Resumen
El presente artículo establece un diálogo crítico y reflexivo entre el pensamiento de Friedrich Nietzsche y las dinámicas de poder presentes en la actualidad. Más concretamente, el trabajo aborda, desde una mirada epistemológica, conceptos clave de la filosofía como la “muerte de Dios” cotejado al problema de la invasión digital entendida, para fines de este artículo, bajo la misma categoría. “Nuevos Dioses de la decadencia”, propone al sujeto del siglo XXI como coautor del engaño mediante las nuevas relaciones de poder que se gestan en el escenario de los mecanismos de control y poder: las nuevas tecnologías de la información.
Palabras Clave: Nietzsche, Dios, poder, verdad, feudalismo digital, nuevas tecnologías.
Abstract
This article establishes a critical and reflective dialogue between the thought of Friedrich Nietzsche and the current power dynamics. The work addresses, from an epistemological perspective, key concepts of philosophy such as the “death of God” compared to the problem of digital invasion understood, for the purposes of this article, under the same category. “New Gods of decadence” proposes the subject of the 21st century as a co-author of the deception through the new power relations that are created in the scenario of control and power mechanisms: the new information technologies.
Keywords: Nietzsche, God, power, truth, digital feudalism, new technologies.
El pensamiento de Friedrich Nietzsche (1844-1900), el maestro de la sospecha es conocido por disponer de una convulsiva producción intelectual que trasciende los esquemas de pensamiento de la modernidad situándose incluso en los peldaños más altos del presente. Su exquisita capacidad crítica y reflexiva, de dimensiones políticas, artísticas y culturales, desdibuja por completo cada atisbo de comodidad intelectual que trasgreda la realidad ante una creación sistemática de la razón que, según el filósofo, tiraniza y disminuye la vida.
Esta visión clásica del conocimiento a la que Nietzsche le dedicó toda su vida constituiría uno de los mayores problemas epistemológicos sobre el cual se cimentaría una sociedad sometida al idealismo y al reduccionismo científico; de allí que parte el inconveniente cultural de la decadencia y el nihilismo al que el filósofo criticó radicalmente en sus textos. Anterior a su época de esplendor y consumación, Nietzsche apenas comenzaba a librar una pugna desde el positivismo contra el nihilismo pasivo producto de la religión y las ideologías de corte socialista. A pesar de ello, es a partir de 1882 que en su obra titulada “La Gaya Ciencia”, su pensamiento despega completamente en contra de una concepción tradicional del conocimiento abatida ante una premisa homicida que muchos considerarían una profecía: “la muerte de Dios”[1].
La muerte de Dios
El horizonte conceptual del que parte la premisa conocida como “Dios ha muerto” dispone de una complejidad explicativa que oscila entre el entendimiento de mecanismos teóricos propios de la filosofía de Nietzsche tales como, el nihilismo y la voluntad de poder, construcciones claves para entender su obra. Al expandir este exacerbado marco de pensamiento con el que el filósofo cuestiona las claves conceptuales de su contexto social, sucede necesario abarcar su crítica desde la breve mirada metafísica a la que atiende su obra.
Haber ligado el signo lingüístico “Dios” al Dios de la religión es apenas una mirada aparente y fugitiva a través de la cual se pueden leer los verdaderos intereses del poder que denuncia el filósofo. Ya lo consideraba Martín Heidegger en su interpretación al respecto, “Dios ha muerto significa que el mundo suprasensible carece de fuerza operante. La metafísica entendida como platonismo se acabó”.[2] Determinando los fundamentos del mundo suprasensible, entre ellos dogmas, ideologías y explicaciones ontológicas del ser, como si se encontraran contenidos bajo la palabra “Dios”; Heidegger reafirma presenciar el discurso reflexivo que Nietzsche mantiene en contra de la construcción idealista del conocimiento que se gesta en el escenario de la modernidad.
Ante este marco, la muerte de Dios representa una sentencia para un sistema social que surge de una metafísica tradicional que, mediante el lenguaje, la ley moral y la cultura, solidifica la fuerza para sí. Con la muerte de Dios, Nietzsche propone que tanto la razón, como el progreso y el método científico prevalecen ante el paradigma de la conciencia que impide dar un vistazo hasta las intenciones e intereses sobre los cuales se construye el conocimiento y se dicta el poder. Nietzsche interpela a la construcción clásica de la ciencia con el mismo ímpetu con el que critica al lenguaje. Para el filósofo alemán, con el uso del lenguaje, la realidad se configura de manera arbitraria, pues cada signo lingüístico alberga denominaciones producto de una relación de poder marcada en un determinado contexto. En otros términos, cada palabra y con ella, la compresión del mundo no es más que una consigna humana marcada por una mirada tendenciosa segada por quienes sostienen las riendas del poder.
