Un esbozo filosófico sobre la crítica de arte en el siglo XXI

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Lectura de la tragedia de Voltaire: «El huérfano de China», en el salón de Madame Geoffrin en 1755, Gabriel Lemonnier (1812). https://es.wikipedia.org/wiki/Mujeres_y_salones_literarios#/media/Archivo:Salon_de_Madame_Geoffrin.jpg

 

 

Resumen

 

El presente texto aborda el concepto de crítica de arte en relación con la filosofía, en particular con la estética y la filosofía del arte; posteriormente se estudia la propuesta de Charles Baudelaire, quien propuso en los Salones de 1846 una especie de metodología para realizar una crítica de arte con elementos filosóficos que arrojan respuestas y detonan en preguntas para su práctica, reflexión, y abordaje teórico en los tiempos convulsos del siglo XXI.

 

Palabras clave: crítica de arte, filosofía del arte, siglo XXI, baudelaire, arte, estética.

 

 

Abstract

This text explores the concept of art criticism in relation to philosophy, particularly with aesthetics and the philosophy of art; it then studies the proposal of Charles Baudelaire, who proposed in the Salons of 1846 a kind of methodology for art criticism with philosophical elements that provide answers and trigger questions for its practice, reflection, and theoretical approach in the turbulent times of the twenty-first century.

 

Keywords: art criticism, philosophy of art, 21st century, baudelaire, art, aesthetics.

 

La crítica de arte bien podría definirse como una forma de literatura que se ocupa de evaluar el arte en todas sus manifestaciones o, al menos, es así como ha podido entenderse, por ejemplo, desde la Antigüedad con Plinio el viejo en su libro XXXV, Tratado sobre la Pintura y el Color, dentro de/perteneciente a su Historia Natural, o en el Renacimiento con Giorgio Vasari y su obra Vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos, puesto que estos textos, si bien están enfocados en aspectos materiales o biográficos respectivamente, también analizan —y critican— al arte y la producción artística de su tiempo.

 

Aunque dicha actividad puede rastrearse desde tiempos remotos, carece de una definición formal y no hay acuerdo sobre su significado a pesar de la importancia que ha cobrado su práctica en los años recientes; por ello, abordarla desde una arista filosófica, podría arrojarnos respuestas interesantes para repensarla en el siglo XXI.

 

Derivado de lo anterior, el presente texto aborda en un inicio/inicia su travesía abordando a la crítica de arte en sus conexiones y proximidades con la filosofía, poniendo énfasis en sus conexiones con la estética y la filosofía del arte. Posteriormente, se analiza la aparición de la crítica de arte, prestando especial atención a su relación con los Salones de 1846 de Charles Baudelaire, quien realiza una crítica y propone además una metodología para la misma con elementos filosóficos que arrojan respuestas y detonan preguntas interesantes para su puesta en práctica en los tiempos convulsos del nuevo milenio. Así, finalmente, se discute cuáles habrán de ser las implicaciones de la crítica del arte en el siglo presente.

 

 

En torno a la crítica, la crítica de arte y su proximidad con la filosofía

 

Comprender la crítica de arte precisa de una revisión primaria de la palabra “crítica”. En el entendido de que se trata de un sustantivo femenino, este vocablo se refiere al arte de juzgar, valorar y opinar de la bondad, belleza o verdad; al arte del discernimiento, del entendimiento o la comprensión; al arte de establecer un juicio, opinión o dictamen sobre alguien o algo de manera particular para manifestarse públicamente sobre ello.

 

Etimológicamente, la palabra “crítica” deviene del latín criticus y este del griego κριτικός (kritikós) que podría traducirse como “capaz de discernir”. Este, a su vez, proviene del verbo κρίνειν (krínein) que se traduce como “separar, decidir, juzgar”.[1] Quien crítica, entonces, es aquel que puede decidir, separar, juzgar o discernir sobre algo o alguien.

