Angelina Muñiz-Huberman: tres tiempos en “La sinagoga portuguesa”

IMAGEN TOMADA DE ETCETERA.COM

 

Gracias, exilio, sin ti qué hubiera hecho.

Angelina Muñiz-Huberman[1]

Resumen

A falta de memoria sobre la patria perdida, la narradora y ensayista Angelina Muñiz-Huberman recurre a la tradición literaria española para saltar las restricciones impuestas por la historia. En este artículo se estudia el lugar decisivo del exilio para esta autora a partir de “La sinagoga portuguesa”, peculiar cuento en que convergen tres episodios: la expulsión de los judíos en 1492, la salida de los republicanos de España y la persecución fascista en la segunda mitad del siglo XX. Asimismo, el exilio republicano se enlaza con la travesía de sabios maestros, científicos y artistas de diferentes épocas en busca del saber y la libertad.

Palabras clave: Angelina Muñiz-Huberman, exilio republicano en México, diáspora judía, escritores hispanomexicanos.

 

Abstract

Lacking memory of the lost homeland, the narrator and essayist Angelina Muñiz-Huberman turns to the Spanish literary tradition to bypass the restrictions imposed by history. This article studies the decisive place of exile for this author based on “The Portuguese Synagogue”, a peculiar story in which three episodes converge: the expulsion of the Jews in 1492, the departure of the Republicans from Spain and the fascist persecution in the second half of the 20th century. Likewise, the republican exile is linked to the journey of wise teachers, scientists and artists from different times in search of knowledge and freedom.

Keywords: Angelina Muñiz-Huberman, Republican exile in Mexico, Jewish diaspora, Hispanic-Mexican writers.

 

Angelina Muñiz-Huberman (1936- ) forma parte del grupo de escritores hispano-mexicanos, como se denomina a los hijos de republicanos españoles que llegan a México en la niñez o adolescencia; como ella misma explica, el mayor recurso de este grupo es la imaginación, mediante la cual se gana un territorio cuando se ha perdido el propio y tampoco se encaja en el nuevo entorno. Por situarse entre dos países, no fue fácil al inicio para los escritores hispanomexicanos acceder al público y a la crítica; sin embargo, en los últimos años, Muñiz-Huberman ha sido objeto de interés creciente, no sólo en tanto que narradora y poeta, sino también como pensadora, una faceta que desarrolla en estudios sobre el poder revelador de la palabra y los sueños en María Zambrano, y acerca de la cábala como sistema místico y método de lectura que busca la restitución del conocimiento por vía de la memoria.

 

Las trabas del nacimiento

 

Dispongo de breve espacio para trazar el retrato de Angelina, una niña a la que los dados le cayeron de manera equivocada. Debió nacer en España, en Madrid para ser más precisos, donde hubiera disfrutado del impulso cultural y político de la República, cuyos ideales le trasmiten en México los padres y maestros. Pudo haber respirado la euforia en las calles cuando los intelectuales, en movimiento insólito, atrapan el ritmo de la historia al sumarse a las demandas populares. Pero no. Nace en 1936 en una pequeña localidad francesa, a la que llega la familia Muñiz Sacristán huyendo de la guerra civil. Sin compañía de parientes o conocidos, nace en tierra extranjera.

 

La reflexión sobre el desarraigo infantil es una constante en la obra de Angelina Muñiz-Huberman, quien traslada la incertidumbre de la guerra y el exilio al nacimiento mismo. Primero, por la pérdida de la compañía maternal, de refugio que siempre se añora. Segundo, por ser inactivos en relación con este suceso fundamental. No nacemos, nos nacen dice la escritora, haciéndose eco de Unamuno. Y al igual que éste, en revancha, lanza al mundo numerosos personajes que surgen de la invención, al menos en el comienzo, porque después tomarán su propio rumbo. Tercero, porque el nacimiento no deja huella en la memoria; no nos es dado atisbar nuestro ingreso en el mundo. La amnesia se ira superando a través de la lectura y la escritura que permiten a la escritora introducirse en la tradición que perdió, siempre a sabiendas que este regreso exige la constante invención.

