Resumen
El presente texto tiene por motivación dar un recorrido accesible a problemas que no parecen ser del todo propios en materia de cambio climático, principalmente, el pesimismo, la narrativa y la ontología. Si bien la cantidad de perspectivas no solo dentro de la filosofía, sino a nivel interdisciplinar son demasiado apabullantes, se ha optado por tomar dos autorxs (Timothy Morton y Donna Haraway) así como un par de textos que orbitan alrededor de estos. Con la elección de este par de autorxs se espera dar una visión renovada sobre cómo abordar la ecología desde las humanidades.
Palabras clave: ecología; pesimismo; cambio climático; ontología; narrativas; filosofía.
Abstract
The present paper is motivated to give an accessible overview of problems that do not seem to be entirely proper to climate change, notably pessimism, narrative and ontology. Although the number of perspectives not only within philosophy but at an interdisciplinary level would be too overwhelming, we have chosen to take two authors (Timothy Morton and Donna Haraway) as well as a couple of texts that orbit around them. With the choice of this pair, we hope to give a renewed vision on how to approach ecology from the humanities.
Keywords: ecology; pessimism; climate change; ontology; narratives; philosophy.
Introducción. El pensamiento ecológico de Morton y Haraway
Primer problema: el pesimismo (ecología oscura)
Los temas ambientales gozan de contar con un espectro maniqueistamente polarizado, desde los más pesimistas a un risible optimismo, sin tener casi nada en medio. Para dar un par ejemplo: son pocos los veganos que conocemos que hayan realizado esta conversión dietética de no ser por la crueldad animal, y de igual forma la mayoría de ecologistas de los que podemos dar cuenta son seres preocupados, ya sea por la extinción de la vida o la depredación de los recursos. El mundo busca el progreso tecnológico, médico y económicamente, pero en términos ecológicos es atrevidamente una inversión. Por tanto, nos atrevemos a declarar que el mundo parece peor que nunca, de lo contrario, ¿habría ecología?, ¿haría falta hacer algo? Pensemos en cualquier decisión ecológica. En tales actos, solo importa lo que signifique para cada uno “decisión” y “ecología”. Luego de un mínimo intervalo del pensamiento, podemos considerar que esa decisión parecía una obligación a no hacer daño, sea al medio ambiente, sean las especies, ya sea a la vida humana en su conjunto. Precisamente por eso se escribe de cambio climático, por crisis, por urgencia, por una necesidad imperiosa que habla de que algo está mal. De eso sigue que el mayor deseo de un ambientalista es dejar de serlo, es decir, que un día no tenga que seguir luchando. El que esto sea lograble depende de la imaginación política de cada uno, de un ejercicio de resistencia ante la ceguera de los otros.
La ecología es un asunto en espera de temperamento pesimista, ¿a qué se refiere esto?, a que cuando atendemos problemas como el cambio climático, tenemos en mente el peor futuro, funesto, terrible. En su cualidad del futuro de ser “lo que aún no es” amerita ese espacio de posibilidad para que aún no sea. Así inicia la historia de los hechos y posibilidades. Depredación, explotación, sometimiento, cada artículo en materia ambiental aviva nuevos miedos y a su vez un llamado a esto que se denomina “despertar consciencia”, abrir los ojos desde un sueño indiferente. Hacer de lo peor una acción, una posibilidad. Esta es la lección.
Anhelamos que las palabras aquí escritas resuenen en cierta medida con dimensiones propias, existenciales. Sin embargo, nuestra postura es, en un sentido mínimo, la apertura a la ecología oscura[1], es decir: declarar que uno de los primeros obstáculos para tratar los problemas del medio ambiente es el pesimismo.
¿Por qué la población de lobos está en crecimiento, la de leones en decrecimiento y la del tigre estancada?
Shirkova-Tuuli[2], Desrochers y Szurmak[3], Ridley[4], con apuestas dispares, pero frente al ecopesimismo dictan que, “‘condenar a la humanidad como un experimento fallido de la naturaleza, como un cáncer para la vida’ [en la Tierra] ha resultado contraproducente”[5]; en lugar de un rol positivo, esta postura ha paralizado a las personas. Exaltando alternativas supuestamente favorables como el valor de la tecnología, del ecoturismo, del anhelo por la prosperidad económica. Oraciones que solo un masoquista podría negar; “la mejora no solo es posible sino deseable”. Incluso declarar lo que algunos piensan: “¡Leibniz tenía razón!”, haciendo del pesimismo más una actitud mental, malsana por cierto, que un postulado ontológico. Aclaramos un poco, Leibniz escribió que este era “el mejor de todos los mundos posibles”[6]; pero para defender tal tesis hacen falta dos cosas al menos: jamás haber visto un noticiario ni programa mañanero, y no menos importante, la existencia de Dios. Dios debió, antes que hubiera nada, haber elegido frente una posibilidad infinita para la creación del universo, su elección siguiendo el designio de su naturaleza omnipotente y buena, fue la de seleccionar “el mejor de los mundos posibles”.