 

En la tradición filosófica occidental moderna, la palabra “crítica” fue utilizada por distintos autores, pero principalmente por dos que han marcado las formas de pensamiento filosófico en diversas disciplinas: Immanuel Kant y Karl Marx. Para el primero, “crítica” significó “la idea de una operación analítica del pensamiento”[2], por lo que, en su tríada Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica y Crítica del juicio, no significa nada negativo de la razón, ya que Kant buscaba mostrar su opinión acerca de cómo se formulan los juicios científicos.

 

Para Marx, en cambio, el significado de “crítica” asumió un papel totalmente distinto. En su Introducción a la Crítica de la Economía Política, se rebeló en contra de la forma en la que los economicistas clásicos describían las leyes del capital y la crítica apareció entonces en el marxismo como: “aquel discurso revelador y desmitificador de las ideologías ocultas que proyectan los fenómenos de forma distorsionada”.[3]

 

En este sentido, la “crítica” puede comprender aquel conocimiento que no es dogmático ni permanente, sino que existe en un proceso continuo de hacerse a sí mismo, aunque en sí es una expresión que no deja de ser ambigua y elástica, con una multiplicidad de significados y de funciones, según sus contextos geográficos e históricos.

 

En cuanto al concepto de “arte”, también nos situamos frente a una labor titánica si se pretende definir, ya que su conceptualización ha sido objeto de múltiples tratados y escritos filosóficos que destacan que tanto el arte como su contenido no han sido siempre los mismos. Etimológicamente, la palabra deviene del latín ars o artis (de la misma familia etimológica latina a la que pertenecen artesano, artilugio o artista) y se refiere tanto a una obra o trabajo que expresa —mucha— creatividad como al: “conjunto de preceptos para hacer bien algo”.[4]

 

En este sentido, una “crítica de arte” sería, en esta primera aproximación, aquella que juzga, discierne o comenta la labor o producto de esta, la cual se enmarca dentro de la creatividad. Estas actividades creativas se fueron clasificando a lo largo del tiempo y han sido consideradas como las bellas artes, pero particularmente con Charles Batteux en su texto Les beaux arts reduits à un même principe de 1786, en el que buscó unificar las distintas formas de entender a las artes y encontrar parámetros o principios para clasificarlas.

 

En el siglo XXI, la clasificación de las bellas artes —que es de donde surge y en donde recae la crítica de arte— se concreta convencionalmente en siete disciplinas, a saber: arquitectura, escultura, danza, música, pintura, literatura y cine. La función de la crítica de arte se centra en ellas, por lo que es recomendable, más no necesario, su conocimiento histórico, ya que en menor cantidad los historiadores del arte han figurado como críticos en comparación con poetas, periodistas, escritores y filósofos.

 

 

Filosofía y crítica de arte

 

Pese a que una gran cantidad de filósofos o pensadores y poetas muy cercanos a serlo —como Diderot, Stendhal, Walter Benjamin o Nietzsche, por mencionar algunos— han incursionado en la crítica de arte, es necesario diferenciar a esta última de dos conceptos clave dentro de la filosofía con los que puede y suele confundirse: la estética y la filosofía del arte.

 

Por un lado, la estética entendida como: “ciencia que trata de las leyes a que está sujeta la aprehensión estética del mundo […] de la esencia del arte y las leyes de su desarrollo”[5], es una rama de la filosofía que se ocupa de analizar los conceptos y resolver los problemas que se plantean cuando contemplamos objetos estéticos; a su vez, estos son todos los objetos de la experiencia estética y de ahí que, solo tras haber caracterizado suficientemente la experiencia estética, nos hallamos en condiciones de delimitar las clases de objetos estéticos.[6] 

 

Dicho lo anterior, podemos intuir que, los objetos estéticos pueden ser objetos propiamente artísticos —entiéndase el cuadro Monje en la orilla del mar de Caspar David Friedrich; la Ariadna abandonada del escultor Fidencio Lucano Nava; el Museo Guggenheim Bilbao del arquitecto contemporáneo Frank Gehry; el Preludio a la siesta de un fauno de Claude Debussy; Los Hermanos Karamazov de Fiodor Dostoievsky; la interpretación de Anna Pavlova en Las Sílfides; o La planète Sauvage de Renè Laloux— mismos que provocan o dan pie a una experiencia estética (y extática en algunas ocasiones), sin embargo, es preciso aclarar que no sola y exclusivamente estos objetos artísticos provocan tales experiencias.

