Resumen
La economía capitalista entiende que la realidad que se oculta no es la relación económica detrás de una relación ideológica, sino que sencillamente se expone la relación económica para que el fetichismo del capital funcione ahora casi perfectamente. El presente trabajo intentaré dar cuenta desde una tesitura de análisis y crítica, de algunos aspectos de dicho funcionamiento. Me serviré para ello de algunas herramientas de raigambre psicoanálitica, del psicoanálisis lacaniano en particular y más específicamente de elementos desarrollados en su Seminario 11.
Palabras clave: capitalismo – psicoanálisis – Jacques Lacan – sueño – vigilia
Abstract
The capitalist economy understands that the reality that is hidden it isn’t the economical relationship behind an ideological relationship, but simply exposes the economic relationship so that the fetishism of capital now functions almost perfectly. In this paper I will try to give an account, from a position of analysis and criticism, of some aspects of that operation. For that purpose I will use some psychoanalytic tools, lacanian psychoanalisis in particular and more specifically some elements developed in his 11th Seminar.
Key words: capitalism – psychoanalisis – Jacques Lacan – dream – vigil
- Introducción: realidad y representación
Estamos en condiciones de entender que la historia humana no es tanto la historia del sujeto que se dirige fatalmente hacia el ser o el conocimiento absoluto, sino que por el contrario se trata de la historia de separarse de alguna cosa, vale decir, la historia humana es la historia de los cortes y de las separaciones. No se trata de las cosas que se separan, sino que la centralidad debería estar en la propia acción de separar.
Las utopías no son realizables, aunque haya quienes parezcan creer que sí. Es que parecería que una utopía exige su realización, y es ahí donde está el error, en pensar que la zanahoria efectivamente está ahí adelante y en algún momento podremos alcanzarla. Lo interesante de esto parecería ser el entender que la zanahoria que está ahí adelante y que no puede ser mordida, es algo que me permite saber hoy que soy incompleto, que soy rengo, que soy pobre, etc.
Señala Lacan:
“El proceso primario lo podemos captar a cada instante.
¿No fui despertado el otro día de un corto sueño con que buscaba descansar, por algo que golpeaba mi puerta ya antes de que me despertara? Porque con esos golpes apurados ya había formado un sueño, un sueño que me manifestaba otra cosa que esos golpes. Y cuando me despierto, esos golpes –esa percepción- si tomo conciencia de ellos, es en la medida en que en torno a ellos reconstituyo toda mi representación. Sé que estoy ahí, a qué hora me dormí, y qué buscaba con ese descanso.”[1]
Emergen varias formas de entender los golpes a los que refiere Lacan: pueden ser entendidos como representación, como ondas sonoras, como objetividad física, etc. Sin embargo, los golpes son representación, porque en el sueño no se sabe bien qué estatuto poseen esos golpes.
Prima facie, el lugar en el mundo que ocupa el sujeto que enuncia, es el de una consciencia que vive en una realidad que es representación. Ahora bien, en este punto podemos recordar a Kant definiendo su idealismo trascendental, como aquella doctrina filosófica que sostiene que todo es representación. Ese “todo” es siempre engañoso, ya que si todo es representación ¿qué es lo que representa a la representación (a ese “todo”) sino algo que está por fuera de la representación? La realidad funciona porque hay una falla interna, hay un engaño, hay algo que no “cierra” bien, y es por eso por lo que hay representación.
El presente que nos rodea es resultado, todo presente es resultado. Eso quiere decir que la historia social siempre ya comenzó, no existe corte que con el que podamos intervenir en la historia, que no suponga el antecedente del despliegue histórico que lleva a esa forma.
Vamos sin embargo a entender la necesidad de pensar que existió en algún momento una indeterminación radical, y que esa indeterminación fue rota la primera vez que alguien le puso un nombre a algo.
Cuando Lacan se refiere a “proceso primario” pareciera estar utilizando una metáfora psicoanalítica para aludir a ese momento anterior al tiempo, en el que todos éramos uno con todo. Es decir, es la metáfora de la indeterminación.
El psicoanálisis plantea la idea de que eso primario e indeterminado, no se trata de un tiempo fundacional que ocurrió una vez, sino que es algo que ocurre todo el tiempo. Todos los días tenemos experiencias del proceso primario, siendo algo bastante trivial (por ejemplo, cuando estamos distraídos mirando un punto fijo, por ejemplo, cada vez que despertamos, etc.).
