Cioran ante el juicio “del otro”

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Emil Cioran. Foto tomada en Rumanía, Ca. 1947.

 

 

Resumen

 

El 29 de septiembre de 1949, en el periódico Combat, aparece la primera crítica que los medios parisinos dedican a Emil Cioran por su primer libro escrito en francés, “Breviario de podredumbre”. El responsable es Maurice Nadeau crítico literario, y descubridor de nuevos talentos extranjeros que escriben en lengua francesa, entre ellos Cioran. La crítica es buena, pero el filósofo rumano parece no inquietarse por las opiniones que su trabajo vaya a despertar, quizá por no enfrentarse a un posible fracaso, al que se adhiere siempre para, de este modo, en caso de ser necesario, poder conjurarlo. No obstante, su sentir es propio de un ser humano común. Nadeau lo descifra lúcidamente.

 

Palabras clave: Emil Cioran, Breviario de podredumbre, periódico Combat, Maurice Nadeau, crítica, palabra, escribir.

 

 

Abstract

 

On September 29, 1949, in the Combat newspaper, the first review of Emil Cioran’s first book written in French, “A short history of decay”, appeared in the Parisian media. The person responsible is Maurice Nadeau, literary critic and discoverer of new foreign talents writing in French, among them Cioran. The criticism is good, but the Romanian philosopher does not seem to worry about the opinions that his work will arouse, perhaps because he does not want to face a possible failure, to which he always adheres so that, if necessary, he can avoid it. However, his feelings are those of an ordinary human being. Nadeau lucidly deciphers it.

 

Keywords: Emil Cioran, A short history of decay, journal Combat, Maurice Nadeau, criticism, word, writing.

 

“No te avergüences de lo que procede de la opinión;

del mismo modo, no rehúyas lo que procede de la verdad”.

Epicteto.

 

Para conocer a Emil Cioran, más allá de la lectura de su obra, es imprescindible acudir a otro tipo de informaciones: las que nos aportan las entrevistas que concedió, las cartas escritas a los suyos, los entretiens mantenidos con amigos y conocidos, las opiniones de coetáneos, bien laudatorias o despectivas, y también, de manera significativa, las críticas a su trabajo publicadas en la prensa periódica. Desde su asentamiento definitivo en París, en la década de los años 40, [1] estas no se hacen esperar:

 

En 1949, en plena posguerra europea, Cioran publica “Précis de décomposition” (“Breviario de podredumbre”). Será Gallimard, la editorial de mayor renombre en Francia, la que editará su primera obra escrita en francés. Con ella, como es ya sabido, iniciará su legendaria producción de intensos textos en una lengua que no es la suya. A lo largo de su vida, Cioran ha explicado, en numerosas ocasiones, qué sintió ante esta audaz decisión y cuál fue la metamorfosis que sobrevino de tan radical cambio. Él mismo reconoce ante el filósofo español Fernando Savater que fue una tarea ardua y un trágico proceso:

 

“Ese es el mayor acontecimiento que puede ocurrirle a un escritor, el más dramático. ¡Las catástrofes históricas no son nada al lado de esto! Yo escribí en rumano hasta el año 47. Ese año yo me encontraba en una casita cerca de Dieppe y traducía a Mallarmé al rumano. De pronto me dije: «¡Qué absurdo! ¿Para qué traducir a Mallarme a una lengua que nadie conoce?». Y entonces renuncié a mi lengua. Me puse a escribir en francés y fue muy difícil, porque por temperamento la lengua francesa no me conviene, me hace falta una lengua salvaje, una lengua de borracho. El francés fue como una camisa de fuerza para mí. Escribir en otra lengua es una experiencia asombrosa. Se reflexiona sobre las palabras, sobre la escritura. Cuando escribía en rumano, yo no me daba cuenta de que escribía, simplemente escribía. Las palabras no eran entonces independientes de mí. En cuanto me puse a escribir en francés, todas las palabras se hicieron conscientes, las tenía delante, fuera de mí, en sus celdillas y las iba cogiendo: «Ahora tú, y ahora tú»”.[2]

 

Como todo en Cioran, este cambio fue el inicio de una nueva forma de expresión, lo cual supondría para él, por un lado, el logro de darse a conocer en un ambiente filosófico y literario élitaire, competitivo y hostil, como suele ser el francés, más aún el parisino; pero, por otro, entrar en el juego editorial, algo que, sin embargo, aborrece. Con Gallimard, por ejemplo, su relación será siempre de encuentros y desencuentros, recíprocamente tensa. Dirá: « C’est une maison où je ne vais pratiquement jamais. On y rencontre trop d’écrivains, l’engeance que je déteste le plus au monde. Ce sont surtout les romanciers que je fuis. S’il me fallait choisir entre aller dans un camp de concentration ou lire un roman, je n’hésiterais pas un instant».[3]

 

Por otra parte, el vértigo de escribir en una lengua distinta a la materna aprisiona a Cioran en la cárcel de la coerción, sensación de rigidez que lo mortifica a la vez que lo hastía y que nunca lo abandonará. Confiesa en sus “Cuadernos” que el francés le significa: “Una lengua en la que no puedo olvidarme de mí mismo, en la que estoy constreñido, crispado, entorpecido, una lengua cuyas reglas me paralizan y me atormentan, y me quitan todos los recursos. Un profeta fulminado por la gramática.)”.[4]

 

Pero el problema es más profundo: «¿Le gusta escribir?» pregunta a Cioran el escritor suizo François  Bondy; la respuesta no se hace esperar: «Lo detesto», responde el inconforme pensador sin vacilar.[5] Escribir es para el filósofo una experiencia dolorosa y la página en blanco, asomarse a un abismo vacío: “¡Meses y meses [lamenta] arrastrándome con este asco, con esta impotencia pasmada ante la página en blanco!”[6] No obstante, no puede prescindir de lo que para él es un ejercicio terapéutico, un freno que le impide correr al despeñadero: “Porque escribir [explica] por poco que sea, me ha ayudado a pasar los años, pues las obsesiones expresadas quedan debilitadas y superadas a medias. Estoy seguro de que, si no hubiese emborronado papel, me hubiera matado hace mucho. Escribir es un alivio extraordinario. Y publicar también”.[7] Más aún: “escribo en lugar de golpearme… de cortar cabezas”.[8]

 

Así pues, su primer libro en francés será para Cioran una cura íntima, que además le servirá de catalizador para medir el grado de aceptación o de rechazo de la crítica, de los lectores, pero, esencialmente, de sí mismo. La reacción no se hace esperar.