 

Partiendo de lo anterior, aparece la filosofía del arte —o ciencia del arte para pensadores como Schelling— la cual, desde esta perspectiva abarca un campo más limitado que la estética debido a que regularmente se interesa, reflexiona y trabaja los conceptos y problemas que surgen en relación con las obras de arte, dejando que la experiencia de la naturaleza —la noche, las tormentas, la altura de las montañas o la inmensidad del mar, etc.— que ha suscitado el interés de la filosofía, sea objeto propio de la estética.

 

Ahora, si bien una buena cantidad de las cuestiones estéticas a lo largo de la historia se ha centrado específicamente en el arte y de ahí la confusión que pudiera presentarse en torno a ello, es la filosofía del arte la que se enfrentaría a interrogantes muy cercanas a las de la crítica de arte: ¿Qué es lo que hace que una obra de arte sea una buena obra de arte? ¿Existe un criterio de verdad en las obras de arte? ¿Qué quiere decir determinada obra o un conjunto de obras de arte? ¿Cabría la posibilidad de una definición general del arte?

 

Pese a que estos cuestionamientos son propios de la estética, al tener su origen en el arte y objetos de este, es decir, al no plantearse en una relación con objetos estéticos distintos de las obras de arte, es que pertenecen a las reflexiones y conceptos de la filosofía del arte, aunque en el campo de la estética no hay ni ha habido un consenso acerca de cuál es rol que debería cumplir el arte y, por consiguiente, la crítica de arte.

 

 

La crítica de arte

 

Propiamente dicha, pese a los antecedentes mencionados al inicio del presente texto, la crítica de arte es medianamente reciente debido a que, para que pudiera desarrollarse como una disciplina que acompaña y se deriva de las distintas formas de hacer y entender el arte, fue necesario que se desarrollaran determinadas condiciones sociales, políticas, económicas y culturales. En este sentido, la Revolución Francesa se puede definir como uno de los momentos históricos que permitió su desarrollo.[7]

 

Con el movimiento revolucionario francés de 1789 se consagró la teoría de que el arte era una creación del pueblo y por ello no podía ser privilegio de una sola clase social, impulsando el desarrollo del museo como institución pública. Así, el gobierno republicano decidió en 1791 instalar de manera definitiva las colecciones en el Louvre[8] y se produjo una democratización de la cultura en el sentido más amplio del término. No solamente nacieron los museos, las salas de bellas artes y las galerías de arte, sino que el arte mismo se institucionalizó y comenzó a mercantilizarse. Es, por tanto, que en este contexto la crítica de arte empezó a cobrar sentido.

 

Estos espacios artísticos y culturales se dedicaron —y siguen haciéndolo— en gran medida a la promoción de artistas, mostrando y dando a conocer su obra; es por ello/esta razón que han devenido en lugares de encuentro para aquellas personas que aman el arte en todas sus dimensiones y son también un hábitat del crítico de arte, quien funge como evaluador, juzgador o discerniente de lo que ahí se expone y se muestra.

 

En este sentido, la crítica de arte se ha erigido, como se ha mencionado ya con anterioridad, como juicio sobre las obras, sobre su valor y adecuación, teniendo un doble impacto dentro del mundo del arte. Por un lado, en la producción artística, se refiere a los ideales que debe seguir dicha práctica, o bien, a los temas y motivos propios de la actividad. Por otro lado, hay un impacto orientado hacia el receptor: la crítica o el comentario en torno a los objetos artísticos ha funcionado como la principal referencia capaz de explicar el sentido o verdad de las obras, partiendo del entendido que estas no han sido lo suficientemente claras y que requieren de un mediador o traductor.

