Kierkegaard en las colecciones personales de Borges y Pizarnik que resguarda la Biblioteca Nacional Argentina: un primer acercamiento

Biblioteca Nacional, Sala del Tesoro. “Gentileza de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno”.

 

Resumen

La Biblioteca Nacional Mariano Moreno (BNMM), de la República Argentina, posee entre sus fondos especiales las colecciones Jorge Luis Borges y Alejandra Pizarnik, integradas por libros que pertenecieron a estos autores, con subrayados, notas y otras intervenciones suyas. En ambas colecciones figuran obras de o sobre Kierkegaard. El presente trabajo rescata las intervenciones sobre las obras del escritor danés y, en menor medida, intenta relacionarlas con la propia producción de ambos escritores argentinos, como ayuda propedéutica para futuras investigaciones.

Palabras clave

BNMM, Kierkegaard, Borges, Pizarnik, intervenciones manuscritas, investigaciones.

 

Abstract

The National Library Mariano Moreno (BNMM), of the Argentine Republic, has among its special funds the Jorge Luis Borges and Alejandra Pizarnik collections, made up of books that belonged to these authors, with underlining, notes and other interventions by them. Both collections feature works by or about Kierkegaard. The present work rescues the interventions on the works of the Danish writer and, to a lesser extent, tries to relate them to the own production of both Argentine writers, as a propaedeutic aid for future research.

Keywords

BNMM, Kierkegaard, Borges, Pizarnik, manuscript interventions, research.

 

 

Introducción

La historia de la recepción de Kierkegaard en la Argentina está todavía por hacerse, y, por cierto, no serán estas líneas las que intenten llenar ese vacío. Nuestra intención es harto modesta, y busca no salirse de una mera res bibliothecaria, la parte menos poética y glamorosa de las artes calimaqueas. Nuestra tarea nace de un largo contacto directo con salas y anaqueles de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno –a partir de ahora, BNMM–, nombre que recibe la biblioteca magna de la República Argentina, y de algunas inquietudes y dilemas que excedieron y alivianaron las tareas cotidianas. Nuestras funciones primordiales: inventariar, catalogar, poner a disposición de los estudiosos algunas propedéuticas que brinden atisbos sobre ciertos modos de lectura que dos de nuestros máximos escritores, Jorge Luis Borges y Alejandra Pizarnik, parte de cuyas colecciones librescas alberga la BNMM, realizaron de la obra de Søren Kierkegaard. Parafraseando al Maestro, ojalá seas el investigador que estas líneas estaban buscando.

Por supuesto, Kierkegaard tuvo, en nuestras geografías, un influjo cierto sobre otros muchos escritores conspicuos: Eduardo Mallea, y muy tempranamente, Ernesto Sábato, quien no deja de mencionarlo vez tras vez en ensayos y novelas; José Bianco, que dejó sus huellas manuscritas en una interesante cantidad de ejemplares kierkegaardianos que hoy resguarda la biblioteca de la Universidad Torcuato Di Tella; Leopoldo Marechal, peronista; el escritor católico-nacionalista Leonardo Castellani; Ezequiel Martínez Estrada, comunista sui géneris, y un previsible etcétera. Por otra parte, la BNMM resguarda también viejas ediciones de Kierkegaard, ninguna en español, pero que formaron parte de “Exposiciones del libro católico”, mucho antes del Concilio Vaticano II, y que fueron o bien donadas a la institución, o bien adquiridas por esta, bajo la dirección de Gustavo Martínez Zuviría, más conocido en el terreno de las letras como Hugo Wast: escritor católico, nacionalista, antisemita, y alguna vez tachado de filonazi. ¿Podían ignorar, expositores o adquisidores, que Kierkegaard procedía de la tradición luterana, pese a sus amargas diatribas con las iglesias oficiales, y en un momento en que la derecha católica argentina seguía los viejos postulados antimodernistas que ponían al protestantismo junto al sionismo, el liberalismo, la masonería y el comunismo en una suerte de sinarquía maléfica? Creemos, sin demasiadas pruebas heurísticas todavía, que después de una primera entrada de Kierkegaard a la Argentina de la mano de Ortega y Gasset y su Revista de Occidente, los ecos de sus discusiones con el muy kierkegaardiano Unamuno, sus visitas y contactos con el grupo Sur que lideraba Victoria Ocampo, Kierkegaard fue apropiado por cierta intelectualidad católica que percibía la inexorable decadencia y los inexorables límites del neotomismo. En el famoso Primer Congreso Nacional de Filosofía, reunido en Mendoza en 1948 y cerrado con palabras del propio Presidente de la Nación, Juan Domingo Perón, la “filosofía de la existencia” a lo Heidegger o l’existencialisme a lo Sartre dieron su golpe de gracia a ese neotomismo, y creemos que no es casualidad que Kierkegaard aparezca vez tras vez en las actas del Congreso, citado por tirios y troyanos: Kierkegaard era un objeto de disputa que querían poseer tanto los creyentes como los ateos; estos, como mito fundador necesario que prestigiara su filosofía del existente; aquellos, como herederos de la fe inquebrantable del danés, haciéndola suya para poder combatir los mismos postulados de los que se proclamaban sus herederos, con prescindencia del Dios kierkegaardiano y de su fideísmo. Paradójicamente, entonces, el lexema “cristianismo” pudo superar, al menos en las mentes menos estrechas, al “catolicismo”, y Kierkegaard logró devenir parte de una nacionalidad que, si hasta el momento había buscado sus raíces en la España ultramontana, ahora lo incluía como marca de prestigio, universalismo, y herramienta de combate. Ayudaron no poco las lecturas de católicos prestigiosos como Jacques Maritain, Romano Guardini y Gabriel Marcel.

Quizás en este contexto mayor debamos también entender la proliferación de traducciones, muy malas la mayor parte de las veces, en el campo editorial argentino. Antes de los ensayos pioneros de Demetrio Gutiérrez, las versiones de nuestro pensador se hicieron mayormente en la Argentina y en México. Todas de manera indirecta, generalmente del francés o del italiano, traslaciones que, a su vez, solían hacerse desde el inglés o el alemán. Las obras eran recortadas, los grandes frescos como O lo uno o lo otro eran desarmados sin piedad, y sus piezas publicadas como textos autónomos, etc. La polifonía de seudónimos y ortónimo era descuidada; solía prescindirse incluso de mencionar a los primeros en las portadas. Y esas fueron las versiones que leyeron los intelectuales argentinos durante mucho tiempo, aunque hubo excepciones, como veremos en Borges, que leyó a Kierkegaard en inglés.

