Resumen
Este trabajo tiene el objetivo de definir al psicoanálisis desde la noción de ‘Práctica discursiva’; concepto desarrollado por M. Foucault.
Para ello, y solo tomando como pretexto la vieja confrontación entre el psicoanálisis y las pastorales, establecemos pautas de análisis histórico que nos permitan definir qué es una práctica discursiva, ésta articulada bajo tres ideas: El Saber, no como sinónimo de conocimiento, sino como una condición histórica a priori de la experiencia posible; la verdad, en tanto cada práctica discursiva delimita un ámbito de lo verdadero y lo falso, de aquello que un sujeto puede o no decir, puede o no hacer; el poder, en tanto el Saber implica estrategias con objetivos específicos que establecen una relación de conducción de unos sobre de otros (Gobierno).
Gracias a estas pautas de análisis —ésta es su importancia— se puede establecer, entonces, la relación entre Saber, verdad y poder implicadas en dicha práctica.
Palabras clave
práctica discursiva, psicoanálisis, Saber, poder, verdad y estrategia.
Abstract
This work has the objective of establishing an ideal of psychoanalysis from the notion of ‘Discursive practice’; this concept was developed by M. Foucault.
To develop this work, we remember the old comparison between psychoanalysis and pastorals. Furthermore, we establish guidelines for historical analysis that allow us to define psychoanalysis as a discursive practice: Knowledge (This not as a synonym for a true proposition. On the contrary, it refers to an historical a priori condition of possible experience). True (Each discursive practice delimits an area of what is true and what is false, what can be said and what can be done). Power (Knowledge involves strategies with specific objectives. Furthermore, they establish a relationship of leadership of individuals over others [Government]).
The guidelines for historical analysis make visible the relationship between Knowledge, truth and power involved in psychoanalysis; this is their importance.
Keywords
discursive practice, psychoanalysis, Knowledge, power, truth and strategy.
Introducción. Regresemos a un viejo problema
En la Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, M. Foucault describió el dispositivo sexual: Un “lugar” donde se hacía hablar al sexo. De igual manera, este lugar se vinculó a una larga tradición cristiana: A las pastorales, al ejercicio de confesión. Aquí quedaban incluidas prácticas psicológicas y psicoanalíticas. Sin embargo, estas prácticas no implicaban la confesión de un culpable que se sentía pecador y buscaba el perdón con un psicólogo o un psicoanalista; al contrario, suponían una “voluntad casi infinita, de decir, de decirse a sí mismo y de decir a algún otro, lo más frecuentemente posible, todo lo que puede concernir al juego de los placeres, sensaciones y pensamientos innumerables que, a través del alma y el cuerpo, tienen alguna afinidad con el sexo”.[1] En otras palabras, lo que articulaba a la psicología y al psicoanálisis con las pastorales no era el pecado, ni la culpa, ni el perdón; nada de eso. Lo que los emparentaba era ese esfuerzo de expresar, con todo detalle, en un lugar determinado, lo relativo al sexo.
No sugiero que el o los psicoanálisis[2] tengan el objetivo de hacer hablar al sexo; seguramente, tanto en el diván como en las instituciones, las revistas, las charlas y conferencias, se tematizan más cuestiones que importan a los psicoanalistas. Empero, lo que queremos destacar es ese espacio donde se hace hablar, el cual no solo implica lo que se habla, sobre todo, apunta a las condiciones en las que se hace hablar, por mencionar algunos ejemplos, a la sexualidad, a lo inconsciente o al Otro. Al respecto, Giorgio Agamben advirtió que, para Foucault, “un dispositivo siempre está inscrito en un juego de poder, pero también ligado a un límite o a los límites del saber, que le dan nacimiento pero, ante todo, lo condicionan”.[3] Siendo así, el objetivo en este trabajo es presentar pautas para analizar las condiciones de Saber[4], verdad y poder en el psicoanálisis, entendiendo a este como una práctica discursiva. Para lograr dicho objetivo, este escrito lo dividimos en cuatro momentos: 1. La experiencia posible, 2. Qué es un enunciado, 3. Qué es una formación discursiva y una práctica discursiva en el marco de un Saber y, finalmente, 4. La relación entre una práctica discursiva con el Saber, la verdad y el poder.[5]
- Kant y M. Foucault: La experiencia posible
En la Crítica de la razón pura, I. Kant indagó sobre los límites del conocimiento científico. Pero, con ello, también estableció los límites de la experiencia posible. ¿Cuál es la experiencia posible? Aquélla que nos posibilita las condiciones a priori de la sensibilidad: Espacio y tiempo; y aquélla que nos posibilita las categorías a priori del entendimiento. De manera análoga, Foucault se planteó los límites de la experiencia posible, pero ésta enmarcada en la historia: ¿Cuáles son las condiciones históricas a priori de la experiencia posible? La ruta de análisis para responder esta pregunta está sugerida en el texto titulado “Foucault”. En éste, el propio Foucault señaló que:
“Si por pensamiento se entiende el acto que coloca, en sus diversas relaciones posibles, a un sujeto y a un objeto, entonces una historia crítica del pensamiento sería un análisis de las condiciones en las que se han formado o modificado ciertas relaciones entre sujeto y objeto; y ello en la medida en que tales relaciones son constitutivas de un saber posible”.[6]
En la epistemología clásica, la relación entre el sujeto y el objeto se definía por las preguntas qué conozco y cómo conozco. ¿Qué conozco? Por ejemplo, las ideas o las cualidades secundarias del objeto. ¿Cómo conozco? Por ejemplo, a través de los sentidos y/o el entendimiento. Estas respuestas satisfacían o no las condiciones específicas de lo que se suponía era el conocimiento: Proposición, verdadera y justificada o, quizá, solo una proposición probable.