 

En suma, la función de la crítica —y de la crítica literaria en particular dentro de la modernidad europea— estuvo vinculada a la formación de una nueva sensibilidad propia de la burguesía. Si bien un principio fundamental fue la universalidad del juicio, a través de las revistas, museos, galerías, salones y cafés literarios, en realidad se intentó educar la sensibilidad estética del ciudadano-soberano.[9]

 

Asimismo, la crítica de arte también se ha asociado con la versión popular que se tiene de una crítica, como en el caso, por ejemplo, de la periodística. La crítica, en este sentido, no es entendida como una disciplina, pues se la considera un subgénero de la interpretación de las obras de arte en donde quien encarna al crítico aborda el análisis al mismo tiempo que escribe, interpreta las obras o las creaciones artísticas y, a su vez, posibilita una postura mediadora siendo el crítico un mediador entre el artista (creador) y el público (espectador).[10]

 

 

Baudelaire y la crítica de arte

 

En un contexto histórico en donde los Salones parisinos fueron un hito importante en la cultura francesa, nace en París, Francia, el 9 de abril de 1821, siendo hijo de un sacerdote que había colgado los hábitos, Charles Pierre Baudelaire. Este autor, quien terminaría siendo uno de los poetas malditos, recibió las enseñanzas directas de su padre, un hombre de amplia cultura y quien después de haber sido preceptor, profesor de dibujo, pintor y jefe del Despacho de la Cámara de los Pares, le mostró el sendero de las letras.

 

A la edad de 19 años se matriculó para iniciar sus estudios en Derecho, sin embargo, siempre se sintió atraído por las letras, el arte y la vida bohemia. De este modo, después de vivir durante un tiempo de publicar en la prensa mientras se dedicaba a sus poemas, llegó el momento en el que escribió en lengua francesa sus Salones de 1845, 1846 y 1859.

 

Los Salones de 1846 es considerada una fuente primaria, ya que tiene contacto directo con las obras y artistas de su época; además, propuso una metodología para realizar una crítica de arte, razón por la cual se vuelve un texto fundamental para entender la faceta de Baudeliere como crítico de arte a sus veinticinco años de edad.

 

En dicho texto, el cual fue dedicado a los burgueses[11], —seguramente partiendo de la relación que ese grupo social tenía con las disciplinas artísticas, justo en el momento en el que el mundo se presentaba con un sinnúmero de cambios en todos los sentidos de la vida— realizó varias y fuertes críticas al arte de su tiempo con la finalidad de mostrar cuál debía ser el arte ideal y cuáles los conceptos de belleza, así como la importancia del Romanticismo[12] para quienes no dedicaban el tiempo necesario al arte.

 

En palabras del llamado poeta maldito: “la crítica propiamente dicha […] ha de ser parcial, apasionada, política.”[13] Este es un elemento que caracterizó su propuesta debido a que la tradición infería —incluso en tiempos contemporáneos— que el ejercicio del crítico de arte y, por tanto, de la crítica misma, se realizara desde una postura objetiva y neutral.

 

Aquella crítica al arte de su tiempo tuvo tintes bastante filosóficos, aun cuando a pesar de que se posicionó en contra del llamado art philosophique, es decir, de aquellos “pintores filósofos” que subordinaban el arte al razonamiento; por dicha razón, desde su propuesta, cuanto más se separe de las enseñanzas, más se ascenderá a la belleza pura y desinteresada: “El verdadero pintor será quien sabrá arrancar a la vida actual su lado épico y hacernos comprender, con el color o el dibujo, cuán grandes y poéticos somos con nuestras corbatas y nuestras botas enceradas.”[14]

 

En este orden de ideas, los temas centrales de su crítica son de corte estético partiendo principalmente de las cuestiones que giran en torno al sentido de la belleza insertada y representada en los objetos artísticos. Asimismo, Baudelaire refirió a cuestiones en torno a las técnicas y estilos empleados por distintos artistas, particularmente en torno a la utilización de los colores y la importancia de estos, mostrando así a autores y sus respectivas obras, aunque no fue esa su principal intención, exceptuando a Delacroix quien, desde su perspectiva, era el representante ideal de lo que tenía que ser el arte.

