Albert Cossery, ¿un egipcio burlón?

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Was Albert Cossery a Mocker Egyptian?

 

 

Resumen

 

El presente artículo consta de cinco secciones: 1) Descripción del contexto en que descubrimos la referencia a la obra del escritor francófono de origen egipcio Albert Cossery. 2) Exposición sucinta de la vida y obra de Albert Cossery; referencia de algunos de sus comentaristas y delimitación del tema del presente artículo, a saber: que el ocio de un hombre inteligente le permitiría descubrir la impostura del mundo, y, más que intentar reformarlo, preferiría burlarse. 3 y 4) Exposición analítica y comentada de la novela cosseriana titulada La violencia y la burla. 5) Reflexiones sumarias y solución de la pregunta que da título al presente artículo.

 

Palabras clave: Albert Cossery, ocio, filosofía de la revolución, gobierno, violencia, burla.

 

 

Abstract

 

This article is divided into five parts: 1) Description of the context in which we discovered the reference to the literary work of Albert Cossery, a French speaking writer of Egyptian origin. 2) Synthesis of the live and work of Albert Cossery; reference to the some of its commentators and delimitation of the subject matter of this article, to know that the leisure of an intelligent man allows him to discover the imposture of the world and, rather than trying to reform it, he would rather mock it. 3 & 4) Analytical and commented exposition of the Cosserian novel entitled into French La violence et la dérision (Translated into English as The Jokers in 2010). 5) Final reflections and answer to the question of this article.

 

Keywords: Albert Cossery, leisure, philosophy of the revolution, government, violence, mock.

 

 

¿Acaso me tomas por un niño, Excelencia? Pretender que uno se

sacrifica por la felicidad del pueblo es el pretexto de toda ambición

política. Pero a ti el pueblo no te ha pedido nada. Solo quiere vivir

en paz.

 

Albert Cossery, Una ambición en el desierto.

 

 

1. Encuentro con Albert Cossery

 

Leyendo el Elogio de la pereza refinada de Raoul Vaneigem, hace varios años me encontré con el nombre de Albert Cossery. En tal apología, el exintegrante de la Internacional Situacionista refiere una novela del escritor francófono, de origen egipcio, titulada Los haraganes del valle fértil. Vaneigem afirma que con esa novela Cossery introduce al lector en la atmósfera de una casa de pueblo, en la que sus habitantes rivalizan en ingenio para mantenerse dormidos la mayor parte del tiempo; y, para conseguir su objetivo, tienen que desbaratar todas las seducciones perversas que puedan incitarles a trabajar[1]. Esa sola disyunción cómica merecería por sí misma un análisis riguroso, ya que, por un lado, puestos en una balanza los actos de trabajar y dormir, para los protagonistas cosserianos siempre será preferible lo segundo. Mientras que, por otra parte, aunque en el mismo sentido, habría que resolver la paradoja resultante de que Albert Cossery celebre la inteligencia en vilo (esto es, una vida lúcida), frente al estado somnoliento que llevan varios de sus personajes principales en Los haraganes del valle fértil, pues, a pesar de descubrir la gran estafa universal (consistente en esclavizar a la humanidad que no cuestiona su sumisión gratuita a toda laya de oficios y laborcillas), de eso no se sigue que, renunciando con inteligencia al trabajo vergonzoso y humillante, la única consecuencia sea la inactividad del sueño intermitente.

 

La referencia escueta de Vaneigem me resultó más que una invitación a leer la bibliografía de Albert Cossery (galardonado con el Grand Prix de la Francophonie en 1990 por el conjunto de sus letras, un premio otorgado anualmente a los escritores que contribuyen a promocionar mundialmente la lengua francesa). Sin embargo, muy pronto me encontré con el agravante de que su obra, a pesar de que siete de sus ocho libros ya estaban traducidos al español, resultaba un tanto inaccesible. En primer lugar, porque algunos títulos ya habían sido descatalogados por el editor castellano Mario Muchnik, y secundariamente, porque los libros disponibles no estaban a la venta en México ni se les podía encontrar en alguna biblioteca pública (exceptuando la versión francesa de Una conspiración de saltimbanquis). Pero los años no pasan en vano, y menos para la “globalización” de las labores editoriales: Éditions Joëlle Losfeld ha reeditado las Œuvres complètes de Cossery en dos volúmenes, así como la edición separada de cada novela. Actualmente, son asequibles La violencia y la burla y Los colores de la infamia en la editorial Octaedro. El sello Pepitas de calabaza pretende reeditar, “si las autoridades no lo impiden y el tiempo lo permite”, las novelas del escritor egipcio (a la fecha ha publicado por primera vez en español Una ambición en el desierto y la reedición de Mendigos y orgullosos, además de la Conversación con Albert Cossery de Michel Mitrani: una larga entrevista realizada cuando, si nos atenemos a la fecha de la edición original, el autor egipcio rondaba los 80 años y perfilaba su octava novela). Por otra parte, José Luis Galar ofreció al público un ensayo titulado Tras Albert Cossery. Frente a estos libros no pueden olvidarse varios estudios especializados (la mayoría de ellos en francés), entre los que descuellan algunas tesis magistrales y otras doctorales (por ejemplo, la del brasileño Thiago de Oliveira Sales), una biografía novelada y diversas entrevistas en papel y video, así como el documental de Sophie Leys titulado Une vie dans la journée d’Albert Cossery (Una vida en el día de Albert Cossery). Además, algunos directores cinematográficos de baja proyección filmaron adaptaciones de Los haraganes del valle fértil, Mendigos y orgullosos, La casa de la muerte segura y La violencia y la burla. Incluso el famoso cineasta Jean-Luc Godard se sirvió de Una ambición en el desierto y de los fragmentos de una entrevista a Cossery para realizar uno de los capítulos de su último film, Le livre d’image.

 

Sin embargo, lo dicho hasta aquí solo muestra la punta de ese iceberg llamado Albert Cossery. Por tal motivo, es indispensable señalar algunos datos biográficos sobre el todavía desconocido escritor cairota. Para lo cual nos serviremos de los textos de Michel Mitrani[2] y José Luis Galar[3].

 

 

2. “El príncipe de la pereza” o “El Voltaire del Nilo”

 

Albert Cossery murió a los noventa y cuatro años, el 22 de junio de 2008 en la habitación número 58 del hotel La Lousiane, en Saint Germain des Prés. Allí vivió durante más de 60 años, tras instalarse definitivamente en París en 1945 (pues ya había hecho una primera estancia para cursar estudios universitarios, aunque, según sus palabras, no estudió nada de nada; además, sus explicaciones sobre la vanidad de los estudios y títulos universitarios pueden encontrarse de forma novelada, entre muchos otros pasajes de sus libros, en los capítulos I y VIII de Una conspiración de saltimbanquis)[4]. Varias décadas parisinas que fueron constituyendo una leyenda alrededor de su vida, como se verá a continuación. Solía decir que su longevidad, entre otras cosas, se debía a no haber tenido hijos, ni portera, ni cuenta de electricidad que pagar. Nació en Fegallah, El Cairo, el 3 de noviembre de 1913 (y aunque sus estudiosos hacen variar su natalicio entre los días que van del 1 al 4 de noviembre, me atengo a la fecha registrada en su ficha biográfica que acompaña la edición francesa de Los haraganes del valle fértil de la editorial Robert Laffont de 1977 y de una fotografía de su pasaporte egipcio que circula en Internet; además, sobre este documento de identidad dijo que, a pesar de vivir en París, nunca solicitó el pasaporte francés porque quería seguir siendo egipcio, pues nunca se consideró como un traidor del país de donde extrajo los prototipos y la sabiduría de todos los personajes protagónicos de sus novelas). Fue hijo de un padre rentista que no tenía ninguna necesidad de trabajar y de una madre analfabeta a quien una sirvienta le hacía el trabajo doméstico. Gracias a los libros de sus hermanos mayores, que eran intelectuales, Cossery pudo leerse a la edad de diez años toda la literatura y poesía francesa, según sus términos, una edad en la que los niños de hoy leen tebeos o no leen. Por otra parte, se consideraba influenciado por las letras de Dostoievski, Nietzsche, Stendhal, Thomas Mann, Baudelaire y Rimbaud.

 

Ya instalado en París, perteneció a un círculo de amigos entre los que figuraban Albert Camus, Henri Miller, Lawrence Durrell, Juliette Gréco, Boris Vian, Jean Genet, el pintor y escultor Alberto Giacometti (benefactor de Cossery, pues este, recibiendo de regalo algunas piezas artísticas, las vendía para pagarse el hotel y sus cigarrillos) y algunos más que se daban a la vida bohemia. Incluso es un lugar común de su biografía legendaria afirmar que el escritor egipcio no trabajaba. Solía decir que publicaba un libro cada diez años porque, según sus cálculos, los escribía a un ritmo de dos líneas por semana. De ahí que se ganara el sobrenombre de “El príncipe de la pereza” (aunque por su estilo crítico contra los poderosos también fue apodado “El Voltaire del Nilo”). Sin embargo, sostenía que su pereza no debiera entenderse a la manera occidental, esto es, como un sinónimo de idiotez, sino en un sentido oriental, es decir, como una forma de ociosidad indispensable para la reflexión. Cossery establecía una clara diferencia entre un perezoso idiota y otro inteligente: el primero siempre permanecería idiota en su ociosidad, mientras que el segundo es alguien que ha reflexionado sobre el mundo en que vive y ha comprendido que consiste en una impostura total. Ahora bien, el único camino que vislumbra el escritor egipcio para encarar el mundo es la burla; nunca pretendió reformarlo, sino solo reírse de él[5], pues, en una entrevista concedida a Aliette Armel y comentada por José Luis Galar, Albert Cossery reconoció ser como sus personajes[6].

