En nombre de la Humanidad. Apuntes para una metafísica de la guerra en el siglo XXI

Fotografía de Laura Yaniz

Resumen

La intervención militar de Rusia en Ucrania del 24 de febrero de 2022 dio lugar a una serie de reacciones en Estados Unidos y en las capitales europeas en favor de la paz. Vistas de cerca, aunque formuladas en lenguaje pacifista, estas manifestaciones esconden una posición belicista. ¿Cuál es el fundamento último de la guerra desde los países occidentales?, ¿Qué contornos tiene el adversario? Construido mediante un largo proceso histórico, el fundamento metafísico de la guerra en Occidente tiene como fin último defender la paz perpetua en nombre de la Humanidad. Es importante trazar los contornos mediante algunos episodios históricos, pues también estas razones permiten justificar los horrores inherentes a cualquier conflicto militar.

Palabras clave: guerra ruso-ucraniana, Putin, metafísica, derecho internacional, Humanidad, paz perpetua.

 

Abstract

Russia’s military intervention in Ukraine on 24 February 2022 unleashed several reactions in the United States and European capitals in favour of peace. Seen from close quarters, although couched in pacifist language, these demonstrations conceal a warmongering stance. What is the ultimate justification for war from a Western perspective? How should the enemy be framed? Constructed through a long historical process, the metaphysical foundations of war in the Western countries refer to the establishment of “perpetual peace” in the name of “Mankind”. It is therefore important to trace these contours through some historical episodes, as these reasons, as well-intentioned they might be, also allow to justify the horrors inherent in any military conflict.

Keywords: russo-Ukrainian War, Putin, metaphysics, International law, mankind, perpetual peace.

 

La intervención militar de Rusia en Ucrania ha dejado en Estados Unidos y Europa una larga estela de manifestaciones en contra de la guerra. “#StopWar” (“detengan la guerra”) “Fuck You Putin” (“jódete, Putin”), “Boycott Russian Gas Now” (“boicoteen el gas ruso, ¡ahora!”), “Putin is a Killer”(“Putin es un asesino”), “Put in Jail” (“Encarcelen a Putin”), “Putin-Kriegsverbrecher” (“Putin, criminal de guerra”), “Frieden ist menschlich, Krieg ist unmenschlich” (“La paz es humana; la guerra, inhumana”), eran algunas de las leyendas que se leían en las pancartas de la manifestación del 27 de febrero en Berlín, que, según distintas fuentes, reunió, entre la Puerta de Brandeburgo y la Columna de la Victoria, de 50,000 a 100,000 personas.[1] Los mensajes venían acompañados con retratos del presidente ruso estilizado como Hitler o de banderas ucranianas y LGBT con la paloma de la paz. Un señor ataviado con chamarra y guantes de cuero, gorra y lo que parecían pantalones de pijama enarbolaba, con mirada desafiante y cubrebocas, la pancarta: “Putin Go to Therapy. It Helps” (“Putin: ve a terapia. Ayuda”). Otra manifestante explicaba llena de entusiasmo las razones de la protesta a una reportera: “Es importante mandar una señal. Actualmente no se puede hacer mucho, pero se quiere mostrar que la paz es lo más importante. […] La guerra no lleva a ningún lado“.[2] El día de inicio de la “operación especial”, el ministro presidente de la CDU (Unión Demócrata Cristiana, por sus siglas en alemán) en Renania del Norte-Westfalia, Hendrik Wüst, Bettina Jarasch (Verdes) y Nancy Faeser, primera ministra del Interior y miembro del SPD (Partido Socialdemócrata, por sus siglas en alemán), expresaron su intención de recibir a todos los refugiados posibles.[3] En una entrevista para la Green Peace Magazin, la activista alemana Kristina Lunz calificó la visión “realista” o “conservadora” de “obsoleta” y exigía con denuedo “el desarme, la defensa de los derechos humanos y la justicia climática”.[4]Para Foreign Affairs, Christoph Heusgen, presidente de la Conferencia de Seguridad de Múnich, exembajador de Alemania en Naciones Unidas y antiguo asesor de política exterior de Angela Merkel, sostenía que “una nueva alianza global” debía “mantenerse firme en sus esfuerzos por proteger el derecho internacional, el derecho internacional humanitario y el derecho internacional de los derechos humanos”.[5]

 

Más allá de las fronteras alemanas, Joe Biden calificó a Putin como “criminal de guerra”, “carnicero”, “dictador asesino”, o “matón en una guerra inmoral”.[6] En un libro de memorias, el presidente estadounidense confiesa haberle dicho lo mismo al expresidente de Serbia, Slobodan Milošević.[7] Del otro lado del espectro ideológico, el senador republicano Mitt Romney denominaba en una entrevista a Rusia como “adversario geopolítico”.[8] Lo que parece una declaración diplomática de oficio se tiñe de un maniqueísmo exacerbado: “No es una batalla entre dos ejércitos. Es una invasión brutal de un pueblo democrático libre por parte de un matón autoritario”.[9] Y, de manera intempestiva, se desliza algo más esclarecedor: “El presidente [Volodímir] Zelenski, es una de las personas más valientes de nuestro siglo. Es la cara del bien y Putin, la cara del mal. […] Es uno de los grandes héroes de mi vida. Estoy convencido de que, en última instancia, el bien tendrá éxito”.[10] El día del inicio de la incursión rusa en Ucrania, el primer ministro británico, Boris Johnson, llamó al presidente ruso “agresor manchado de sangre que cree en la conquista imperial”.[11]Por su parte, el parlamentario laborista, Chris Bryant, amenazó con llevar a Putin a un tribunal internacional, evocando a Norman Birkett cuando, en Núremberg, éste calificó la “guerra de agresión” como el “crimen internacional supremo”.[12] Y Johnson respondió aludiendo a una “estrecha analogía” entre Putin y Milošević.[13] El “mundo cultural” tampoco quedó indiferente. En marzo, el superventas Yuval Noah Harari, aprovechó la presentación de Imparables en la Feria del Libro Infantil de Bolonia, para expresar su visión del conflicto: “Los ucranianos han estado oprimidos por un régimen dictatorial durante generaciones. Primero con los zares, luego con el comunismo, y han sufrido muchísimo”. Y añadía imparable: “Una y otra vez alguien ha intentado volver a imponer esta dictadura y una y otra vez ellos se han revuelto en contra. Es una muestra de que los humanos pueden cambiar”. Por ello, el historiador israelí se ha decidido a escribir esta colección: “si hay alguien que pueda cambiar de verdad el mundo son [los niños]. El objetivo de este trabajo es liberarlos del pasado”.[14] Y el escritor ucraniano, Yuri Andrujovich, declaró para la editorial Acantilado: “Dado que el Imperio Ruso es la pieza con la mayor concentración de maldad absoluta en el mundo, es a Ucrania a quien se le ha encomendado una tarea única y honorable: liberar a todo y a todos de esa carga amenazante. Sin exagerar, uno puede estar orgulloso de tal misión. El mundo después de la Rusia de Putin será mucho mejor, más seguro y más feliz”.[15]

 

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Es casi un lugar común decir que la sensibilidad occidental es abrumadoramente pacifista, que a la violencia le han quedado sólo espacios marginales (yihadistas, supremacistas, tiroteos aislados de unos cuantos desequilibrados). Las manchas de sangre en la periferia se explican por el atraso económico, político, cultural de sociedades subdesarrolladas –Siria, Yemen, Sudán, Palestina, Colombia o México–, a las que se mira con una mezcla de azoro y condescendencia. En Norteamérica y Europa, no obstante, la efervescencia de las protestas sería prueba irrefutable de una convicción pacifista con tintes universalistas. El problema es que, escondido en alardes sentimentales, titulares hiperbólicos o en el lenguaje de la diplomacia, no puede reconocerse la forma en que las “sociedades modernas” entienden la guerra. Podría ser que, en lugar de un pacifismo filantrópico, exista un irenismo belicoso que no resulte inmediatamente perceptible como tal porque está entreverado con las certezas más elementales de la vida cotidiana. Para tratar de elucidarlo es menester preguntar por los fundamentos metafísicos de estas expresiones. El objeto de la metafísica, según Aristóteles, es el estudio del “lo que es, en tanto que algo que es”.[16] Y, más adelante, el Estagirita anota que el “ser” se entiende de dos formas: lo que éste es y “la cualidad, la cantidad o cualquier otra de las cosas que se predican de él”, siendo la más importante la primera, es decir, la esencia.[17] Para Aristóteles, la metafísica se ocupa del “ser en sí”, de las “primeras causas de las cosas” y de lo “inmutable”.[18] En la introducción de la Crítica de la razón pura, Immanuel Kant sostiene que “Dios, la libertad y la inmortalidad” son las cuestiones que la metafísica pretende resolver.[19] Anudando estas reflexiones podría decirse, de manera preliminar, que la metafísica se trata de la pregunta por la estructura última que hace significativo al mundo, con independencia de cualquier actividad o experiencia concretas; una estructura con la que se cuenta con seguridad absoluta, de tal manera que se confunde con la realidad misma.

