La Liberté guidant le peuple de Eugène Delacroix, 1830, Museo del Louvre (París)
Resumen
La Revolución francesa fue un período de gran agitación social y política en Francia que no sólo traspasó sus fronteras al resto de Europa, sino que agitó los cimientos del pensamiento occidental. Las demandas populares y las estructuras del Antiguo Régimen entraron en conflicto, no dejando ningún campo sin batalla, tampoco el de la filosofía, por lo que posturas liberales y comunistas entraron en debate sobre la razón y objetivo del Estado. A través de sendas vidas, el presente artículo expone la importancia de John Stuart Mill y Karl Marx, dos autores cuyas filosofías respondieron a su tiempo y sentaron las bases ideológicas de gran parte del siglo XX con relación a la disputa de la razón de Estado.
Palabras clave: comunismo, liberalismo, Marx, Mill, revolución
Abstract
The French Revolution was a period of great social and political upheaval in France that not only crossed its borders to the rest of Europe, but also shook the foundations of Western thought. The popular demands and the structures of the Old Regime came into conflict, leaving no field without battle, not even that of philosophy, so liberal and communist positions entered into debate about the reason and objective of the State. Through their lives, this article exposes the importance of John Stuart Mill and Karl Marx, two authors whose philosophies responded to their time and laid the ideological foundations for much of the 20th century in relation to the dispute over the reason of State.
Keywords: communism, liberalism, Marx, Mill, revolution
En la noche del 4 de agosto de 1789 la Asamblea Nacional Constituyente de Francia abolió los derechos feudales y apenas unos días después la misma Asamblea aprobaba la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”. Se confirmaba, de este modo, la abolición del sistema feudal y se iniciaba la cuenta atrás del Antiguo Régimen, tal y como los ilustrados denominaban al feudalismo1. Igualmente, se sentaban las bases para un nuevo orden político que traducía sus reivindicaciones ilustradas a través del lema “Libertad, igualdad y fraternidad”, un lema que republicanos y liberales a favor de la democracia y del derrocamiento de gobiernos opresores y tiránicos de todo tipo utilizarían en las futuras revoluciones del siglo XIX. Sin embargo, y a pesar de la Revolución francesa, su triunfo no fue más que una victoria pírrica.
Tras la ejecución de los monarcas, Robespierre ocupó el lugar de la regencia de Francia, una época breve pero terrorífica porque las decapitaciones estaban a la orden del día. Lo cierto es que, como bien explica Arendt, la Revolución francesa fue más parisina que francesa, pero como el poder estaba en París, los parisinos tuvieron que convencer al resto de franceses de la revolución, motivo por el cual Robespierre ganaba cada vez más enemigos a que los hacía pasar por la guillotina. No fue hasta 1799, y tras cuatro años de gobierno bajo una nueva Constitución que confería el poder al Directorio formado por cinco miembros, que llegó Napoleón Bonaparte ocupando el cargo de cónsul a través de un golpe de Estado contra la Constitución. Son conocidas las guerras napoleónicas posteriores a llegada de Napoleón al poder, cuyas causas fueron la extensión de los conflictos de la Revolución francesa en el resto de países europeos que, todavía bajo monarquías y tiranías, veían en Francia el caldero indispensable para que las revoluciones populares estallaran más allá de las fronteras francesas, algo que no pudieron evitar en las revoluciones de 1820, 1830 y 1848 a pesar de que Napoleón perdiera para siempre en la batalla de Waterloo el 18 de junio de 1815.
Después de la derrota de Napoleón fueron frecuentes los movimientos revolucionarios en todos los países europeos, y es que a pesar de que los estados monárquicos se unieron desde un primer momento para contener el avance del espíritu de la Revolución francesa dentro de sus fronteras2, lo cierto es que acabó salpicando a todo el continente europeo. Así, los ideales napoleónicos se expandieron por Europa bajo la bandera de la igualdad ante la ley, acelerando el desarrollo del liberalismo a través de reformas legales y administrativas. Pero también contribuyeron indirectamente al surgimiento del comunismo al fomentar la conciencia de clase y la difusión de ideologías socialistas en toda Europa, pues alimentó la conciencia nacional y la conciencia de clase entre los campesinos y trabajadores, contribuyendo al descontento con el sistema feudal y aristocrático europeo. De este modo, la razón de Estado se ponía en disputa política y filosóficamente, siendo John Stuart Mill y Karl Marx la representación filosófica de la pugna la razón de Estado que se alargó hasta nuestros días.
- Las revoluciones de 1820, 1830 y 1848: el origen
Tras la derrota de Napoleón, Francia devolvió el trono a la monarquía Luís XVIII de Borbón, y éste intentó restablecer el Antiguo Régimen. A causa de ello, en febrero de 1820 el duque de Berry fue asesinado por un simpatizante de Napoleón, lo que llevó a una represión interna que se endureció aún más. En 1824 Carlos X subió al trono y mantuvo la tónica feudalista de su hermano Luís XVIII hasta julio de 1830, cuando se celebraron las elecciones en la Cámara Baja y el rey tuvo que enfrentarse a una mayoría liberal, motivo por el cual disolvió la recién elegida Cámara de diputados y decretó las 4 ordenanzas de julio que suspendían la libertad de prensa, reducía el número de diputados alargando el tiempo de su cargo y limitaba el derecho de voto, esperando así poder reconstituir una mayoría parlamentaria que le fuese más favorable. Esta medida hizo que las calles de París se llenaran de reivindicaciones y, con el apoyo de la Guardia Nacional, derrotaron al ejército real. Esta derrota supuso la abdicación de Carlos X cediendo el trono a Luís Felipe I, hijo del primo de Luís XVI, y la redacción de una nueva Constitución que reconocía la soberanía nacional en la voluntad de los franceses dejando de ser el rey por derecho divino. Sin embargo, las peticiones de los franceses no se detuvieron aquí, ya que en 1848 las demandas sociales ocuparon un lugar muy importante, en parte ocasionadas por el socialismo utópico de Saint-Simon o Proudhon: mientras la gran burguesía, que se identificada con el Antiguo Régimen, era predominante en el poder y se negaba a compartirlo con la pequeña burguesía, la clase obrera comenzaba a ser consciente de su miseria y de su fuerza para reivindicar sus intereses. Los revolucionarios franceses recuperaron el lema de la Revolución de 1789 basado en los valores ilustrados de la libertad y la igualdad, y consideraron que el Estado no debía sólo defender y administrar la sociedad, sino configurarla y conducirla según la voluntad de sus ciudadanos. Dado la falta de voluntad política para llevar adelante esta nueva política, en febrero de 1848 estalló una revolución que causó la caída del monarca Luís Felipe I, proclamándose la Segunda República Francesa el 25 de febrero de 1848.
Por su parte, Alemania fue una de las primeras zonas en experimentar movimientos de protesta, allende las fronteras francesas, contra la nueva situación política europea, ya que el viejo Sacro Imperio Romano-Germánico había dejado de existir y estas zonas fueron anexionadas al Imperio austríaco mediante la Confederación Germánica. Esta anexión, junto al romanticismo de la época, hizo florecer el sentimiento nacionalista, nacionalismo que penetró en la esfera política con el objetivo de unificar todas las regiones de habla germana superando la Confederación Germánica. Este fervor nacionalista fue agitado por los estudiantes, y en 1819 uno de ellos asesinó al dramaturgo August von Kotzebue por traidor, lo que provocó que el canciller austriaco Metternich prohibiera las corporaciones nacionalistas de estudiantes. La calma se mantuvo hasta 1832, año en que se celebró el Festival de Hambach, un acto de reivindicación política de libertad y unificación nacional alemana en el que se diseñó la bandera tricolor alemana como acto de protesta a la unión con el Imperio austríaco. Tras el triunfo a finales de febrero de 1848 de la Revolución en Francia, los 39 Estados alemanes agrupados desde 1815 en la Confederación Germánica volvieron a agitarse: al igual que hicieron los parisinos en París, los liberales y los radicales demócratas alemanes salieron a principios de marzo a las calles para exigir las libertades civiles, la legalización de los partidos políticos y la formación de una milicia nacional, pero sobre todo la convocatoria de un Parlamento nacional. Esto provocó lo que se conoce como la “revolución de marzo”, que llevó a la formación de gobiernos liberales denominados “gobiernos de marzo”. Así, el 10 de marzo de 1848, el parlamento federal de la Confederación Germánica, el Bundestag, nombró un “comité de los diecisiete” para preparar un texto constitucional y el 20 de marzo se convocaron elecciones para una asamblea constituyente. Finalmente, el parlamento de Fráncfort redactó la Constitución de Fráncfort de 1849, documento que preveía una Alemania unificada como una monarquía constitucional, a pesar de que ésta no fue aceptada por los príncipes soberanos de los estados alemanes, ni siquiera por el rey de Prusia3.
