Orígenes del agencement: hacia una genética de la teoría general de las máquinas en Deleuze y Guattari

 

Resumen[1]

Como hemos demostrado recientemente, el concepto de agencement es introducido por Deleuze y Guattari en El Anti-Edipo. Al menos en principio, se halla estrechamente relacionado con la teoría de las máquinas deseantes. Analizamos sus diferentes apariciones en el primer volumen de Capitalismo y esquizofrenia y establecemos una base teórica que nos permita posteriormente: a) profundizar la conexión entre agenciamiento (maquínico) y síntesis; b) comprender las verdaderas razones por las cuales el concepto que nos interesa sobrevivió (más bien que reemplazó) al de machine désirante.

Palabras clave: agenciamiento, Deleuze, Guattari, máquinas-deseantes, síntesis, genética.

 

Abstract

As we have recently demonstrated, the concept of agencement is introduced by Deleuze and Guattari in The Anti-Oedipus. At first at least, it’s closely related to the theory of desiring-machines. We analyze its different appearances in the first volume of Capitalism and schizophrenia and we set a theoretical basis which will subsequently let us: a) deepen the connection between (machinical) assemblage and synthesis; b) understand the true reasons why the concept we’re interested in outlasted (rather than replaced) that of machine désirante.

Keywords: assemblage, desiring-machines, Deleuze, Guattari, synthesis, genetics.

 

A cincuenta años de la aparición de El Anti-Edipo, hay motivos como para celebrar. Y qué mejor forma de hacerlo que ocupándonos de un concepto hoy célebre, profusamente utilizado tanto en el ámbito filosófico como en el campo de las ciencias sociales;[2] del cual, sin embargo, parece haberse desconocido hasta aquí tanto su “prehistoria”[3] como su historia propiamente dicha. Su aparición —contrariamente a lo que afirman, por distintos motivos, numerosos y destacados especialistas— se produce hacia el final del tercer capítulo del primer volumen de Capitalismo y esquizofrenia y se limita a unas escasas, pero (como suele decirse en la jerga deleuziana) “potentes” entradas. Ahora bien, queremos destacar que no se trata aquí de plantear una cuestión meramente erudita. Trabajamos sobre la base de la hipótesis de que la obra conjunta de Deleuze y Guattari se halla vertebrada por una teoría general de las máquinas que es susceptible de ser reconstruida tanto en su sistemáticaa partir de la articulación de los principios de que “todo forma máquinas” y “todo es producción”— como en su genética —para reconstruir la cual el concepto de agencement puede hacer las veces, sin duda, de hilo conductor.

 

En este marco, entonces, haremos un doble procedimiento de restricción. En primer lugar, dejaremos de lado los aspectos sistemáticos y nos atendremos al enfoque genético. En segundo lugar, nos ceñiremos estrictamente a El Anti-Edipo y lo haremos con el firme propósito de poner los cimientos de una investigación que seguirá, en principio, un orden cronológico y que tendrá su inmediata continuidad, por lo tanto, en el examen crítico de los usos y funciones del concepto de agencement en Kafka: por una literatura menor (1975) para luego ocuparnos de Mil mesetas (1980) —seguramente el mayor desafío que nos espera— y concluir con ese enigmático libro que es ¿Qué es la filosofía? (1991) en el que, a primera vista, parece ya no haber más que algún que otro resto, disperso, de una teoría general de las máquinas que daría la impresión de haber naufragado en las borrascosas aguas de fin de siglo.

 

Cuestiones terminológicas

 

Dejaré de lado, en esta ocasión, las dificultades (ciertamente no menores) de la traducción de agencement al inglés como assemblage y me detendré, simplemente, en lo que nos toca directamente, es decir, en lo que hace a su versión castellana (tan discutida como extendida y vigente) de “agenciamiento”. Resulta especialmente notable, en principio, el hecho de que los encargados de volcar la obra deleuzo-guattariana a nuestra lengua, lejos de coincidir, han traducido este problemático concepto, con mayor o menor fortuna, de formas muy variadas. Veamos el siguiente cuadro:

                        Traducción del concepto de agencement al castellano

Obra Traductor Versión
El Anti-Edipo (1972) -Monge (Barral 1973 / Paidós 1985) Disposición
Kafka: por una literatura menor (1975) -Aguilar Mora (Era 1978) Dispositivo
Rizoma: introducción (1976) –Casillas & Navarro (Pre-Textos 1977 / Coyoacán 1994)

–Naranjo, Jaramillo & Molina (La Oveja Negra 1978)

Composición

 

No la hemos podido localizar aún.

Mil mesetas (1980) -Vázquez Pérez, colab. Larraceleta (Pre-Textos 1988) Agenciamiento
¿Qué es la filosofía? (1991) -Kauf (1993) Disposición

Como puede apreciarse, hasta ¿Qué es la filosofía? todos los traductores habían optado por una solución diferente. Mala cosa, ciertamente, para un concepto y mucho más, ciertamente, para uno que tiene la pretensión de desempeñar un rol protagónico y no un papel secundario. Curiosamente, la decisión de Kauf de retornar a la traducción de Monge no logró inclinar la balanza a favor de esta última. Desde entonces, hasta la actualidad, han transcurrido ya casi tres décadas y hay cierto consenso —aunque no definitivo, siempre sujeto a controversias e impugnaciones— en torno a la opción de “agenciamiento”. Hay quienes se deciden por este término para mantenerse en lo que ya tiende a ser una tradición consolidada;[4] hay quienes, en cambio, consideran que se trata de la forma más adecuada de traducir el original;[5] hay quienes, en fin, siguen manteniendo sus reservas y aportando, por consiguiente, formas alternativas.[6]

 

¿Agenciamientos o máquinas (deseantes)?