La persona no se despierta con el ruido porque la realidad se meta en el sueño, ya que la realidad no es sino lenguaje, representación y principio de realidad. Parece haber algo más en el ruido, y el ruido aparece como algo que está en los dos mundos simultáneamente.
¿Qué somos al momento de despertar? Lacan se lo pregunta. Si nosotros somos lo que somos en virtud de nuestra conciencia ¿qué somos cuando no tenemos conciencia?
¿Qué ocurre con el trauma? Precisamente el trauma es algo que aparece para arrancarme de un momento en el que estaba cómodo y bien. Pero podríamos entenderlo también como la violencia misma de la historia y de la alienación. El momento de la conciencia es el momento de la negación. Es el momento en el que adquirimos algún grado de libertad. El trauma es una forma del despertar o el despertar mismo.
Señala Lacan que el lugar de lo real va desde el trauma hacia el fantasma, es decir, que entre el trauma y el fantasma se encuentra lo Real. El fantasma es la fantasía, el propio principio de realidad.
Ahora, decir el fantasma es decir que podemos dar cuenta de que esa realidad es el fantasma. En ese sentido, Lacan expresa que el fantasma es una pantalla que disimula algo determinante para la repetición, y es que detrás del fantasma lo que hay es la pulsión. Si prestamos suficiente atención, veremos que estamos haciendo siempre lo mismo, todo el tiempo.
En este escenario lo real, en suma, es lo que nos despierta. Puede despertarnos el ruido, pero el ruido es nada. Si consideramos la representación, el ruido no es más que la representación del ruido. Entonces tenemos que darnos cuenta de que este principio de realidad tiene algún tipo de falla que es vivida como un diferencial, en la idea de que quizá pudo haber sido distinto, pudo haber sido de otra manera.
El ruido es en definitiva un testigo de los dos mundos, porque se encuentra en los dos mundos (en el sueño y también en la vigilia). En el texto de su Seminario, Lacan narra ser despertado por los golpes, no lo despierta el sueño ni la realidad onírica. En torno a esos golpes reconstruye toda la representación, armando de nuevo toda la realidad y todo el lenguaje alrededor de la representación que ocurre alrededor de los golpes.
2. El niño que arde: el sueño y el despertar
En el famoso texto freudiano que aparece en “La interpretación de los sueños” se relata que un niño muere y su padre, destrozado por la pérdida, cansado y angustiado, se duerme en el velatorio en una habitación contigua. Deja un individuo cuidando el féretro. El padre sueña que el hijo se le aparece y le dice “Padre ¿no ves que me estoy quemando?”. En ese momento se despierta y va corriendo a la habitación en dónde está su hijo muerto, que en ese momento se estaba prendiendo fuego producto de una vela que cayó sobre el féretro (sumado a que el cuidador se había dormido). Entre el padre y el otro hombre apagan el fuego, pero ya era tarde.
El ruido es evidentemente en esa escena algo como el olor a humo o el crepitar por acción del fuego de las telas del féretro; Freud señala que en ese caso el sueño tiene como objetivo proteger el descanso del hombre.
Llama la atención que Freud ponga este sueño como ejemplo del sueño como realización del deseo. Si tomamos “deseo” en su sentido más convencional, y consideramos el sesgo siniestro que puede tener la palabra “realización”, no parece tener sentido que el deseo de ese padre sea que su hijo se prenda fuego.
Por lo general uno cree que el contenido del sueño, esto es, aquello que podemos relatar acerca del sueño una vez que estamos despiertos, es en definitiva la realización del deseo. Pero en verdad es la forma-sueño la realización del deseo, el sueño no oculta nada, el sueño es en definitiva algún tipo de síntesis.
El primer problema con la hipótesis freudiana es que el deseo no está ahí para realizarse. El sueño entonces es la realización alucinatoria del deseo, el sueño es psicosis, es locura. El deseo es el nombre que podemos darle al saber de la necesidad. Si “necesidad” es una categoría que parece pertenecer a la historia natural (los animales tienen necesidades), “deseo” es una categoría que parece pertenecerle a la historia social (los seres humanos tenemos deseo).
Podemos decir entonces, que la necesidad mediada por el saber se llama deseo, y no está ahí para ser satisfecha. El agua es algo que tiene la propiedad de satisfacer una necesidad, pero no es la satisfacción. El deseo no está ahí para realizarse, porque el deseo es la distancia que hay entre nosotros y nuestra necesidad. Curiosamente no entendemos al deseo en términos de realización, pero ni bien lo analizamos, daremos cuenta que el deseo es una distancia que nos hace sujetos, nos hace neuróticos, alguien que tiene síntomas, etc.