En el sur, España mantuvo en un principio una alianza con la Francia de Napoleón Bonaparte cuyo objetivo era mantener los enfrentamientos armados contra el Imperio Británico. No obstante, a finales de 1807 Napoleón decidió que la monarquía de Carlos IV era ya de muy escasa utilidad y que sería mucho más conveniente para sus designios la creación de un Estado satélite. Así, tras la abdicación de Carlos IV y el motín de Aranjuez, el ejército napoleónico establecido en varias ciudades españolas tenía la intención de invadir Portugal y continuar con su cruzada revolucionaria. Fue este conflicto contra los franceses el que permitió fraguar la identidad nacional española, al mismo tiempo que abrió las puertas al constitucionalismo, promulgando la Constitución de Cádiz, más conocida como la Pepa, el 19 de marzo de 1812. No obstante, tras la guerra de independencia4 y con la vuelta de Fernando VII, hijo y sucesor de Carlos IV, el monarca rechazó jurar la Constitución de 1812 ya que ésta quería modificar las caducas instituciones del Antiguo Régimen. Fernando VII se convirtió así en un rey absoluto que comenzó una dura represión contra los liberales, pero el 1 de enero de 1820 se produjo la sublevación del coronel Rafael del Riego en la localidad de Las Cabezas de San Juan, en Sevilla, donde proclamó la Constitución y detuvo al general en jefe del cuerpo expedicionario que pretendía embarcarse a América para sofocar los movimientos independentistas. Durante la avanzada por Andalucía de las tropas de Riego, estalló en Galicia una insurrección liberal que se expandió por todo el país convirtiéndose en una revolución que obligó a Fernando VII a firmar que se sometía a la voluntad del pueblo, jurando finalmente la Constitución de Cádiz de 1812. En 1831, a finales del reinado de Fernando VII, se produjo el Pronunciamiento de Torrijos con el objetivo de poner fin al absolutismo y restaurar la Constitución, y tras la muerte del rey en 1833 se abrió un periodo de transformaciones liberales y de guerra civil entre carlistas, partidarios de Carlos V, el hermano de Fernando VII, e isabelinos, que apoyaban a la hija de Fernando VII, Isabel II, de posturas más constitucionalistas. Vencieron los isabelinos, pero esto no impidió que en 1848 hubiera intentos de sublevación contra el gobierno isabelino de Narváez en Madrid, Barcelona, Valencia y Sevilla reivindicando lo mismo que los parisinos: un cambio de concepción del sentido del Estado.
Francia, Alemania y España son un reflejo de lo que ocurría en Europa como consecuencia de la Revolución francesa, a saber, acabar con el Antiguo Régimen e instaurar unos Estados modernos basados en los valores ilustrados de las teorías contractualistas de filósofos como Locke o Rousseau. No era de extrañar que estas peticiones se hicieran tan importantes en Alemania y España, pues todavía vivían sometidos al yugo de las monarquías absolutistas, incluso Francia quien vio cómo su Revolución se disipó con la caída del Imperio napoleónico. Ahora bien, a pesar de que el Imperio Británico también vivió revoluciones en 1820, 1830 y 1848, especialmente en el Reino Unido, sus motivos no fueron los mismos que los del resto de Europa excepto con algunas similitudes con Francia, pues el Reino Unido ya aceptó la teoría contractualista basada en la voluntad del pueblo a través de la Declaración de Derechos de 1689. Lo que motivó sus revoluciones fue, por una parte, una reforma de la representación parlamentaria en un sentido democrático aumentando el sufragio y, por ende, los valores ilustrados, y por otra parte un aumento de reivindicaciones socioeconómicas.
Tras las guerras napoleónicas el Reino Unido, que participó de las siete coaliciones contra Francia desde 1793 hasta 1815, pasó un período de hambruna y desempleo crónico muy grave. Este período se vio exacerbado por las Corn Laws, unos aranceles a la importación de cereales establecidos para proteger los precios del grano británico doméstico contra la competencia del exterior, una medida que fortalecía económica y políticamente a los grandes terratenientes y que afectaba negativamente a las clases más bajas y a la baja burguesía al limitar el libre comercio de cereales a los grandes terratenientes. La situación económica y un modelo parlamentario muy limitado a la alta burguesía y grandes terratenientes provocó que el lunes 16 de agosto de 1819 el Sindicato Patriota de Mánchester, un sindicato a favor de una reforma parlamentaria organizara una manifestación en la plaza de St. Peter’s Field, dirigida por el conocido orador Henry Hunt, que abogaba por la reforma parlamentaria y la derogación de las Corn Laws. Al poco de empezar el mitin, los magistrados locales llamaron a las autoridades militares para dispersar a la multitud y arrestar a Hunt, lo que ocasionó la muerte de 15 personas y centenares de heridos tras una carga de caballería con los sables desenvainados. Tras la masacre5, los periódicos de todo el Reino Unido compartieron los hechos de St. Peter’s Field y como efecto inmediato el gobierno británico actuó para impedir cualquier disturbio futuro mediante las Six Acts, unas leyes que calificaron de traición cualquier reunión a favor de reformas radicales.
John Stuart Mill
Igualmente, la Revolución Industrial que estaba viviendo el Reino Unido a principios del siglo XIX hizo que la producción textil y la demografía del Estado se multiplicaran desorbitadamente, causando grandes desplazamientos poblacionales de las tierras agrarias a las zonas urbanas industriales. No obstante, el crecimiento industrial no iba acompañado de un crecimiento económico de la gran mayoría de la población, por lo que los sindicatos y asociaciones de obreros aumentaban, primero en contra de la industrialización y después como defensa de los derechos de los trabajadores, los cuales trabajaban bajo las duras condiciones fabriles sin que el salario, la jornada laboral u otras condiciones de trabajo pudieran ser objeto de negociación colectiva, algo que empezó a cambiar tras la derogación de las Combination Acts de 1799-1800 en 18246. El movimiento obrero continuó y los intentos de fusionarlos en una gran unión llevó a la formación de la Great Trade Union en 1834, unión que se acogió al movimiento cartista que, a diferencia del ludismo, buscaba una reforma política, electoral y social que permitiera una mejora de las condiciones de los trabajadores y ciudadanos británicos. Aunque el movimiento cartista no consiguió imponer todas sus demandas, algunas de sus propuestas se convirtieron en leyes, como un sueldo anual para los diputados que posibilitara a los trabajadores el ejercicio de la política o elecciones anuales al parlamento para evitar sobornos, constituyéndose en un primer ensayo de organización política obrera. Igualmente, y también debido a la presión obrera y popular, se aprobó la Reform Act de 1832, reforma que otorgaba bancas en la Cámara de los Comunes a las ciudades grandes que habían surgido durante la Revolución Industrial, y le quitaba bancas a las ciudades despobladas que continuaban teniendo su representación de origen medieval, doblando el número de ciudadanos con derecho al voto y a la representación política.
El proceso de proletarización de las clases bajas en las zonas europeas más desarrolladas industrialmente provocó la aparición de un movimiento obrero organizado, aunque estos movimientos fueron especialmente potentes en el Reino Unido, tanto que consiguieron modificaciones de leyes. De hecho, si las reivindicaciones durante la primera mitad del siglo XIX en Europa sirvieron para implementar los valores ilustrados y acabar con los absolutismos, en el Reino Unido el movimiento obrero y popular reivindicó el aumento de los derechos derivados de la Ilustración y las mejoras socioeconómicas de la sociedad. En resumen, los británicos entendían, al igual que los franceses, que el Estado no sólo debía defender y administrar la sociedad, sino también configurarla y conducirla en beneficio del conjunto de la sociedad. Fue en este contexto en el que apareció publicado en Londres el 21 de febrero de 1848 el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, al igual que socialistas utópicos como Proudhon o Saint-Simon tuvieron un gran protagonismo en los acontecimientos de 1848. Pero también en este contexto se forjaron teorías filosóficas que defendían el deber del Estado de configurar y conducir la sociedad, no desde posicionamientos intervencionistas, sino liberales como el de John Stuart Mill. El modelo económico estaba en disputa y, con él, la razón de Estado, preocupación que contrapuso dos modelos filosófico-políticos: el utilitarismo liberal y el comunismo intervencionista.
