Subvertir la injuria, subjetivación y performatividad

Marcha de las putas llevada a cabo el viernes 22 de noviembre 2013, Costa Rica

 

Resumen

La finalidad de este trabajo es analizar la manera en la que el lenguaje produce disposiciones deseantes y la forma en que la injuria emerge como producción de la subjetividad en la medida que se arraiga en los afectos. Se pretende problematizar la función de la injuria en la reproducción de las relaciones de dominación, de tal manera que este trabajo es un intento de visibilizar en este escenario micropolítico, la forma en la que el régimen de identidades es resultado de diversas formas de violencia que atraviesan producción de la intersubjetividad.

Palabras clave: subversión, Injuria, vergüenza, deseo, subjetivación, resistencia. 

Abstract

The purpose of this work is to analyze the way in which language produces desiring dispositions and the way in which the insult emerges as a production of subjectivity to the extent that it is rooted in the affects. It is intended to problematize the function of insult in the reproduction of domination relations, in such a way that this work is an attempt to make visible in this micropolitical scenario, the way in which the identity regime is the result of various forms of violence that they traverse the production of intersubjectivity.

Keywords: subversion, Insult, shame, desire, subjectivation, resistance.

 

Subjetividad, potentia y potestas

 

Las formas de violencia y exclusión que ha sufrido la comunidad LGBTTTIQ en diversas partes del mundo, hace parte de la problemática relación que las sociedades establecen con todo aquello que confronta su sistema de creencias y estructuras de valoración. Estas violencias pueden ser unas veces claras y frontales, como en el caso de los diversos crímenes de odio que se registran alrededor del mundo. No obstante, a través de los autores que exploraremos en el siguiente trabajo, intentaremos reflexionar la manera en la que funcionan las pequeñas violencias que se encuentran profundamente arraigadas en el lenguaje y que están en la base de la configuración de las subjetividades, microviolencias que están tan normalizadas que es fácil perder de vista su importancia, las injurias.

 

La necesidad de pensar este marco aparentemente pequeño, micropolítico como lo llaman Deleuze y Guattari, intenta articular algunas coordenadas que permitan no solamente visibilizar y problematizar estas microviolencias en las relaciones sociales, sino también, y primordialmente, intentaremos indagar en el modo en que estas estructuras atraviesan la manera en la que la subjetividad se percibe a sí misma. Y es que, toda forma de violencia y exclusión, ya sea franca y explicita, o sutil y discursiva, implica un complejo horizonte de reconocimiento que involucra a todos lo miembros de una sociedad. En otras palabras, las condiciones de posibilidad de las microviolencias nos atraviesan a todos en la mas, aparentemente, inofensiva cotidianidad.

 

La finalidad de este trabajo es analizar la manera en la que el lenguaje produce disposiciones deseantes y la forma en que la injuria emerge como producción de la subjetividad en la medida que se arraiga en los afectos. Se pretende problematizar la función de la injuria en la reproducción de las relaciones de dominación, de tal manera que este trabajo es un intento de visibilizar en este escenario micropolítico, la forma en la que el régimen de identidades es resultado de diversas formas de violencia que atraviesan producción de la intersubjetividad.

 

Siguiendo el pensamiento de Didier Eribon y Judith Butler, entre otros autores, se pretende desentrañar la potencia performativa del lenguaje y la manera en que la injuria mantiene el estado de dominación (potestas), y cómo simultáneamente se despliegan líneas de fuga que desembocan en transformaciones éticas de la existencia (potentia) que se encuentran en las diversas tácticas de resistencia ante este estado de cosas. Para la distinción entre potentia y potestas refiero a la lectura deleuziana de Spinoza, la cual es resumida muy claramente en el ensayo de Léopold Lambert Power (potentia) vs. power (potestas): the story of a joyful typhoon en donde dice:

 