Pasemos ahora a nuestros casos especiales.

 

Borges y Kierkegaard

 

Gentileza Biblioteca Nacional Mariano Moreno

 

En la Sala del Tesoro Paul Groussac, BNMM, se preserva la colección especial Jorge Luis Borges, llamada así porque sus volúmenes pertenecieron al célebre escritor, y/o fueron intervenidos por éste, con anotaciones y otras marcas autógrafas. Dentro de esta colección encontramos, a su vez, cuatro libros que nos interesan en esta oportunidad. Dos del propio Kierkegaard, en inglés: Temor y temblor y La repetición; y también en inglés, dos estudios clásicos de Walter Lowrie sobre Kierkegaard, 1938 y 1944, de los cuales el segundo es como una suerte de edición abreviada del primero. He aquí los registros bibliográficos a un grado más detallado:

  1. Kierkegaard, S., Fear and Trembling: A Dialectical Lyric by Johannes de Silentio. London, New York, Toronto, Oxford University Press, 1939. Inventario 11.973; ubicación TES3B052327.
  2. ——————-., Repetition: An Essay in Experimental Psychology. Princeton, Princeton University Press, 1941. Inventario 11.973; ubicación TES3B052328.
  3. Lowrie, W., London, New York, Toronto, Oxford University Press, 1938. Inventario 12.067; ubicación TES3B052428.
  4. ——————–., A Short Life of Kierkegaard. Princeton, New Jersey, Princeton University Press, 1944. Inventario 17.360; ubicación TES3B052429.

Esto no significa que aquí se agote el material que Borges poseyó de o sobre Kierkegaard; dada su relación no fetichista con el libro, otros volúmenes de los que se desprendió pueden estar en bibliotecas particulares varias, y también en la de su viuda, recientemente fallecida. Estos son, sencillamente, los que él donó a la BNMM en circunstancias que después repasaremos. Con todo, estos cuatro volúmenes poseen, en total, unas veinte pequeñas anotaciones manuscritas de puño y letra de Borges, 10 de las cuales se concentran en el estudio mayor de Lowrie. ¿Por qué interesarnos en ellas? Por una parte, creemos que está de más aludir a la importancia de Borges y de todo aquello, por mínimo que sea, que haya salido de su pluma. Y para los interesados en el estudio de Kierkegaard, también estaría de más recalcar la relevancia de Borges como lector suyo. Amén de la moda de la crítica genética en nuestras facultades de letras, sustituta de la ya démodée crítica estructuralista, y a la espera de la próxima y previsiblemente efímera tendencia, dejamos a amantes de Kierkegaard y de Borges por igual algunas pistas de grafos y su posible paso a la obra édita de nuestro ciego pampeano.

Desarrollaremos ahora: 1. una breve historia de esta colección bibliográfica; 2. un breve retrato del Borges anotador de sus libros, con especial referencia a estos cuatro mencionados; y 3. el análisis de dos de estas veinte notas, hasta desembocar en su utilización en uno de los ensayos más célebres de nuestro escritor.

De 1955 a 1973, Borges se desempeñó como Director de la Biblioteca Nacional Argentina; es decir, desde la autoproclamada Revolución Libertadora hasta el retorno del General Perón a la Argentina. Este período coincide, también, con el afianzamiento definitivo de su ceguera, la que no impide un intenso trabajo de escritura poética, y también de revisión de viejos textos y de necesarias relecturas, con la colaboración de amanuenses. Borges traslada parte de su biblioteca personal al edificio de la Nacional, entonces sito en calle México 564 de la ciudad de Buenos Aires; al mismo tiempo, es un asiduo utilizador de los fondos de la institución que dirige. En 1971, un empleado acusa a Borges de robar libros; se inicia un sumario: investigación, inventarios, actas de escribano. En 1973, con el retorno del peronismo, Borges presenta su renuncia; se le acepta y se le tramita la jubilación en tiempo récord. Para dejar en limpio su honor y su nombre, antes de retirarse Borges dona parte de su biblioteca personal; también podemos decir que es uno de los tantos expurgos que realiza a lo largo de su vida de libros que ya no considera imprescindibles: Borges no es un coleccionista enfermizo, y tal como en el final de su cuento El libro de arena el protagonista deja ese desaforado ejemplar infinito abandonado en los estantes de una biblioteca, el Borges real solía abandonar libros en bibliotecas de amigos y públicas, pero también en bares, restaurants e incluso librerías.

Algunos de estos libros legados en 1973 reciben el correspondiente sello de donación, pero no la mayoría. De hecho, se inicia una historia de casi treinta años de incurias, en que esos libros rodarán a la buena de Dios por despachos y sótanos varios. Tras el traslado de la Biblioteca a su sitio actual en 1992, una trabajadora de esta, Paula Ruggeri, advierte sobre la importancia de la colección, cuyos ejemplares poseen firmas y anotaciones relevantes de su expropietario. Por bastante tiempo, y con excepciones, su reclamo fue vox clamantis in deserto. Recién tras la gran crisis socioeconómica 2001-2, y bajo las gestiones directivas de Elvio Vitale y Horacio González, la colección fue reunida adecuadamente en la Sala del Tesoro, debidamente inventariada, y los investigadores Laura Rosato y Germán Álvarez quedaron a cargo de la realización de una bibliografía, si bien no exhaustiva, sí dotada de un rico estudio preliminar, un catálogo de los libros, y una transcripción minuciosa de todas las notas borgianas, con intertextualidad ligada a los párrafos aludidos por las notas y a posibles influjos en la propia obra de Borges. Se titula Borges, libros y lecturas, y fue editada por la propia BNMM en 2011, con reedición ampliada en 2017. De hecho, del prólogo de esta obra, y también de testimonios orales, hemos extraído los datos anotados supra. En cuanto a nuestra propuesta para un futuro investigador, permítasenos acotar que esta obra es generosa en esas transcripciones, incluidas casi páginas completas de las obras de Lowrie sobre Kierkegaard, aunque, por supuesto, no remplaza a la consulta directa de los libros en la Sala del Tesoro de la Biblioteca. Las obras concernientes a nuestro estudio corresponden a las entradas 247 y 248, pp. 218-9; y 278 y 279, pp. 233-6 de dicho catálogo.