- John Stuart Mill y el libre mercado
John Stuart Mill nació el 20 de mayo de 1806, en la ciudad inglesa de Pentonville, siendo el hijo mayor de los nueve hijos que tuvieron Harriet Barrow y James Mill. Recibió una educación extremadamente rigurosa con el objetivo explícito de crear un intelecto genial que continuara la causa del utilitarismo: educado por su padre junto con el consejo y ayuda de Francis Place y el padre del utilitarismo Jeremy Bentham7, Mill se crio en un ambiente burgués bienestante que le permitió adquirir un nivel de estudios que jamás un proletario de su época hubiera podido alcanzar. Así, a los tres años le enseñaron griego y a los ocho ya había leído las “Fábulas” de Esopo, el “Anábasis” de Jenofonte, todo Heródoto y tenía conocimiento de seis diálogos de Platón. A pesar de que su lectura principal era la historia, con ocho también comenzó a estudiar latín, los trabajos de Euclides y álgebra, y fue nombrado maestro de escuela de los niños más pequeños de la familia. A los doce años aproximadamente Mill comenzó a estudiar la lógica escolástica y a leer los tratados lógicos de Aristóteles en griego, introduciéndose con trece años en la economía política de Adam Smith y David Ricardo, siendo este último amigo de su padre y con el que J.S. Mill habló muchas veces. Así es como Mill obtuvo su visión económica, conocimientos que le permitieron ayudar a su padre a escribir “Elementos de Economía Política” en 1821, un libro de texto para promover las ideas de la economía ricardiana. Con catorce años, Mill se fue a Francia y donde estudió química, zoología, y lógica en la Facultad de Ciencias, haciendo también un curso de matemáticas superiores, momento en el que conoció a muchos líderes del Partido Liberal y a otros parisinos notables, incluyendo al economista y teórico social Henri Saint-Simon.
Dado que Mill se negó a suscribir los “Treinta y Nueve Artículos de la Iglesia de Inglaterra”8, no pudo acceder a estudiar ni a la Universidad de Oxford o ni a la Universidad de Cambridge, motivo por el cual siguió a su padre para trabajar en la Compañía Británica de las Indias Orientales, donde hizo carrera como administrador colonial a los 17 años, en 1823, y acabó en 1858, cuando Mill tenía 52 años porque la Compañía fue abolida en favor del gobierno directo de la corona británica sobre la India. No obstante, siguió asistiendo a la University College de Londres para escuchar las conferencias de John Austin, el primer Profesor de Jurisprudencia, al mismo tiempo se hizo miembro del Partido Liberal. Igualmente, en noviembre de 1841 Mill consiguió entablar una amistad por correspondencia con Auguste Comte, considerado el padre del positivismo y de la sociología, influencia que le permitió publicar su primer libro titulado “Un sistema de lógica” en 1843. Esta obra de filosofía de la ciencia dejaba clara su creencia de que la planificación social y la acción política deberían basarse principalmente en el conocimiento científico, y no en la autoridad, ni la costumbre o la revelación, alejándose de este modo del intuicionismo que marcó su juventud9.
Durante este período Mill desarrolló su teoría política basándose en las teorías de la economía clásica que empezaron a desarrollarse tras la publicación, en 1779, de “Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones” de Adam Smith en la que defendía que la ley natural es superior a la ley humana motivo por el cual la economía está regida por una mano invisible en la que el Estado no debe de intervenir. Según Smith, y contrariamente a lo que había asegurado Thomas Hobbes, el egoísmo no es siempre el origen de la guerra, sino que también genera una empatía a través de la cual un sujeto es capaz de ponerse en el lugar de otro. Consecuentemente, la búsqueda del interés propio puede ser beneficioso para el conjunto de la sociedad, pues el interés de un individuo puede ser beneficioso para otro. En conclusión, la mano invisible sería el interés compartido de los individuos, una especie de motor que causaría la producción y, con ella, la riqueza. Estas teorías económicas, que elaboraban estudios acerca del estado progresivo de la economía, intentaron explicar el crecimiento y el desarrollo económico de una época en la que el capitalismo se encontraba en pleno auge tras salir de una sociedad feudal y en la que la Revolución Industrial provocaba enormes cambios sociales. Para Mill, al igual que para aquellos economistas que habían estudiado a Adam Smith o David Ricardo y que aceptaban el régimen de propiedad privada como la esencia del incentivo para el crecimiento económico, la economía se ocupaba de los principios de la naturaleza de la riqueza y las leyes de su producción y distribución, y en su obra “Principios de Economía Política” de 1848 defendía la libertad negativa, es decir un modelo de Estado con la menor intervención posible.
En este sentido, Mill consideraba que la igualdad fiscal significaba igualdad de sacrificio y que los impuestos progresivos penalizaban a los que trabajaban y ahorraban más, por lo que este tipo de impuestos eran una forma leve de robo. Fue por este motivo que defendió un sistema de impuestos fundamentado en el principio de la capacidad contributiva, es decir cobrar impuestos a quien pudiera pagarlos, con el objetivo de alcanzar la igualdad, la proporcionalidad y minimización del sacrificio en los ciudadanos. En definitiva, las leyes del Estado cuya área de acción fuera la economía debían respetar los derechos de cada individuo para corregir la tensión entre individuo y sociedad, y lejos de basarse en teorías socialistas para la redistribución de la riqueza, su concepción era más lockeana: la herencia, entendía Mill, era un derecho inalienable. Y no era para menos, pues Mill, que pertenecía a una clase burguesa bienestante, no estaba dispuesto a aceptar las reivindicaciones sociales que las revoluciones de 1820, 1830 y 1848 pedían, en la medida en que estas reivindicaciones pedían una mayor intervención por parte del Estado en los asuntos económicos, algo que Mill rechazaba en su teoría económica porque consideraba que penalizaba a quien trabajaba y ahorraba más. No obstante, y a pesar de defender una filosofía económica de libre mercado, apoyaba planes para la reforma de la propiedad y la herencia, mostrando simpatía hacia el socialismo, motivo por el que, a pesar de no defender un Estado intervencionista, sí que defendía el aumento de valores ilustrados, como el aumento del sufragio, ya que Mill consideraba que la libertad era la esencia de la humanidad.
- El concepto de libertad en Mill
En 1851, y después de una íntima amistad de 20 años, Mill se casó con Harriet Taylor, una persona que fue una influencia significativa en el trabajo y las ideas de Mill durante la amistad y el matrimonio10 que mantuvieron hasta 1858, año en que Harriet murió por un colapso respiratorio. Harriet Taylor y Mill se conocieron en 1831, en un encuentro que se dio a través de una tertulia feminista en casa del teólogo William Johnson Fox. El marido de Harriet, John Taylor, invitó a Mill a cenar debido al interés mutuo de su esposa en los derechos de las mujeres y Mill descubrió que Harriet Taylor escribía poesía y que estaba interesada en la reforma social. Justo en el momento en que conoció a Mill, ella estaba escribiendo una serie de artículos inéditos sobre los derechos de las mujeres, la ética, la tolerancia y el matrimonio. A pesar de la moral victoriana11 de la época y dado que el marido de Harriet no toleraba que se viera con Mill, ambos mantuvieron una amistad epistolar hasta la muerte del marido de Harriet en 1849, pudiéndose casar en 1851. La relación con Taylor reforzó la defensa de Mill de los derechos de la mujer, tanto que Mill sostuvo en su obra “La esclavitud de la mujer”, publicada en 1869, que tanto hombres como mujeres deberían poder votar para defender sus propios derechos y para que aprendieran a mantener los pies sobre la tierra de forma moral e intelectual. Este argumento fue considerado una afrenta ante las normas convencionales europeas, pero su defensa de las sufragistas contribuyó a que el 6 de febrero de 1918 se aprobara el sufragio femenino en el Reino Unido12.
Según la “Autobiografía” de Mill, publicada en 1873 cuando éste tenía 67 año, “Sobre la Libertad” se concibió por primera vez como un ensayo corto en 1854, pero a medida que las ideas se desarrollaban, Mill y su esposa Harriet Taylor corrigieron y reescribieron el ensayo, teniendo el borrador final casi completo cuando Harriet murió en 1858, motivo por el que consagró la obra a su esposa publicándolo en 1859. El fundamento de la obra, que se basa en el artículo 4 de la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” de 1789, estipula que la libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás. Sin embargo, dado que es imposible determinar los límites entre unos y otros, Mill propone el principio del daño como medida destinada a regir absolutamente las relaciones de la sociedad con el individuo, cuya esencia consiste en afirmar que el único fin por el cual es justificable que el resto de la gente, individual o colectivamente, se entrometa en la libertad de acción de cualquiera de sus miembros es la propia protección. Dicho con otras palabras, la única justificación para que el Estado intervenga en cualquiera de las relaciones humanas, sean políticas, económicas o de la índole que sean, es porque dichas relaciones puedan poner en riesgo la libertad de una de las partes. En definitiva, Mill apuntaba que hay diversas acciones que uno puede realizar indistintamente sean o no estas correctas, porque perjudican solamente al individuo, siendo el individuo libre de hacer lo que quiera; pero cuando una acción pueda ser beneficiosa para uno, pero perjudicial para otros individuos de la sociedad, el Estado debe actuar para preservar la libertad de los individuos que pueden salir perjudicados.