Entonces perfilamos un repertorio de que no todo está perdido o no lo estará. Sea por una voluntad divina o crecimiento económico o porque simplemente es indeseable el pesimismo como actitud ecológica. Parece que debemos siempre inclinarnos hacia el “ecoptimismo”. No obstante, lo que la mayoría de autores delimitan como pesimismo parece oscilar entre la queja y la poca fe en las soluciones en materia ambiental.
Si es depresivo debe ser cierto
En arquitectura se dice que cuando un niño eligió la sombra de un árbol para sentarse, hizo su primera decisión arquitectónica, tal decisión inadvertidamente nos lleva a este fragmento de entrevista:
“Kristine Kowalchuk: ¿Cómo es que la tierra ha influido en su arte?
Peter von Tiesenhausen: Crecí a una milla de donde vivo ahora; siempre conocí esta tierra. Incluso cuando era un niño, tenía un enorme interés por lo que me rodeaba. Lo observaba. Si hubiera crecido en cualquier otro lugar, probablemente hubiera sido otra conexión. Comencé a fumar a una edad muy temprana (seis o siete años) debías ir y esconderte, claro. No sé qué era más emocionante: sentarse ahí en un arbusto, o el tabaco. Simplemente, disfrutaba lo que hacía. Esa fue mi primera relación concienzuda, sentarme únicamente, mirar la tierra y no hacer nada”[7].
Otro niño, fumando detrás de un arbusto, es la decisión de la incorporación de la tierra al arte. En algún momento de los noventa Tiesenhausen decidió que iba a convertir su casa, incluida la vasta extensión de terreno alrededor de esta, en eso, una pieza de arte, con el propósito de evitar la expropiación de su propiedad[8]. Un movimiento legal curioso, pero fructífero, los abogados se miraban los unos a otros preguntándose “¿se puede hacer eso?” Sí, sí se podía.
Un signo inalienable de la infancia, la credulidad. Una visión siempre en sorpresa del mundo sea por cualquier decisión que se haya tomado. Infancia y arte son tópicos casi irrelevantes o pasados por alto frente a cualquier emergencia climática, depredación del medioambiente, afectación a las poblaciones de plancton, extinción de especies y pese a todo, estas dos son factores decisivos para dotar de relevancia al cataclismo inminente.
The Road[9] representa la versión más apocalíptica de una Tierra al borde del colapso, haciendo falso ese dictum de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el del capitalismo. Trata sobre un padre y un hijo a merced de la supervivencia en la realidad más gris y trágica posible. Pero al ser entrevistado, McCarthy nos devuelve un comentario extraño sobre su propio trabajo: “no es que no sea pesimista, ni que por ello vaya a estar triste, la depresión no se emparenta como desearíamos con el pesimismo, agrega a su vez que The Road trata del amor padre e hijo en los momentos más inhóspitos”[10]. La realidad de los problemas ecológicos es esta: de optimismo cuando se augura lo peor.
El Itinerario rumbo al Movimiento Voluntario por la Extinción Humana
¿Qué es el eco-pesimismo ético?
Un extraño tira tu puerta de un hachazo, te amenazara a ti y a tu familia procediendo a hurtar tu hogar tomando todo lo quisiera, este extraño, estaría cometiendo lo que universalmente se reconoce como un crimen. Lo anterior es un ejercicio de violenta imaginación empática con los bosques propuesto por el ambientalista estadounidense Edward Abbey en su biografía, misma en la que líneas más adelante nombra la eco-defensa[11], como pelear de vuelta, como algo ilícito pero divertido, ilegal, pero un imperativo ético[12]. Abbey, una voz en un desierto solitario. Volvamos a imaginar, ahora nuestra película favorita de apocalipsis; recursos escasos, población mínima, deambular en un lugar hostil, una vida que solo busca sobrevivir, esa imaginería trasladémosla a ese millar de especies cuya existencia fue/es/será vivenciada como estos filmes, nadie negaría la urgencia a la eco-defensa, la necesidad un imperativo ético.
¿Por qué un imperativo ético?, y ¿esto qué tiene que ver con el pesimismo?, usemos primero algo que parece un oxímoron, “pesimismo ético.” Dienstag[13] lo define como una postura sin expectativas, ni esperanza, una locura mesurada que afirma la crueldad y caos en el universo como fuente de libertad, sumada al deseo de preservar una existencia sin sufrimiento, tormentosa, pero nunca aburrida. Cada autor pesimista hace un sondeo de lo terrible, en el universo, en el seno de la vida, en la libertad o carencia de esta, y están obligados a dar una exégesis en forma de antídoto, los dolores del mundo y sus remedios. Aquí la razón del porqué es un imperativo ético, en tanto que nadie sepa de lo peor y el sufrimiento logra quedarse callado, ni con los brazos cruzados, así sea para tomar la soga y alzar la mano sobre sí. Ahora, alguien que es optimista no debería estar preso del principio de Pollyanna[14], un pesimista tampoco está necesitado de reconocer la futilidad de su arte.