Una primera mirada a las anotaciones de Borges a sus libros –o a los ajenos, que también esta costumbre tenía– puede resultar desilusionadora. El sistema es simple. Borges suele dejar adheridas las etiquetas de las librerías donde compra sus libros; así, por ejemplo, de uno de los libros de Lowrie sobre Kierkegaard sabemos que fue adquirido en la librería Barna, Maipú 441, Buenos Aires. Suele firmarlos: tres de nuestros cuatro libros están autografiados. Suele fecharlos: pero la fecha, nos dicen los investigadores, no es la de la adquisición, sino la de su lectura efectiva, lo cual nos ayuda a trazar una cronología importantísima de cómo ciertos autores van influyendo en él, hasta el punto, como veremos luego, de hacerle mudar ciertos pareceres, de crear conexiones con otros textos o de utilizarlos en los propios. Nuestros libros, salvo Temor y temblor que no está datado, todos llevan el año 1946, dato no menor que quisiéramos retener.

Por último, las notas en sí.

Primero, lo que Borges no hace. No subraya el libro. No hace notas en los márgenes, ni exclamaciones, interrogaciones, interpelaciones, diálogos o críticas, ni deja frases memorables. Utiliza las páginas posteriores, las llamadas páginas de cortesía, de guarda o de guarda volante. Allí, en letra menuda, anota el número de una página del libro leído, v. g., página 67; transcribe una frase significativa de esta, precedida y/o seguida de puntos suspensivos, o a veces cortada por ellos para referenciar a un pasaje extenso del que se toman solo el principio y el fin. Otras veces un concepto fácilmente recordable remplaza a la copia textual. A menudo agrega la abreviatura “cf.”, es decir, confrontar, confróntese con, creando un vínculo con otro pasaje de la misma obra, o de un texto que Borges señala con una abreviatura o simplemente guarda en su memoria. Las notas suelen darse en el mismo idioma del libro y raramente incluyen una traducción española. ¿Qué relevancia guardan, entonces?

Borges utiliza estas notas como ayudamemorias, como ficheros de consulta, y, sobre todo, como borradores o pre-textos de su propia obra. Citadas con puntualidad, metamorfoseadas por el mismo Borges en textos nuevos, mesturadas con otras notas para fundirlas, pero en un concepto propio: Borges se apropia, expropia, copia, transforma, crea. A la postre, son los sustratos, la propia prehistoria de ese siempre agradecido lector que vuelca su acervo de páginas famosas o ignotas en un producto ricamente original, con la impronta inconfundible de Borges.

Todo esto se aplica a las notas de nuestros libros de o sobre Kierkegaard.

Borges, según el índice exhaustivo que acompaña a la obra de Helft Jorge Luis Borges, Bibliografía e índice, 2013, también publicada por la BNMM, menciona a Kierkegaard en un total de seis textos suyos: tres prólogos, un ensayo, una reseña y una conferencia. No es una cifra llamativa, si se la compara con las veces que alude, por ejemplo, a pensadores como Schopenhauer, Heráclito o Nietzsche, o escritores como Lugones, Dante, Shakespeare, Sarmiento, Stevenson, Macedonio Fernández, Chesterton, Kipling… o Kafka. A propósito de Kafka: de esos seis textos borgianos que mencionan a Kierkegaard, tres, la mitad, giran en torno a Kafka, mientras que uno solo está dedicado a Kierkegaard con exclusividad: su prólogo a Temor y temblor, dentro de la postrera colección “Borges: Biblioteca personal” que dirige junto a María Kodama y prologa antes de morir, y de hecho queda interrumpida por su fallecimiento. Y que, lamentablemente, no es uno de sus textos más brillantes ni mucho menos. Obra de senectud o de exceso de autosuficiencia, cae, para un buen lector de Kierkegaard, en lo trivial o francamente erróneo. “Padre del existencialismo”, que, “como aquel otro célebre danés, el príncipe Hamlet, frecuentó la duda y la angustia”, son, para usar una palabra cara al propio Borges, nociones baladíes[1].

Pero retraigámonos a las primeras menciones del danés por el argentino. Aparecen en 1937 y 1938; Borges transita un período de deslumbramiento ante la obra de Kafka.

El 6 de agosto de 1937 publica en la revista El hogar una reseña de una traducción inglesa de El proceso de Kafka. Allí acota: “La intensidad de Kafka es indiscutible. En Alemania abundan las interpretaciones teológicas de su obra. No son injustas –nos consta que Franz Kafka era devoto de Pascal y de Kierkegaard–, pero tampoco son necesarias”.[2]

Al año siguiente prologa para Editorial Losada una antología de cuentos kafkianos, de los que en parte es también traductor. Allí repite casi textualmente:

 

“En Alemania y fuera de Alemania, se han esbozado interpretaciones teológicas de sus obras. No son arbitrarias –sabemos que Kafka era devoto de Pascal y de Kierkegaard. Pero tampoco son muy útiles. El pleno goce de las obras de Kafka –como de tantas otras–, puede anteceder a toda interpretación, y no depende de ellas”. [3]

 

En realidad, ya el propio Max Brod, albacea de Kafka, había iniciado estas interpretaciones a veces excesivas. Por ejemplo, el castillo inaccesible de la novela homónima, o la sinrazón del proceso de Josef K., eran vistos como trasuntos de la arbitrariedad de la Gracia divina, supuestamente tomada por Kafka de su lectura de Kierkegaard. Pero en Kierkegaard la Gracia es cualquier cosa menos arbitraria; arbitraria puede serlo en la ortodoxia calvinista o en el último Lutero, el de De servo arbitrio. Más bien, el propio Kafka había reconocido otro tipo de ligazón. Como apunta en sus Diarios íntimos, entrada correspondiente al 21 de agosto de 1913, “pese a las diferencias esenciales entre ambos, su caso es, como suponía, muy parecido al mío, Kierkegaard está al menos en el mismo lado del mundo que yo. Me confirma, como un amigo”.[4]

Pero volvamos a Borges. Vimos, entonces, que a fines de la década de 1930, éste no consideraba esencial a Kierkegaard para entender o disfrutar a Kafka. ¿Había leído a Kierkegaard ya, o algún estudio importante sobre él? Lo ignoramos. En español la bibliografía era casi nula, salvo algún comentario original de Unamuno –autor que Borges admiraba–, o de Ortega y Gasset –autor que Borges detestaba cordialmente. Tampoco habían aparecido las –como ya vimos–pésimas traducciones al español: Concepto de la angustia data de 1940. Pero llega 1946, un año especialmente kierkegaardiano para Borges: ha sido cesanteado por el peronismo, sobrevive económicamente con estrechez, y entonces lee al menos tres de los cuatro libros de o sobre Kierkegaard que hoy atesora la BNMM, y toma notas. Como dijimos, nos detendremos solo en dos de ellos.