 

El 29 de septiembre de 1949, en el periódico Combat, aparece la primera crítica que los chovinistas medios franceses dedican al inmigrante rumano. El responsable es Maurice Nadeau (1911-2013), crítico literario de un diario que se precia de ser exigente e inflexible con las producciones de nuevos autores, no en vano una de sus primeras plumas había sido Albert Camus.

 

 

À la Une du numéro 164 : Maurice Nadeau, une aventure critique
Maurice Nadeau. Maud Roditi.

 

 

Nadeau era en ese tiempo director literario del Combat, cargo que le sería proporcionado por el director jefe Pierre Durand (más conocido como Pascal Pia), y que ocuparía hasta 1951. Su actividad se despliega, igualmente, en el ámbito investigativo; piénsese, por ejemplo, en su obra sobre surrealismo que, pese a las controversias que despertó en su día, sigue siendo hoy un referente en este tema, o en su aportación a los estudios de Flaubert.[9] Al mismo tiempo, y con posterioridad, trabaja como crítico en Mercure de France (1949-1953), France-Observateur (1952-1959) y L’Express (1959-1964). Funda y dirige revistas, como Les Lettres nouvelles (1953-1959), junto a Maurice Saillet, o La Quinzaine Littéraire (1965), y trabaja para numerosas casas editoriales hasta la fundación de la suya propia en 1979, Les Lettres Nouvelles-Maurice Nadeau, cuyos herederos siguen hoy la misma política editorial de su fundador. Desde estos “observatorios” privilegiados Nadeau escribirá certeras críticas sobre las novedades literarias que despertaban su curiosidad, llegando a ser todo un descubridor de nuevos talentos, muchos de los cuales estarían llamados a ser grandes escritores internacionales, como Henry Miller, Malcom Lowry, Georges Perec, Samuel Beckett, Witold Gombrowicz, Leonardo Sciascia, Roland Barthes, Tahar Ben Jelloun, Edgar Morin, Michel Houellebecq, y muchos otros. Será él quien escriba la primera crítica al trabajo de algunos de estos noveles autores, entre los que se encuentra Cioran.

 

Testigo excepcional de la literatura francesa del siglo XX, su interés como crítico se centraba, principalmente, en dar a conocer a autores extranjeros que escribían en lengua francesa y que, por lo general, habían sido rechazados en otros espacios periodísticos y editoriales. « Découvreur ou passeur, appelez cela comme vous vous voulez, n’empêche qu’on l’a longtemps considéré comme la poubelle des refusés, ceux qui avaient fait le tour des autres maisons avant d’échouer chez lui ».[10] Él mismo explica esta preferencia suya por lo nuevo: “Durante toda mi vida, siempre estuve en el lugar adecuado para descubrir a escritores. Estaba al acecho, escuchaba, leía mucho, manuscritos, revistas, la prensa extranjera”.[11] Quienes lo trataron admiraban de él su franqueza y dedicación, que fueron sus inconfundibles señas de identidad en el ejercicio de su profesión; “una de sus armas principales es el tiempo: el que dedica a sus autores, a leer todos los manuscritos que le envían y a recibir a quien tiene algo que decirle. La etiqueta por la que se le conoce es la de la honestidad […] su gran honestidad espiritual le procura una especie de inocencia en su oficio satánico”.[12]

 

Su libro “Grâces leur soient rendues, mémoires littéraires” y los cuatro volúmenes de artículos “Soixante Ans de Journalisme Littéraire” [13] son una extensa crónica de la competencia literaria y la difícil relación existente en el siglo XX parisino entre las editoriales, sus directores y los autores. Muchos de los escritores a los que literalmente abrió la puerta de la fama lo abandonaron años después. Con cierto deje de gallarda amargura encaja esa ingratitud: « Il faudrait que je me guérisse de cette propension à vouloir, des auteurs que je publie, me faire des amis. Amis, bien sûr, nous le sommes en général, le temps de la publication». [14] Sin embargo, también reconoce que: « Tous les auteurs ne furent pas ingrats. Mais ne vous y trompez pas: il n’était pas quitté, c’est lui qui les quittait. Car cet éditeur-là était atteint du syndrome de la dépossession. Dès qu’il découvrait un écrivain, il avait hâte de s’endébarrasser. Quand ses confrères se montraient unanimement exclusifs avec leurs auteurs, lui ne les retenait jamais». [15]

 

A su vez, Cioran parece no inquietarse por las opiniones que su trabajo vaya a despertar. Quizá en su interior sí le preocupe lo que pueda decirse, pero no quiere ni pensar en ello por no enfrentarse a un posible fracaso, al que se adhiere siempre para, de este modo, en caso de ser necesario, poder conjurarlo. Será Simone Boué, su leal compañera, quien, como siempre que se trate de sostener la quebradiza autoestima del pensador ―los demás poco cuentan, siempre se trata de él, él antes que nadie― narre con detalle este suceso en una entrevista concedida al académico Norbert Dodille: «C’était en 1949. On mangeait au foyer international, ce jour-là. Cioran achète Combat, à un kiosque boulevard Saint Michel, je le vois encore». [16]

 

Nadie había avisado a Cioran que se iba a escribir una nota sobre su libro, ni que aparecería ya ese jueves 29 de septiembre. Acostumbrado a leer Combat diariamente, él mismo encuentra con facilidad la página en donde figura esta crítica. Simone refiere así este inesperado hallazgo:

 

«[…] Non, il lisait Combat tous les jours. Il ouvre le journal, et il tombe dessus tout de suite. C’était d’ailleurs impossible de ne pas le voir, c’était un très grand article et il s’est mis à le lire. Nous étions absolument renversés parce que Cioran, en France, était le parfait inconnu, alors que – j’en ai pris encore mieux conscience en lisant les cahiers – il était très connu en Roumanie […] Alors qu’en Roumanie, il était l’enfant terrible de sa génération, que ses livres faisaient scandale, en France, il n’était personne. Alors, que Nadeau fasse cet article, ça l’avait étonné.» [17]