 

Desmemoriada del propio nacimiento, ocurrido por azar en lugar equivocado, ¿cómo podría la niña confiar en las historias sobre su origen? ¿Cómo comprobar el lugar de nacimiento? ¿Cómo admitir sin dudas a los que afirman ser sus padres? Estas interrogaciones se dirigen hacia la historia narrada por otros a la cual, por falta de recursos para comprobarla, es necesario atenerse cuando no se dispone más que de la memoria ajena. Ante la violencia de la historia, la vida cae en el remolino del azar, como afirma la protagonista del cuento “El nido de águila del torreón de Mixcoac”, sumida en el estupor después de la masacre de estudiantes del 68 en México:

 

No sé en qué momento nací. Me dijeron que nací a determinada hora, de un determinado día, de un determinado mes, de un determinado año. Lo cual no es comprobable y no sé si es verdad. Me lo dijeron unas personas que aseguran ser mis padres. Lo cual no es comprobable y no sé si es verdad. […] Me hicieron totalmente dependiente: hubo un día que nací de ellos. De ellos o de otros. Me nacieron. Impotente verbo transitivo.[2]

 

Son palabras que niegan las certezas, como habrá de hacerlo la escritora. Palabras de rechazo, de desafío, de independencia, en las que resuena el desconcierto de innumerables niños afectados por las guerras, de aquellos que, por desesperación de los padres, son remitidos a sitios seguros. Como los 456 niños que por invitación del presidente Lázaro Cárdenas llegan a México en 1937 y que son instalados en la ciudad de Morelia. En circunstancias semejantes crece Lydia Rodríguez-Hahn, ilustre científica a quien Muñiz-Huberman dedica su novela Dulcinea encantada, cuya infancia transcurre en Rusia. Después de años de separación, los hijos pueden no reconocer a los padres, o desconfiar de los que dicen serlo, o simplemente desentenderse de los relatos sobre el propio nacimiento. Han aprendido a vivir solos y a inventar sus propios cuentos. Salvando las distancias, ya que no tuvo que crecer en el desamparo, Angelina aprende que el desarraigo también puede transformarse en libertad. Como se lee en “Retrospección”, ensayo en que aparece el vocablo indígena Nepantla, con que Max Aub designa al grupo de los hispano-mexicanos:

 

Perdí el paraíso que fue perder la isla de la palmera […] Y me quedé sin nada, salvo la desesperación aferrada a los recuerdos. Un vivir ni aquí ni allí, atópico y anacrónico. Nepantla. Entonces, llenar y llenar páginas […] Si el mundo externo no coincide con el interno, pues buscar uno nuevo, sin barreras ni fronteras, fuera tiempo y espacio, fuera todo lo que estorba, el constante ajetreo diario, el ir y venir sin sentido, el empujar y atropellar, la falta de paisaje, de mar, de isla, de palmeras, de silencio y recogimiento.[3]

 

Angelina pasa sus primeros años en Caimito del Guayabal, pueblo cubano donde goza de la vida al aire libre, el ritmo natural y del entorno luminoso; en 1942 la familia se instala en la Ciudad de México. Cercada por los edificios que impiden admirar el horizonte, la niña vuelve la vista con añoranza al paisaje cubano, transformado en estampa del paraíso. Vive con sus padres en un departamento céntrico, donde se produce una escena definitiva. Es un día como cualquier otro en torno al cual gravitará a partir de entonces. La niña conversa en el balcón con la madre, quien le revela que es de ascendencia judía por vía materna, pista identitaria que ella abraza con particular intensidad. El exilio será materia de exploración a lo largo de su trayectoria: más de 50 años dedicados a la escritura que se diversifica en ensayos publicados en periódicos y revistas, compilaciones de relatos, novelas, poesía, libros de corte biográfico, traducciones. Se desempeña además como investigadora y docente en la Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Lectura y escritura para la supervivencia

 

