Resumen
El trabajo está centrado en un episodio del evangelio de Juan. Se conoce con el título Noli me tangere. Ha sido tratado con frecuencia en la pintura y es el título de un libro de Jean-Luc Nancy. En la escena Jesús habla, interpela y se va. Es en esta escena donde Nancy centra su reflexión acerca del sentido del tacto. Allí, frente a lo divino surge el límite como aporía del conocimiento humano y el planteo finito e infinito en, desde y por el tocar. El cuerpo glorioso interpela e invita a pensar la diferencia.
Palabras clave: cuerpo, tacto, finito, infinito, tangere, Jesús.
Abstract
The work is centered on an episode from the Gospel of John. It is known by the title Noli me tangere. It has been treated frequently in painting and is the title of a book by Jean-Luc Nancy. In the scene Jesus speaks, questions and leaves. It is in this scene where Nancy focuses her reflection on the sense of touch. There, in front of the divine, the limit arises as an aporia of human knowledge and the finite and infinite proposal in, from and through touching. The glorious body questions and invites us to think about the difference.
Keywords: body, touch, finite, infinite, tangere, Jesus.
En ocasión del homenaje a un año de su muerte, mientras tomaba noticia de las obras que J. L. Nancy ha dejado, Noli me tangere, me atrajo especialmente. Comprendo que será muy difícil poder escribir lo percibido desde una hermenéutica, ya sin diálogo vivo. Aquí no alcanza la lectura solamente, la experiencia reflexiva es un camino que puede sumergirnos en la hondura del tangere.
La escena extraída del texto bíblico[1] que Nancy analiza está precedida por un tiempo de dolor, Cristo profirió sus últimas palabras no hace mucho tiempo en la escena humana, lejana a la serenidad gloriosa de Dios, donde el dolor humano fue el grito conmocionante de la creación. Se ha consumado el mandato divino y el cáliz ha sido bebido. Es la finitud sangrante del cuerpo del hijo de Dios infinito. Hay una pugna por abolir la temporalidad como la única forma de detener el suceso.
“Dios se ha hecho cuerpo, extendido en lo finito” desde su absoluta infinitud. El cuerpo de Dios era el cuerpo del hombre mismo: la carne del hombre era el cuerpo que Dios se había dado para la mostración de su gloria.
“La resurrección no es una reanimación: es la prolongación infinita de la vida que desplaza y desinstala todos los valores de presencia y ausencia, de animado e inanimado, de alma y cuerpo. La resurrección es la extensión de un cuerpo a la medida del mundo y del acercamiento de todos los cuerpos”.[2]
“Sin la muerte no habría más que contacto, contigüidad y contagio, propagación cancerosa de la vida que, por consiguiente, no sería ya la vida; o bien sería sólo la vida, no la existencia, no sería más que una vida que no sería al mismo tiempo la anástasis”. [3]
La vida no es anástasis, la vida no es el acto de levantarse, de resurrección, de destierro, de trasplante, abandono de una tierra. Como aquello que inspiró a Dante, la comedia, toda ella es el espejamiento del acto del abandono del cuerpo para llegar a ser un alma al modo del cuerpo sin cuerpo.
“El cuerpo glorioso no es más que el que parte y el que habla, el que no habla más que partiendo, el que se desvanece en la oscuridad de la tumba. Su gloria no irradia más que para los ojos que saben ver. Éste habla y dice el nombre de aquella que nombra al desaparecido. Decir el nombre de aquél que muere y no muere”.[4]
Es dividir la unidad de ser algo que no se ve y busca confirmar en el tocar.
Parece que el tocar ve. Es la analogía que necesita el alma para ver la relación de los sentidos del cuerpo, pero Nancy lo trasciende y se sirve de ellos.
No otra cosa es el tránsito desde lo inmemorial a lo inacabable, desde el fondo sin fondo siempre partiendo. Nancy acerca la memoria al principio arcano y al fin, telos, actividad expresada acabadamente en aquel neologismo que necesitó el estagirita para decir lo inacabable, la continua y presente posesión del –telos- fin en cada instante: entelécheia.