 

El artículo es excelente. Nadeau lo titula “Un pensador crepuscular”, adaptando un subtítulo del “Breviario”, “pensadores crepusculares”, síntesis sobre la agonía del pensamiento occidental y las civilizaciones que lo gestaron y lo heredaron a lo largo de la historia en busca de la felicidad y la salvación. Cabe señalar que los primeros renglones de esta reseña están reservados a Camus. En ellos se alude directamente a su ensayo “El mito de Sísifo”, escrito siete años antes del libro de Cioran. Con una frase ya antológica de esta obra, extraída del apartado “Lo absurdo y el suicidio”, inicia Nadeau su comentario: “No hay más que un problema verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”.[18] Así inicia Camus su obra refiriéndose a lo absurdo de la vida sin un principio metafísico ni creencia alguna que lo limite.

 

La sugerente oposición Camus-Cioran que construye Nadeau, paradójicamente atinada, e impactante como preámbulo de su escrito, quedará en nada, cuando un encuentro casual entre ambos escritores ―el consumado y el novel― desatará la displicencia del uno (Camus), y el rencor del otro, (Cioran), suscitando dos posturas irreconciliables. Años después, en 1960, un Cioran todavía resentido evocará con molestia esta confrontación de personalidades e inteligencias:

 

“A Camus solo lo vi una vez [en 1950] y me decepcionó. Me dijo una cosa incongruente, cuando publiqué mi primer libro, Breviario de podredumbre: «Ahora debería usted entrar en la esfera de las cosas verdaderamente intelectuales». Me pareció increíblemente impertinente. Camus tenía la cultura de un provinciano, solo conocía la literatura francesa. El Breviario de podredumbre tal vez no sea un buen libro, pero se ve que tiene, a pesar de todo, cierto nivel. Y, además, esa forma de dirigirse a mí como a un colegial. No volví a verlo nunca”.[19]

 

Posiblemente, Cioran acariciara la idea de recibir algún elogio del célebre maestro argelino. No fue así. Solo la muerte del escritor, acaecida el 4 de enero de 1960, le hará reflexionar por un instante, escribiendo, nada más conocer la noticia, lo siguiente:

 

“Albert Camus se ha matado en un accidente de coche. Muere en el momento en que todo el mundo, y quizá él mismo también, sabía que ya no tenía nada que decir y que viviendo no podía más que degradar su gloria desproporcionada, abusiva, incluso ridícula. Inmensa pena al enterarme de su muerte, anoche, a las once, en Montparnasse. Un excelente escritor menor, pero que fue grande por haber estado totalmente exento de vulgaridad, a pesar de todos los honores que han caído sobre él”.[20]

 

 

Ak Paris 5, Foyer International des Etudiantes, 93, Boulevard Saint Michel
Foyer Internacional de Estudiantes. Boulevard Saint Michel, 95, París.

 

No hay elogios en el texto anterior para el “excelente”, pero, a juicio cioraniano, “escritor menor”. Apenas hay reconocimiento alguno a Camus en las palabras del filósofo; únicamente una velada referencia a su elegancia y originalidad literarias que lo sitúan fuera de la vulgaridad general. Por supuesto, tampoco se retracta aquí de sus ofensivos comentarios. Para él, Camus llevaba ya mucho tiempo muerto para la literatura, gozando de una inmerecida fama que el rumano considera a todas luces desmedida. Tan solo dos días después de este fatídico accidente, Cioran se permitirá una concesión al sentimiento, escribiendo lo siguiente: “6 de enero de 1960.

 

No hablé con Camus más que una sola vez, en 1950, creo; he hablado mal de él muchísimas veces, y ahora siento el azote de un terrible e injustificado remordimiento. Pierdo todos los papeles ante un cadáver, sobre todo cuando es tan respetable. Tristeza atroz”.[21]

 

Esta apreciación únicamente surge de una emoción pasajera, que le hace sentir lo que no piensa. La realidad es que su remordimiento solo procede de la conmoción del momento, dolor transitorio que al desaparecer es visto como algo racionalmente injustificable. Cinco días después, Cioran vuelve a ser el “ofendido” de siempre:

 

“¿Me piden que escriba un artículo sobre Camus? No acepto. Su muerte me ha conmocionado, pero no se me ocurre nada que decir sobre un autor que se ha cubierto de gloria y cuya obra, como he dicho en mi carta de abstención, es de una «significación desesperadamente evidente».

 

Camus, que tanto protestó contra la injusticia, debería haberlo hecho contra la de su gloria, si hubiera querido ser consecuente consigo mismo. Pero eso habría sido indecente. Y seguramente él creía que su gloria era merecida.

 

Si llevásemos hasta el final la manía de la justicia, caeríamos en el ridículo o nos autodestruiríamos. Hay más elegancia en la resignación que en la rebeldía, y más belleza en el anonimato que en el jaleo, en el alboroto en torno a un nombre.

 

Es despreciable cualquiera que se apegue a su fama, quien no sea humillado ni herido por ella”.[22]

 

Como de costumbre, el filósofo se muestra contradictorio, tanto en sus juicios intelectuales como en sus estimaciones personales. Solo, y momentáneamente, la muerte del gran escritor pied-noir, “meteco” como él, logra atenuar el recuerdo del menosprecio del que había sido objeto diez años atrás. Esa herida se sumará al conjunto de otras ofensas recibidas. Cioran, con una morbosa delectación, propia de quien se considera víctima, las atesorará y saboreará de vez en cuando hasta el final.