Sin embargo, para Foucault la relación sujeto y objeto no se establecía bajo estas preguntas. Dicha relación estaba definida por el Saber; el cual no es lo mismo que el conocimiento. En “Sur l’archéologie des sciences. Réponse au Cercle d’épistémologie”, Foucault señaló que “el saber no es una suma de conocimientos, ya que de estos siempre tenemos que poder decir si son verdaderos o son falsos, inexactos o no, aproximados o definidos, contradictorios o incoherentes. Ninguna de estas distinciones es pertinente para nombrar al saber”.[7] Por el contrario, el Saber refería a una especie de orden —un “orden de las cosas”, un “orden del discurso”—, que como condición a priori de experiencia, posibilitaba la emergencia de ideas filosóficas, jurídicas, médicas, morales, etcétera, en un momento determinado. Por ello, Foucault señaló que:
“En una sociedad, el conocimiento, las ideas filosóficas, las opiniones cotidianas, pero también, las instituciones, las prácticas comerciales y policiales, las costumbres, se remiten algunos saberes específicos implícitos de esa sociedad. Este saber es profundamente diferente del conocimiento que se puede encontrar en los libros científicos, teorías filosóficas, justificaciones religiosas, pero este es lo que hace posible en un momento dado la aparición de una teoría, de una opinión, de una práctica”.[8]
De esta manera, para determinar lo que es el pensamiento, su naturaleza histórica, era necesario establecer las condiciones de emergencia o de irrupción de esa relación sujeto y objeto que está dada en y por un Saber. Así, de manera análoga a Kant —quién se preguntó por las condiciones del conocimiento necesario y, con ello, estableció las condiciones del conocimiento posible—, Foucault se preguntó sobre “qué a priori histórico han podido aparecer las ideas, constituirse las ciencias, reflexionarse las experiencias en las filosofías, formarse las racionalidades para anularse y desvanecerse quizá pronto.[9]
Siguiendo con la analogía entre las condiciones del conocimiento científico, preocupación de Kant, y de la historia del pensamiento, proyecto de M. Foucault, debemos señalar una similitud y una diferencia entre ambos: Por un lado, desde diferentes supuestos, ellos compartían la idea sobre las condiciones de experiencia (para el primero eran las categorías a priori y las condiciones de la sensibilidad; para el segundo era el Saber); empero, solo el segundo, Foucault, se preguntó por el carácter histórico sobre dichas condiciones históricas de emergencia (hasta donde sabemos, Kant no hizo tal cosa ni con las categorías del entendimiento ni con las condiciones de la sensibilidad). La noción de ‘Formación discursiva’ establece los aspectos que constituyen a un Saber posible: Este se determina por el conjunto de elementos (objetos, tipos de formulación, conceptos y elecciones teóricas) posibles en el campo de una formación discursiva.[10]
¿Qué es un enunciado?
Para describir qué era una formación discursiva, Foucault planteó qué era un enunciado y qué era un discurso. Él señaló que un discurso era un conjunto de enunciados y a estos les correspondía una función enunciativa. Entonces, ¿qué es una función enunciativa; aspecto que define al enunciado? Partamos de un deslinde con la lógica y la gramática. Un enunciado no es equivalente a una proposición. La función enunciativa de un enunciado no remite a la verdad o la falsedad de una proposición, en tanto que esta apunta a un estado de cosas realmente existente de tal o cual manera; así, un discurso tampoco es un conjunto de proposiciones. Un enunciado no es equivalente a una frase y su sentido; así, un discurso no es un conjunto de frases. En concreto, el discurso no es una “capa delgada de contacto con la realidad”[11]; por ello, el discurso a ser analizado no remite a una proposición que corresponda o no con lo real, ni al sentido de las palabras en un contexto determinado.
