La ciudad como heterotopía. Del automóvil frente al monumento como dispositivos de acceso

Hugo Alejandro Vega, “Monumento a la Revolución”

Resumen

Este ensayo se vale del concepto de heterotopía de Michel Foucault para analizar la ciudad. Se enlistan aquellas características de la urbe que satisfacen la idea de espacios otros para, finalmente, reconocer en los automóviles y monumentos medios de apertura y cierre que condicionan el acceso a la heterotopía. La investigación pretende mostrar cómo las estrategias de denuncia y manifestaciones sociales inciden en los mecanismos de acceso a la ciudad.

Palabras clave: heterotopía, ciudad, espacio, monumento, automóvil, velocidad.

 

Abstract

This essay uses the concept of heterotropia by Michael Foucault to analysis the city. It makes a list of those characteristics of the city that satisfy the idea of other spaces to, finally recognize, in the automobiles and monuments, opening and closing means that determine the access to the heterotropia. The research intends to show how the complaint and social manifestations strategies influence the mechanisms of access to the city.

Keywords: heterotropia, city, space, monument, automobile, speed.

 

Los filósofos pensaron que ellos habían ganado

quedándose en las ciudades. Pero no fue así.

Eugenio Tisselli. Fragmento de la grabación

Dovit-254-372-VG:

Sobre la guerra de las lenguas

 

No sé manejar.

 

Mi padre era taxista y no sé manejar. La ciudad siempre pareció diferente a bordo de su taxi, y cuando le preguntaba cómo llegar a un lugar, sus indicaciones me servían de poco porque aún ahora desconozco el nombre de muchas avenidas, desconozco sus puntos de intersección y se me dificulta orientarme a medida que me alejo de las estaciones del metro. Él me refería el rumbo según un sistema de desplazamiento distinto y, como resultado, la ciudad parecía ser diferente para ambos.

 

Esta diferencia entre los modos de comprender de la ciudad, de habitarla, ha dado pie a la siguiente investigación, la cual parte de la pregunta por los modos en que la ciudad se hace accesible a sus habitantes y adopta el concepto de heterotopía de Michel Foucault porque sus investigaciones revelan los principios desde los cuales un espacio se distingue de otro, aquellas directrices que delimitan el interior y el exterior según configuraciones particulares.

 

El título del ensayo ya sugiere que la ciudadanía, que el acceso afectivo a la ciudad se encuentra condicionado por la velocidad. Es objetivo de la primera parte de la investigación clarificar esta idea. A continuación, se exponen las implicaciones derivadas de una ciudadanía supeditada a ciertas normas, y se analizan los movimientos de memoria y resistencia que mueven las condiciones de ciudadanía en favor de los fenómenos que suelen perder visibilidad en el ritmo regular de la urbe.

 

Heterotopía y movimiento

 

Lo primero que señala el concepto de heterotopía es la cualidad significativa de todo espacio. Lejos de tratarse de una superficie regular sobre la que se disponen los sitios, el espacio se define por el sentido que se despliega en él. El espacio no se puebla de elementos, sino que los elementos articulan el lugar.

 

[…] no vivimos en un espacio neutro y blanco; no vivimos, no morimos, no amamos dentro del rectángulo de una hoja de papel. Vivimos, morimos, amamos en un espacio cuadriculado, recortado, abigarrado, con zonas claras y zonas de sombra, diferencias de nivel, escalones, huecos, relieves, regiones duras y otras desmenuzables, penetrables, porosas; están las regiones de paso: las calles, los trenes, el metro; están las regiones abiertas de la parada provisoria: los cafés, los cines, las playas, los hoteles; y además están las regiones cerradas del reposo y del recogimiento.[1]

 

 

Foucault llama contra espacios o espacios otros a estas regiones en que el espacio ha cobrado a una significación particular, por lo que además de los casos mencionados, enumera también el espejo en que se desdobla la imagen proyectada y la cama de los padres, habitada según el imaginario del niño que juega en ella. No es objeto de la investigación dar cuenta de todos los modos posibles de significación espacial, pero se mencionan para ilustrar la amplitud del modelo de pensamiento adoptado para considerar la ciudad. Las heterotopías no se agotan en los ejemplos ofrecidos por Foucault, más bien, ilustran criterios desde los cuales puede pensarse la singularidad de cada sitio, el espacio como una configuración de sentido según principios. A continuación, recupero aquellos que permiten caracterizar a la ciudad como heterotopía.