La potestas, en efecto, necesita un referente a dominar, o para ser dominado como un efecto en sí mismo. Por el contrario, la potentia es una relación hacia todo el mundo (Spinoza podría decir Dios en el sentido de que su concepción de dios es inmanente, en este caso tiene el mismo sentido) en tanto, composición de cierta forma de armonía. El abecedario de Deleuze J for Joy (alegría) nos ayuda a entender ésta diferencia mientras explica los conceptos de alegría y tristeza: […] “no existe poder malo, lo que es malo es el grado más bajo de potencia […] la malicia consiste en evitar que alguien haga lo que puede, es decir, que ejerza su potencia […] El poder (pouvoir) es siempre un obstáculo para la efectuación del poder (puissances)”.[1]

 

A lo largo del presente texto se irá desarrollando con más detalle las implicaciones de ambos conceptos en relación a los efectos y subversión de la injuria. Cuando pensamos en las diversas formas de violencia y exclusión que atraviesan la vida colectiva, es muy común creer que se limitan a la política en su dimensión institucional, pero siguiendo a esta constelación de pensadores se espera lograr visibilizar las maneras en las que, dichas dinámicas, se insertan en nuestra conducta, seamos conscientes de ello o no.

 

En este sentido, la pertinencia de pensar la relación entre la injuria y la subjetivación radica en la posibilidad de articular una reflexión micropolítica sobre las formas de vida, en la zona intersticial entre lo singular y lo colectivo, donde acontecen estas pequeñas violencias y exclusiones, que por ser cotidianas hemos considerado normales, y que se encuentran presentes no solamente en las complejas relaciones entre sujetos, sino en la manera en la que la subjetividad se percibe a sí misma. Pero este análisis, no solamente pretende ser una descripción neutral de la manera en la que opera el lenguaje injurioso en las formas de subjetivación en relación con los otros y consigo mismas, sino que, tal como lo señala Judith Butler, la injuria también abre una zona de singularidad que es susceptible de ser transformada en una forma de resistencia que desestabiliza la aparente inmovilidad del régimen de identidades.

 

Performatividad y abyección, el poder como potestas

 

El poder que las palabras tienen depende de los entramados discursivos y el horizonte de reconocimiento, en el que emerge la subjetividad, en este sentido, si el lenguaje atraviesa la subjetividad es porque sin el lenguaje no hay sujeto, dicho de otro modo, ser sujeto implica ser sujeto del lenguaje. Debido a esto, La configuración de la identidad nunca ocurre en el vacío, sino que emerge en el entramado relacional en donde los sujetos construyen una imagen de sí mismos que puede entenderse como el “yo”. A propósito de esto Judith Butler en Lenguaje, poder e identidad, señala lo siguiente:

 

Podríamos pensar que para que se dirijan a uno, uno debe ser primero reconocible, pero en este caso la inversión althusseriana de Hegel parece apropiada: la llamada constituye a un ser dentro del circuito posible de reconocimiento y, en consecuencia, cuando esta constitución se da fuera de este circuito, ese ser se convierte en algo abyecto.[2]

 

Para Butler en su lectura sobre el problema del reconocimiento en Hegel, la constitución de la identidad necesariamente pasa por la llamada del otro, el nombre, que el individuo nunca se da a sí mismo, sino que es dado por otro. Esta llamada del otro dada en el nombre inscribe al individuo en el lenguaje, permitiéndole devenir sujeto. Además, esta configuración de la subjetividad desde el lenguaje, no ocurre al margen de las condiciones políticas de la organización de las relaciones con el poder, de tal manera que, la subjetividad, al ser resultado de estos entramados discursivos, entra en los juegos del poder que son la condición de posibilidad de construcción de una imagen para sí mismo y para otros, es decir su identidad.