 

Existe lo que podríamos llamar una “historia conceptual” del agencement[7] —con su “prehistoria”, incluso, si entendemos por tal su prefiguración en lo que Guattari supo formular en solitario como “grupo-sujeto”[8] y que, según Deleuze mismo reconoce, no deja de remitirnos a los que vendrían a ser “los problemas propios de Guattari”—.[9] Dejaremos esto último en suspenso, al menos por el momento, y nos concentraremos en el desarrollo explícito y manifiesto que cabe verificar en la obra deleuzo-guattariana. Y aquí, curiosamente, nos encontramos con el hecho de que son numerosos los especialistas que afirman que la historia de este concepto tiene su inicio en Kafka, por una literatura menor[10] o incluso en Mil mesetas.[11] Ahora bien, al margen de que su introducción haya sido efectivamente llevada a cabo en El Anti-Edipo, es cierto que en Kafka... tenemos una suerte de “salto cualitativo”, desde el momento en que allí se le dedica al agencement todo un capítulo —absolutamente decisivo, por lo demás, para entender aquello que en sus primeras apariciones no se define (sino que va generándose “sobre la marcha”) y para anticipar el desarrollo que ha de tener posteriormente en Mil mesetas (obra en la cual le pone en cierto modo un límite al uso y abuso de las desterritorializaciones a la vez que bloquea el devenir de las líneas de fuga en líneas de muerte[12])—. También cabe reconocer, por otra parte, que es en el segundo volumen de Capitalismo y esquizofrenia donde nuestro concepto alcanza su plenitud y adquiere una relevancia crucial al agenciarse —si se nos otorga la licencia— con su par de “territorio”.[13] En este sentido, lejos estamos de pretender que el concepto de agencement tiene ya en El Anti-Edipo —digámoslo mal y pronto— la misma importancia que en Mil mesetas. Tampoco es nuestra intención opacar o minimizar el valor específico de Kafka…, que, al definir el agencement, hace las veces de bisagra teórica entre los dos tomos de Capitalismo y esquizofrenia. Y, mucho menos aún, nos mueve la idea de una evolución lineal, es decir, de un despliegue progresivo del significado y la función de este concepto a lo largo de la obra deleuzo-guattariana (como si su presentación en El Anti-Edipo lo contuviese ya en sí o en germen, plegado sobre sí mismo y virtualmente completo). En un artículo reciente,[14] planteamos que la cuestión pasa, simplemente, por verificar la aparición del agencement en El Anti-Edipo y el modo en que allí opera para luego sacar, sobre esta base, las conclusiones del caso.

Hay, entonces, un primer punto que ya nos queda definitivamente en claro: tal como señala explícitamente Castro[15] —y en consonancia con el planteo de Raffin—[16] el concepto de agencement aparece por primera vez en la producción deleuzo-guattariana en El Anti-Edipo; y lo hace, como veremos, para “[…] dar cuenta […] de la constitución y el funcionamiento de las máquinas (deseantes)”.[17] Pero hay un segundo tema que nos interesa mucho más que el anterior; y es la afirmación, sumamente extendida, de que los agencements habrían sido introducidos (en Kafka… o en Mil mesetas, lo mismo da) en calidad de sustituto o reemplazo de las máquinas deseantes. Cometemos, aquí, una herejía: la de contradecir la palabra explícita de Gilles Deleuze;[18] quien, en una famosa entrevista, se encargó de alimentar esta convicción que, durante cuatro décadas, se mantuvo bien firme: un “buen” concepto (agencement) habría sustituido a un “mal” concepto (machine désirante) y no habría muchas vueltas más que darle al asunto. Aquí también conviene efectuar una precisión: no nos proponemos ni “reivindicar” a las máquinas deseantes ni desconocer que, luego de El Anti-Edipo, Deleuze y Guattari procedieron a abandonarlas como si se tratase de herramientas ya inútiles. Sin embargo, menos aún queremos contribuir al desconocimiento de que agencements y machines désirantes son conceptos que, en un principio, estuvieron unidos (¿se podrá decir: “agenciados”?) en función de “[…] dar cuenta del proceso de producción del deseo”.[19] La tesis del “reemplazo”, lisa y llanamente, no funciona. Más bien, oblitera la pregunta que es, a nuestro juicio, la que hay que formular: ¿por qué se deshace la “alianza” entre estos conceptos? O, más exactamente: ¿por qué la apuesta teórica a uno de ellos, formidablemente potenciado, hubo de conllevar la renuncia al otro?

 

Es por esto, entre otras razones, que confiamos en que es posible dar cuenta de la genética de las máquinas deseantes a partir del agencement, de la historia de sus conexiones y rupturas con otros conceptos, de los “flujos y reflujos” teóricos que se producen en las diferentes coyunturas —pienso a la sombra de Fujita Hirose[20] y agrego: “externas” e “internas”, “políticas” y “epistemológicas”, ya no quieren decir nada— de la obra deleuzo-guattariana. Nuestra gran hipótesis es que esta última se halla vertebrada de un extremo a otro por lo que hemos denominado como una “teoría general de las máquinas”. Por supuesto, podrían plantearse —y confío en que así será, afortunadamente— cuestionamientos y objeciones de toda índole. Por ejemplo: que ya no habría rastro alguno de esta TGM en ¿Qué es la filosofía? Sin embargo —aunque éste no es el punto que nos interesa ahora—, creo pertinente adelantar que, en esta “obra de vejez”, lo que hacen Deleuze y Guattari no es otra cosa que hacer uso de una TGM ya armada, ya ensamblada, gracias a la cual la propia teoría —como nos la presenta, por ejemplo, Alliez—[21] es susceptible de constituirse y ponerse en marcha como una máquina de guerra. Con todo, dejaré esto de lado por ahora y procederé a una justificación que considero más relevante, de momento, para nuestro propósito.

 

La teoría general de las máquinas

 

¿Por qué proponemos una TGM? En primer lugar, porque se ha hablado mucho acerca de las máquinas en Deleuze y Guattari pero no se ha tratado nunca de integrarlas en una perspectiva global y unificadora, vale decir, en un sistema. Y, sin embargo, los autores nunca dejan de insinuarnos que ese es el camino: “Puesto que un libro es una pequeña máquina, ¿qué relación, a su vez mesurable, mantiene esa máquina literaria con una máquina de guerra, una máquina de amor, una máquina revolucionaria, etc […], y con una máquina abstracta que las genera?”.[22] Pero esta razón, por sí sola, no solo no es suficiente, sino que puede dar lugar a cierta confusión. Es necesaria una TGM para evitar el error de afirmar que hay diferencias sustanciales, tipos de máquina, donde simplemente es preciso efectuar una distinción de régimen. De hecho, este es el gran problema de El Anti-Edipo: el brillante capítulo inicial, “Las máquinas deseantes”, a pesar de todas las advertencias formuladas y de todos los recaudos tomados, terminó por instaurar un dualismo (máquinas deseantes versus máquinas sociales) que era todo lo contrario de lo que los autores —con el perdón de la palabra— se proponían.[23] No hay máquinas deseantes, por un lado, y máquinas sociales (o sociotécnicas), por el otro. La diferencia es únicamente de régimen y, por lo tanto, de enfoque, de análisis, de perspectiva. Esto resulta crucial al momento de enfrentarnos a la tesis de que solo existen el deseo y lo social.[24] Tenemos que pensar en el límite mismo entre ambos planos, en el umbral[25] mismo de ambas dimensiones. Lo que hay, en general, son máquinas —que, según sean consideradas, podrán revelársenos como “deseantes” o “sociales”—.