Ecología Oscura y Realismo Raro
Lo anterior buscaba dar el recuento del tedio con el que carga los temas ambientales, en términos de Morton esto es parte de la “oscuridad” de la ecología que ilustra con tres hilos: una primera oscuridad es el estar plenamente inconsciente de los problemas ecológicos, a este, le sigue el estar plenamente nihilista en esos mismos, y el último, haciendo una ilustración con lo oscuro del chocolate o bien lo dulce en lo triste[15].
Grosso modo, la ecología oscura consiste en aceptar el lado extraño y desconocido, este es un primer puente a tender, entre el realismo raro, la ecología y Morton; antes tomemos una cita de Aniquilación para ilustrar ello:
“Lo que encontré cuando por fin me planté allí […] fue una rara especie de estrella de mar colosal, de seis brazos, más grande que una cacerola, que desprendía un color dorado oscuro en el agua quieta como si estuviera ardiendo. La mayoría de los profesionales rechazamos su nombre científico en favor del mucho más apropiado de ‘destructor de mundos’. Estaba cubierta de gruesas espinas y en los bordes podía ver, bordeados de verde esmeralda, los más delicados cilios transparentes, miles de ellos, que la impulsaban por la ruta señalada en busca de su presa. […] Pero cuanto más la miraba, menos comprensible me resultaba la criatura. Cuanto más extraña me resultaba más crecía en mí la sensación de no saber nada en absoluto […]. Y si seguía buscando, sabía que, en última instancia, tendría que admitir que yo también sabía menos que nada sobre mí mismo, ya fuera mentira o verdad”[16].
La parte “extraña” de este realismo extraño tiene que ver con que en tanto trate más uno de entender algo, más loco se volverá uno. Algo parecido ocurre con el cambio climático, uno se despierta, enciende la estufa para calentar su desayuno, y entre ambos gestos parece existir un sinfín de decisiones y relaciones demasiado complejas como para señalarlas todas, desde qué ocurrirá con los desperdicios, la elección alimentaria que menor impacto tenga en el ambiente, de dónde vienen los servicios básicos, los hábitos de consumo, los empaques, la logística que implican, un accidente por ocurrir… la decisión pareciera obviada y una mente razonable optaría por el ayuno.
El precio de una conciencia ecológica parece ser demasiado alto en términos de fatalismo, responsabilidad, culpa, y el de hacer las cosas cada vez más complejas. Retrocediendo a la anterior cita, hay una locura reptante en el entendimiento de aquello que entendemos por ecosistema, la oscuridad misteriosa y dulce se introduce no en el demérito de todas las personas que se dedican en sus diversas áreas al estudio del medio ambiente, sino en el aceptar la ignorancia de algo fundamental, ¿qué significa vivir durante la época del cambio climático? Esta interrogante es uno de los accesos a la ecognosis; es decir, esa enorme ironía de parecer siempre uno estar haciendo estragos y a la par la insignificancia de la acción, al final del día, todo pensamiento siempre fue ecológico.
Segundo Problema. Conceptualización (Hiperobjetos y Chthuluceno)
Un resumen abrupto de Timothy Morton sería que su ecología se divide en dos. Por un lado, en cómo lidiar con el temperamento ansioso y depresivo en materia ecológica a la par de lo que es ser ecológico, y el resto sobre su fundamentación teórica. Accidentalmente, esto dará una respuesta aún no formulada, siendo esta, ¿cuál es papel de las humanidades dentro del cambio climático?, ¿qué hace una disciplina que todavía se cuestiona la existencia de las sillas dando una palabra sobre el ambiente?, parte del porqué se ha vislumbrado líneas atrás, las humanidades permiten dar un trayecto temático haciendo uso de cuanta referencia a la mano, sumado a esto, da luces (o sombras) sobre el recorrido del microcosmos existencial, individual, nombrémosle del cada uno, matizándole en torno a un problema macro o que parece persistir ajeno a sí. No obstante, este tipo de respuesta es ciertamente común en tanto se trate de cosas que propiamente no pertenecen al canon humanístico, es un tratamiento “terapéutico” y de “profundidad” sobre cualquier cosa en el mundo. Pero volviendo al cambio climático, en efecto una dimensión no desdeñable del problema es esa caja negra denominada “tomar consciencia”, mientras que la dimensión más general le podríamos de tildar de hacer teoría.
De reojo no lucen como conceptos filosóficos lo raro, la ecognosis, o lo oscuro, adelante tampoco lo parecerán Chthuluceno o parentesco. Se habrá de desmentir, ya que esto es parte del bagaje o jerga para hablar de ecología, necesario.
Iniciemos con la palabra que tanto causa ruido en filosofía, la ontología. Morton lo declara a la perfección, la ontología no es el estudio de “lo que hay” o “existe” sino del “cómo existe”, en otro lado “no es qué sabemos, sino cómo lo sabemos, eso nos puede meter en problemas”[17]. El marco inscrito de Timothy Morton es el del realismo especulativo, precisando dentro de la ontología orientada a objetos (OOO), y todavía localmente en los hiperobjetos[18].
Por ser breves, realismo especulativo significa tres cosas: I) la realidad existe, II) es independiente a lo humano, III) hay accesos indirectos a esta.