 

La metodología propuesta por Baudelaire —pese a existir esfuerzos como los de Jonhatan Richardson quien en 1719 escribió Ensayo sobre la crítica de arte o el de Denis Diderot con Salón de 1765, que realizó uno de los primeros intentos por capturar el arte en palabras— decidió tomar como referencias y antecedentes a El Salón de 1831 de Heinrich Heine, las Investigaciones italianas de Carl Friedrich von Rumohr y la Historia de la pintura en Italia de Stendhal.

 

En la idea de belleza que surgió desde las críticas de Baudelaire en los Salones de 1846, se observa a Eugene Delacroix como el artista ideal que representa, justamente, lo que el poeta propone: una idea de belleza en tanto representación de los colores de la naturaleza en las obras, con un toque de melancolía y elementos que le pertenecen o nacen del artista mismo y que se pueden ver representados en el romanticismo.

 

Derivado de lo anterior, Baudelaire afirma que “el romanticismo es la expresión más reciente, la más actual, de lo bello”[15]; con ello, el crítico se posiciona del lado de un estilo y de un artista —dejando de lado la neutralidad y objetividad— que pueden ejemplificar el canon que este ha valorado como el más conveniente para las representaciones de su tiempo; el crítico juzga, discierne y separa, tal como se ha dicho que significa/lo implica una crítica, misma que formula de una manera amena y al mismo tiempo poética.

 

En cierto sentido, la crítica hecha por el poeta francés es un reflejo de lo que la obra transmite, y para ello, esa belleza que reside en la obra está íntimamente relacionada con los colores y, desde la idea de que la poesía puede ser pictórica, por decirlo de algún modo, “los coloristas, [sic] son poetas épicos”.[16]

 

Por lo tanto, podemos ver que los espíritus artísticos que atrajeron a Baudelaire fueron aquellos que se alejaron de lo formalmente establecido, de los cánones fijos que señalaban lo que es o no bello y, en este sentido, lo que es o no arte. Delacroix representó su ideal e incluso se vio afectado por esa libertad, ya que, después de una invitación sutil por parte del director de Bellas Artes y al negarse y no querer cambiar el estilo que gustaba ejecutar, se le privó durante siete años de toda clase de trabajo.[17]

 

Así, ir en contra de las reglas y poner por encima de los cánones oficiales, la libertad y, sobre todo, la sensibilidad es una característica que, desde la visión de Baudelaire, es propia del artista, pues el romanticismo no está precisamente en la elección de los temas, ni en la verdad exacta de estos, sino: “en la manera de sentir”.[18] De este modo, hacer soñar y hacer pensar en un más allá: “presentar nuestros sentimientos y nuestros sueños más queridos con un color apropiado a los temas”[19] es la misión armónica del arte desde la perspectiva baudeleriana, lo que ocasiona un rompimiento con las tradiciones establecidas en las que el Neoclasicismo había dejado huellas en la práctica, teoría y filosofía del arte.

 

Por lo tanto, la poesía debe estar presente en toda forma artística y la embriaguez con la que tanto se ha relacionado al poeta parisino, vendrá en distintas presentaciones y representaciones insertadas en los objetos artísticos. Buscar esta forma de sentir el arte es fundamental y ha dejado herencia en diversos sectores, porque como bien nos dice: “podríamos vivir tres días sin pan, sin poesía, nunca”. [20]

 

El 31 de agosto de 1867, a sus 46 años, murió Baudelaire tras haber propuesto un método que partía de la memoria. Parafraseando al poeta maldito, podemos afirmar que el recuerdo es el gran criterio del arte porque el arte es la mnemotecnia de lo bello y, de este modo, dejó una respuesta clara y directa a la interrogante del ¿para qué sirve la crítica de arte?:

 

Creo sinceramente que la mejor crítica es aquella que es divertida y poética, no la que, fría y algebraica, bajo pretexto de explicar todo, no tiene odio, ni amor, y se desnuda a voluntad de cualquier especie de temperamento. Una bella escena reflexionada por un artista será un cuadro que ha pasado por un espíritu inteligente y sensible. […] En cuanto a la crítica propiamente dicha, para ser justa debe ser parcial, apasionada, política, es decir, hecha desde un punto de vista único, que abra la mayor cantidad posible de horizontes.[21]

 

 

La crítica de arte en el siglo XXI

 

Desde el siglo XX, el concepto de obra de arte empezó a sufrir súbitas transformaciones y a entenderse desde diferentes abordajes teóricos y metodológicos propios de las distintas problemáticas socioculturales y de los diferentes contextos políticos de todas las latitudes posibles. Particularmente a partir de la década de los cincuenta, hubo un punto de quiebre debido a que diferentes artistas desafiaron los límites tradicionales de la pintura y la escultura, lo que modificó la difusión y recepción crítica de los objetos artísticos.

 

Estos artistas incorporaron objetos de la realidad y extendieron su práctica al tiempo y espacio reales: John Cage, Jasper Johns, Allan Kaprow, Claes Oldenburg y Robert Riechtenstein produjeron ensamblajes, instalaciones y happenings[22], por mencionar algunos ejemplos. En este sentido, la aparición del arte contemporáneo trajo consigo un nuevo enfoque de la crítica de arte: el crítico dejó al artista: “libre de experimentar tan oscuramente como quisiera, libre de cualquier necesidad de comprometer su integridad en aras de la aprobación pública”[23], así, una nueva forma de hacer arte involucró una nueva forma de hacer crítica de arte, tal como afirmaba quien ejemplificó la relación simbiótica entre el artista contemporáneo y el crítico de arte, Ida Rodríguez Prampolini: “con las antiguas categorías artísticas, con las Reglas, divisiones y cánones de Bellas Artes, no podemos juzgar al arte de nuestro tiempo”.[24]

 

Esa misma afirmación aplicaría para buscar comprender las formas de hacer y entender a las prácticas artísticas propias de la segunda década del siglo XXI, en donde las temáticas tales como la racialidad, aspectos de género, de clase, cambio climático, entre otras, han sido abordadas y expuestas por distintos artistas, pero con diferentes medialidades y materialidades, siendo la performance, las instalaciones o las intervenciones nuevas maneras de abordaje artístico.

 

La crítica de arte, entonces, bajo la doble perspectiva en la que se instaura en nuestra cotidianidad, implica dos aspectos importantes. Por un lado, obliga al crítico y realizador de la misma a ser parcial, apasionado y político, puesto que, tal como recomendaba Baudelaire, la crítica debe realizarla desde su punto de vista único, abriendo la mayor cantidad posible de horizontes. Por el otro lado, permite al espectador estar al día de lo que acontece en el mundo del arte, conocer y comprender las poéticas de los creadores y también de los comisarios y directores de museos, bienales y ferias.[25]

 

En definitiva, la crítica de arte en el Siglo XXI implica ya no solamente el centrar la atención en los conceptos de belleza, estilos o técnicas, formulados desde dicha disciplina, sino que debe abordar la naturaleza, fines, funciones y medios de la propia producción y exposición artística en su sociedad actual, problematizándolos y conjugándolos con elementos de corte económico, político o ético; todo ello con el fin de abordar no solamente a la obra o al artista en cuestión de manera aislada, o bien, a la exposición en turno, sino también al funcionamiento del propio sistema partiendo de todos los cambios desde la historiografía artística.