Por el contrario, un análisis del enunciado, y con ello del discurso, se dirige a establecer las reglas o las condiciones bajo las cuales es posible “decir lo que se dice” o, en otras palabras, es posible “tener la experiencia que se tiene”. Otra vez, de manera análoga a Kant, donde las categorías con que pensamos lo real no remiten ni a significados ni a proposiciones, el enunciado y el discurso tampoco lo hacen; ellos circunscriben lo que es posible hablar en una época específica y, por lo tanto, la experiencia posible. En esta distinción con la lógica y la gramática se circunscribe el ejemplo de Foucault sobre las máquinas de escribir francesas: La secuencia de letras A, Z, E, R y T no tiene ni sentido ni constituye una proposición y, sin embargo, estas enuncian algo. ¿Qué enuncian? El orden alfabético posible en las máquinas de escribir. ¿Cuál es ese orden que posibilita “escribir lo que se puede escribir” en una máquina francesa de escribir; condición que, como categorías del entendimiento y condiciones de la sensibilidad, ordenan la experiencia? Para Foucault, esta pregunta remite a las reglas históricas por las que “las actuaciones verbales realizadas” tenían un estatus de enunciado con una función enunciativa.
En la Arqueología del saber, Foucault presentó algunas pautas que él siguió para esbozar las condiciones de enunciación de un enunciado. Dichos requisitos se establecen por aquellos elementos implicados en un Saber que, insistimos, refiere a las condiciones históricas que hacen posible hablar de lo que se habla en una época determinada: Tipos de formulación, objetos, conceptos y elecciones teóricas. Sin embargo, antes de establecer las condiciones de análisis sobre los elementos implicados en un Saber, sugirió algunos límites para este análisis del enunciado. En primer lugar, él señaló que todo análisis del enunciado se dirige:
“[…] a las cosas dichas, sobre frases que han sido realmente pronunciadas o escritas, sobre elementos significantes que han sido trazados o articulados, y más precisamente sobre esa singularidad que los hace existir, los ofrece a la mirada, a la lectura, a una reactivación eventual, a mil usos o transformaciones posibles, entre otras cosas, pero no como las otras cosas. No puede concernir sino a actuaciones verbales realizadas, ya que las analiza al nivel de su existencia: descripción de las cosas dichas”.[12]
En segundo lugar, si el análisis se dirige a las cosas dichas y no a lo que se quiso decir, esto marca un ámbito específico de trabajo; si bien, muy problemático. “Lo dicho” no solo se refiere a la expresión de una idea, a la creación de una imagen o a la enunciación de un deseo; además, eso dicho no se debe considerar como la expresión de una interioridad. Al menos, en el marco de la arqueología, Foucault utilizaría la noción de ‘exterioridad’ para deslindarse de la hermenéutica. Para determinar la función enunciativa de un discurso, Foucault sugirió que un análisis no debía suponer el movimiento de un interior —por ejemplo, la conciencia del autor— hacia un exterior considerado como la expresión de ese interior. No se requería de un ejercicio exegético para determinar ese contenido oculto de las actuaciones verbales realizadas, pues no se buscaba el sentido de lo dicho, sino sus condiciones de emergencia.
Finalmente, en tercer lugar, si un análisis del discurso se circunscribe a lo dicho efectivamente, Foucault advirtió que éste no tenía el fin de verificar el sentido total de lo que se dijo. Una suerte de síntesis pletórica de lo enunciado en torno a la locura, a la sexualidad o a lo inconsciente, de tal manera que cada frase escrita en un cuaderno, en una servilleta, en un tiempo y en un espacio, sería parte de un gran rompecabezas de lo que se quiso decir. Por el contrario, una investigación se limitaría a un “discurso fragmentado”. De manera análoga a las reglas sintácticas de un lenguaje que, aunque con límites, sería incalculable determinar qué tanto se pudo haber dicho, un Saber tiene límites pero no se puede especificar qué tanto se pudo haber dicho a través de éste. Así, toda indagación sobre el discurso y el enunciado se limitaría a lo dicho, no a lo que se pudo o quiso decir pero quedó oculto.