 

Por el contrario, respecto de las opiniones que Maurice Nadeau vierte en el Combat sobre su “Précis” no se pronuncia. No hay nada que decir. El trato que le depara el crítico es bueno, evidenciando que ha leído el libro de principio a fin y, además, parece que le ha interesado. Ciertamente, Nadeau realiza una atenta lectura y, a partir de ella, compone un singular escrito en el que inserta frases enteras de la obra, unas sic, otras respetuosa e imperceptiblemente alteradas, engarzadas en la trama de sus propias palabras. El resultado es un texto inspirado, sugerente, que recoge y comenta brevemente los principales tópicos del “Breviario de podredumbre”: historia, progreso, subjetividad, suicidio, lenguaje, fanatismo, santidad, Dios, decadencia…

 

En el Combat, con una fina ironía “a lo Flaubert” ―no en vano es su autor predilecto― Nadeau da el espaldarazo a Cioran, presentándolo ante la despiadada opinión pública parisina como un sombrío vaticinador, no menos sombrío que un siglo XX que intenta levantarse de las ruinas de una brutal guerra: “Así que aquí está el que esperábamos, el profeta de los campos de concentración y del suicidio colectivo, para el que se preparaban todos los filósofos de la nada y del absurdo, el portador por excelencia de malas noticias. Démosle la bienvenida y mirémosle de cerca: será el testigo de nuestro tiempo”.[23]

 

Este es un profeta también reconstruido, un nuevo Cioran, un Cioran francés, un demi-rénégat de su patria, su cultura y de sí mismo: “Quien reniega de su lengua para adoptar otra, cambia de identidad, léase de decepciones. Heroicamente, traidor, rompe con sus recuerdos y, hasta un cierto punto, consigo mismo”.[24] En adelante, de un acto de “apostasía” emergerá uno de los más grandes escritores en lengua francesa de la segunda mitad del siglo XX, un hombre que aún “Sigue creyendo en algo porque escribe, confiesa y canta su angustia. Porque la modula en una lengua tanto más admirable por ser prestada, porque la distribuye artísticamente en períodos líricos, unos fácilmente oratorios, otros de un alcance a lo Pascal o a lo Nietzsche”.[25]

 

Léase, a continuación, este primer, amplio y generoso comentario periodístico francés escrito por un gran crítico y dedicado a un “testigo de la descomposición”:[26]

 

 

Texto Descripción generada automáticamente
Combat, jueves 29 de septiembre de 1949, p. 4.

 

 

Combat (29-09-1949)

 

Un pensador crepuscular

LOS LIBROS, por Maurice NADEAU

 

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”.[27] Recordemos aquel deslumbrante comienzo de El mito de Sísifo, y recordemos también cómo respondió Albert Camus a la “pregunta fundamental”: con un sí orgulloso y resignado. Sísifo, rodando su roca eternamente, “piensa que todo está bien. Este universo, ahora sin dueño, no le parece ni estéril ni inútil… Hay que imaginarse a Sísifo feliz”.[28] Frente a este optimismo sereno con el que el hombre triunfa sobre el absurdo del mundo y de su propia condición, un pensador de Rumanía (1) se alza con rabia y desesperación y, en respuesta a “la cuestión fundamental”, proclama un furioso “no”.

 

Vivir, dice, es “mentir y mentirse”;[29] “en la escala de las criaturas, solo el hombre inspira un asco perdurable”;[30] este universo es ‘no válido’, y “quien no haya concebido jamás su propia anulación, quien no haya presentido el recurso a la cuerda, a la bala, al veneno o al mar, es un recluso envilecido o un gusano reptante sobre la carroña cósmica”.[31]

 

Tituló su obra « Précis de décomposition ». Porque, dice, “la descomposición preside las leyes de la vida: estamos más cerca de nuestro polvo que los objetos inanimados del suyo”, [32] y si no tenemos “la curiosidad o la fuerza de ser cadáver de una vez” [33] solo nos queda meditar sobre “nuestra podredumbre”,[34] “reduciendo deliberadamente” [35] nuestro interior “a cenizas”.[36]

 

Así que aquí está el que esperábamos, el profeta de los campos de concentración y del suicidio colectivo, para el que se preparaban todos los filósofos de la nada y del absurdo, el portador por excelencia de malas noticias. Démosle la bienvenida y mirémosle de cerca: será el testigo de nuestro tiempo.

 

No es filósofo, “siendo la actividad filosófica de una savia menguada y de una profundidad sospechosa que solo tiene prestigio para los tímidos y los tibios”,[37] y no quiere perder su tiempo definiendo al ser “esta pretensión de la Nada”.[38] ¿El absurdo, la desesperación, la nada? ¡Lunas viejas! ¡Los últimos salvavidas a los que unas pocas mentes han sido lo bastante débiles como para aferrarse! La verdad (“llamo ingenuo a todo hombre que dice la verdad con convicción”) [39] es la muerte, que no constituye un problema filosófico, sino nuestra única certeza, aferrada a nuestros costados desde el nacimiento y cuya victoria se celebra cada día que pasa.

 

¿Debemos convertirla en proposiciones deducidas, presentarla como un sistema? ¿Debemos llegar al ridículo extremo de pensar en su contra? Todas nuestras acciones y todas nuestras empresas la niegan, incluso nuestra respiración la pone en entredicho, así que a fin de cuentas, ¿quién gana? Somos unos cobardes y unos pusilánimes que hemos domesticado “el miedo a una verdad última”,[40] “hemos aprendido de memoria una cosa que, si solo pudiéramos verla, nos llevaría al abismo o a la salvación…”.[41] Preferimos vivir. Queda por ver si ello se debe a la debilidad de espíritu o al gusto por la deshonra. No ignoramos el escándalo metafísico que nos creó para morir y lo aceptamos; pisoteando nuestra supuesta dignidad humana, decimos sí a la peor injusticia que existe. ¿Es de extrañar, entonces, que este mundo que hemos creado y que se deshace a medida que lo construimos sea un espectáculo de incorrección, escándalo e injusticia?.