OOO es la posición de Graham Harman, filósofo inscrito en el realismo especulativo. La realidad está compuesta de objetos y la relación entre estos. Un objeto es i) más que de lo que está hecho, y ii) más de lo que hace o la estructura donde se articula. Es decir, una mesa, es más que su composición química o material, y más que su utilidad o aparición en una estructura como el lenguaje o la sociedad.
La vertiente de Morton pone el énfasis en los hiperobjetos, cumpliendo con los requisitos del realismo y la OOO, pero, con el añadido de ser estos una colección de objetos que son viscosos (se adhieren a nuevas relaciones), no-locales (superan la prueba del tiempo y se encuentran por todos lados). Esto es, objetos grandes en el sentido temporal, relacional y espacial, el ejemplo claro para esto: el cambio climático.
Hagamos el procedimiento inverso. Desde el cambio climático lleguemos al realismo especulativo. La extinción que ocurre, en particular en la que es partícipe el ser humano le da una dimensión de la cual él es incapaz, que le rebasa. Justamente una argumentación similar ocurre en Ray Brassier, para quien, la mayor evidencia de que el ser humano no se encuentra en el centro del pensamiento es que en sus extremos (previo a la aparición del ser humano y luego en su extinción) seguirá habiendo mundo, realidad. Aquí la noción clave, finitud[19].
Miremos las razones del fin del mundo. En términos religiosos es innegable que el fin del mundo es tan viejo como el mundo. Sin embargo, hay una diferencia sustancial en la actualidad, la cual reside en que, ya sea nos encontremos en el Kali-iuga, en el Maitreya, el Avsarpiṇī, o incluso estar por llegar a nuestra versión predilecta del apocalipsis (Armagedón, Ragnarök, tal vez el Qiyamah), cualquiera de estos es rebasados numéricamente por la ecología. Sumado a lo anterior, estas profecías del desastre suelen ser inevitables al ser parte de los ciclos crónicos propios de cada cosmogonía. Tomemos ejemplos del pasado, nada se podía hacer para evitar pasar de un siglo a otro, fuera por el Y2K o el milenarismo, mientras que la ecología no solo presenta un abanico de posibilidades para el cataclismo, sino que tenemos responsabilidad sobre estas. Cuando nos referimos al fin del mundo, en efecto tenemos esa imaginería de supervivencia, cada vez menos recursos, una evanescencia paulatina de la capacidad de la vida, pero, esta es una realidad para un millar de especies, para un centenar de etnias. El fin ya ocurrió, la diferencia es que nuestro fin del mundo está estrechamente vinculado con el fin del ser humano, aquí el porqué del marco teórico, porque si bien hay una imperiosa necesidad de lo humano, la coexistencia, las relaciones, los objetos y la realidad nos sobrellevan.
Ello no quiere decir que es absoluto menester vincularse con el realismo especulativo para ser ecológico, sino al ser ecológico se acepta de una manera u otra la realidad. Volvamos a la sección anterior, y a una noción, ecognosis. La ecognosis es precisamente esa relación misteriosa e irónica con lo completamente ajeno, los debates actuales se tornan precisamente en esos términos; por ejemplo, nuestra relación entre lo humano/no humano, o lo natural/cultural, el capitalismo/sus alternativas. La revelación súbita es que tras esos pares hay lo mismo, hay ecología, esto es por lo que se declara, todo pensamiento es ya ecológico, situado, atravesado.
Haraway es otra proposición sugestiva frente a la ecología. Un vínculo común Haraway y Morton concuerdan, hay especies, hay cultura/naturaleza, hay ecología sin ecología, hay un ente distinto a nosotros, y no es cuestión de plena empatía, podría decirse de reconocimiento. Concuerdan en que la ecología suele tratarse como un evento traumático, el cambio climático es un estado de shock, el fin de una arrogancia humana. Los dos nutridos por un trasfondo literario, Haraway por el sci-fi, Morton por el romanticismo inglés, narrativa y poesía como emblemas.
Enredarse en el Chthuluceno
Ciertamente, ante los eventos ambientales, una gran variedad de finales posibles ha sido esbozados. Pareciera que pensar en mundos posibles es algo más complejo incluso de imaginar. La salida más fácil a estas situaciones es girar la vista hacia otro lado, sortear las complicaciones que se nos puedan presentar a raíz de los sucesos ambientales (como pueden ser grandes tormentas o sequías) y tratar de llevar el resto de nuestra vida lo más afable posible. Aunque esto parece ser la actitud más común a la cual se recurre, estimamos que hay alternativas más indulgentes a las cuales recurrir tanto para pensar cómo abordar estas situaciones.
