La distinción entre los pensadores sistemáticos y los pensadores fragmentarios se puede rastrear tanto a nivel de su biografía como de su obra. Los pensadores sistemáticos suelen tener una vida larga, respetable, pobre en eventos, devorada por completo por el obsesivo intento de apropiarse de la idea. Los pensadores fragmentarios están constantemente acechados por accidentes fatales, tienen una existencia tumultuosa que adquiere rasgos míticos para sus admiradores, terminan en un manicomio o eligen el suicidio. En la mayoría de las ocasiones, su vida es más interesante que su obra, que se convierte en una mera ilustración de su vivencia excepcional. La vida de los pensadores sistemáticos es banal, puramente burocrática, perfectamente burguesa, mientras que la vida de los pensadores fragmentarios es casi siempre una verdadera obra maestra.
Los pensadores sistemáticos escriben mucho, acumulan volumen tras volumen en su intento de dislocar la opacidad del ser. A menudo son prolijos, a veces excesivamente técnicos, otras veces demasiado oscuros. Su estilo puede ser pesado, carente de elegancia, deformado por la atormentada búsqueda de la idea. La obsesión por la coherencia, por el sistema, muchas veces los hace aburridos o incluso ridículos, sin embargo a pesar de las diversas rarezas precisas, su obra perdura, da una impresión de solidez terrible, parece una perspectiva imposible de evadir sobre la verdad. Esto sucede de esta manera porque ellos siempre se esfuerzan por apropiarse de toda la historia de la filosofía, inscribiéndose en una genealogía ilustre o tratando de destacarse precisamente a través de una ruptura original. Independientemente del camino que elijan, parecen llevar siempre en sus libros toda la carga de la tradición, que sistematizan, reescriben o deforman, obsesionados de manera perturbadora con las mismas grandes ideas, pensando a su manera sobre los mismos temas fundamentales considerados por todos los espíritus ilustres. Por esta razón, su reflexión es indispensable, ilumina y aclara. Además, evitan los excesos, siempre parecen buscar una explicación plausible del curso del mundo, se esfuerzan por proponer una Weltanschauung lo más comprensiva y matizada posible. Sus escritos nunca parecen ser una mera expresión de la fantasía o el juego, pretenden capturar la única imagen auténtica de la composición del mundo y la consistencia de la realidad. Su pensamiento se impone precisamente por la intensidad de las provocaciones que propone, por su pretensión de ofrecer una explicación completa de todos los fenómenos. Ninguna pizca de sentido parece escapar a la formidable articulación de gigantescos tomos como la Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas o la Filosofía de la Mitología, ningún detalle puede sustraerse a las ambiciones de semejante pensamiento, preparado para registrarlo y enlazarlo, colocándolo entre todos los demás y despojándolo de la singularidad de su aparición única, enmarcándolo para siempre en la imagen global del universo y anestesiando su misterio. Ya sea que intenten construir explícitamente un sistema o que se expresen a través de aforismos o fragmentos gobernados por una ambición sistemática, los grandes pensadores siempre se proponen agotar el sentido de la realidad, capturar todos los nervios de la existencia en su explicación con un objetivo global.
Las cosas son diferentes en el caso de los pensadores fragmentarios. Ellos parecen carecer de la paciencia necesaria para el esfuerzo de reconstruir el mundo a través del pensamiento, no pueden aceptar la lentitud gradual de la construcción, no se conforman para nada con la necesaria banalidad de los escalones intermedios, de los elementos de transición entre ideas. Privilegian el salto, el destello, el rozamiento inmediato de lo extraordinario, la pasión por lo inmensurable, lo bárbaro o, por el contrario, por la decadencia refinada y la preciosidad del detalle. Pretenden eliminar las longitudes excesivas, la redundancia del pensamiento de carácter clásico a través de una intuición instantánea de las cosas realmente importantes, describiéndolas con extrema claridad, apostando por la fuerza de la concisión. Siempre adoptando una posición rebelde, cuestionan la legitimidad del prestigio de los grandes espíritus, de aquellos que se han convertido en una especie de “pensadores oficiales” de la cultura occidental, recurriendo a una escritura subversiva que constantemente cuestiona sus propias suposiciones, esforzándose por demostrar la caducidad e inadecuación de cualquier pretensión de seriedad. Utilizan los juegos espontáneos de la imaginación, se apoyan en el humor, la ironía, lo grotesco. Intimidados o aburridos por la solemnidad de un enfoque global del ser, reconocen desde el comienzo sus pretensiones más modestas, su orientación en aspectos particulares, generalmente chocantes, monstruosos o al menos inusuales. Nunca se proponen explicar la realidad, construir argumentos para descifrar la naturaleza de la profundidad del mundo, sino que más bien tienden a contradecir la imagen clásica de la realidad (ya sea la del sentido común o la de los filósofos) o a proponer otras realidades sustitutivas. Su diálogo con la gran tradición filosófica es marginal y extraño. Nunca se adentran en los caminos ya trillados, no creen que tengan el deber de pensar en los grandes temas siempre pensados por todos, sino que intentan descubrir temas inusuales a partir de pasajes oscuros, observaciones marginales o notas a pie de página presentes en las obras canónicas. Sus textos construyen una contra-realidad extraña, un mundo artificial fascinante, pero en el que los demás no se reconocen. Actuando como dandis de la filosofía, siempre ansiosos por sorprender y provocar asombro, ellos permanecen al margen de las jerarquías oficiales, y sus nombres solo se conservan gracias a los esfuerzos de fanáticos admiradores o por la repentina pasión que la sutileza de su escritura despierta en un gran espíritu preocupado por sacarlos del olvido.