Así nos dice Nancy:
Dos cuerpos uno de gloria y otro de carne. Uno es el elevarse del otro, el otro es la muerte del uno. Hay una separación infinita de lo finito y una separación de lo finito por lo infinito. Sin embargo, es el cuerpo carnal lo que revela el cuerpo glorioso. Noli me tangere, constituye la palabra de relación y la revelación entre los dos cuerpos, es decir de un solo cuerpo infinitamente decisivo para la unidad divina/humana. ¿Por qué un cuerpo?, Solo un cuerpo puede elevarse, levantarse. Porque sólo un cuerpo puede tocar. Un cuerpo abre y se abre a esta presencia. Un espíritu no puede hacer nada de eso. Por eso para Nancy, María Magdalena deviene el cuerpo verdadero del desaparecido.[5]
Para Nancy, tocar es siempre tocar un límite. Lo que se toca nunca es la cosa misma sino su límite, esa línea divisoria e indivisible entre el adentro y el afuera. El límite es lo tocable pero no apropiable, intocable. No es que Jesús se niegue a ser tocado por María, sino que la presencia, la ausencia y la partida son significantes de presencia allí donde se produce la verdadera donación, detrás de la cual me distingo en el don. Es hacer intensa la ausencia que en tanto ausencia deviene permanencia en el presente.
En el pasaje del evangelio de Juan, María ha perdido el último recuerdo visible de su Señor. Estaba invadida por el dolor. Ahora vuelve a encontrarle, distinto y el mismo a la vez. Pero ha pasado el tiempo de la presencia sensible, hay otra presencia incomparable a la anterior:
“Jesús le dice:
¡María! Ella se vuelve y le dice: “Rabbuní”, que quiere decir: “Maestro”. -No me toques- aún no he subido al Padre”.[6]
No me toques que todavía no he subido al padre. Noli es contracción de volo, en imperativo, alude al verbo querer, es decir, ¡No quiero que me toques, aún no he subido al Padre! Juan relata lo intocable de Jesús. Jesús el salvador es tocante, es Aquél que toca, y casi siempre su mano obra milagro, y casi siempre para purificar, curar o resucitar. ¡Para salvar! en una palabra.
El verbo griego utilizado es hapto. Tocar sin auxilio de la vista. Percepción háptica que es el reconocimiento por el tacto y de ningún otro sentido, la tersura, la rugosidad o relieve de algo. Lo háptico abarca virtualmente todos los sentidos donde sea que se apropien de una proximidad. Re-conocimiento implica volver con y a través de la memoria a presenciar algo ya conocido por tocar un aroma, una textura, un sabor, un calor, un ente:
“Lo háptico, eso que suelda lo cercano, que lo identifica con la aproximación, no con la visión próxima sino con la aproximación en todos los sentidos y para todos los sentidos, más allá del tacto, eso que lo vincula a la apropiación de lo cercano, es una postulación continuista, un continuismo del deseo que pone todo este discurso en concordancia con el motivo general de lo que Deleuze y Guattari, siguiendo a Artaud, reivindican bajo el nombre de cuerpo sin órgano”.[7]
“No me toques, no me retengas, no trates de retener, renuncia a toda adherencia, no pienses en una familiaridad ni en una seguridad”.[8]
Nancy ha visto algo aún no dicho en su profundidad y recapacita justamente ante la finitud-infinitud. Quizás el tocar puede ser común a los otros sentidos, pero el tacto propiamente es confirmación de Gloria. El infinito se finitiza en la carne. He ahí lo humano.
Aquí es importante el agudo análisis que Derrida hace y para ello se retrotrae a lo vertido por Aristóteles en el De Anima.
“¿Cuál es el órgano sensorial del tacto? ¿Qué sentido es la facultad capaz de recibir las formas sensibles sin la materia al modo en que la cera recibe la marca del anillo sin el hierro ni el oro […], y recibe la marca de oro o de bronce, pero no en tanto que es de oro o de bronce?”.[9]
Para Derrida, Aristóteles tocó de golpe en la aporía múltiple del tacto. El tacto no es una cosa clara, ouk estin endelon, es decir, inaparente, oscuro, secreto.