Expresa Lacan:
“Vemos surgir aquí, casi por primera vez en la Traumdeutung, una función del sueño que parece ser secundaria: -es este caso, el sueño sólo satisface la necesidad de seguir durmiendo. ¿Qué quiere entonces decir Freud, al colocar en ese lugar precisamente, ese sueño, y al acentuar que es en sí mismo la plena confirmación de su tesis en cuanto al sueño?
Si la función del sueño es permitir que se siga durmiendo, si el sueño, después de todo, puede acercarse tanto a la realidad que lo provoca, ¿no podemos acaso decir que se podría responder a esta realidad sin dejar de dormir? –al fin y al cabo, existen actividades sonámbulas. La pregunta que cabe hacer, y que por lo demás todas las indicaciones anteriores de Freud nos permiten formular aquí, es: ¿Qué despierta? ¿No es, acaso, en el sueño, otra realidad?”[2]
Hay una especie de fenomenología en la idea de que el sueño solamente puede ser dicho desde el momento en que nos despertamos y tenemos conciencia. De manera que el sueño es un “antes” en que uno estaba previo a ser consciente. Lo único que tenemos ahora es un lenguaje para decir ese antes.
El hecho de que la pulsión tiene que ver con dormir, despertar, dormir, despertar, dormir, etc., en una secuencia virtualmente ilimitada, hace que el sueño entre dos momentos de vigilia herede todo lo que traemos de la vigilia anterior. Nosotros no somos conscientes de soñar, solamente despiertos podemos serlo de cierta forma. De manera que sueño y vigilia son dos mundos asimétricos que se contradicen, en la vigilia yo soy consciente de que antes dormía y ni consciente de que antes de haber dormido yo estaba despierto.
Despertar posee el beneficio de ser un grado de libertad, en el que tengo una determinación que en el sueño no tenía. Despertar no es simplemente abrir los ojos, sino que. Involucra directamente el problema de la negatividad (poner nombres, palabras, conceptos, llamarle “realidad” a la realidad, etc.).
El sueño es otra realidad, así lo dice Lacan. Ahora, no es una realidad que tenga el estatuto de esta realidad, ya que allí no está el lugar formal de la conciencia de la representación.
Señala más adelante:
“Este mensaje tiene, de veras, más realidad que el ruido con el cual el padre identifica asimismo la extraña realidad de lo que está pasando en la habitación de al lado. ¿Acaso no pasa por estas palabras la realidad fallida que causó la muerte del niño? ¿No nos dice el propio Freud que, en esta frase, hay que reconocer lo que perpetúa esas palabras, separadas para siempre, del hijo muerto, que a lo mejor le fueron dichas, supone Freud, debido a la fiebre? Pero ¿quién sabe? Acaso perpetúan el remordimiento, en el padre, de haber dejado junto al lecho de su hijo, para velarlo, a un viejo canoso que tal vez no pueda estar a la altura de su tarea. En efecto, se quedó dormido.”[3]
Lo que despierta al hombre es el sueño, y lo despierta para expulsarlo del sueño, para dejar en claro que las leyes de ese mundo son leyes que volverán loco al hombre si no sale a tiempo; afuera (en la realidad) rigen otras leyes, las leyes de la realidad. En la realidad se puede elaborar el duelo, un duelo es siempre lúcido, algo que debe hacerse desde la vigilia.
En el texto vemos que el hombre se despierta, y en un despertar súbito confirma que efectivamente se prende fuego la cama. El asunto es que el hijo ya murió, el niño ya se quemó. Es decir, se despierta porque el hijo se está quemando o se va a quemar, pero despierta para darse cuenta de que el hijo ya se quemó. El hombre ha despertado demasiado tarde como para impedir la verdadera quemadura (la conceptual) y demasiado temprano como para ver el espectáculo del niño ardiendo.
La pulsión es en definitiva un despertar todo el tiempo sin alcanzar el estatuto verdadero de alguien que está despierto, es el estar despertando sin haber logrado la tensión negativa que me permite saberme despierto. Por lo tanto, ahora estamos muy cómodos despertando todo el tiempo, dando vueltas sobre el mismo punto.
El deseo representa nuestra distancia con respecto al objeto, la distancia entre nosotros y nuestra vida, entre nosotros y nuestra realidad. “Deseo” quiere decir que esa distancia no puede ser abolida, y curiosamente se llama “deseo” porque estamos como imantados a esos objetos. El problema es que cuando el deseo se realiza, se realiza siempre, no puede parar de realizarse.
