Las raíces filosóficas de la noción de performatividad de género en Judith Butler

Judit Butler. © CCCB, 2015. Autor: Miquel Taverna

 

Resumen:

Dentro de la discusión contemporánea respecto a la construcción del género, la identidad sexual, y los tópicos relativos al rol cultural en la definición de los mismos, la propuesta de la filósofa norteamericana Judith Butler es particularmente relevante por dos razones. La primera de estas es relativa al marco conceptual desde el cual discute, a saber, por un lado, el posestructuralismo representa probablemente el impulso definitorio para el abordaje del género en la autora; en segundo lugar, la filosofía del lenguaje ordinario, específicamente, la postura de J. L. Austin acerca del sentido performativo de algunas de nuestras aserciones lingüísticas. Ambas posturas son extendidas hasta los límites que le permiten a Butler satisfacer su propuesta acerca del sentido performativo de la categoría de género.

Palabras clave: género, performatividad, lenguaje ordinario, citación, acto performativo, normatividad.

 

Abstract:

In the contemporary discussion regarding the construction of gender, sexual identity, and topics related to the cultural role in their definition, the proposal of the American philosopher Judith Butler is particularly relevant for two reasons. The first of these is related to the conceptual framework from which she discusses, namely, on the one hand, post-structuralism probably represents the defining impulse for the author’s approach to gender; second, the philosophy of ordinary language, specifically, J. L. Austin’s position on the performative meaning of some of our linguistic assertions. Both positions are extended to the limits that allow Butler to satisfy his proposal about the performative sense of the gender category.

Key words: gender, performativity, ordinary language, citation, performative act, normativity.

 

 

Introducción

En general, nuestro lenguaje no es inocuo. Este es capaz no solo de transmitir, comunicar, expresar, etcétera, sino también es capaz de crear y transformar realidades. El propósito de este escrito es mostrar, a partir de la discusión de la categoría de género en el contexto del aporte de Judith Butler a la misma, la raíz de la normatividad de nuestros términos para designar, señalar o hablar de un aspecto de la vida y libertad individual de las personas, a saber, el género con el cual se identifican o se les identifica social y culturalmente. En función de este propósito, específicamente, en este escrito pretendo dos cosas:

 

  1. Mostrar las fuentes filosóficas de la categoría de género que acuñó Judith Butler, lo cual haré con la descripción no exhaustiva de la denominada filosofía del lenguaje ordinario, específicamente, la propuesta de J. L. Austin al respecto de los usos performativos de ciertas expresiones del lenguaje y, con ello;

 

  1. elucidar el sentido performativo de la categoría de género de Judith Butler, tanto en su concepción como en sus efectos.

 

La evaluación de estos dos propósitos pretende mostrar que la categoría de género performativo acuñada por Butler persigue revocar dos pilares de la normatividad de nuestros conceptos, esto es, la fuente cultural como base de la normatividad lingüística y la previsibilidad de nuestras expectativas en función de la rigidez aparente de algunos términos para hablar de nosotros mismos.

 

¿Qué es la filosofía del lenguaje ordinario?

 

En primer lugar, hagamos una distinción entre al menos dos posturas sobre la filosofía del lenguaje ordinario, esta distinción no resulta ociosa, dado que las perspectivas contemporáneas sobre el género, dentro de las cuales Butler es insignia, se basan en la crítica a una de esas posturas sobre el lenguaje, denominada esencialista, y al mismo tiempo retoman la otra postura de dicha distinción, esta última denominada no esencialista o antiesencialista.

 

La filosofía del lenguaje tradicional está fundamentalmente preocupada por formular teorías exhaustivas acerca del problema del significado, la referencia, y la relación paralela, isomorfa o representativa, entre el lenguaje y la realidad; la intención de la filosofía del lenguaje clásica es hallar las condiciones que hacen significativa cualquier expresión. Es una posición fundamentalmente esencialista porque busca las condiciones necesarias y suficientes en las cuales nuestro lenguaje es significativo.

