Compartiendo la muerte con Nancy

PIER FRANCESCO CITTADINI VANITAS CON VIOLIN, LIBRO DE MUSICA, FLORERO Y CALAVERA (1681)

 

Trad. Maria Konta

 

Resumen

Este artículo aborda la importancia del concepto ‘muerte’ para Jean-Luc Nancy, quien la concibe como desdoblamiento de la singularidad. Un tipo de espaciamiento que separa y une las singularidades a través de su relación. Así como también se ve manifestada una dinámica que afecta a la comunicación y acción en la deconstrucción. La apertura que se da con la muerte abarca un distanciamiento en el propio ser y las cosas que le circundan.

A través de la obra de Nancy, en conjunto con una reflexión con Blanchot y Heidegger, la muerte funge como un acto que atraviesa lo individual o singular y mantiene una relación con el proceso de deconstrucción. El diálogo filosófico entre estos pensadores nos permite comprender la relación entre vivir y morir.

Palabras clave: muerte, Jean-Luc Nancy, Maurice Blanchot, mundo, deconstrucción, Heidegger.

 

Abstract

This article addresses the importance of Jean-Luc Nancy´sconcept of death, who conceives it as a development of the singularity of the being. A type of space that separates and unites singularities through their relationship. As well as a dynamic that affects communication and action in the process of deconstruction. The opening that occurs with death encompasses a distancing within the being and the things that surround it.

Through Nancy’s work, in conjunction with Blanchot and Heidegger, death functions as an act that crosses the individual or singular and maintains a relationship with deconstruction. The philosophical dialogue between these philosophers allows us to understand the relationship between life and death.

Keywords: death, Jean-Luc Nancy, Maurice Blanchot, world, deconstruction, Heidegger.

 

Tuve el privilegio de conocer y mantener correspondencia con Jean-Luc Nancy durante mi doctorado y estoy agradecido por el aliento que me dio. Mi tesis de doctorado se centró en su proyecto sobre la deconstrucción del cristianismo, y durante el proceso de investigación tuve la oportunidad de conocerlo en una conferencia, mantener correspondencia con él por correo electrónico e incluso recibir sus comentarios sobre algunos de mis escritos. Durante todas estas interacciones fue cortés y amable, y me ayudó a comprender algunos de los elementos de su vasto corpus que me desconcertaron.

 

Lo más valioso que aprendí durante mi correspondencia con Nancy es la centralidad del concepto de la “muerte” en sus escritos. Al igual que Maurice Blanchot, Nancy entiende la muerte como algo que impregna la vida como una especie de “archi-espaciamiento” de la singularidad. Lo que esto significa es que no ve la muerte extendida ante nosotros como un horizonte de posibilidad, como lo hizo Heidegger en sus primeros trabajos, sino como el mismo espaciamiento que separa y une las singularidades a través de su relación inconmensurable entre sí. En su libro Ser singular plural Nancy escribe que la muerte “[…] es lo inoperante, pero existente, ‘con'” que acecha a todo el ser junto, es la alteridad que separa y divide al ser, pero también hace posible la comunicación en primer lugar”.[1] La muerte es, por tanto, la relacionalidad infinita que compartimos con todos y cada uno de los demás y que no puede medirse ni apropiarse. La muerte es el espaciamiento mismo del “con” que nos une y nos separa, y que deja vacante cualquier terreno individual o colectivo para la existencia en el compartir de su paso.

 

En términos estrictamente teóricos, lo que esto implica es que la muerte no es más que otro nombre para el recalcitrante movimiento de negatividad que infecta toda comunicación y acción en el proceso de deconstrucción. Lo que Blanchot y Nancy llaman “desobramiento” o “inoperatividad” se refiere a esta negatividad precisamente porque lo que articulan con estos términos es ese aspecto de la vida que no se puede poner a obrar para un fin en particular, y es precisamente esta desviación la que encontramos cuando la muerte pasa por nuestra puerta. Es así como Nancy intenta transformar la manera en que los filósofos anteriores han entendido la muerte de un horizonte trascendental más allá del mundo a algo que se reparte, infinitamente, en medio del mundo. Como señala Nancy en un pasaje un tanto críptico: si es cierto, como dice Heidegger, que yo no puedo morir en lugar del otro, entonces también es cierto, y cierto de la misma manera, que el otro muere en la medida en que el otro es conmigo y que nacemos y morimos entre nosotros, exponiéndonos unos a otros y, cada vez, exponiendo la inexpugnable singularidad del origen”.[2]

 

Juntando todo esto, podemos ver que la negatividad de la muerte no es algo que pueda ser apropiado como un espacio definido de significado, sino que solo abre una distancia inconmensurable entre todas las “cosas”. La negatividad de la vida es el nihil del con que atormenta todos los actos significantes y abandona el mundo de la sustancia en una serie de fragmentos inconmensurables. Lo que se comunica entre los seres a través de la muerte no es el significado particular del mundo, sino sólo “el hecho de que hay” cosas y que sólo existen juntas. Por eso, el mundo no es una obra o proyecto a realizar a nivel de individualidad o comunidad, sino un lugar de compartir y de mezcla heterogénea sin finalización. Lo que se revela al compartir la existencia no es la sensación de muerte que cada uno de nosotros sufre personalmente, sino la ausencia que acecha a todo sentido en nuestro estar juntos. De esta manera, el libre movimiento de la negatividad vence cualquier reserva nihilista que pueda denominarse “muerte” desde dentro, dándole la vuelta.