 

¿Dónde está el progreso, qué es la historia, qué nos han aportado las religiones, creencias y filosofías, para qué sirve el pensamiento? Héroes, santos, reformadores, conquistadores, profetas, ¿qué habéis hecho? Aquí estamos, como los últimos romanos, al final de una civilización, y es hora de plantearnos algunas preguntas. ¿Progreso? “Una generación solo aporta algo nuevo pisoteando lo que era único en la generación anterior… toda conquista espiritual o política es una afirmación asesina… el troglodita que temblaba de miedo en las cavernas sigue temblando en los rascacielos”.[42] ¿La Historia? Un “retorcimiento infructuoso… un desfile de falsos absolutos, una sucesión de templos erigidos para pretextos, un envilecimiento del espíritu ante lo Improbable… A cada paso adelante le sigue un paso atrás”. [43] ¿Religiones, fes, creencias? Proveedores de horcas, guillotinas y fosas comunes: “Solo matamos en nombre de un dios o de sus falsificaciones… las épocas de fervor se distinguen por hazañas sanguinarias… cuando nos negamos a admitir la naturaleza intercambiable de las ideas, la sangre corre…”.[44] “En un espíritu ardiente encontramos la bestia de presa disfrazada: no podríamos defendernos demasiado de las garras de un profeta… Me basta oír a alguien hablar sinceramente de ideales, de futuro, de filosofía, y escucharle decir ‘nosotros’ con una inflexión de seguridad, invocar a los otros y sentirse su intérprete, para considerarle mi enemigo. Veo en él a un tirano fracasado, a un verdugo aproximado, tan odioso como los tiranos, como los verdugos de gran categoría. Es que toda fe ejerce una forma de terror, tanto más atroz cuanto que los ‘puros’ son sus agentes… [45] las verdades empiezan por un conflicto con la policía y acaban por apoyarse en ella”.[46]

 

De esta locura universal de asesinato, de este fanatismo que comenzó con el primer hombre afirmando su vida por el simple hecho de respirar, ¿al menos algunos se han guardado? ¿Dónde situar a los artistas, a los creadores de belleza, a los sabios? Entre los cobardes, los derrotados, las víctimas. “Todo acto de creación es un factor de fuga”,[47] una pista falsa, un empobrecimiento, una retirada de la obligación de sacar las últimas consecuencias: “el desertor no es el que las saca, sino el que se disipa y se divulga por miedo a que, entregado a sí mismo, se pierda y se derrumbe”.[48]

 

¿Qué es el pensamiento? Un fracaso de la vitalidad nacido, junto con la conciencia, de una relajación de los reflejos. “De todo lo que se ha intentado más allá de la nada, ¿hay algo más lamentable que este mundo, si no es la idea que lo concibió? ¡Basta de parentesco con el planeta!” [49]

 

“¡Basta de parentesco con el planeta!” [50] “¡En un universo ‘no válido’”,[51] la rebelión carece de sentido, la insubordinación es grotesca y la santidad, en manos de los ¡higienistas!, “proviene de una suciedad particular del cuerpo y del alma”.[52] A todas las exigencias del mundo y de la vida, debemos oponer el cinismo de Diógenes, su espléndida indiferencia, su “horror testicular del ridículo de ser hombre”.[53] Mejor aún: debemos convertirnos en traidores de principio y renegados de dignidad, “traidores metafísicos”[54] y renegados de la existencia. El traidor metafísico va y viene, deambula por la ciudad sin que nadie “le tire una piedra”.[55] Es un ciudadano respetable, que goza de los honores y la consideración de sus semejantes, “no hay proceso contra los traidores metafísicos”.[56] De todos los malhechores, él es, sin embargo, el más dañino, el que socava hábilmente “el fundamento de todo lo que existe”,[57] el que al atacar “la savia misma del universo”,[58] acelera su proceso de descomposición. Canta a la pereza, a la inutilidad de toda acción, a la “santidad de la ociosidad”,[59] se entrega a la apología de la decadencia y de las civilizaciones “blandas y descompuestas”,[60] y se convierte de “esta Edad demasiado madura” [61] en “el héroe negativo”.[62] Somos “románticos de la clara decepción”,[63] proclama E.M. Cioran, “somos los grandes decrépitos”.[64]

 

Como diría el otro, ese proteico titular de la sabiduría universal, el discurso que acaban de escuchar, habla por sí solo, y sería ridículo intentar refutar el grito de un hombre que se ahoga. Porque aparte de todas las razones que acabamos de exponer, de todos los argumentos ―verdaderos, falsos, medio falsos, medio verdaderos, exagerados, incoherentes o irrefutables― que el autor desgrana y que, por una paradoja imprevista, logran convertirse en un sistema, o al menos en moral, está el individuo que los formuló. No es ni un monstruo ni un fenómeno, apenas un provocador y tal vez en absoluto un “suicida” en libertad condicional, sino seguramente un ser abrumado por la vergüenza, el asco y el sufrimiento. Al borde del camino triunfal que conduce a la era atómica, deja su bolsa y se sienta, exhausto, rechazando todos los consuelos y todas las piedades.

 

Sigue creyendo en algo porque escribe, confiesa y canta su angustia. Porque la modula en una lengua tanto más admirable por ser prestada, porque la distribuye artísticamente en períodos líricos, unos fácilmente oratorios, otros de un alcance a lo Pascal o a lo Nietzsche, ¿tenemos el valor de decir que esta angustia es fingida? Los únicos lugares comunes de la desesperación construidos sobre ella son sin duda el menor soplo de vida que los derrumba, antes de que un Cioran en cada época los reconstruya silenciosamente en la sombra. Esa sombra de los cuadros de Rembrandt en la que, al margen de la locura y la confusión humanas, se encuentra precisamente el Testigo.

 

(1)   E.M. Cioran : « Précis de Décomposition » (Gallimard, les Essais).