 

Es en el lenguaje donde los sujetos adquieren existencia social, y es en este territorio en donde aparece el problema de la injuria, ya que el insulto como fenómeno de lenguaje, no acontece solamente entre individuos, sino que el insulto actualiza la organización dominante del poder que produce los criterios que determinan la normalidad y lo que queda fuera de ella como la otredad indeseable, excluida y abyecta. En este sentido, la forma en que la ley se hace cuerpo es a través de un proceso de reiteración, como lo muestra Judith Butler en su texto, Cuerpos que importan: “La performatividad debe entenderse, no como un “acto” singular y deliberado, sino, antes bien, como la práctica reiterativa y referencial mediante la cual el discurso produce los efectos que nombra”.[3]

 

La performatividad para Butler es la reiteración de una serie de prácticas que sedimentan y fijan una conducta que “materializa” una identidad reconocible que configura los cuerpos, pero que simultáneamente, articula esos otros flujos que son excluidos de esta materialización, lo abyecto, por lo tanto, es la exterioridad de este territorio configurado por la ley, lo que queda fuera. La performatividad para Austin[4] difiere de la concepción Butleriana en el problema de la intencionalidad; si bien Austin considera que los enunciados performativos pueden, o no, tener efectividad y durante sus conferencias se preocupa por desentrañar las condiciones de posibilidad de que un performativo, sea o no exitoso, supone que las condiciones de la performatividad del lenguaje dependen de cierta forma de intencionalidad, en tanto que la efectividad del enunciado performativo depende de condiciones intencionadas socialmente para que produzca efectos. Sin embargo, para Judith Butler, la performatividad es constitutiva del lenguaje y no siempre es intencional, o sea que el lenguaje para Butler debe entenderse como un ser vivo, como un agenciamiento cuyos efectos no pueden ser controlados de manera definitiva por los hablantes, y están sujetos a un campo histórico-social y político constituyente de la subjetividad.

 

La injuria es tan importante como configuración de la identidad porque actualiza una distribución jerarquizada de poder que es histórica, política y que antecede al momento del insulto. Así pues, la configuración de la identidad pasa por la identificación y apropiación de la ley como prácticas reiteradas que distribuyen la jerarquización entre lo que está incluido en la identidad normal, aceptada, “bien vista” y lo que se repudia como abyección.

 

Didier Eribon en su libro Una moral de lo minoritario, identifica el problema de la injuria como hilo conductor de la obra de Jean Genet. La enorme aportación de Eribon a este problema radica no sólo en ampliar la comprensión de la fuerza de la injuria en la disposición de los afectos, y la producción del régimen de identidades, sino que también ofrece elementos para pensar en la fuerza crítica y subversiva de la injuria que sólo puede ponerse en acto a través de un ascetismo político-estético. La performatividad de las palabras y la fuerza de la injuria son caracterizados por Eribon de la siguiente manera:

 

La fuerza del discurso dominante, y de las representaciones que expresa, reside en imponerse a todos, incluso a aquellos a los que califica de inferiores, y un minoritario que intente romper este régimen de evidencias y este orden discursivo encontrará la oposición no sólo de los dominantes, sino de la mayoría de los dominados, cuyo consciente e inconsciente han sido moldeados por las estructuras de dominación (el síndrome del “buen colonizado” que apoya al colonizador y al que éste aplaude por su “valentía” y su “moderación”)[5]

 

Aquí Eribon sigue con un problema que también se muestra en el trabajo sobre la performatividad para Judith Butler, a saber, que la performatividad de las palabras produce efectos que no sólo pasan por el registro de la consciencia, sino que su efectividad es principalmente en el orden del inconsciente. En el caso de la injuria, el efecto identitario que produce en los afectos es que territorializa los flujos deseantes, de tal manera que esa ley que es reiterada a través de las palabras produce una disposición deseante que la sostiene, y en el peor de los escenarios la perpetúa. En este sentido, es posible decir que la injuria produce un efecto de catexis que debe entenderse como la unión de la energía psíquica con una representación. Este sentido de catexis es más cercano al pensamiento deleuziano, en la medida que permite pensar la emergencia del aparato psíquico en la inmanencia de su relación con las condiciones políticas de poder, y no como una abstracción a priori de esta relación. La injuria al producir este efecto de catexis, territorializa los flujos deseantes de tal suerte que la subjetividad no solo sostiene las condiciones de dominación, sino que también las desea y por lo tanto las reproduce.