Ocurre que los animales abren los ojos, pero no se despiertan. Cuando los seres humanos despertamos, no es una cuestión de ondas y frecuencias, sino que tiene que ver con reconstruir toda la historia social alrededor de nosotros. Eso que nos hace devenir en aquella cosa que estaba durmiendo, es la conciencia de estar despierto. En ese abismo que hay entre estar dormido y despertar, la alternancia sueño-vigilia es postulada por nosotros en la vigilia y no en el sueño.
De manera que hay buenas razones para suponer que la función despertar es una barra que separa el sueño (sea lo que fuere) de la representación (que es nuestra realidad con lenguaje, la interpretación, etc.). En el sueño no hay hipótesis acerca de estar despierto. De hecho, en el sueño no se dividen las cosas en dos, en un corte que separa como sí ocurre en la vigilia.
¿Por qué despertamos? ¿Por qué estamos despiertos? ¿Por qué tenemos una hipótesis acerca de lo que pasa afuera? Ahí es que aparece la repetición, y esa repetición angustia, ya que nos pasamos toda la vida durmiendo y despertando. En cierta forma, dormirse es regresar a ese estado de neutralidad del cual nunca quisimos salir (algo así como permanecer en la Matrix). Pero la historia social nos quiere despiertos, no dormidos, por algo es. Entonces hay que despertar.
El sueño no es el contenido del sueño sino la forma-sueño, allí aparecerán ligaduras que no son necesariamente representaciones, de manera que la forma-sueño es la realización del deseo y no el contenido. Una vez que relato el sueño, eso quiere decir que lo entregué a la realidad y la representación. Una vez que lo pongo en lenguaje, lo pongo al servicio de la interpretación.
Señala Lacan:
“Este mensaje tiene, de veras, más realidad que el ruido con el cual el padre identifica asimismo la extraña realidad de lo que está pasando en la habitación de al lado. ¿Acaso no pasa por estas palabras la realidad fallida que causó la muerte del niño? ¿No nos dice el propio Freud que, en esta frase, hay que reconocer lo que perpetúa esas palabras, separadas para siempre, del hijo muerto, que a lo mejor le fueron dichas, supone Freud, debido a la fiebre? Pero ¿quién sabe? Acaso perpetúan el remordimiento, en el padre, de haber dejado junto al lecho de su hijo, para velarlo, a un viejo canoso que tal vez no pueda estar a la altura de su tarea. En efecto, se quedó dormido.”[4]
En cierto modo la primera impresión que nos da el sueño en este análisis no es el de una protección que se nos brinda mediante el sueño cuando estamos dormidos, sino que es de protección de la cordura de la persona que despertará luego. Es que, si tiene lugar una caída narcisista en el mundo del sueño, entramos en una locura. Esto nos permite pensar en el capitalismo y su gran chantaje: el futuro. La singularidad ya ocurrió, ya explotó, y lo único que hacemos ahora es un loop, en el que nos dejamos extorsionar por la vida.
- Ansiedad que quema
“Esta frase dicha a propósito de la fiebre, ¿no evoca para ustedes eso que, en uno de mis últimos discursos, llamé la causa de la fiebre? La acción, por apremiante que sea según todas las apariencias, de remediar lo que está pasando en la habitación de al lado, ¿acaso no se siente también que, de todos modos, ya es demasiado tarde en lo que respecta a lo que está en juego, a la realidad psíquica que se manifiesta en la frase pronunciada?”[5]
Fiebre y ansiedad son lo mismo, la fiebre es la urgencia, es lo que nos empuja y nos lleva hacia adelante, en lo apremiante de resolver problemas en una cuenta regresiva “antes de que…”. La idea de futuro que nos pone ansiosos nos compromete, nos culpabiliza. Esa depresión, esa ansiedad, es capitalista. Vivimos hoy arrastrados por el futuro, pero la verdadera catástrofe ya ocurrió.
Estamos inmersos en rituales y ceremonias tan sistemáticos como repetitivos que apuntan al futuro, no se apoyan en el pasado ni en la historia. El ritual aparece, así como algo meramente cohesionante con base en el terror de que lo peor ocurra.
“El sueño que sigue” (es decir, lo que ocurre una vez que despierta el hombre) es un homenaje al fracaso de la realidad, en eso que se repite de manera indefinida. Nadie puede decir que el deseo se hace realidad y por lo tanto eso brinda felicidad. Es una relación peligrosa con el objeto a, es confundir la esencia con la gota de aceite que concentra toda la verdad acerca de algo y todo lo que ese algo es, entendiéndola en lugar de la noción hegeliana de “apariencia en tanto apariencia”. En eso se deja de lado entonces la idea de la subjetividad dañada por el enigma del otro, para abrazar en cambio el objeto a.