 

Esto, como podrá apreciarse, tiene consecuencias ontológicas de primer orden. Algo que dificulta en gran medida la lectura inicial (y no sólo la inicial) de El Anti-Edipo pasa precisamente por creer que lo que se nos ofrece es una especie de hipóstasis de la máquina técnica o, más sencillamente, que habría algo así como una proyección de las características de las máquinas técnicas a las máquinas deseantes. Nuestra hipótesis de trabajo consiste en que, ampliando la ontología ya presente en el joven Marx —y, a la vez, tornándola radicalmente materialista–, El Anti-Edipo forja un sistema ontológico sobre la base de dos principios fundamentales: “todo forma máquinas”[26] y “todo es producción”.[27] La concepción del ser en términos de producción, presente ya en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, gana en concreción desde el momento en que, en el marco de un proceso de producción que borra los límites abstractos entre lo humano y lo natural, el concepto de máquina pasa a referir universalmente a todo aquello de la cual, de un modo u otro, puedo afirmar que “es”. Doble sustitución: del ser, por el proceso de producción; de los entes, por las máquinas. Solo hay máquinas que producen, que son en cuanto tales máquinas de máquinas y que, a su vez, son producidas: tal es, sucintamente, la ontología materialista cuyas bases aparecen en El Anti-Edipo y que atraviesa —con modificaciones de las que habrá que dar cuenta, sin apelar a una linealidad evolutiva o a un pase de manos teleológico— la obra conjunta deleuzo-guattariana.

 

En este sentido, el concepto de agencement resulta, a nuestro juicio, decisivo. Recientemente,[28] hemos probado que: a) surge ya en el inicio mismo de la producción filosófica a cuatro (o más) manos de Deleuze y Guattari; b) se lo introduce al menos en un principio estrechamente ligado al de máquina (deseante). En El Anti-Edipo sus apariciones son, si bien escasas, de singular relevancia. Hagamos entonces un breve recorrido por ellas a fin de extraer algunas conclusiones:

 

Los agencements en El Anti-Edipo

 

Todo agenciamiento es maquínico

 

El primer uso que se hace del concepto tiene lugar en el cierre del capítulo III. Se trata de una referencia general a “[…] los agentes colectivos que remiten por su cuenta a disposiciones [agencements] maquínicas”.[29] la cual precede a la conclusión de que el esquizoanálisis tiene como tarea “[volver a verter (renverser)] el teatro de la representación en el orden de la producción deseante”.[30] No hay mayor aclaración ni desarrollo. Anotamos como hipótesis: el agencement es algo que ocurre “entre” máquinas; disponiéndolas, vinculándolas, ensamblándolas.

 

El agenciarse como acontecimiento

 

Las siguientes entradas en escena del concepto se producen en el capítulo IV. La primera de ellas, bajo la forma verbal s’agencer, guarda especial relación con la hipótesis que acabamos de plantear. Veamos, ante todo, el párrafo en cuestión:

 

Las dos caras del cuerpo sin órganos son, pues, aquella en la que se organizan, a una escala microscópica, el fenómeno de masas y la catexis paranoica correspondiente, y aquella otra, escala submicroscópica, en la que se disponen [s’agencent] los fenómenos moleculares y su catexis esquizofrénica. Sobre el cuerpo sin órganos, en tanto que bisagra, frontera entre lo molar y lo molecular, se realiza la separación paranoia-esquizofrenia[31] (290).

 

Al igual que en el caso de la forma sustantiva, tampoco aquí nos encontramos con grandes precisiones. Nos permitimos, entonces, agregar otra hipótesis complementaria de la anterior: este agenciarse, este “darse” que tiene lugar entre máquina “y” máquina, podría ser pensado en la línea de lo que Deleuze, “en solitario”, concibe como acontecimiento. Constituiría, según ya hemos planteado, “[…] una instancia esquizofrénica en la que «se pierde toda identidad para el yo, el mundo y Dios»,[32] efecto-incorporal de los cuerpos-máquina[33] que solo puede expresarse a través del infinitivo y es inatribuible[34] a un sujeto”.[35] Cabe, de esta forma, combinar las dos hipótesis que hemos establecido y plantear que los agencements son, en cuanto tales, maquínicos en la medida en que consisten no en una cosa sino más bien en un proceso que hace que el agenciar(se) de las máquinas (deseantes) simplemente acontezca —del mismo modo en que, por ejemplo, se produce el verdear del árbol.[36] Aunque no es el punto esencial de esta exposición, no podemos dejar de mencionar que, de esta forma, se sientan las bases para una fundamentación materialista de la psicología: el agenciarse de las máquinas (deseantes) supone la materialidad de estas últimas y, sin embargo, no puede ser reducido a ellas. “Lo psicológico” emerge o, más bien, “acontece entre el infierno molecular y la civilización molar, entre los órganos y las instituciones, entre el devenir de los flujos y la fijación de los símbolos”.[37]

 

Ahora bien, si prestamos atención al párrafo citado supra, vemos que el agenciarse al que se hace mención es un “disponerse”, un “entrar-en-disposición” de fenómenos de índole molecular, esto es, aquellos que constituyen el “orden de la producción deseante”.[38] Sería posible poner un énfasis formal en cada uno de estos tres elementos —lo cual nos proporcionaría la definición de cada uno de ellos por separado—.[39] No obstante, se articulan de hecho inextricablemente y nos permiten ir afirmando que:

–el concepto de agencement se introduce en El Anti-Edipo, y lo hace:

en calidad de agencement machinique y, por lo tanto (en conexión con lo anterior):

–en estricta relación con el concepto de machine (désirante).

 

Al margen de que no tengamos aún una caracterización positiva del agencement, queda claro que su presentación inicial está muy lejos de producirse en reemplazo de las máquinas deseantes, por lo cual habrá que dar otras razones de por qué Deleuze y Guattari dejaron de apelar a estas últimas en sus obras siguientes y prefirieron, en cambio, “expandir” o profundizar el concepto que aquí nos ocupa.