Angelina cuenta que creció envuelta en historias. Los mayores no dejaban de hablar y hablar de España, cuando todavía creían próximo el retorno, como si a fuerza de palabras pudieran recuperar los colores, aromas y sabores añorados. La niña oye historias en todas partes: en la casa, en los cafés, en las vistas y en las reuniones. La arropan con historias, la despiertan con historias, la alegran y entristecen con historias. Está cubierta de historias de un lugar que nunca conoció, contadas en un tono y con un lenguaje distinto al que escucha afuera del círculo de los republicanos. En la escuela no hace amistades hasta que encuentra a otra extranjera. Eso la lleva preguntarse si ella también lo es. Cuando está con mexicanos disimula el acento español; en cambio, baja la guardia al tratar con españoles.

 

Sin acceso al recuerdo de los relatos cruciales, Angelina apuesta por una poética arriesgada: la de la supervivencia. Al ser hasta cierto punto ajena a las historias que la definen, comprende la arbitrariedad de los relatos y se abandona con placer al vuelo libre de la imaginación[4]. Para dar cuenta de una trayectoria dislocada, opta por el final que hubiera preferido, combina elementos y tiempos, inventa: construye por medio de la intro y retrospección, operaciones que desafían el orden dado: “Cuando empecé a publicar en 1960 […] se me ocurrió que en México, país donde todo es posible, surgieran alquimistas, cabalistas, caballeros medievales. Me atrajo la mística: una mística de ruptura y de índole herética, en donde las vías iluminativas eran mis procesos de intro y retrospección”.[5]

 

La han dejado en una mínima franja, el diminuto espacio entre la tierra que los padres dejaron atrás y el nuevo territorio al que se siente ajena. Entre significa escisión que marca el pensamiento, la escritura, el modo de hablar, y que tras haber perdido la esperanza de retorno produce la paradoja de la permanencia en la inestabilidad, en el tránsito. Ante la carencia de territorio, Angelina conquista la amplitud mediante la minuciosa y continuada exploración interior, es decir, con los recursos de la imaginación y la memoria; transforma la prisión en viaje, aprovecha al máximo el entre, la falta de territorio que le tocó en suerte, cambiando a su favor la posición de los dados

Muñiz-Huberman ha señalado que la dificultad de los hispano-mexicanos, por no ser de aquí no de allá, para crearse un público. Sin lugar donde acomodarse, obligados a darse a entender, los integrantes del grupo, según explica la propia Angelina, elaboran un lenguaje desprovisto de giros locales, sin acento español, pero tampoco mexicano, claro y directo, que se ajusta a distintos públicos, fácil de leer, con aspiración a la universalidad. Aun así, les cuesta hacerse oír en España, donde se han dado a conocer tardíamente.[6] La exactitud se vuelve entonces la piedra de toque para Muñiz-Huberman, ya que sólo por medio de la precisión y claridad se recupera el orden, amenazado por circunstancias adversas, por la serie de guerras y genocidios.

 

En la obra de Muñiz-Huberman se reconocen las tradiciones intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza, con las que tuvo contacto en la Academia Hispano Mexicana, donde conoce, entre otros maestros del exilio, al filósofo Joaquín Xirau. Los hijos de los exiliados tuvieron modelos de científicos, pensadores, artistas que en condiciones difíciles llegan a culminar una obra; se siguen beneficiando del impulso de maestros que fomentan la libertad, es decir, la aportación única, y como tal invaluable, de que es capaz cada persona cuando resuelve seguir su camino. Esta resolución inquebrantable se advierte en los personajes de Muñiz-Huberman: inventores, poetas, inspiradores de corrientes filosóficas. En suma: maestros innovadores en los distintos campos de la cultura. Estos personajes se enfrascan en la búsqueda del saber, son capaces de descifrar escrituras secretas, autores de tratados que articulan los distintos órdenes del universo o de enigmáticas poesías: demuestran el arrojo de quien se atreve a traspasar los límites del saber admitido, con autorización o sin ella, pugnan por acceder a fórmulas que ponen en riesgo el andamiaje de reglas y prohibiciones.