En la hoja de respeto del estudio mayor de Lowrie sobre Kierkegaard, Borges apunta, entre otras notas, estas que traduzco: “parábola del Banco de Inglaterra – [tachadura] 558” y “parábola de la expedición al Polo Norte – 546”. Las cifras, por supuesto, remiten a las páginas del propio libro de Lowrie. Lo que esas páginas dicen, lo pueden hallar in extenso en el libro de Rosato y Álvarez. Más interesante aún… lo podemos ver en uno de los ensayos capitales de Borges, lo que demuestra, una vez más, la importancia de estas anotaciones como fichero de trabajo, borradores, pre-textos.

El 19 de agosto de 1951, es decir, casi unos quince años después de desestimar la importancia de conocer a Kierkegaard para leer a Kafka, pero apenas unos cinco después de leer al menos tres de los cuatro textos de/o sobre Kierkegaard que guarda la BNMM, Borges publica en el diario La Nación su célebre ensayo Kafka y sus precursores”, que al año siguiente recogerá en su libro Otras inquisiciones, y que hoy podemos leer en el volumen II de sus Obras completas.[5] Allí postula su teoría de que todo gran escritor no solo es influido por otros escritores, sino que “inventa” a esos precursores, e incluso los modifica, en un juego temporal muy grato a Borges. Un escritor muy anterior a Kafka puede ser “kafkiano” avant la lettre: Kafka interviene en la forma en que leemos o releemos a sus antecesores, cambiando la percepción que tenemos de ellos. Hasta un griego clásico como Zenón de Elea acentúa ciertos rasgos, cierta “idiosincrasia”, gracias a ser influido por su discípulo Kafka…

Pues bien, entre esos precursores de Kafka se halla Kierkegaard. Cito textual:

 

“La afinidad mental de ambos escritores es cosa de nadie ignorada; lo que no se ha destacado aún, que yo sepa, es el hecho de que Kierkegaard, como Kafka, abundó en parábolas religiosas de tema contemporáneo y burgués [el subrayado es mío]. Lowrie, en su Kierkegaard (Oxford University Press, 1938), transcribe dos. Una es la historia de un falsificador que revisa, vigilado incesantemente, los billetes del Banco de Inglaterra; Dios, de igual modo, desconfiaría de Kierkegaard y le habría encomendado una misión, justamente por saberlo avezado al mal. El sujeto de otra son las expediciones al polo Norte. Los párrocos daneses habrían declarado desde los púlpitos que participar en tales expediciones conviene a la salud eterna del alma. Habrían admitido, sin embargo, que llegar al polo es difícil y tal vez imposible y que no todos pueden acometer la aventura. Finalmente, anunciarían que cualquier viaje –de Dinamarca a Londres, digamos, en el vapor de la carrera–, o un paseo dominical en coche de plaza, son, bien mirados, verdaderas expediciones al polo Norte”.

 

Entendemos ahora esas crípticas notas tomadas en 1946, procesadas para demostrar la capacidad de Kierkegaard de crear parábolas burguesas y de tema actual –no mítico o legendario– al modo en que lo hará Kafka décadas después. Y podemos agregar: parábolas que pueden incluir un elemento asfixiante, forense, burocrático –el falsificador condenado a contar billetes por la eternidad–, o de desencanto y absurdo –el viaje al polo que termina en dar vuelta a una plaza: elementos típicos de la literatura de Kafka. Las parábolas de Kierkegaard nos parecen kafkianas a la luz de una lectura de Kafka. Éste no solo es un escritor en cierto modo kierkegaardiano, sino que Kierkegaard es también… un escritor kafkiano. Nosotros podríamos ir más allá: Kafka y Kierkegaard son escritores borgianos, y Borges, un escritor kafkiano y kierkegaardiano.

Como queda dicho, hay muchas anotaciones más para explorar, quizás no todas con pistas tan sencillas y directas como las que hemos comentado. Sin duda pueden, para los borgianos, enriquecer el estudio de la protohistoria de sus textos. Y para los kierkegaardianos, ayudarlos a disfrutar o renegar con las intuiciones, lucideces y tropelías borgianas.

 

Pizarnik y Kierkegaard

 

…estoy escribiendo con la voz. Es lo que tengo: la caligrafía de las sombras como herencia.

1. Pizarnik, Los perturbados entre lilas

 

Es bastante habitual leer, en textos que van desde artículos de divulgación y entradas en la Wikipedia hasta sesudos estudios literarios, que Kierkegaard influyó decididamente en la poética de Alejandra Pizarnik. El breve podio de los influencers es compartido por otras grandes figuras tan disímiles como Proust, Dostoievski, Kafka, Rimbaud, Breton, el conde de Lautréamont… Sin embargo, hasta donde sabemos, no existen estudios específicos sobre el influjo puntual del danés en la poeta argentina[6]. Creemos que, en parte, la mentada influencia, real o supuesta, está condicionada en su estudio por los eternos clichés que han sufrido tanto uno como la otra. Así, un Kierkegaard convenientemente angustiado, convenientemente subjetivo, supuestamente siempre atormentado, sería un espejo ideal en el cual se mirase la convenientemente siempre angustiada, torturada Pizarnik, siempre condenada al suicidio, suicidada toda su vida sin haber hecho otra cosa que suicidarse, como si la decisión última pudiera iluminar –o más bien oscurecer– una vida y una poética por cierto harto complejas.

Desechada esta mirada neorromántica y ñoña, reiteramos, sin embargo, que no estamos aquí para llenar ese vacío. Como con Borges, solo queremos proporcionar algunos datos objetivos. Alejandra menciona unas doce veces a Kierkegaard en su diario personal, en la versión más extensa de las dos publicadas, aunque ninguna completa; dos veces en su obra en prosa editada[7] (gran parte permanece inédita en el Departamento de libros raros y ediciones especiales, sección manuscritos, de la Universidad de Princeton); al menos una vez[8] en el epistolario que hasta hoy ha logrado reunirse –y que, nuevamente, solo es la punta del iceberg, y una sola vez[9] (¡pero por cuántas citas equivale esa sola vez!) en su obra lírica. Sabemos también que Alejandra se proponía dedicar a Kierkegaard un texto que finalmente no escribió, “Cada bruja con su brújula”, que se hubiera insertado en la serie La bucanera de Pernambuco o Hilda la polígrafa. Si bien esta estadística no parece decir todo –al cabo, es solo una estadística–, lo que dice, lo dice bien dicho: Alejandra amaba a Kierkegaard, de una forma heterodoxa quizás, y ese amor la acompaña a lo largo de su vida. Las pruebas textuales demuestran que lo conocía ya por 1954, es decir, a fines de sus estudios secundarios en Avellaneda, y las últimas referencias al danés aparecen poco antes de su muerte, 1971-2.