 

Agenciamientos y funcionalismo (molecular)

 

La tercera aparición de agencement se produce en el marco de la aclaración clave de que las máquinas deseantes no constituyen un tipo determinado de máquinas que cupiera distinguir del resto.[40] No hay, por ejemplo, máquinas deseantes y máquinas sociales (u orgánicas, o técnicas). Al momento de tratar de establecer la diferencia entre unas y otras nos encontramos precisamente con el hecho de que no hay “unas” y “otras”. O, en otras palabras: los que difieren son no las máquinas propiamente dichas sino los regímenes maquínicos (el proceso de producción es uno pero se desdobla, por así decirlo, en producción deseante de afectos y producción social de “bienes”, las cuales tienen sus propias reglas y se hallan en tensión e interacción constantes),[41] las relaciones de tamaño (aquí entra en juego toda la cuestión de lo molar y lo molecular) y los usos (legítimos o ilegítimos, inmanentes o trascendentes) de las síntesis.[42]

 

Dicho esto, lo interesante de esta nueva entrada del concepto de agencement es que se da en el marco de una aclaración más que relevante: no hay que confundir mecanicismo con funcionalismo. La teoría deleuzo-guattariana de las máquinas se aparta del mecanicismo que, en cuanto polo opuesto del vitalismo, pretende dar cuenta del funcionamiento orgánico de una forma tal que la máquina le impondría sus reglas al deseo pero “desde fuera”; pero también, y consecuentemente, toma distancia al menos de ese vitalismo que busca refugio en las “formaciones autónomas” del organismo y que procura, por su parte, imponer una subordinación de las máquinas al deseo. De un lado y del otro, “[…] la máquina y el deseo permanecen así en una relación extrínseca, ya porque el deseo aparezca como un efecto determinado por un sistema de causas mecánicas, ya porque la propia máquina sea un sistema de medios en función de los fines del deseo”.[43] El funcionalismo, en cambio, es lo que, debidamente planteado, resuelve o más bien disuelve la antinomia entre la máquina y lo vivo; y “debidamente planteado” significa a nivel molecular, ya que es a nivel molar que se da la oposición entre la unidad estructural de la máquina (afirmada por el mecanicismo) y la unidad específica y eventualmente personal del ser viviente (reivindicada por el vitalismo). Hay que adentrarse en la esfera de las multiplicidades para hallar lo que Deleuze y Guattari llaman la “comunicación directa” que tiene lugar “[…] entre las pequeñas máquinas dispersas en toda máquina y las pequeñas máquinas insertas en todo organismo: dominio de indiferencia de lo microfísico y de lo biológico que hace que haya tanto vivientes en la máquina como máquinas en lo viviente”.[44]

 

Veamos, entonces, el párrafo que nos importa:

 

Sólo hay funcionalismo al nivel submicroscópico de las máquinas deseantes, disposiciones [agencements] maquínicas, maquinaria del deseo (ingeniería); pues sólo allí, funcionamiento y formación, uso y montaje [montage], producto y producción se confunden. Todo funcionalismo molar es falso, puesto que las máquinas orgánicas no se forman de la misma manera que funcionan y las máquinas técnicas no se montan como se utilizan, sino que implican precisamente condiciones determinadas que separan su propia producción de su producto distinto.[45]

 

Aquí puede apreciarse sin dificultad alguna que este funcionalismo molecular logra acabar con las falsas alternativas del mecanicismo y el vitalismo en la medida en que consigue socavar sus fundamentos y salir del laberinto —esta vez, por debajo— accediendo a una suerte de región subterránea en la cual, a diferencia de lo que sucede en la dimensión molar, es dable afirmar que se verifica “[…] una triple identidad, a saber: funcionamiento/formación, uso/montaje, producto/producción”.[46] En esta línea de análisis se comprende mucho mejor la afirmación que, en el comienzo mismo de El Anti-Edipo, nos anticipa su tema: “[…] máquinas productoras o deseantes, las máquinas esquizofrénicas, toda la vida genérica: yo y no yo, exterior e interior ya no quieren decir nada”.[47] Lo que la TGM pretende, entonces, es “[…] dar cuenta de esta doble inscripción de lo humano en lo natural y de lo natural en lo humano”.[48] La naturaleza ya no es lo que habitualmente entendemos por tal sino el proceso de producción en el que el “ser humano” y el “ser natural” se identifican.[49] Esto, a nuestro juicio, se consigue gracias a que el concepto de agencement aporta una transversalidad que rompe con la barrera que separa a uno de otro. Recientemente, hemos señalado ya la importancia de la caracterización del esquizoanalista como “ingeniero” o “mecánico”, destacando que “[…] hay toda una ingeniería (engineering) del deseo que reside, básicamente, en el acoplamiento de máquinas heterogéneas (“humanas” y “naturales”) que atraviesa todos los órdenes y todos los ámbitos”.[50] Así caracterizado, el deseo se sustrae de la relación sujeto/objeto y la desmonta: por un lado, “el deseo maquina”;[51] por el otro, el deseo es maquinado.[52] Hay tanto un deseo de producción como una producción de deseo, de manera tal que éste “[…] ni es «objeto» (aquello deseado o deseable por un sujeto) ni «sujeto» (el Deseo como hipóstasis, como persona, como la Fuerza o la potencia metafísica que lo movería todo)”.[53] Y es en este punto donde se evidencia la operación de desplazamiento, el cambio de problemática de cuño althusseriano[54] que nos conduce del psicoanálisis tradicional al esquizoanálisis en cuanto “psiquiatría materialista” que centra su teoría y su práctica en el “esquizo como Homo natura”:[55] solo se puede operar con la realidad del deseo en la medida en que se reconoce que este último es, ya en sí mismo, deseo de realidad; esto es, en la medida en que, conjuntamente con la distinción hombre/naturaleza, pasa a ser eliminada la brecha entre el deseo y la realidad.

 

Agenciamientos y máquinas deseantes

 

Esta cuarta entrada resulta absolutamente decisiva. Tiene lugar en el contexto de una compleja relación entre esquizoanálisis y genética que no abordaré aquí en detalle y con respecto a la cual solo afirmaré que, “desterritorializando” a la biología y al psicoanálisis, Deleuze y Guattari nos presentan tanto una “biología esquizofrénica” (la biología molecular) como una “esquizofrenia biológica” (la teoría esquizoanalítica). En ese contexto, nos encontramos con este párrafo:

 

La biología molecular nos enseña que tan sólo el A.D.N. se reproduce, no las proteínas. Las proteínas son a la vez productos y unidades de producción: constituyen el inconsciente como ciclo o la autoproducción del inconsciente, últimos elementos moleculares en la disposición [agencement] de las máquinas deseantes y de las síntesis del deseo.[56]

 

Está aquí en juego, por supuesto, la cuestión de la conexión entre las esferas de la biología y la psicología —que no es ajena a las preocupaciones de Deleuze y de Guattari “en solitario” y en la que aquí y ahora, ciertamente, no vamos a detenernos—; y con ella, desde ya, la fundamentación última de una psiquiatría materialista —tal como acabamos de definirla— en cuanto tal. Lo que nos importa resaltar en el marco de esta presentación, no obstante, es el hecho de que los agencements refieren aquí explícita e inequívocamente a la disposición de las máquinas deseantes, lo cual constituye la prueba incontestable de que es absolutamente falso que se trate de un concepto que Deleuze y Guattari hubiesen introducido para sustituir a aquellas. Al menos en El Anti-Edipo (dejamos en suspenso, por el momento, el resto de la obra deleuzo-guattariana) los agencements son ya siempre de las máquinas (deseantes). Y no solo eso, sino que, si se atiende a una definición aportada por Guattari,[57] advertimos que la función del concepto de agencement no es otra que la de establecer una “[…] disposición o conjunción de elementos heterogéneos sin una prioridad de ninguno de ellos”.[58] Muy lejos de ser introducido como “reemplazo” de las máquinas deseantes, refiere, por el contrario, a sus conexiones y ensambles a la vez que constituye una herramienta teórica a la que se apela, inicialmente, para establecer el vínculo entre los dos dominios anteriormente mencionados, a saber, el “lo orgánico” y el de “lo psíquico”.