 

Para comprobar la veracidad de las afirmaciones anteriores, expondré y analizaré una obra emblemática de Albert Cossery (galardonada por la Société des gens de lettres en 1965), titulada La violencia y la burla, publicada originalmente en francés en 1964, y que tuvo como precedentes (pues consideraba sus novelas como partes de un único libro) a Los hombres olvidados de Dios (1941), La casa de la muerte segura (1944), Los haraganes del valle fértil (1948), Mendigos y orgullosos (1955) y le prosiguieron Una conspiración de saltimbanquis (1975), Una ambición en el desierto (1984) y Los colores de la infamia (1999), dejando inacabada una novela que llevaría por título Une époque de fils de chiens (Una época de hijos de perra). Por lo demás, tanto Mendigos y orgullosos como Los colores de la infamia fueron adaptados al formato de historieta e ilustrados por el famoso diseñador francés Guy Nadaud (mejor conocido por su seudónimo de Golo), en 1991 y 2003, respectivamente. Incluso la novela Los haraganes del valle fértil fue adaptada para llevarse al teatro en una comedia de tres actos y editada en 2004. Textos a los que hay que sumar una prematura publicación de Cossery en 1931, a saber: un libro de poemas escritos en francés, emulando a Baudelaire y titulado Les morsures (literalmente Mordeduras), del que renegaría posteriormente, hasta el punto de que hoy resulta casi imposible encontrar un ejemplar. No obstante, sobreviven tres de sus poemas gracias a que Jean Moscatelli los incluyó en su antología de Poètes en Egypte, publicada en 1955, mismos que pueden encontrarse online en una versión inglesa.

 

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Albert COSSERY and Lawrence DURRELL in 1968, © Claudine Brelet. https://sulfur-surrealist-jungle.com/2023/03/13/albert-cossery-collective-file/

 

3. La utilidad del arte

 

En un mundo gobernado por la impostura, “el arte por el arte” no es un precepto al que deba ceñirse la gente inteligente. Así lo demuestra Albert Cossery en La violencia y la burla, pues sus primeras páginas exponen la pericia de un artista para mofarse del poder encarnado en la persona de un policía común y corriente. Sin embargo, su crítica no consiste en afectar la humanidad del agente del orden, sino solamente en ridiculizar el poder que representa, pues, en última instancia, cualquier policía es la figura emblemática de la sociedad represiva. Analicemos la escena.

 

En el crucero más distinguido de una ciudad de Oriente Próximo, un gendarme bañado en sudor no puede creer que esté mirando al más excelso mendigo (un anciano decrépito, de rostro asolado y barba gris, vestido con harapos multicolores y un turbante monumental en la cabeza), repantigado sobre la esquina de un lujoso edificio en el que se albergan un banco y una joyería. Ante esta imagen de espectacular contraste, el guardián del orden no querrá menos que limpiar la mancha de miseria que ensucia el fastuoso edificio. Presto a cumplir con su deber, increpa al sinvergüenza para que desaloje el área, pero este hace caso omiso a los insultos. Entonces, el policía enardecido le lanza dos puntapiés que parecen matarlo. A continuación, el gendarme, preso de pánico, coge por el turbante a su víctima, sacudiéndola salvajemente como si quisiera resucitarla. Pero con ese gesto, la cabeza del mendigo se desprende de su tronco mientras el oficial la agita como si fuera un trofeo sangriento. Frente a esta escena horrorosa, la muchedumbre lanza alaridos de dolor e indignación, reprobando el comportamiento bestial del gendarme contra la inocua presencia del anciano desamparado. No obstante, añade el narrador: “Se necesitó cierto tiempo antes de que las mentes febriles por esa carnicería matinal se dieran cuenta de la superchería. Pues, lo que en un principio habían tomado por un mendigo de carne y hueso solo era en realidad un maniquí hábilmente pintarrajeado por un artista concienzudo, y exhibido en aquel lugar respetable, con la intención evidente de burlarse de la policía”.[7]

 

Como era de esperarse, en el momento en que la muchedumbre se percata de la broma contra la autoridad (desafiando la prescripción gubernamental de limpiar las calles de prostitutas, vendedores ambulantes, ladrones y mendigos), no puede menos que prorrumpir en carcajadas burlándose del infortunado gendarme. A tenor de lo anterior, resulta comprensible que Cossery encontrara en el arte una utilidad liberadora, que estuviera al servicio de la lucha contra la opresión y a favor de una vida indolente, colmada de placeres y riquezas (pero en un sentido no peyorativo), al menos eso es lo que se comprende cuando el narrador describe el modo de vida del autor de la broma, un artista llamado Karim.

 

 

4. La vida amena y el resentimiento de los insatisfechos

 

A la hora en que la broma surtía efecto, Karim se hallaba todavía acostado sobre su cama, ofreciendo la imagen de un monarca saciado, pero no por la afrenta contra la autoridad, sino a causa del placer surgido tras conquistar a una chica la noche anterior. La vida de este artista cambió radicalmente en la última semana, luego de abandonar su antiguo alojamiento situado en un barrio indígena, al que ahora contemplaba desde la terraza de un prominente edificio:

 

Desde su sexto piso, como un explorador desde lo alto de una montaña, Karim dominaba la ciudad y sus múltiples madrigueras, donde se afanaba en prosperar una muchedumbre de imbéciles y tarados. Esta vista general de una sociedad entregada al más sangriento bandidaje le proporcionaba un placer sin límites. Cada vez más consideraba su nueva residencia como un observatorio en el que sus facultades humorísticas podían desarrollarse con toda libertad.[8]

 

Como es evidente, los personajes protagónicos del escritor cairota se muestran refractarios contra el deseo reinante del progreso material que rige la vida de la mayoría, la cual, dispuesta a alcanzarlo, se somete a una empresa de bandidaje, y que, a ojos de Karim, resulta demasiado irrisoria: perder la vida neciamente en aras de una idea inalcanzable. Este descubrimiento, aparentemente insignificante, es el que permite distinguir a un hombre necio de otro inteligente. El primero sufre por progresar perpetuamente (tratando de instalarse día a día sobre la pantanosa sociedad del bienestar o en los escalafones inestables del poder), mientras que el segundo encuentra ridículo el sufrimiento del primero, pero sin llegar a compadecerlo: la compasión jamás servirá para hacer de un idiota un ser inteligente, o sea, para liberarlo de su situación cómica.

 

Por otra parte, el cambio domiciliario de Karim podría insinuarnos que también pertenece a la “muchedumbre de imbéciles”, de la que habla el narrador en la cita precedente, empecinados en prosperar materialmente, habiendo abandonado su morada del barrio indígena para instalarse en un apartamento citadino. Y aunque el comportamiento de Karim podría parecer ambiguo, como se verá más adelante, no es este el caso, pues hay que remarcar que el cambio residencial sirve para desarrollar libremente sus facultades humorísticas. Además, es el recurso literario que permite a Cossery el desenvolvimiento del relato, mediante la aparición de la policía como uno de los tentáculos férreos del poder, intentando estrangular el cuello de una vida alegre, representada por un grupo selecto de revolucionarios hasta entonces inclasificables para el Estado y sus representantes, es decir para el gobernador y la policía.

 

Tras marcharse la chica que conquistó la noche anterior, irrumpe en la habitación un policía (al que sutil e irrisoriamente tratará de corromper), notificando a Karim la urgencia de desalojo, citándolo para un interrogatorio con la autoridad competente, pues se le tiene por un antiguo rebelde peligroso viviendo en una “vía estratégica”, por donde a diario circulan personajes notables, entre ellos, el nuevo gobernador. Siendo más precisos: a ojos de la policía, Karim representa el tipo tradicional de sedicioso dispuesto a dar la vida a favor del derecho y la justicia sociales. Ciertamente, en un pasado no demasiado remoto, Karim se contaría entre esa clase de revolucionarios, cortos de entendimiento, que lo único que desean es destronar a las autoridades para apoderarse de sus puestos y repetir sus mismas estrategias de control contra el resto de la gente. Sin embargo, tras una estadía en prisión, acusado por cometer ingenuos crímenes políticos, y ayudado por amigos que se lo hicieron entender, se convirtió en un rebelde renovado, inclasificable para el Estado y capaz de hacer la revolución mediante la burla, según los términos del narrador cosseriano, considerando a los gobernantes del mundo en su justa medida, es decir como seres enteramente ridículos, cuya única función es provocar la risa a los hombres inteligentes.

 

A tenor de lo anterior, es necesario subrayar que Karim, tras su salida de prisión, sufre una conversión respecto a su antiguo comportamiento sedicioso, al abandonar la “misión de odio y de muerte” tan característico de los “revolucionarios orgullosos y obstinados”[9], ejerciendo ahora el oficio de constructor de cometas con papel multicolores (es decir, su manera poética de ridiculizar el progreso y, específicamente, las máquinas toscas de los aviones). Una actividad que, a ojos de la autoridad, parecerá más digna de un loco que de un revolucionario. Sin embargo, es precisamente la incapacidad de la policía (y de sus lacayos reaccionarios) para concebir un tipo de revolución por entero ajeno a la violencia, lo que permite a los protagónicos cosserianos llevar una vida alegre en medio de un mundo bufonesco. A este respecto, la broma del falso mendigo de Karim, sin demeritar sus efectos hilarantes contra la autoridad, solo fue una fruslería comparada con el plan que maquinaba Heykal, pues como apunta el narrador:

 

Karim sabía que su amigo y cómplice, el incomparable Heykal, estaba a punto de preparar una acción cuya sutileza y amplitud subterránea debían arruinar para siempre la autoridad del gobernador. A decir verdad, él ignoraba lo esencial de lo que se tramaba, pues Heykal había mantenido el misterio sobre los detalles de la alegre conspiración. No obstante, un hecho probaba la inminencia de la lucha insidiosa que Heykal se disponía a librar. Finalmente, Heykal había decidido reunirse con Jaled Omar, el negociante, y le había encargado a él un mensaje para este último, dándole cita para esa misma noche.[10]

 

Las líneas anteriores introducen dos nuevos protagónicos en el relato: Heykal y Jaled Omar. Ambos amigos de Karim, aunque de ocupaciones casi diametralmente opuestas. Esto nos permitirá abordar el tema de los medios de subsistencia de los personajes de Cossery y los recursos para efectuar una revolución de dimensiones descomunales.