Julius Evola ensayó, a mediados del siglo XX, una metafísica de la guerra fincada en el heroísmo: “El instante en el que el individuo tiene que comportarse como héroe, aunque sea el último de su vida terrena, pesa infinitamente más en la balanza que toda la vida que ha vivido monótonamente en medio de la incesante agitación de las ciudades”.[20] La guerra, “puesto que plantea y hace comprender profundamente la relatividad de la vida humana”, y “el derecho de un ‘algo más que la vida’, siempre tiene valor antimaterialista y espiritual”.[21] En conclusión, “la posibilidad de justificar la guerra espiritualmente” constituye para Evola, “en el sentido más elevado de la palabra, una tradición”.[22] El escritor Rafael Sánchez Ferlosio, con su agudeza habitual, advierte que incluso “una moral pacífica como la cristiana”, si quiere justificar la guerra, “no tiene más remedio que poner esa justificación fuera de la guerra misma, o sea, ampararla bajo la idea de la utilidad; convertir la guerra en medio para un fin autónomo, otorgando a este fin la capacidad de criterio exclusivo para determinar la bondad o maldad de la guerra”.[23] En ese sentido, las declaraciones intempestivas de los políticos o las gesticulaciones enfurecidas de las protestas resultan un mirador invaluable para esclarecer esta pregunta. Aclaro de una vez: lo que me interesa no son las razones del gobierno ruso, sino las “occidentales”.[24]

 

Antes de seguir, conviene definir qué se entiende por guerra. En una de las conceptualizaciones más convincentes para aproximarse al fenómeno, Carl Schmitt la concibe como la situación límite de la política.[25] Si lo específico de lo moral, por ejemplo, son las nociones de “bien” y “mal”, lo específico de lo político, dice Schmitt, es la distinción entre amigo y enemigo.[26]Schmitt no sostiene, por cierto, que lo político se reduzca únicamente a enemistad, ni que su función sea exclusivamente alimentar con odios la hoguera de las enemistades.[27] Eso sí: una vez que una región social se ha politizado, que haya ocurrido por motivos económicos, ideológicos o territoriales es secundario. Para Schmitt, el inimicus —enemigo privado— implica odio, voluntad de aniquilación personal, lo que jamás está justificado; el hostis, por el contrario, presupone que la lucha contra él lo es en cuanto “enemigo público”.[28] “El enemigo está situado sobre mi propio plano. Es por esta razón que debo enfrentarme a él y combatirlo con el fin de obtener mi propia medida, mis propios límites, mi propia forma”, afirma el pensador de Sauerland en Teoría del partisano.[29] De acuerdo con esta conjetura, el “enemigo político” es aquél contra el que, en último momento, se puede emprender una lucha armada con medios para producir la muerte.[30] Ahora bien, para Schmitt, la destrucción física de la vida humana no tiene justificación posible, a no ser que se produzca como afirmación existencial: “Cuando hay enemigos verdaderos en el sentido existencial al que se está haciendo referencia aquí, tiene sentido, pero sólo políticamente, defenderse de ellos físicamente, y si hace falta, combatirlos”.[31]

 

Hecha esta aclaración, lo primero que llama la atención en las manifestaciones en torno al conflicto en Ucrania es que unos y otros, con entusiasmo, angustia o indignación, coinciden, como si fuese un hecho demostrado, en que la guerra de Rusia es un “crimen contra la Humanidad”. En consecuencia, Estados Unidos y sus aliados, deberían arrogarse la doble tarea de defender la única paz posible y contener la expansión del Mal (por el momento mediante envío de armas o sanciones económicas, pero, si fuera necesario, también con tropas). Si Rusia encarna el Mal, Ucrania es el último bastión de la Humanidad. Abundan las comparaciones con Hitler o Milošević, porque son los referentes de maldad que se tienen más a la mano. La idea es de eficacia retórica indudable y muy útil para entender la agresión de Rusia sin molestarse en pequeñeces (los conflictos en las regiones limítrofes, las posiciones dentro del aparato de gobierno, las fallas de la diplomacia). Tiene, además, la ventaja de apuntalar los estereotipos más desagradables sobre Europa del Este. Calibrada la brújula moral, cada quien escoge su lado en el conflicto y los indecisos se vuelven sospechosos por complicidad. Supongo que no hace falta insistir en la fuerte carga metafísica de abstracciones como “Humanidad” o “maldad”. El lenguaje de las protestas no es, empero, un fenómeno espontáneo: es resultado de un largo proceso histórico. Sin duda, la Antigüedad clásica contó con nociones imperiales para establecer la paz y el Cristianismo intentó constituir la unidad universal en torno al Reino,[32] pero el mundo “secularizado” de la modernidad también ha elaborado un largo intento de construir la paz universal en la tierra.

 

El laboratorio de la “paz perpetua”

 

Entre 1620 y 1648 distintas alianzas extranjeras utilizaron el territorio de Alemania y Bohemia, en palabras de Stephen Toulmin, como “arena de gladiadores para luchar por rivalidades políticas y desacuerdos doctrinales” y convirtieron las tierras checas y alemanas “en una morgue”.[33] El debate intelectual había colapsado, y no había alternativa a la espada y la antorcha.[34] Para salir del baño de sangre era necesario idear algún “método racional” que demostrara la corrección o incorrección de las doctrinas filosóficas, científicas o teológicas.[35] Hacia 1650, la tolerancia humanista dio paso a la intolerancia puritana, a la insistencia racionalista en la teoría universal y exacta, y al énfasis en la certeza.[36] Los pensadores de los siglos XVII y XVIII, horrorizados por las guerras religiosas, se entregaron febrilmente al diseño racional de sistemas sociales para evitar el conflicto.[37] No es casualidad que, por estos años, Hugo Grocio, exiliado en París, escribiera el tratado Sobre el derecho de guerra y de paz (1625) y Thomas Hobbes, el Leviatán, o la materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil (1651). Combinando la lógica inmanentista del poder con la teoría de la soberanía, a la vez política y jurídica –es decir, desconectada de disputas en torno a la Verdad–, este último, como sugiere Dalmacio Negro, proponía el establecimiento de un Estado pacífico.[38] “La idea de controlar, reducir y combatir la incertidumbre, el azar, para conseguir la salvación terrenal colectiva, para conseguir la salvación terrenal colectiva, constituyó desde entonces”, continúa Dalmacio Negro, “una obsesión del pensamiento político”.[39] A partir de ahí, la estatalidad irá absorbiendo todas las formas de la libertad para neutralizar el azar y erradicar el mal.[40] Particularmente los puritanos de la Revolución inglesa (1640-1649) exploraron la redención de la sociedad terrenal mediante la política.[41] Nacido y formado en la Ginebra calvinista, Jean Jacques Rousseau postuló en el Emilio una religión civil fundada “en la bondad de la Naturaleza”.[42] Lo que Rousseau decía, puesto en términos simples, era que la sociedad, organizada históricamente alrededor de la razón, era fuente de egoísmo, división y malestar.[43]Mediante un nuevo contrato social, fundado en el reconocimiento de la bondad innata de los sentimientos, sería posible eliminar el pecado original y recuperar el auténtico estado natural.[44] La sociedad que alumbraba Rousseau auguraba “el nuevo cielo y la nueva tierra” del calvinismo puritano.[45]Aunque de manera diferente, Hobbes y Rousseau pretendían armonizar los intereses individuales, mediante un contrato social, para evitar los horrores de la guerra.[46]

 

Pero quizá haya sido Immanuel Kant quien elaboró uno de los argumentos más socorridos –hasta la actualidad– en torno a la posibilidad de alcanzar la “paz perpetua”. Que “el hombre sea malo” no puede significar para el filósofo de Königsberg otra cosa que éste, consciente de la ley moral, ha admitido una desviación ocasional respecto a ella.[47] En la visión kantiana, no obstante, y es esto lo que más interesa en estas páginas, la historia está caracterizada por el progreso constante hacia el bien: “[…] Dios quiere, al contrario, la extirpación (Fortschaffung) del mal, a través del omnipotente desarrollo del germen de la perfección. Quiere la eliminación del mal a través del progreso hacia el bien. El mal […] surge como consecuencia colateral (Nebenfolge), cuando el hombre lucha contra sus propias limitaciones, con sus instintos animales. El medio para el bien reside en la razón”.[48]Algo de esta inercia intelectual quedó condensado en el opúsculo de 1784, Ideas para una historia universal en clave cosmopolita, en el que, como nota Chantal Delsol, Kant estableció una genealogía que confluye en un Estado universal (Weltstaat) capaz de asegurar justicia.[49] En el ensayo Por una paz perpetua (1795), Kant sustituye el proyecto del Estado mundial por el de una federación de Estados, capaces de promover la justicia y paz mundiales. Toda la capacidad de la federación para realizar estos ideales descansa, según Delsol, en el postulado de que las “sociedades republicanas” son pacíficas, ya que los ciudadanos, en contra de los caprichos de reyes belicosos, optan por la paz.[50]

 

De un lado quedan, pues, los pueblos pacifistas y de otro las amenazas al orden universal.[51]No es posible discutir aquí, con la profundidad que haría falta, estas ideas. De cualquier modo, lo que ahora me interesa es un rasgo de la metafísica de la guerra en Occidente hasta la fecha: es posible alcanzar la paz perpetua. En consecuencia, la guerra se dirige contra los enemigos de este noble proyecto universal. Schmitt advierte, por cierto que, “no puede existir un Estado mundial abarcando a toda la tierra y a toda la humanidad. El mundo político es un pluriverso y no un universo”.[52] De ahí que la categoría “Humanidad” se convierta en disparate o farsa.[53] En el ámbito internacional, no hay un país que se haya arrogado el establecimiento de la paz perpetua en nombre de la Humanidad como Estados Unidos. Desde la invocación del fundador de la colonia de Massachusetts, John Winthrop, a una “ciudad sobre una colina” (“city upon a hill”), pasando por Jefferson y Wilson, hasta George W. Bush, los estadounidenses han seguido considerándose un pueblo elegido con una misión providencial: el “Israel americano de Dios” (“God’s American Israel”), como lo llamaban los puritanos.[54]

 

El “excepcionalismo estadounidense” tiene, según William Cavanaugh, una noción teológica: así como Dios eligió a los israelitas, así también a Estados Unidos; la salvación no es sólo para los judíos, sino, a través de estos, para el mundo entero.[55] Guiado por una potencia militar, el bosquejo de la paz perpetua nacido del laboratorio de Hobbes, Rousseau, y Kant, podía llevarse finalmente a la práctica (por la fuerza, si fuese necesario).