 

La filosofía del lenguaje ordinario, por otro lado, ancla su preocupación en el lenguaje, pero aquel tipo de lenguaje que es el habla cotidiana. Es decir, no trata de formular teorías exhaustivas acerca de lo que significa un término, tampoco qué condiciones hacen verdadero un enunciado, sino su pretensión es mirar, no teorizar, la forma como funciona nuestro lenguaje en el habla cotidiana. De este modo, un término, un concepto o una palabra tendrán distintos significados en relación con los diferentes usos o prácticas en las cuales se hallen inmersos. La posición de la filosofía del lenguaje ordinario es, pues, antiesencialista.

 

No es sino hasta el primer tercio del siglo XX que la filosofía del lenguaje ordinario toma forma como una propuesta antiesencialista a través de cuestionar los grandes problemas filosóficos como sinsentidos lingüísticos. Es decir, en términos generales, sostiene que un problema como la verdad, el ser, la razón o el hombre, admiten muchas respuestas o ni siquiera son planteables como problemas reales, sino solo como pseudoproblemas a partir del uso no regular del lenguaje. El uso no regular es sacarlo de su contexto que le da sentido: el contexto social de uso común. De este modo, sostendrán que no hay una historia natural de un concepto o de una palabra, esto es, que no hay un sentido único o invariable en el cual se acuño, y al cual responda, sino que hay distintos usos y distintos sentidos que ha adquirido un término a lo largo de su instauración convencional. Así, las palabras no tienen historia natural, pero sí tienen una historia social.

 

Esta postura semántica no esencialista es retomada por Butler para hacer una crítica al concepto e idea de género, pero también al concepto de sexo biológico.  Lo hace al señalar al menos dos cosas:

 

  1. Si bien se considera que el género es una construcción social a partir del sexo biológico, (hombre-mujer, masculino-femenino), sin embargo, dicha construcción genérica, a pesar de que se realiza a partir de una categoría natural como es el sexo, esta categoría no está exenta de una lectura e interpretación cultural. Es decir, que los conceptos de hombre o mujer, fisiológicamente hablando, también están mediados por la cultura.

 

  1. En otras palabras, si bien el sexo biológico asignado se define por la posesión de rasgos fisiológicos característicos, tener pene o vagina, las concepciones culturales y sociales que están asociadas a la posesión de unos genitales u otros no son inocuas. Es posible decir que poseer unos u otros genitales, dada la carga cultural asociada a tal posesión, prescribe las expectativas y comportamientos esperados y asumidos como correctos social y culturalmente. Por lo que el género, masculino o femenino, es una construcción que reproduce y consolida el mandato de género.

 

Aterricemos esta idea en el contexto de la idea de género.

 

El género se refiere a los conceptos sociales de las funciones, comportamientos, atributos y actividades que cada sociedad considera apropiados para hombres y mujeres. Es decir, es el conjunto de ideas, creencias y atribuciones sociales, que se construyen en cada cultura y momento histórico con base en la diferencia sexual.

 

Por otro lado, el término sexo se refiere a las diferencias y características biológicas, anatómicas, fisiológicas y cromosómicas de los seres humanos que los definen como hombres o mujeres; son características dadas y comunes a todas las sociedades y culturas.

 

Por supuesto, es indisputable sostener que el género es un término que tiene una historia social, básicamente porque el género es una construcción social. Tampoco resulta muy complejo observar que si bien el género se construye a partir del sexo, se distancia en las diferentes relaciones que los individuos establecen entre sí de manera histórica, contingente y convencional. Sin embargo, según Butler, esta construcción no hace sino reproducir y reforzar el mandato de género. Es decir, refuerza una serie de pautas culturales y sociales que son típicas, tradicionales y adecuadas en el comportamiento esperado de un hombre o una mujer.

 

Incluso, dirá que el sexo biológico, no solo el género, su recepción y su forma de conceptualizarlo está definido por la cultura y nuestro lenguaje. Es decir, el sexo y no solo el género, son una construcción que reproducen los mandatos de género hegemónicos, y lo hacen porque tanto el sexo, como el género, están formados discursivamente. El sexo también es creado imaginariamente en el lenguaje: no hay un sexo precultural o prediscursivo, es decir, exento de una interpretación lingüísticamente contextualizada, sobre el cual se construya el género, sino que el propio sexo es un efecto de prácticas significantes tradicionales, hegemónicas y normativas.