Saber: Formación discursiva y práctica discursiva
En la Arqueología del saber, Foucault sugirió una serie de preguntas para indagar sobre los elementos que conforman un Saber y, con ello, establecer las condiciones de enunciación de un enunciado. Las pautas que Foucault estableció no constituyen un método. Quizá, ellas solo representen la manera que aquel siguió para dar cuenta de las condiciones de emergencia de un Saber. Podemos establecer, al menos, cuatro preguntas que orientan una investigación sobre el Saber. Para formularlas, de manera provisional, y solo con fines expositivos, aceptemos que en el “dispositivo psicoanalítico” se hace hablar a la sexualidad. ¿Bajo qué reglas anónimas, históricas, han sido posibles los objetos del psicoanálisis: Lo inconsciente, la sexualidad y la histeria? ¿Bajo qué reglas anónimas, históricas, ha sido posible los tipos de formulación en el psicoanálisis: Los psicoanalistas? ¿Bajo qué reglas anónimas, históricas, se articula el dominio —campo de circulación de los conceptos y enunciados— en el psicoanálisis? ¿Bajo qué reglas anónimas, históricas, han sido posibles las elecciones teóricas —régimen institucional y repartición del discurso— del psicoanálisis? Las respuestas a estas preguntas se establecerán bajo una serie de pautas, nada infalibles, que orientarán la investigación histórica.
Primero, para determinar las condiciones de emergencia de los objetos legítimos para un conocimiento, Foucault estableció líneas de investigación. Sugirió indagar, por un lado, las Superficies de emergencia: ¿Dónde se hablaba sobre la sexualidad: Su importancia, sus desviaciones, sus tabúes?; por otro lado, las Instancias de delimitación: ¿La sexualidad se vinculaba al ámbito médico, jurídico, psicológico, etcétera?; finalmente, las Rejillas de especificación: ¿Cómo se hablaba de la sexualidad: Sana, insana, perversa, reprimida, vinculada al matrimonio, etcétera?
Sin embargo, hablar sobre algo no deriva, por decirlo de algún modo, en un objeto legítimo de conocimiento. Hablar sobre algo, por sí solo, no muestra su ley de aparición. Para Foucault lo relevante era descubrir la constitución de un objeto de conocimiento; no advertir la existencia de un objeto que estaba oculto, pero solo bastaba dirigir la mirada hacia este para ser visibilizado. Así, la sexualidad no existe más que como discurso; de manera similar, y solo por poner otro ejemplo, el hombre no existe más que como discurso de la filología, la economía y la biología, y su muerte se establece en el discurso de la etnografía (condiciones históricas y sociales) y el psicoanálisis (lo inconsciente).
La mirada tiene que ser dirigida hacia las relaciones que existen entre las diferentes instancias que han hecho posible al objeto sexualidad. Entonces, la pregunta sería, ¿cómo se relacionaron las instancias —Superficies de emergencia, Instancias de delimitación y Rejillas de especificación— que conformaron el objeto sexualidad en el psicoanálisis? Quizá, las relaciones se definen por la familia en una sociedad victoriana (Superficies de emergencia); las instancias médicas, educativas y jurídicas (Instancias de delimitación) y las prohibiciones morales o religiosas, así como las diferentes maneras de hablar de la sexualidad como reprimida o no reprimida (Rejillas de especificación). Guardando toda distinción, y solo por hacer una analogía, cuando Kant consideraba que los objetos eran intuidos, él apuntaba a las condiciones de emergencia de estos en un ámbito específico: En el espacio y el tiempo; obviamente faltan las categorías para que aquellos fueran pensados. Así, de manera similar, las relaciones establecidas entre las diferentes instancias constituían las condiciones de emergencia de los objetos legítimos para un conocimiento.
Con relación a la noción de ‘Enfermedad mental’, Foucault señaló que en el discurso psiquiátrico se hizo obrar un conjunto de relaciones determinadas: “Relación entre las normas familiares, sexuales, penales del comportamiento de los individuos, y el cuadro de los síntomas patológicos y de las enfermedades de que son signos. Relación entre la restricción terapéutica en el medio hospitalario (con sus umbrales particulares, sus criterios de curación, su manera de delimitar lo normal y lo patológico), y la restricción punitiva en la prisión”.[13] Estas serían las relaciones que —como espacio, tiempo y categorías para Kant— obraron en el discurso de la psiquiatría para que emergiera el objeto ‘Enfermedad mental’.
En segundo lugar, para los tipos de formulación, los cuales Foucault también los denominó con los conceptos de ‘Sujeto’ y ‘Modalidades enunciativas, también se sugirió una serie de preguntas que podían orientar una indagación histórica. ¿Quién habla? Quién es el sujeto legítimo para un objeto de conocimiento. Esta pregunta señala criterios de competencia y de “saber”: ¿Quién está autorizado para emitir juicios sobre la sexualidad: Los psicólogos, los psicoanalistas, los médicos, los sacerdotes, etcétera? Implica, también, sistemas de diferenciación y relaciones: ¿Cuáles son los rangos, las jerarquías, las clasificaciones que se establecen en un “dispositivo psicoanalítico”: Paciente, psicoanalista, etcétera? También, sugiere los rasgos que definen el funcionamiento de un sujeto en una sociedad: Por ejemplo, el psicoanalista atiende pacientes, es profesor, es investigador, etcétera.