 

Karim conoció a Jaled Omar en la cárcel, en una situación que a la postre tuvo por vergonzosa, pues fue capturado a los veinte años motivado por razones políticas, mientras que el negociante estaba tras las rejas por sustraerle a un hombre rico su cartera repleta de billetes, es decir que había robado por hambre. Sopesando ambas acciones, a Jaled Omar le parecía una estupidez perder la libertad por cosas tan ociosas como las causas políticas, burlándose de la pretensión de Karim de sentirse un mártir, lo cual no fue obstáculo para que, con el paso del tiempo, se convirtiera en amigo y protector de aquel joven idealista. Por otra parte, el éxito en los negocios de Jaled Omar no deja de ser curioso, habiendo entendido la simplísima lógica del dinero con solo observar su movimiento en la prisión, ya que, falto de recursos, no podía vender ni comprar de contado. Sin embargo, sí pudo comprar a crédito y vender más caro lo adquirido. Comprendió entonces que podía obtener ganancias sin esforzarse demasiado. Al poseer la fórmula para multiplicar el dinero sin complicaciones, prontamente tomó el control económico de la prisión y, a su salida, se convirtió en uno de los seres más prósperos de la ciudad. A decir del narrador, Jaled Omar: “Solo sentía afecto por los vagabundos, solo estaba a gusto en compañía de personajes excéntricos, sin profesión y dueños de su tiempo. La facilidad con que había ganado su dinero le había abierto los ojos sobre la impostura de este mundo. Comprendía que una cosa semejante solo era posible entre locos y ladrones”[11]. Como es evidente, esto último será determinante para que el negociante ofrezca todo su capital sin condiciones a la causa de Heykal, quien, por otra parte, no precisará de una fortuna completa para hacer la revolución, sino solo de una impresora y una habitación para resguardarla. Más no nos adelantemos, ya que antes es preciso presentar a Heykal.

 

Posesor nato de una verdadera aristocracia, Heykal no necesitaba fingir ser un gran señor ante nadie. Su elegancia en el vestido y el verbo, así como su aplomo para caminar, jamás fueron fruto de un largo entrenamiento, si no los rasgos inherentes de su personalidad. Pese a que no contara más que con un solo traje presentable, hay que recalcar que fue cortado a medida por el mejor sastre del país y confeccionado con textiles extranjeros. Engalanado en su atuendo, Heykal era tenido por un joven opulento entre la burguesía, sirviéndose incluso de un criado para administrar su casa, un hombre llamado Siri, dispuesto a dejarse la piel si se trataba de defender el honor de su amo. Pero la verdad es que el joven aristócrata llevaba una vida modesta, resultado de la renta de un tramo de tierra heredado, pues a sus treinta y dos años era reacio al trabajo. Más eso no significa que dilapidara su tiempo en banalidades, antes bien, lo aprovechaba descubriendo todo lo ridículo que hay en el comportamiento humano. Razón por la cual, tenía a la vida como una inagotable fuente de alegrías. Llegados a este punto, podría cuestionarse si Heykal no experimentaba ningún otro estado de ánimo. Pues bien, aunque a lo largo de la novela jamás se le ve triste ni compadecer las tragedias de sus amigos (por lo que Jaled Omar, no sin cierta complicidad, lo tendrá por un cínico extremo), sí considera que sería una desdicha que, de pronto, el mundo se quedara desprovisto de bufones. Pero mientras eso no suceda, Heykal se caracteriza por una “soberbia indiferencia a la desdicha”[12]. Además, el narrador lo describe inicialmente afectado por un momento de furia contra su criado, pero también recalca que el aristócrata combate internamente tal estado de ánimo sin exteriorizarlo jamás. Y como resultado de ese ejercicio, su habitual sonrisa sarcástica mostraba a lo mucho un ligero rasgo feroz hasta recobrar, poco a poco, la serenidad.

 

De camino a su cita con Jaled Omar, Heykal se encontró con su “mendigo personal”, un hombre al que socorría diariamente con una moneda desde hacía varios años, y a quien, para burlar las disposiciones gubernamentales de limpiar las calles de mendigos y demás desheredados, le propuso que lo visitara en su domicilio para recibir mensualmente las limosnas reunidas en una sola exhibición. Sin embargo, el mendigo se sintió ofendido con tal propuesta, arguyendo que no era ningún funcionario obnubilado por el salario (lo cual hace recordar otro título de Albert Cossery, Mendigos y orgullosos). Esta respuesta desencadenará más adelante una reflexión de Heykal, a saber: que las palabras del mendigo resultaban un insulto contra todos los trabajadores del mundo, empecinados en hacer carrera y compitiendo criminalmente unos contra otros para volverse ilustres a fuerza de su esclavitud, añadiendo que era una pena que las muchedumbres tuvieran por gloriosos, respetables y ejemplares, a quienes no pasaban de ser más que funcionarios miserables.

 

Por lo demás, el encuentro de Heykal con Jaled Omar puede resumirse así. Aun sin conocer de vista al joven aristócrata, el negociante lo reconoció entre la multitud por su elegancia y sus maneras, afirmando que su rostro reflejaba sus ideas, pareciendo más sabio que cualquiera. Heykal le replicó que solo sabía dos cosas:

 

—La primera, es que el mundo en el que vivimos está regido por la más innoble banda de bribones que jamás ha hollado el suelo del planeta.

—Suscribo plenamente esta afirmación. ¿Y la segunda?

—La segunda, es que sobre todo no hay que tomarlos en serio; pues es lo que desean.

—Completamente de acuerdo —dijo Jaled Omar estallando en una risa ruidosa y prolongada.[13]

 

Sin embargo, a pesar de coincidir en ambas tesis, Heykal y Jaled Omar no deseaban cambiar el mundo, pues, a sus ojos, los reformadores se infatúan con los aires justicieros de los carceleros, sedientos de gobernar el mundo desde el más mísero ministerio. Se entiende, entonces, por qué el negociante puso su riqueza a disposición de Heykal para una causa que no fuera ni sensata ni justa; quería, en todo caso, contribuir con su dinero a la locura del mundo, incluso sabiendo que un ser inteligente no precisa de ninguna fortuna para divertirse, pues le basta con mirar a su alrededor para sentirse arrellanado ante la gratuidad del espectáculo.

 

Ciertamente, para estos burlones cosserianos el hombre más cómico del mundo era el gobernador. Desde hacía tiempo enviaban cartas a los periódicos bañándolo en alabanzas, mismas que los diarios dejaron de publicar por ser de una zalamería desmesurada, que hacían tronchar de risa a sus lectores. Una prueba de que resultaba más sencillo hacer la revolución mediante la burla. Así que el nuevo plan de Heykal consistía en imprimir y pegar por toda la ciudad carteles con la foto del gobernador y un texto glorificándolo. En términos del joven aristócrata, el texto sería una laudatoria tremendamente estúpida que hasta los más ingenuos se reirían del gobernador inconteniblemente.

 

Con el texto laudatorio aparecen dos nuevos personajes en el relato cosseriano: un profesor llamado Urfy y su madre, una anciana enclenque recién afectada de locura. Urfy, un hombre de trato amable y bondadoso, fue un ministro que prontamente desertó de los despachos polvorientos para fundar con el apoyo de su madre, antes de que esta cayera en la demencia, una escuela prácticamente distinta a cualquier institución educativa, aprovechándose irrisoriamente de las cualidades físicas que la gente analfabeta toma por signos de sabiduría: la calvicie prematura y la miopía. Consciente de que la educación subsidiada por el gobierno no puede menos que inculcar desde los primeros años “la ignominia, las astucias y las bajezas de una sociedad podrida”[14], Urfy decidió combatir la educación oficial desde su escuela privada con resultados inauditos. Así lo describe el narrador:

 

Contrariamente a la tradición, los niños se mostraron encantados con su maestro, y habrían matado padre y madre para ir a sentarse en los bancos de aquella extraña escuela. Eso sorprendió mucho a sus padres —buena gente ignorante— que jamás habrían sospechado en su progenitura semejante ardor por la instrucción. Ignoraban, esos desdichados, que sus hijos vivían en un ambiente anárquico perfectamente a su gusto, y que el mismo Urfy, a pesar de su calvicie y sus gruesas gafas con montura de acero, era un peligroso bromista. Hablaba a los chiquillos confiados a su cargo un lenguaje en absoluta contradicción con el de los adultos; les inculcaba un único principio: a saber, que todo lo que dicen las personas mayores es falso y sin ninguna importancia. Era así como en la clase de Urfy se formaba una generación de espíritus cáusticos ante la cual ninguna autoridad encontraba amparo. El mismo Urfy se sentía a veces sofocado al escuchar increíbles paradojas en la boca de unos escolares apenas salidos de la infancia.[15]

 

Fue a este profesor bromista (y reacio a los objetivos funestos de la educación oficial) a quien Heykal encargó la redacción del texto laudatorio que, impreso en unos carteles tapizando la ciudad, ridiculizaría extremadamente al gobernador. Seguro de que la risa es bienvenida en cualquier circunstancia, y apoyando sinceramente la pretensión de Heykal de “poner al servicio de la revolución la terrible arma de la burla”[16], no obstante, la locura de su madre irritaba sobremanera el corazón de Urfy, pues, a pesar de verla convertida en una caricatura humana, los recuerdos de su ternura y abnegación le impedían burlarse de ella. Así que, sintiéndose incapaz de reír, también creía traicionar a Heykal y su cofradía. Al profesor lo embargaba esta pesadumbre: deseaba reír, pero la situación de su madre se lo impedía. Solo con el desarrollo de la historia y el apoyo magnánimo de Heykal, Urfy reencontrará la alegría. Entretanto, ha puesto el punto final al panegírico del gobernador, y acompañado de Karim, abandonan la escuela, dirigiéndose a una bodega cerca del puerto donde imprimirán los carteles.

