Es sábado y se me ocurre esto:
La locura ilumina al mundo para que no tropiece con la piedra de la cordura.
Los locos son los iluminados, los portadores de una verdad que se adelanta a las buenas consciencias.
Ayer o antier murió Evelio, días antes lo había a ver al hospital y lo imagino ahí con su piel enjuta, envuelto en su soledad, musitando “mamá, mamá” como un niño perdido, extraviado de su historia. Evelio vino del norte y no aprendió a hablar el idioma del sur, sus palabras eran como piezas sueltas de un rompecabezas que nunca se armó y se repetían constantemente como si la angustia las rescatara del olvido, así nomás.
Evelio fue el sobreviviente de un naufragio que lo dejó mudo en una isla de locos. La trabajadora social me dijo que estuvo con él los últimos momentos y que Evelio lloró. Al contarlo sus ojos se nublaron también. Ella le habló de la familia que había formado en la sala de Crónicos, le dio los saludos de Guichard, de Wister y de otros que preguntaban por él, le dijo que lo extrañaban, pero sobre todo le habló de lo que significaba para ella, de lo que le dolía su sufrimiento que no obstante implicaba salir del encierro y reunirse con su madre Domitila y su abuelo Nepomuceno que estaban ansiosos, des-esperados de esperarlo. Le recordó que en ese otro lugar habitaba la familia, aquella que estaba suspendida en su memoria, ahí, él llegaría pronto. Los nombres que durante muchos años salían des-articulados de su boca, sus muertos serían reales, le habían apartado un lugar, lo esperaban la paz.
Ayer platiqué con Don Jorge que trabaja en Rehabilitación, quien recordó a Evelio y me dijo que la doctora Lily reunió a los habitantes de la zona de Crónicos y les informó que Evelio se había ido invitándoles a mirar su cama vacía. Miren, ya no está, convocando a la presencia de la ausencia invitándoles a realizar el duelo de su compañero que murió sin ellos en el Hospital general.
Yo escribí hace unos días sobre la ausencia de ritual alguno, cuando ocurre la muerte de un paciente en el hospital, ahora parece que con la doctora Lily las cosas han cambiado. Se pudo hablar de la muerte en el espacio familiar, en el espacio secreto de la sala de Crónicos dentro de la sala se constató lo inevitable de perder pero el circunscribir el acto público a un lugar tan privado, al parecer no fue suficiente porque Evelio no obstante flotó en el espacio del manicomio convertido en fantasma, reivindicando la existencia que no tuvo para el resto del mundo, de no haber sido nadie para los que se dicen no- locos.
Recordé que un día me peleé con Evelio o él se peleó conmigo cuando la maquinita de refrescos se tragó la moneda y como él quería su coca, tomó la de otra paciente, Esperanza quien nos miraba con dolor mientras yo buscaba otra moneda.
Ese día advertí que podría pegarme ante la insoportable pérdida del líquido negro que le diría por un momento que estaba vivo y me do miedo.
Evelio era dulce y coqueto como dijo Yedid, la trabajadora social, jugaba a seducir a las mujeres, pero sabía que no eran para él pues desconsolado, siempre pedía a su mamá.
Confieso que en muchas ocasiones me dio temor, era un hombre del norte como mi padre. Me asustaba el desconocer su tormento sin texto legible, cuando lo veía quería huir de mí misma, de la locura familiar que el desataba con su mirada pérdida. Evelio me excluía las pocas veces que crucé palabras con él o que intentaba comprenderlo. Fracasé, fui para él una extraña, a diferencia de Silvia y de Yedid que lograron acercarse a su alma.
Él para mí, fue una especie de llave de la angustia, esa que abría lo inexpugnable en mí. Reconozco en Evelio la valentía de ser loco y de sostenerse ahí donde muchos huimos despavoridos de nuestra verdad, de la terrible realidad del caos. Hace muchos años me dijo que había matado a su mamá y yo lo escuché sin asustarme pensando que sus razones tendrían.
Evelio vivía como un animal acorralado, alucinado, preso de una historia que dejó de pertenecerle cuando abandonó el mundo haciéndose residente perpetuo del pabellón de crónicos y su enorme presencia que se fue adelgazando con el tiempo.
Evelio nos hizo saber que para él no había camino de vuelta estaba en el infierno, le había sido otorgado la definitividad; su tiempo estaba permanentemente detenido.
Reconozco a Evelio como un loco incurable, un héroe que llevó hasta el final el estigma de su locura y le rindo homenaje como tal.
30 de mayo del 2009
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