Haraway nos propone abordar una nueva era, el Chthuluceno, que retoma de una araña llamada Pimoa cthulhu que habita bajo los restos de troncos de secuoyas del norte de California[20]. Haciendo una inversión en las letras de la palabra cthulhu a chthulu, plantea un nuevo espacio en el cual pensar nuestro morar. Dado el aspecto tentacular de estos arácnidos se figuran relaciones ligadas entre diversas incisiones y uniones[21]. Por lo tanto, la invitación es a enredarse en el Chthuluceno, pensarnos e interactuar en escenarios más allá de humanos como en realidad la vida en él plantea sucede. Esta maraña, en el buen sentido de la palabra, no es un entramado cerrado en el que interactúan organismos de forma disociada[22]. La situación es que se cree que en determinados espacios solo se encuentra el ser humano y lo que reside a su alrededor se halla como aditamentos de un paisaje o como aquello que está a la mano para este. Cuando, por el contrario, cada entorno está compuesto por una infinidad de seres que conviven y comparten espacio con otros seres, entre ellos nosotros (los humanos). Como puede ser una zona común urbana en la que, así como habitan personas también lo están, aunque de manera más limitada, distintos roedores (el caso de ardillas o ratones), ciertas plantas y árboles (dependiendo el lugar) sumergidas bajo tierra o asfalto, algunos insectos como hormigas, cucarachas, mariposas, moscas, etc. Claro que estamos simplificando un escenario, pero lo que queremos decir es que no nos encontramos de forma aislada en el mundo y que cada entorno está constituido por una gran mezcla de organismos que en la mayoría de las ocasiones pasan desapercibidos.
Ante este no darse cuenta de lo que se encuentra ante nuestros ojos, Haraway considera que hay una ausencia de pensamiento en este periodo llamado Antropoceno[23]. Retomando algunos señalamientos sobre lo que Hannah Arendt observó de la participación de Adolf Eichmann durante el nazimos fue su incompetencia en pensar; aunque evidentemente las situaciones son del todo distintas, lo que Haraway pone a discusión es esta carencia de pensamiento en un tiempo en el que la devastación ambiental es evidente[24]. Dejar de pensar no en el sentido cognitivo de la idea, sino que hay una fragmentación temporal al momento de apreciar lo que está sucediendo, de lo que acontece, como algo que solo se piensa en lo inmediato sin considerar las implicaciones porvenir de las acciones; esto es, un pensamiento desinteresado de la realidad de lo que sucede y pueda sobrevenir.[25] Apela aquí la autora a pensar, a un cuidado, con historias[26]. Hacen falta narrativas que hagan sentido.
El sentirse ajeno o la extrañeza por los temas ambientales y relacionados con el cambio climático, en sus impactos y la manera en que cada persona contribuye en distintas proporciones a la generación de emisiones, se puede atenuar por medio de las narrativas. Sin dejar de lado la relevancia de los estudios científicos y sociales del tema; el contar historias complejas exhortaría a las personas a tenerlo en cuenta. Además de que sería un aliciente para las personas que se inician en esto. Sin embargo, este sentirse desvinculado del mundo, en un sentido no tan abstracto de la palabra, se debe precisamente a la misma reiteración. Para la mayoría de los seres humanos parecieran estar más en el mundo, sobre el mundo, que viviendo en relación con los distintos organismos del mundo. Esto es, aquello fuera de cada individuo se toma a su disposición. No se niega que se forme una cultura y por ende una comunidad con otros individuos; no obstante, todo lo que ello implica regularmente suele dejar fuera todo lo no-humano.
No solo el ser humano habita sobre todo lo que está en el mundo, sino que de la misma manera se le ha otorgado una época geológica: el Antropoceno. El reparo aquí se da en reducir a una única especie, como el humano, un periodo de tiempo en la historia, sabiendo que desde su origen hasta la actualidad nunca hemos sido los únicos[27]. Distintos organismos nos han acompañado a lo largo de este desenvolvimiento del tiempo, de manera que resulta disparatado conceder a un organismo causante de los distintos deterioros ambientales una era. Para ello habría que volver a Haraway cuando menciona que: “[…] Ninguna especie actúa sola, ni siquiera nuestra arrogante especie, que pretende estar constituida por buenos individuos según los guiones occidentales llamados modernos; los ensamblajes de especies orgánicas y de actores abióticos hacen historia, de tipo evolutivo y también de otros tipos”[28].
Así pues, el ser humano no está ni actúa solo en el mundo y por ello no es preciso caracterizar a la época actual de los distintos atributos que se refieren a él, sea Antropoceno o sea Capitaloceno.
Lo que ha hecho falta es generar parentesco. No en un sentido tradicional y antropológico de la palabra como la relación familiar y generacional de las personas. Los parentescos van más allá de un lazo común y sanguíneo con nuestros padres, hermanos, etc.; estos no se limitan a lo humano, por el contrario, se alcanzan en afinidad con otras especies[29]. Se da como un ensamblaje de cuidados y relaciones entre diversas especies[30]. Pensemos, por ejemplo, en los parentescos más comunes que se dan en zonas urbanas entre personas y animales de compañía (el caso de los perros, los gatos, algunas aves, roedores, entre otros). En el que la relación de afecto y cuidado establece nuevas significaciones entre ambas especies. Claro está que, lo deseable es lograr una amalgama multiespecie a niveles más amplios. Esto permitirá, realmente, tener una convivencia con el entorno y todo lo que en él habita. Enredarse e interactuar con aquello que se considera “externo” pero que a su vez constituye el mundo. Más allá de lo humano. Quizás así se dejaría de poner apellidos como Antropoceno a eras geológicas. De igual manera, sería superfluo limitar esta idea a un mero enlace entre nodos; lo que nos gustaría resaltar es que ello considera una gran cantidad de procesos y aspectos (la tecnología, el lenguaje, entre otros) que resignifican la interacción entre los diversos organismos permitiendo un entendimiento y afectividad entre todos[31].
