Resumen
En su obra “La experiencia de la libertad”, Jean Luc Nancy analiza el concepto de libertad en relación con la escritura. Según Nancy, el sentido de la escritura se encuentra fragmentado entre la ciencia, el arte y la filosofía, lo que implica una libertad discursiva que permite una multiplicidad de sentidos. Sin embargo, esta fragmentación es problemática y peligrosa, aunque indispensable. El autor retoma algunos comentarios de Maurice Blanchot al respecto de la escritura debido a la remisión directa y pertinente que realiza Nancy en relación con dicho autor.
Palabras clave: libertad, escritura, ambigüedad, fragmento, riesgo, desastre.
Abstract
In his work “The Experience of Freedom,” Jean Luc Nancy analyzes the concept of freedom in relation to writing. According to Nancy, the meaning of writing is fragmented between science, art, and philosophy, which implies a discursive freedom that allows for multiple meanings. However, this fragmentation is problematic and dangerous, yet indispensable. The author references some comments by Maurice Blanchot regarding writing due to Nancy’s direct and relevant referral to Blanchot.
Keywords: freedom, writing, ambiguity, fragment, risk, disaster.
La libertad tal como la presenta Jean Luc Nancy es un concepto que muestra los mismos límites del pensamiento, pues para pensarla desde su fundamento nos tenemos que conformar con su exhibición desde su retirada[1]. Hablamos pues de un fenómeno sumamente escurridizo el cual se resiste justamente a un apresamiento conceptual que lo deduzca por completo. Deducir la libertad nos llevaría simplemente a su idea, la cual advertimos incompleta por carecer en sentido alguno cualquier rastro de espontaneidad propia del dinamismo mismo que es la libertad. Tampoco la libertad puede ser producida porque aquello supondría alegrarse con cualquier tipo de dato por insulso que sea. En cara a este tipo de libertad queda solamente una vivencia carente de cualquier tipo de experiencia, lo cual consideramos una privación de su carácter que hace de la libertad ser sí misma y no algo distinto[2].
En cambio, Nancy defiende que bajo un sentido fenomenológico la libertad se describe mejor por medio del quiasmo entre pensamiento y experiencia, es decir la correlación entre existencia y esencia como sustrato que posibilita solamente a partir de su conjunto la tematización de una libertad verdaderamente libre. La libertad se expresa entonces como un abandono a sí misma que muestra el límite del pensamiento que la presupone y de una existencia que por sí sola es incapaz de fabricarla. Esto ya vislumbra una postura de la libertad como aquello que «es el hecho de la existencia en tanto esencia de ella misma»[3].
Bajo este planteamiento nosotros nos dirigimos a uno de los problemas que se ha mantenido en la tradición filosófica al respecto de la división entre filosofía y literatura, pues consideramos en cierto sentido un tema afín al tratado por Nancy en su obra. Así pues, un primer cuestionamiento estaría en preguntarse si ¿la división entre filosofía y literatura no remite a su vez a la separación en la tradición entre pensamiento y existencia? A la luz de este cuestionamiento debemos preguntarnos por una parcelación de la escritura que nos dirigiera a varias posibilidades. La primera corresponde a la consideración de un modo de escritura que está únicamente relacionada con la idea pura, en la cual cualquier tipo de ejemplo es visto como un empañamiento que traiciona el mismo pensamiento. Del mismo modo cabe la posibilidad de limitar a la escritura a la representación de vivencias, como si ésta fuese un espacio infértil para crear por sí misma algo nuevo que no esté contenido ya en la misma vivencia. Estas dos vías prescriben una tradición que ha olvidado el carácter literario de la escritura por procurarse científica, apresando a la escritura en una reducción de sus límites que no lleva a otra cosa que el empobrecimiento mismo de sus posibilidades.
