
- _____________, “Eso vale para la teoría pero no sirve para la práctica”, ¿Qué es la ilustración?, Alianza Editorial, Madrid, 2013.
- _____________, “Idea de una historia universal con propósito cosmopolita”, ¿Qué es la ilustración?, Alianza Editorial, Madrid, 2013.
- _____________, “Ideas para una Filosofía de la Historia de la Humanidad”, ¿Qué es la ilustración?, Alianza Editorial, Madrid, 2013.
- _____________, “Probable inicio de la historia humana”, ¿Qué es la ilustración?, Alianza Editorial, Madrid, 2013.
- _____________, “Recensiones sobre la obra de Herder”, ¿Qué es la ilustración?, Alianza Editorial, Madrid, 2013.
- _____________, “Teoría y práctica. En torno al tópico”, ¿Qué es la ilustración?, Alianza Editorial, Madrid, 2013.
- _____________, “Trabajos preparatorios de “Teoría y práctica”, ¿Qué es la ilustración?, Alianza Editorial, Madrid, 2013.
- _____________, Sobre la paz perpetua. Editorial Tecnos, Madrid, 2005.
- Lomelí Bravo, Sebastián, et al, Hermenéuticas del Cuidado de Sí: Cuerpo Alma Mente Mundo, Dykinson, Madrid, 2017.
- Sánchez Meca, Diego, Interés y actualidad del pensamiento de Nietzsche hoy. En: Ciclo de conferencia de Friedrich Nietzsche: su vida, su obra, su tiempo (Madrid, 12 de diciembre de 2019), Fundación Juan March.
- Solé, Joan, El giro copernicano en la filosofía, Batiscafo, España, 2015.
- Strathern, Paul, Kant en 90 minutos, Siglo XXI Editores, España, 2015.
- Villacañas, José Luis, Kant y la época de las revoluciones, Madrid, Ediciones Akal, 1997.
Notas
1 Foucault, Michel. Qu’est-ce que les Lumières? En Dits et écrits 1980-1988. Paris: Éditons Gallimard, 1994. pp 562-568.
2 Si bien es cierto que la Ilustración tocó todos los temas filosóficos, la genealogía filosófica de Nietzsche nos mostraría posteriormente que la Ilustración no tocó el fundamento de los valores morales de occidente, cuya base era el cristianismo, ni siquiera Kant quien con su imperativo categórico seguía inscrito en la moral cristiana como expone en su Fundamentación de la metafísica de las costumbres al señalar que “Sin duda, así hay que entender también aquellos pasajes de la Sagrada Escritura donde se manda amar al prójimo, aun cuando éste sea nuestro enemigo. Pues el amor no puede ser mandado en cuanto inclinación; pero hacer el bien por deber, cuando ninguna inclinación en absoluto impulso a ello y hasta vaya en contra de una natural e invencible apatía, es un amor práctico y no patológico, que mora en la voluntad y no en una tendencia de la sensación, sustentándose así en principios de acción y no en una tierna compasión; este amor es el único que puede ser mandado.” Kant. I: Fundamentación para una metafísica de las costumbres. Madrid. Alianza Editorial, 2012; Metafísica de las costumbres. Editorial Tecnos. Madrid, 2008, p. 73.
3 A menudo nos vamos a la Revolución francesa para hablar de la Ilustración, cuando la primera gran revolución ilustrada se vivió en Inglaterra un siglo antes que en Francia. Para más información ver: GONZÁLEZ, Juan Carlos, “Locke y la defensa empírica del parlamentarismo”, en Reflexiones Marginales, Número. 61, enero de 2021.
4 Prusia fue un Estado que existió desde finales de la Edad Media situado en las costas del Mar Báltico, extendiéndose entre el norte de Alemania, Polonia y Lituania. Se hizo más grande después de 1701 abarcando casi toda la Alemania del norte. El estado prusiano existió hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando su mayor parte se integró al Estado de Polonia y la región septentrional fue anexada por la Unión Soviética (URSS), incluyendo la que fue su capital oriental Königsberg, rebautizada como Kaliningrado, ciudad en la que nació, vivió y murió Kant.
5 La Ley General de Tierras de Prusia se remonta al rey Federico I (1657-1713), sin embargo, el trabajo real sobre la nueva ley solo lo inició su nieto Federico II el Grande, remplazando las normas legales anteriormente válidas, como la ley romana y la ley de Sajonia. Esta ley garantizaba la igualdad ante la ley para los sujetos del estado prusiano e introducía la separación de poderes, así como cuerpos legales uniformes. Igualmente, regulaba el derecho civil, familiar, sucesorio y feudal, y señalaba que «las leyes y ordenanzas del estado no pueden restringir la libertad natural y los derechos de los ciudadanos más de lo que requiere el propósito final común», convirtiendo a Prusia en un Estado Ilustrado. La Ley General de Tierra de Prusia permaneció en vigor hasta 1900.