 

Iuppiter Tonans: cenizas del mundo viejo

 

“Dresde se había convertido en una gran llama, una llama única que consumía todo lo combustible. No pudieron salir del refugio hasta media mañana del día siguiente. Cuando los americanos y sus guardas aparecieron, el cielo estaba negro de humo. El sol era un pequeño punto malhumorado. Dresde parecía un paraje lunar. No quedaba nada, excepto minerales. Las piedras estaban calientes. Todos en el vecindario habían muerto”.[56]Así narra el escritor Kurt Vonnegut, en Matadero cinco o La cruzada de los niños –novela de 1969 acerca de las experiencias del soldado Billy Pilgrim, el bombardeo de una de las ciudades alemanas con mayor riqueza cultural durante la Segunda Guerra Mundial. La noche del 13 de febrero de 1945, cuando estaba repleta de refugiados huyendo del avance del Ejército Rojo, más de 800 bombarderos Lancaster de la RAF (Real Fuerza Aérea, por sus siglas en inglés) convirtieron con 1,181 toneladas de bombas incendiarias (de un total de 2,646) las imponentes iglesias y los espléndidos palacios barrocos de la capital de Sajonia en un montón de ruinas humeantes.[57]Al día siguiente, los bombarderos estadounidenses atacaron de nuevo la ciudad martirizada con una mezcla de bombas explosivas e incendiarias.[58] Las cifras de víctimas oscilan entre 35,000 y 100,000.[59] En 2008, una comisión interdisciplinaria encabezada por el historiador Rolf-Dieter Müller y creado por el ayuntamiento de Dresde con motivo del 800º aniversario de la ciudad, concluyó que la cifra llegó a los 25,000 muertos.[60] La mayoría eran mujeres, niños y ancianos, que intentaban escapar del fuego cruzado.[61] En otro escenario de la guerra, la noche del 9 de marzo de 1945, los B29 de las Fuerzas Aéreas del Ejército de Estados Unidos (AAF, por sus siglas en inglés) bajo las órdenes del general Curtis LeMay redujeron 41 metros cuadrados de Tokio a cenizas, matando a no menos de 80,000 habitantes.[62] Según un testigo, en el río Sumida florecieron “innumerables cuerpos, vestidos o desnudos, negros como el carbón. Era irreal. Se trataba de muertos, pero no se podía saber si eran hombres o mujeres. Ni siquiera podía saberse si los eran brazos, piernas o trozos de madera quemada”.[63]Un comunicado oficial presumía que el bombardeo de la Vigésima Fuerza Aérea “había achicharrado a Japón fuera de la guerra”, “matando a 310,000 japoneses, herido a 412,000 más y dejado sin hogar a 9,200,000”. [64] Durante “cinco ardientes meses […] mil aviones y 20.000 americanos llevaron el desamparo, el terror y la muerte a un enemigo arrogante, y lo dejaron prácticamente nómada en un país despoblado”.[65] Sobre las bombas atómicas también vale la pena recordar otra escena macabra. El reverendo Kiyoshi Tanimoto, adentrándose en la ciudad por la carretera de Koi, encontró cientos de heridos huyendo con la piel colgando de rostros y manos, levantando los brazos y vomitando, muchos desnudos o apenas cubiertos con jirones de ropa; en algunos cuerpos, las quemaduras habían marcado los tirantes de las camisetas o las flores de los kimonos.[66] En Hiroshima, un rango de trece kilómetros cuadrados quedaron arrasados y la cifra de muertos ascendió en total a 230,000 personas.[67] La bomba lanzada en Nagasaki añadió entre 35,000 y 40,000 víctimas a la pira sacrificial.[68]

 

Derrotado al enemigo, el Tribunal de Núremberg procesó a 22 dirigentes nazis por “crímenes contra la paz y contra la humanidad”, “crímenes de guerra” y “complot de guerra”.[69]Al término de los juicios, unos 500 alemanes fueron ejecutados.[70] No faltaron críticas. En opinión del afamado jurista Hans Kelsen, por ejemplo, el castigo debía ser un “acto de justicia” y no la continuación de hostilidades.[71] (Las utopías kelsenianas no tomaban en cuenta que la “justicia” no ocurre en abstracto, sino, como le habría recordado su viejo rival Schmitt, en términos concretos, asociadas a relaciones de poder). Purgado el Mal, la Carta de las Naciones Unidas se fijaba, el propósito de “mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz” y responsabilizaba para esta tarea al Consejo de Seguridad.[72] Era la legitimación de unas guerras y la condena de otras. Como ha escrito Sánchez Ferlosio, la ONU es un intento de consagrar la victoria de 1945 como victoria de la Humanidad.[73] Por otro lado, en la posguerra también se juzgaron a 5.700 japoneses y se ejecutaron a 920 por diversos crímenes.[74] El Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente inició sesiones el 3 de mayo de 1946 en el antiguo edificio del Ministerio de Guerra contra “complot de guerra”, “crímenes de guerra”, “crímenes contra la paz y contra la humanidad.[75] En noviembre de 1948, se dictó pena de muerte a siete condenados; cadena perpetua a dieciséis; veinte años de prisión a uno y siete a otro más.[76] Aunque sólo se leyó la sentencia mayoritaria, el juez Radhabinod Pal falló en favor de los acusados argumentando, entre otras razones, que los vencedores no podían establecer nuevos crímenes para castigar a los prisioneros, que el ataque de Pearl Harbor estuvo motivado por consideraciones de autodefensa, que los responsables del Ejército japonés ni dirigieron, ni ordenaron, ni tuvieron noticia de las atrocidades en territorio ocupado y que no podía proclamarse una sentencia justa mientras no se sometiera al tribunal a todas las partes involucradas en el conflicto. [77]

 

No elijo estas escenas para elaborar un ejercicio revisionista, sino para matizar el triunfalismo de los liberadores (sobre todo por lo que toca a la población civil). Para justificar estas acciones dejo de lado, para empezar, el reparo más obvio que podría hacerse, con justicia: había que detener los horrores del nacionalsocialismo y los excesos del militarismo japonés. El problema es que, durante los combates, los vencedores asesinaron a miles de civiles inocentes. Esto podría justificarse en automático desde la lógica del poder. El argumento de que Hiroshima y Nagasaki buscaban “terminar la guerra” sólo puede esgrimirse desde la superioridad militar. Son los vencedores los que deciden quiénes deben ir al cadalso, qué significa la paz, qué empresas militares son defensivas y cuáles “crímenes de guerra”.[78]Asimismo, se podrían citar innumerables razones operativas, geopolíticas, estratégicas, inherentes a todo conflicto militar, donde lo que importa es derrotar al enemigo. Más allá de estas consideraciones, los vencedores elaboraron la guerra, en términos metafísicos, como una defensa de la paz. No era algo nuevo. En un texto clásico, Carl Schmitt sostuvo que la conclusión de la Primera Guerra Mundial coincidió con el fin del jus publicum Europaeum.[79] La Sociedad de Naciones, universalista, “desespacializada” y nacida del credo cosmopolita wilsoniano, tenía como objetivo declarado garantizar la “paz duradera en todo el mundo”.[80] En opinión de Schmitt, el derecho internacional, como se había formulado en Ginebra, ya no servía para ritualizar la guerra entre Estados europeos, sino que, al declararla ilegal, permitía que un bando se arrogara el derecho de guerrear en nombre de la Humanidad. “Aunque Estados Unidos no quiere obtener ningún beneficio o ventaja egoísta de esta guerra”, dijo en este tenor el expresidente Harry S. Truman durante la reunión de los vencedores en Potsdam, “vamos a mantener las bases militares necesarias para la completa protección de nuestros intereses y de la paz mundial”[81] y, el 4 de julio de 1947, en Monticello, definió el objetivo de la política exterior estadounidense como la persecución de la paz mundial “para todos los tiempos”.[82] En sus memorias, sir Winston Churchill ofrece otro ejemplo prístino de esta fundamentación metafísica: “La rendición incondicional de nuestros enemigos fue la señal para el mayor estallido de júbilo en la historia de la humanidad. […] Cansados y agotados, empobrecidos pero impertérritos y ahora triunfantes, experimentamos un momento sublime. Dimos gracias a Dios por la más noble de todas sus bendiciones, la sensación de haber cumplido con nuestro deber”.[83] Y arengaba a las tropas a continuar “hasta que la tarea esté completa y el mundo, seguro y limpio”.[84] La misma confianza regeneracionista está condensada en la Carta del Atlántico, suscrita en 1941 por el expresidente Franklin D. Roosevelt y el ex primer ministro Winston Churchill, cuando estipula el “restablecimiento, después de destruida la tiranía nazi, de una paz que proporcione a todas las naciones los medios de vivir seguros dentro de sus propias fronteras, y a todos los hombres en todas las tierras una existencia libre sin miedo ni pobreza”.[85] Por su parte, el juez Robert H. Jackson inauguró los Juicios de Núremberg con el mismo furor pacifista:

 