De lo que se trata está en escribir a la escritura y que en este dejarla hablar encontremos ahí su libertad, en los entrecruces de la ciencia, la filosofía y la literatura. Hablamos por tanto aquí de una escritura ambigua, una escritura que no se deja apresar únicamente por un género, una escritura que termina en la fragmentación y que justamente bajo esa forma puede iniciar de nuevo. «Son las ambigüedades de una libertad representada a la vez como liberación, superación de todas las reglas, de todos los géneros literarios, y como concentración de la auto-constitución y de la auto-suficiencia»[4]. Nancy remarca, «esas ambigüedades son esenciales a la brevedad y a la discontinuidad de la forma fragmentaria»[5].
La escritura libre fragmentaria supera de ese modo cualquier norma que la intente apresar, de ahí su fragmentación porque no puede pertenecer a un género puro, ya que se compone en vez por su amalgama. La libertad de la escritura está en la agonía que se acerca al límite del discurso, lo que «quiere decir su fin, pero igualmente también, su liberación»[6]. Esta liberación de la escritura se muestra como su autosuficiencia, pues demuestra que se basta a sí misma para expresarse desde ese límite en que se da.
Este quiasmo respecto al género como menciona Nancy es a su vez la implicación de la escritura en cuanto su libertad de engendrar metáforas, vecindades, traducciones, carácter, posiciones de enunciación, nuevas palabras, inefabilidad y ficciones[7]. Todo esto lleva a la escritura fragmentaria al riesgo de decir su fin, pero sin ese riesgo la escritura se vuelve insuficiente para liberarse y expresar todo lo que puede expresar. Por decirlo de otra manera, sin ese riesgo de llegar a su fin la escritura enmudece su propia libertad, su expresión se restringe al uso de fórmulas que matan, aquí en cambio buscamos en términos de Nietzsche, a la palabra libremente viva. «¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades? Sólo por olvido puede el hombre jamás llegar a creer que posee una “verdad” en el grado que acabo de señalar»[8].
Para ser libre la escritura olvida su restricción y trasgrede lo preestablecido, no porque se encuentre poseedora de una verdad, sino al contrario, al estar carente de ésta sale a su búsqueda e intenta por todos los medios que tiene a la mano. Ese intentar ciertamente corre el peligro de caer en la infracción, en la tautología, en la desinformación, o en la ilusión perpetua. Por lo tanto, la palabra viva es el resultado de la transposición, de una libertad sumamente peligrosa que nos dirige al límite de lo que puede expresarse humanamente, a la vez que se vislumbra siempre una intención de sobrepasar en el acto el mismo límite que apareció previamente como marca final. Nos encontramos aquí con el mismo dilema de Nancy, pues se vislumbra un límite que se resiste a ser pensado y no obstante aparece ante el pensamiento.
Argumentamos que la muerte de Dios en la filosofía de Nietzsche tiene que ver justamente con esta apertura al extravío que se presenta en la libertad, pues no nos encontramos impugnando por una libertad que se encuentra fundada en un ser necesario, al contrario, la libertad queda liberada a partir de la carencia de fundamento alguno que obligue a ésta a inscribirse como principio alguno. Aplicado esto a la escritura mencionamos que sería equivocado justificar la libertad de la escritura desde una libertad trascendente, pues esto sería hacer del escritor un Dios. Por eso «no hay nada de ese género que preguntar, buscar, interrogar, ni positivamente ni negativamente. Y que eso sea así no es en absoluto una privación, sino que es la libertad misma. —Sin embargo, no puedo evitar decir: es propiamente la libertad»[9].
La escritura tiene que vérselas con la expresión como un movimiento de sentido, en el cual su significado no se encuentra desde una manera prefigurada, sino que sucede como un don[10]. La libertad de la escritura es una ofrenda porque es algo que acontece, no se encuentra en un modo previo puesto que anterior a la escritura sólo hay indecisión:
“Esa indecisión expone esto: la retirada/ofrenda del sentido se hace de filosofía a literatura —y a ciencia— y recíprocamente. Aquélla no se hace en lo absoluto, y como un solo gesto. Su absolutez es precisamente su transmisión de régimen a régimen (siendo a su vez plural cada uno de estos regímenes), lo cual hace indecidible la distinción de los regímenes, pero que, al mismo tiempo, exige esta distinción”[11].