 

Yuxtaposición de espacios incompatibles y automóvil

 

Por lo general, la heterotopía tiene como regla yuxtaponer en un lugar real varios espacios que normalmente serían, o deberían ser incompatibles. El teatro, que es una heterotopía, hace que se sucedan sobre el rectángulo del escenario toda una serie de lugares incompatibles. El cine es una gran sala rectangular al fondo de la cual se proyecta sobre una pantalla, que es un espacio bidimensional, un espacio que nuevamente es un espacio de tres dimensiones. Vean ustedes aquí la imbricación de espacios que se realiza y se teje en un lugar como una sala de cine. Pero quizás el más antiguo ejemplo de heterotopía sea el jardín: el jardín, creación milenaria que ciertamente tenía una significación mágica en Oriente.[2]

 

Foucault no señala directamente la ciudad como heterotopía porque no lo necesita. Al englobar en su extensión teatros, cines y jardines junto con cementerios y museos, la ciudad cumple con el requisito de yuxtaposición, lo que se observa fácilmente; sin embargo, la disposición no es accidental. Abrevo del texto de Javier Maderuelo, La pérdida del pedestal para clarificar la cuestión:

 

El urbanismo del Movimiento Moderno no sólo propuso una forma física distinta para la ciudad actual, sino que separó las funciones que en la ciudad tradicional se ofrecían juntas e interrelacionadas. La calificación del suelo urbano en ‘zonas’ segregó las diferentes funciones que se daban en la ciudad tradicional ubicándolas en áreas específicas. Así la industria ocupará un lugar determinado y la vivienda otro geográficamente distinto. Esta segregación funcional será el origen de las ‘ciudades … El espacio abierto entre estos despersonalizados bloques de vivienda, en los que se renuncia a una arquitectura estilística, resulta inhóspito e inadecuado para las relaciones sociales. La ciudad moderna será la ciudad del automóvil, higiénica y funcional. El automóvil, circulando por amplias calzadas separadas de los edificios, unirá las distintas zonas y, como emblema de la funcionalidad, se convertirá en el rey de la planificación.[3]

 

Al recorrer las avenidas, los segmentos separados de la urbe, el vehículo vincula estos fenómenos aislados en la representación global de la ciudad. Aquí se ve cumplido otro principio de la heterotopología: los sistemas específicos de apertura y cierre que aíslan el contra espacio. Foucault señala dos modos en que operan estos sistemas, el primero queda ejemplificado en los ritos de iniciación que autorizan el acceso a un lugar sagrado. Sobre el segundo, dirá:

 

[Hay heterotopías] que no están cerradas en relación con el mundo exterior, pero que son pura y simple apertura; todo el mundo puede entrar en ellas, pero, a decir verdad, una vez que se está adentro, uno se da cuenta de que es una ilusión y de que se entró a ninguna parte: la heterotopía es un lugar abierto, pero con la propiedad de mantenerlo a uno afuera[4].

 

Siguiendo al autor, éste es el caso de las viviendas sudamericanas del siglo XVIII en que había, junto a la puerta de entrada, pero sin acceso al hogar, una habitación destinada para el viajero de paso, quien al acceder con toda libertad a la habitación se encontraba excluido del resto de la casa.

 

El automóvil, pues, se erige como el elemento catalizador de la ciudad como heterotopía porque la urbe exige una velocidad para habitarla, un dispositivo de celeridad como su sistema de apertura. Dicho de otro modo, aunque la ciudad nos envuelve en su dimensión extensiva, al hacerlo nos excluye al interior de zonas específicas, se requiere la velocidad como condición de posibilidad para la unificación de los estratos urbanos.

 

El principio que dice que las heterotopías establecen cortes singulares de tiempo queda satisfecho aquí. La ciudadanía puede entenderse como una categoría que solamente puede predicarse de quienes se involucran en los ritmos de la ciudad. Sus distancias y su disposición en áreas precisan un ritmo imposible de cumplir sin transporte. Quien anda a pie o recorre únicamente su zona residencial, se encuentra en un desfasamiento con respecto a la metrópoli.

 

Si alguien propone que los vehículos particulares obedecen a rutas y se someten al tráfico, no ofrecerá un contraejemplo, sino una observación pertinente acerca de que los modos de apertura y cierre también operan en este nivel. Qué es el tráfico sino el flujo de tiempo característico de la ciudad.

 

Obsérvese que hay formas de transporte que son subterráneas y, como resultado, no promueven una representación global del trayecto, sino una omisión del fenómeno, una percepción sesgada de la polis. A partir de este punto se vislumbra una línea de investigación que podría establecer la relación entre economía y transporte, que equipare precio a percepción, celeridad, y versatilidad de movimiento. No es objetivo del estudio dar salida a dicha investigación; en su lugar, apuesta por un análisis de los ejercicios de resistencia que invierten la dinámica de los sistemas de apertura y cierre.