La dificultad (aporía), dice Aristóteles, es saber si hay varios sentidos del tacto o uno solo, y cuál es el órgano propio de la facultad táctil: ¿es la carne —y en los otros animales el tejido correspondiente— o no? En este último caso, ¿será este tejido el medio intermediario (to metaxu), mientras que el órgano específico del tacto sería algún otro órgano interno?
Cuál es el sensible único subyacente (upokeimenon) para el tacto (te aphè), como lo que el sonido es al oído: he aquí lo que no aparece con claridad (ouk estin endelon)
Si bien es claro que el órgano del tacto es interno, que la carne no es más que el intermediario del tocar, que el tocar tiene por objetos lo tangible y lo no-tangible seguiremos preguntándonos qué significa, un intangible accesible a un tocar, un in-tocable todavía tocable. ¿Cómo tocar en lo intocable?
Formas y figuras, la obsesión de un pensamiento del tocar o el pensamiento como obsesión del tocar. No se puede tocar más que en una superficie, es decir, en la piel o en la película de un límite (y la expresión «tocar en el límite», “tocar el límite”, retorna irresistiblemente, como un leitmotiv, en muchos textos de Nancy).
Pero un límite, el límite mismo, por definición, parece privado de cuerpo. El límite no se toca, no se deja tocar, se sustrae al tocamiento, que o bien no lo alcanza nunca, o bien lo transgrede para siempre.
Mientras que cada sentido tiene un sensible propio (idion), el color para la vista, el sonido para el oído o el sabor para el gusto, el tacto tiene por objeto varias cualidades diferentes. Derrida[10] para quien Jean-Luc Nancy es el más grande pensador del tacto, de todos los tiempos dice:
“Nancy adecúa aquí, digamos, la figura del tocar a esa cosa sin cosa que es un límite. Y este tocar del límite es el momento mismo de la decisión, el viraje que este gran libro toma, marca, recuerda, interpreta en el pensamiento de la libertad. Sobre decisión semejante, nosotros no decidimos”.[11]
“[…] nadie, ningún cuerpo, ningún cuerpo propio ha tocado jamás, con la mano o al contacto de su piel, algo tan abstracto como un límite. Pero, a la inversa, y tal es el destino de esta figuralidad, jamás se toca otra cosa que un límite. Tocar es tocar un límite, una superficie, un borde, un contorno. Aun si se toca un adentro, “por dentro” de lo que sea, se lo hace según el punto, la línea o la superficie, la frontera de una espacialidad expuesta por fuera, ofrecida justamente al contacto en su reborde”.[12]
Jean-Luc Nancy arriba al acontecimiento, propone nada menos que “cambiar de sentido” “de la vista al tacto”. Occidente instituyo la vista como el sentido más amado, por darnos más diferencias inmediatas de todas las cosas.
“Nancy, no se contenta con proponer cambiar de sentido y pasar de la vista al tacto. Nos recuerda que, según él, hay que hacerlo, esto no puede no ocurrir, y que aquí está lo sublime. ¿Hay sublime, o sublimación, por doquier, lo intocable se le anuncia al tocar? ¿Y por doquier el tocar se fíguraliza?
Quizá, el modo singular de presentación de un límite es que este límite llegue a ser tocado: hay que cambiar de sentido, pasar de la vista al tacto. Tal es en realidad el sentido de la palabra sublimitas: lo que se mantiene justo bajo el límite, lo que lo toca (pensado el límite según la altura, como altura absoluta). La imaginación sublime toca el límite”.[13]
Para el pensamiento finito lo esperable es que el límite debe ser tocado. A veces las cosas de las cuales no tenemos conocimiento son el camino para tratar de ver lo que no es visto, conocer lo que está y no vemos. Alcanzar una orilla a la que no se puede llegar sino llegando.
Volviendo al pasaje bíblico de la resurrección y al modo en que Juan el evangelista lo manifiesta, Noli me tangere pone en cuestión el límite entre la muerte y la eternidad, entre lo finito y lo infinito, entre lo humano y lo divino donde el tocar expande su sentido y se torna sublime. Allí Nancy reflexiona.