Hacer parentescos es posible contando y haciendo historias. Relacionándose con otros seres. De esta manera las comunidades se podrían conformar contemplando más organismos, e incluso aquello imaginable. Abandonar el Antropoceno. Enraizarse en el Chthuloceno. Así,
“[E]l Chthuluceno está hecho a partir de historias y prácticas multiespecies en curso de devenir-con, en tiempos que permanecen en riesgo, tiempos precarios en los que el mundo no está terminado y el cielo no ha caído, todavía… Estamos en riesgo mutuo. Contrariamente a los dramas dominantes en el discurso del Antropoceno y el Capitaloceno, los seres humanos no son los únicos actores importantes en el Chthuluceno, con todo el resto de seres capaces solo de reaccionar. El orden ha sido retejido: los seres humanos son de y están con la Tierra, y los poderes bióticos y abióticos de esta tierra son la historia principal”[32].
Haraway refiere, retomando de Anna Tsing, que la transición del Holoceno al Antropoceno fue evidente cuando los refugios de las distintas especies se vieron ampliamente modificados o en otros casos desaparecidos[33]. Desde desertificaciones hasta eventos hidrometeorológicos que propician la abundancia de agua en ciertos lugares, los hábitats cada vez más son modificados. A pesar de ello, no quiere decir que estas situaciones no las podamos revertir y reducir este período para plantear nuevos mundos con refugios afables para la mayoría de organismos; el Chthuluceno plantea una necesidad de persistir y restaurar desde los deshechos, de hilar nuevas maneras de pensarse lo cultural, lo político, de construir en lo fáctico en relación con los otros un escenario mejor considerando las pérdidas que se han tenido[34].
Cada vez más hay una vasta literatura relacionada con la ciencia del clima y las distintas disciplinas que se involucran; además de intentos de divulgación del cambio climático que buscan inmiscuir a personas sin una educación especializada en estos temas, llevando el debate fuera del ámbito académico. No obstante, continúan las mismas preguntas sobre ¿cómo hacerlo llegar?, ¿cómo hacerlo “digerible” y atractivo?; aún más, ¿cómo hacer que las personas se acerquen y tomen acciones? En este sentido, lo que todavía queda por hacer es seguir con el problema (ambiental) contando historias con figuras de cuerdas (string figures). Esto es, historias más amplias y complejas; que permitan involucrar la mayor cantidad de organismos posibles; que permita ir, venir y volver a ir. Falta sumarse al mismo llamado de Haraway sobre las narraciones multiespecies, o como ella lo refiere:
“[…] Mi narración multiespecies trata sobre la recuperación en historias complejas tan llenas de muerte como de vida, tan llenas de finales, y hasta de genocidios, como de principios. Ante el implacable y exorbitante sufrimiento históricamente específico en los anudamientos de especies compañeras, no me interesa la reconciliación ni la restauración, más bien estoy profundamente comprometida con la posibilidad más modestas de la recuperación parcial y del mutuo entendimiento. Llamen a eso seguir con el problema”[35].
De la idea de Haraway, sobre contar historias con figuras de cuerdas, por lo menos tres cosas se deben contemplar: i) es indispensable considerar todo aquello no-humano, desde piedras hasta lo desconocido, pero imaginable; ii) es importante seguir todos los nudos del entramando, si es necesario regresar o conectarse con otros nudos; esto es, hay una amplia conexión entre asentamientos humanos, insectos, eventos hidrometeorológicos, instrumentos tecnológicos; iii) que así como las situaciones gratas conciernen ser contadas también las adversas.
Pareciera simple; sin embargo, se está consciente de los hechos que afirman la existencia del cambio climático. Asimismo, de posibles alternativas de solución de las que una persona puede tener mayor o menor injerencia de acción. Se habla de grandes cantidades de gases de efecto invernadero en la atmósfera, de milímetros de aumento de nivel del mar, así como de precipitaciones. De lo desfavorable que esto es para la “habitabilidad” del ser humano, pero no se hace parte de ella. Salvo denominar una era con su nombre. Se habla de la acidificación de los océanos y del blanqueamiento de corales, y no de qué tan cercano es para las poblaciones insulares o costeras. Con ello no se está atribuyendo valores, sino que se pretende destacar la relevancia de las narrativas. Pensando en la necesidad de contar historias que permitan a los seres humanos y no-humanos ser parte de ellas, que les sean cercanas y hasta cierto punto participar de ellas. De quienes protegen la flora y fauna en ecosistemas adversos o amenazados por grandes construcciones. De quienes ven crecer los mares o los ríos contaminados y al mismo tiempo no desean abandonar sitios en los que han habitado. De esta manera puede ser posible acercar el tema del cambio climático y sus derivaciones a las personas que no les parece próximo o que tienen una idea, pero no les hace mayor sentido. Así, el llamado a contar historias de figuras de cuerdas para poder seguir con el problema.