 

Tal es el caso de Ramón Llull, figura de la que Angelina ofrece una preciosa miniatura titulada “El peregrino de Randa”, en la cual el ímpetu viajero a que éste se entrega tras haber renunciado a estatus y posesiones se equipara con la pulsión por la escritura, ese ir y venir de la mano que no se da tregua:

 

Descubrió Ramón el arte de escribir y ya no pudo parar. […] Y después de cada derrota, de cada enfermedad, de cada prisión y de cada apaleamiento, regresaba a escribir. Y escribía, y escribía, y apilaba hojas de negro sobre blanco, novelas de caballerías, libros de maravillas, tratados de astronomía, artes de la memoria, obras científicas y prodigiosas, poemas de amigos y amantes, cantos de desconsuelo, dictados de la propia vida.[7]

 

Finalmente, la inquietud que atrapa a los exploradores del saber es la del deseo. De ahí la delectación en los objetos y recintos acondicionados para creación, que se adornan con telas suntuosas y con vidrieras cuyo reflejo multicolor pinta las paredes y el suelo, la suavidad de las maderas de escritorios y libreros, el gozo visual ante libros y otros utensilios de estudio de hermosa factura. Al igual que ella, los sabios que Angelina emula se encierran para disfrutar del silencio y la soledad, para entregarse con fruición a la lectura y escritura por medio de las cuales se proyectan en variadas direcciones, comparables a las andanzas de los viajeros más atrevidos.[8]

 

Angelina recupera el territorio perdido, que hace suyo a través del disfrute literario, cuyas maravillas, en particular la herencia medieval, son objeto de minuciosa reescritura, como en “Ventura del infante Arnaldos” de Huerto cerrado. Huerto sellado o “Perdices para la cena” y “El mágico prodigioso” en De magias y prodigios, por poner solo algunos ejemplos del modo como la escritora se aloja en la tradición, con la cual convive de manera fresca, inventiva, irónica; en pocas palabras, sigue la invitación de Azorín, autor al que considera un maestro, a sumergirse sin temor en los clásicos.

 

En comentario del estilo de leer los clásicos de Unamuno, Azorín y Machado, José Carlos Mainer contrasta dos maneras de acercarse a la tradición en el paso del siglo XIX al XX en España: de un lado, la escuela erudita de los filólogos que encabeza Menéndez Pelayo, ocupados en levantar el sólido edificio de la literatura nacional, de la que aparecen como impecables mediadores, ya que entre las labores de éstos destaca la preparación de ediciones críticas de autores clásicos, en las cuales se enmiendan descuidos y errores, se elaboran cuidadosas notas y prólogos destinados a estudiosos. De otro, el trato directo con las obras del pasado, sin escrúpulos de erudito, del que resultan los sugestivos ejercicios del Azorín de Lecturas españolas (1912), antecedente de las recreaciones de épocas y personajes de Muñiz-Huberman. Este libro, en su aparente sencillez, contiene un sugestivo programa: convivir sin intermediarios con los clásicos, para saborear ritmos, giros, hallazgos expresivos[9]. Según se lee en la Introducción de Lecturas españolas, el público no puede ser sustituido por los “expertos”:

 

Nuestro deseo sería que cada cual, que cada crítico, que cada publicista, en vez de atenerse a un patrón marcado y sancionado, fuese por sí mismo a comprobar si lo que en las cátedras y en los libros se dice que hay en tal autor, en tal obra, existe realmente o no existe. Así se podría crear una corriente viva de apreciación, y la literatura del pasado, los clásicos, serían una cosa de actualidad y no una cosa muerta y sin alma.[10]

 

Se trata de una práctica en la que se exclama, sin comedimientos ni reservas, “esto es mío y yo soy de esto”, procedimiento que Angelina replica al hacer desfilar por las páginas que escribe toda clase de personajes reales o ficticios proveniente del horizonte cultural español, y también de otras latitudes, marcando así su condición de legítima heredera. Relucen en sus cuentos los ancestros sefarditas, cabalistas y poetas que transportan tratados, leyendas y canciones por todas partes del mundo.