Este argumento apuntalaba las teorías económicas del libre mercado en la política, perfeccionando el liberalismo, y es que para el filósofo inglés la soberanía popular tiene la facilidad de convertirse en tiranía de la mayoría, al desear oprimir a una parte de la sociedad o a aquellos individuos que no se adaptan a los patrones establecidos. En este sentido, Mill consideraba que las reivindicaciones de las revoluciones de 1820, 1830 y 1848 corrían este riesgo, pues no sólo pedían el sufragio universal, sino una política económica que interviniera a favor de las clases económicas más bajas, lo que podría suponer la tiranía de la mayoría sobre la minoría. Así, el principio de libertad, que es un principio sagrado que no debe ser vulnerado por los poderes estatales, se veía amenazado. Es por este motivo por el cual Mill defendía el principio del daño: con el objetivo de proteger a aquellos individuos que pudieran correr el riesgo de ser vulnerada su libertad13. Los movimientos obreros eran muy legítimos para Mill, pues mostraban el malestar de la sociedad y a través de ellos se podía calcular su infelicidad, de ahí que en “Sobre la libertad” se realice una defensa categórica de la libertad de pensamiento y discusión, ya que de ambas depende el bienestar mental del individuo y del conjunto de la sociedad. Sin embargo, las medidas intervencionistas que pedían los movimientos obreros no eran lo que más interesaba a todo el mundo, motivo por el cual no podían ser aceptadas sino bajo premisas despóticas. En conclusión, la individualidad, la pluralidad, el debate y la crítica se presentan en Mill como los antídotos que contrarrestan el dogmatismo y la intolerancia de los arbitrarios, abriendo la puerta a la defensa de las libertades individuales tales como el divorcio o la libertad de las mujeres en una sociedad con una moral extremadamente represiva, al tiempo que cierra la puerta a una intervención socioeconómica porque ésta misma puede poner en riesgo las mismas libertades individuales. De ahí que Mill defendiera una ética utilitarista: la ética de la felicidad al mayor número de personas sin que ésta felicidad suponga un perjuicio para otras.
- El utilitarismo cualitativo de Mill
A pesar de defender la libertad individual en “Sobre la libertad”, Mill también defendía en esta obra que países como la India y Hong Kong eran países estancados y bárbaros que necesitaban de un despotismo benévolo cuyo objetivo fuera su mejora. Mill legitimaba de este modo el dominio británico sobre sus colonias mientras trabajaba para la Compañía Británica de las Indias Orientales. En los años siguientes de su salida de la compañía, redactó “Consideraciones sobre el gobierno representativo”, obra que publicó en 1861 y en la que abogaba por un gobierno representativo, siendo ésta la forma ideal de gobierno porque permitía una mejor participación política para los ciudadanos. Más tarde, en 1865 entró como diputado en el Parlamento de Westminster con los Liberales, y durante este tiempo abogó por aliviar las cargas de Irlanda. Así mismo, en 1866 se convirtió en la primera persona en la historia del Parlamento del Reino Unido en pedir que se concediera a las mujeres el derecho al voto, algo que las filósofas Harriet Taylor y Mary Wollstonecraft ya habían pedido con mucha anterioridad a través de sus reflexiones, y a pesar de su posicionamiento anti intervencionista, Mill también defendió firmemente las reformas sociales como los sindicatos y las cooperativas agrícolas, pidiendo varias reformas del Parlamento y del voto, especialmente la representación proporcional, el voto único transferible y la extensión del sufragio14. Compaginó la tarea de diputado con la de Rector de la Universidad de St Andrews hasta 1868, y el 8 de mayo de 1873, a la edad de sesenta y siete, Mill moría de erisipela en la ciudad francesa de Aviñón, donde su cuerpo fue enterrado junto al de su esposa.
James Mill, el padre de John Stuart Mill, consiguió que su hijo continuará con la teoría utilitarista después de su muerte y de la de Jeremy Bentham, pues Mill publicó en 1863 su famosa obra “El utilitarismo”. Según Bentham, de quien Mill continuó las teorías utilitaristas, todo acto humano, norma o institución, debía ser juzgado según la utilidad que tienen, es decir, según el placer o el sufrimiento que producen en las personas, con el objetivo de formalizar el análisis de las cuestiones políticas, sociales y económicas sobre la base de medir la utilidad de cada acción o decisión. Consecuentemente, su ética se basaba en el goce de la vida y no en el sacrificio ni el sufrimiento, cuyo objetivo era lograr la mayor felicidad para el mayor número posible de personas. De este modo, Bentham consideraba que la “Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano” de 1789 era absurda porque defendía unos derechos naturales insostenibles, pero Mill no estaba de acuerdo del todo con Bentham: si para Bentham la felicidad era un cálculo cuantitativo (el mayor número de personas), para Mill era un cálculo cualitativo (el mejor tipo de placeres), en la medida en que para Mill el placer es la ausencia de dolor, pero para Mill, a diferencia de Bentham, existían dos tipos de placeres: por un lado, los placeres inferiores son aquellos que compartimos con los animales, a saber, los placeres derivados de los sentidos, pero éstos sólo dan satisfacción momentánea; por otro lado, los placeres superiores son aquellos exclusivos del ser humano, es decir que nos diferencian de los animales, siendo estos placeres intelectuales. De este modo, la ausencia de dolor de los placeres inferiores es que los sentidos no reciban cosas desagradables, y para los superiores que el intelecto no sea privado, por lo que los placeres superiores y no los inferiores son los que nos proporcionan felicidad, objetivo último de los individuos y principio universal por el que guiamos nuestras acciones.
Al igual que hiciera en “Sobre la libertad” proponiendo el principio del daño, Mill propuso en su ética utilitarista el principio de utilidad, cuyo objetivo es alcanzar la felicidad. Este principio sostiene que un individuo debe actuar siempre con el fin de producir la mayor felicidad para el mayor número de personas, dentro de lo razonable, y lo tiene que hacer conforme a los placeres superiores. De este modo, y basándose en gran medida en la ética de Hume, Mill sostenía que una acción es buena si es útil y es útil cuando proporciona el mayor número de felicidad al mayor número de personas. Ahora bien, la felicidad no deriva de los placeres inferiores, sino de los superiores, por lo que la mayor felicidad para el mayor número de personas es aquella que favorece los placeres intelectuales. De ahí que Mill considerara que la censura y el paternalismo, propio de cualquier despotismo y de la moral victoriana, no busca proporcionar las condiciones sociales necesarias para el logro de conocimientos y la mayor capacidad para el mayor número posible de personas de desarrollar y ejercer su capacidad racional y deliberativa, en la medida en sigue sometiendo a los individuos a la voluntad de otros y no a la propia. En resumen, la libertad, uno de los espíritus de la Revolución francesa y de las posteriores revoluciones europeas del siglo XIX, fue de una importancia capital para Mill, pues cualquier acción que no busque la felicidad del mayor número de personas sólo será una acción mala y, por lo tanto, contraria a la libertad. Es por este motivo, defendía Mill, que algunas de las peticiones intervencionistas de los movimientos obreros eran malas, ya que no buscaban el mayor número de personas felices, no buscaban la libertad de todos, sino la suya propia, una felicidad además basada en las necesidades básicas de los sentidos. En este sentido, Mill sostenía que la educación era la vía para alcanzar la felicidad para el mayor número de personas, pues ésta otorga las herramientas necesarias para poder reflexionar y encontrar los mecanismos para aplicar medidas mayoristas. Sin embargo, obviaba que las penurias de los obreros eran una necesidad para los empresarios burgueses ya que como explicaba Engels una vez que paseaba con un colega de negocios mostrándole los barrios de los obreros en Manchester, su pobreza generaba una buena cantidad de dinero a los mismos empresarios que los explotaban.
- El joven Karl Heinrich Marx
Karl Heinrich Marx nació el 5 de mayo de 1818 en la ciudad de Tréveris, ciudad alemana que durante la guerra de los Treinta Años fue conquistada por los españoles y los franceses, por los franceses nuevamente en 1801 durante las guerras napoleónicas y tomada finalmente por el reino de Prusia tras la guerra de la Sexta Coalición contra los ejércitos de Napoleón. El abuelo de Marx, Merier Halevi Marx, fue el rabino de Tréveris desde 1723 y su abuelo materno era un rabino neerlandés, por lo que Marx era descendiente de judíos. No obstante, su padre, Herschel Mordechai, fue el primero de la familia en recibir una educación laica, y acabó convirtiéndose al protestantismo luterano para evitar restricciones antisemitas antes de que naciera su hijo Karl15. La familia paterna de Marx tenía en posesión unos viñedos en el departamento francés de Mosela, lo que les convertía en una familia de la pequeña burguesía. A pesar de todo, el padre de Marx era un hombre de ideas ilustradas interesado en filósofos como Kant y Voltaire y participó en algunos movimientos a favor de reformas ilustradas para Prusia. La madre de Marx, Henrietta Pressburg, era también una judeo-neerlandesa que, a diferencia de su marido, era semianalfabeta, a pesar de provenir de una familia de prósperos negociantes. Karl Marx era el tercero de nueve hermanos y se educó en casa hasta 1830, cuando entró con doce años en el Instituto de Tréveris. Con diecisiete años, en 1835, Marx fue a la Universidad de Bonn donde empezó a estudiar derecho, a pesar de que el joven futuro filósofo quería estudiar filosofía y literatura, pero nadie pudo impedir su afición a las bebidas alcohólicas y se unió al Club de la Taberna de Tréveris, una asociación de bebedores donde en cierto momento llegó a ser su copresidente. Debido a las malas notas que sacaba en la Universidad de Bonn, el padre de Marx le obligó a ir a la Universidad de Berlín, donde a pesar de la insistencia de su padre en el derecho, el joven Marx volvió a sentir un interés aún mayor por la filosofía y la literatura.