6 Las tres Guerras de Silesia fueron unos conflictos militares que se iniciaron en 1740 con la Guerra de Sucesión Austriaca y finalizó tras la Guerra de los Siete Años de 1763. Estos conflictos enfrentaron, por un lado, a la Prusia de los Hohenzollern y, por otro, a los austríacos emperadores Habsburgo, con el objetivo de dominar la región de Silesia. Prusia que acabó adquiriendo el dominio definitivo sobre Silesia, anexión que le permitió doblar su número de habitantes y aumentado su riqueza económica.
7 Un postulado es una expresión que presenta una verdad sin demostraciones ni evidencias, pero que es admitida a pesar de la falta de pruebas. La aceptación del postulado está dada por la inexistencia de otras expresiones a las que pueda referirse y por la necesidad de emplearlo en un razonamiento posterior. La ciencia habla de postulados para referirse a aquellas expresiones que recopilan la experiencia respecto a una idea y permiten fundamentar aquello que se ve y que, hasta el momento, no han sido demostradas como falsas, como por ejemplo la teoría del Big Bang. En filosofía kantiana, y como veremos más adelante, el yo, el alma y Dios serán postulados que harán posible la conducta moral, como razones que justifican la acción moral. Para más información sobre la relación de la teoría del Big Bang con Kant recomendamos la lectura del artículo “Más Kant y menos Hawking”, publicado en el número 59 de la revista Reflexiones marginales (septiembre de 2020).
8 Un fenómeno es la manifestación de una actividad que se produce en la naturaleza y se percibe a través de los sentidos. Así, los fenómenos constituyen el mundo tal como lo percibimos, en oposición al mundo tal como existe independientemente de nuestra experiencia, a lo que Kant llama «la cosa en sí misma».
9 Para ejemplificarlo, Kant diría que la facultad de la sensibilidad nos permite conocer el espacio y el tiempo de manera matemática a través de la geometría y la aritmética: podemos calcular matemáticamente la base de una figura geométrica, así como podemos calcular matemáticamente la sucesión del tiempo. Por otro lado, la facultad del entendimiento nos permite conocer las leyes de la física, en la medida en que podemos aplicar leyes matemáticas a hechos físicos como el cálculo de la velocidad o la gravedad. En resumen, podemos conocer aquello que percibimos a través de los sentidos y del entendimiento, obteniendo un conocimiento científico de ellos.
10 Un silogismo es una forma de razonamiento lógico deductivo cuya estructura consta de dos proposiciones distintas actuando como premisas y una tercera como conclusión del razonamiento. Su estructura es que si A es B y B es C, entonces A es C. Por ejemplo: a) los planetas son todos redondos; b) Júpiter es un planeta; c) Júpiter es redondo.
11 Recordamos que Rousseau produjo uno de los trabajos más importantes de la época de la Ilustración a través de su obra El contrato social, generando una nueva política basada en la voluntad general y en el pueblo como depositario de la soberanía, recogiendo el legado de los parlamentaristas ingleses. Rousseau defendía que la única forma de gobierno legal es la de un Estado con valores republicanos donde todo el pueblo legisle, independientemente de la forma de gobierno, ya sea una monarquía o una aristocracia.
12 Tal vez baste como ejemplos, en primer lugar el Edicto de Postdam de 1685, ye en segundo lugar la Gendarmenmarkt de Berlín. El Sacro Imperio Romano había perdido un tercio de su población a causa de las muertes por la guerra, el hambre y la peste durante la Guerra de los Treinta Años, viéndose muy afectada la parte occidental de Brandeburgo-Prusia, por lo que el 29 de octubre de 1685 fue publicado en Postdam por el rey de Prusia, Federico Guillermo I, el decreto conocido como el “edicto de Postdam”, que animaba a los protestantes a trasladarse a Brandeburgo. En respuesta al “edicto de Fontainebleu” publicado por Luis XIV de Francia unos días antes que establecía la prohibición de profesar cualquier religión que no fuera católica, ordenando con ello el cierre de las escuelas e iglesias protestantes, Federico Guillermo I de Prusia se comprometió a acoger a los exiliados franceses por motivos religiosos dándoles facilidades para establecerse en su reino, permitiendo crecer la población de su territorio y obteniendo la mano de obra necesaria, debilitando al mismo tiempo a Francia. Tres años más tarde se construiría en Berlín la Gendarmenmarkt, una plaza en el suburbio berlinés en el que se encontraba gran parte de los inmigrantes hugonotes franceses. Federico I de Prusia siguió con la herencia recibida de su padre, concediendo tanto a la comunidad luterana como a la comunidad francesa un lugar para construir sus respectivas iglesias en la Gendarmenmarkt de Berlín, pero no fue hasta 1785 que, bajo el mando de Federico II el Grande, que la plaza no alcanzó su forma definitiva, deviniendo un símbolo de la tolerancia religiosa en tierra prusianas.