A esto queremos agregar, como información inédita, las intervenciones manuscritas –36 subrayados y una anotación marginal– que Alejandra realizó en ejemplares de obras de Kierkegaard.

Primero hagamos un breve recorrido por el destino de sus papeles y libros personales[10]. Sus manuscritos, dijimos, están en Princeton, salvo una pequeña parte de su archivo, que hoy también resguarda la BNMM; ésta también ha logrado un acceso facsimilar a algunos materiales de la universidad norteamericana. Cuando Alejandra se fue a vivir sola a su departamento de Montevideo 980 en Buenos Aires, gran parte de su biblioteca quedó en casa de su madre, y otra se trasladó al nuevo domicilio. Muerta Alejandra, su madre le regaló los libros de la calle Montevideo, en 1974, a la amiga y albacea literaria de la poeta, Ana Becciu, quien los donó en 2008 a la Biblioteca Nacional del Maestro, aunque es probable que aún conserve parte de la colección. Entre lo donado, no hemos localizado ningún ejemplar de Kierkegaard. En cuanto a la parte que había quedado en casa de la madre, Mario Nesis, sobrino de Alejandra ‒hijo de su hermana Myriam Pizarnik‒, se la regaló a Pablo Ingberg, escritor y traductor, quien, a su vez, se la vendió a Víctor Aizenman, reconocido librero anticuario porteño. Finalmente, durante la gestión de Horacio González en la dirección de la BNMM, en 2007, el Estado nacional decidió comprar esta sección de la biblioteca personal de Alejandra Pizarnik, que hoy se encuentra en la Sala del Tesoro Paul Groussac (los libros intervenidos manuscritamente) o en los fondos generales (los libros sin marca alguna). Es entre los primeros –los intervenidos– que logramos localizar tres obras de Kierkegaard, o más bien, de sus seudónimos, distinción que Alejandra parecía desconocer. Los datos técnicos son los siguientes:

  1. Kierkegaard, Søren, El concepto de la angustia: una sencilla investigación psicológica orientada hacia el problema dogmático del pecado original. Buenos Aires, Espasa-Calpe Argentina, 1946. 3ª. ed. (Colección Austral. Serie Verde; 158). Inventario 00826793; localización: TES3C171377. En la hoja de respeto lleva firma y fecha manuscrita: “Flora Alejandra Pizarnik, agosto de 1956”.
  2. ——, Diario de un seductor; traducción de Arístides Gregori. Buenos Aires, Santiago Rueda, 1951. Inventario 00826291; localización: TES3C172219. Manuscrito autógrafo: “Flora Alejandra Pizarnik. 1959”.
  3. ——, Estética y ética en la formación de la personalidad; de Armand Marot. Buenos Aires, Nova, 1955. (Colección La Vida del Espíritu / dirigida por Eugenio Pucciarelli). Inventario 00826290; localización: TES3C172218. En hoja de guarda, firma manuscrita en tinta negra y minúsculas: “flora alejandra pizarnik, abril de 1956”; en la anteportada se lee una dedicatoria de autoría desconocida en tinta negra: “Para Alejandra Pizarnik, en el arco iris que inaugura la rueda de sus años [firma ilegible], abril 1956, Día de la primavera” (efectivamente, Alejandra nació en abril, en 1936).

 

Biblioteca Nacional, fachada

 

Como puede verse, dos de estos libros son, en realidad, “mutilaciones” o extractos de una obra mayor, O lo uno o lo otro. Son ediciones populares, sin pretensiones estéticas en el terreno gráfico, y, como era típico de la época, ninguna es una traducción directa, sino vía el francés. Lamentablemente, no ha aparecido aún su ejemplar de Temor y temblor, que, por referencias externas y de los Diarios, debió estar entre los libros más intervenidos de su biblioteca; quizás fue a parar a manos de algún amigo, cuando, tras el suicidio de Alejandra, se hizo una suerte de repartija de suvenires dentro del círculo que tenía acceso a su departamento.

Puede verse, por las fechas e incluso por la firma (la autora dejó de usar el nombre “Flora” en su etapa de madurez creadora), el temprano contacto entre nuestros protagonistas; es también la época de los frustrados escarceos de Alejandra con las carreras universitarias o terciarias de periodismo, literatura, filosofía y pintura, todas abandonadas, y de su primera bohemia de contactos con la intelectualidad vanguardista porteña. Según puede colegirse de los diarios, llega a Kierkegaard quizás por el interés que ya tenía, durante sus estudios secundarios, por Sartre y Simone de Beauvoir; recordemos que el existencialismo sale a la búsqueda de antecedentes ilustres y mitos fundadores, y cree hallarlos en el solitario de Copenhague. Intenta leer a Heidegger y lo desecha; también lee las críticas positivas de Unamuno sobre Kierkegaard, y las negativas de Marjorie Grene, que la desconciertan (Diarios, 25 de agosto de 1955). En el futuro, no buscará las afinidades de Kierkegaard con el existencialismo sino con la prosa de Kafka: un aire de familia que, como ya vimos, también percibió Jorge Luis Borges.

Pero volvamos a los subrayados. En esta primera aproximación, no es momento de analizarlos en su contexto, ni de sistematizarlos en posibles bloques de sentido, ni de buscar ecos posibles de ellos, bien en la poesía, bien en la prosa de Alejandra. Los daremos a modo de inventario, y poco más. A diferencia del caso de Borges, cuyas anotaciones han sido recogidas in extenso en el Catálogo… de Rosato y Álvarez ya mencionado, aún carecemos de una sistematización similar para Alejandra Pizarnik, aunque tenemos constancia de un work in progress de ese tipo, también llevado a cabo desde la BNMM por la investigadora Evelyn Galiazo. Ella ha sido responsable, además, en 2022, de la curaduría de la magnífica muestra “Alejandra Pizarnik: entre la imagen y la palabra”, por el cincuentenario del fallecimiento de la poeta, y coordinadora del catálogo correspondiente.

Comencemos con Diario de un seductor, obra que, como sabemos, ha sido desprendida de O lo uno o lo otro. Alejandra subraya:

 

“No pertenecía al mundo de la realidad, pero sus relaciones con él eran muchas” (p. 11);

“Apenas la realidad perdía su poder estimulador, se encontraba desarmado y el espíritu del mal estaba a su lado” (p. 12);

“Los seres humanos eran para él solamente un estímulo, un acicate” (p. 14);

“Yo también me siento arrastrado en aquella zona nebulosa, en aquel mundo de ensoñación, donde nos asustamos a cada instante de nuestra propia sombra” (p. 18).