[…] [tener] el privilegio de abrir el primer juicio de la historia por crímenes contra la paz del mundo impone una enorme responsabilidad. […] El hecho de que cuatro grandes naciones, enrojecidas por la victoria y escocidas por las heridas, detengan la mano de la venganza y sometan voluntariamente a sus enemigos cautivos al juicio de la ley, es uno de los tributos más significativos que el Poder haya pagado jamás a la Razón. […] Esta investigación representa el esfuerzo práctico de cuatro de las naciones más poderosas, con el apoyo de otras quince, para utilizar el Derecho Internacional para hacer frente a la mayor amenaza de nuestro tiempo: la guerra agresiva.[86]

 

Como afirma Schmitt, las guerras “en nombre de la Humanidad” “degradan al enemigo por medio de categorías morales, convirtiéndolo así en un monstruo inhumano ante el que no sólo hay que resistir, sino al que hay que aniquilar definitivamente”.[87] Quien toma las armas en nombre de la Humanidad pretende apropiarse de un concepto universal, reivindicándolo de forma imperialista.[88] También al respecto hay numerosos ejemplos. En la Cámara de los Comunes, tras la Conferencia de Casablanca, Churchill prometió exultante que las tripulaciones angloamericanas bombardearían “veinticuatro horas del día y los demonios no tendrán descanso”.[89] La semántica demonológica no era una excepción. En las ruinas de Berlín, el Premio Nobel de Literatura advertía en 1945 a los ingleses del “poder maligno” japonés.[90] Concibiendo a los alemanes como belicosos por naturaleza, Roosevelt insistió en que estos debían ser “desnazificados” y “desprusianizados” y, en alguna ocasión, hablando “metafóricamente”, comentó que sería necesario “castrarlos”.[91]Referirse a los japoneses como “bestias” o “alimañas amarillas” era habitual.[92] En los Juicios de Núremberg –como bien recuerda el parlamentario laborista en 2022–, se estipuló que una “guerra de agresión” “contenía en sí misma todo el mal acumulado”.[93] Son todas expresiones metafísicas, teológicas, rayanas en lo mesiánico, que dibujan a un enemigo como contraposición absoluta de la Humanidad. La filósofa Chantal Delsol escribió al respecto, con acopio de razones, que la fascinación horrorizada por el nazismo ha instituido, la categoría de “crimen metafísico”, la “encarnación del mal absoluto en la tierra”, un maniqueísmo que “impone el tratamiento del criminal como Satanás”.[94] No olvido que la degradación del enemigo también ocurría del lado de los países del Eje, pero esto no significa que, la Humanidad no exigiera su propio tributo de sangre (como ilustran las estampas de Dresde, Tokio, Hiroshima y Nagasaki). Demonizado al enemigo conviene actuar rápido y entonces aparece la convicción de que es posible terminar la “guerra de manera humanitaria” gracias a la técnica.[95]En 1947, Henry Stimson, secretario de Guerra estadounidense, argumentaba que aunque la decisión de utilizar la bomba atómica había traído “la muerte a más de cien mil japoneses”, “esta destrucción deliberada y premeditada fue nuestra opción menos aborrecible. La destrucción de Hiroshima y Nagasaki puso fin a la guerra japonesa”.[96] Apuntar a civiles en aras de un principio superior contraviene, por cierto, el imperativo categórico kantiano que postula evitar utilizar a las personas como medios. Acabado el conflicto, no cabe esperar algún gesto con los “enemigos de la Humanidad”:

 

El camino que Hitler había tomado era mucho más conveniente para nosotros que el que yo había temido. En cualquier momento de los últimos meses de la guerra, Hitler podría haber volado a Inglaterra y haberse entregado, diciendo: ‘Hagan lo que quieran conmigo, pero perdonen a mi pueblo descarriado’. No cabe duda de que habría compartido el destino de los criminales de Núremberg. Los principios morales de la civilización moderna parecen prescribir que los líderes de una nación derrotada en la guerra deben ser ejecutados por los vencedores.[97]

 

Esta idea de justicia parece de un cinismo escandaloso; sin embargo, en la metafísica bélica de los vencedores, la justicia y la fuerza van de la mano.

 

Tiempo de sombras: primera llamada para el fin de la historia en Sarajevo

 

El colapso de la Unión Soviética en 1991 dejó vía libre a Estados Unidos para ejercer la hegemonía política, militar, económica y cultural en la escena internacional y suscitó un optimismo desenfrenado. La viruela de la ilusión contagió a Francis Fukuyama, quien, dando un paso adelante, pronosticó el fin de la historia, el triunfo de la democracia liberal y algo que sonaba mucho a la paz perpetua; también a Jürgen Habermas, quien, en su habitual tono admonitorio, pensó que el bicentenario de la “paz perpetua” de Kant era buen pretexto para extraer lecciones para el presente.[98] En medio del júbilo, el deshielo desordenó una parte de Europa que había encontrado cierta estabilidad en el arreglo socialista (certificar la existencia de un orden –por injusto que éste sea para algunos participantes– no significa, dicho sea de paso, hacer un juicio moral sobre éste). Las guerras yugoslavas, caracterizadas por conflictos étnico-religiosos son producto de este desorden. Hubo muchos detonantes, pero los principales fueron la abolición de la autonomía de Kosovo por Slobodan Miloševic y, sobre todo, la escisión de los serbios de la región croata de Krajina en marzo de 1991, lo que motivó a Croacia y a Eslovenia a proclamar unilateralmente la independencia, dando lugar a un efecto contagio en el resto de repúblicas yugoslavas. El colapso de la antigua República Socialista Federativa de Yugoslavia (RSFY) culminó con la aparición de cuatro estados independientes: Bosnia-Herzegovina, Croacia, Macedonia y Eslovenia, dejando a Yugoslavia con Serbia, Montenegro y Kosovo como provincia. A lo largo de estos años, Serbia libró sucesivos conflictos con los movimientos independentistas para mantener el Estado federal. Como resultado del flujo de refugiados, el número de muertos y los informes de atrocidades, en 1993, aeronaves estadounidenses y de la OTAN impusieron una zona de exclusión aérea sobre Bosnia (“Operación Vuelo Denegado”) y, el año siguiente, realizaron ataques ocasionales contra objetivos serbios. En julio, la masacre de musulmanes en Srebrenica por parte de serbios de Bosnia conmocionó al mundo. Tras la muerte de treinta y siete compradores por un mortero del Ejército de la República Srpska (VRS) el 28 de agosto de 1995 en el mercado de Markale, en Sarajevo, la alianza trasatlántica llevó a cabo, un programa de ataques aéreos destinado a coaccionar a los dirigentes serbiobosnios a negociar el fin de la guerra (“Operación Fuerza Deliberada”).[99] Aproximadamente 290 aviones arrojaron 1,026 piezas de artillería contra 48 objetivos.[100] Semanas antes de la operación, el Ejército croata había iniciado, con asesoría técnica de Estados Unidos, una ofensiva terrestre para liberar Krajina del control serbio (“Operación Tormenta”).[101] Las conversaciones de paz en noviembre de 1995 dieron lugar a los acuerdos de Dayton. Cuando los croatas llevaron a cabo su programa de limpieza étnica contra los serbios en Krajina, muchos políticos estadounidenses prefirieron mirar a otro lado.[102] Los más de 50,000 refugiados serbios de Kosovo y los 700,000 provenientes de otras partes no recibieron mucha atención.[103] Había muertos que podían quedar como parte del paisaje. En 1997, el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) se enfrentó a Serbia por la independencia de la provincia.[104] En marzo de 1999, Estados Unidos y OTAN emprendieron, bajo el nombre “Operación Fuerza Aliada”, una guerra diseñada para evitar las atrocidades, intentando, eso sí, minimizar las pérdidas de los atacantes, asesinando a unas 10,000 personas, muchas de ellas civiles.[105] En 1993, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas creó en La Haya el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY). Slobodan Milošević compareció el 3 de julio de 2001 por primera vez ante el tribunal como presidente de la República Federal de Yugoslavia (RFY), comandante Supremo del Ejército Yugoslavo (VJ) y presidente del Consejo Supremo de Defensa, acusado, entre otras cosas, de “violaciones de las leyes o costumbres de la guerra” y “crímenes contra la humanidad”.[106]Milošević negó las acusaciones y argumentó, entre otras cosas, que la responsabilidad recaía principalmente en el ELK y en la OTAN; negó la legitimidad del proceso al no tener el refrendo de la Asamblea General de la ONU; denunció un sesgo de la acusación al descartar los efectos devastadores de bombardeos de la alianza trasatlántica y por la ominosa presencia de un juez británico.[107]

 

Como a finales de la Segunda Guerra Mundial, el argumento de que los bombardeos en las ruinas de Yugoslavia buscaban “terminar la guerra” sólo puede esgrimirse desde la superioridad militar. Ya sin la Unión Soviética, Estados Unidos y sus aliados, eran los garantes del orden internacional. En agosto de 1990, el presidente estadounidense George H. W. Bush esbozó un proyecto de pacificación denominado “nuevo orden mundial”.[108] Bill Clinton, por su parte, interpretó el final de la Guerra Fría como “la plenitud de los tiempos”, aludiendo al momento en que Dios decidió transformar la historia.[109] Como estadounidenses, señaló la secretaria de Estado, Madeleine Albright, “tenemos el deber de ser autores de la historia”.[110] Correspondía a Estados Unidos, ungido como superpotencia, guiar la historia hacia su destino previsto.[111] Nuevamente: no es la razón transparente del poder lo que me interesa, sino la fijación de justificar la guerra para establecer la paz perpetua, con ecos de Hobbes, Rousseau y Kant. En los Balcanes, el esquema metafísico de la Segunda Guerra Mundial se repite: un conflicto histórico de difícil solución, un pueblo oprimido que no encuentra salvación frente a un enemigo de contornos claros y que justifica la utilización de la violencia por parte del representante de la Humanidad. Lo expresó Madeleine Albright con claridad meridiana en 1998: “Si tenemos que recurrir a la fuerza es porque somos América. Somos la nación indispensable”.[112] Yugoslavia ponía en tela de juicio las esperanzas de un mundo utópico en el que la tolerancia religiosa fuera la norma. No sorprende, pues, que la campaña de bombardeos de 1999 contra la RFY se calificara como “guerra humanitaria”.[113] Las palabras de la jueza Carla Del Ponte en el tribunal son otra muestra de esta convicción:

 

Reconozco que este juicio hará historia, y haríamos bien en asumir nuestra tarea a la luz de la historia. La historia de la desintegración de la antigua Yugoslavia y de los conflictos fratricidas de otra época que la provocaron es un proceso complejo que debe ser escrito por muchas personas. Este Tribunal sólo escribirá un capítulo, el más sangriento, el más desgarrador también; el capítulo de la responsabilidad individual de los autores de las graves violaciones del derecho internacional humanitario.[114]

 

Ahora bien, para justificar el conflicto, nuevamente se necesita identificar al enemigo en términos metafísicos. Esta empresa era de una notoria dificultad, pues si había un lugar con bruma en los noventa era Yugoslavia. La escritora Dubravka Ugrešić escribe en una serie de ensayos conmovedores del poeta Milan Milišić asesinado por el Ejército serbio durante el asedio a Dubrovnik, de cómo los soldados serbios obligaban a los croatas prisioneros a tragarse las cruces católicas y que, en un pueblo bosnio, reporteros occidentales repartían dinero a los sobrevivientes para que amontonaran cadáveres y pudieran filmar una “masacre musulmana de serbios”.[115] También Peter Handke trató de recuperar algo de la complejidad de una guerra en que hubo atrocidades de un lado y otro. En marzo de 1999, antes de su viaje, relata la experiencia de una familia yugoslava en París: después del primer día de bombardeos contra Yugoslavia, el salón de clases se solidarizó con la compañera y redactó una carta de protesta al presidente francés; cinco días después, la televisión sólo mostraba refugiados albaneses, hablaba de “guerra en Kosovo” y los compañeros habían empezado a avergonzarse de la carta. El padre quería quedarse en “Europa occidental” porque desde ahí era más fácil luchar por la causa, pero la madre añoraba el regreso a Yugoslavia para buscar a su hijo en Belgrado.[116] A pesar de todos los matices, en Occidente se ordenó el conflicto como una batalla cósmica del bien (la alianza trasatlántica) contra el mal (los “serbios” del “carnicero de Belgrado”).[117]Un día después de que dos misiles estadounidenses alcanzaran un tren de pasajeros mientras cruzaba el desfiladero de Grdelica, Le Monde publicó una caricatura con una balanza: de un lado las bombas y cohetes elevándose sin peso y, del otro lado, los musulmanes masacrados por “los serbios”.[118] Como con las bombas atómicas, también estaba presente la convicción de que es posible terminar una guerra de “manera humanitaria” gracias a la técnica, sin que los aliados trasatlánticos arriesgaran una mínima pérdida de vidas humanas.[119]

 

En la barranca de los desolladores: segunda llamada para autoritarios remisos

 

Muamar el Gadafi, el depuesto líder de Libia, con la ropa hecha jirones y completamente ensangrentado, implora clemencia mientras sus captores lo insultan y lo golpean salvajemente. En otro fragmento del video, se muestra cómo varios hombres sodomizan al moribundo con un palo, mientras otros sostienen el cuerpo mancillado de los brazos. Aunque hubo dudas sobre la autenticidad de los videos, los rebeldes del Consejo Nacional de Transición (CNT) –aclamados en Occidente como héroes de la Primavera Árabe– no parecían muy respetuosos de los derechos humanos. Tras la muerte del hombre que dirigió Libia durante 42 años el veinte de octubre de 2011, como resultado de un ataque de la OTAN a su convoy durante la batalla de Sirte, el cadáver se expuso al público en Misrata. El episodio de Gadafi es algo de lo que no se habla mucho, pero, junto con las imágenes de las protestas à-la-Delacroix, también pertenece al reordenamiento democrático de Oriente Medio y el Magreb.

La sombra de la “Primavera Árabe” de 2011, que también favoreció la caída del presidente tunecino Zine El Abidine Ben Ali, del egipcio Hosni Mubarak y del yemení Alí Abdalá Salé empezó a formarse el 11 de septiembre de 2001, cuando los nubarrones se posaron en la pax americana. Apenas años atrás, la Historia era un camino de perfección; con sus muertos, desde luego, pero que no incomodaban porque estaba claro que había víctimas que merecían serlo y había verdugos cargados de razón (en Vietnam, Nicaragua o El Salvador, por ejemplo). Como represalia por los ataques terroristas a las Torres Gemelas en Nueva York, una coalición multinacional, liderada por Estados Unidos, emprendió una invasión en Afganistán en octubre de 2001. La “Operación Libertad Duradera” se dirigió primero contra Al Qaeda y el régimen talibán, pero, dos años después, otra coalición encabezada por Estados Unidos, invadió Irak con la justificación de que el gobierno de Sadam Huseín estaba desarrollando armas de destrucción masiva. En uno de los peores incidentes involucrando a civiles, los aviones estadounidenses bombardearon una boda afgana, dejando 110 víctimas. Un reportero británico encontró cráteres, restos de carne humana y “zapatos y faldas de niños ensangrentados, libros escolares ensangrentados, el cuero cabelludo de una mujer con el pelo gris trenzado, tofis de mantequilla en envoltorios rojos, adornos de boda”.[120] De la “liberación del pueblo iraquí” quedaron otras estampas imborrables. Un funcionario de la Media Luna Roja recordaba: “Solamente en un tramo de la carretera había más de 50 automóviles de civiles, cada uno con cuatro o cinco personas incineradas adentro, que permanecieron bajo el sol diez o quince días antes de que los voluntarios pudieran enterrarlas allí cerca. Eso es lo que sus parientes tendrán que venir a buscar”.[121] Tras la derrota del enemigo, el diez de diciembre de 2003, el gobierno provisional iraquí, creado por la Autoridad Provisional de la Coalición a instancias del “procónsul” estadounidense, Paul Bremer, formalizó el estatuto del Tribunal Especial Iraquí.[122] Esta asamblea jurídica, encargada de juzgar a Sadam Huseín y a numerosos exponentes del depuesto régimen Baas, entre otros cargos, por “crímenes contra la humanidad”, “genocidio” y “crímenes de guerra”, comenzó sus funciones el 19 de octubre de 2005 en Bagdad. Aunque se tratara de un tribunal nacional, también se instituyó para juzgar a los vencidos (con la diferencia de que, en esta ocasión, los juzgados eran los agredidos). El tribunal estaba compuesto por magistrados iraquíes y presidido, hasta 2006 –en algo que, si se considera la relación de Huseín con los kurdos, parece una nota de humor negro–, por el kurdo Rizgar Mohammed Ami.[123]

 

A diferencia de 1945 y 1995, a inicios del siglo XXI, Estados Unidos no tenía muchos impedimentos para hacer valer una posición unilateral (con todos los bemoles). En un discurso pronunciado después de las elecciones de 2000, Richard N. Haass –quien se convertiría en director de planificación política del Departamento de Estado– pidió a los estadounidenses que “reconcibieran su papel global” como “potencia imperial”.[124] Según el presidente Bush, “el avance de la libertad depende de la fuerza estadounidense”.[125] En consecuencia, durante la primera campaña electoral, se trazaron las líneas generales del “Nuevo Siglo Americano”, cuyo fundamento, como estrategia global, era que Estados Unidos podía librar varias guerras simultáneas y ganarlas todas.[126] El objetivo del gasto militar era lo que la Joint Vision 2020, documento publicado en el año 2000 por el Pentágono, denominó “Full Spectrum Dominance” y que afirmaba la necesidad de tener un “dominio de todo el espectro” en el campo de batalla.[127] Según el general Tommy Franks, la tecnología proporciona al Ejército de Estados Unidos, “el tipo de perspectiva olímpica que Homero confirió a sus dioses”.[128] El 11 de septiembre, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, con el placer vindicativo del poderoso castigando al Mal, habló de una oportunidad para golpear a Irak: “Hay que arrasar con todo, esté o no relacionado”.[129] Para los escépticos está el artículo de James Baker titulado “La manera correcta de cambiar un régimen” (The New York Times, 25 de agosto de 2002), en el que, sin conceder la más mínima posibilidad de dejar de hacer la guerra, Estados Unidos recomendaba promover ante el Consejo de Seguridad una propuesta de resolución que impusiese al Gobierno iraquí, bajo las más severas amenazas, la vuelta de los inspectores de armamento. Como afirmaba Sánchez Ferlosio, la extraña concepción moral asignaba al Consejo de Seguridad tan sólo el “denigrante papelón de mamporrero moral” para que Estados Unidos se sintiese cargado de razón para una guerra que ya se habían manifestado autorizados y dispuestos a emprender.[130]

 