 

Urfy y Karim ya habían impreso quinientos carteles antes de la llegada de Jaled Omar y Heykal. Cuando este último leyó el texto en voz alta, el comerciante estalló en carcajadas como ahogándose de placer. Tras disponer los últimos detalles para la broma contra el gobernador, el joven aristócrata se despidió de sus amigos, llevándose un cartel cuyo primer lector cayó fulminado, y no precisamente de risa. He aquí los detalles.

 

Cerca de la playa se emplazaba el casino de la ciudad, y Heykal vio junto al mar a su enamorada, una joven llamada Soad. El padre de la chica era un millonario que se sentía por encima, no solo del gobernador, sino de todos los notables de la burguesía: regularmente realizaba fiestas con el único objetivo de ofender a sus invitados, los cuales acudían solo por el morbo de ver quién salía peor insultado. Por esas acciones Soad odiaba a su padre, pero sobre todo porque antaño, y para exhibir su fortuna como cualquier esnob acaudalado, tuvo de amante a Om Jaldun, una cantante veterana famosa y la actual querida del gobernador, quien desde hacía unos meses se la arrebató a Abdel Halim Makram, el rico industrial que cayó fulminado tras leer el cartel de Heykal. Este lo había pegado secretamente encima de la fila de urinarios del casino, por lo que el industrial desdichado, al ver la foto y el elogio de su rival, murió de un paro cardiaco.

 

Entretanto, e ignorando la tragedia y el motivo, en el salón de baile aledaño a la sala de juegos del casino, se encontraban Soad y su padre, acompañados del gobernador. La chica, para complacer a Heykal que los miraba a lo lejos, se empeñaba en sacar a bailar al gobernador, el cual respondía a la siguiente descripción:

 

El gobernador pertenecía a esa categoría de personajes públicos que dejan atónitos a los caricaturistas más veteranos. Estos no tenían nada que hacer; su imaginación quedaba desbordada por el trabajo ya realizado por la naturaleza. De estatura corta, barrigón, las piernas torcidas, tenía una nariz aplastada y grandes ojos redondos, perpetuamente abiertos como si fueran a salirse de las órbitas. Cuando miraba a un interlocutor, este último tenía la impresión de ser agrandado mil veces por esos monstruosos órganos globulosos, asestados en él como si fuera un microbio dañino.[17]

 

Ver bailar a este personaje era algo que complacería sobremanera a Heykal. No sucedió. Sin embargo, ya tenía en mente un nuevo plan para su regocijo: erigirle una estatua. Soad se encargaría de conseguir un cheque de su padre que, acompañado de una carta redactada por Heykal usurpando su nombre, mandaría a varios periódicos para que todos sus lacayos contribuyeran a la erección del monumento mediante una suscripción. Por otra parte, y esperando la reacción que tendría el gobernador al enterarse de la causa de la muerte de Abdel Halim, Heykal soportaba la compañía de un joven llamado Riad, quien, en su ausencia, solía imitarlo en sus maneras ante personas que no conocían al aristócrata. En ese momento su imitador le presentaba una diatriba contra el gobernador, tildándolo de déspota por solventar unos gastos desvergonzados de autopropaganda, sin sospechar que a Heykal ese tipo de recriminaciones le resultaban absolutamente hueras, porque tomaban en serio a un personaje que merecía mejor ser atendido con la burla. Por lo demás, la noche transcurría serena mientras Karim y sus secuaces pegaban, también en secreto, centenares de carteles por toda la ciudad.

 

Al día siguiente, Karim se dirige a la comisaría debido a que la víspera fue citado para resolver el caso de vivir en una “vía estratégica”. Los carteles elogiosos del gobernador están por todas partes, incluso algunos sufrieron ya los ultrajes del vandalismo popular: ojos arrancados y otras gracias pintarrajeadas. Por su parte, la policía, ignara e incapaz de descubrir a los responsables, se ve apremiada a tomar medidas drásticas: no pudiendo prohibir directamente la risa generalizada de las turbas (que satirizan y zahieren la imagen del gobernador), justificaba su censura deteniendo a los más risueños, acusándolos de drogadictos. Independientemente de esto, Karim encontraba la posibilidad de reír sobre cualquier asunto. Le bastaba escuchar la discusión más fofa para divertirse, pues, inexcusablemente, el más ofendido de los interlocutores siempre soltaba la frase: “¿Sabes quién soy?” (equivalente de “No sabes con quién te estás metiendo”):

 

Esta frase encantaba a Karim; desde hacía tiempo se las ingeniaba para descubrir la génesis de una tan agresiva fatuidad. Eso le parecía impensable. En esta ciudad, el menor desarrapado se tomaba por un personaje importante. Hasta el gobierno, que bautizaba vía estratégica a un miserable paseo marítimo al borde del mar. Decididamente, la locura por las grandezas venía de muy alto. Esta vanidosa chusma tenía a qué atenerse: seguir el ejemplo de su gobierno.[18]

 

Prueba de lo anterior es un altercado desternillante que Karim tiene, momentos antes de entrar en la comisaría, con Abdu el peluquero y un chamarilero (dueño de un burro trabajador). Estos últimos esgrimían la prioridad de esquilar al asno, por dignidad y respeto, frente a quien no aparentaba ocupación alguna, y donde, para más escarnio, el protagonista cosseriano se sirve de la fórmula: “¡No pareces saber con quién hablas!”[19], mofándose así de sus adversarios y añadiendo, entre otras pullas, que cada cual tiene la clientela que se merece. Zanjada la discusión, Karim entra en el edificio gubernamental que otrora pisó, infatuado con aires de gran revolucionario y dispuesto a derrocar a las autoridades. Sin embargo, al analizar retrospectivamente dicho comportamiento, no puede menos que reírse de sí mismo, pues el narrador puntualiza: “Ante este recuerdo tuvo vergüenza por su estupidez de entonces. ¿Cómo había podido ser tan limitado para no comprender que eran los más fuertes, y que su actitud bravucona solo podía encantarles y al mismo tiempo perjudicarle poniéndolo al mismo nivel que sus verdugos? Felizmente, ese tiempo lejano estaba superado; iba a sorprenderlos hasta el punto de volverlos locos”[20].

 

Nada más instalarse en la sala de espera, Karim se percata de que las cosas del Estado no se alteran en lo más mínimo con la instauración de un nuevo gobierno, pues, el oficial que lo interrogaría era el mismo del antiguo régimen, a saber, un policía llamado Hatim, quien pasaba por ser un erudito de todas las teorías revolucionarias. Aunque, a decir verdad, sus conocimientos los obtenía interrogando a los más rabiosos acusados políticos, de quienes admiraba el coraje de sus espíritus indomables por todas las enseñanzas que eran capaces de suministrarle. Así que el policía se alegró de ver a un antiguo rebelde con el que nuevamente deseaba medir sus fuerzas. Sin embargo, el oficial se llevó un chasco, pues, a sus ojos, Karim ya no era ni la sombra de lo que había sido. En lugar de un revolucionario rabioso, se encontró con un hombre disminuido, cabizbajo, humilde y temeroso; un ciudadano mediocre sin ideas ni ambiciones, juzgándose arrepentido por pretender derrocar al gobierno en el pasado; un pobre diablo que se ganaba la vida construyendo cometas y, lo que era el colmo, pronto a casarse. El incrédulo Hatim no pudo menos que resolver que Karim siguiera en su piso. Ahí se hubiera cerrado el asunto de no ser porque en ese momento entró el gobernador. Al pasar frente a Karim, este impulsivamente le besó la mano y se mostró compungido por recibir una dicha tan inmerecida. El narrador precisa así la reacción del oficial de policía:

 

El acto intempestivo de Karim había dejado a Hatim completamente hundido. Había intentado impedírselo, creyéndolo una agresión, pero lo que había visto era peor que eso: era el mundo al revés. Este Karim que pensaba conocer tan bien se le aparecía de repente incomprensible. Lo miró con ojos espantados; se hubiera dicho que miraba un animal viscoso. Karim navegaba en las puras esferas del embeleso. Había corrido el riesgo de echar abajo toda su estrategia por el simple placer de deslumbrar a Hatim, de proporcionarle la prueba irrefutable de su arrepentimiento. Y no dudaba de haber logrado esa hazaña.[21]

 

El atrevimiento de Karim lo puso de nuevo en la mira de Hatim, quien aprovechó para cuestionarle sobre la procedencia de los carteles que se burlaban del gobernador; pero el constructor de cometas respondió que creía que era obra del gobierno. Así que, no pudiendo extraer de Karim ninguna información, el policía lo despidió.

 

Entretanto, hacía quince días que Heykal envió la carta a los periódicos para la erección de la estatua del gobernador, resultando un éxito absoluto, hasta el punto de que el gobierno de la capital se sentía celoso de aquella popularidad, aparentemente autosufragada por su homónimo local. Por otra parte, una noche yendo a la casa de Heykal, Karim se descubre asediado por Taher, un antiguo camarada del partido revolucionario, siempre dispuesto a perder la vida en nombre del pueblo, arrojando bombas contra cualquiera que no fuese de su mismo parecer. En esta ocasión increpa a Karim por abandonar la causa popular y por las bromas contra el gobernador que la policía podría imputar a los revolucionarios serios, es decir, a Taher y sus camaradas. Así que le pide, lo conduzca ante Heykal para gritarle unas cuantas verdades. Presentados Taher y Heykal, entablan un largo diálogo que no tiene desperdicio, pues se exponen sendas maneras tan opuestas de hacer la revolución, una por vía de la violencia y otra mediante la burla, de donde el libro cosseriano toma su título. Taher sostiene que para combatir la violencia del gobierno es preciso utilizar la violencia popular, ante lo cual recibe la siguiente objeción (la extensa cita se justifica por su contenido):

 

—Ninguna violencia terminará con este mundo bufón —respondió Heykal—. Es precisamente lo que buscan los tiranos: que los tomes en serio. Responder a su violencia con la violencia, es mostrarles que los tomas en serio. Es creer en su justicia y en su autoridad, y así contribuyes a su prestigio; mientras que yo contribuyo a su pérdida.