 

El uso performativo del lenguaje

 

A mediados de la década de los 50 del siglo pasado, J. L Austin, filósofo inglés del lenguaje ordinario, escuela de Oxford, dentro de la llamada “Teoría de los actos del habla”, acuñó el término “performativas” para denominar a ciertas expresiones lingüísticas que dejan de referir realidades o hechos dados o que preexisten a las palabras que los refieren o expresan. Es decir, formuló la idea de ciertas expresiones que refieren a un hecho que ellas mismas, en el instante en el cual se expresan, son capaces de crear.  Estas oraciones van más allá de solo comunicar, expresar, representar hechos o describir acontecimientos, en suma, van más allá de lo descriptivo, y de lo verdadero y lo falso.

 

Según Austin, el lenguaje tiene una función performativa cuando es autorreferencial, cuando habla de la realidad que es capaz de crear con sus palabras, y que solo existe por ellas. Ejemplo de esas expresiones son: “yo te bautizo con tal nombre”, “Lo condeno a 5 años de prisión”, “es decisión de este Jurado aprobar la defensa de su tesis y otorgarle el grado de doctor”. Como puede verse, estas expresiones se refieren al mismo hecho que son capaces de crear, además de lo obvio, expresan, pero al hacerlo transforman la realidad a través de su expresión. Después de Austin, el lenguaje no solo representa la realidad, sino que produce la realidad que expresa.

Austin menciona tres actos del habla, actos que suponen que el lenguaje no solo dice algo, sino que es capaz de hacer algo, y que se activan en el momento en que se emite un enunciado que tiene un uso performativo:

 

  1. El acto locucionario se refiere al contenido semántico, el significado, de la frase que se enuncia;

 

  1. el acto ilocucionario se realiza al decir algo: ordenar, prometer, amonestar, condenar, etc. De una expresión ilocucionaria no puede decirse que sea verdadera o falsa, sino que se trata de un acto ilocucionario exitoso o fallido, dado que se mide a través del efecto que tiene al modificar el entorno social de quien escucha. Modifica las relaciones sociales del escucha, crea un vínculo con quien expresa, y un compromiso social a cumplir. Genera expectativas y compromisos. Austin denomina fuerza ilocucionaria a la capacidad que tiene lo dicho o expresado para constituir un hecho de la vida social: lo que el acto performativo produce son relaciones sociales y compromisos entre hablantes, considerados como agentes porque una expresión es también un acto en el mundo.

 

  1. El acto perlocucionario tiene que ver con las consecuencias de la acción.

 

¿Cómo se forma discursivamente el binarismo genérico y nuestra concepción del cuerpo?

La artificialidad de lo performativo.

 

Para Judith Butler, “el sujeto social se produce a través de medios lingüísticos”.[1] Esta idea está enraizada no solo en la filosofía del lenguaje ordinario, sino también en la idea de Foucault de que los discursos son prácticas cuyo propósito es formar el objeto del cual hablan. En otras palabras, los cuerpos, las personas y el género emergen públicamente y cobran inteligibilidad en la medida en que están establecidos en el lenguaje.[2]  La capacidad performativa del lenguaje es la región donde el poder se vuelve discurso. La región donde el poder hegemónico es capaz de crear aquello que nombra.

Esta capacidad creativa de significado interviene en la configuración del género al imponerle una marca lingüística que denomina a un cuerpo como niña o niño, y que representa de hecho un acto performativo porque no solo asigna, sino que interpela a esos cuerpos a seguir un patrón esperado de masculinidad o feminidad. El acto mismo de asignación de sexo inicia su proceso de feminización o masculinización porque este acto no solo describe rasgos fisiológicos, sino prescribe patrones culturales y expectativas sociales en función de dicha asignación. Por ello, este proceso se irá acentuando con distintos y diversos actos performativos a lo largo de la vida social de la persona.

Afirmar que la feminidad o la masculinidad de un cuerpo es performativa significa que no es natural, sino artificial, convencional. La inscripción del cuerpo en el orden discursivo tiene dos efectos claros:

  1. Distingue y es excluye, separa a las mujeres de los hombres y,

 

  1. Establece el límite entre lo humano y lo no humano. El género, al ser performativo, otorga el estatuto de lo humano solamente a aquellos cuerpos definidos dentro de la inteligibilidad del género. Si un cuerpo no se corresponde con esa descripción dicotómica, quedará reducido a lo marginal y erróneo.