 

 

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Esta no será la única crítica que Cioran reciba en este tiempo por su “Breviario”. Inmediatamente después del artículo de Maurice Nadeau se publicarán dos más en distintos medios: “Pavane pour une civilisation défunte”, de André Maurois, (tomando en préstamo el título de una conocida obra musical de Ravel), que aparece en la revista Ópera el 14 de diciembre de 1949,[65] mereciendo el agradecimiento del filósofo y, un mes después, “Précis de décomposition, par E. M. Cioran”, reseña escrita por Claude Mauriac, publicada en La Table Ronde.[66] No obstante, antes de ser entregado a la Editorial, Cioran ya había dado a leer su texto a André Gide, Jean Paulhan, y Jules Supervielle, el cual sería el primero en dar su opinión. El pensador rumano refiere de este modo su experiencia con ese distinguido revisor: “La primera persona que leyó el Breviario de podredumbre, aún en manuscrito, fue el poeta Jules de Supervielle. Era un hombre ya muy mayor, profundamente sujeto a depresiones, y me dijo: «Es increíble lo mucho que me ha estimulado su libro»”.[67]

 

A esta nómina de críticos eruditos, hay que sumar a Lacombe, un personaje singular (¿de ficción?) que parece sacado de un cuento borgiano, y en cuya descripción se deleita Cioran hablando con el holandés francófono Léo Gillet en 1982:

 

“Hubo alguien que desempeñó un papel muy importante en el momento en que empecé a publicar mis libros. Conocía a un personaje del que voy a intentar darle un pequeño retrato. Puedo incluso decirle su nombre, no tiene el menor interés, se llamaba Lacombe y andaba por el Barrio Latino, era un señor que tenía una perilla así, que era manco —había perdido un brazo en la guerra de 1914— y un gran conocedor de la lengua vasca. El mismo no había escrito nada, salvo algunas comunicaciones en su juventud. Era muy rico, no hacía absolutamente nada, y tenía un conocimiento extraordinario del francés. Era un maniaco: por ejemplo, asistía con frecuencia a los cursos de la Sorbona y, si un profesor cometía una falta de francés, ¡protestaba en la sala! [Puñetazo en la mesa, risas.] Era exactamente el hombre que yo necesitaba y, como éramos los dos unos desocupados, nos veíamos con frecuencia. Era un gran conocedor de la lengua francesa, pero, como le he dicho, aparte de sus comunicaciones sobre la lengua vasca, no había escrito nada. Tenía una biblioteca notable. Además, era un erotómano, tenía una biblioteca extraordinaria al respecto, de la que citaba cosas inauditas. Abordaba a todas o a casi todas las mujeres en la calle y su diversión era hablar con las prostitutas. Y lo que me divertía enormemente era que corregía a las prostitutas las faltas de francés que cometían. [Risas.] Y puede parecer idiota, puede parecer ridículo, pero aquel hombre tuvo sobre mí una influencia extraordinaria. Cuando terminé definitivamente ese Breviario de podredumbre, dije al señor Lacombe: «Tengo que enseñarle mi libro». Dijo: «Bah, si se empeña…». Nos dimos cita en un café, me presenté con mi manuscrito. Le leí una página y se quedó dormido. Comprendí que no había nada que hacer. Me habría gustado que lo hubiera examinado detenidamente: se negó. Pero hasta cierto punto, le debía, le debo, ese libro. Con su manía de reflexionar sobre las palabras, de corregir a todo el mundo, incluso a los profesores, contribuyó a lo que he llamado la conciencia del acto de escribir”.[68]

 

Para Cioran, monsieur Lacombe, existiera o no, es la excusa perfecta para desacralizar la crítica y los críticos. El miedo al fracaso hace que Cioran se anticipe a los otros, recurriendo a la ironía en lo referente al “Breviario”:

 

“[…] escribí la primera versión de ese libro llamado Breviario de podredumbre. Lo escribí muy deprisa y enseñé ese manuscrito a un amigo, que me dijo: «Esto no funciona, tienes que reescribirlo». No lo reescribí, pero me pasé todo un año leyendo a los autores del siglo XVIII, entre ellos Madame Du Deffand, de la que le hablaba antes. Leí a todas las mujeres del siglo XVIII. [Risas.] Mademoiselle de Lespinasse y demás. Y después di una segunda versión de ese libro. Y, a decir verdad, lo reescribí cuatro veces. Acabé hastiado de escribir. Esta es la razón por la que lo hice: según había leído, Pascal escribió diecisiete veces ciertas Provinciales. ¡Es aterrador! Me dije: «Si Pascal reescribió diecisiete veces ciertas Provinciales, ¿por qué no habría yo, como meteco que soy, de escribir este libro cuatro veces?»”.[69]

 

Esta ironía, que pretende ser insensible, estoica y transgresora, esconde un resentimiento amargo que el filósofo intenta públicamente disimular, pero que repensado en soledad lo destruye:

 

“Ahora recuerdo que, poco tiempo después de que apareciera mi libro en Francia (Breviario de podredumbre, 1949), cinco escritores que no me conocían de nada me invitaron a almorzar. Puedo jurarle que durante las tres horas que duró la comida solo hablé del bidé. Por supuesto, ellos esperaban que hablase de mi libro, y aún recuerdo su expresión de desconcierto, mientras yo continuaba hablando del desprecio que me inspiran los alemanes porque no tienen bidé. Y es que no puedo hablar de lo que me afecta en lo más profundo, si no es a solas con alguien: ese momento en el que dos soledades pueden intentar comunicarse”.[70]

 

Quizá el tiempo en el que Cioran escribe este episodio discurra en paralelo a 1953, año en el que su amigo Paul Celan traduce el “Précis” al alemán, titulado como “Lehre vom Zerfall” (“La Doctrina de la decadencia”). El libro es un auténtico fracaso en Alemania, un fracaso reiterado. Cioran nervioso, entre risas, habla también de este “naufragio” con Léo Gillet justificándose nuevamente:

 

“[…] han publicado recientemente dos páginas sobre mí en un periódico izquierdista de Berlín, en el que se habla de ese libro y el artículo se titula «Nichts ais Scheisse» («Pura mierda»). [Risas.] Y se me ve a mí en un mar de excrementos, a punto de ahogarme. Pero lo curioso es que el artículo no es contra mí. Normalmente, debería haber sido un vapuleo, pero qué va. Le cito estas cosas únicamente para que vea que podemos prever todo, menos el destino de un libro”.[71]

 

Dejando la responsabilidad de este fracaso ―si la hubiere― exclusivamente al destino, el destino del texto, Cioran se reafirma de nuevo, irónicamente, en la pesada carga que supuso para él escribir el “Breviario”: “¿Cuánto tiempo trabajó hasta que su primer libro quedó escrito en francés? [pregunta al filósofo el escritor alemán Fritz J. Raddatz] No mucho tiempo [responde Cioran], pero día y noche durante tres años”.[72]