En 1836 Marx y Jenny von Westphalen, una baronesa de la clase dirigente prusiana que rompió su compromiso con un joven alférez aristocrático para estar con él, se comprometieron en matrimonio, y a pesar de las resistencias familiares causadas por las diferencias de clase y de origen, se casaron el 19 de junio de 1843 en la Iglesia de San Pablo en la ciudad alemana de Bad Kreuznach. Sin embargo, y dado que el padre de Jenny era un aristócrata liberal, las tensiones entre suegro y yerno se redujeron, hasta el punto de que Marx le acabó dedicando su tesis doctoral titulada “Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro” en 1841, tesis en la que defendía el ateísmo de Epicuro16. Fue durante esta época que Marx se interesó enormemente por la filosofía de Georg Wilhelm Friedrich Hegel involucrándose en un grupo de pensadores radicales conocidos como los jóvenes hegelianos que se reunían en torno a Ludwig Feuerbach y Bruno Bauer. Hegel introdujo un sistema filosófico para entender la historia de la filosofía y el mundo mismo, conocido como la dialéctica, la que le sirvió para interpretar que la Revolución francesa era la introducción de la verdadera libertad en las sociedades occidentales. Las influencias de Feuerbach y Bauer permitieron a los jóvenes hegelianos criticar los supuestos metafísicos de Hegel, pero adoptaron su método dialéctico con el fin de criticar la sociedad, la política y la religión de su época, método que Marx aplicó en su posterior filosofía.
En 1842 Marx se trasladó a Colonia, ciudad ubicada a las orillas del Rin, donde comenzó a trabajar como periodista en la “Gaceta Renana” (Rheinische Zeitung), un periódico que en un principio se mostró favorable al gobierno prusiano, pero que debido a los movimientos populares de la época acabó siendo favorable al sentimiento popular reinante en Renania. Durante esta época se hizo discípulo del filósofo alemán Moses Hess, quien le presentaría a Friedrich Engels en las oficinas de la “Gaceta Renana” y con quien acabaría siendo amigo íntimo de Marx y coeditor de muchas de sus ideas y publicaciones. En la “Gaceta Renana” Marx criticó a los gobiernos de Europa y sus políticas, pero también a los liberales y a otros miembros del movimiento socialista cuyas ideas le parecían ineficaces o totalmente antisocialistas, por lo que el periódico padeció la censura del gobierno prusiano y tuvo que cerrar en marzo de 1843. Debido a esto, Marx escribió un artículo para la revista de los jóvenes hegelianos Deutsche Jahrbücher criticando la censura del rey prusiano Federico Guillermo IV y poco después su artículo fue censurado y el periódico también tuvo que cerrar. Ese mismo año, Marx publicó “Sobre la cuestión judía”, obra en la que hizo una distinción entre la emancipación política y la humana y examinó el papel de la práctica religiosa en la sociedad, así como “Crítica de la filosofía del derecho de Hegel” donde calificó la religión como el opio del pueblo.
- La plusvalía y la crítica a los economistas clásicos
Con el cierre de las revistas “Gaceta Renana” y Deutsche Jahrbücher, Marx se involucró en un nuevo periódico radical llamado “Anuarios franco-alemanes” que se encontraba en la ciudad de París, motivo por el que Marx y Jenny se trasladaron a la ciudad francesa en octubre de 1843. En esta revista también escribía el anarquista ruso Mijaíl Bakunin que defendía la tesis colectivista y el ateísmo. A pesar de que Marx y Engels se conocieron en una breve reunión que tuvieron en las oficinas de la “Gaceta Renana” en 1842, empezaron a entablar amistad el 28 de agosto de 1844 cuando en el Café de la Régence de París pudieron comentar las ideas de Marx publicadas en sus artículos. En ese momento Engels aprovechó para mostrarle a Marx su libro publicado “La situación de la clase obrera en Inglaterra”, obra que convenció a Marx de que, siguiendo la dialéctica hegeliana, la clase obrera sería el agente y el instrumento de la última revolución en la historia. Enseguida empezaron a escribir juntos y su primera publicación conjunta fue en 1845 con “La sagrada familia”, una obra crítica con los jóvenes hegelianos y su corriente de pensamiento. Sin embargo, Marx escribió dos obras anteriores dedicadas al estudio de la economía: “Notas sobre James Mill” y “Manuscritos económicos filosóficos”, ambas publicadas en 184417.
“Notas sobre James Mill” es una obra en la que Marx criticaba partes del libro de James Mill, padre de John Stuart Mill, titulado los “Elementos de la economía política”, en la que el filósofo de Tréveris investigaba sobre el concepto de trabajo no alienado, es decir, no ajeno al propio trabajador. Esta crítica a James Mill sirvió como fundamento de los “Manuscritos económicos y filosóficos”, también llamados “Cuadernos de París”, obra en la que explicó con detalle su concepto del trabajo alienado18. Al igual que los teóricos de la economía de su época, Marx tomó como punto de partida el trabajo de los economistas clásicos británicos: Adam Smith, David Ricardo y Thomas Robert Malthus19. Contrariamente, Marx consideraba que bajo el capitalismo cada vez más personas dependían de su mano de obra para vivir, por lo que si una persona quería comer debía trabajar, mientras que con anterioridad al capitalismo la gente podía confiar, en parte, de la naturaleza para abastecerse: en las sociedades modernas sólo es posible sobrevivir a través del dinero, teoría que sacó de Rousseau20. De este modo, Marx criticó las teorías de los economistas más famosos, pues lo que los economistas clásicos entendían como leyes naturales, Marx las consideraba leyes humanas, lo que quería decir que las condiciones de miseria y explotación que vivían los obreros eran un producto derivado del tipo de políticas económicas que se aplicaban. En este sentido, achacaba a los economistas clásicos su falta de interés académico, pues en vez de buscar la verdad se dedicaron a preservar intelectualmente el estatus de la clase burguesa de la que procedían.
La crítica a los economistas clásicos británicos sirvió a Marx para elaborar su concepto de plusvalía, que si bien es cierto es un concepto que elaboró y utilizó ampliamente en su libro “El Capital”, publicado en 1867, lo extrajo de sus investigaciones sobre David Ricardo, quien a su vez tomó como punto de partida el concepto de valor comentado por Adam Smith. Este concepto lo trabajó profundamente Marx en su obra “Teorías de la plusvalía”, obra en la que introdujo la distinción entre fuerza de trabajo y trabajo, lo que le permitió explicar de manera eficaz la plusvalía y completar la teoría del valor-trabajo, algo que los economistas clásicos no consiguieron hacer. Según Marx, la plusvalía son los beneficios de un empresario tras descontar todos los costes de producción, es decir, es el precio restante de un producto una vez descontados todos los gastos necesarios para producir ese producto – taller, sueldos, material, impuestos, etc. -, por lo que la plusvalía es el valor añadido a ese producto. Ahora bien, ¿no es este plusvalor el origen de la explotación obrera? Según Marx sí, ya que, si los costes de producción son muy inferiores a los beneficios de la venta, el dinero que obtienen los trabajadores es muy inferior a lo que obtiene el empresario. De ahí que Marx defendiera que, si en un trabajo de subsistencia en la naturaleza sólo necesitaríamos dos o tres horas para comer, con el sistema fabril del capitalismo y la era industrial el obrero tenía que trabajar entre diez y dieciséis horas, si no más, para sobrevivir como lo haría en la naturaleza, motivo por el cual el trabajador vivía explotado por el empresario.
En definitiva, el cálculo de la plusvalía no sólo servía para calcular los beneficios sobre una producción, sino también para calcular la magnitud de la explotación de los trabajadores, una revolución que puso en jaque las teorías de los economistas clásicos. De este modo, la teoría económica de Marx permitía realizar una lectura diferente sobre la Revolución Industrial y el estado existencial de los obreros, que conformaban la gran parte de la población europea. De ahí que en las “Tesis sobre Feuerbach”, una obra escrita por Marx en 1845 pero que no vió la luz más que póstumamente, el filósofo declaraba que el objetivo de la filosofía no era interpretar de diversos modos el mundo, sino transformarlo. Hacía falta, por lo tanto, una nueva crítica filosófica que pusiera en duda las tesis filosóficas del capitalismo para poder llevar a cabo uno de los principios de la Revolución francesa: la igualdad. Pero el contexto francés no se lo iba a poner fácil a Marx, y tras la caída de los “Anuarios franco-alemanes”, Marx empezó a escribir para el único periódico alemán radical sin censura en Europa, el Vorwärts! A pesar de tener la sede en París, el periódico había sido llevado adelante por muchos activistas revolucionarios alemanes que pertenecían a la Liga de los Justos, que más tarde sería conocida como la Liga de los Comunistas, pero después de recibir una petición del rey de Prusia, ¡el gobierno de la monarquía francesa de Luis Felipe I decidió cerrar el Vorwärts!, al mismo tiempo que Marx era expulsado de Francia por orden del ministro del interior François Guizot.