 

Podríamos preguntarnos si la poeta lectora no encuentra aquí el reproche que se hará a sí misma, vez tras vez, en sus Diarios: su incapacidad de insertarse en la realidad, o, más aún, su odio completo por esta en cuanto significa estructura, rutina, límite. También es interesante que en una entrada (1 de marzo de 1963) se pregunte por el propio danés: “¿Qué hubiera pasado si Kierkegaard se hubiera sentido hermoso y seductor?”.

Pasemos a Concepto de la angustia. Encontramos estos subrayados:

 

“Cada individuo de una generación tiene, como cada día, su carga especial y bastante que hacer con preocuparse de sí mismo” (p. 11);

“¿Y a dónde conduce esto [la disputa entre Ética y Dogmática a propósito de la reconciliación] finalmente? A que el lenguaje tenga que festejar probablemente un gran año sabático, dejando descansar a la palabra y al pensamiento” (p. 16);

“Si se habla, por ejemplo, del pecado como se habla de una enfermedad, de una anormalidad, de un veneno, de una desarmonía, también se ha falseado su concepto” (p. 20);

“De la Ética puede decirse lo que se ha dicho de la ley, que es una maestra cuyas exigencias condenan, pero no dan vida” (p. 21);

“La razón más profunda de este fenómeno [Adán no puede ser considerado un ser aparte] reside en la determinación esencial de la existencia humana, de tal suerte que la especie entera participa en el individuo y el individuo en la especie entera” (p. 32).

 

Debemos reconocer que la cita que más nos impacta, por la recurrencia de la preocupación en Alejandra, es la segunda: aquella que nos lleva a los límites de la palabra, al peligro del silencio.

Con todo, el libro más intervenido es Estética y ética…, otro desprendimiento editorial, y bastante caprichoso, de O lo uno o lo otro.

 

Gentileza Biblioteca Nacional Mariano Moreno

 

“Está uno tentado no de compadecerte, sino de desear que las circunstancias de la vida te aprieten algún día en su red y te obliguen a mostrar lo que tienes en el alma, que puedan apremiarte de tal manera que no sean posibles los dichos fáciles ni las bromas” (p. 10);

“¿No sabes acaso que llegada la medianoche todos deben arrojar la máscara, crees que uno siempre se puede burlar de la vida, crees que te puedes deslizar antes de las doce a fin de evitarlo?” (p. 11).

 

Gentileza Biblioteca Nacional Mariano Moreno

 

Aquí Alejandra inserta el único comentario de puño y letra que hemos hallado: “y si detrás de la máscara no hay nada? ¿y si lo único real fuera la máscara?”. Volveremos sobre esta anotación.

El subrayado prosigue más abajo:

 

“Hay en todo hombre algo que, en cierto modo, le impide ser transparente para sí mismo; y puede serlo en tal grado, puede ser tan inexplicablemente introducido en su vida en circunstancias que se encuentran más allá de sí mismo, que el hombre apenas pueda manifestarse; pero el que no puede manifestarse no puede amar, y el que no puede amar es el más desgraciado” (pp. 11-12);

“La elección misma es decisiva para el contenido de la personalidad; por la elección ella se hunde en lo que ha sido elegido, y si no elige, se empobrece” (p. 15);

“Se percibe entonces que la voz interior de la personalidad no tiene tiempo para hipótesis, que continúa precipitándose hacia adelante y de un modo u otro plantea alternativamente una u otra cosa, lo cual, en el instante siguiente, hace la elección más difícil, pues debe retomar lo que ha sido dejado” (p. 16);

“De acuerdo con lo que acabo de desarrollar, verás también en qué difiere esencialmente mi concepto de la elección del tuyo, y he aquí la diferencia. El instante de la elección es para mí algo muy grave, no a causa del estudio profundo que implica la elección entre dos cosas distintas y de la multitud de pensamientos que se refieren a cada cosa en particular, sino, sobre todo, porque corro el riesgo de no tener ya, un instante después, la misma posibilidad de elegir, porque entre tanto, algo ya ha sido vivido y debe pues ser vivido una vez más; es un error creer que se pueda mantener la propia personalidad un solo instante en blanco, o que se pueda, en sentido más estricto, detener o interrumpir la vida personal. Antes de la elección, la personalidad, vale decir las potencias ocultas en ella, elige inconscientemente[11] (pp. 16-17);

“Si quieres comprenderme correctamente estoy dispuesto a decir que lo que más vale en la elección no es elegir lo que es justo, sino la energía, la seriedad y la pasión con las cuales se elige” (p. 20);

“… no una actividad del pensamiento, pues no te falta, sino la seriedad del espíritu. Tal vez sin ella consigas hacer muchas cosas, tal vez llegues a sorprender al mundo (pues no soy mezquino), y, sin embargo, el bien superior, lo único que en verdad da importancia a la vida, se te escapará; ganarás tal vez el mundo entero y te perderás a ti mismo” (p. 21);

“Y lo triste cuando se considera la vida humana, es que hay tantas gentes que viven sus vidas en una tranquila perdición; se desgastan a sí mismos, no porque su riqueza interior se despliegue sucesivamente y sea poseída en ese despliegue; no, pero, como si al vivir saliesen de sí mismos, desapareciesen como sombras, su alma inmortal es arrastrada como por el viento, y no se preocupan de su inmortalidad, pues están disueltos antes de morir” (p. 22);

“No te dejo fortuna, ni títulos, ni cargos, pero sé dónde está oculto un tesoro que puede hacerte más rico que todo el mundo, y ese tesoro te pertenece y no debes agradecérmelo a fin de no comprometer tu salvación debiéndolo todo a otro ser; ese tesoro está encerrado en tu propio corazón: ahí hay un aut-aut que hace a un ser más grande que los ángeles” (p. 32);

“… los ojos son los últimos en quedar satisfechos” (íd.);

“Cuando todo se ha vuelto sereno, solemne como una noche estrellada, cuando el alma está sola en el mundo entero, entonces aparece ante ella, no un ser superior, sino la potencia eterna misma, el cielo se entreabre, por así decir, y el yo se elige a sí mismo o, más bien, se recibe a sí mismo” (p. 33);

“… pues la grandeza no consiste en esto o en aquello, sino que se encuentra en el hecho de ser uno mismo” (íd.)