 

Con la vista aguzada por la lejanía, Angelina va reconstruyendo los hitos del pensamiento presidido por el juego imaginativo y el arte de la memoria, por la “lógica poética” a que alude en un ensayo sobre Frances A. Yates, reconocida investigadora de corrientes de pensamiento a las que se les ha restado importancia por no ajustarse al naciente racionalismo, rescatando así tendencias que por ir contracorriente se consideran ocultas o mágicas, cuando en realidad constituyen formas iniciáticas del saber que combinan el deseo de aprendizaje con la transformación de la vida, aspiración que, por cierto, ha justificado a la filosofía desde sus inicios[11]. Los itinerarios intelectuales reivindicados por Frances A. Yates son descritos por Angelina con palabras aplicables a su propia incursión en la tradición literaria española:

 

Hablar de ‘filosofía oculta’ no es un término peyorativo como se nos quiso hacer creer. […] Tales filosofías son el lulismo, la Cábala, el hermetismo, la caballería simbólica, la emblemática. De lo que se trata es de tener acceso a mundos regidos por la imaginación y por procesos mentales distintos a los de la razón dieciochesca. Mundos que proveen una lógica poética. Una nueva espiritualidad. Que tales esfuerzos fueran condenados y tachados de perniciosos marcó el triunfo de un mundo rígido, guiado por patrones inflexibles que no admitía la liberalidad de la imaginación. Después de siglos de lucha, fue este mundo el que probó sus errores y su derrota. El otro, en cambio, no ha sido vencido y hasta renace.[12]

 

Imágenes superpuestas del exilio

 

“La sinagoga portuguesa” se incluye en el ya citado De magias y prodigios, conjunto de cuentos breves que presentan rasgos poéticos y ensayísticos. Se trata del penúltimo cuento del libro, al que sigue “El nido del águila de torreón de Mixcoac” con el que concluye el libro. Muñiz-Huberman deja para el final la recreación de situaciones violentas que rompen la continuidad de la vida y cuestionan el lirismo.

 

El salto entre tiempos diversifica las perspectivas en “La sinagoga portuguesa de Amsterdam”, pieza literaria inclasificable compuesta por una serie de párrafos muy breves, a veces de sólo una frase, que podría funcionar como un compendio de aforismos; a la vez que incluye personajes y una historia apenas hilvanada. Todo esto conjugado con la sonoridad poética.[13]

 

En primer plano Angelina ya adulta, de viaje en Ámsterdam, se aparta del grupo para acudir a una cita de extrema importancia: la visita a la sinagoga construida en el siglo XVII por los judíos procedentes de Portugal instalados en la capital holandesa. Un edificio célebre por la magnificencia de la arquitectura y de la decoración. Más adelante, se desdobla en figuras que pertenecen a distintos tiempos: al pasado remoto de una mujer anónima que asiste al concurrido edificio cuando fue fundado; el actual de la hija de refugiados españoles en México; y el pasado reciente de dos jóvenes judías muertas en campos de concentración: Ana Frank y Etty Hillesum. Del diálogo con estas mujeres que siente muy próximas, se desprenden algunas claves del talante y pensamiento de Muñiz-Huberman.

 

Al retroceder a la época de esplendor de la sinagoga, la visitante se embelesa con la espléndida construcción, asombrosa por el lujo de los materiales y la profusión de luces; pero no se identifica del todo con su ancestro femenino que acudió a las ceremonias religiosas: una mujer anónima que se desdibuja entre procesiones que se suceden a través de los siglos. Nada más lejano de la perfilada individualidad de Angelina, marcada por la pérdida de su único hermano en un accidente trágico. Con sólo tres años, la niña pierde el miedo a la muerte pues en este plano ubica a su hermano, con quien sigue conversando y jugando; desempeña además el papel doble del hijo-hija, para llenar el vacío que éste deja en la familia.