 

La organización del deseo en el injuriado y su subversión (ascesis como ejercicio de la potencia)

 

  1. Subjetivación

 

Hasta este punto, Judith Butler permite comprender más ampliamente el proceso en el que la configuración de la subjetividad, aparece como resultado de las condiciones del poder y no preexiste a ellas. Pero la aportación de Butler a esta reflexión es que esta materialización, ocurre por un proceso performativo de prácticas reiteradas que sedimentan la identidad como cuerpo. Estas prácticas, que pueden pensarse como disciplinarias, operan en un doble juego de individuación y masificación, ya que son producidas por los juegos de verdad que articulan las formas de dominación, y en este sentido son colectivas, pero simultáneamente, al ser la condición de los procesos de subjetivación, aparecen como imagen ilusoria de individualidad autónoma en donde el sujeto se reconoce como un “yo” y construye la manera en la que se percibe a sí mismo.

 

La performatividad de la injuria no está exenta de la apertura de líneas de fuga que pueden generar condiciones para su propia subversión, en este sentido, cabe recordar la ambigüedad del proceso de subjetivación en el pensamiento foucaultiano ya que si bien es cierto que la subjetividad implica un cierto sentido de sujeción, como sujetamiento, también es la construcción de un lugar singular que, al ser una construcción histórica, no responde a una esencia metafísica que la determine de una vez y para siempre. Esta concepción de subjetividad está muy lejos del sujeto cartesiano pues no está sostenida por una radical separación metafísica con el objeto, ni por una esencia individual suprasensible, sino que es resultado inestable de procesos históricos que la configuran, pero no la determinan.

 

En otras palabras, los flujos deseantes se territorializan en función de las condiciones de poder en las que emergen, pero esto no implica que se estabilizan, ya que la reiteración de la injuria, y de cualquier otra práctica disciplinaria, no clausura la inestabilidad de los flujos. A propósito de esto Deleuze explica:

 

¿Existe un adentro que sería más profundo que todo el mundo interior, de la misma manera que el afuera es más lejano que todo mundo exterior? El afuera no es un límite petrificado, sino una materia cambiante animada de movimientos peristálicos, de pliegues y plegamientos que constituyen un adentro: no otra cosa que el afuera, sino exactamente el adentro del afuera.[6]

 

Esos dobleces, esos pliegues que son producidos en la inmanencia de las relaciones de poder, son líneas de fuga de la estructura de dominación que aparece naturalizada por la reiteración de las prácticas. La subjetividad en efecto emerge en las relaciones de poder, pero esta inestabilidad constitutiva de los flujos deseantes, están deviniendo y transformándose constantemente, incluso en la producción de ese adentro como como mundo interior, no hay hegemonía posible que pueda reducir las fuerzas. En este sentido, el afuera[7], es precisamente ese espaciamiento en donde la estructura deseante puede devenir otra, y la identidad entra en una crisis transformadora.

 

En la experiencia del afuera, el yo se diluye en los flujos que estaban inmovilizados por la estructura de la identidad, en el afuera se abre paso a un anonimato, que es simultáneamente singular y múltiple. En la última etapa del trabajo de Foucault, él se concentra específicamente en una forma de subjetivación que parece diferente de las formas modernas de subjetividad resultado de las prácticas coercitivas: las prácticas de sí.

 

Pensar la subjetividad en su procesualidad implica pensar el diagrama singular de las relaciones de dominación en donde la subjetividad emerge, junto con sus puntos de resistencia, y esto implica pensar la producción del estado de dominación y sus líneas de fuga en condiciones específicas. En este sentido Deleuze señala que:

 

La lucha por una subjetividad moderna pasa por una resistencia a las dos formas actuales de sujeción, una que consiste en individuarnos según las exigencias del poder, otra que consiste en vincular cada individuo en una identidad sabida y conocida, determinada de una vez por todas. La lucha por la subjetividad se presenta, pues, como derecho a la diferencia y derecho a la variación, a la metamorfosis.[8]

 

Entonces, la imagen que la subjetividad tiene de sí, no aparece como un dato natural, sino que más bien, solo aparenta inmediatez en la medida que se reifica, que se naturaliza en la inmanencia de la dialéctica del capitalismo, pero esta reificación es producida por las condiciones de dominación que aparecen como inmediatas, fetichizadas, en el sentido de que parecieran tener una vida propia y natural, ocultando el hecho de ser una producción histórica. Por un lado, los plegamientos que son inherentes al proceso de subjetivación son múltiples y heterogéneos, nunca quedan determinados de una vez por todas, pero simultáneamente, se producen en condiciones históricamente singulares, y es en esta aporía, en donde es posible pensar el cultivo de sí.