Esta indecisión se encuentra de un modo pleno, de ahí que la ofrenda a la vez implique una pérdida de tal plenitud. Conforme la escritura pierde indecisión su expresión se va asentando en el régimen/género sin que ello implique una completa claridad de lo que identifica un régimen/género sobre otro. Esta ambigüedad que señalamos ha sido problemática para la misma escritura, al respecto no hay que olvidar el Fedro, diálogo escrito por Platón respecto a su maestro Sócrates: «Una vez algo haya sido puesto por escrito, las palabras ruedan por doquier, igual entre los entendidos que entre aquellos a los que no les importa en absoluto, sin saber distinguir a quiénes conviene hablar y a quienes no»[12].
Este resquicio de ambigüedad se presenta como algo indisoluble en la escritura, pues esta no puede adaptar su discurso según el interlocutor al que se dirija. Esto mismo sucede con el régimen, pues si no se hace como un solo gesto y su absolutez radica en la transmisión, indicamos entonces que la distinción entre cada régimen tiene el acomodo relativo al de una placa tectónica, pues su estabilidad no limita que de vez en cuando suceda un terremoto que lo reacomode todo. Tal dinamismo otorga algo de inefable a la distinción en la escritura de la filosofía, literatura y ciencia, sin que esto no signifique que algo se mantiene en la distinción.
Bajo esta línea agregamos que esta diferencia se problematiza justamente en la escritura que asume el riesgo de su fragmentación, de una escritura que incomoda al no pertenecer por completo a un solo régimen y se encuentra como residente sin posibilidad de conseguir por completo una muestra que certifique su nacionalidad. La escritura fragmentaria es paradigmática por el modo performativo en que rompe con cualquier convención previa, sin que esto figure en sentido estricto un desborde del límite, pues mostramos que ha sido la posibilidad de la misma escritura por transgredirse lo que permite en primer lugar tanto su dilatación como estrechamiento.
En esta línea aquí cabe la pregunta que formuló Blanchot, «¿Con que otro lenguaje que el fragmentario, el del estallido, el de la dispersión infinita, puede señalarse el tiempo sin que esta señal lo haga presente, lo proponga a un habla de nominación?»[13] Al respecto consideramos que la fragmentación es el efecto, el resultado del estallido de la escritura y su dispersión, es la agonía de la libertad que fertiliza la expresión en su escape liberador.
Más adelante Blanchot menciona algo similar cuando escribe su definición sobre este concepto. «Fragmento: más allá de cualquier fractura, de cualquier estallido, la paciencia de pura impaciencia, lo poco a poco de lo súbitamente»[14]. Esto significa que no sólo debemos tomar a lo fragmentario en su expresión más estrepitosa o violenta, porque esto sería olvidar la otra cara del fragmento, como una libertad que intenta apaciguar lo súbito, aquello que el pesimismo malbarataría como causa perdida, el intento por contener algo que se desmorona, que se fragmenta irremediablemente.
Por lo mismo en su texto Blanchot apuntará más a una escritura del desastre[15] que deviene fragmentaria, en vez del riesgo de la escritura que menciona Nancy. «Escribir, tal vez es traer a la superficie como algo del sentido ausente, acoger el empuje pasivo que todavía no es el pensamiento, siendo ya el desastre del pensamiento»[16]. Notamos justamente ese carácter de pasividad de remarca Blanchot respecto al desastre, pues consideramos que ese es el aspecto que devela la otra cara de la moneda respecto a la libertad de la escritura.
Con esto queremos decir que la pasividad del desastre también revela un acontecer en el cual somos raptados y, por lo tanto, sucede como una situación de la cual no tenemos el control. Para Blanchot la libertad de la escritura nos pasa, pues al ser nuestro empuje algo que sucede de manera pasiva, diríamos que el papel del escritor está en presenciar el desastre. Por así decirlo el desastre de la escritura se asemeja entonces a los dominós que al estar en fila caen todos uno a uno, pues una vez que el escritor se encuentra escribiendo la escritura fluye por sí misma.