 

A manera de continuación de “Pe culmile disperării” (“En las cimas de la desesperación”), la escritura de su primera obra francesa, inspirada en el largo poema de Shelley “Stanzas written in dejection, near Naples” (“Versos escritos en el abatimientocerca de Nápoles”), y en “Rugăciunea unui Dac” (“Plegaria de un dacio”), del gran poeta Mihai Eminescu, fue una tortura para Cioran, un libro que “chupa su sangre”, siendo objeto de interminables correcciones: “el Breviario de podredumbre [dirá] lo escribí muy deprisa. Fue todo en un primer chorro. Y lo reescribí cuatro veces. ¡Todo! Eliminando muchas cosas. Evidentemente, el libro perdió cierta espontaneidad, pero era darle como una consistencia y hacer desaparecer al meteco lo más posible”.[73]

 

Finalmente, pese a las disculpas que Cioran lanza al viento, reconoce que, al igual que “En las cimas de la desesperación”, “Breviario de podredumbre” es un libro que tiene “una vena desagradablemente lírica”,[74] pareciendo contaminado por los románticos y peligrosamente poético, histérico y desenfrenado. Pero esta inconformidad de Cioran “no se ha debido a la calidad del texto, sino a los recuerdos vinculados a él, a los sufrimientos de los que surgió”.[75] De nuevo aflora aquí el victimismo del exiliado, del meteco, prejuicio que tanto le afearon algunos críticos y lectores. El “ferviente estoico” tendrá que escribir todavía muchas páginas a fin de encajar no solo la opinión que sobre él tienen los otros, sino la suya propia. Para llegar a descansar en la imperturbabilidad, Cioran habrá de trabajar durante toda su vida en aras de lograr un auténtico autoconocimiento. Este será el trabajo más difícil de todos los que la vida le tiene reservado. Nunca alcanzará dicha meta, y seguirá lastimando su amor propio corroído por la envidia y el desprecio que le merecen los demás, junto a su propia desaprobación, olvidando así a Epicteto que aconseja: “Recuerda que no ofenden el que insulta o el que golpea, sino el opinar sobre ellos que son ofensivos. Cuando alguien te irrite, sábete que es tu juicio el que te irrita”.[76]

 

No obstante, el sentir del filósofo no es algo inconcebible que no sea propio de un ser humano común. Maurice Nadeau, con su aguda percepción de crítico experimentado, lo descifra, exponiéndolo en el Combate para aquellos que de aquí en adelante quieran leerlo y seguirlo. Cioran: “No es ni un monstruo ni un fenómeno, apenas un provocador y tal vez en absoluto un “suicida” en libertad condicional, sino seguramente un ser abrumado por la vergüenza, el asco y el sufrimiento”.[77]

 

 

Bibliografía

 

  1. Camus. Albert, El mito de Sísifo, Alianza Editorial, Madrid, 1995.
  2. Cioran, Emil, Breviario de podredumbre, Taurus, Madrid, 1987.
  3. _________, La Tentación de existir, Taurus, Madrid, 1989.
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  6. Cioran, Emil y Armel Guerne, Correspondance (1961-1978), Éditions de L’Herne, Paris, 2011.
  7.  Dodille, Norbert et Gabriel Liiceanu. Lectures de Cioran. Textex réunis, L’Harmattan, Paris, 1997.
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  10. Mauriac, Claude, « Précis de décomposition, par E. M. Cioran », La Table ronde, janvier 1950.
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  20. Teruel, Ana, “Maurice Nadeau, descubridor de talentos literarios” (Obituario), El País, 01-julio-2013. En línea: https://elpais.com/sociedad/2013/07/01/actualidad/1372634372_000521.html. Consultado: 10 de septiembre de 2023.

 

 

Notas

 

[1] En 1937 Cioran llega a París, mediante una Beca del Instituto Francés de Bucarest, para elaborar una tesis doctoral que no llegará a concluir; pero su instalación definitiva en la capital francesa tendrá lugar en la década de los años cuarenta.

[2] E. M. Cioran, “Conversación con Fernando Savater”, en Conversaciones, ed., cit., p. 24.

[3] “Es una casa a la que casi nunca voy. Allí te encuentras con demasiados escritores, la raza que más odio en el mundo. Es sobre todo a los novelistas a quienes rehúyo. Si tuviera que elegir entre ir a un campo de concentración o leer una novela, no lo dudaría ni un momento” (Trad. propia). Carta de Cioran a Armel Guerne fechada en París el 4 de diciembre de 1970. Emil Cioran y Armel Guerne, Correspondance (1961-1978), ed., cit., p. 164.

[4] Emil Cioran, Cuadernos, Ted., cit., p. 409.

[5] E. M. Cioran, “Conversación con François Bondy”, Conversaciones…, ed., cit., p. 13.

[6] Emil Cioran, Cuadernos…, ed., cit., p. 341.

[7] E. M. Cioran,Conversación con Fernando Savater”, Conversaciones…, ed., cit., p. 17.

[8] E. M. Cioran, “Conversación con Fritz J. Raddatz”, Conversaciones…, ed., cit., p. 130.

[9] Vid., Maurice Nadeau, Historia del surrealismo, ed., cit., 1981.

[10] “Descubridor o traficante, llámelo como quiera, lo cierto es que durante mucho tiempo se le consideró el basurero de los rechazados, los que habían hecho el tour por otras casas antes de acabar con él” (Trad. propia). S. a., Maurice Nadeau Éditeur, Les Lettres Nouvelles-Éditions Maurice Nadeau. En línea: https://maurice-nadeau.net/maurice-nadeau. Consultado: 2 de octubre de 2023.

[11] Ana Teruel, “Maurice Nadeau, descubridor de talentos literarios” (Obituario), El País, 01-julio-2013. En línea: https://elpais.com/sociedad/2013/07/01/actualidad/1372634372_000521.html. Consultado: 10 de septiembre de 2023.

[12] S. a., “Dos autobiografías de Verny y Nadeau abren la temporada literaria en Francia”, El País, 19-09-1990. En línea: https://elpais.com/diario/1990/09/20/cultura/653781608_850215.html. Consultado: 15 de septiembre de 2023.