Además, los tipos de formulación tienen implicaciones institucionales: ¿En qué lugar los psicoanalistas cobijan su discurso y establecen su legitimidad: Sus organizaciones, las instituciones educativas en las que tienen presencia, ya sea para ponderarlo o rechazarlo, así como los programas de investigación o las instancias del Estado (Conahcyt)?
Finalmente, los tipos de formulación implican posiciones del sujeto. Este, en realidad, es una suerte de lugar vacío que puede ser ocupado por un individuo, si y solo si, se cumple con las reglas establecidas en una formación discursiva: ¿Qué permite a un individuo ocupar el lugar del sujeto a un costado del diván, en la academia o en todos esos espacios donde al objeto sexualidad le corresponde una modalidad enunciativa, esto es, un sujeto: Un título de licenciatura en psicología, el testimonio del pase, un acto de buena conciencia, un reconocimiento como investigador o un vacío legal?
En tercer lugar, un Saber implica un dominio. Este hace referencia al campo donde aparecen y circulan los conceptos y enunciados en una formación discursiva; siguiendo con el ejemplo del psicoanálisis, se puede sugerir que es el espacio donde transitan los conceptos como ‘Transferencia’, la ‘Sexualidad’, lo ‘Inconsciente’, etcétera, así como los enunciados que se formulan sobre de estos. Para analizar un dominio, Foucault señaló que no era relevante establecer si en este había una adecuada justificación entre los conceptos y enunciados, o si en aquel se partía de un cuerpo coherente de conceptos y principios bien establecidos y claros. Al contrario, se preguntaba por las reglas a las que estaban sometidos los conceptos y enunciados en un campo.
Para plantearse las reglas que posibilitan un dominio, Foucault sugirió, por un lado, las Formas de sucesión. Estas contemplaban a) las series enunciativas, esto es, la ordenación de las inferencias e implicaciones entre conceptos, así como con los razonamientos que se consideraban demostrativos; y b) los tipos de dependencia entre los enunciados, esto es, los vínculos que se establecían entre las hipótesis y su verificación, entre leyes universales y su aplicación a casos particulares (Por ejemplo, el Complejo de Edipo y la aplicación de esta “ley” a casos particulares).
Por otro lado, se puede indagar sobre las Formas de coexistencia entre enunciados. Al respecto, Foucault destacó a) que una formación discursiva se articulaba con enunciados de otros dominios que habían sido aceptados como verdades. Con ello se establecía un orden del discurso entre lo aceptado, lo legítimo o lo no relevante (Campos de presencia). Estas verdades implicaban un “orden de la verificación experimental, de la validación lógica, de la repetición pura y simple, de la aceptación justificada por la tradición y la autoridad”;[14] b) que un dominio contemplaba conceptos y enunciados que no pertenecían al mismo pero que, aun así, circulaban en torno a este (Campo de concomitancias). Por ejemplo, la filosofía no es psicoanálisis, ni viceversa, pero ambos discursos interactúan. Puede ser que los enunciados y conceptos de la filosofía, a pesar de no pertenecer al psicoanálisis, “sirvan de confirmación analógica, ya sirvan de principio general y de premisas aceptadas para un razonamiento, ya sirvan de modelos que se pueden transferir a otros contenidos, o ya funcionen como instancia superior con la que hay que confrontar y a la que hay que someter al menos algunas de las proposiciones que se afirman”;[15] c) la noción de ‘Memoria’, la cual refería a los conceptos que ya no se “usaban” pero que, sin embargo, transitaban en un dominio analizado. Esto permitía visibilizar una discontinuidad entre discursos. Por ejemplo, quizá, la noción de ‘Instinto’ ya no se usa en el psicoanálisis y, sin embargo, transita entre sus enunciados; esto, al menos, para distinguir sus presupuestos de otros dominios como la biología y la fisiología.
Por último, Foucault destacó los Campos de intervención que pertenecían a un dominio. Estos procedimientos circunscribían lo que, legítimamente, se podía aplicar a los enunciados: a) los Métodos de transcripción de un discurso; b) las Reglas de reescritura de enunciados de un dominio; esto es, la libertad de reelaboración de un conjunto de enunciados hacia otro dominio, incluso la reelaboración en el mismo dominio; c) las Reglas de traducción; por ejemplo, la manera de intervenir un sistema cuantitativo para cambiarlo a uno cualitativo y viceversa; d) las Reglas de sistematización de proposiciones; e) las Reglas de transferencia; esto es, las pautas que se seguían para trasladar los conceptos de un dominio a otro; f) las Reglas de aproximación; las pautas a través de las cuales se afinaban los conceptos para darles una mayor precisión.