 

Hagamos en este punto una breve recapitulación antes de proseguir.

Las entradas (1) y (3) han puesto de manifiesto que los agencements son intrínseca y esencialmente maquínicos.

 

La entrada (2), en tanto, nos ha permitido distinguir entre “[…] el agenciarse propio de los fenómenos moleculares en contraposición al organizarse característico de los fenómenos molares”.[59]

 

También hemos observado la emergencia de “lo psicológico” en calidad de un “efecto incorporal” que, según ya hemos puesto de manifiesto, “[…] resulta de la interacción de los cuerpos, esto es, del acoplamiento de las máquinas (deseantes); y […] se produce en el límite mismo entre el orden biológico (orgánico) y el orden sociológico (institucional)”.[60]

 

¿A qué viene, entonces, el agencement? A consolidar el “giro materialista” que Deleuze y Guattari pretenden darle al psicoanálisis. Cabe, por lo tanto, la hipótesis de que es en esta línea que habrá que explicar su posterior potenciación en paralelo a la renuncia a seguir hablando de máquinas deseantes.

 

Agenciamientos y combinaciones

El quinto uso del concepto de agencement tiene lugar en una referencia a Szondi, un psiquiatra y psicoanalista húngaro a quien Deleuze y Guattari le atribuyen el haber establecido un vínculo decisivo entre psicoanálisis y genética. Este, no obstante, habría perdido:

 

[…] los elementos internos o moleculares del deseo, la naturaleza de sus elecciones, disposiciones [agencements] y combinaciones maquínicas –y la verdadera cuestión del esquizoanálisis: ¿qué son para ti tus máquinas deseantes pulsionales? ¿qué funcionamiento, en qué síntesis entran, operan?.[61]

 

Aquí no hallamos más que una referencia general a los agencements y a su conjunción con lo que serían las combinaciones entre máquinas y a nivel molecular, aunque sin mayor explicitación al respecto. Como ya hemos subrayado,[62] hay que prestar especial atención a la determinación de la que vendría a ser “la verdadera cuestión del esquizoanálisis”. El agenciarse de las máquinas deseantes no responde a una fórmula previa y no puede ser determinado ni previsto a priori: es por esto que el psicoanálisis fracasa una y otra vez incluso cuando —como en el caso de M. Klein, cuyo Edipo “temprano” “comienza bajo el dominio del sadismo y el odio”—[63] trata de romper en cierto modo con los planteamientos canónicos.[64] Seguir tanto los flujos en su materialidad estricta como el circuito de las conexiones maquínicas en su proliferación desbordante, sin forzamientos al servicio de una “adecuación” de la producción deseante a la ley tiránica de Edipo y sin triangulaciones de ninguna índole, es aquello en lo que consiste la habilidad técnica del mecánico esquizo. Si el psicoanálisis, con Freud, supo descubrir el inconsciente en cuanto producción o actividad productiva y procedió a echar sobre esta un velo idealista haciendo un teatro de lo que era antes bien una fábrica;[65] y si pudo acceder, con Klein, a la soterrada dimensión de los objetos parciales pero no logró dar con su lógica, es porque permaneció extraño a los agencements y a sus reglas —lo que, en definitiva, es lo mismo que decir que no supo dar cuenta del proceso que amalgama la “formación deseante”[66] y el funcionamiento productivo de las máquinas—.

 

Por otro lado, en el planteamiento de esta “verdadera cuestión” se evidencia que la influencia marxiana —o, más exactamente, del “joven Marx”— va más allá del aporte del concepto de producción[67] y se extiende, como mínimo, a la Crítica de la filosofía del Estado de Hegel o Crítica del derecho del Estado de Hegel (Manuscrito de Kreuznach, 1843), citada explícitamente en su traducción francesa (Critique de la philosophie de l’État de Hegel) por Deleuze y Guattari. En ella, Marx, en el marco de una objeción a la lógica con que Hegel opera con los extremos y las mediaciones al momento de plantear y resolver las contradicciones en su Filosofía del derecho, señala que “[entre] dos extremos reales no cabe mediación […] Y, por lo demás, tampoco la necesitan, ya que se trata de elementos de esencia (Wesen) antitética. No tienen nada de común, no se postulan entre sí ni se complementan”.[68] Los extremos “verdaderos y reales” (wahre wirkliche) no han de ser confundidos, para Marx, con las determinaciones opuestas (engegengesetzte Bestimmungen) que tienen lugar en el seno de una misma esencia y que, por eso mismo, no son “verdaderas y reales”: el polo norte y el polo sur son, en última instancia, polos; y los sexos masculino y femenino son esencialmente uno dado que “pertenecen por igual a una misma especie (Gattung)”.[69] En otras palabras, es imposible que haya “extremos verdaderos y reales” en el interior de una esencia, es decir, al nivel de las “determinaciones opuestas” que cabe identificar dentro de una misma especie; solo pueden darse, en definitiva, en el plano de las esencias o, más exactamente, entre una esencia y lo que hay llamaríamos su complemento, vale decir, todo aquello que (dentro de un mismo universo) ella no es. Así, Marx afirma: “Los verdaderos y reales extremos serían el polo y el no-polo, el sexo humano y el sexo no humano (menschliches und unmenschliches Geschlecht)”.[70] Y, de acuerdo con Deleuze y Guattari, este señalamiento de Marx nos indica ya el camino que bien podrá conducirnos fuera de esa prisión que es Edipo a la vez (o en la medida en) que logremos deshacernos de «la representación antropomórfica del sexo»;[71] y ello, en cuanto “[…] el sexo no humano [es] la instancia molecular en lo humano molarizado (varón y/o mujer)”,[72] lo cual nos remite directamente a la siguiente entrada del concepto de agencement.