 

Heterotopía y monumento

 

Nada de porches delanteros. Mi tío dice que antes solía haberlos. Y la gente, a veces, se sentaba por las noches en ellos, charlando cuando así lo deseaba, meciéndose, y guardando silencio cuando no quería hablar. Otras veces permanecían allí sentados, meditando sobre las cosas. Mi tío dice que los arquitectos prescindieron de los porches frontales porque estéticamente no resultaban. Pero mi tío asegura que fue sólo un pretexto. El verdadero motivo, el motivo oculto, pudiera ser que no querían que la gente se sentara de esta manera, sin hacer nada, meciéndose y hablando. Este era el aspecto malo de la vida social. La gente hablaba demasiado. Y tenía tiempo para pensar. Entonces, eliminaron los porches. Y también los jardines. Ya no más jardines donde poder acomodarse. Y fíjese en el mobiliario. Ya no hay mecedoras. Resultan demasiado cómodas. Lo que conviene es que la gente se levante y ande por ahí.[5]

 

Lo que Ray Bradbury describe en este pasaje, tomado de la novela Fahrenheit 451, es un mundo cada vez más veloz, vertiginoso, en que es lícito atropellar a quien camina por su lentitud, con lo que bien podrían ilustrarse los principios descritos de cortes particulares de tiempo y sistemas de apertura y cierre que constituyen una heterotopía. Es una nueva afirmación de los desfasamientos abiertos entre automovilista y el peatón. Cabe señalar que la novela se publica en 1953, y el urbanismo del Movimiento Moderno que señala Maderuelo se desarrolla entre 1910 y 1930. Entre los principios que guían a dicho movimiento se cuenta la eficacia y la prioridad para los vehículos motorizados, con lo que Bradbury realiza sus proyecciones del futuro considerando el paradigma del automóvil como dispositivo de apertura a la ciudad.

 

En la novela, Montag no recuerda cómo conoció a Mildred, su esposa. Él mismo forma parte de un sistema que elimina sistemáticamente la memoria del mundo a través del fuego. ¿Cómo opera la memoria en la heterotopía de la ciudad?

 

El hipotético viajero que llega a una nueva ciudad tomará posiblemente un taxi y pasará por plazas en las que esculturas, fuentes y monumentos, antiguos y modernos, ocuparán sus centros sin que los viandantes puedan acercarse a ellas con el sano propósito de contemplarlas ya que un carrusel de feroces automóviles rodea incesantemente, como una barrera giratoria, cada uno de los centros de estas plazas defendiéndolos de la curiosidad de los peatones. Parece como si las plazas tuvieran en su centro un monumento sólo para que los automovilistas tengan una referencia visual del lugar donde pueden girar, o para que, como en un carrusel de feria, den vueltas y vueltas a su alrededor. ¿Qué importa pues qué es lo que pretenden conmemorar los monumentos?[6]

 

Lo que describe La pérdida del pedestal, es el proceso que ha atravesado la escultura a partir de la Modernidad para conservar su vigencia en el espacio público, porque la velocidad ha neutralizado el objetivo de las estatuas haciéndolas imperceptibles, en otras palabras, ha vuelto inaccesible la memoria que pretenden conservar los monumentos. El texto referido contrapone los modos tradicionales de conmemoración escultórica frente a las prácticas publicitarias que sí han sabido llegar a la ciudadanía, es decir, a los veloces. La publicidad ha sabido encumbrarse hacia la visibilidad tan solo por ocupar espacios y medidas colosales, los anuncios espectaculares han sabido hacerse visibles aumentando su dimensión. Es notorio que, en la novela de Bradbury, las pantallas han alcanzado las dimensiones completas de las paredes de las casas.

 

Pero, si la visibilidad se cifra en el tamaño, ¿cuál es la diferencia entre un anuncio y un monumento? La diferencia es que el espectacular considera la celeridad de su público, incluso podría decirse que el mensaje se “activa”, que a la percepción del anuncio se accede en auto. Por supuesto, la publicidad se hace presente para cualquiera, independientemente de su velocidad, pero ahí donde la escultura pierde visibilidad, el anuncio se hace vigente. El monumento pierde eficacia no solo porque el trayecto hace de él un punto de referencia espacial y no conmemorativo o temporal, sino porque el flujo de autos, como señala Maderuelo, impide el acceso a su contemplación efectiva. Aquí, el corte de tiempo singular adquiere un alcance más profundo, porque opera también dentro de la historia, interfiriendo con la memoria, olvidando el pasado y enfocándose en el porvenir, después de todo, los autos están diseñados para avanzar, cumplen su función yendo hacia adelante, si retroceden suele ser para estacionarse, anulando así su propósito.

 

Puesto que la escultura ha tenido que modificar su práctica, el monumento ve mermada su vigencia artística, e imposibilitada su función memorística. ¿Cómo preservar la memoria dentro de la ciudad? ¿Qué tipo de resistencia es pertinente dentro de una heterotopía caracterizada por prescindir del recuerdo? Precisamente, aquella forma de memoria, aquella forma de resistencia que se juega sobre el propio monumento.