Lo que sigue es la habitual elaboración del conflicto en términos metafísicos. En diciembre de 2001, Bush prometió que Estados Unidos llevaría “al mundo a la paz”.[131]Un documento estratégico de septiembre de 2002, formulando la “doctrina Bush”, se comprometió a defender los valores supremos de la libertad, la democracia y el libre mercado a porque eran “correctos y verdaderos para todos los pueblos”.[132] La administración declaró una “cruzada” o “guerra global contra el terrorismo”.[133] El presidente Bush identificó al adversario como un “eje del mal”, compuesto por Irán, Irak y Corea del Norte, y alertó sobre la posibilidad de que las armas de destrucción masiva de los “Estados canalla” pudieran llegar a manos terroristas.[134]Haciendo eco de Truman, Bush insistió en que la historia había llegado a un punto en el que todas las naciones tenían que elegir: “O están con nosotros o están con los terroristas”.[135]Esta caracterización del enemigo también permitió afirmar el papel estadounidense como algo exclusivamente benigno: “Odian nuestras libertades […] nuestra libertad de religión, nuestra libertad de expresión, nuestra libertad de votar y de reunirse y de discrepar entre nosotros”.[136] La lucha por la “libertad” permitió a Bush vincular la guerra con amenazas del pasado: “Son los herederos de todas las ideologías asesinas del siglo XX: […] Siguen el camino del fascismo, del nazismo y del totalitarismo. Y seguirán ese camino hasta […] la tumba sin nombre de la historia de las mentiras desechadas”.[137] Huseín, Assad, Gadafi y otros gobernantes de Oriente Medio o el Magreb se descubrían, de pronto, en el lado incorrecto de la historia. Para apuntalar la construcción metafísica del enemigo era necesario construir, a grandes rasgos, un “mundo árabe” estereotipado. La dicotomía está ejemplificada en la famosa tesis de Samuel Huntington del choque entre Occidente y el “mundo musulmán” en su libro de 1996, El choque de civilizaciones y la creación del nuevo orden mundial y el artículo de 1990 del profesor de historia de la Universidad de Princeton, Bernard Lewis, “Las raíces de la ira musulmana”. Deshumanizado el enemigo, se toleran todas las atrocidades.

 

Tras la ejecución de Huseín, el presidente Bush declaró orondo, por ejemplo: “Hoy, Sadam Huseín ha sido ejecutado tras recibir un juicio justo, el tipo de justicia que negó a las víctimas de su brutal régimen. […] Llevar a Sadam Huseín ante la justicia no pondrá fin a la violencia en Irak, pero es un hito importante en el camino del país para convertirse en una democracia que pueda gobernar, sostener y defenderse, y ser un aliado en la Guerra contra el Terror”.[138] Tres años antes en una entrevista en ABC News, Bush, asumiéndose como arcángel Gabriel, había calificado a Huseín como “tirano repugnante” que merecía “la pena máxima”.[139] También está el macabro episodio de Abu Ghraib.[140]Encadenados a jaulas, encapuchados, cubiertos de excrementos, sujetos a electrodos, arrastrados con correas, amontonados desnudos, a los prisioneros –que, como admitió el Informe Schlesinger, ni siquiera eran objetivos de los servicios de inteligencia– se les hizo representar, como dice Cavanaugh, el papel del “otro” subracional en la imaginación occidental.[141] El relato triunfal de la modernidad, continúa Cavanaugh, permite justificar la tortura: si los enemigos son esencialmente irracionales, entonces no se puede razonar con ellos, sino únicamente emplear la fuerza.[142] El capitán de la 4ª División de Infantería, Todd Brown, comentó: “Tienes que entender la mentalidad árabe. Lo único que ellos entienden es la fuerza –la fuerza, el orgullo y no ser humillados”.[143] El aniquilamiento de Osama bin Laden tampoco tuvo reparos de los derechos humanos. El 2 de mayo de 2011, el Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, informó al mundo que Estados Unidos había matado al “responsable del asesinato de miles de hombres, mujeres y niños inocentes”. La paz y dignidad humana justificaban la eliminación: “Y en noches como estas, podemos decir a esas familias que han perdido a sus seres queridos por el terror de Al Qaeda: se ha hecho justicia”.[144] Y, como en Hiroshima o en Belgrado, para combatir a los enemigos de la Humanidad eran necesarios ciertos sacrificios. Sobre Irak, Rumsfeld lo expresó con la certeza que confiere una “causa justa”: “Y ahí está el país liberado, ahí está el pueblo que pasa de vivir reprimido bajo la bota de un dictador cruel, a quedar libre. Y los periódicos sólo son capaces, con ocho o diez titulares, de mostrar a un hombre sangrando, un civil, al que dicen que nosotros herimos […]”.[145]

 

Tercera llamada en Kiev

 

La incursión militar de Rusia en Ucrania recuerda que no es previsible que la paz perpetua se alcance pronto. Disfrazada en el vocabulario de “comunidad internacional”, “legalidad” o “derechos humanos”, la guerra no sólo no ha desaparecido, sino que se formula en nombre de la Humanidad. Los líderes políticos, la prensa y algunos sectores de la población en Occidente hablan, si no el mismo lenguaje, uno muy semejante al de los juicios en Núremberg, los bombardeos a Serbia o la cruzada contra el terror en Oriente Medio. En el siglo XXI, se pelea en nombre de un principio superior, de una tentativa de lo que, por ser metafísico, los hace ir hacia adelante, más allá de todos los límites, más allá de todos los peligros, más allá de toda destrucción. El humanismo no es ni mejor ni peor que otras razones para ir a la guerra. Es más: los intentos utópicos por eliminar la guerra han desembocado en un nuevo tipo de enemistad, aquélla que declara deshumaniza al otro y lo hace objeto de los mayores castigos. Rusia ha invadido Ucrania. Es el dato fundamental. Cada quién elige su bando en el conflicto, pero, para sobrevivir en el mundo que viene, es importante saber para qué se lucha.

 

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  46. Stimson, Henry L., “The Decision to Use the Atomic Bomb”, en Harper’s Magazine, vol. 194, núm. 1161, febrero 1947, afe.easia.columbia.edu/ps/japan/stimson_harpers.pdf, consultado el 6 de mayo de 2022.
  47. The White House President George W. Bush, “President Bush’s Statement on Execution of Saddam Hussein”, 29 de diciembre de 2006, https://georgewbush-whitehouse.archives.gov/news/releases/2006/12/20061229-15.html, consultado el 6 de mayo de 2022.
  48. Toulmin, Stephen, The Hidden Agenda of Modernity, The University of Chicago Press, Chicago, 1990.
  49. “Ukraine”, Paralell Parliament, 24 de febrero de 2022, https://www.parallelparliament.co.uk/debate/2022-02-24/commons/commons-chamber/ukraine, consultado el 6 de mayo de 2022.
  50. “Ukraine-Krieg: Hunderttausende gegen Putin auf der Straße”, en Bild Zeitung, 27 de febero de 2022, https://www.youtube.com/watch?v=WMwJECKSDRU, consultado el 6 de mayo de 2022.
  51. Ugrešić, Dubravka, Die Kultur der Lüge, trad. Barbara Antkowiak, Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 1995.
  52. Vine, David, The United States of war: a global history of America’s endless conflicts, from Columbus to the Islamic State, University of California Press, Oakland, 2020.
  53. Vonnegut, Kurt, Slaughterhouse-Five or The Children’s Crusade. A Duty-Dance with Death, Nueva York, Dell, 1991.
  54. Weinberger, Eliot, Lo que oí sobre Iraq, trad. Mónica de la Torre, Era, México, 2006.
  55. Zolo, Danilo, Victors’ Justice. From Nuremberg to Baghdad, trad. M. W. Weir, Verso, Londres, 2009.

 