 

Terminada la sección sobre elección y personalidad, Alejandra continúa con la parte dedicada a la estética:

 

“Por eso sus ojos son tan sombríos que nadie puede mirarlos, tan llameantes que asustan, pues detrás de los ojos el alma está hundida en la oscuridad” (p. 45);

“Cuando has hecho espejear una imagen ideal ante los ojos de alguien y hay que reconocer que, en cualquier forma, sabes mostrarte ideal – te retiras prudentemente y sientes el placer de haber engañado a un hombre” (p. 65);

“… pues nada finito, ni siquiera el mundo entero, podrá satisfacer el alma de un hombre que siente la necesidad de lo eterno” (p. 66);

“… de ella [de la mujer] viene la salvación, tan seguro como que del hombre viene la ruina” (p. 71);

“… el hombre que no ha probado la amargura de la vida, ha desconocido la importancia de la vida, por hermosa y rica en placeres que ella haya sido” (p. 72; en p. 76 hay una línea vertical entre dos frases que no sabemos qué indica);

“La desesperación es justamente representativa de toda la personalidad, la duda sólo lo es del espíritu” (p. 78);

“La razón por la cual un hombre desesperado –calmada su duda– se sobrepone, es que, en el fondo, él no quiere desesperar. En suma, nadie puede desesperar si no quiere” (p. 79);

“Pero, ¿qué es este yo mismo? Si quisiera hablar de un primer instante, designarlo mediante una expresión primera, mi respuesta sería ésta: es lo que a la vez es lo más abstracto y lo más concreto –es la libertad–.” (p. 81);

“Mientras la naturaleza es creada de la nada, mientras yo mismo en cuanto personalidad inmediata, soy creado de la nada, como espíritu libre he nacido del principio de la contradicción, o he nacido por el hecho de que me he elegido a mí mismo” (p. 83);

“… pero existe el amor con el cual amo a Dios, y ese amor tiene en el lenguaje una sola expresión: el arrepentimiento” (p. 84);

“… en cuanto amo libremente y amo a Dios, entonces me arrepiento” (íd.);

“… sólo eligiéndome a mí mismo como culpable, es como me elijo en sentido absoluto sin crearme a mí mismo” (íd.);

“Por eso es tan difícil que las personas se elijan a sí mismas; porque el aislamiento absoluto es aquí idéntico a la continuidad más profunda, porque mientras uno no se ha elegido a sí mismo existe la posibilidad de ser, de un modo u otro, algo distinto” (p. 85).

 

Tras estos pasajes, donde Pizarnik parece remachar su propia búsqueda identitaria, el libro permanece sin marcas hasta el final, página 237. Los que no gusten de Kierkegaard, habrán llegado aquí con un fastidio comprensible; los que sí, agradecerán esta suerte de antología “curada” por Pizarnik. Por supuesto, las lecturas kierkegaardianas de Alejandra fueron más allá de estos tres libros. En un par de entradas de sus Diarios, muestra el deseo de leer la Antígona de Kierkegaard. Con ese nombre Editorial Losange, de Buenos Aires, había publicado, en 1954, una versión castellana sobre el estudio del reflejo de la tragedia antigua en la moderna, una vez más, extirpado de O lo uno o lo otro; el responsable de la traducción era Edmundo Fontana. La lectura parece haberla decepcionado: “Terminé Antígona. Demasiada ética y demasiado resentimiento personal en K.” (18 de agosto de 1968); sin embargo, con anterioridad (1963) cita en sus Diarios estos fragmentos: “… su sufrimiento es su amor… Toda ella es silencio…”.

No sabemos bien qué obra tenía en mente cuando le escribió a Amelia Biagioni, en una carta del 18 de noviembre de 1967, estas líneas en que utiliza heterodoxamente el leitmotiv kierkegaardiano paradoja/escándalo:

 

“Por eso, imagino, invocás a la dura poesía con términos lujosos y trágicos como si fuera la muerte; y por eso, imagino, ser poeta es, entre otras cosas, poseer esta virtud (sinónimo de “la condena”, naturalmente) de adueñarse de la máxima paradoja –aquella que el viejo amigo Kierkegaard considera un escándalo. Paradoja que constituiría en que el más solitario… crea un lugar –el poema– en donde otros solitarios se reúnen, se reconocen (en tanto afuera llueve y es invierno)”.

 

Y he aquí, con entrada 18 de diciembre de 1964 de sus Diarios, un no menos heterodoxo comentario a Temor y temblor:

“Kierkegaard: Temor y temblor. El conflicto: ética y religión. Sentido del silencio. Actos apartados del mundo”.

“Actos que interrumpen el fluir del tiempo. De Quincey: los golpes en Macbeth. Aquí es la subida a Morija. El silencio de Abraham. Pero K. ¿Qué sabe de ese silencio? Tal vez A. no pensaba en nada, no sentía nada. Tal vez obedecía y nada más. Se acostumbró a obedecer y eso es todo.

Pero hay que dar por sentado el sufrimiento de Abraham. Aunque tal vez, lo que pasó es que Abraham, simplemente, amaba más a Dios que a su hijo y a su raza. Tal vez ni siquiera eligió. Estaba enamorado de Dios y por ello no le pareció excesivo matar a su hijo”.

 

¿Qué busca y qué no busca Alejandra Pizarnik en Kierkegaard? Aunque quizás lo que siga sea errado, arbitrario, intuitivo y refutable, creemos que no busca ni un sistema filosófico, ni una fe, ni una esperanza, ni un Cristo, ni un Dios, listado con el que nuestro danés ciertamente sí se sentiría representado, salvo el “sistema filosófico”. La misma Pizarnik lo deja claro en una entrada de sus Diarios: “Parecerse a K[ierkegaard] y a K[afka] pero sin sus convicciones espirituales” (29 de agosto de 1964). Alejandra es étnicamente judía, pero “descubre” esa etnicidad bastante tardíamente: cuando le toca sufrir, en su segunda estadía en París, un rebrote antisemita, al que poco después sigue, en la Argentina, la muerte de su padre y un vislumbre de la liturgia fúnebre sinagogal, que incluso le produce risa. Tardíamente también toma conciencia de la muerte de muchísimos de sus parientes tanto en los pogromos de la Europa Oriental como en la Shoah. Jesús se le presenta como:

 

“… un pequeño judío enamorado de ciertas ideas (amor, caridad, compasión), y las ama porque nunca las vio en la dite réalité. Culpa de María, madre judía típica, tan típica como la madre de Freud. Ahora bien: J. amaba esas tres ideas pero en tanto ideas… Digo que imagino a J. mandando a la mierda a los apóstoles, golpeando a su madre pero llorando a solas mientras elucubra sus ideas de bondad luminosa. A pesar de la Historia, yo afirmo que era feo (y no homosexual sino conflictuado, impotente u homosexual que [ilegible] ignora) y nunca consiguió amor sino solamente socios y cómplices para su negocio —no financiero sino afectivo—. No le dieron un poco de amor; ergo: pedirá adoración… (25 de noviembre de 1967)”.