 

Los puntos de resistencia aparecen como un “entre” de relaciones específicas de poder, como un espaciamiento, que pone en cuestión la estructura naturalizada de dominación, pero este espaciamiento, en la medida que emerge en condiciones específicas, también pone las condiciones de líneas de fuga igualmente concretas y específicas. Esto quiere decir que, no es posible cualquier forma de subjetividad en cualquier momento histórico, pero simultáneamente, cada cruce especifico de relación de fuerzas, tiene líneas de fuga en donde el afuera irrumpe produciendo la diferencia.

 

  1. La ascesis subversiva de Eribon

 

Didier Eribon, en su obra, nos permite comprender con mucha claridad los efectos performativos de la injuria en la configuración de la subjetividad, pero también abre la posibilidad de la subversión de la injuria como construcción de otra singularidad. Eribon introduce un concepto que en este caso es fundamental, la ascesis, como un ejercicio sobre sí que permite no sólo visibilizar las fisuras de la representación en la cual se pretende encerrar al injuriado, sino que además pone en escena, a través de una serie de prácticas, una subversión del sentido del insulto. A propósito de Genet, Eribon escribe que: “Se trata también de una ascesis, un ejercicio espiritual, pero en el que el reto cosiste en transformar la sujeción en afirmación de uno mismo”.[9]

 

El enfoque de Eribon, sobre el ascetismo, en efecto sigue la genealogía de las prácticas de sí que ya son mostradas por Foucault, pero, además, agrega un elemento importante al problema, ya que encontrará en Jean Genet, André Gide, entre otros, los elementos para mostrar cuáles serían las condiciones de un ascetismo crítico y contemporáneo. En efecto, si se quiere evitar toda lectura new age, o algún orientalismo o exotismo en la cuestión de la ascesis, lo primero que se debe pensar es en sus condiciones políticas concretas, es decir, la ascesis pasa también por lo ético y lo político sin abstraer la subjetividad de la relación de poder en la que emerge, sino que construye las condiciones que permitan hacerles frente y hacerse cargo de su lugar en ellas.

 

Como se ha mencionado antes, la fuerza performativa de la injuria produce una disposición deseante que depende de la reiteración para mantener la estructura jerarquizada de dominación. Dicha reiteración supone, un plano de inmanencia inestable que constantemente escapa a este intento de organización. Pero dar el salto a la subversión de la injuria, solo es posible en acciones, y prácticas, que pongan en acto otro proceso de singularización que permita la transformación de la subalternidad en afirmación de sí. Subversión que nunca ocurre por sí misma, sino que requiere una actividad concreta orientada a esta puesta en cuestión del régimen identitario. Es un ascetismo con implicaciones políticas que no está al margen de las formas de resistencia, sino que se hace cargo de las catexis inconscientes que mantienen el orden de dominación, y que, si no son problematizadas, tienden a mantener los mismos ejercicios de subordinación que pretenden combatirse. Cuando Eribon refiere este proceso ascético para subvertir la vergüenza, como efecto afectivo de la injuria, escribe:

 

Ahora bien, esta transformación es, hablando con propiedad, interminable. Uno no se deshace de la vergüenza, porque el pasado, y el legado del aprendizaje, de la socialización, perduran en el presente (lo que Pierre Bourdieu denominaría la “histéris de los habitus”), y creer que bastaría con ser consciente de la denominación de sus mecanismos para librarse de ella significa ignorar u olvidar, como él dice tan certeramente, “la extraordinaria inercia resultante de la inscripción de las estructuras sociales en el cuerpo”. La trayectoria individual, el trabajo que un individuo puede llevar a cabo para transformarse, no eliminarán nunca totalmente lo que ha producido la socialización. Y esto es así, sobre todo, porque los mecanismos sociales no son aniquilados por el hecho de que se acepte y se reivindique ser lo que hacen de nosotros. Sus efectos (la vergüenza) continúan produciéndose, reproduciéndose y ejerciéndose, y la transformación de la vergüenza en orgullo, como la escritura de un poema, como la escritura de uno mismo, son procesos sin fin.[10]