 

Sexo no humano, máquinas deseantes y agenciamientos

 

Vayamos, sin más preámbulo, al párrafo en cuestión:

 

La sexualidad forma una unidad con las máquinas deseantes en tanto que están presentes y actuantes en las máquinas sociales, en su campo, su formación, su funcionamiento. Sexo no humano, eso son las máquinas deseantes, los elementos maquínicos moleculares, sus disposiciones [agencements] y sus síntesis, sin los cuales no habría ni sexo humano especificado en los grandes conjuntos, ni sexualidad humana capaz de cargar estos conjuntos.[73]

 

Me atrevería a decir —lo dejaré simplemente anotado como hipótesis, como una hipótesis más— que lo que el “joven Marx” nos presenta bajo la forma de “extremos verdaderos y reales” sin mediación alguna (menschliches und unmenschliches Geschlecht) es reapropiado por Deleuze y Guattari en otros términos. Les sirve para trabajar el modo en que las máquinas deseantes configuran “desde adentro” a las máquinas sociales —obsérvese, de nuevo, la referencia a esa identidad de formación y funcionamiento de la que únicamente puede dar cuenta un funcionalismo molecular basado en la teoría de Ruyer—.[74] Solo que decirlo de esta forma sugiere —no importa cuánto cuidemos las palabras ni cuánto insistamos en la inmanencia ni cuántas señales de peligro pongamos en la ruta— ese dualismo que, precisamente, al disolver los extremos en cuanto tales, Deleuze y Guattari procurarían eludir —y hartos del cual, y de sus constantes trampas, habrían sencillamente de dejar de hablar, según sospechamos, de “máquinas deseantes”—.

 

El sexo no humano atraviesa el sexo humano o, más bien, constituye su fondo, aquello que le suministra tanto su condición de posibilidad como lo que, en una perspectiva inversa, permite socavar su fundamento y emprender líneas de fuga subterráneas. Se trata de la dimensión esquizo-molecular en la que se disuelve la oposición molar entre “lo humano” y “lo no-humano” (aquello que tradicionalmente entendemos por “naturaleza”). Sexualidad anedípica, inconsciente molecular, reino de los objetos parciales que —implicados en ensambles maquínicos transhumanos— “[…] no carecen de nada y forman en tanto que tales multiplicidades libres”.[75] Una vez más, la formación; o, más bien, ese proceso de  formación/funcionamiento en que consisten, entrevemos, los agencements: “«Forman» quiere decir que «se agencian» y «se agencian» significa que su conexión acontece de manera tal que funda la instancia de la transexualidad microscópica de los n… sexos”.[76] Esto arroja nueva luz, especialmente en relación con la entrada (4), sobre la “naturaleza” del deseo: la introducción del deseo en la producción y de la producción en el deseo rompe con Edipo —que dista mucho de ser tan solo un “complejo psicológico”, dado que “no existe desde el principio más que abierto a las cuatro esquinas de un campo social, de un campo de producción directamente cargado por la libido”—[77] y pone de manifiesto el carácter rigurosa y materialmente anedípico de la producción deseante, con los agencements como protagonistas desde el momento en que, sin ellos, no hay máquinas propiamente dichas y, por lo tanto, ni producción ni deseo —ni, mucho menos, producción deseante—. Es a través de sus agencements que las máquinas son tales y, como tales, máquinas de máquinas —sin lo cual, evidente y paralelamente, no podríamos concebir en modo alguno la producción en términos de producción de producción—.

 

Agenciamientos y esquizoanálisis I

 

Tenemos, así, una aparición más del concepto de agencement, en apariencia redundante y sin brindar mayor información a todo lo que ya hemos planteado:

 

La tesis del esquizoanálisis es simple: el deseo es máquina, síntesis de máquinas, disposición [agencement] maquínica —máquinas deseantes—. El deseo pertenece al orden de la producción, toda producción es a la vez deseante y social.[78]

 

No obstante, la mención del esquizoanálisis nos permite efectuar una precisión. Si hay una teoría de los agencements solo puede ser en el marco de aquel en su carácter de “psicoanálisis revolucionario” o “psiquiatría materialista”. O a la inversa: si cabe afirmar que el esquizoanálisis es algo —y si cabe sostener que hay, en cierto modo, gracias a esa misma potencia creadora con la que opera y que lo constituye, un “esquizoanálisis por venir”— ¿qué habría de ser o llegar a ser sino una TGM que jamás podría tener acceso a las diferentes determinaciones de la producción con sus síntesis correspondientes (véase infra) sino a través —y en función de— lo que se nos presenta ya en El Anti-Edipo bajo la forma de agencement?

 

Agenciamientos y esquizoanálisis II

 

Esta nueva mención del concepto refuerza notablemente, como veremos de inmediato, lo que acabamos de afirmar. El esquizoanálisis tiene dos roles, uno “negativo” y otro “positivo”, inextricablemente vinculados; y, en lo que respecta al segundo de ellos, los agencements se revelan como su objeto o tema por excelencia:

 

Tan sólo debe ocuparse (salvo en su tarea negativa) de las disposiciones [agencements] maquínicas tomadas en el elemento de su dispersión molecular[79] (334).

 

En lo que respecta a la tarea negativa del esquizoanálisis, no hace falta abundar en detalles. Es fácilmente inferible de un título tan rotundo y a la vez sugerente como lo es El Anti-Edipo. Deleuze y Guattari la concibieron como destructiva y, en cuanto tal, “debía ser violenta, brutal: desfamiliarizar, desedipizar, descastrar, desfalizar, deshacer teatro y fantasma, descodificar, desterritorializar”.[80] Sin embargo, se propone también tareas positivas:

 

[La] primera, que se abre con los interrogantes planteados en (5), consiste en identificar el tipo de máquinas (deseantes) que son propias de un sujeto determinado y los agencements que las ponen en conexión y las hacen funcionar de la forma en que lo hacen[81] para, de esa manera, “asegurar la conversión maquínica de la represión originaria”;[82] la segunda, trabaja con la “identidad de naturaleza” que subyace a las diferencias de régimen y que hace que no haya “máquinas deseantes” o “moleculares”, por un lado, y “máquinas sociales” o “molares”, por el otro”.[83]

 