 

La BNMM guarda también un ejemplar suyo del Nuevo Testamento, en la versión de Torres Amat revisada por Juan Straubinger, año 1950; los subrayados, que abundan más en los textos paulinos que en los evangélicos, parecen ser más bien hallazgos estéticos que epifanías religiosas.

Alejandra busca en Kierkegaard la paradoja como herramienta retórica y disruptiva del mundo; busca la belleza, la posibilidad y los límites de la palabra. Pensada desde Kierkegaard, nunca sale del estadio estético, porque este es el único posible para ella –y obviamente, no para Kierkegaard. El límite de la palabra, su impotencia, es la verdadera obsesión pizarnikiana, que se confunde con la vida misma, y con su vida misma. Para que la palabra sea posible, le es necesaria la soledad, horas y horas y días y semanas dedicadas a su cincelamiento, su transparencia, su efectividad, su magia, y, finalmente, su irrefutable imposibilidad, como ya lo había intuido Rimbaud. Imposibilidad, entonces, de la palabra y de la vida misma. Cuando hace una única nota al margen de un texto kierkegaardiano, es para contradecirlo con una mirada absolutamente nihilista, y, como acota Evelyn Galiazo, nietzscheana, quizás mediada por Bataille: “Resulta difícil dudarlo: lo que brilla por su ausencia en esta pregunta pizarnikiana [i.e., “Y si detrás de la máscara no hay nada? y si lo único verdadero fuera la máscara?] es el nombre del filósofo que en tantas páginas reivindica el valor de las superficies y los simulacros.” [12]

Por eso no es casualidad que el poema, el único en que nuestro danés es mencionado, sea casi el último en escribirse, inusualmente extenso, fruto de su internación en el Hospital Pirovano tras un intento de suicidio fallido que sería propedéutico del finalmente “exitoso”, meses después. Allí Kierkegaard es mencionado entre los “amores” posibles de la poeta, amores formados por hombres solitarios que han buceado hasta el límite de la soledad para que la palabra sea una posibilidad:

 

“(¡Oh, Lichtenberg, pequeño jorobado, yo te hubiera amado!)
Y a Kierkegaard
Y a Dostoyevski
Y sobre todo a Kafka
a quien le pasó lo que a mí,
[…]
fue demasiado lejos en la soledad
y supo – tuvo que saber –
que de allí no se vuelve
se alejó – me alejé –
no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal)
sino porque una es extranjera
una es de otra parte,
ellos se casan,
procrean,
veranean,
tienen horarios,
no se asustan por la tenebrosa
ambigüedad del lenguaje
(No es lo mismo decir Buenas noches que decir Buenas noches)

 

El lenguaje

–yo no puedo más,
alma mía, pequeña inexistente,
decidíte;
te las picás o te quedás,
pero no me toques así,
con pavura, con confusión,
o te vas o te las picás,
yo, por mi parte, no puedo más”.

 

Bibliografía

  • Borges, Jorge Luis, Obras completas. Buenos Aires, Emecé, 1997ss. 4 v.
  • Galiazo, Evelyn, “Todo lo sólido se desvanece en el aire: ecos nietzscheanos en la obra de Alejandra Pizarnik”; en: Instantes y Azares. Escrituras nietzscheanas, no. 6-7, 2009, pp. 135-158.
  • Galiazo, Evelyn (coord.), Alejandra Pizarnik: entre la imagen y la palabra. Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2022.
  • Helft, Nicolás, Jorge Luis Borges, Bibliografía e índice. Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2013.
  • Kafka, Franz, Buenos Aires, Debolsillo, 2015.
  • Piña, Cristina, y Patricia Venti, Alejandra Pizarnik: biografía de un mito. Buenos Aires, Lumen, 2021.
  • Pizarnik, Alejandra, Poesía completa; edición a cargo de Ana Becciu. Buenos Aires, Lumen, 2002.
  • ——, Prosa completa; edición a cargo de Ana Becciu. Buenos Aires, Lumen, 2008.
  • ——, Nueva correspondencia (1955-1972); edición de Ivonne Bordelois y Cristina Piña. Barcelona, Lumen, 2017.
  • ——, Diarios; nueva edición de Ana Becciu. Barcelona, Lumen, 2022.
  • ——, y León Ostrov, Cartas; edición de Andrea Ostrov. Villa María, Eduvim, 2012.
  • Rosato, Laura, y Germán Álvarez, Borges, libros y lecturas: catálogo de la colección Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional. Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2017.
  • Salazar Torres, Fernando, “Árbol de Diana, ausencia y pérdida de Alejandra Pizarnik”; en: Máquina, marzo de 2017.
  • Sánchez Sottosanto, Juan C, “Kierkegaard en la ‘Colección Borges’ del Tesoro de la Biblioteca Nacional Argentina”; en XV Jornadas Kierkegaard, Buenos Aires, 2019.
  • Sánchez Sottosanto, Juan C, “Presencia de Kierkegaard en las lecturas de Alejandra Pizarnik”; en XVII Jornadas Kierkegaard, Buenos Aires, 2019.

Notas
[1] Borges, Obras completas, Emecé, Buenos Aires, 1997ss, v. IV., p. 491.
2 Ibid., p. 306.
3 Ibid., p. 98.
4 Kafka, Diarios, Debolsillo, Buenos Aires, 2015, p. 306.
5 Borges, Obras completas, Buenos Aires, Emecé, Buenos Aires, 1997ss, v. II, pp. 88-90.
6  Curiosamente, sí existen trabajos sobre Pizarnik estudiada desde una perspectiva kierkegaardiana, como el de Salazar Torres; para referencias completas, véase la Bibliografía.
7 Pizarnik, Prosa completa…, Lumen, Buenos Aires, 2008, pp. 90 y 238.
8 Pizarnik, Nueva correspondencia…, Lumen, Barcelona, 2017, p. 204.
9 Pizarnik, Poesía completa…, Lumen, Buenos Aires, 2002, p. 416.
10 Cf. Piña y Venti, Alejandra Pizarnik…, Lumen, Buenos Aires, 2021, pp. 375-77.
[11] En nuestra transcripción, el subrayado indica un énfasis adicional puesto por la propia Alejandra Pizarnik
[12] Galiazo, “Todo lo sólido se desvanece en el aire: ecos nietzscheanos en la obra de Alejandra Pizarnik”; en: Instantes y Azares. Escrituras nietzscheanas, no. 6-7, 2009, p. 145.