 

En esta perspectiva política de la ascesis no hay nunca una transformación definitiva, no hay una “iluminación” que concluya de una vez y para siempre la necesidad del trabajo sobre sí, por el contrario, el ascetismo que permite la subversión de la injuria, y de las estructuras de poder que se inscriben en el cuerpo y hacen catexis, son procesos sin fin en la medida que tienden a reiterarse, y que ante dicha reiteración, se requiere insistir en prácticas de subversión. Es por este motivo que nadie puede prescribir a nadie las prácticas que detonen el ascetismo, ya que fracturar la forma en que el poder se inscribe en el cuerpo, depende de hacerse cargo de las formas singulares de la estructura de dominación. En este sentido, la ascesis para Eribon está entre lo social y el individuo, es decir, sólo tiene sentido en la medida que permite poner en escena otras formas de relaciones de sí con-los-otros.

 

No es un azar que Eribon encuentre en los textos de Genet, los elementos de un ascetismo subversivo, ya que la performatividad de las palabras como potencia, implica que, si bien el lenguaje produce estas condiciones de dominio, es también el lenguaje el que permite la fractura y transformación de dichas condiciones. Es en el lenguaje donde se juega la aporía de la potentia y la potestas. En este sentido, en el caso de la lectura de Eribon sobre Genet, el ascetismo es un ejercicio de subversión (potentia) de las condiciones de dominación (potestas), a través de la escritura. Sin duda, esto no quiere decir que la única forma posible de ascesis sea volverse escritor, pero sí es verdad, que la condición de posibilidad de reterritorializar las catexis, o incluso descatectizar, es en un ejercicio poiético de las palabras.

 

Lo que importa mucho de la reflexión de Eribon es que, a pesar de la fuerza del lenguaje y del poder que tiene en la construcción de un régimen de identidades, ésta estructura es performativa en la medida que depende de cierta reiteración de este campo simbólico, sin embargo, dicha reiteración da cuenta de la potencia de los flujos que lo constituyen y que, por ser inestables, dependen de una forma de repetición para mantener su consistencia. La ascesis que visibiliza Eribon en Genet, y que permite problematizar la cuestión de la abyección social, responde a la posibilidad de poner en acto esa inestabilidad constitutiva de la performatividad del lenguaje, en un ejercicio de apropiación y reinvención de la vida. La abyección es un proceso producido por el lenguaje cuyos efectos en la producción de sujetos nunca es definitivo, de tal manera que la ascesis de lo abyecto y su subversión, se entiende como un ejercicio de reterritorialización de los efectos de la injuria en donde la identidad, y sobre todo su aparente estabilidad, se desmorona para dar paso a otro proceso de singularización y de producción de sentido.

 

En suma, si bien es cierto que la performatividad de la subjetividad supone, la necesitad de prácticas reiteradas que sedimentan una territorialización de los flujos deseantes que constituyen la identidad, también es verdad que simultáneamente, se ven constantemente rebasadas por la inestabilidad de los flujos que fisuran la aparente uniformidad de la norma, y la supuesta unidad del yo.

 

A manera de conclusión

 

Si es posible ver que no en todos los casos ocurre una subversión de la injuria es porque la cadena de dominación ha devenido deseable, y produce un territorio seguro, en la medida que cada quien sabe lo que le toca y lo que es, con toda la precariedad que conllevan estas certezas. La ascesis subversiva de la injuria, pasa por lo ético y lo político en la medida que no es un dandismo de la individualidad, sino una puesta en acto de otro proceso de singularización en el que se tramitan nuevas relaciones con los otros, que al menos ponen en suspenso la inercia de la potestas.