13 Si recordamos la ética platónica, ésta es hipotética pues es condicional, es decir, la felicidad se alcanza bajo la condición de aceptar las virtudes de la propia alma. De igual modo sucede con la aristotélica, pues la felicidad depende del término medio y, por lo tanto, está sujeta a las circunstancias. El cristianismo, habiendo pasado previamente por el platonismo y el estoicismo, fundamenta su conducta moral en base a otro mundo como recompensa, y los empiristas como Hume consideran que la acción moral se fundamenta en el interés y el agrado. Todas ellas hacen que sus mandatos sean relativos, pues están destinados a obtener una recompensa (la felicidad, el cielo, la agradabilidad, etc.), por lo que son hipotéticos y no categóricos.
14 Cabe decir que tradicionalmente se ha dicho que los ilustrados no discutieron los valores morales, una crítica que Nietzsche tomó y llevó a cabo en sus estudios genealógicos. No obstante, y para ser justos, lo cierto es que autoras como Mary Wollstonecraft, Mary Shelly o Harriet Taylor Mill sí que hicieron una crítica muy dura a los valores de la Ilustración, pues estos dejaban a la mujer en un segundo plano y sometida al hombre. Como ejemplo podemos citar el célebre libro de Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer, publicado en 1792 y en el que no sólo discutía la educación que Rousseau defendía de la mujer, sino que ilustró el malestar de la mujer, sentando las bases de un futuro feminismo que, en muchos aspectos, se adelantó a la crítica nietzscheana.
15 En este artículo no abordaremos ni la estética ni la antropología kantiana, dos aspectos fundamentales de la filosofía kantiana, no tanto por su complejidad, sino por las repercusiones que tuvieron sus obras en las filosofías posteriores, ya que necesitaríamos demasiadas líneas para explicarlas. Sin embargo, ambas ramas filosóficas no impiden que conozcamos la filosofía de Kant en su contexto filosófico y político.
16 La filosofía contemporánea, desde Nietzsche hasta incluso Byung Chul Han, se inscribe en la tradición crítica iniciada por Kant, pues como señala Manuel Artime Omil el propósito de la tradición crítica «es poner al descubierto las condiciones y supuestos históricos sobre los que dichas verdades se sostienen, concibiéndose a sí misma como una “filosofía de la actualidad” u “ontología del presente”» poniendo a Kant en el inicio de esta filosofía de la actualidad. Esta filosofía de la actualidad, como bien señala Teresa Oñate, es la del cuidado de sí a través de los otros pues «no somos nosotros mismos sin diferencia, porque para la mismidad, la alteridad y la diferencia resultan ser no sólo co-pertenecientes sino también constituyentes», siendo la crítica una de las prácticas defendidas por Kant como esencia del paradigma ilustrado y, por lo tanto, motor indispensable de la autonomía del individuo en la medida en que la crítica autónoma nos “desvela” otras verdades más allá del individuo. Para más información ver Lomelí Bravo, Sebastián; Ignacio Escuita, León; Díaz Arroyo, José Luis; Zubía, Paloma O; Hernández Nieto, Marco Antonio; Oñate y Zubía, Teresa: Hermenéuticas del Cuidado de Sí: Cuerpo Alma Mente Mundo. Dykinson, Madrid, 2017.
17A pesar de la contundencia de sus afirmaciones, el texto ¿Qué es Ilustración? de Kant no sólo dice que servirse del propio entendimiento es lo que nos hace ser autónomos, sino que también debemos aparcar nuestro propio entendimiento cuando así lo requiera el interés general expresado a través de las órdenes del gobierno. Así lo asegura Kant cuando defiende que obedecer las órdenes de todo gobierno, más allá del propio pensamiento, es la obligación de todo funcionario argumentado que “en este caso no cabe razonar, sino que hay que obedecer”. De hecho, ésta fue una de las razones por las que el “arquitecto” del holocausto nazi, Otto Adolf Eichmann, defendió durante su juicio en 1961 que había actuado kantianamente, aunque obviamente Kant no pensara sus ideas en estos términos. Para más información, recomendamos la lectura del artículo “Eichmann, el nazismo y la moral kantiana”, publicado en el número 54 de la revista Reflexiones marginales (diciembre de 2019).