- El Manifiesto Comunista y el materialismo histórico
Tras la expulsión de Francia, Marx y su esposa Jenny decidieron emigrar a Bruselas21, donde Marx tuvo que prometer no publicar nada sobre la política contemporánea para poder entrar. Engels les acompañó y allí se asociaron con otros socialistas exiliados de toda Europa. En 1845 Marx y Engels visitaron a los líderes de los cartistas británicos, usando el viaje como una oportunidad para estudiar en varias bibliotecas de Londres y Mánchester. Marx continuó escribiendo y en 1845, junto con Engels, escribieron una obra sobre materialismo histórico titulada “La ideología alemana”, donde investigaron la sociedad humana partiendo de los individuos empíricos y las relaciones que establecen entre ellos, revelando su carácter histórico y por lo tanto transitorio en el desarrollo de la humanidad. En este sentido, el materialismo histórico es materialista porque investiga las condiciones materiales para la vida, y es histórico porque se desarrolla en el tiempo, una doctrina que sirvió a Marx y Engel desprenderse tanto como pudieron de ideales metafísicos y constituir, así, su visión científica de la historia humana. Más tarde, en 1847 publicaba Marx “La miseria de la filosofía” como respuesta al pensamiento socialista francés que se explicaba en el libro “La filosofía de la miseria” escrito por el socialista francés Proudhon. Estos escritos sentaron las bases de una de las publicaciones más famosas de Marx y Engels, a saber, un panfleto político que desde entonces ha sido conocido como el “Manifiesto del Partido Comunista”, publicado por primera vez el 21 de febrero de 1848.
Este panfleto reflejaba las bases del marxismo, incluyendo la concepción materialista de la historia. El texto empieza con la famosa frase “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”, reconociendo a los comunistas como una fuerza reunida en Europa que viene a ser la revolución última iniciada con la Revolución francesa de los ilustrados. Según Marx y Engels, los individuos entran en relaciones de producción que corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales, constituyendo el conjunto de estas relaciones la estructura económica de la sociedad, es decir, la base real sobre la cual se alza una superestructura jurídica y política, y a la cual corresponden formas determinadas de la conciencia social: el Estado. En general, el modo de producción de la vida material condiciona el proceso social, político y espiritual de la vida, por lo que no es la conciencia de los seres humanos lo que determina su ser, sino su ser social el que determina su conciencia. En conclusión, los individuos somos un producto derivado de las relaciones sociales que, en el capitalismo, se fundamentan en la producción económica: dado que el sistema capitalista genera desigualdades muy grandes derivadas de la explotación obrera, el proletariado entra en contradicción con las relaciones de producción de la burguesía, estallando así la revolución social. Resumiendo, Marx y Engels argumentaban que la historia de todas las sociedades hasta su actualidad había sido la historia de la lucha de clases, estableciendo un antagonismo entre la burguesía y el proletariado que sólo podía ser vencido dialécticamente a través del control de los medios de producción por parte de los obreros: aplicando el sistema hegeliano, el comunismo era la síntesis y, por ende, la finalidad de la humanidad. De ahí que el “Manifiesto del Partido Comunista” defendiera que la Liga de los Comunistas, a diferencia de otros grupos y partidos políticos socialistas y liberales de la época, era la única organización que realmente estaba actuando por los intereses de los obreros para derrocar a la sociedad capitalista y reemplazarla con el socialismo22. Las disputas entre los diferentes socialismos evidenciaban que el malestar de la sociedad no era sólo por la falta de libertad de los ciudadanos al no aplicar los valores ilustrados, sino también y muy especialmente por la falta de igualdad, algo que, como hemos visto, motivó las revoluciones de 1848 inglesas y francesas. De hecho, la revolución de 1848 llevó al restablecimiento de la Segunda República en Francia, revolución que supuestamente Marx apoyó económicamente, ya que la Justicia Belga lo acusó de donar parte de una herencia que recibió de su padre a la causa revolucionaria, motivo por el que Marx y Jenny tuvieron que emigrar de nuevo.
Marx pensó que París sería un buen lugar debido a la caída de la monarquía, pero tuvo que volver a Colonia, con la esperanza de ver la revolución extenderse por Alemania. Allí comenzó a emitir un panfleto titulado “Las Demandas del Partido Comunista en Alemania” y el 1 de junio comenzó la publicación del diario “Nueva Gaceta Renana”. Durante su tiempo de existencia, el nuevo periódico de Marx vio como el parlamento prusiano se derrumbaba y el rey Federico Guillermo IV introdujo un nuevo gabinete de sus partidarios reaccionarios cuyas medidas contrarrevolucionarias pretendían librarse de los elementos revolucionarios del país. Así, el 16 de mayo de 1849 Marx recibía la orden de abandonar el país y tres días después “Nueva Gaceta Renana” fue suprimida, motivo por el cual Jenny y Marx se marcharon a París. No obstante, dado que París estaba bajo una contrarrevolución y atravesaba una epidemia de cólera, además de que junto con Jenny iban a tener su cuarto hijo y Marx fue de nuevo expulsado de Francia, decidieron emigrar a Londres ya que tampoco podían volver a Bélgica ni a Alemania, ciudad en la que permanecerían el resto de su vida.
En Londres fundó la nueva sede de la Liga de los comunistas y se involucró fuertemente en la Sociedad Londinense de Instrucción de los Obreros Alemanes, dedicándose Marx a la organización revolucionaria y a intentar entender más sobre economía política y capitalismo. Cabe decir que los primeros años en Londres los Marx vivieron en la pobreza, siendo su principal fuente de ingresos su amigo Engels, hasta que Marx pudo empezar a trabajar como corresponsal para el New York Tribune en 1851, trabajo que le duró hasta 1862. Durante este período, Marx escribió “El 18 brumario de Luis Bonaparte”, una obra que trata sobre la Revolución francesa de 1848 y la lucha de clases. En 1864 Marx se involucró en la Asociación Internacional de Trabajadores, también conocida como la Primera Internacional, una organización que agrupó inicialmente a los sindicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses e italianos republicanos con el objetivo de organizar políticamente al proletariado de Europa y del resto del mundo, convirtiéndose en el líder de su Consejo General23. No fue hasta 1867 que publicó el primer volumen de El capital, una obra que analiza el proceso de producción capitalista elaborando su teoría del valor-trabajo, su concepción de la plusvalía y de la explotación24, dedicada al maestro y militante comunista alemán Wilhelm Wolff, fallecido tres años antes, que Marx conoció en Bruselas y que participó de la fundación de la Liga de los Comunistas.
La filosofía que se desprende de los escritos de Marx, especialmente de “El Capital”, establece que las clases sociales son parte de la realidad social y que las luchas de estas clases sociales señalan el cambio social como proceso ineludible para alcanzar la igualdad entre los individuos de la sociedad, un valor ilustrado que ondeaba junto al de la libertad. En la medida en que la división del trabajo y de la privatización de los medios de producción divide a la sociedad según su tareas y funciones, existen clases sociales que se distinguen sobre quien es propietario y quien asalariado de los medios de producción, por lo que la pertenencia a una clase no es cuestión de azar, sino de herencia: mientras la burguesía es la dueña de los medios de producción – fábricas, comercios, rentistas urbanos, bancos, etc. -, el proletariado trabaja a sueldo de la burguesía, cediéndole su tiempo y esfuerzo a ésta a través de la plusvalía. Así, y dado que las necesidades e intereses de cada clase son muy distintos, se genera un antagonismo entre ellas que, como si fuera un espíritu de su tiempo, desemboca en una rebelión de los explotados, siendo estos conflictos el motor de los grandes cambios sociales. Ahora bien, Marx consideraba que para que hubiera una clase social era necesario una conciencia de clase, y del mismo modo que la burguesía había construido su conciencia a lo largo de los últimos siglos imponiendo su sistema de producción capitalista por encima del feudal y generando teorías económicas que sustentaban el capitalismo, el proletariado necesitaba generar su propia conciencia de clase des-alineándose de las teorías económicas de la burguesía y generar las suyas propias. Marx intentó generar esta conciencia de clase a través de su filosofía y proponía un sistema político comunista, es decir, un sistema político donde los medios de producción fueran de propiedad común, lo que permitiría acabar con las clases sociales e incluso con el Estado y, por lo tanto, garantizar la igualdad: la Revolución ilustrada sólo alcanzaría su objetivo si se implementaba un sistema comunista que eliminara las desigualdades de las clases sociales y para ello había que acabar con todas las herencias del Antiguo Régimen, incluso con la propiedad privada.