[13] Vid., Maurice Nadeau, Grâces leur soient rendues, mémoires littéraires,ed., cit. passim; Soixante Ans de Journalisme Littéraire, IV Vols., Éditions Maurice Nadeau, ed., cit., 2008-2022.

[14] “Tengo que curarme de esta tendencia a querer hacerme amigo de los autores que publico. Amigos, por supuesto, generalmente lo somos mientras dura la publicación” (Trad. propia). Philippe Schuwer, «Maurice Nadeau Grâces leur soient rendues», Communication et langages, ed., cit., p. 122. En línea: https://www.persee.fr/doc/colan_03361500_1990_num_85_1_2252_t1_0121_0000_2/. Consultado: 25 de septiembre de 2023.

[15] “No todos los autores eran desagradecidos. Pero no se equivoquen: no le estaban dejando a él, sino a ellos. Porque este editor en particular padecía el síndrome de desposesión. En cuanto descubría a un escritor, no veía la hora de deshacerse de él. Mientras sus colegas eran unánimemente exclusivos con sus autores, él nunca los retenía” (Trad. propia). S. a., Maurice Nadeau Éditeur.

[16] “Era 1949. Aquel día comíamos en el Foyer International. Cioran compró Combat en un quiosco del Boulevard Saint Michel, todavía puedo verlo” (Trad. propia). Simone Boué, «Interview de Simone Boué, compagne de Cioran» (par Norbert Dodille), ed., cit., p. 30.

[17] “No, él leía Combat todos los días. Abrió el periódico y enseguida se topó con él. Era imposible no verlo, era un gran artículo y empezó a leerlo. Nos quedamos absolutamente atónitos porque en Francia Cioran era un completo desconocido, mientras que -y me di cuenta aún más cuando leí los cuadernos- era muy conocido en Rumanía […] Mientras que en Rumanía era el enfant terrible de su generación, y sus libros causaban escándalo, en Francia era un don nadie. Así que cuando Nadeau escribió este artículo, se sorprendió” (Trad. propia). Simone Boué, Op. cit., p. 31.

[18] Albert Camus, El mito de Sísifo, ed., cit., p. 15.

[19] E. M. Cioran, “Conversación con Fritz J. Raddatz” Conversaciones…, ed., cit., p. 139.

[20] Emil Cioran, Cuadernos…, ed., cit., pp. 44 y 45.

[21] Ibidem, p. 45.

[22] Ibidem, pp. 48 y 49.

[23] Maurice Nadeau, «Un penseur crépusculaire», Combat, ed., cit., p. 4.

[24] Cioran, La Tentación de existir, Taurus, Madrid, 1989, p. 55.

[25] Maurice Nadeau, Combat…, ed., cit., p. 4.

[26] Respetando la crítica original escrita en francés, en esta traducción se han entrecomillado también las palabras y las frases textuales que Maurice Nadeau extrae del Breviario de podredumbre. En nota a pie de página se señala su ubicación en la edición española traducida por Fernando Savater y publicada por la Editorial Taurus (reimp. 1986). Asimismo, las citas del ensayo de Albert Camus El mito de Sísifo han sido cotejadas con la edición española de esta obra traducida por Luis Echávarri y publicada por Alianza Editorial (reimp. 1995).

[27] Albert Camus, El mito de Sísifo, ed., cit., p. 15.

[28] Ibidem, p. 162.

[29] E. M. Cioran, Breviario de podredumbre, ed., cit., p. 104.

[30] Ibidem, p. 33.

[31] Ibidem, p. 54.

[32] Ibidem, p. 57.

[33] Ibidem, p. 49.

[34] Ibidem, p. 29.

[35] Idem.

[36] Idem.

[37] Ibidem, p. 65.

[38] Ibidem, p. 66.

[39] Ibidem, pp. 178 y 179.

[40] Ibidem, p. 62.

[41] Ibidem, p. 11.

[42] Ibidem, pp. 190 y 191.

[43] Ibidem, p. 19.

[44] Ibidem, pp. 19 y 20.

[45] Ibidem, pp. 20 y 21.

[46] Ibidem, p. 93.

[47] Ibidem, p. 69.

[48] Ibidem, pp. 69 y 70.

[49] Ibidem, p. 156.

[50] Idem.

[51] Ibidem, p. 57.

[52] Ibidem, p. 149.

[53] Ibidem, p. 83.

[54] Ibidem, p. 75.

[55] Ibidem, p. 74.

[56] Ibidem, p. 75.

[57] Ibidem, p. 74.

[58] Ibidem, p. 75.

[59] Ibidem, p. 62.

[60] Ibidem, p. 96.

[61] Ibidem, p. 53.

[62] Idem.

[63] Ibidem, p. 133.

[64] Ibidem, p. 136.

[65] Vid., André Maurois, «Pavane pour une civilisation défunte», Opéra, 14 décembre 1949.

[66] Vid., Claude Mauriac, «Précis de décomposition, par E. M. Cioran», La Table ronde, janvier 1950.

[67] E. M. Cioran, “Conversación con Fernando Savater”, Conversaciones…, ed., cit., p. 20.

[68] E. M. Cioran, “Conversación con Léo Gillet”, Conversaciones…, ed., cit., p. 59.

[69] Ibidem, pp. 57 y 58.

[70] E. M. Cioran, “Conversación con J. L. Almira”, Conversaciones…, ed., cit., pp. 92 y 93.

[71] E, M. Cioran, “Conversación con Léo Gillet”, Conversaciones…, ed., cit., p. 50.

[72] E. M. Cioran, “Conversación con Fritz J. Raddatz”, Conversaciones…, ed., cit., p. 140.

[73] E. M. Cioran, “Conversación con Jean-François Duval”, Conversaciones…, ed., cit., p. 37.

[74] Emil Cioran, Cuadernos…, ed., cit., p. 677.

[75] Ibidem, p. 364.

[76] Epicteto, Manual. Fragmentos. Capítulo 20, ed., cit., p. 116.

[77] Maurice Nadeau, « Un penseur crépusculaire », Combat… ed., cit., p. 4.