 

La citación y el orden sociocultural.

¿De dónde surge esa fuerza ilocucionaria de los actos performativos de género?

 

Una de las críticas a Austin era que el acto performativo dependía del contexto correcto y de la autoridad que expresara el mandato o prescripción. De otro modo, el acto performativo no sería genuino. El desafío que puede enfrentar la versión de Butler sobre la capacidad performativa del género trata de ser resuelto a través de la lectura de Jacques Derrida, específicamente el ensayo “Signature Event Context”.[3] En este ensayo, Derrida, rechaza la posibilidad de actos performativos vacíos o no genuinos, como preveía la postura de Austin. Ante ello, Derrida sostiene la denominada condición iterativa o citacional del lenguaje. En otras palabras, afirma que la autoridad de un personaje no resulta necesaria para que un acto performativo resulte genuino porque el lenguaje mismo tiene un poder de cita o iteración (que se repite o se ha repetido frecuentemente). De este modo, la repetición del ritual social donde ocurre la etiquetación de la persona como “niño” o “niña” invoca una serie de actos que operan mediante el poder de la cita, y se constituyen en el núcleo de la fuerza normativa de la autoridad que buscaba Austin. Se trata de invocaciones a la norma cultural y social hegemónica. Se trata de actos rituales, convencionales, institucionales, que llaman al individuo, mujer u hombre, a actuar de acuerdo con las normas de género. Es así como en cada acto performativo se crea y consolida el género. Los actos performativos de género funcionan en dos niveles de referencia:

 

  1. Son únicos porque refieren a sí mismos, son autorreferenciales, y crean la realidad que nombran sobre la identidad de un cuerpo y,

 

  1. Refieren, citando, los actos performativos pasados, evocando y repitiendo los diferentes rituales impuestos social y normativamente.

 

En suma, la categoría de género representa un término atractivo para el análisis de nuestros usos lingüísticos y la fuerza normativa que adquieren en su carácter de significados. No obstante, el carácter disruptivo del sentido performativo de dicha categoría plantea un escenario filosófico y lingüístico de un atractivo indudable. Lo hace porque desafía concretamente dos pilares de la normatividad: a saber, la fuerza de la tradición cultural como base de cualquier expectativa relativa a lo social —y debemos decir, de lo sexual— y la revocabilidad de la aparente rigidez de ciertas construcciones culturales relativas a la identidad sexual, identidad de género, y la forma como las personas se relacionan consigo mismas en el terreno de la subjetividad y cómo la expresan y manifiestan socialmente. Finalmente, podemos aseverar que el lenguaje no resulta en absoluto inocuo en nuestras prácticas lingüísticas. Nuestras palabras tienen un uso también político porque ponen de manifiesto la concepción que tenemos acerca del mundo y de la realidad. Más allá de nuestras intenciones, nuestras aserciones revelan un contenido doxástico que nos compromete con elementos extralingüísticos, como pueden ser disposiciones que reflejen prejuicios o tradiciones impuestas por un orden genérico y sexual jerárquico, los cuales favorecen la exclusión y visibilización de problemáticas sociales que exigen un tratamiento y resolución.

 

 

Bibliografía

  1. Austin, John. Cómo hacer cosas con palabras. Paidós, Buenos Aires. 1971.
  2. Butler, Judith. Excitable Speech. A Politics of the Performative. Routledge, Nueva York y Londres. 1997.
  3. ____________. The Psychic Life of Power. Theories in Subjection. Stanford University Press, Stanford, 1997b.
  4. ____________. El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós/PUEG-UNAM, México, 2001.
  5. ____________. Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. Paidós, Buenos Aires, 2002.
  6. Derrida, Jacques. “Signature Event Context” en Limited Inc. Northwestern University Press, Evanston, 1988. pp. 1-23.

 

Notas

[1] Judith Butler, The Psychic Life of Power” en Theories in Subjection. Stanford University Press, Stanford, 1997.p.4.
[2] Ibidem, pp. 10-11.
[3] Derrida. “Signature Event Context”, en Limited Inc. Northwestern University Press, Evanston il, 1988. pp. 1-23.