—¡No veo de qué manera! Tus actuaciones no descansan en ninguna base histórica. ¡Solo son farsas insípidas!

—De la manera más sencilla. Siguiendo a los tiranos en su propio terreno; volviéndose aún más bufones que ellos. ¿Hasta dónde irán? Pues bien, yo iré siempre más lejos que ellos. Los obligaré a excederse en la bufonada. Para mi mayor alegría.

—¡Pero está el pueblo! —exclamó Taher—. ¡Te olvidas del pobre pueblo! ¡Él no ríe!

—Enséñale a reír, Taher efendi. He ahí una noble causa.

—No sé —dijo Taher con voz sorda—. Yo mismo no he aprendido a reír. Y no quiero aprender.

[…].

—Entonces —dijo Heykal—, mucho me temo que te conviertas en la risa de los tiranos. Es necesario que uno de vosotros se ría del otro.

—¡Qué presunción, Heykal efendi! ¿Es que jamás se te ha ocurrido que se podría derrocar a los tiranos?

—Antes que a un tirano muerto, prefiero a un tirano ridiculizado. Es más duradero como placer.[22]

 

La conclusión de Heykal no puede menos que establecer la diferencia en sendos modos de hacer la revolución, pues, como sostuvimos a propósito de la broma de Karim, los protagonistas cosserianos no pretenden afectar la humanidad de los agentes del orden, sino solo ridiculizar el poder que representan, ya que les resulta mucho más agradable burlarse de un tirano que soportar el hedor de su carroña. A consecuencia de lo anterior, Taher se encoleriza por su impotencia para destruir los argumentos bien cimentados de Heykal, y ante quien, por lo demás, sus propios aires de revolucionario serio no dejan de revelarse igualmente ridículos, como aquellos seres a los que combate. Así que, herido en su orgullo, Taher sale rompiendo el vaso en el que Siri le había ofrecido un jarabe de cortesía, increpando una vez más a Karim.

 

Pasan los días y de nuevo se encuentran Heykal y su enamorada Soad. Más no se trata de una cita amorosa, sino de despedida. La chica rebelde que tiempo atrás amaba la inteligencia, a la par que despreciaba el lujo y aborrecía el poder, ahora se mostraba emperifollada hasta el exceso con joyas y maquillaje, como la señora de cualquier acaudalado. Antes de despedirse, la chica le comunicó a Heykal que su padre se decidió a casarla con un hombre rico y por eso lucía las joyas de su madre, pues sospechaba su implicación con el cheque enviado a los periódicos para la erección de la estatua del gobernador. También le confirmó que este sería destituido en el plazo de una semana. Heykal recibe ambas noticias con su indolencia habitual. Sin embargo, el narrador deja entrever que la última parece afectarle más que la primera, pues con la destitución del gobernador también disminuiría la posibilidad de reír, ya que, para opacar la insensatez de su predecesor, el nuevo gobierno se comportaría más serio. Y en cuanto al tema del amor perdido, así lo razona el narrador:

 

Para Heykal el aire de la calle traía nuevos olores; se estremecía al sentirse tan disponible, sensible ya a las promesas acumuladas en su camino. Otros rostros, otras pasiones lo esperaban, y pensaba en su amor difunto con una voluptuosa serenidad. Cada vez que una aventura se acababa, experimentaba una sensación de extraña felicidad, como si la mujer que él abandonaba se hubiera llevado una parte de su amor, y así un poco de sí mismo vagaba por el vasto universo.[23]

 

Para comprender mejor estas líneas, hay que leerlas recordando otras que el narrador menciona cuando Soad aparece en el relato, pues ahí se diferencian dos concepciones del amor: la de la multitud y el aristocrático. El primero se caracteriza por “un mediocre impulso sentimental hecho de vulgaridades y de rutina”[24], mientras que el segundo, si se atiende al contexto, se trataría de una complicidad intelectual contra el poder. Por lo demás, sobre este mismo asunto, Albert Cossery se explayó en diversos lugares de su entrevista con Michel Mitrani[25].

 

Así que, ya libre de Soad e informado de la inminente destitución del gobernador a causa de los carteles y de la estatua, Heykal decidió visitar a Urfy, pero sobre todo a su madre loca. Al llegar a la escuela, encuentra al profesor compungido por la idea de enviar a su madre a una institución especializada. Ante semejante noticia, Heykal muestra por primera vez un sentimiento de arrebato, lo cual asombra a Urfy, afirmando que esa sería la peor decisión, casi como si entregara una víctima a un verdugo, pues un manicomio jamás podrá sanar la locura. De poder hacerlo, ya se habría internado a la humanidad entera para su cura generalizada. Las palabras sensibles de Heykal borraron el aturdimiento de Urfy, reencontrando en la alegría el antídoto contra el dolor que atormentaba su alma. A continuación, se dirigieron a la habitación de su madre, quien sostuvo una conversación normal con Heykal, de la que viene a bien retener los siguientes pasajes:

 

—¡Te esperaba, príncipe! —dijo—. Soñé contigo la pasada noche. Montabas un caballo blanco y matabas un horrible dragón. Pero el dragón renacía tras cada uno de tus golpes y no moría jamás. Entonces, tú, príncipe, reías, reías… Y yo sabía por qué reías. En el fondo, no querías matar el dragón; el dragón te divertía demasiado como para que quisieras su muerte. […]. ¿Cómo son los hombres de ahora, príncipe? Recuerdo que eran ruines.

[…].

—Lo siguen siendo —respondió Heykal—. Pero su estupidez aún es bastante divertida.

—No hay ningún odio en ti. Lo sentí en mi sueño de la otra noche. No veía ninguna llama malvada en tus ojos cuando combatías con el dragón. Y no obstante, quería devorarte, príncipe. Jamás podría consolarme. Ten cuidado.

—No me dejaré devorar. No soy de esos a los que se devora. Sé defenderme incluso sin odio. No te preocupes por mí.

[…].

—Sí, defiéndete. Y regresa aquí siempre como vencedor.[26]

 

La comprensión entre ambos personajes asombró a Urfy, preguntándose si su madre estaba loca de verdad o solo fingía una comedia. Finalmente, agradeció a Heykal por todo lo que acababa de enseñarle. No obstante, es preciso puntualizar que no todos los interlocutores de Heykal eran capaces de comprenderlo, pues, para cerrar el relato, aparece de nuevo Taher, a quien el narrador le adjudica una inteligencia notable, pues concluyó satisfactoriamente sus estudios sufragados por su familia, gente pobre que prefirió sufrir hambre con tal de pagar la instrucción de su vástago, convertido ahora en un ilustrado y férreo revolucionario.

 

Karim se encontraba en su piso con Amar (así se llamaba la chica que conquistó la víspera de su broma del falso mendigo y que había vuelto la noche anterior), cuando fue importunado por Taher, el revolucionario serio y paladín del pueblo, que ahora pretendía arrojar una bomba contra el gobernador, justo cuando esa noche se desplazara por el paseo marítimo rumbo a una fiesta que se realizaría en el casino, y para lo cual requería de la terraza del apartamento de su antiguo camarada. Karim se negó rotundamente, comunicándole a Taher que no había necesidad de hacerlo, pues el gobernador sería prontamente destituido, gracias a la burla de los carteles y por la promoción de su estatua. Pero Taher no dio crédito y de nuevo se marchó molesto. El relato finaliza cuando, al día siguiente, Heykal abre el periódico y descubre la noticia de la muerte del gobernador en unos términos que vale la pena citar por completo:

 

En la primera página del periódico había un clisé que representaba el coche del gobernador destrozado por la explosión de la bomba, y una foto de Taher, el rostro tumefacto y sangriento, sus puños apretados por las esposas tendidos hacia adelante en un gesto de suprema dignidad. Los detalles del atentado llenaban varias páginas, pero Heykal no fue más allá. Arrugó el periódico y lo tiró al suelo. Estaba mortificado por el horror de esta violencia gratuita. El gobernador prácticamente había desaparecido de escena, y Taher acababa de hacer de él un mártir. De un verdugo había hecho una víctima, un ejemplo de glorioso civismo y del sacrificio para las generaciones futuras, perpetuando así la eterna impostura.[27]

 

El destino del revolucionario rabioso no puede ser más ilustrativo, pues, pretendiendo liberar a un pueblo oprimido de sus gobernantes por la vía equivocada, es decir mediante la violencia, acaba demostrando que sus acciones resultan prácticamente contrarias a sus pretensiones, porque ni se libera a sí mismo ni a sus semejantes, de tal suerte que su captura solo sirve para justificar todavía más la eterna impostura del poder.

 

Respecto a esto último, hay un estudio muy interesante del Dr. Gaber Abdelghaffar Abdelrahman Hasaneen, titulado “Whatever Happened to the Arab Spring: Albert Cossery’s Philosophy of the Revolution in The Jokers”, donde pretende leer el fracaso de la “primavera árabe” desde la perspectiva de la novela cosseriana La violencia y la burla (traducida al inglés como The Jokers en 2010), y sirviéndose del concepto foucaultiano de poder. Para el autor del estudio, la “primavera árabe” fracasó porque solo consiguió derrocar a un presidente sin alterar la estructura del Estado que lo sostenía[28]. Desde esa perspectiva, el comportamiento de los revolucionarios árabes de 2011 resultó muy parecido a la actitud tomada por Taher en la novela cosseriana. Esto se comprende mejor atendiendo a los tres perfiles de revolucionarios que proliferan en las novelas de Cossery catalogados por Bassem Shahin, de quien los retoma el propio Hasaneen: “el tradicionalista preindustrial” que confunde al poder con la persona del tirano-gobernante, “el posindustrial radical” inspirado con ideales europeos, y “el no militante radical” que considera que el poder, más que en un lugar o una persona, se localiza en la “impostura universal”, disfrazada de relaciones financieras, sociales, políticas, etc., es decir el modelo más afín con el pensamiento de Albert Cossery.[29] Así que, el fracaso de la “primavera árabe” fue la consecuencia de que sus revolucionarios se correspondieron en su mayoría con los dos primeros modelos cosserianos personificados en Taher, pues, a decir de Hasaneen, los redentores tradicionales forman parte del régimen que pretenden derrocar porque, con sus acciones rebeldes, contribuyen a su mayor afianzamiento: la violencia del revolucionario legitima la violencia del gobierno para frenar la “anarquía”[30]. Por el contrario, la revolución mediante la burla pertenece a otro tipo de sedición, ya que, como afirmó Heykal en su primer encuentro con Jaled Omar, ¿quién, sin sentirse extremadamente ridículo, osaría acusar a un revolucionario de elogiar a un gobernador?[31].