 

Ante todo, la idea referida de las pantallas murales de Fahrenheit 451 ha sido practicada –y es un ejemplo de una actualización de la disciplina escultórica- en eventos como el Festival Internacional de las Luces, en que se proyectaban piezas artísticas de luz sobre monumentos y edificios históricos de la ciudad en turno, por ejemplo, la CDMX. La iluminación hace del volumen en que incide una superficie, es decir, una pantalla. Al uso de la visibilidad publicitaria.

 

Hacer de los monumentos pantallas mediante su intervención con grafiti supone entonces, un modo posible de una práctica ya conocida, pero el fenómeno no se agota en esta caracterización, la intervención no ha sido la realización de un ejercicio artístico cuyo objetivo fuera el monumento, sino que la intervención ha sido el recurso para devolver visibilidad a la memoria. Se han aprovechado los mecanismos de exclusión para invertir su dirección.

 

El texto o el monumento hecho superficie por el texto, obliga al transeúnte a hacerse lector, excluyendo al automovilista porque no tiene tiempo para leer. Hasta ahora, se había equiparado velocidad a rapidez, el sistema de apertura y de cierre se cifra en la velocidad, pero ahora se requiere que ésta disminuya para acceder a lo que solía ser invisible. Pasar de un dispositivo de acceso móvil a uno inmóvil. En otras palabras, la velocidad condiciona el aparecer de los fenómenos, los movimientos de resistencia –marchas, cierres de calles, intervenciones- condicionan la velocidad, forzando el aparecer de aquello para lo que no hay tiempo.

 

Las consignas grafiteadas en los monumentos invierten también el principio heterotópico que establece cortes singulares de tiempo porque impiden que se olvide lo “rayado”. El problema de la violencia de género no admite que el eje de la discusión sea el monumento, pero si fuera necesario insistir en ello, hay que reconocer que las intervenciones le devuelven su función conmemorativa. Sería más adecuado hablar de apropiación, y no del monumento en particular sino de la memoria, porque se recupera el registro de la violencia que de otro modo sería ignorada.

 

Finalmente, las marchas, movilizaciones realizadas a pie y con una velocidad diferente a la que se pensó para las avenidas, intervienen en el ritmo de la ciudad, vinculan los estratos determinados por la eficacia, cortan espacios y acaban por erigir nuevas zonas. Las delimitaciones habituales de la ciudad son modificadas y la yuxtaposición de espacios incompatibles opera desde el eje de otra ciudadanía que promueve consigo sus fenómenos y su velocidad de percepción.

 

En suma, haber analizado a la ciudad bajo el modelo de una heterotopía permitió identificar en ella los principios que condicionan la ciudadanía a la velocidad, que establecen un espacio estratificado en términos de eficacia, donde se privilegia el uso del automóvil porque favorece y reprime el aparecer de ciertos fenómenos. Bajo un sistema que condiciona la percepción a su ritmo, los movimientos de resistencia tienen que modificar la velocidad en que se juega la ciudadanía, hacer perceptible su memoria, en otras palabras, invertir a su favor los principios desde los que se erige la heterotopía.

 

No es gratuito que en la tradición filosófica el caminar haga las veces de una propedéutica, de un método como ocurre con los peripatéticos; que se cuente con un Kant que salía a pasear con tal precisión que sus vecinos ajustaban el reloj cuando lo encontraban en su camino; que Thoreau, autor de la Desobediencia civil como texto y como principio, haya dedicado un ensayo a enseñarnos cómo caminar. “La vida se convierte en una gran carrera, Montag”.[7]

 

Bibliografía

  1. Bradbury, Rey. Fahrenheit 451, Ediciones perdidas, Retamar, 1953.
  2. Foucault, Michel. “Topologías” en Revista Fractal, Vol. XIII, Núm. 48, enero-marzo, 2008, pp.39-62.

https://www.mxfractal.org/RevistaFractal48MichelFoucault.html

Consultado el 9 de febrero de 2023.

  1. Maderuelo, Javier. La pérdida del pedestal, Círculo de Bellas Artes. Madrid,1994.

 

Notas

[1] Michel Foucault, “Topologías”, ed. cit., pp.39-62.
[2] Ibíd., p.39-62.
[3] Javier Maderuelo, La pérdida del pedestal, ed. cit., p.16.
[4] Michel Foucault, “Topologías”, ed. cit., pp.39-62.
[5] Ray Bradbury, Fahrenheit 451, ed. cit., p.66.
[6] Javier Maderuelo, La pérdida del pedestal, ed. cit., p.42.
[7] Ray Bradbury, Fahrenheit 451, ed. cit., p.60.