- La razón de Estado en disputa
Cuando Marx ya pasaba de largo los cincuenta años tuvo que dejar de lado sus batallas políticas, aunque logró comentar la política contemporánea de Alemania y Rusia a través de su “Crítica del programa de Gotha”, obra que escribió en 1875 pero que fue publicada póstumamente en 1891 y en la que explicaba su teoría de la dictadura del proletariado25. A pesar de que Marx fuera conocido por los Estados europeos y fuera el líder del Consejo General de la Primera Internacional, lo cierto es que se mantuvo como una figura popularmente desconocida durante su vida. No fue hasta después de su muerte, el 14 de marzo de 1883, que sus ideas y la ideología del marxismo comenzaron a ejercer una gran influencia sobre los movimientos socialista. Vladimir Ilích Lenin fue el primero que intentó llevar a la práctica el pensamiento de Marx durante y después de la Revolución Rusa a principios del siglo XX, revolución que derrocó el régimen zarista imperial. A partir de entonces el marxismo cogió fuerza, tanto que incluso modificó el mapa geopolítico del mundo e instauró un nuevo orden surgido de la Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos de América tras la Segunda Guerra Mundial.
Escribía Víctor Hugo que no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo y el tiempo de los valores ilustrados había llegado: a pesar de que las siete coaliciones de las monarquías europeas intentaron frenar el avance y extensión por toda Europa de la Revolución francesa, las revoluciones de 1820, 1830 y 1848 son la evidencia de que nada pudo frenar el avance por Europa de los valores de la Ilustración. Prueba de ello son las luchas en Alemania, España o Francia pidiendo la libertad que las monarquías no concedían a la ciudadanía, al igual que las luchas socialistas y obreras del Reino Unido y Francia que pedían a sus gobiernos ampliar la libertad de sus ciudadanos más pobres e intervenir la economía estatalmente para garantizar la igualdad socioeconómica que se desprende de los valores ilustrados. Ejemplos de ello son los intentos de la Primera República de Francia de intervenir las propiedades de la nobleza y la Iglesia, así como la instauración de la Segunda República a través de las presiones sociales; por su parte, el Reino Unido aplicó reformas políticas que ampliaron el sufragio, como las Reform Act de 1832 y 1867, que si bien no aplicaban todavía el sufragio universal, fue un avance hacia éste. Estas reivindicaciones no eran infundadas, dado que las desigualdades socioeconómicas de Francia y Reino Unido en la primera mitad del siglo XIX eran realmente enormes, diferenciando dos realidades sociales muy diferentes: la burguesía y el proletariado.
Ciertamente, las teorías liberales tenían razón en sostener que la riqueza en general aumentaba con el libre comercio propio del capitalismo y que el intervencionismo del Estado podía frenar este aumento de la riqueza. Los economistas clásicos como Smith o Ricardo fundamentaban sus tesis filosóficas en la observación de la renta per cápita que desde el inicio del capitalismo sólo aumentó, especialmente durante la Revolución industrial. No obstante, los economistas clásicos olvidaron que la distribución de la riqueza no era proporcional al aumento de estas, ya que la gran parte de la riqueza del país pertenecía al menor número de personas. Así, por ejemplo, la desigualdad en Francia a principio del siglo XX era enorme, hasta el punto de que el 10% más rico de la población tenía alrededor del 80% del total de las propiedades privadas del país y el 85% en 1848, frente al apenas 20% de las propiedades privadas que poseían el 90% de la población, constituyéndose así como las clases más bajas26. Si bien estas desigualdades disminuyeron un poco durante la Revolución francesa de finales del siglo XVIII, lo cierto es que durante el siglo XIX sólo aumentaron. El caso del Reino Unido todavía fue más agudo, puesto que a principios del siglo XIX el 10% de la población más rica tenía más del 80% del total de las propiedades privadas del país, teniendo el 1% de los más ricos el 60% de esas propiedades privadas, lo que dejaba a los obreros y clase baja inglesa en una situación muy similar a la francesa. Sin embargo, a finales del siglo XIX el 10% de la población más rica superaba el 90% de la posesión del total de las propiedades privadas del Reino Unido, dejando al 90% de la población con tan sólo el 10% del total de las propiedades privadas, realidad que legitimaba los movimientos proletarios y sindicalistas al denunciar la desigualdad que estaban padeciendo.
Los ideales de libertad e igualdad de los valores ilustrados quedaban muy lejos de ser una realidad, no sólo por la obvia desigualdad económica de la sociedad europea, sino también por la falta de libertad especialmente de las clases más bajas que, representando la gran mayoría de la población, apenas podían participar de la política. La falta de sufragio universal era, sin duda, un límite para las clases bajas, pero también para la implementación de ideales que pudieran aplicar políticas cuyo objetivo fuera reducir las desigualdades económicas, en la medida en que los partidos políticos inspirados en las teorías socialistas no podían llegar al poder. Fue en este sentido que los movimientos de las clases más bajas, primero a través de las revoluciones de 1820, 1830 y 1848, y segundo a través de la Primera y Segunda Internacional, actuaron como motor de cambio, haciendo posible el avance paulatino de las demandas proletarias. En este sentido, los liberales tenían razones para defender las libertades individuales, del mismo modo que las clases más humildes tenían razones para exigir la igualdad. Si bien Mill se acercó a las tesis socialistas para poder aplicar la felicidad al mayor número de personas, nunca defendió el intervencionismo que reclamaba Marx, prefiriendo el filósofo inglés un Estado utilitarista que guiara sus políticas según el deseo de sus ciudadanos, siempre preservando la libertad. Contrariamente, para Marx el modelo utilitarista no era suficiente para alcanzar la felicidad, pues corría el riesgo de mantener a los proletarios alienados y, por lo tanto, sometidos.
Tanto Mill como Marx concluyeron, desde el estudio de la economía, dos formas distintas sobre la teoría del Estado: si por un lado, Mill defendía una política liberal fundamentada en una ética utilitaria cuyo objetivo fuera preservar la libertad del individuo, Marx defendió un estado socialista e intervencionista fundamentado en una ética materialista cuyo objetivo fuera asegurar la igualdad entre individuos. De este modo, Mill y Marx defendieron los ideales más importantes de la Ilustración, la libertad y la igualdad, y como una horquilla cuyas puntas son la razón de la libertad – sustentada en la no intervención y el libre comercio del capitalismo -, y la razón de la igualdad – sustentada en la intervención estatal para asegurar el comunismo-, pusieron en disputa la razón del Estado. Las dudas sobre cuál era el objetivo del Estado, cómo debía actuar y qué sentido tenía el Estado en relación con su ciudadanía y su economía impregnaron a toda la sociedad europea, siendo esta una de las disputas políticas más importantes que marcaron todo el siglo XX y siguen marcando el siglo XXI.
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Notas
1 La declaración recogía los derechos de los varones, dejando a las mujeres en condiciones incluso peores que anteriormente, motivo por el cual la filósofa Olympe de Gouges publicó en 1791 su obra Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana en un intento de igualar los derechos de ambos.
2 Desde 1792, poco después de que estallara la Revolución francesa, hasta 1815, año en que Napoleón perdió en la famosa batalla de Waterloo, las monarquías europeas se unieron para frenar el avance de la Revolución francesa más allá de las fronteras francesas, motivo por el que llegaron a realizarse hasta siete coaliciones.
3 La tan esperada unificación de Alemania todavía tardaría un tiempo, ya que el rey de Prusia Federico Guillermo IV no quiso asumir la corona del Imperio alemán que le había ofrecido la Asamblea alemana. Esta unificación vendría años más tarde a través del II Reich, de la mano del canciller Otto von Bismarck y del coronado káiser (emperador) Guillermo I de Alemania en enero de 1871.
4 A pesar de que gran parte de la población española deseaba introducir los valores ilustrados, no estaban de acuerdo con la invasión napoleónica, motivo por el cual mantuvieron un conflicto con el ejército francés conocido como la “guerra de la Independencia Española”. Este conflicto, desarrollado entre 1808 y 1814, unió potencias enemigas como España y el Imperio británico contra el Primer Imperio francés, cuya pretensión era instalar en el trono español al hermano de Napoleón, José Bonaparte.
5 A este acontecimiento se lo conoce como “masacre de Peterloo” en comparación irónica con la Batalla de Waterloo que tuvo lugar cuatro años antes y supuso el fin de Napoleón: si los franceses lo perdieron todo en Waterloo, los manifestantes británicos gritaban “Peterloo” simbolizando que el régimen lo había perdido todo en aquella plaza de St. Peter’s Field.
6 En 1799 y 1800 se promulgaron las Combination Acts, leyes que inicialmente prohibieron y luego regularon las asociaciones de trabajadores y la huelga. No obstante, entre los años 1811 y 1816 los obreros protestaron contra las nuevas máquinas que destruían el empleo, conocido este movimiento como ludismo. En 1824, y mediante fuerte presiones obreras, fueron abolidas las Combination Acts y en 1825 se aprobó la Combination Act que mantenía la despenalización del sindicalismo y de la huelga.