 

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https://www.ilgiornale.it/news/i-fannulloni-emarginati-cossery-inno-gioia-vivere-calma-1336246.html

 

5. Reflexiones sumarias

 

El objetivo de esta exposición fue analizar el postulado cosseriano de que un hombre inteligente y ocioso, en lugar de dilapidarlo en banalidades, aprovecharía mejor su tiempo descubriendo las imposturas que sostienen el mundo, y que, en lugar de intentar reformarlo, preferiría burlarse. A propósito de lo cual, acudimos a la revisión de la novela titulada La violencia y la burla. Realizadas su exposición y análisis, adosaremos las siguientes reflexiones. Para comenzarlas, usaremos de pretexto el epígrafe que antepone Mitrani a su larga entrevista a Cossery. Una cita de Julien Gracq que dice: “¡Tantas manos para transformar el mundo y tan pocas miradas para contemplarlo!”. Independientemente del contexto de la cita, se establece una clara escisión de actitudes posibles frente al mundo: la intervención o la contemplación, el trabajo manual o la comprensión, etc. Aunque también parece ser una réplica a la famosa undécima tesis de Marx sobre Feuerbach: “Lo que los intelectuales han hecho hasta ahora es interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de cambiarlo”. Así las cosas, se divide a los hombres en sendos bandos: el teórico contemplador frente al laborioso transformador, mismos que, dependiendo de su ocupación, cada cual se siente más digno que el otro: uno elogiando su capacidad intelectual y el otro su fuerza de trabajo; o bien, cada cual sintiéndose libre y tildando a su prójimo de esclavo.

 

Sin embargo, esta última afirmación resulta ambigua: en primer lugar, porque el laborioso transformador puede considerarse dueño de sí en tanto que no se crea un esclavo de ideas o de ideales, mientras que, en segundo lugar, el intelectual puede juzgarse libre solo en la medida en que no se sienta esclavizado o enajenado por el trabajo fabril. Ambos son codependientes para reafirmar su identidad. Uno y otro se necesitan para definirse, más no para suprimirse. En este sentido, ¿cómo sería un mundo sin las transformaciones de los trabajadores?, o, planteado de otra manera: ¿es posible imaginar un mundo exclusivo de intelectuales ociosos o uno de trabajadores absolutos? Ambas preguntas provocan más problemas de los que resuelven, ya que antes habría que distinguir al trabajo de la inteligencia, es decir, atreverse a pensarlos de forma separada, pues hoy abundan tanto los intelectuales “ajetreados” como los que trabajan de “intelectuales”, resultando casi imposible diferenciarlos.

 

Sin pretender rehuir tales preguntas, las replantearemos a partir del pensamiento de Albert Cossery. Según este, lo primero que hay que hacer en el mundo es detenerse a pensarlo para descubrir su consistencia, pues la inteligencia se reduce a “¡comprender en qué mundo vive uno!”[32]. Más esto no puede hacerlo quien esté trabajando para pagarse las facturas, sino quien ha dejado de lado semejantes ocupaciones, descubriéndolas fútiles. La comprensión del mundo solo es accesible en los momentos de ocio bien aprovechados, es decir, mediante el uso de la inteligencia. En su pereza, el inteligente agudiza más su inteligencia, mientras que el necio la estropea, contribuyendo al orden estatuido de las cosas. Así que, desde la perspectiva de Cossery, quien contempla el mundo de manera inteligente, descubre ineludiblemente las dos evidencias suscritas por Heykal y Jaled Omar: 1) “que el mundo está gobernado por una innoble banda de bribones” y 2) “que no hay que tomarlos en serio; pues es lo que desean”.

 

Que el mundo está gobernado por la impostura es una evidencia que solo se atreverían a negarla los gobernantes. Y sobre lo cual no hay que insistir demasiado. Basta escucharlos atentamente en sus pretensiones y contemplarlos en sus acciones, como hizo Cossery, para descubrir que ellos no se consideran impostores sino redentores sociales (otra tesis que el escritor egipcio exploró cómicamente en Una ambición en el desierto, de donde tomamos el epígrafe que inaugura estas páginas). De ahí la irrisión denunciada por los protagonistas cosserianos, cuando el narrador describe el comportamiento de los representantes gubernamentales, tanto el capitalino como el local, así como las ocupaciones de Hatim y sus esbirros. Por otra parte, si alguien no ha contemplado la impostura del mundo, no hay que adjudicarlo a la equivocación de la tesis cosseriana, sino a la falta de tiempo para corroborarla.

 

Respecto a la necesidad de no tomarse en serio la impostura del mundo, parece ser una tesis más difícil de aceptar, pues la mayoría de los que se saben burlados, lo primero que se les ocurre es responder encolerizados, como Taher en la novela cosseriana. Eso significa responder a la violencia con violencia. Mientras que la propuesta de Cossery es enfrentarse a la violencia con “la terrible arma de la burla”, tal como lo describió el narrador refiriéndose a Urfy.

 

Llegados a este punto, también habría que considerar si la burla no es una forma de violencia. El tema, ciertamente, daría mucha tela de donde cortar, y sobre todo, si se analiza a la luz de la historia del pensamiento, pues bastaría recordar los efectos de la ironía y el sarcasmo de Sócrates y de los filósofos cínicos, así como la de los comediógrafos antiguos, sin olvidar a los escritores satíricos, entre los que sobresale Luciano de Samosata, hasta llegar a Voltaire, Kierkegaard o Schopenhauer, acérrimos burladores de Hegel, por no mencionar a otros más contemporáneos. Sin embargo, la consistencia de la burla cosseriana hay que entenderla a partir de cinco observaciones de la novela recién expuesta: una es cuando se descubre que la broma del falso mendigo de Karim no daña la humanidad del agente del orden, sino solo el poder que representa; otra cuando la madre de Urfy le dice a Heykal que lo soñó a caballo intentando matar un dragón (simbolizando el Gobierno), pero que, en el fondo, no quería aniquilarlo, sino solo reírse de él, pues el joven aristócrata es alguien que sabe defenderse sin odiar a su enemigo; mientras que los otros tres momentos se reparten cuando, cada cual en sus circunstancias, Heykal (en dos ocasiones) y Karim reprueban la pretensión de Taher de arrojar una bomba contra el gobernador, afirmando el primero que es preferible reírse de un tirano que soportar su hedor de mártir calcinado.

 

Desde esa perspectiva, la impostura se descubriría como una gruesa capa de barniz tosco que entiesa el espíritu y la carne de sus víctimas. Razón por la cual, la risa resulta ser el medio más simple para descascarar semejante impostura, tanto la propia como la ajena, devolviéndole así a los espíritus y los cuerpos afectados la alegría de vivir. Se trata de un ejercicio parecido al doloroso proceso de ecdisis que sufren algunos insectos y reptiles para desprenderse de sus exuvias, pero que, una vez terminado, es como si se reencontraran con la alegría originaria de la vida. Una alegría que, por otra parte, para los humanos está vinculada con el arte, específicamente con “el arte de vivir”, caracterizada por una suerte de metamorfosis espiritual, y que para Albert Cossery consiste en desprenderse de todas las enseñanzas recibidas, es decir de todos los valores y los dogmas, pues en eso consiste la verdadera revolución, en despojarse de cualquier ambición, porque “lo que mata a la gente es la ambición”[33], y cuando uno no la padece puede caminar por la calle, como el escritor egipcio, con las manos en los bolsillos y sintiéndose un príncipe. Sin embargo, en este punto otra objeción es evidente: ¿cómo reír cuando no se sabe hacerlo, pues el propio Taher confiesa ignorarlo y, según él, el mismo pueblo?

 

Ciertamente, Karim y Jaled Omar argüirían que el pueblo sí ríe, ya que lo escucharon desternillarse incluso en la cárcel. Además, basta con observar a los hombres en las calles que no dejan de lanzarse pullas entre sí y contra sus gobiernos. Pero ¿cómo enseñar a reír a Taher? Y, por coletilla, ¿cómo enseñar a reír a todos los secuaces de Taher: esos intelectuales revolucionarios y revolucionarios intelectuales, esos trabajadores de la revolución y revolucionarios del trabajo, tan serios como impedidos para reírse de sí mismos y de los demás? ¿Es acaso posible aprender a reír?, ¿es la risa una cosa enseñable? Y de ser así, ¿por qué Taher no lo consiguió?

 

A la sugerencia de estas preguntas irresolutas, añado el siguiente dilema que las obras de Cossery parecen plantear a sus lectores: en el mundo abundan las posibilidades para ser felices, pero, también falta en exceso el tiempo de ocio que permitiría aguzar la inteligencia para conseguirlo. Y para no tomar las cosas por lo que no son: ahora que las multitudes creen poder reír a todas horas, incluso con cada pausa en el trabajo para hacer más soportable su esclavitud, los personajes cosserianos nos recuerdan que una risa que no arruine el poder solo contribuye al reforzamiento de la impostura. Aunque también es evidente que esta última afirmación no deja de ser gratuita para las multitudes de no intelectuales, así como para ciertas miríadas de eruditos, a quienes les tiene sin cuidado las ideas de Cossery y de sus personajes singulares. Sin embargo, el escritor cairota también tendría una respuesta a esa indiferencia de las multitudes, ya que le dijo a Mitrani: “A mí me gusta la vida, pero no me gusta la muchedumbre”[34]. Tema al que regresaremos en las últimas líneas.