Para confrontar enteramente esta ilusión ontológica marcada por signos y conceptos, Nietzsche se atreve a jugar con el signo “Dios” bajo las mismas reglas. Más allá de remarcar la potencial y creciente onda ateísta que aguarda en los remolinos de la cultura moderna, “Dios” marca la pauta para revelar el declive de un sistema de valores, teorías morales y, sobre todo, falsos consuelos prometidos que yacen más allá de la forma individual. Por consiguiente, la muerte de Dios no es más que un constructo metafórico que señala vehementemente a toda creencia y/o construcción de la realidad que domina, siempre, cual verdad absoluta e incondicional. Ya lo mencionaba en su obra El Ocaso de los Ídolos, en tanto abordaba al concepto de Dios cual apariencia engañosa enquistada en la sociedad:
“Los filósofos disponen de su magnífico concepto de Dios …Lo último, lo más liviano, lo más vacío es situado como lo primero, como lo que se causa a sí mismo, como el ente realísimo. ¡Qué triste es que la humanidad haya tenido que tomar en serio los dolores de cabeza de esos enfermos fabricantes de telarañas! ¡Y a qué precio!”[3]
Desde el punto de vista de Gilles Deleuze, cuando se contempla la fórmula “Dios ha muerto” desde la mirada de un nihilismo pasivo, la idea de Dios expresa “la voluntad de la nada, la depreciación de la vida; cuando no se coloca el centro de gravedad de la vida en la vida, sino en el más allá, se ha quitado a la vida su centro de gravedad”[4]. Ya lo advertía Nietzsche en sus reflexiones sobre el nihilismo; una sociedad decae en tanto pierde intempestivamente el horizonte conocido. El nihilismo simplificado como reacción de todo dogma, revela la indefensión completa en la que se encuentra el hombre al no encontrar sentido al sufrimiento y a la vida terrenal; momento en el que los valores comprendidos anteriormente como supremos caducan y dan paso a unos nuevos. Por consiguiente, la actitud nihilista es fruto de constantes frustraciones por la búsqueda del significado de la vida tras la muerte de Dios.
El nihilismo sobre el que Nietzsche considera no existir una verdad absoluta más allá de someras interpretaciones, representa un legítimo peligro en tanto no pudiera ser superado, pues marca un resentimiento a la vida en el que impera la carencia de sentido y la ausencia de metas que, a su vez, impulsa la creación de nuevos consuelos como escenarios ficticios de la realidad. “La depreciación supone siempre una ficción: se falsea y se deprecia por ficción, se opone algo a la vida por ficción”.[5]
Si es Dios una palabra inclusa para referirse al mundo de las ilusiones, en un sentido extra moral; y más concretamente a la facultad de ejercer el poder, cabe replantearse la persistencia de su muerte. Es correcto expedir nada más que apreciaciones líquidas sobre cómo se equilibra la metáfora nietzscheana de Dios con una sociedad que le lleva más de un siglo de evolución; a pesar de ello, la presencia inacabable de la filosofía de Nietzsche continúa determinando los aspectos sociales y los esquemas de pensamiento actuales desde la crítica y deconstrucción.
Es dentro de los periodos actuales en donde el pensamiento discursivo de “Dios ha muerto” ha de convertirse en una cuestión problemática ininteligible para una sociedad que ha trastocado, una y otra vez, el sistema perverso al que se enfrentaba el filósofo. La muerte de Dios ha sido una de las consignas más revolucionarias y la vez más efímeras cuando se trata de analizarla bajo el microscopio del Siglo XXI, tiempo esquizofrénico en el cual se disipa todo margen de la realidad. Es este momento exacto en el que la vida renuncia a sus fuerzas reactivas dando paso al hombre como creador y rector de su propia evolución. Recordando las lecciones de Zaratustra, la capacidad de creación es el único mecanismo de orientación ante la desesperación causada por la muerte de Dios; pues como lo decía el profeta, “¡El querer os hará libres!: esa es la verdadera doctrina sobre la voluntad de crear y de devenir (…) Esta voluntad me ha alejado de Dios y de los Dioses”.[6]
Siendo la vida una fuente persistente de afirmación y alegría, el hombre es libre de las cadenas que atan su voluntad y sus pasiones, pero “muchos otros soles discurren por el espacio vacío, hablándole (…)”[7]¿A qué ha dado paso el hombre mediante su capacidad creadora? ¿Acaso no ha sido nuevamente el autor de nuevos dioses que caminan entre él, sibilinos, inquietos, ocultos detrás de la máscara del utilitarismo vencida ya una vez? Como mencionaba Deleuze: “Si Dios ha abandonado su lugar en el mundo suprasensible, este lugar, aunque vacío, continúa estando. La región vacante del mundo suprasensible y del mundo ideal puede ser mantenida. El lugar vacío pide incluso ser ocupado de nuevo, y sustituir el Dios desaparecido por otra cosa”.[8]
La cuestión del poder y el surgimiento de nuevos dioses
Marcamos la revolución digital como el “Nacimiento de la Tragedia” de los nuevos tiempos. Instrumentos para la innovación y el progreso, democratización de la información a la velocidad de la luz, entretenimiento, eficacia y eficiencia, son solo algunas de las apariencias de lo que, bajo una perspectiva nietzscheana, se consideran, para fines de este artículo, nuevos dioses. Las recientes tecnologías de la información han logrado un despegue innegable para el desarrollo social dinamizando sectores como el de la economía e incluso, la cultura. Su presencia revela una auténtica globalización, en donde nada se detiene y todo sucede al mismo tiempo.