Notas
[1] Thomas Balbierer, “Hunderttausend gegen Putins Krieg”, en Süddeutsche Zeitung, 27 de febrero de 2022, https://www.sueddeutsche.de/politik/berlin-demo-frieden-ukraine-krieg-russland-1.5538008, consultado el 6 de mayo de 2022; Katrin Bischoff, “Demo gegen Putin: ‘Wenn 500.000 Menschen den Atem anhalten’”, en Berliner Zeitung, 27 de febrero de 2022, https://www.berliner-zeitung.de/mensch-metropole/grossartiges-berlin-eine-halbe-million-menschen-gehen-gegen-putins-krieg-auf-die-strasse-li.214293?pid=true, consultado el 6 de mayo de 2022.
[2]“Ukraine-Krieg: Hunderttausende gegen Putin auf der Straße”, en Bild Zeitung, 27 de febero de 2022, https://www.youtube.com/watch?v=WMwJECKSDRU, consultado el 6 de mayo de 2022.
[3] Helene Bubrowski, “Deutschland zur Aufnahme von Flüchtlingen bereit”, en Frankfurter Allgemeine, 24 de febrero de 2022, https://www.faz.net/aktuell/politik/inland/deutschland-stellt-sich-auf-fluechtlinge-aus-der-ukraine-ein-17831027.html, consultado el 6 de mayo de 2022.
[4]Kristina Lunz, “Kein Frieden ohne Feminismus”, en Greenpeace Magazin, 25 de febrero de 2022, https://www.greenpeace-magazin.de/aktuelles/kein-frieden-ohne-feminismus, consultado el 6 de mayo de 2022.
[5] Christoph Heusgen, “The War in Ukraine Will Be a Historic Turning Point”, en Foreign Affairs, 12 de mayo de 2022, https://www.foreignaffairs.com/articles/germany/2022-05-12/war-ukraine-will-be-historic-turning-point?fbclid=IwAR0NYRiZR2l86AEZ0K8Wzj7kZPuiVjY-f0DohqstCb0X3ohSPxadfW_vUZQ, consultado el 6 de mayo de 2022.
[6] David E. Sanger, “By Labeling Putin a ‘War Criminal,’ Biden Personalizes the Conflict”, en The New York Times, 17 de marzo de 2022, https://www.nytimes.com/2022/03/17/us/politics/biden-putin-war-criminal.html, consultado el 6 de mayo de 2022.
[7] Ibid.
[8]McKay Coppins, “Romney Was Right About Putin”, en The Atlantic, 27 de febrero de 2022, https://www.theatlantic.com/politics/archive/2022/02/romney-putin-ukraine-invasion/622941/?utm_source=facebook&utm_medium=social&utm_campaign=the-atlantic&utm_term=2022-02-27T14%3A30%3A57&utm_content=edit-promo&fbclid=IwAR1TsIE9bvmW6HFwoOCohf4hwmRUZ6kxEunXsd18LP6DGqIkGim4Tpmon_0, consultado el 6 de mayo de 2022.
[9] Ibid.
[10] Ibid.
[11]“PM statement to the House of Commons on Ukraine: 24 February 2022”, 24 de febrero de 2022, https://www.gov.uk/government/speeches/pm-statement-to-the-house-of-commons-on-ukraine-24-february-2022, consultado el 6 de mayo de 2022.
[12] “Ukraine”, en Paralell Parliament, 24 de febrero de 2022, https://www.parallelparliament.co.uk/debate/2022-02-24/commons/commons-chamber/ukraine, consultado el 6 de mayo de 2022.
[13] Loc. cit.
[14]Celia Fraile, “Yuval Noah Harari: ‘Los ucranianos son el ejemplo de que la humanidad puede cambiar’”, en ABC, 24 de marzo de 2022, https://www.abc.es/cultura/abci-yuval-noah-harari-ucranianos-ejemplo-humanidad-puede-cambiar-202203231609_noticia.html#vca=rrss&vmc=abc-es&vso=fb&vli=cm-general&_tcode=cW5sMmwx, consultado el 6 de mayo de 2022.
[15]Acantilado, “Dado que el Imperio Ruso es…” (imagen), Facebook, 25 de marzo de 2022, https://www.facebook.com/editorialacantilado, consultado el 6 de mayo de 2022.
[16] Aristóteles, Metafísica, trad. T. Calvo Martínez, Gredos, Madrid, 1ª reimpr., 1994, IV, I, 1003a-1012b.
[17] Ibid., VI, I, 1028a.
[18] van Inwagen, Peter y Meghan Sullivan, “Metaphysics”, The Stanford Encyclopedia of Philosophy, invierno 2021, Edward N. Zalta (ed.), https://plato.stanford.edu/archives/win2021/entries/metaphysics/, consultado 6 de mayo de 2022.
[19] Immanuel Kant, Kritik der reinen Vernunft, Felix Meiner, Hamburgo, 1956, Philosophische Bibliothek, vol. 37a, Einleitung, B7, 22-29, p. 42.
[20] Julius Evola, Metafísica de la guerra, trad. Francesc Gutiérrez, José J. de Olañeta, Barcelona, 2006, Los pequeños libros de la sabiduría, vol. 121, pp. 5-6.
[21] Ibid., p. 6.
[22] Ibid., p. 65.
[23] Rafael Sánchez Ferlosio, Ensayos 3. Babel contra Babel. Asuntos internacionales. Sobre la guerra. Apuntes de polemología, Debate, Barcelona, 2016, p. 191.
[24] Con esto me refiero principalmente a Estados Unidos y a sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Soy consciente de la vaguedad del término, pero creo que sirve como orientación mínima en un texto de naturaleza aproximativa, tentativa y preliminar.
[25] Carl Schmitt, Der Begriff des Politischen. Text von 1932 mit einem Vorwort und drei Corollarien, Duncker & Humblot, Berlin, 1987, pp. 31 y 34-36.
[26] Ibid., p. 26.
[27] Ibid., p. 33.
[28] Ibid., p. 29.
[29] Carl Schmitt, Theorie des Partisanen. Zwischenbemerkung zum Begriff des Politischen, Duncker & Humblot, Berlin, 1963, pp. 87-88.
[30] C. Schmitt, Der Begriff…, p. 33.
[31] Ibid., p. 50.
[32] Chantal Delsol, La grande Méprise. Justice internationale, gouvernement mondial, guerre juste…, Éditions de La Table Ronde, Paris, 2004, pp. 21-22.
[33] Stephen Toulmin, Cosmopolis. The Hidden Agenda of Modernity, The University of Chicago Press, Chicago, 1990, p. 53.
[34] Ibid., p. 54.
[35] Ibid., p. 55.
[36] Ibid., p. 160.
[37] Ibid., pp. 113-114.
[38] Dalmacio Negro, “El azar, concepto metapolítico. En torno a la idea de destino, el artificialismo y las formas de la política”, en El fin de la normalidad y otros ensayos, Dykinson, Madrid, 2021, p. 139.
[39] Ibid., p. 143. La apocatástasis supone que el mal no puede prevalecer en el mundo. Las penas de los condenados no tienen otra finalidad que servir de enseñanza. Así, pues -continúa Orígenes-, llegará un día en que todos los seres, incluidos Satanás y ángeles rebeldes, entrarán de nuevo en la amistad de Dios. La doctrina acompaña frecuentemente a mesianismos y milenarismos en la creación del hombre nuevo y la superación de la muerte como inmortalidad individual o colectiva; restaurando la naturaleza humana antes del pecado original o bien creando supuestos seres humanos inmortales mediante la tecnociencia. Sobre la influencia de la apocatástasis véase Dalmacio Negro, “La inmortalidad como problema político”, en El fin de la normalidad y otros ensayos, Dykinson, Madrid, 2021, pp. 101 y 115.
[40] D. Negro, “El azar…”, p. 161.
[41] D. Negro, “La inmortalidad…”, p. 101.
[42] Ibid., p. 98.
[43] Ibid., p. 102. Como dice Dalmacio Negro, Rousseau inició la “cultura de la queja”. Ibid., p. 99.
[44] Ibid., pp. 99-102.
[45] Ibid., p. 102. Véase M. Walzer, La revolución de los santos. Estudio sobre los orígenes de la política radical, Katz, Buenos Aires, 2008.
[46] Ibid., p. 102.
[47] Immanuel Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón, trad. Felipe Martínez Marzoa, Alianza, Madrid, 1981, 2ª ed., p. 41.
[48] Immanuel Kant, Vorlesungen über die philosophische Religionslehre, Carl Friedrich Franz, Leipzig, 1817, p. 139.
[49] C. Delsol, op. cit., p. 29.
[50] Ibid., p. 31.
[51] En un ensayo señero, Fernando Escalante bosquejaba los rasgos religiosos de la modernidad a partir de una lectura de Auguste Comte. La solución a las consecuencias “disolventes” del estadio revolucionario de finales del siglo XVIII era, para Comte, una religión derivada de la Ciencia, demostrada por ella, cuyo objeto de culto es la Humanidad; una religión orientada por el Progreso, con el único imperativo absoluto del altruismo. Fernando Escalante, “La posible religión de la humanidad”, en Estudios Sociológicos, vol. 23, núm. 67, enero-abril 2005, pp. 227-228.
[52] C. Schmitt, Der Begriff…, p. 54.
[53] Ibid., p. 55.
[54] George C. Herring, From colony to superpower: U.S. foreign relations since 1776, Oxford University Press, Nueva York, 2008, p. 4. En el siglo XVI, William Tyndale expuso la idea de que Inglaterra, como Israel, mantenía una relación especial de alianza con Dios, que implicaba no sólo bendiciones, sino responsabilidades y castigos por eludirlas. La traducción de Tyndale tuvo un fuerte impacto entre los colonizadores puritanos del Nuevo Mundo, que, además, habían bebido a saciedad el énfasis en la elección de Juan Calvino durante su exilio en Ginebra. William T. Cavanaugh, Migraciones de lo sagrado. Dios, Estado y el significado político de la Iglesia, trad. Javier Martín Barinaga, Granada, Editorial Nuevo Inicio, Granada, 2021, Publicaciones del Instituto Edith Stein, p. 137.
[55] W. T. Cavanaugh, op. cit., p. 137.
[56] Kurt Vonnegut, Slaughterhouse-Five or The Children’s Crusade. A Duty-Dance with Death, Dell, Nueva York, 1991, p. 178.