En cuarto lugar, Foucault señaló las reglas para la formación de elecciones teóricas en un Saber. Por un lado, Foucault advirtió que la sistematización, coherente o incoherente, entre los objetos, los tipos de formulación y los conceptos, daba pie a temas y teorías; esto es, a aquello de lo que se hablaba en una época determinada. Y, por otro lado, posibilitó la emergencia de estrategias; esto es, dicho de manera laxa, las elecciones teóricas referían a aquello que se hacía con el discurso.
En resumen, un Saber, como condición de posibilidad del pensamiento, de la experiencia posible, se describe por los elementos de una formación discursiva: Tipos de formulación (Sujeto, Modalidades enunciativas), objetos, conceptos (Dominio) y elecciones teóricas (Estrategias y Materialidad). Estos elementos hacían posible una formación discursiva, esto es, un discurso que no era otra cosa que un conjunto de enunciados que tenían una función enunciativa, dadas las condiciones a priori históricas que lo habían hecho posible. Pero, además, la noción de ‘Formación discursiva’, sujeta al Saber, implicaba condiciones “pragmáticas”, las cuales Foucault llamó ‘Prácticas discursivas’: “El conjunto de reglas anónimas, históricas, siempre determinadas en el tiempo y el espacio, que han definido en una época dada, y para un área social, económica, geográfica o lingüística, dada las condiciones de ejercicio de la función enunciativa”.[16]
Así con relación a la sexualidad, la cual hemos tomado como pretexto para circunscribir al psicoanálisis en el marco de un análisis histórico, “una arqueología tal, de salir adelante en su tarea, mostraría cómo los entredichos, las exclusiones, los límites, las valorizaciones, las libertades, las transgresiones de la sexualidad, todas sus manifestaciones, verbales o no, están vinculadas a una práctica discursiva determinada”.[17]
El psicoanálisis sería, desde esta perspectiva, una práctica discursiva, en tanto “pone a la obra” una función enunciativa de los enunciados propios del discurso psicoanalítico. Entonces, ese lugar donde se dice lo que se dice y se hace lo que se hace estaría circunscrito a un conjunto de reglas anónimas, a unas condiciones a priori de la experiencia posible.
Práctica discursiva: Saber y poder
El Saber posible, y con ello toda práctica discursiva, implica un compromiso con la verdad y el poder. Para explicar esto, mantengamos los supuestos que hemos planteado para el psicoanálisis.
Primero, con relación al psicoanálisis como práctica discursiva, su vínculo con la verdad se plantearía de la siguiente manera. Paul-Laurent Assoun señaló que cuando Sigmund Freud comenzó su investigación sobre lo inconsciente, en el inicio del psicoanálisis, él se enfrentó con toda una serie de tradiciones que lo acosaban con viejas preguntas que debían ser atendidas, que le exigían ganarse su lugar en el ámbito donde se jugaba lo verdadero, lo falso, lo impensable, lo problemático, lo necesario o lo urgente, en el régimen que circunscribe aquello que se consideraba resuelto o una tarea futura. Explico.
George Canguilhem, epistemólogo e historiador de la ciencia, sugirió la idea de ‘Regímenes de la verdad’. ¿Qué significa esto? Según Foucault, lector de Canguilhem, sugiere que “en el interior de sus límites, cada disciplina reconoce proposiciones verdaderas y falsas. En resumen, una proposición debe cumplir complejas y graves exigencias para poder pertenecer al conjunto de una disciplina; antes de poder ser llamada verdadera o falsa, debe estar, como sugería Canguilhem, ‘en la verdad’”[18]. Dicho en términos llanos, y sin caer en relativismos o subjetivismos, para que una proposición —una hipótesis, una teoría— sea verdadera o falsa, relevante o no en una investigación, conocimiento o no, debía entrar en un ámbito político constituido no solo por sus virtudes epistémicas (simplicidad, poder explicativo o predictivo, coherencia con conocimientos o hipótesis bien establecidas) o por su papel como estrategia de resolución y planteamiento de problemas; además, su incorporación a la verdad estaba dado por su publicación y difusión a través de revistas, congresos, programas educativos; por su financiamiento como proyecto de investigación; por su ruptura con otras tradiciones; por su acogida y discusión entre expertos o comunidades epistémicas; por su ingreso y clasificación en instituciones de difusión e innovación científica; y por un gran etcétera difícil de “cartografiar”.