Se trata de conciliar el hecho de que hay, efectivamente, dos polos (molecular/molar) pero, al mismo tiempo, sortear, por un lado, la trampa de un dualismo que no haría más que reterritorializarnos en el Grund y en la problemática que el esquizoanálisis precisamente trata de abandonar, y eludir, por el otro, lo que hemos bautizado como “versión maquínica del deconstruccionismo” y que consistiría en una mera exaltación del desmontaje, vale decir, en una apuesta a la molecularización y a la desterritorialización por sí mismas (o, lo que es lo mismo, en una invitación a una anarquía que, a esta altura, se revela ya como más que funcional al sistema capitalista). Lo esencial, en principio, es no contraponer “lo molecular” (como “plano del deseo”) a “lo molar” (como “plano de lo social”). Por lo pronto, suprimir el artículo “lo” contribuirá a no incurrir en sustancializaciones peligrosas y poco efectivas. Luego, se trata de observar que hay tendencias moleculares y molares tanto a nivel del deseo (esquizofrenia/paranoia) como de las catexias sociales (fascistas/revolucionarias). Por último, el esquizoanálisis, en cuanto análisis militante que aspira a “esquizofrenizar lo social y emancipar el deseo” —y esto es simplemente la formulación de un punto de vista personal— tiene que evitar, a nuestro juicio hoy más que nunca, que las líneas de fuga se precipiten a ciegas en el abismo superficial del relativismo y el descreimiento. Estamos convencidos de que es posible (e incluso deseable) experimentar qué es lo que sucede a partir de la conexión entre la obra deleuzo-guattariana y un nuevo modelo de utopía.

 

Agenciamientos y síntesis

 

Por último, nos encontramos con la pregunta por la condición de posibilidad de los agencements. Más exactamente, con el interrogante de cómo es que, a partir de los objetos parciales, es posible la formación de máquinas (deseantes) y la conformación (utilizo ex profeso la traducción que hace Agoff de agencement)[84] de ensambles maquínicos. He aquí el párrafo:

 

Cierto es que más bien nos preguntaremos cómo esas condiciones de dispersión, de distinción real y de ausencia de lazo permiten un régimen maquínico de cualquier tipo –cómo los objetos parciales así definidos pueden formar máquinas y disposiciones [agencements] de máquinas. La respuesta está en el carácter pasivo de las síntesis o, lo que viene a ser lo mismo, en el carácter indirecto de las interacciones consideradas.[85]

 

Se me excusará de ir al detalle en esta ocasión. La elucidación de este pasaje requeriría, como mínimo:

 

–analizar la manera en qué Deleuze “en solitario” trabaja el concepto de síntesis en Lógica del sentido y en Diferencia y repetición (con especial énfasis, en esta última, en las síntesis pasivas);

 

–sacar a la luz la “ambición kantiana” que vertebra el proyecto esquizoanalítico;[86]

–efectuar un balance entre la crítica que Deleuze y Guattari hacen de Klein y la reapropiación que llevan a cabo de los objetos parciales, tanto antes como después de El Anti-Edipo, tanto “en conjunto” como “en solitario”, etc.

 

Concluimos la exposición, entonces, limitándonos a señalar que el problema de los agencements es uno y el mismo con el problema de las síntesis. Solo una rigurosa y exhaustiva determinación de lo que son estas últimas y de cómo operan puede echar luz sobre las máquinas deseantes y los agencements que tienen lugar entre ellas. La “maquinaria del deseo”[87] se construye a través de la interacción de tres “síntesis pasivas indirectas”: a) conectiva (producción de producción); b) disyuntiva (producción de registro); c) conjuntiva (producción de consumo). Sus usos “adecuados y legítimos”[88] se dan en la inmanencia; los ilegítimos, en cambio, se extravían en la trascendencia y contribuyen a generar “esa metafísica del deseo que lleva el nombre de Edipo”.[89]

 