Aunque no deja de ser importante lo escrito, las historias deberían ir entre lo que se habla, lo que se escucha y lo que se ve. Si se quiere exagerar un poco, se puede decir que el ser humano está hecho de historias, hacia donde vayamos el relato surge. Entre la risa, el cotilleo o la reflexión. En la fotografía que hace recordar y ver a través de ella, en el edificio, la cocina, el relato se deja entrever. Uno voltea a un lado y hacia otro, y es posible empezar a tejer historias con lo que aparece, lo que se evoca, y lo que se imagina o fantasea. Así, como las historias intervienen en el acontecer del ser humano, se podrían seguir con vastas historias que hagan ser parte de ella y con lo otro, lo otro que es planta, que es arena, que es escarabajo, que es nube, que parece lejano, pero a su vez constituye parte del entramado que hace factible vivir.
Establecer el Chthuloceno solo será posible si se retoma lo que se ha querido expresar en estos párrafos. Por lo tanto, hay que seguir con el problema del cambio climático contando figuras de cuerdas y haciendo parentescos en el Chthuloceno. Mientras la mayoría de las cosas se sigan considerando de manera aislada, sin aterrizar o implantarse en relación con los distintos organismos del mundo, los cambios seguirán siendo lentos y pocos. Nunca es tarde para bajarse del Antropoceno.
Querido lector
Todas las cartas de amor son, sí, ridículas, y la siguiente con seguridad ya la conocen
Estamos condenados, todos, sí. No hace falta ser muy pesimista para aseverar que cualquier progreso se ve opacado cuando miramos a los problemas ambientales. La tecnología avanza, las ciudades se expanden, la medicina, la física, la química dan revoluciones, ya no usamos sanguijuelas ni mercurio médicamente y las matemáticas para quien las conoce a profundidad han llegado a un nivel de esoterismo absoluto para un público no especializado e inclusive especializado. En materia ambiental, no obstante, es tal el deterioro que la mayoría de nuestra imaginería sobre el fin del mundo se presenta en problemas con los “recursos naturales”, o bien tiene que ver con icebergs, con desechos de los cuales no podemos hacernos cargo, con la desaparición de especies, con un fin inminente del que la mayoría parece estar al tanto.
Mañana vendrá Haraway a arreglarlo todo. En el momento en que se mencionó el fin del mundo, Haraway replica con que aquello es una arrogancia del mundo occidental. También se niega a usar las palabras sobrepoblación o falta de recursos.
El fin ya ocurrió, y ocurrirá, es alejarnos lo más posible de las conclusiones que buscan ser depresivas para ser ciertas, es que somos ecológicos, es que no somos excepcionales, es que una isla desierta así como un universo desierto no son trágicos, es el mundo circundante de una pulga y un oso, es la historia de filosofía de las plantas, es la necedad de perseguir a los actores, es la arrogancia que proyecta las humanidades al hablar de un tema plenamente preocupante por todos, pero de quienes las voces se reducen a la ciencia. Es un ensayo, es menos que un poema, pero más que una preocupación, es rechazar la esencialidad del cuidado del mundo, es aceptar la futilidad de la vida, es ser ecológico, es no ser depresivo, es abrazar ese fin al cual siempre volvemos, es el exceso de la mimesis. A riesgo de una mala retórica, estamos viviendo la finalidad del fin, y eso es mantenerse en el problema, eso es ser ecológico.
Con esto no se quiere decir que caigamos en un pasmo de dejar de hacer cosas que contribuyan a enmendar la situación tanto para la mayor cantidad de especies como para la nuestra. Los panoramas adversos ya ocurrieron, persisten y se seguirán provocando a lo largo de la posteridad. Lo que se propone aquí no es abandonarnos a una vivencia banal, es tomar del lodo de aquí y de allá, del desperdicio, de lo que atormenta, para erguir escenarios posibles y afables. En el que se pueda cohabitar de la mejor manera posible.
Es una actitud auto-reflexiva en las humanidades, la consideración propia de futilidad, el mundo se acaba y henos aquí un ensayo. Pareciera que, y aunque este juicio proviene de ningún lado y de nosotros, las humanidades cuando están al servicio de la ciencia, o en este peculiar caso del cambio climático, es para crear esa expresión casi vacua llamada “hacer consciencia” es como si hubiera una capacidad de insertar por escrito la responsabilidad o culpa. Como si las humanidades ejercieran su dominio en seductores –a veces no tanto– argumentos, ensayos, textos, o lo que sea, pero así seamos pobres de mundo lo cierto es que, las humanidades comienzan con un paso atrás, ¿por qué alguien leería o se preocuparía por el calentamiento global? Pareciera que la actividad de reflexión es síntoma de pasividad estática, si todos los días nos cuestionáramos si realmente queremos salir de casa, o de nuestro cuarto, o nuestra cama, o nuestro sueño, probablemente nosotros seríamos nuestro primer detentor. Un primer impasse. Un primer “¡no lo hagas!”, acabarás con la vida, quizá, sí, con la nuestra. Pero tampoco una conclusión puede ser; “que el mundo siga su curso”, la conclusión es que dentro de las humanidades se está pensando más allá de esa necesidad de cataclismo, que el fin del mundo es interesante y ya ha ocurrido, que este es un nuevo horizonte que nos desea invitar a pensar más allá del fin. Que se puede continuar el transcurso de la vida considerando el declive ambiental que existe y que la necesidad radica en reconstruir a partir de los desechos; evitar caer en la misma negligencia de solo ver los contratiempos y tratar de guarecer.