 

Hay un hermoso pasaje de la novela de Blanchot, Thomas el oscuro, que ilustra perfectamente este vacío de sentido que encontramos en la muerte. En un momento del libro, Thomas lee una página de un libro que describe el poderoso efecto que tiene la literatura para liberar a las palabras de su función para designar cosas, y se encuentra envuelto en una disolución absoluta de significado:

 

Percibió toda la extrañeza que había en ser observado por una palabra como si fuera un ser vivo, y no simplemente por una palabra, sino por todas las palabras que había en esa palabra, por todas las que la acompañaban y que a su vez contenían otras palabras, como una posesión de ángeles que se abren hacia el infinito hasta el ojo mismo del absoluto.

 

Una vez que reconocemos que el mundo es posible gracias a un juego de relaciones, la firmeza de la realidad da paso a una serie de interconexiones infinitas donde cada ser, concepto, símbolo e imagen remite a todos los demás, ad infinitum. Mientras esto ocurre, el ser no puede volverse sobre sí mismo en la autorreferencialidad, y lo “absoluto” queda expuesto como nada más que un juego infinito de sentidos en medio del mundo finito. Es así como la muerte está entre nosotros en la distancia que nos separa, y es también a través de esta separación que todos compartimos la muerte de Nancy.

 

Sharing Death with Jean-Luc Nancy –  By Tenzan Eaghll

 

I had the privilege of meeting and corresponding with Jean-Luc Nancy during my PhD and I am grateful for all the encouragement he gave me. My dissertation focused on his project on the Deconstruction of Christianity, and during the research process I had the opportunity to meet him at a Conference, correspond with him via email, and even get his feedback on some of my writings. During all these interactions he was gracious and kind, and helped me understand some of the elements of his vast corpus that baffled me.

 

The most valuable thing I learned during my correspondence with Nancy is the centrality of the concept of “death” in his writing. Much like Maurice Blanchot, Nancy understands death as something that permeates life as a sort of “archi-spacing” of singularity. What this means is that he does not see death as stretched out before us like a horizon of possibility —as Heidegger did in his early work—but as the very spacing that separates and binds singularities through their incommensurate relationship to one another. Nancy writes in Being Singular Pluralthat death “is the inoperative, but existing, ‘with'” that haunts all being together, it is the alterity that separates and divides being, but also makes communication possible in the first place”. Death is therefore the infinite relationality we share with each and every other that can neither be measured or appropriated. Death is the very spacing of the with that binds us and separates us, and which vacates any individual or collective ground for existence in the sharing out of its passing.

 

In strict theoretical terms, what this implies is that death is but another name for the recalcitrant movement of negativity that infects all communication and action in the process of deconstruction. What Blanchot and Nancy call “worklessness” or “inoperativity” (désœuvrement) refers to this negativity precisely because what they articulate with these terms is that aspect of life that cannot be put to work for some particular end, and it is precisely this désœuvrementwe encounter when death passes our door. It is in this way that Nancy tries to transform the way that death has been understood by previous philosophers from a transcendental horizon beyond the world to something that is shared out, infinitely, in the midst of the world. As Nancy notes in another passage from Being Singular Plural: if it is true, as Heidegger says, that I cannot die in place of the other, then it is also true, and true in the same way, that the other dies insofar as the other is with me and that we are born and die to one another, exposing ourselves to one another and, each time, exposing the inexposable singularity of the origin”.

 

Putting all this together, we can see that the negativity of death is not a thing that can be appropriated as some definite space of meaning, but only opens up an immeasurable distance between all “things”.  The negativity of life is the nihil of the with that haunts all signifying acts and vacates the world of substance into a series of incommensurate fragments. What is communicated between beings through death is not the particular meaning of the world but only “the fact that there are” things and that they only exist together. For this reason, the world is not a work or project to be realized at the level of individuality or community but a place of sharing and heterogeneous mixing without completion. What is revealed in the sharing of existence is not the sense of death we each personally bear but the absence that haunts all sense in our being together. It is in this manner that the free movement of negativity overcomes any nihilist reserve that might be named as “death” from within by turning it inside out.

 

There is a beautiful passage from Blanchot’s novel, Thomas the Obscure that perfectly illustrates this hollowing out of sense that we encounter in death. At one point in the book, Thomas reads a page of a book that describes the powerful effect that literature has to release words from their function to designate things, and finds himself wrapped up in an absolute dissolution of meaning:

 

He perceived all the strangeness there was in being observed by a word as if by a living thing, and not simply by one word, but by all the words that were in that word, by all those that went with it and in turn contained other words, like a possession of angels opening out into the infinite to the very eye of the absolute.

 

Once we recognize that the world is made possible by a play of relations, the firmness of reality gives way to a series of infinite interconnections where every being, concept, and symbol, and image refers to every other, ad infinitum. As this occurs, being cannot turn back on itself in self-referentiality, and the “absolute” is exposed as nothing more than an infinite play of sense in the midst of the finite world. It is in this way that death is there between us in the distance that separates us, and it is also through this separation that we all share in Nancy’s death.

 

Bibliografía

  1. Blanchot, Maurice, Thomas el oscuro, Pre-textos, Barcelona, 2006.
  2. Nancy, Jean-Luc, Ser singular plural, Arena Libros, Herder, Madrid, 2006.

 

Notas

[1] Jean-Luc Nancy, Ser singular plural, ed. cit., p. 29.
[2] Ibidem, p. 89.

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