 

A propósito del problema de la injuria como parte de diversas formas de microfascismos, y las microviolencias, hay que decir que el prefijo “micro” no significa que estas prácticas de exclusión cotidiana sean pequeñas, sino que más bien son silenciosas en tanto que socialmente las hemos normalizado. Este proceso de normalización nos convierte en cómplices de las injusticias y el sufrimiento del otro, en la medida en la que estas conductas se arraigan tanto en nuestra manera de entender el mundo que han quedado invisibilizadas.

 

Cuando pensamos en estas formas de violencia y exclusión que atraviesan la vida colectiva, es muy común creer que se limitan a la política en su dimensión institucional, pero el problema de la injuria nos hace a visibilizar las maneras en las que dichas dinámicas se insertan en nuestra conducta, seamos conscientes de ello o no. Pero también es una oportunidad de ver con otra mirada las diversas formas de subvertir la injuria, y la posibilidad de articular una reflexión micropolítica sobre las formas de vida, en la zona intersticial entre lo singular y lo colectivo, donde acontecen estas pequeñas violencias y exclusiones, que por ser cotidianas han sido consideradas como normales.

 

Bibliografía

  1. Austin, John L., Cómo hacer cosas con las palabras, Paidós, México, 2018
  2. Butler, Judith, Cuerpos que importan, Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, Paidós, Buenos Aires, 2002
  3. ___________, Lenguaje, poder e identidad, Síntesis, Madrid, 2004
  4. ___________, Mecanismos psíquicos de poder, teorías sobre la sujeción, Catedra, Madrid, 2001
  5. ___________, Sujetos del deseo, Reflexiones hegelianas en la Francia del siglo XX, Amorrortu, Buenos Aires, 2012
  6. Deleuze Gilles, Deseo y placer, Archipiélago, Barcelona, 1995
  7. ____________, Foucault, Paidós, México, 1937
  8. Eribon, Didier, Una moral de lo minoritario, Anagrama, Barcelona, 2004
  9. Esposito Roberto, Bíos, Biopolítica y filosofía, Amorrortu, Argentina, 2011
  10. ______________, Communitas, Amorrortu, Argentina, 2011
  11. ______________, Tercera Persona, Política de la vida y filosofía de lo impersonal, Amorrortu, Buenos Aires, 2009
  12. Foucault Michel, Historia de la sexualidad I, la voluntad de saber, Siglo XXI, México, 2011
  13. ______________, Historia de la sexualidad, la inquietud de sí, México, Siglo XXI, 2005.
  14. ______________, La hermenéutica del sujeto, México, FCE, 2002
  15. ______________, El pensamiento del afuera, Pre-textos, Valencia, 1997
  16. Guattari Félix y Rolnik Suely, Micropolítica. Cartografías del deseo, Traficantes de Sueños, Madrid, 2005

 

Notas
[1] Lambert, Léopold, Power (potentia) vs. power (potestas): the story of a joyful typhoon, (traducción propia) en revista The Funambulist, 26 de marzo 2013,  https://thefunambulist.net/philosophy/spinoza-episode-3-power-potentia-vs-power-potestas, consultado 27 de diciembre de 2021.
[2] Butler, Judith, Lenguaje, poder e identidad, Síntesis, Madrid, 2004, p.21
[3] Butler, Judith, Cuerpos que importan, Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, Paidós, Buenos Aires, 2002, p. 18
[4] Austin, John L., Cómo hacer cosas con las palabras, Paidós, México, 2018
[5] Eribon, Didier, Una moral de lo minoritario, Anagrama, Barcelona, 2004, p. 77
[6] Deleuze, Gilles, Foucault, Paidós, México, 1937, p. 128
[7] Foucault, Michel, El pensamiento del afuera, traducción: Manuel Arranz Lázaro, Pre-textos, Valencia, 1997
[8] Deleuze, Gilles, Foucault, p. 139
[9] Eribon, Didier, Una moral de lo minoritario, pp. 58-59
[10] Ibid., p.103

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