Luce como una indiferencia al apocalipsis, pero no. El pesimismo es un excelente catalizador de las acciones, y lo que tratamos de evidenciar aquí, es que esas acciones pueden llevar incluso al desprecio y aniquilación de todo ser vivo. Una ética basada en esto con facilidad es seducida por la fascinación de lo que parecen soluciones, la única manera de concluir, al menos desde donde escribimos y habiendo hecho este recorrido, es con otra analogía. Si alguna vez han tenido a su cuidado, un/a niño/a, un animal, o lo que sea que realmente necesite de atención se habrán pasado por ese estado de preocupación por el peso de la novedad, una fragilidad palpable que le da ese aire de hostilidad a las cosas en nuestro alrededor, uno no puede ser lo suficientemente precavido, pero la realidad es que sí. La realidad de la ética ambiental es el día siguiente, es saber que uno haga lo que haga es ya un ser ecológico, no es comprometerse con todas las causas, es saber que dentro de este compromiso existe el cuidado, el deseo que algo prevalezca, es el que todas las cartas de amor son ridículas, pero, al fin y al cabo, solo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor sí que son ridículas.
Bibliografía
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- VanderMeer, Jeff, Annihilation, Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, 2014.
Notas
- La ecología oscura es un término de la obra homónima de Tim Morton, que desafía concepciones ecológicas tradicionales, reconociendo tanto la ingenuidad romántica de la idea premoderna de la naturaleza, como las limitaciones del ser humano frente a los problemas ambientales. ↑
- Irina Shirkova-Tuuli , “On the Concept of Ecological Optimism”, ed. cit. ↑
- Joanna Szurmak y Pierre Desrochers, “The One-sided Worldview of Eco-Pessimists”, ed. cit. ↑
- Matt Ridley, “Against Environmental Pessimism”, ed. cit. ↑
- Irina Shirkova-Tuuli , “On the Concept of Ecological Optimism”, ed. cit. ↑
- Leibnitz Gottfried Wilhelm, Essais de théodicée sur la bonté de Dieu, la liberté de l’homme et l’origine du mal, ed. cit., p. 65. ↑
- Kristine Kowalchuk, “Righting the Land: An Interview with Peter von Tiesenhausen”, ed. cit. ↑
- Ibidem. ↑
- McCarthy Cormac, The Road, ed. cit. ↑
- Carla Cortés, “Así fue la entrevista exclusiva de INFORMACIÓN con Cormac McCarthy”, ed. cit. ↑
- La eco-defensa es sencilla, es algo que Abbey aprendió a su tía Emma; carga contigo una bolsa con clavos cuando vayas a un bosque que pueda ser talado, clava cuantos puedas, no les harás daño a los árboles. De esta manera degradarás el valor de la madera posiblemente obtenida, y crearas un lío en los aserraderos. ↑
- Edward Abbey, One Life at a Time, ed. cit., pp. 29-31. ↑
- Joshua Foa Dienstag, Pessimis: Philosophy, Ethic, Spirit, ed. cit. ↑
- Principio de Pollyana hace referencia a una actitud excesiva o irrealmente optimista. Proviene del personaje Pollyanna Whittier, protagonista de la novela de 1913 “Pollyanna” de Eleanor H. Porter. ↑
- Timothy Morton, Dark Ecology, ed. cit., p. 117. ↑
- Jeff VanderMeer, Anhilitation, ed. cit. E-.Pub. ↑
- Charlie Markbreiter, “An Interview with Eco-Philosopher Timothy Morton on Art and the Hyper-Object”, ed. cit. ↑
- Timothy Morton, Hyperobjects: Philosophy and Ecology after the End of the World, ed. cit. passim. ↑
- Ray Brassier, Nihil Unbound: Enlightenment and Extinction, ed. cit., p. 85. ↑
- Donna Haraway, Seguir con el problema, ed. cit., p. 61. ↑
- Ibidem, p. 61. ↑
- Ibidem, pp. 63-64. ↑
- Ibidem, p. 66. ↑
- Ibidem, p. 67. ↑
- Ibidem, pp. 67-68. ↑
- Ibidem, p. 68. ↑
- Ibidem, pp. 86-87. ↑
- Ibidem, p. 154. ↑
- Ibidem, p. 158. ↑
- Ibidem, p. 159. ↑
- Ibidem, pp. 311-312. ↑
- Ibidem, p. 95. ↑
- Ibidem, p. 154. ↑
- Ibidem, pp. 155-157. ↑
- Ibidem, pp. 31-32. ↑