[57] Tami Davis Biddle, Rhetoric and reality in air warfare: the evolution of British and American ideas about strategic bombing, 1914–1945, Princeton University Press, Princeton, 2002, pp. 254-255. Para un resumen del debate historiográfico al respecto, véase Earl R. Beck, “The Allied Bombing of Germany, 1942-1945, and the German Response: Dilemmas of Judgment”, en German Studies Review, vol. 5, núm. 3, octubre 1982, pp. 325-337.
[58] Ibid., p. 254.
[59] Ibid., p. 255.
[60] Landeshauptstadt Dresden, Abschlussbericht der Historikerkommission zu den Luftangriffen auf Dresden zwischen dem 13. Und 15. Februar 1945, 17 de marzo de 2010, p. 67, https://www.dresden.de/media/pdf/stadtarchiv/Historikerkommission_Dresden1945_Abschlussbericht_V1_14a.pdf, consultado el 6 de mayo de 2022. Véase Rolf-Dieter Müller, Nicole Schönherr y Thomas Widera (eds.), Die Zerstörung Dresdens 13. bis 15. Februar 1945, V&R unipress, Gotinga, 2010.
[61] T. D. Biddle, op. cit., p. 255-256.
[62] Ibid., p. 261. Alexander Downes cifra los muertos en 88,000 y a un millón los que se quedaron sin techo. Alexander B. Downes, Targeting civilians in war, Cornell University Press, Ithaca, p. 116.
[63] Loc. cit.
[64] T. D. Biddle, op. cit., p. 269.
[65] Loc. cit.
[66] John Hersey, Hiroshima, Vintage, Nueva York, 1989, p. 24.
[67] G. C. Herring, op. cit., p. 593.
[68] Loc. cit.
[69] Giles MacDonogh, After the Reich. The Brutal History of the Allied Occupation, Basic Books, Nueva York, 2007, p. 440 y Richard H. Minear, Victor’s Justice: The Tokyo War Crimes Trial, Princeton University Press, Princeton, 1971, p. 7.
[70] Danilo Zolo, Victors’ Justice. From Nuremberg to Baghdad, trad. M. W. Weir, Verso, Londres, 2009, p. x.
[71] Ibid., pp. 142.
[72] Naciones Unidas, Carta de las Naciones Unidas, https://www.un.org/es/about-us/un-charter/full-text, consultado el 6 de mayo de 2022.
[73] R. Sánchez Ferlosio, op. cit., p. 259.
[74] R. H. Minear, op. cit., p. 6.
[75] Ibid., p. 3-6.
[76] Ibid., pp. 5-6.
[77] Ashis Nandy, “The Other within: The Strange Case of Radhabinod Pal’s Judgment on Culpability”, en New Literary History, vol. 23, núm. 1, invierno 1992, p. 48; R. H. Minear, op. cit., p. 158.
[78] Véase Carl Schmitt, “Völkerrechtliche Formen des modernen Imperialismus”, en Positionen und Begriffe im Kampf mit Weimar- Genf- Versailles, 1923-1939, Hanseatische Verlaganstalt, Hamburgo, 1940, pp. 178-179.
[79] La paz de Westfalia (1648) consolidó la estatalidad europea tras las guerras religiosas iniciadas con la Reforma protestante. La cuestión religiosa quedó resuelta en la tolerancia estatal o libertad para las demás confesiones distintas a la del soberano en su territorio. Véase Carl Schmitt, Der Nomos der Erde im Völkerrecht des Jus Publicum Europaeum, Duncker & Humblot, Berlin, 2ª ed., 1974, pp. 112-123.
[80] C. Schmitt, Der Begriff…, pp. 56-57
[81] Cit. en David Vine, The United States of war: a global history of America’s endless conflicts, from Columbus to the Islamic State, University of California Press, Oakland, 2020, p. 171.
[82]Cit. en Andrew J. Bacevich, American Empire: the realities and consequences of U.S. diplomacy, Harvard University Press, Cambridge, 2003, p. 4.
[83] Winston Churchill, Memoirs of the Second World War: an abridgement of the six volumes of The Second World War with an epilogue by the author on the postwar years written for this volume, Houghton Mifflin Company, Boston, 1987, p. 966.
[84] Ibid., p. 968
[85] Ibid., p. 492.
[86] Cit. en R. H. Minear, op. cit., pp. 10 y 11.
[87] C. Schmitt, Der Begriff…, p. 37.
[88] Ibid., p. 55
[89] Cit. en Ira C. Eaker, “Some Memories of Winston Churchill”, en Aerospace Historian, septiembre 1972, vol. 19, núm. 3, p. 124.
[90] W. Churchill, op. cit., p. 968.
[91] G. C. Herring, op. cit., pp. 583-584.
[92] Ibid., p. 592 y A. B. Downes, op. cit., p. 139.
[93] Nuremberg Trial Proceedings, “Two Hundred and Seventeenth Day”, 30 de septiembre de 1946, vol. 22, https://avalon.law.yale.edu/imt/09-30-46.asp, consultado el 6 de mayo de 2022.
[94] C. Delsol, op. cit., p. 114.
[95] La cuantificación, como advierte Dalmacio Negro, permite profetizar el futuro y justifica la máxima “poder es saber”. Dalmacio Negro, “El azar…”, p. 148. En alguna ocasión, Ernst Jünger expresaba su desaliento en torno a la técnica en la guerra: “Con pólvora no es propiamente posible ningún heroísmo. Y eso se repite, una y otra vez, desde los orígenes. La técnica es, de por sí, algo totalmente contrapuesto al mérito guerrero. De un viejo tirano de Sicilia se cuenta que dijo cuando oyó que se había descubierto una balística especial: ‘Dios mío, se acabaron los dioses y el heroísmo’. Y eso se ha repetido siempre. Esa contradicción existe desde el principio y ha alcanzado ahora con la bomba atómica un máximo que propiamente excluye totalmente las guerras”. Ernst Jünger, “La memoria de un siglo”, en El País, 25 de marzo de 1995, https://elpais.com/cultura/2016/10/27/babelia/1477560442_761103.html, consultado el 6 de mayo de 2022.
[96] Henry L. Stimson, “The Decision to Use the Atomic Bomb”, en Harper’s Magazine, vol. 194, núm. 1161, febrero 1947; afe.easia.columbia.edu/ps/japan/stimson_harpers.pdf, consultado el 6 de mayo de 2022.
[97] W. Churchill, op. cit., pp. 979-980.
[98] C. Delsol, op. cit., p. 32.
[99] A. J. Bacevich, op. cit., pp. 163-164.
[100] Ibid., p. 164.
[101] Loc. cit.
[102]Ibid., pp. 164-65.
[103] S. Rajen Singh, “The Kosovo Crisis and the Quest for Diplomatic Solution”, en India Quarterly, vol. 56, núm. 1/2, 2000, p. 18; véase O. N. Mehrotra, “Ethnic Cleanising in Croatia: Failure of International Community”, Strategic Analysis, vol. 38, núm. 7, octubre 1995, pp. 1059-74.
[104] G. C. Herring, op. cit., p. 932.
[105] Ibid., p. 934.
[106] Dominic McGoldrick, “The trial of Slobodan Milosevic”, en R. A. Melikan (ed.), Domestic and international trials, 1700–2000, tomo 2, Manchester University Press, Manchester, 2018, pp. 179 y 182-185.
[107] Ibid., p. 187.
[108] D. Zolo, op. cit., p. 45.
[109] Cit. en A. J. Bacevich, op. cit., p. 1.
[110] Ibid., p. 33.
[111] Ibid., 2003, p. 1.
[112] Ibid., p. x.
[113] Adam Roberts, “NATO’s ‘Humanitarian War’”, en Survival, vol. 41, núm. 3, otoño 1999, pp. 102–123.
[114] D. McGoldrick, op. cit., p. 191.
[115] Dubravka Ugrešić, Die Kultur der Lüge, trad. Barbara Antkowiak, Suhrkamp, Fráncfort del Meno, 1995, pp. 67, 84 y 125.
[116] Peter Handke, Unter Tränen fragend. Nachträgliche Aufzeichnungen von zwei Jugoslawien-Durchquerungen im Krieg, März und April 1999, en su libro Aufsätze 2, Suhrkamp, Berlin, 2018, p. 181.
[117] D. McGoldrick, op. cit., p. 180. Véanse D. Doder y L. Branson, Milosevic –Portrait of a Tyrant, Simon &Schuster, Londres, 2000; L. J. Cohen, Serpent in the Bosom: the Rise and Fall of Slobodan Milosevic, Westview Press, Boulder, 2000.
[118] P. Handke, op. cit., pp. 198-199.
[119] D. Zolo, op. cit., p. 96.
[120] D. Vine, op. cit., p. 270.
[121] Eliot Weinberger, Lo que oí sobre Iraq, trad. Mónica de la Torre, Era, México, 2006, pp. 15-16.
[122] D. Zolo, op. cit., p. 159.
[123] Ibid., p. 159.
[124] A. J. Bacevich, op. cit., p. 219.
[125] Ibid., p. 219.
[126] D. Vine, op. cit., pp. 272-273.
[127] W. T. Cavanaugh, op. cit., p. 144.
[128] Ibid., p. 145.
[129] Cit. en E. Weinberger, op. cit., p. 7.
[130] R. Sánchez Ferlosio, op. cit, p. 381.
[131] A. J. Bacevich, op. cit., p. 238.
[132] Véanse G. C. Herring, op. cit., p. 944 y A. J. Bacevich, op. cit., p. 232.
[133] D. Vine, op. cit., p. 269.
[134] G. C. Herring, op. cit., p. 943.
[135] Cit. en A. J. Bacevich, op. cit., p. 226.
[136] Cit. en Ibid., p. 229.
[137] Cit. en Ibid., p. 231.
[138] The White House President George W. Bush, “President Bush’s Statement on Execution of Saddam Hussein”, 29 de diciembre de 2006, https://georgewbush-whitehouse.archives.gov/news/releases/2006/12/20061229-15.html, consultado el 6 de mayo de 2022.
[139] Dana Milbank, “President Says Hussein Deserves Death Penalty”, en The Washington Post, 17 de diciembre de 2003, https://www.washingtonpost.com/archive/politics/2003/12/17/president-says-hussein-deserves-death-penalty/64c0fd32-b08b-4a98-83b7-fc3b7f90a687/, consultado el 6 de mayo de 2022.
[140] W. T. Cavanaugh, op. cit., p. 166.
[141] Ibid., p. 167.
[142] Loc. cit.
[143] E. Weinberger, op. cit., p. 22.
[144] Barack Obama, “Osama Bin Laden Dead”, en The White House. President Obama, (https://obamawhitehouse.archives.gov/blog/2011/05/02/osama-bin-laden-dead), consultado el 8 de abril de 2022.
[145] E. Weinberger, op. cit., p. 18.

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