 

Además, podría objetarse que una cosa es una novela y otra muy distinta la vida real. Por eso es pertinente volver sobre unos pasajes de la entrevista de Mitrani a Cossery, toda vez que este sostuvo que sus personajes se basaban en modelos reales, seres inteligentes y divertidos con quienes convivió en Egipto, y que, a pesar de vivir en un mundo violento, lo encaraban con la burla y sin odio, pues según el autor de Mendigos y orgullosos: “El pueblo egipcio es un pueblo pacífico, que no siente odio. De ahí que, por otra parte, en la peor de las miserias, encuentre los medios para estar alegre y mostrarse sarcástico frente al mundo que lo rodea”[35]. Se trata de una afirmación digna de pensarse, sobre todo cuando algunos comentaristas objetan que el Egipto descrito por Cossery solo es un invento. Algunas de esas objeciones fueron analizadas por Thiago de Oliveira Sales en su tesis doctoral, titulada Sobre o Divagar Filosófico de Albert Cossery, y presentada en la Universidad de Évora en 2014.

 

Versado en las interpretaciones más conocidas de la obra de Cossery, a saber: Raymond Espinose (pionero en considerar a Cossery como filósofo), David L. Parris (crítico sagaz que intenta desmontar los mitos creados alrededor de Cossery, entre los que descuella el descubrimiento de que el “francés” cosseriano no era tan árabe como sostenía) e Irene Fenoglio (un análisis literario y filosófico en el que, además de tratar las “disposiciones afectivas” de sus personajes, se ocupa literariamente de la psicología del autor), el estudio de Thiago de Oliveira Sales se desmarca de sus predecesores y resulta original porque analiza el pensamiento cosseriano a partir del entrecruzamiento de tres disciplinas: la filosofía, la literatura y la antropología, aunque finalmente se decanta por la primera. Así que, a sus páginas remitimos al lector curioso que desee profundizar en el tema de la divagación filosófica en el pensamiento de Albert Cossery.

 

Por lo que respecta a nuestra reflexión, retomaremos las siguientes observaciones. Thiago de Oliveira Sales refiere una pregunta que inquietó tanto a David Parris, así como a Pierre Gazio e Irene Fenoglio: ¿hasta qué punto se corresponden el Egipto de Cossery con el Egipto real? A propósito de lo cual, el tesista relata que al facilitar su ejemplar de Los hombres olvidados de Dios a un vecino egipcio quincuagenario que vivió muchos años en el Cairo, este le dijo que la descripción cosseriana era falsa porque ni el Cairo ni su gente eran así, y que al prestarle su ejemplar de La violencia y la burla añadió que la cosa era menos exagerada, pero que la descripción seguía siendo falsa. Luego, cuestionando a otro estudiante egipcio sobre Cossery, aquél le respondió que si quería conocer sobre Egipto mejor leyera a Naguib Mahfuz. Sopesando las dos lecturas, de Oliveira Sales concluye que, a pesar de las similitudes de personajes en ambos autores, los protagonistas cosserianos estarían cargados con un exceso caricaturesco, aunque justificado, porque el propio Cossery se declaraba testigo de la vida de sus personajes[36]. En el mismo sentido, Thiago de Oliveira Sales afirma que la fascinación de los lectores por la escritura de Cossery es inseparable de la fascinación por la conducta del autor al declararse testigo viviente de lo que escribía[37], es decir, llevando una existencia regida por un modo de vida bastante parecido al de sus protagonistas[38]. Sobre este asunto, es preciso considerar la dificultad advertida por Frédéric Andrau en su intento de construir una biografía novelada del escritor cairota, Monsieur Albert Cossery. Une vie, señalando que si el autor de Los hombres olvidados de Dios pretendió vivir como uno de sus personajes, fue al precio nada sencillo de hacer coincidir sus prácticas de vagabundeo y desapego con la plasmación caligráfica de sus reflexiones y experiencias en una modesta habitación de hotel en el centro de París[39]. Una biografía que, en última instancia, podría considerarse malograda porque, a juicio de Thiago de Oliveira Sales, al pretender ser bastante “realista”, acabó siendo un texto excesivamente especulativo[40].

 

Aunado a lo anterior, es preciso referenciar dos vivencias interesantes del tesista brasileño. Thiago de Oliveira Sales recuerda su encuentro en Portugal con el profesor Adel Sidarus, quien resumió a Cossery como el rescatista literario de un elemento oriental prácticamente olvidado, a saber: “el de dejar pasar el tiempo”. Un ejercicio en el que lo secundaba Sidarus, hablando lentamente y aprovechando cada pausa para reír. Esa risa del profesor le vino a la memoria cuando, esperando en una estación un autobús rumbo a Madrid, una mujer marroquí le platicaba las tragedias de su vida entre lágrimas y risas, por lo que de Oliveira Sales le preguntó si lloraba o reía, y ella le respondió: “por un ojo río mientras lloro por el otro”. A partir de ambas experiencias, el tesista pudo contemplar que la obra cosseriana constituía una unidad de tratamiento para diversos problemas, a saber que no hay ninguna cosa tan seria en el mundo que el tiempo no borre, incluyendo esa misma aseveración. Y en eso consiste la máxima broma. Con lo cual todo resulta ser de una irrelevancia y fugacidad profundas; incluso los actos más serios no pasan de ser puras divagaciones. Todas las cosas son a la vez tan patéticas como serias, por lo que conviene mirarlas con un ojo para reír y con el otro para llorar. A tenor de lo anterior, la lectura de Thiago de Oliveira Sales sobre Cossery se cimenta en dos postulados: la conciencia de que “nada es eterno” y la necesidad de “dejar pasar el tiempo”. Con la primera se descubre que todo deseo y todo sufrimiento acabarán diluyéndose, mientras que la segunda desemboca en una desatención de nuestras preocupaciones, como que, si cada tormenta fuera una invitación a cruzarnos de brazos, disfrutando todas las dichas, entre las que se encuentra la gracia de la pereza. Ambas actitudes desembocan en una “ética de la divagación”, que, a decir de Thiago de Oliveira Sales, es el “método” con el que Cossery construyó todos los personajes que desfilaron por su obra, con lo cual recupera “una tradición de la fugacidad y la divagación” rara vez señalada[41]. Desde esa perspectiva, las obras de Albert Cossery serían una invitación a ver el mundo sin el velo de la mentira producida por los impostores[42], razón por la cual, la realidad, más que entenderla como algo trágico, habría que tomarla como un juguete muy divertido capaz de provocar grandes momentos de solazamiento[43].

 

Referido lo anterior, retomaremos el hilo de nuestra reflexión, adosando lo siguiente. ¿De qué sirve determinar si el Egipto y los personajes descritos por Cossery son falsos o verdaderos? De muy poco, si no se comprende el oficio del escritor cairota: tratar sobre una realidad persistente y universal[44]. Además, a la literatura le tiene sin cuidado la verdad, paradójicamente, porque su motor es la ficción. Contrariamente a la filosofía, que pretende decir lo que son las cosas con una exactitud casi científica, la ficción cosseriana siempre las exagera para comprenderlas mejor. Tan es así que en un momento de su conversación con Mitrani, Cossery se ve forzado a admitir que sus personajes están cargados de una desmesura, pues, a final de cuentas, es un novelista que recrea el mundo, ya que eso es lo que hacen los escritores, y él es uno de ellos[45]. Aunque, por otra parte, la descripción exagerada de la realidad es inseparable de su caricaturización, con lo cual su consistencia se vuelve risible, porque lo propio de una caricatura es agrandar los defectos (aunque también las virtudes, si las hubiera) para volverlos más evidentes. Desde esa perspectiva, toda realidad caricaturizada no puede menos que provocar la risa. Mientras que, si no se la caricaturiza, más que ser el juguete divertido del que habla Thiago de Oliveira Sales, la realidad descrita se convierte en una copia bastante borrosa de la impostura del mundo.

 

Llegados a este punto, retomaremos otra cuestión que dejamos flotando líneas arriba: la diferencia entre el trabajo y la inteligencia, pues, a menudo, sus representantes las tienen por acciones separadas, considerando que el inteligente no trabaja, y que, quien lo hace, no es inteligente. A este respecto, Cossery no puede menos que admitir que ha trabajado puliendo línea a línea el contenido de ocho libros. Pero arguye que eso no era trabajo, porque hacía lo que le gustaba, pues, tratándose del espíritu, la pereza no significa inactividad, sino el tiempo de la reflexión. Cosa muy distinta a perder el tiempo en una fábrica, es decir, no por gusto, sino por obligación, y donde el colmo del embrutecimiento es considerarlo como la única forma de vivir[46]. Así que, comparada con el trabajo fabril, la pereza del intelectual, paradójicamente, reclama un gran esfuerzo de actividad espiritual.

 

Respecto a lo anterior, y al igual que los personajes protagónicos de sus novelas, Cossery no intentará reformar el mundo, pues eso se lo deja a las mayorías despreocupadas de refinar su espíritu. Aunque también declarará que, sin estar contra el progreso material, él simplemente se retira del juego, y que hay muchos que piensan y actúan como él[47]. Sobre este asunto convendrá tener en cuenta otra afirmación de Thiago de Oliveira Sales, al señalar que en un paraíso de perezosos cosserianos no se excluye el trabajo, sino solo aquella forma de trabajo que no “edifica el espíritu”[48]. Lo cual está íntimamente relacionado con el tipo de oficios que desempeñan algunos protagonistas de La violencia y la burla, piénsese específicamente en las ocupaciones de Karim, Jaled Omar y Urfy.