¿Pero qué se esconde detrás de los nuevos dioses? A pesar de la evidente utilidad en la productividad y conservación de la vida, la masiva adhesión a las nuevas tecnologías ha ocasionado varias interrogantes respecto a la inminente dependencia que el individuo ha desarrollado hacia ellas. Para mediados del siglo XX, Herbert Marshall McLuhan, el profeta del apocalipsis digital, ya vaticinaba el surgimiento de internet y su impacto social. Según su reflexión, las estructuras sociales se transformarían drásticamente dando como resultado un cambio sin precedentes para la especie:
“La cultura se vuelve organizada como un circuito eléctrico: cada punto en la red es tan central como el siguiente. El hombre electrónico pierde contacto con el concepto de un centro director, así como las restricciones de las reglas sociales basadas en la interconexión. El ordenador, el satélite, la base de datos y la naciente corporación multiportadora de telecomunicaciones separarán lo que quede del viejo genio con orientación hacia lo impreso al disminuir el número de personas en el lugar de trabajo, destruyendo lo que quede de intimidad personal, y desestabilizando desde el punto de vista político a naciones enteras a través de la transferencia de información sin censura a través de las fronteras nacionales por medio de infinitas unidades de microondas y satélites interactivos”.[9]
En una sociedad en la que se extravía y confunden las estructuras sociales, el cambio tecnológico es quien dicta y reorganiza el poder. Si para Nietzsche el poder se configuraba en el lenguaje y la ilusión comprendidos a través de la metáfora de Dios, Manuel Castells lo reconoce en las relaciones sociales que se entretejen gracias a la tecnología digital. En palabras del autor, el poder es siempre una relación asimétrica en la que prevalece la voluntad, intereses y valores de quien puede dictaminar el orden social. Consecuentemente, “el poder se ejerce mediante la coacción (o la posibilidad de ejercerla) y/o mediante la construcción de significado partiendo de los discursos a través de los cuales los actores sociales guían sus acciones”.[10]
El poder al que se enfrentaba Nietzsche era un poder político e ideológico que ejercía su fuerza a través de instituciones religiosas y espacios del conocimiento donde la verdad era siempre concebida como una instancia suprema, indiscutible, una verdadera esencia, Dios. El poder requiere de la verdad para su conservación, siendo así que esta última queda sometida a las redes de poder que la instituyen y a los efectos de dominación que los primeros ejercen.
De este modo, la ceñida relación que se vislumbra entre la construcción metafórica de la verdad en el signo lingüístico de Dios y lo que se define como poder; induce a la reflexión sobre cuán grande es el margen de participación de las nuevas tecnologías al momento de delimitar los criterios de la verdad. Según el filósofo contemporáneo Michel Foucault la verdad es aquello que diferencia entre lo bueno y lo malo siendo lo verdadero el discurso del poder; de esta forma, la verdad se convierte en una cuestión que sólo puede ser analizada bajo un estudio de las relaciones de poder.
Pero ¿quiénes detentan la verdad en un mundo en el que la realidad discurre entre relaciones de poder imperceptibles y ambiguas? Ya lo mencionaba Castells al presenciar la notable participación y carrera de grandes empresas multinacionales al apostar por posicionarse en las nuevas jerarquías del poder desde las nuevas tecnologías. Para el autor, en el capitalismo global, el poder se encuentra en los mercados financieros, el FMI y en cualquier aparato capaz de aprovechar la innovación tecnológica en prosecución de este poder. Así tenemos grandes empresas reconocidas como Microsoft, actualmente líder distribuidor comercial de productos de Inteligencia Artificial (IA) y tecnologías GPT, capitalizando alrededor de 34.000 millones de dólares registrados hasta la segunda mitad de 2022.Asimismo, también nos enfrentamos a la presencia de corporaciones como la de Mark Zuckerberg cuya ambición por crecer en el mercado digital se encuentra probando alternativas de realidad aumentada como la del metaverso en búsqueda de expandir las experiencias humanas al mundo virtual.