Assoun señaló el rechazo de Freud a la exigencia por sumarse a las viejas preguntas de la filosofía. También sugirió que más que un aislamiento —solipsista— por parte de Freud, esta actitud quizá respondía a la sorpresa de quién ve la punta de un Iceberg y conmocionado, piensa cómo enfrentarlo, en seguir un camino a contrapelo y bajo los riesgos que ello signifique. Más de cien años después, el psicoanálisis se encuentra en el espacio de la verdad: lo encontramos tanto en las instituciones, como en la academia, en la vida cotidiana; asimismo, constituye varios proyectos de investigación y educación que dispone de recursos públicos; está registrado en las Líneas de Generación y Aplicación del Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt), como seguramente estará reconocido en diversas instituciones en el mundo; además, su jerga y sus supuestos posibilitan a muchos definir su relación con los demás y con ellos mismos (Formas de subjetivación).
Siguiendo con el ejemplo, y desde los supuestos que hemos presentado, el psicoanálisis freudiano no solo entró en el espacio de la verdad, además instauró compromisos propios con esta: Una voluntad de verdad vinculada a los objetos, los tipos de enunciación, las formas de intervención de los conceptos y el discurso que son legítimos en el psicoanálisis (Dominio), así como a las elecciones teóricas.[19] De esta manera, Foucault señaló que la producción del discurso se establece “obedeciendo a las reglas de una ‘policía’ discursiva que se debe reactivar en cada uno de sus discursos”.[20] Asimismo, la voluntad de verdad, como sistema de exclusión que se apoya en instituciones y se sostiene en prácticas discursivas —por ejemplo, en la psicología, la pedagogía, el psicoanálisis, etcétera— implica al poder: “El discurso verdadero, que la necesidad de su forma exime del deseo y libera del poder, no puede reconocer la voluntad de verdad que le atraviesa”.[21] ¿Cómo se plantea el poder?
Recordemos que Foucault denominó con el concepto de ‘Materialidad’ del discurso a las elecciones teóricas. La materialidad de un discurso se refería a la lógica con la que este se repetía, al archivo. Empero, la noción de ‘Archivo’ no señalaba a un espacio donde se “amontonan libros” sino a las reglas de un discurso con las que subsiste y se repite: Como libro, como revista, como cátedra, como ley, como manifiesto, etcétera. Pero, además, Foucault también denominó con el concepto de ‘Estrategia’ a las elecciones teóricas. Una estrategia refería a las prácticas discursivas como dominio de un análisis histórico: “Abordar el estudio por la línea oblicua de lo que ‘se hacía’. Así, ¿qué se hacía con los locos, con los delincuentes, con los enfermos?”[22] Las estrategias implican al poder, pues en una práctica hay objetivos que establecen el gobierno de unos sobre de otros. Cómo quede determinada esa relación de poder, dependerá de la propia práctica discursiva: En esta no cualquiera ocupa el lugar de sujeto, no se establece cualquier compromiso con la verdad, entre otras consideraciones que fungirán como reglas anónimas e históricas en una relación de poder.
Saber, verdad y poder se unen en una práctica discursiva: ¿Qué se hace, entonces, con los pacientes en el espacio donde se dispone de un diván para ellos? ¿Qué se hace con los estudiantes en la enseñanza del psicoanálisis? O, en general, ¿qué se hace en las prácticas discursivas que orientan al psicoanálisis?[23] Un trabajo histórico del pensamiento comenzaría, al menos, preguntándose sobre los elementos del Saber y poder alrededor del diván, de la enseñanza del psicoanálisis, de su divulgación, en todos esos lugares donde se juega su verdad.
Conclusión
El discurso o los discursos del psicoanálisis, y con ello el psicoanálisis, podría analizarse en el marco del Saber, que lo conforma como una estrategia, como una práctica discursiva, como un lugar —no solo el diván, también la escuela, la revista, etcétera— donde se hace hablar: ¿a la histeria? ¿A la psicosis? ¿Al padre? ¿Al inconsciente? Para ello sería necesario determinar aquellas condiciones históricas a priori de la experiencia posible que regulan ese lugar donde se hace hablar: Objetos, tipos de formulación, conceptos y elecciones teóricas.
Pero, además, colocar al psicoanálisis —o a otras disciplinas— bajo la lupa de las reglas históricas que planteó M. Foucault, nos permiten conocer la constitución de sus prácticas, de ese lugar donde se hace hablar, además de sus compromisos específicos con la verdad y el gobierno —Poder— sobre de otros. Desde la perspectiva presentada, la discusión sobre las prácticas discursivas del psicoanálisis no remitirá a esa vieja disputa —por suerte superada— sobre su cientificidad: K. Popper vs. S. Freud. Pero, tampoco significa analizar al psicoanálisis bajo la idea de la historia de los errores: ¿Cuáles fueron los desatinos de S. Freud que, progresivamente, se han superado con J. Lacan? El análisis de las formaciones discursivas, en principio, no permiten saber si una sería más verdadera que otra, solamente permiten, aunque parezca algo simple, advertir “que dos autores hablan de la misma cosa, que uno se oponía al otro o que uno era continuador de otro”.[24]
En este sentido, y para volver a nuestro viejo problema, quizá lo que Foucault vio entre las pastorales y el psicoanálisis fue una práctica discursiva compartida —esa voluntad casi infinita, de decir, de decirse a sí mismo y de decir a algún otro, lo más frecuentemente posible, todo lo que puede concernir al juego de los placeres, sensaciones y pensamientos innumerables— que, como continuidad histórica, obedecía a las mismas condiciones a priori de la experiencia posible.