 

Al compararse con la mujer que, como ella, pasó la mano por la madera de la banca en que siglos después está sentada y con la que comparte la pérdida de la patria, se cumple el primer tiempo de la visita de Angelina al edificio: rememora a la persona que ella, en tanto que española y judía, pudo haber sido. Repite así el gesto que con los años se volvió ritual de los exiliados republicanos: la identificación con el destino del pueblo expulsado en 1942, cuyos pasos siguen al repartirse por diversos países.

 

Angelina permanece largo rato en la sinagoga. El guardián comienza a incomodarse: no es frecuente que alguien se quede ahí durante horas; desconoce el diálogo que la visitante, ajena a la curiosidad turística, entabla con las mujeres que la antecedieron, siempre con la mano puesta en la madera que ha resistido el paso el paso del tiempo. El recuerdo de la huida de los propios padres, del nacimiento en el extranjero, de la condición errante asumida como peculiar riqueza, constituye el segundo tiempo de la cita a que acude la escritora hispano-mexicana.

 

La persecución y el deseo de entenderse y entender lo que está sucediendo alrededor acercan a la escritura a Etty Hillesum y a Ana Frank, figuras que aparecen en el tercer tiempo de la visita a la sinagoga portuguesa. Si antes se retrocedió en el tiempo para revivir la fundación del edificio, hora se examina la figura de dos contemporáneas que comparten rasgos: ambas escribieron diarios por los que conquistan la posteridad, son judías, representan a la ciudad de Ámsterdam, mueren en campos de concentración.

 

Angelina contrasta la edad. Mientras que Ana es una niña, Etty escribe su diario entre los 27 y los 29 años. Al valorarlas, se inclina por Ana, por no haber admitido consuelos; en cambio Etty parece refugiarse en Dios y la poesía. Después del exterminio nazi no cabe la reconciliación, lo que resta son fragmentos, frases aisladas como las que componen el ensayo-relato de que venimos hablando: “La sinagoga portuguesa”.

 

La pregunta, al modo de la inquietud que mueve al pensamiento, no debe cancelarse; no es válido interrumpir su impulso, paralelo al del deseo y al del peregrinaje que sigue al éxodo. No resulta aceptable el sosiego. Tal es la condición aventura filosófica, porque la pregunta es sobre todo audacia y rebeldía. Con todo, Angelina recuerda con emoción el último mensaje de Etty, lanzado por la ventana del tren, ya en marcha, que la lleva junto con su familia a Auschwitz: «Vamos a la muerte cantando». El deslinde es inmediato. Angelina se niega a admitir una muerte impuesta, decidida por otros, como declara en letanía sugerente:

 

Pero yo no lo acepto. Hoy, en este templo, de tanto llanto, no acepto ir cantando

a la muerte.

Porque no fue la muerte escogida.

Fue la muerte impuesta.

La violencia en capricho.

La agonía en burla.

La sangre escupida.

El cuerpo descendido.

El alma degollada.

El desnudo escarnecido (MP, 90)

 

Se escucha el grito indignado ante los exilios superpuestos: el de la mujer anónima que resbala la mano por la suave madera de la banca, al igual que la escritora que la evoca, al que sigue el de los republicanos, y como culminación, el que provoca la caída en la sombra de la pequeña Ana. Etty no logra acallar esta suma de desgracias con su entrega desconcertante, con el buen ánimo que mantiene hasta el final, con sus canciones que recuerdan el hilo dorado de los cuentos de hadas, cuya magia Angelina logra recrear en muchas de las páginas que escribe. Ella posee el don de encantar las palabras. Y lo sabe. Sin embargo, la conciencia escindida, la pérdida irreparable del paraíso, la fractura que introduce el Mal multiplicado en guerras, persecuciones, tortura y exterminio, impiden acogerse a la música de los cuentos, aun cuando el impulso a este horizonte ideal atraviese la obra de Muñiz-Huberman, en la cual se conjuntan primores de múltiples espacios y épocas. A los esbozos del paraíso sigue el recuerdo de la pérdida, la conciencia de la caída en un universo caótico. En “El nido de águila del torreón de Mixcoac, el cuestionamiento de la poesía se traduce en lamento por el fin de los cuentos de hadas, cuya idealidad se tambalea al ser confrontada con la masacre de estudiantes en la plaza de Tlateloco en 1968.[14] La violencia ensordecedora termina se impone a la palabra dichosa del cuento que se reduce a delirio:

 

Podría hacerme trenzas y arrojarlas por el ventanal para que subiera por ellas Rumpelstilskin. Abajo esperaría el caballo para galopar a otras tierras.