Aun considerando los beneficios de la digitalización, su presencia posee un carácter oligopólico en la que pocos (empresarios de compañías tecnológicas multimillonarias) tienen la capacidad de dominar a la sociedad desde una hegemonía expansiva y ambiciosa, apenas notoria.
El poder de la digitalización que se propone en este artículo, identificado como feudalismo digital, es entendido por el investigador Cristóbal Cobo como el sistema donde unos pocos controlan la información y el uso de los datos, de tal forma que, en la práctica, se gestan estilos de vida en la que se “aceptan todas las condiciones”. Para él, las tecnologías digitales se han convertido en aparatos seductores para los usuarios independientemente del si los sujetos necesitan aquellos estímulos o no. En este marco, el autor de “Acepto las condiciones. Usos y abusos de las tecnologías digitales”, denuncia que las herramientas tecnológicas de los nuevos tiempos alteran la percepción y rechazan la realidad creando una vorágine de información parcializada. Por ende, para Cobo, el primer paso para no ser manipulado “está en entender las formas de poder, control y dependencia que hoy existen, porque vivimos en una economía basada en un sofisticado aparato de vigilancia de extraordinario alcance que acapara cualquier aspecto de la realidad”.[11]
Dios no está muerto. Está presente en el mundo digital, en los smartphones, telecomunicaciones y dispositivos electrónicos que facilitan la vida, así como también la dispersan. Ejercen su supremacía cual sistema económico en donde los medios de construcción y conservación del poder se centralizan en manos de unos pocos, conocido, ahora, como feudalismo digital. La competencia desmedida de las grandes compañías tecnológicas por posesionarse entre los mejores puestos de consumo ha logrado una invasión digital sin precedentes en donde el individuo se enfrenta a la imposibilidad de vivir, al menos, sin su teléfono móvil. Pero ¿a qué se debe la repentina y voluntaria entrega a los mecanismos actuales de control? ¿Olvidamos que Dios ha muerto y en consecuencia hemos creado cientos de dioses nuevos? En la actualidad, según palabras de Foucault:
“Lo que hace que el poder agarre, que se le acepte, es simplemente que no pesa solamente como una fuerza que dice no, sino que de hecho la atraviesa, produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos; es preciso considerarlo como una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social más que como una instancia negativa que tiene como función reprimir”.[12]
Los mecanismos de placer y entretenimiento permiten que estas tecnologías sean bien recibidas por la sociedad, y en ello radica la diferencia entre los antiguos y los nuevos dioses; los primeros reprimen la capacidad crítica y discursiva, los nuevos la inhiben y la reemplazan en múltiples formas de complacencia. Es claro que el hombre realmente no ha podido matar a Dios, o más bien, no ha querido. Esa sensación de incomodidad y abandono que ha permanecido latente durante años, ahora se vuelve más pasiva creando una forma de vida más elemental.
“Los filósofos se engañan a sí mismos al creer que cuando se combate la decadencia se la supera. Pero superarla es algo que está por encima de sus fuerzas: pretenden un remedio y salvación que no es sino una manifestación más de decadencia; cambian la expresión de la decadencia, pero no la eliminan”.[13]
Bibliografía
Notas
[1] Friedrich Nietzsche, La Gaya Ciencia, ed., cit., pp. 137-138.
[2] Rodolfo García, “La frase de Nietzsche Dios ha muerto según Martín Heidegger”, en ed., cit., pp. 214. https://www.redalyc.org/pdf/666/66612867015.pdf. Consultado el 1 de abril de 2023.
[3] Friedrich Nietzsche, El Ocaso de los Ídolos, ed., cit., p. 42.
[4] Gilles Deleuze, Nietzsche y la Filosofía, ed., cit., p. 214.
[5] Ibidem., p. 207.
[6] Friedrich Nietzsche, Así Habló Zaratustra, ed., cit., p. 69.
[7] Ibidem, pp. 83-86.
[8] Gilles Deleuze, Nietzsche y la Filosofía, ed., cit., p. 214.
[9] Marshall McLuhan, La Aldea Global, ed., cit., p. 91 visto en https://monoskop.org/images/2/2c/McLuhan_Marshall_Powells_BR_La_aldea_global.pdf. Consultado el 1 de abril de 2023.
[10] Manuel Castells, Comunicación y Poder, ed., cit., p. 27.
[11] Miguel Valero, “Feudalismo Digital”, visto en https://www.diarioabierto.es/445542/feudalismo-digital
Consultado el 1 de abril de 2023.
[12] Michel Foucault, “Verdad y Poder”, en op., cit., p. 182.
[13] Friedrich Nietzsche, El Ocaso de los Ídolos, ed., cit., p. 36.