“Dos cuerpos, uno de Gloria, y otro de carne se distinguen en esta partida y en ella se pertenecen recíprocamente. Uno es el levantarse del otro, el otro es la muerte del uno. Muerte y levantamiento son la misma cosa […] y no son la misma cosa, pues no hay aquí mismidad”.[14]
Desde lo místico, en cambio, el cuerpo revela un estatuto ilimitado, la razón parece entregarle el Ser a Dios, el levantamiento es parte de la Gloria.
San Lucas a propósito de San Pablo escribe:
“Saulo se levantó del suelo y, con los ojos abiertos, nada veía[15].
[…] cuando se levantó del suelo, con los ojos abiertos, nada veía y esa nada era Dios; puesto que, cuando ve a Dios, lo llama una nada.
Cuando el alma es ciega y no ve nada más, entonces ve a Dios y es necesario que así sea”.[16]
Puede el tacto en su pureza más alta desprovisto de superficie, ser el mismo ilimitado e infinito si se quiere revelar el tocar en el levantamiento divino, ¿puede así el ojo tocar?, ¿la mano ver, el cuerpo del ser ilimitado?
“Nancy dirá: solo un cuerpo puede tocar o no tocar, un espíritu no ofrece nada de eso. El cuerpo abre presencia, la presenta y la pone fuera de sí y por ese hecho lo lleva con otros, así María Magdalena deviene el cuerpo verdadero del desaparecido”.[17]
Parafraseando a Nancy digamos que las cosas de Dios hay que tomarlas en tanto que modo sin modo y en tanto que ser sin ser, pues no tiene ningún modo. Por eso dice san Bernardo: “Quien a ti. Dios, quiera conocerte, debe medirte sin medida”.
En suma: Aproximarse a Noli me tangere, obra de Nancy que lleva por título esta frase, me condujo a entrecruzar el texto bíblico con algunos de los conceptos que Derrida tomara para profundizarlo, no sin volver al Tratado sobre el Alma de Aristóteles y finalmente a la expresión mística de Eckhart, en la vía negativa. Replantear la esencia del cuerpo, tocante todo él, es volver a pensar el límite como una aporía siempre presente de la unidad finito-infinito.
Bibliografía
- Aristóteles, Tratado del alma. L. II, 11, 4226-424ª 20.
- Biblia de Jerusalén, “Jerusalem Nouvelle” Cerf-Desclée de Brouwer, Bilvao, 1984.
- Derrida, Jacques, El Tocar, Jean-Luc Nancy, Amorrortu, Buenos Aires, 2011.
- El fruto de la nada, Edición de Amador Vega Esquerra, Siruela, Madrid 2008.
- Nancy, Jean-Luc, Noli me tangere. Ensayo sobre el levantamiento del cuerpo. Traducción de María Tabuyo y Agustín López. Editorial Trotta. Madrid 2006.
Notas
[1] Biblia de Jerusalén, “Jerusalem Nouvelle”, ed., cit., (véase Mateo 28:1–8; Marcos 16:1–14; Lucas 24:1–48; Juan 20:1–29; 1 Corintios 15:1–8; 2 Pedro 1:16–17).
[2] Jean-Luc Nancy, Noli me tangere, ed. cit., p.71
[3] Ibidem, p. 72
[4] Ibidem, p. 73
[5] Ibidem, p. 75
[6] Biblia de Jerusalén, “Jerusalem Nouvelle”, ed. cit., Juan 20; 16
[7] Jacques Derrida, El Tocar, Jean-Luc Nancy, ed. cit., p.186
[8] Jean-Luc Nancy. Noli me tangere, ed. cit., p.74
[9] Aristóteles, Tratado del alma. L. II, 11, 4226-424ª 20.
[10] Jacques Derrida, El Tocar, Jean-Luc Nancy, ed. cit., p.23
[11] Ibidem, p.156
[12] Ibidem, p.157
[13] Ibidem, p. 159
[14] Ibidem, p. 75
[15] Biblia de Jerusalén, “Jerusalem Nouvelle”, ed. cit., Hch 9, 8.
[16] Maestro Eckhart. El fruto de la nada, ed. cit., p-93
[17] Jean-Luc Nancy. Noli me tangere, ed. cit., p.77
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