La única vida posible es la del imaginar.

La única vida real.

Oh, los maravillosos cuentos de hadas.

Quién los pudiera inventar (MP, 97).

 

A pesar de todo, los mundos recreados por Angelina Muñiz-Huberman, los de la cábala o la alquimia, los de andariegos místicos al modo de Lulio, abrigan la posibilidad de lo poético. Dividida entre la sentencia de la historia y la palabra de la imaginación y del sueño, la escritora hispano-mexicana, se balancea de una pregunta a otra, escanciadas con agilidad y precisión; triunfante mantiene el equilibrio en la estrecha franja del destierro, transformado en poderoso impulso.

 

Bibliografía

  1. Azorín, Lecturas españolas, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1942
  2. Mainer, José Carlos, “Tres lecturas de los clásicos españoles (Unamuno, Azorín y Machado)”, Mélanges de la Casa de Velázquez, XXXI-2, 1995.
  3. Muñiz-Huberman, Angelina, “Aforismos y un poco más sobre el exilio”, en Laberintos, 2015, ttp://bv.gva.es/documentos/lab17 Consultado diciembre 2017.
  4. Muñiz-Huberman, Angelina, De magias y prodigios. Transmutaciones, FCE, México, 1987.
  5. Muñiz-Huberman, Angelina, Huerto cerrado, huerto sellado, Oasis, México, 1975.
  6. Muñiz-Huberman, Angelina, El Canto del peregrino, hacia una poética del exilio, UNAM /Gexel, Barcelona,1999
  7. Muñiz-Huberman, Angelina, “Ensayos de A. Frances Yates” en La sombra que cobija, UNAM / Aldus, México.
  8. Muñiz-Huberman, Angelina, De cuerpo entero, México, UNAM / Ediciones Corunda.
  9. Pérez Aparicio, Naaraí, “Transgresiones en la obra narrativa de Angelina Muñiz-Huberman”, Universidad Paris Ouest Nanterre La Défense / Universitat Autónoma de Barcelona, 2103.
  10. Posadas, Claudia, “La conciencia exiliar de una Esperanda: entrevista con Angelina Muñiz-Huberman, Premio Nacional de Artes y Literatura 2018”, Tierra Adentro. https://www.tierraadentro.cultura.gob.mx/la-conciencia-exiliar-de-una-esperanda-entrevista-con-angelina-muniz-huberman-premio-nacional-de-artes-y-literatura-2018/ Consulta 3 de noviembre 2018.
  11. Rivera, Susana, Última voz del exilio (El grupo poético hispano-mexicano), Hiperión, Madrid, 1990.
  12. Sicot, Bernard, Ecos del exilio. 13 poetas hispanoamericanos, Ediciones Do Castro, Col. Biblioteca del exilio núm. 17, A Coruña, 2003.

 