 

Hechas tales precisiones, abordaremos nuestro último tema pendiente: ¿es posible imaginar un mundo sin trabajadores o, inversamente, sin gente inteligente? Responder afirmativamente sobre cualquier lado de la balanza sería una equivocación, en la medida en que el trabajo (específicamente la actividad edificante del espíritu) no puede arruinar del todo la inteligencia, y, por otra parte, tampoco se trata de crear un mundo de puros seres inteligentes, eso ya sería intentar reformarlo desde la impostura. En lugar de eso, y tan reacios como son a la muchedumbre, Cossery y sus personajes protagónicos preferirán la amistad, una pequeña cofradía situada en cualquier vértice del mundo, tan indolente como capaz de divertirse de la impostura, pues uno no puede elegir a los millones de contemporáneos que habitan la tierra, pero sí al puñado de amigos que le hagan a uno la vida más ligera. Razón por la cual, la pregunta que da título a estas líneas: “Albert Cossery, ¿un egipcio burlón?”, el aludido la respondería así: “¡[La impostura] está por todos lados! Solo que esto no implica no amar la vida. La vida es formidable. Hay que tener un cierto carácter, ser inteligente para escapar de toda esta impostura y observarla alegremente. Es decir, tomársela siempre a broma”[49].

 

Ciertamente, la respuesta concuerda con el contenido de La violencia y la burla e incluso con las novelas previas hasta Una conspiración de saltimbanquis. Sin embargo, la lectura de Una ambición en el desierto y Los colores de la infamia dejan ver a un Cossery más serio, “melancólico” a decir de Thiago de Oliveira Sales, y en donde la risa parecería un disfraz del espíritu cosseriano[50]. Pero, aun así, si al espíritu de Albert Cossery le dieron a elegir entre los ropajes de la alegría y la tristeza, y tomándose el tiempo para reflexionar en la pereza, tal como lo presenta Michel Mitrani, la agudeza de su inteligencia no pudo menos que conducirlo a la elección de la primera.

 

Finalmente, respecto al tono serio y melancólico de los últimos textos del novelista francófono, me limitaré a enunciar la noticia de que otro escritor egipcio, aún no traducido a ninguna lengua romance, y, por lo tanto, todavía desconocido en nuestro idioma, describió en algunas páginas de sus memorias los encuentros y desencuentros que tuvo con Albert Cossery en el Cairo y en Saint Germain des Prés, presentando una imagen que, en cierto modo, sirve de contrapeso a la delineada por la entrevista de Michel Mitrani. Lo cual demuestra que el pensamiento y la vida de Albert Cossery (que él consideraba indisolubles) sigue siendo una mina para futuras investigaciones literarias y filosóficas, así como de disciplinas afines.

 

 

 

 

 

Bibliografía

 

  1. Cossery, Albert, La violencia y la burla, Ediciones Octaedro, Barcelona, 2000.
  2. Cossery, Albert, Les fainéants dans la vallée fertile, Robert Laffont, France, 1977.
  3. Cossery, Albert, Los colores de la infamia, Ediciones Octaedro, Barcelona, 2000.
  4. Cossery, Albert, Mendigos y orgullosos, Pepitas de calabaza ed., La Rioja, 2011.
  5. Cossery, Albert, Œuvres complètes, vol. I, Éditions Joëlle Losfeld, France, 2015.
  6. Cossery, Albert, Œuvres complètes, vol. II, Éditions Joëlle Losfeld, France, 2012.
  7. Cossery, Albert, Una ambición en el desierto, Pepitas de calabaza ed., La Rioja, 2013.
  8. De Oliveira Sales, Thiago, Sobre o Divagar Filosófico de Albert Cossery, Tesis Doctoral, Universidad de Évora, Évora. URL: https://dspace.uevora.pt/rdpc/bitstream/10174/17572/1/Sobre%20o%20Divagar%20Filos%C3%B3fico%20de%20Albert%20Cossery%20-%20impress%C3%A3o.pdf.
  9. Galar, José Luis, Tras Albert Cossery, Edición de Libros.com, SL, 2013.
  10. Hasaneen, Gaber Abdelghaffar Abdelrahman, “Whatever Happened to the Arab Spring: Albert Cossery’s Philosophy of the Revolution in The Jokers”, en European Journal of English Language and Literature Studies, Vol. 8, No. 8., 2020. URL: https://eajournals.org/wp-content/uploads/Whatever-Happened-to-the-Arab-Spring.pdf.
  11. Mitrani, Michel, Conversación con Albert Cossery, Pepitas de calabaza ed., La Rioja, 2013.
  12. Vaneigem, Raoul, Elogio de la pereza refinada, [Sanromán, Diego L., trad.], Agitprov Editorial, 2008. URL: http://pinobertelli.it/wp-content/uploads/2015/04/Vaneigem_Raoul-Elogio_de_la_pereza_refinada.pdf.

 

 

Notas

 

  1. Cf. Vaneigem, Raoul, Elogio de la pereza refinada, ed. cit., p. 9.
  2. Cf. Mitrani, Michel, “Un escritor egipcio en París” y “Un estilo de vida. El estilo de una obra”, en Conversación con Albert Cossery, ed. cit., pp. 11-22 y 113-146.
  3. Cf. Galar, José Luis, “Mi encuentro con Albert Cossery” y “Coda en París”, en Tras Albert Cossery, ed. cit., pp. 8-58 y 84-109.
  4. Cf. Cossery, Albert, Un complot de saltimbanques, en Œuvres complètes, vol. I, ed. cit., pp. 427, 430-434, 577-578, 582, 595-596 y 598-599.
  5. Cf. Mitrani, Michel, Conversación con Albert Cossery, ed. cit., pp. 76, 124-125 y 131-132.
  6. Cf. Galar, José Luis, “Una excavación paleontológica”, en Tras Albert Cossery, ed. cit., pp. 19-22.
  7. Cossery, Albert, La violencia y la burla, ed. cit., p. 10.
  8. Ibid., pp. 18-19.
  9. Ibid., p. 32.
  10. Ibid., p. 21.
  11. Cossery, Albert, La violencia y la burla, ed. cit., pp. 36-37.
  12. Ibid., p. 105.
  13. Ibid., p. 64.
  14. Ibid., p. 81.
  15. Cossery, Albert, La violencia y la burla, ed. cit., pp. 81-82.
  16. Ibid., p. 84.
  17. Ibid., pp. 122-123.
  18. Ibid., p. 132.
  19. Cossery, Albert, La violencia y la burla, ed. cit., p. 141.
  20. Ibid., p. 142.
  21. Ibid., p. 152.
  22. Ibid., pp. 177-178.
  23. Cossery, Albert, La violencia y la burla, ed. cit., p. 194.
  24. Ibid., p. 114.
  25. Cf. Mitrani, Michel, Conversación con Albert Cossery, ed. cit., pp. 83-85 y 134-136.
  26. Cossery, Albert, La violencia y la burla, ed. cit., pp. 203 y 205-206
  27. Ibid., p. 221.
  28. Cf. Hasaneen, Gaber Abdelghaffar Abdelrahman, “Whatever Happened to the Arab Spring: Albert Cossery’s Philosophy of the Revolution in The Jokers”, ed. cit., pp. 74-75.
  29. Cf. Ibid., pp. 76-77.
  30. Cf. Ibid., p. 83.
  31. Cf. Cossery, Albert, La violencia y la burla, ed. cit., p. 71 y Mitrani, Michel, Conversación con Albert Cossery, ed. cit., p. 77.
  32. Mitrani, Michel, Conversación con Albert Cossery, ed. cit., p. 129.
  33. Ibid., p. 127.
  34. Ibid., p. 58.
  35. Ibid., p. 25.
  36. Cf. De Oliveira Sales, Thiago, Cap. I, 3, “Da necessidade de uma postura interdisciplinar”, en Sobre o Divagar Filosófico de Albert Cossery, ed. cit., pp. 52-53.
  37. Cf. Ibid., Cap. I, 5, “Biografia e bra [sic] de Albert Cossery”, en Sobre o Divagar Filosófico de Albert Cossery, ed. cit., p. 72.
  38. Cf. Ibid., Cap. I, 5.1, “A vida como prova”, en Sobre o Divagar Filosófico de Albert Cossery, ed. cit., p. 75.
  39. Cf. Ibid., Cap. II, 3, “Da impossibilidade da fina ironia e do ócio sem preguiça”, en Sobre o Divagar Filosófico de Albert Cossery, ed. cit., pp. 166-167.
  40. Cf. De Oliveira Sales, Thiago, Cap. I, 5.1, “A vida como prova”, en Sobre o Divagar Filosófico de Albert Cossery, ed. cit., p. 74.
  41. Cf. Ibid., Cap. II, 1, “Da lucidez na obra de Cossery”, en Sobre o Divagar Filosófico de Albert Cossery, ed. cit., pp. 152-153.
  42. Cf. Ibid., Cap. II, 2, “Do itinerário da lucidez”, en Sobre o Divagar Filosófico de Albert Cossery, ed. cit., p. 162.
  43. Cf. Ibid., p. 164.
  44. Cf. Mitrani, Michel, Conversación con Albert Cossery, ed. cit., p. 17.
  45. Cf. Ibid., pp. 132-133.
  46. Cf. Ibid., pp. 139-140.
  47. Cf. Ibid., p. 131.
  48. Cf. De Oliveira Sales, Thiago, Cap. V, 11, “A cidade ideal de Albert Cossery”, en Sobre o Divagar Filosófico de Albert Cossery, ed. cit., p. 309.
  49. Mitrani, Michel, Conversación con Albert Cossery, ed. cit., p. 125.
  50. Cf. De Oliveira Sales, Thiago, Cap. I, 5.2, “Les couleurs de l’infamie (1999)”, en Sobre o Divagar Filosófico de Albert Cossery, ed. cit., pp. 115-116.