Los pensadores fragmentarios tienen terror a la posibilidad de repetirse, al peligro de caer en simplezas y banalidades. Al tratar de evitar a toda costa los lugares comunes, se ven obligados a recurrir a verdaderos giros lógicos, a acudir a efectos extraordinarios, a desplegar en cada paso inmensos recursos de imaginación e improvisación. Precisamente por esta razón, el tono de sus textos a veces suele ser forzado, carente de armonía, apostando en cada ocasión en la sorpresa y el brillo de cada línea escrita, arriesgándose a derrotar a los lectores y dejarlos presos de la confusión. Si el método de los pensadores sistemáticos se asemeja mucho a las técnicas utilizadas para construir una gran novela, el estilo de los pensadores fragmentarios es más bien poético, privilegia la discontinuidad, la alusión, la metáfora, la imagen lograda. El gusto aristocrático de los pensadores fragmentarios les impide seguir un razonamiento laborioso, les imposibilita acostumbrarse al necesario esfuerzo para capturar la idea. Utilizan la intuición, anotan solo la conclusión, eliminan todo lo que revela rastros de tensión mental, descartan todas las señales del trabajo. Quieren siempre parecer en un estado de gracia, acentuando el papel de su continua creatividad que les permite jugar libremente con las ideas más insólitas, sin necesidad de espera, duda o extensa elaboración. Usan con placer juegos de palabras, se enorgullecen de su ironía cáustica, esparcen en sus textos falsos objetivos, redes para atrapar fantasmas y muchos secretos y trampas. Coleccionan citas extrañas, inventan personajes fantasmagóricos, recuerdan en su apoyo teorías extravagantes de autores menores a quienes no se cansan de celebrar en cualquier ocasión. Se proclaman obstinadamente genios, apuestan por los recursos de su minucioso egoísmo y en su talento narcisista empleado para fortalecer su mito. Abúlicos, inconstantes, siempre deprimidos, incapaces de creencias fuertes, carentes de fanatismo, se presentan desde su debilidad como escépticos del trabajo, se felicitan por su devastadora lucidez, a menudo una simple máscara de ingenuidad infantil. Fascinados por todo lo efímero, valoran los sueños, la inspiración, el delirio -la mística, la anécdota, el aforismo. Heréticos por vocación, cuestionan todo lo relacionado con la ley, el sistema, la causalidad, depositan su confianza en la espontaneidad anárquica de los acontecimientos, en su generación aleatoria que proviene de la nada.
Los pensadores fragmentarios son frívolos, interesados solo en un coqueteo simple con el ser, mientras que los pensadores sistemáticos viven obsesionados con este, incapaces de desprenderse para siempre de la ardiente pasión de las ideas. Los pensadores fragmentarios privilegian la aventura, los pensadores sistemáticos están atrapados en la circularidad repetitiva de la manía. Los pensadores fragmentarios viajan mucho, aman los cambios, la variación, lo nuevo; los pensadores sistemáticos rara vez abandonan su madriguera, hipnotizados por la regularidad perfectamente acompasada de la rutina. Los pensadores fragmentarios adoran la vida, los pensadores sistemáticos la aborrecen. Los pensadores fragmentarios exaltan la imaginación, los pensadores sistemáticos la consideran “La folle du logis”. Los pensadores fragmentarios son escépticos, nihilistas, conmovidos por pulsiones anárquicas. Los pensadores sistemáticos son dogmáticos, partidarios de un sentido global considerado legible, adoradores de la ley y la razón, ciudadanos disciplinados, burgueses decentes. Los pensadores fragmentarios son genios artísticos dotados de un gusto estético infalible, aprecian especialmente la música y la pintura. Los pensadores sistemáticos solo aman la poesía y la retórica, se aterran por el potencial irracional de la música. Los pensadores fragmentarios son o sofisticados invertidos o formidables coleccionistas de bellezas femeninas, mientras que los pensadores sistemáticos viven de manera ascética, a veces termina sus días en un estado de virginidad perfecta. Los pensadores fragmentarios están fascinados por los salvajes, los niños y los locos, los pensadores sistemáticos solo se sienten atraídos por la figura del sabio. Los pensadores fragmentarios miran la política con desprecio, los pensadores sistemáticos dedican una parte importante de su reflexión a ella.
Los pensadores fragmentarios creen en la naturaleza inmutable de la humanidad, los pensadores sistemáticos están convencidos de la perfectibilidad del género humano. Los pensadores fragmentarios son de naturaleza onírica, adoran el sueño y el ocio. Los pensadores sistemáticos no tienen sueños, duermen poco, siempre son esclavos de un activismo sin medida, obligados a producir volumen tras volumen las conminaciones de su profunda naturaleza. Los pensadores fragmentarios son partidarios incondicionales del inconsciente, mientras que los pensadores sistemáticos niegan vehementemente su existencia, creen solo en la omnipotencia de la conciencia, en la claridad no humana de su olímpica mirada.
Notas
[1] Original inédito en rumano: “Gînditori sistematici, gînditori fragmentari”. Traducción al español y notas por Miguel Ángel Gómez Mendoza (Universidad Tecnológica de Pereira – Colombia). Traducido y publicado con autorización del autor.