 

 

Bibliografía

 

  1. Battcock, Gregory, The new art: A critical anthology, Dutton, Nueva York, 1996.
  2. Baudelaire, Charles, Salones y otros escritos sobre arte, Machado Libros, Madrid, 2005.
  3. Beardsley, Monroe C. y Hospers, John, Estética: Historia y Fundamentos, Cátedra, Madrid, 1978.
  4. Coriminas, Joan, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Gredos, Madrid, 1897.
  5. Mandy Dibangou, Arnaud, “Historia de la crítica del arte: evolución y fundamentos ideológicos”, en Hermeneutic, Núm. 14, 2016, pp. 1-20.
  6. Marx, Karl, Introducción a la Crítica de la Economía Política 1857, Pasado y Presente – Siglo XXI, México, 1979.
  7. Poveda, Ana María, “La institución del museo: origen y desarrollo histórico”, en Publicaciones Didácticas, Núm. 96, 2018, pp. 79-112. https://core.ac.uk/download/235852602.pdf
  8. Rodríguez, Prampolini Ida, La crítica de arte en el siglo XX, Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 2016.
  9. Rodríguez, Prampolini, Ida, “¿Qué ha pasado con la pintura?”, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, Vol. 10, Núm. 37, 1968, pp. 105-115.
  10. Rosental, Mark Moisevich y Iudin, Pavel Fedorovich, Diccionario filosófico, Ediciones Pueblos Unidos, Uruguay, 1965.
  11. Rueda, Leopoldo, “La crítica de arte: aportes desde John Dewey”, ponencia presentada en el VI Coloquio Internacional de Filosofía del Conocimiento, Universidad Nacional de La Plata, La Plata, Argentina. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Centro de Investigaciones en Filosofía, 28 al 31 de agosto, 2018. http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.13195/ev.13195.pdf
  12. Villa, Rocío de la, Crítica de arte desde una perspectiva de género, Universidad de Málaga, España, 2021.
  13. Wolkmer, Antonio, Filosofía Crítica del Derecho en América Latina, Akal, México, 2017.

 

 

Notas

 

  1. Joan Coriminas, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, ed. cit., p. 179.
  2. Antonio Wolkmer, Filosofía Crítica del Derecho en América Latina, ed. cit., p. 22
  3. Karl Marx, Introducción a la Crítica de la Economía Política 1857, ed. cit., p. 39.
  4. Joan Coriminas, op. cit., p. 65.
  5. Mark Rosental y Pavel Iudin, Diccionario filosófico, ed. cit., p. 165.
  6. Monroe Beardsley y John Hospers, Estética: Historia y Fundamentos, ed. cit.
  7. Ana María Poveda, La institución del museo: origen y desarrollo histórico, ed. cit., pp. 79-112.
  8. Ibidem, p. 91.
  9. Leopoldo Rueda, “La crítica de arte: aportes desde John Dewey”, ed. cit.
  10. Arnaud Mandy Dibangou, “Historia de la crítica del arte: evolución y fundamentos ideológicos”, ed. cit., pp. 1-20.
  11. Charles Baudelaire, Salones y otros escritos sobre arte, ed. cit., p. 97.
  12. En términos generales, se conoce con el término de Romanticismo el movimiento cultural que se opone a los principios característicos de la Ilustración y que es resultado de la profunda crisis social e ideológica en las primeras décadas del siglo XIX.
  13. Charles Baudelaire, op. cit., p. 102.
  14. Ibidem, p. 120.
  15. Ibidem, p. 103.
  16. Ibidem, p. 111.
  17. Ibidem, p. 115.
  18. Ibidem, p. 103.
  19. Ibidem, p. 103.
  20. Ibidem, p. 97.
  21. Ibidem, p. 101-102.
  22. Jennifer Josten, “Mathias Goeritz e Ida Rodríguez Prampolini: El nuevo artista y la nueva crítica de arte”, ed. cit., p. 25.
  23. Gregory Battcock, “Introduction”, ed. cit., p. 14.
  24. Ida Rodríguez Prampolini, “¿Qué ha pasado con la pintura?”, ed. cit., p. 106.
  25. Rocío de la Villa, Crítica de arte desde una perspectiva de género, ed. cit., p.11.