Notas

[1]“Aforismos y un poco más sobre el exilio”, Laberintos (2015), p. 347. ttp://bv.gva.es/documentos/lab17 (Consulta diciembre 2017)
[2] Angelina Muñiz-Huberman, De magias y prodigios. Transmutaciones, ed., cit., p. 97.
[3] Angelina Muñiz-Huberman, Huerto cerrado, huerto sellado, ed., cit., pp. 98-99.
[4] Angelina Muñiz-Huberman no se ciñe a los límites genéricos, sino que concibe sus libros como objetos autónomos para los que es preciso establecer, en cada caso, reglas peculiares, lo que constituye una prueba más de la soberanía de la imaginación, no condicionada por la obligación de veracidad ni por prescripciones genéricas. Sobre este tema ha elaborado una tesis doctoral Naaraí Pérez Aparicio, “Transgresiones en la obra narrativa de Angelina Muñiz-Huberman”, ed., cit. En este trabajo se muestra la ruptura con las convenciones de la literatura autobiográfica que incluso deriva en la propuesta de la categoría novedosa de “pseudomemorias”. De particular interés resulta el estudio de la independencia expresiva en el uso de recursos tipográficos (paréntesis, comillas, puntos suspensivos, cursivas).
[5] Angelina Muñiz-Huberman, “La puerta del exilio”, en El Canto del peregrino, hacia una poética del exilio, ed., cit., p. 188.
[6] Entre otros escritores, forman parte del grupo de los hispano-mexicanos Ramón Xirau, Manuel Durán o Tomás Segovia, y de menor edad: Federico Patán, Arturo Souto o Luis Ríus. Eduardo Mateo Gambarte, pionero en el tema, ha publicado estudios de referencia sobre el grupo. Se debe a Susana Rivera la antología: Última voz del exilio (El grupo poético hispano-mexicano), ed., cit. Más recientemente se publica la antología de Bernard Sicot: Ecos del exilio. 13 poetas hispanoamericanos, ed., cit.
[7] Angelina Muñiz-Huberman, “El peregrino de Randa” en De magias y prodigios. Transmutaciones, op. cit., p. 27.
[8] “También, cultiva una temporalidad simultánea al situar la acción no en el exterior progresivo, sino en los espacios internos y atemporales del sueño, la visión y el pensamiento, manifestados en el silencio y la no acción de unos personajes nada comunes, siempre exóticos y exiliares, rebeldes, transgresores, en una interminable búsqueda de un lenguaje en movimiento y una significación abierta que involucre la interpretación del lector” (Claudia Posadas, “La conciencia exiliar de una Esperanda: entrevista con Angelina Muñiz-Huberman, Premio Nacional de Artes y Literatura 2018”, Tierra Adentro. https://www.tierraadentro.cultura.gob.mx/la-conciencia-exiliar-de-una-esperanda-entrevista-con-angelina-muniz-huberman-premio-nacional-de-artes-y-literatura-2018/ (Consulta 3 de noviembre 2018)
[9] José Carlos Mainer, “Tres lecturas de los clásicos españoles (Unamuno, Azorín y Machado)”, Mélanges de la Casa de Velázquez, ed., cit., pp. 182-184.
[10] Azorín, Lecturas españolas, ed., cit., p. 11.
[11] En esta reivindicación de la “lógica poética”, opuesta al imperio de la razón unilateral, se reconoce la huella de María Zambrano, sobre la que Muñiz-Huberman ha escrito ensayos y que es una de sus referencias principales en la reflexión sobre el exilio.
[12] Angelina Muñiz-Huberman, “Ensayos de A. Frances Yates” en La sombra que cobija, ed. cit., p. 135. El subrayado es mío.
[13] Muñiz-Huberman ensambla con libertad elementos diversos a sabiendas de que el recuerdo es también invención: “Historia y pasado surgen como un presente modificable. Mezclo, combino y opongo los recuerdos que guardo en la memoria […] Luego conformo los recuerdos en un virgen fluir de hechos. No trascribo la realidad, sino lo que hay más allá o lo que pueda imaginarse que es realidad. […] En cuanto al aspecto textual me rijo por la misma libertad e independencia. Aparto de mi vía todo lo que sea límite, regla, consigna. Uso los géneros de una manera flexible y según las necesidades de cada caso” (De cuerpo entero, ed., cit., pp. 36-37).
[14] También en “Tlamapa” la catástrofe histórica interrumpe el curso del cuento. El personaje, una joven hacendada, sufre el desgarro entre la cultura autóctona y las creencias impuestas por el dominio español en México. El único consuelo de esta mujer divida consiste en criar a su hijo al que arrulla con el cuento del pájaro verde. Finalmente, la cultura suprimida, personificada en la nana indígena, provoca la muerte del niño. Con lo que se destruye también la posibilidad del relato. Cfr. Huerto sellado, huerto cerrado, Op. cit., pp. 37-43.

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