Bibliografía
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- Foucault, Michel, El orden del discurso, Tusquets Editores, Buenos Aires, 1992.
- Kant, Immanuel, Crítica de la razón pura, Editorial Alfaguara, Madrid, 2004.
Notas
[1] Michel Foucault, Histoire de la sexualité 1. La volonté de savoir, ed. cit., p. 29.
[2] Obviamente, no existe el psicoanálisis sino, en todo caso, los psicoanálisis. Pero, dado que nuestro objetivo no se dirige a una perspectiva en particular, sino plantear reglas de análisis histórico, por mera “cuestión económica”, me referiré al psicoanálisis de manera general.
[3] Giogio Agamben, “¿Qué es un dispositivo?”, ed. cit., p. 250.
[4] Para M. Foucault las nociones de ‘Saber’ y ‘Conocimiento’ no son sinónimos Por ello, para distinguir la noción de ‘Saber’ de otros usos, ésta siempre irá colocada en mayúsculas.
[5] Advertimos que en adelante cuando nos refiramos a la noción de ‘Dispositivo’, aunque no son equivalentes al 100%, estaremos asumiendo la noción de ‘Estrategia’. El dispositivo, como un “espacio donde se hace hablar”, tiene muchas semejanzas con lo que Foucault denominó como una ‘Estrategia’ como una “puesta en acto” al discurso que dirige una práctica discursiva. De hecho, en la Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber (1976), ambas nociones conviven en su problematización de la sexualidad.
[6] Michel Foucault, “Foucault”, ed. cit., p. 631.
[7] Michel Foucault, “Sur l’archéologie des sciences. Réponse au Cercle d’épistémologie”, ed. cit., p. 720.
[8] Michel Foucault, “Les mots et les choses”, ed. cit., p. 498.
[9]Michel Foucault, “Préface”, ed. cit., p. 13.
[10] Michel Foucault, “Sur l’archéologie des sciences. Réponse au Cercle d’épistémologie”, op. cit., p. 720.
[11] Michel Foucault, L’Archéologie du savoir, ed. cit., p. 66.
[12] ibidem, p. 153.
[13] ibidem, pp. 60-61.
[14] ibidem, p. 93.
[15] ibidem, p. 94.
[16] ibidem, pp. 153-154.
[17] ibidem, p. 252.
[18] Michel Foucault, El orden del discurso, ed. cit., p. 30.
[19] En defensa del psicoanálisis se podría discutir que éste no se plantea como propietario de la verdad. Habría que recordar que sí hay un orden u órdenes del discurso en las distintas perspectivas psicoanalíticas. Por ejemplo, no se puede decir cualquier cosa sobre S. Freud o J. Lacan: Hay órdenes del discurso para el comentario y la paráfrasis que se pueden hacer sobre los libros de ellos; asimismo, aunque difusa, no cualquier Regla de concomitancia pone a interactuar los discursos de la filosofía y la literatura con el psicoanálisis.
[20] ibidem, p. 31.
[21] ibidem, p. 18.
[22] Michel Foucault, “Foucault”, op. cit., pp. 634-635.
[23] Otra vez, en defensa del psicoanálisis se podría señalar que los psicoanalistas no hacen nada con los pacientes, que éstos solo —y solos— van a hablar de “sus cosas”. Desde la perspectiva desarrollada en este trabajo, la colocación de los individuos en ese espacio donde se hace hablar, ya sea de la sexualidad o de “sus cosas”, está investida bajo una estrategia con un objetivo, si se quiere no la cura ni el perdón, sino solo que hable en detalle, incluso que calle, bajo una lógica y un espacio determinado.
[24] Michel Foucault, L’Archéologie du savoir, op. cit. p. 166.
Simplificando las cosas, la arqueología no nos permite establecer si la expresión “El inconsciente es como un océano oscuro en el que nadamos sin ser conscientes de su profundidad y amplitud”, refuta la idea cartesiana “no puede haber en nosotros pensamiento alguno, del cual no tengamos conciencia en el momento mismo en que se da en nosotros”. (AT, VIII, p. 246) Quizá solo nos permita establecer las continuidades o discontinuidades —si dos autores hablan de lo mismo— entre la frase de Freud que hemos mencionado y la expresión lacaniana “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”.