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Notas
[1] El texto que presentamos a continuación fue pronunciado como conferencia durante las Jornadas: Agenciamientos Posthegelianos: Entre Feuerbach y El Anti-Edipo (UM/UNNE, 11 de agosto de 2022). Este evento fue organizado en el marco del PIO: “Psicología, Psicoanálisis y Psiquiatría en El Anti-Edipo: una crítica materialista del deseo a la luz de la tradición posthegeliana”, radicado en la Universidad de Morón (Argentina) bajo la dirección del Dr. Guido Fernández Parmo.
[2] Juan Manuel Spinelli, “El concepto de agencement en El Anti-Edipo”, ed. cit.
[3] Jesús Ayala-Colqui, “Grupo-sujeto, máquina y agenciamiento. ¿Qué es aquello que (se) agencia según Félix Guattari?”, ed. cit.
[4] Guadalupe Lucero,  Componer las fuerzas: la estética musical de Gilles Deleuze, ed. cit., p. 79.
[5] Juan Manuel Heredia, “Dispositivos y/o agenciamientos”, ed. cit., p. 93.
[6] Julián Ferreyra, “Una apología del Estado como aparato de captura en Deleuze y Guattari”, ed. cit., p. 246.
[7] Juan Manuel Heredia, Op. cit., p. 93.
[8] Jesús Ayala-Colqui, Op. cit.
[9] Gilles Deleuze, Prefacio a: Félix Guattari, Psicoanálisis y transversalidad, ed. cit., p. 20.
[10] Remitimos, por ejemplo, a la nota de traductor de Gonnet en  Jane Bennett, Materia vibrante, ed. cit., pp. 29-30. Obsérvese también lo señalado por Jorge Valdez Rojas, La filosofía de la técnica de Gilles Deleuze, ed. cit., p. 47; Juan Manuel Heredia, Op. cit., p. 93; y Gonçalo Zagalo Pereira, “La pragmática de la doble naturaleza del agenciamiento en Deleuze y Guattari”, ed. cit., p. 49.
[11] Julián Ferreyra, Acedia. El demonio meridiano y la filosofía de Gilles Deleuze, ed. cit., p. 6.
[12] Idem.
[13] “Todo agenciamiento es en primer lugar territorial”. Gilles, Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas, ed. cit., p. 513.
[14] Juan Manuel Spinelli, Op. cit.
[15] Edgardo Castro, “Dispositivo y veridicción: Sobre la interpretación deleuziana de Foucault”, ed. cit., p. 202.
[16] Marcelo Raffin, “El pensamiento de Gilles Deleuze y Michel Foucault en cuestión: las ideas en torno del poder, el sujeto y la verdad”, ed. cit., pp. 22-23, Raffin postula que el propósito de Deleuze y Guattari en El Anti-Edipo es triple: 1. desarrollar una concepción del deseo en términos de máquina; 2. determinar el delirio como delirio-mundo; 3. “visualizar la multiplicidad del inconsciente” –en relación con lo cual, precisamente, habrían echado mano del concepto de agencement–. Si bien la cita a la que apela aquí Raffin está tomada de Mil mesetas, queda claro que la referencia al agencement no deja de estar subordinada a ese proyecto “contrario al psicoanálisis” que se plasma de manera concreta en El Anti-Edipo.
[17] Juan Manuel Spinelli, Op. cit.
[18] Según la cual, la unidad conceptual de Mil mesetas sería proporcionada por “la noción de dispositivo [agencement], que sustituye a la de máquinas deseantes” (Gilles Deleuze, “Ocho años después: entrevista 80”, en: LAPOUJADE, David (ed.), Dos regímenes de locos, ed. cit., p. 166. Estas palabras de Deleuze son también citadas por Juan Manuel Heredia, Op. cit., p. 94, y Juan Manuel Spinelli, Op. cit.
[19] Juan Manuel Spinelli, Op. cit. 
[20] Parto de la premisa de que se puede aplicar al ámbito epistemológico lo que Fujita Hirose señala con respecto a la filosofía política de Deleuze y Guattari: “Lo que realmente hicieron en su tríptico fue, más bien, volver cada vez a analizar el capitalismo de cero, desde el punto de vista de su nueva etapa de desarrollo, inventando un nuevo conjunto de conceptos”, Jun Fujita, ¿Cómo imponer un límite absoluto al capitalismo?, ed. cit., p. 15.
[21] Éric Alliez, La signature du monde, ou: Qu’est-ce que la philosophie de Deleuze et Guattari?, ed. cit.
[22] Gilles Deleuze y Félix Guattari, , Mil mesetas, ed. cit., p. 10.
[23] Juan Manuel Spinelli, Op. cit., así como también Gilles, Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit., p. 37.
[24] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit., p. 36 y p. 190.
[25] Tomamos aquí “límite” y “umbral”, en sentido general, como sinónimos. Sin embargo, Ferreyra nos recuerda que, en un sentido estrictamente deleuziano, corresponde establecer la diferencia entre uno y otro: “El límite es para él [a saber, Deleuze] el penúltimo, que marca un comienzo necesario (el “límite” para el alcohólico es la penúltima copa que puede tolerar esa noche para retornar al día siguiente al bar y volver a emborracharse), mientras el umbral es el último, que marca un cambio inevitable, un nuevo agenciamiento (el “umbral” en el caso del alcohólico es la última copa, después de la cual cambia de agenciamiento, pasa al agenciamiento suicidario u hospitalario)”, Julián Ferreyra, Acedia. El demonio meridiano y la filosofía de Gilles Deleuze, ed. cit., p. 18.
[26] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit., p. 11.
[27] Ibidem, p. 13.
[28] Juan Manuel Spinelli, Op. cit.
[29] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit., p. 279.
[30] Idem.
[31] Ibidem, p. 290.
[32] Deleuze Gilles, Lógica del sentido, ed. cit., p. 27.
[33] Ibidem, p. 28.
[34] Esther Díaz, “Para leer «Rizoma»”, en Entre la tecnociencia y el deseo, ed. cit.
[35] Juan Manuel Spinelli, Op. cit.
[36] Gilles Deleuze, Lógica del sentido, ed. cit., p. 29.
[37] Juan Manuel Spinelli, Op. cit. 
[38] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit., p. 279.
[39] Juan Manuel Spinelli, Op. cit. 
[40] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed, cit., p. 297.
[41] Ibidem, p. 69.
[42] Ibidem, p. 297.
[43] Ibidem, p. 293.
[44] Ibidem, p. 295.
[45] Ibidem, p. 297.
[46] Juan Manuel Spinelli, Op. cit. Sobre este tema, conviene además remitirse a Pachilla, Pablo, “«El mundo entero es un huevo». Ruyer, Deleuze y la génesis ideal como embriología”, en Verónica Kretschel, y Andrés Osswald,  Deleuze y las fuentes de su filosofía II, ed. cit.
[47] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit., p. 12.
[48] Juan Manuel Spinelli, Op. cit.
[49] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit., p. 14.
[50] Juan Manuel Spinelli, Op. cit.
[51] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit., p. 187.
[52] Ibidem, p. 295.
[53] Juan Manuel Spinelli, Op. cit. 
[54] Guillaume Sibertin-Blanc,  Deleuze y El Anti-Edipo: la producción del deseo, ed. cit., p. 22.
[55] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit., p. 14.
[56] Ibidem, p. 300.
[57] “Agenciamiento: noción más amplia que la de estructura, sistema, forma, proceso, etc. Un agenciamiento acarrea componentes heterogéneos, también de orden biológico, social, maquínico, gnoseológico. En la teoría esquizoanalítica del inconsciente, el agenciamiento se concibe en oposición al «complejo» freudiano”, Félix, Guattari, Plan sobre el planeta. Capitalismo mundial integrado y revoluciones moleculares (trad. Pérez Colina et al.), ed. cit., p. 133.
[58] Julián Ferreyra, Acedia. El demonio meridiano y la filosofía de Gilles Deleuze, ed. cit., p. 14.
[59] Juan Manuel Spinelli, Op. cit. 
[60] Idem.
[61] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit., p. 300.
[62] Juan Manuel Spinelli, Op. cit.
[63] Melanie Klein, Obras Completas II: El psicoanálisis de niños, ed. cit., p. 17.
[64] Juan Manuel Spinelli, Op. cit.
[65] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit.,, p. 31.
[66] Ibidem, p. 125.
[67] Juan Manuel Spinelli, Op. cit.
[68] Karl Marx,  Escritos de juventud, ed. cit., p. 400.
[69] Idem.
[70] Idem. 
[71] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit.
[72] Diego Sztulwark, “Algunas potencias (y ambigüedades) que destacan en una lectura de El Anti-Edipo”, ed. cit.
[73] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit., p. 304.
[74] Véase al respecto “«El mundo entero es un huevo». Ruyer, Deleuze y la génesis ideal como embriología”, en Verónica Kretschel, y Andrés Osswald, Deleuze y las fuentes de su filosofía II, ed. cit.
[75] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit., p. 305.
[76] Juan Manuel Spinelli, Op. cit.
[77] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit., p. 52.
[78] Ibidem, p. 306.
[79] Ibidem, p. 334.
[80] Ibidem, p. 392.
[81] Ibidem, p. 332 y 349.
[82] Ibidem, p. 350.
[83] Juan Manuel Spinelli, Op. cit.
[84] Véase al respecto la nota de traducción en Félix Guattari, Caosmosis, ed. cit., p. 16.
[85] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit., p. 335.
[86] Marcelo Antonelli,  “Inmanencia, paralogismos y cura. Acerca de la «ambición kantiana» de El Anti-Edipo”, ed. cit.
[87] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo, ed. cit., p. 336.
[88] Marcelo Antonelli,  Op. cit., p. 5.
[89] Juan Manuel Spinelli, Op. cit.

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