7 Francis Place fue un activista social y reformista inglés y Jeremy Bentham fue un filósofo, economista, pensador y escritor inglés que formuló la doctrina utilitarista, plasmada en su obra principal Introducción a los principios de moral y legislación de 1789. En ella defendía que todo acto humano, norma o institución, debe ser juzgado según la utilidad que tienen, es decir, según el placer o el sufrimiento que producen en las personas, con el objetivo de formalizar el análisis de las cuestiones políticas, sociales y económicas sobre la base de medir la utilidad de cada acción o decisión. Consecuentemente, su ética se basaba en el goce de la vida y no en el sacrificio ni el sufrimiento, cuyo objetivo era lograr la mayor felicidad para el mayor número posible de personas. Fue honrado con el título de “ciudadano de honor” por la Francia republicana a pesar de que discrepaba de las teorías de Jean-Jacques Rousseau que defendían los derechos naturales y consideraba absurda, por este motivo, la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789.
8 Los Treinta y nueve artículos, redactados por la Iglesia reunida en asamblea en 1563 basándose en los 42 artículos de 1553 y suscritos en 49 en 1571, forman el resumen básico de creencias de la Iglesia de Inglaterra. Todavía hoy la Iglesia de Inglaterra exige a sus ministros que reconozcan públicamente su fe hacia estos artículos.
9 El intuicionismo es una aproximación a las matemáticas que considera todo objeto matemático como producto de la mente humana, por lo que la validez de un enunciado matemático es equivalente a haber sido probado. A pesar de que “Un sistema lógico” fuera el primer libro de Mill, lo cierto es que desde 1822 publicó dieciséis artículos, tratados y ensayos sobre economía, estética y filosofía tales como “Revisión trimestral: Política económica” en 1825, “¿Qué es la poesía?” en 1833 o “Ensayo sobre Bentham” en 1838, entre otros.
10 La influencia de Harriet sobre Mill fue enorme y Mill siempre declaró que muchas de sus ideas eran de Harriet, en particular sus ideas feministas. Harriet Taylor escribió varios ensayos, como por ejemplo “Los principios de economía política”, “En libertad” o “La emancipación de las mujeres”.
11 La moral victoriana se refiere a los valores y normas éticas que prevalecieron durante el reinado de la Reina Victoria en el Reino Unido, que abarcó desde 1837 hasta 1901. Estos valores se caracterizaban por un énfasis en la rectitud moral, la modestia, el autocontrol y la adherencia a los roles de género tradicionales.
12 La Representation of the People Act 1918 otorgó el derecho al voto a las mujeres mayores de 30 años que cumplían ciertos requisitos de propiedad o estaban casadas con hombres que cumplían dichos requisitos, aunque no otorgó el sufragio universal total a todas las mujeres. Este se alcanzó en 1928, extendiendo el derecho al voto a todas las mujeres mayores de 21 años, independientemente de sus propiedades.
13 La originalidad de Mill tampoco era total, pues años atrás, tras la substitución de la Combination Acts de 1799-1800 por la Combination Act de 1825, aunque ésta mantenía la despenalización del sindicalismo y de la huelga, prohibía cualquier forma de persuasión o intimidación hacia los no sindicados, una ley cuyo que intervenía con el objetivo de preservar la libertad de los individuos mediante la aplicación del principio del daño.
14 Sin duda alguna la Reform Act de 1867 fue fruto de estos debates pues esta medida, a pesar de no otorgar todavía el derecho a voto a las mujeres, se otorgó a todas las cabezas de familia varones el derecho al voto, incluída la clase obrera, duplicando así el ejercicio del voto en Reino Unido.
15 Ciertamente, no hubo que esperar al siglo XX y el III Reich para que el antisemitismo fuera normal en política, sino que el antisemitismo impregna la política europea desde muy atrás. Así, por ejemplo Federico II el Grande de Prusia limitó en 1744 el número de judíos que tenían permitido vivir en Breslavia a sólo familias judías protegidas y alentó a una práctica similar en otras ciudades de Prusia; María Teresa I de Austria, la archiduquesa de Austria, ordenó a los judíos abandonar Bohemia en 1750, cambiando luego de postura con la condición de que los judíos pagaran por su readmisión cada diez años; incluso el ilustrado de Voltaire relacionó con los judíos 30 de los 118 artículos de su “Diccionario Filosófico” describiéndolos en términos negativos.
16 En 1837, con 19 años, Marx también escribió “Escorpión y Félix: una novela humorística”, la única comedia que escribió pero que nunca publicó, cuyo argumento relataba la búsqueda de Félix, Escorpión y Merten para descubrir sus orígenes.
17 No podemos olvidar que Marx escribió dos obras posteriormente muy importantes para su teoría económica, como la “Contribución a la crítica de la economía política” publicada en 1859 que sería su primera obra económica seria, y “Teorías de la plusvalía” publicada en 1862, donde desarrollaría con profundidad el concepto de plusvalía.
18 Según Marx, el trabajo es la actividad en la que el ser humano expresa su verdadera naturaleza. Así, cuando el artesano empieza un producto y lo finaliza él mismo, deja en el producto la expresión de su esencia, realizándose el artesano como ser humano. Sin embargo, en la producción industrial el trabajador no controla el producto de su trabajo, es decir, que el producto en el que se objetiva su trabajo no le pertenece, puesto que sólo forma parte de una parte de la producción del producto, convirtiéndose así en algo extraño, ajeno al trabajador: se ve alienado porque su actividad transformadora no le pertenece, no es considerada como suya, sino que deviene propiedad de “otro”, en este caso del empresario. Además, en la medida en que el producto se convierte en una mercancía, el trabajo objetivado en él es tratado también como mercancía, por lo que el mismo trabajador acaba siendo considerado como una mercancía.
19 Como ya señalamos anteriormente, Smith sostenía que existía una mano invisible que dirigía la economía, por lo que ésta no tenía que sufrir intervenciones por parte del Estado, al mismo tiempo que defendía la división del trabajo, es decir la especialización de empresas y trabajadores con el objetivo de una mayor producción. Por su parte, Ricardo desarrolló una teoría sobre cómo la producción de la sociedad se distribuía entre las clases dentro de la sociedad y defendía que el valor de cualquier objeto producido es igual al trabajo incorporado en el objeto, es decir al tiempo y materiales empleados para producirlo. Por último, Malthus sostenía que el crecimiento de la población era la causa principal de que los salarios de los trabajadores se mantuvieran en un nivel que sólo permitía su subsistencia.
20 En su “Contrato social”, Rousseau ya planteó que la propiedad privada es la causa de la desigualdad y la corrupción moral, siendo la que nos sacó del estado de naturaleza, idea que Marx adoptó y amplió en su análisis del capitalismo como un sistema de explotación.
21 Tras las campañas de 1794 de las Guerras Revolucionarias Francesas, los Países Bajos fueron invadidos por Francia, terminando con el mando español y austriaco en aquella zona. En 1815 se unificaron los Países Bajos como Reino Unido de los Países Bajos independizándose de Francia, incluido el territorio de Bélgica. Ésta se independizó del Reino Unido de los Países Bajos en 1830 tras la Revolución Belga, haciendo de Bruselas su capital.
22 En la década de los 40 del siglo XIX existían diferentes socialismos derivados del utópico, el democrático o el racional representados por figuras como Saint-Simon y Proudhon, Louis Jean Joseph Charles Blanc y el barón de Collins respectivamente (éste último un poco más tardío), siendo el socialismo científico el origen del comunismo.
23 Durante la Primera Internacional tuvo lugar la Comuna de París, un movimiento insurreccional que del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871 gobernó brevemente la ciudad de París, instaurando un proyecto político popular socialista autogestionario. Durante la sangrienta represión de la rebelión, Marx escribió uno de sus más famosos panfletos titulado “En defensa de la Comuna de París: La guerra civil en Francia”.
24 Si bien Marx publicó el primer volumen en 1867, los volúmenes II y III se mantuvieron como manuscritos en los que Marx siguió trabajando para el resto de su vida y fueron publicados póstumamente por Engels en 1885 y 1894 respectivamente.
25 Las teorías de Marx y Engels provocaron un gran interés entre el proletariado europeo, sin embargo, para alcanzar el comunismo había que realizar una rebelión que pasara por la dictadura del proletariado, un período de transición entre el capitalismo y el comunismo que cambiara las estructuras del Estado burgués hacia un Estado obrero con el objetivo de organizar comunas hasta finalmente abolir la dictadura del proletariado y, con él, el Estado obrero.
26 Sin olvidar que el 1% de los más ricos tenían casi el 50% del total de las propiedades del 10% más rico a principios del siglo XIX en Francia, del mismo modo que el 50% de la población más pobre apenas tenía el 1% de las propiedades privadas. Algo similar ocurría con las rentas, pues mientras el 10% de la población más rica tenía la mitad de las rentas de Francia, el 90% de la población apenas tenía el 30% del total de las rentas de Francia. Para más información ver las gráficas de Piketty: http://piketty.pse.ens.fr/fr/ideologie