En cambio, el riesgo que hemos hablado en Nancy parece remitir ante todo a la libertad que se presenta para el Dasein, «La “esencia” de este ente consiste en su tener-que-ser [Zu-sein]. El “qué” (essentia) de este ente, en la medida en que se puede siquiera hablar así, debe concebirse desde su ser (existentia)»[17]. Como mencionamos en el principio de este ensayo, en Nancy la libertad está constituida a manera de quiasmo, por lo que en la escritura ésta vislumbra su esencia desde la existencia. Por lo mismo, argumentamos que desde su fundamento fenomenológico la tematización del riesgo surge como un acto intencional, llevando en sí ya algo de actividad como es su reconocimiento a partir de su carácter existencial. Al respecto ampliamos que aquí no se agota la tematización fenomenológica, ya que el mismo Husserl ha investigado el plano prereflexivo desde el método genético, el cual pregunta justamente por el origen de la experiencia, es decir, por aquello que motiva y fundamenta la actividad consciente[18]. Tomando esto en cuenta consideramos que la libertad expresada en la escritura es la interrelación entre su predisposición y su facticidad como expresión concreta. De ahí el riesgo que Menciona Nancy, en tanto que la unidireccionalidad rompe con el vínculo entre esencia y existencia. Argumentamos entonces que el escritor se asemeja al artesano que trabaja la forma del vidrio, pues tiene ante sí una materia tan maleable como a la vez tan frágil y fragmentaria.
Nos encontramos en el final de este ensayo justamente bajo este desenlace irremediable de la escritura libre como fragmentación. «Es indecidible, y sin embargo sabemos en qué consiste esa partición. Este “saber” no viene de otro discurso que dominaría los otros, está a su vez, en consecuencia, cogido en la partición y en el intercambio o en el cambio»[19]. La separación entre literatura, filosofía y ciencia es inefable, pues esto implicaría una transparencia respecto a la potencialidad de cada régimen. Del mismo modo es problemático resolver tal disputa desde un saber externo que no termine por aprisionar en modo alguno a la escritura, o que termine favoreciendo un régimen sobre otro. Se nos escapa una distinción cerrada de cada régimen debido a que ninguno ha quedado por completo ante el límite de sus propias posibilidades.
De ahí que, de buscar atenernos a lo que aparece sería más provechoso como dice Nancy, encontrar en vez la certeza de esta partición a partir de su cambio e intercambio entre cada régimen. Esto apunta, según consideramos, a la importancia de la tradición como registro de esta permutación incesante que demuestra en cada creación que como humanidad todavía tenemos mucho que decir.
Bibliografía
Notas
[1] Cfr. Jean-Luc Nancy, La experiencia de la libertad, ed., cit., p. 160
[2] Cfr. Ibidem. p. 11.
[3] Ibidem. p. 12.
[4] Ibidem. p. 156.
[5] Idem.
[6] Idem. Las cursivas son nuestras.
[7] Cfr. Ibidem. p. 169.
[8] Friedrich Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, ed., cit., p. 543.
[9] Jean-Luc Nancy, La experiencia de la libertad, ed., cit., p. 170
[10] Idem.
[11] Ibidem. p. 170-171.
[12] Platón. Fedro. p. 351
[13] Maurice Blanchot,. La escritura del desastre. p. 23.
[14] Ibidem,. p.36.
[15] Ibidem. p.35.
[16] Ibidem. p.42.
[17] Martin Heidegger, Ser y tiempo, ed., cit., §9, p. 67.
[18] Cfr. Edmund Husserl, Analyses concerning passive and active synthesis lectures on transcendental logic.
[19] Jean-Luc Nancy, La experiencia de la libertad, ed., cit., p. 171.