La repetición deberá mostrar en algún momento que tenemos que salir no de la realidad sino de la repetición. De ahí que la repetición sea fundamental, ya que como dice Hegel, si algo no se repite no habrá nunca conciencia negativa de la historia. Salir de la repetición implica criticarla, implica analizarla críticamente. La repetición es el objeto de la crítica, y por tanto sin repetición no habrá crítica.
La idea es doble: yo puedo entender que vivo en una realidad, pero siendo consciente de esa realidad no soy consciente de que sé que esa realidad es un principio de realidad. Eso quiere decir que en cierto modo yo no he llevado la realidad al punto de entender que, por encima de la realidad, hay un principio de realidad que es siempre la forma de la racionalidad que domina.
Para el caso del tardo-capitalismo, ese principio de realidad es el principio económico-técnico de realidad. Esto quiere decir que la sociedad, el mundo, la vida, etc., son una gigantesca máquina que funciona por sí sola. En ese escenario nosotros somos una pieza, un algoritmo, un operador de algún tipo de funcionamiento parcial.
De manera que de cierta manera nos hemos convertido en expertos en nuestro propio funcionamiento. No hay que perder de vista que ese expertise (ese saber-hacer), no es conciencia.
No sé lo que hago, pero lo hago porque lo sé hacer y además sé perfeccionar ese hacer. Nosotros mismos somos la singularidad tecnológica, ya que perfeccionamos nuestro propio diseño con arreglo a lo que el capitalismo requiere de nosotros.
Postula Lacan que el Rey que se cree Rey antes de que haya algún súbdito que lo reconozca, está loco. En el mismo sentido, si yo soy padre es porque al menos un hijo me reconoce como padre. En lo que dice Lacan hay algo terrible que implica que soy padre recién ahora porque perdí a mi hijo.
Yo tengo una relación imaginaria y simbólica con mi hijo, que está dañada por algo llamado componente real de la dimensión social. Básicamente yo me dejo llevar por una relación simbólica e imaginaria, aunque a veces sea muy inquietante tener al lado algo que uno llama “hijo”. Sin embargo, estando mi hijo ahí, soy padre ocupando el lugar del reconocimiento social.
Soy padre porque soy consciente de que soy padre, porque soy consciente de esa representación. Ahora, uno descansa en el hecho de que el hijo está ahí, pero sin embargo al irse el hijo queda una huella, un agujero en torno al que gira la vida de alguien que tuvo hijo, pero ya no lo tiene. Ese padre no está cuerdo ni es consciente.
Hemos olvidado que ser padre es un concepto, algo que voy a alcanzar jamás, ya que entre el concepto y yo se encuentra el deseo. En la realización del deseo desaparece el sujeto, desaparece lo simbólico, desaparece el deseo y también desaparece lo social. El asunto es que cuando lo social (es decir, la película simbólica que nos recubre) cae, entonces en ese caso se produce la realización del deseo.
Siempre tenemos una gran ansiedad por resolver una urgencia. Se están fabricando ansiosos, bipolares y obsesivos a una escala industrial. No hay nada más reñido con la idea de sentido o de historicidad, que la ceremonia o el ritual, ya que en el caso de estos últimos se trata de una pura circularidad, una pura recurrencia que parece carecer de sentido, ya que se repite todo sin cesar durante todo el tiempo.
“El sueño que prosigue” quiere decir que el hombre abrió los ojos, pero todavía no despertó. Es un homenaje al fracaso de la realidad, realidad que fracasó cuando el hijo murió. La muerte del hijo es como una especie de agujero negro, por el que drena todo el aparato simbólico. Ahora es necesario que todo haga un esfuerzo compensatorio para equilibrar la realidad, teniendo en cuenta de que ahora no hay hijo, sino que hay ausencia de hijo. Es recién en la ausencia de hijo, que tengo hijo. El hijo es como un brazo que una sierra me amputó.
Ante una pérdida súbita, es el comienzo melancólico del duelo lo que impide que realicemos el duelo. Mientras estemos inmersos en un proceso de re-organización en el que toda nuestra vida parece no enganchar con la nueva condición, es que hay una brecha entre uno y el aparato simbólico. Hay una huella que el hijo dejó al irse, queda ahora la ausencia del hijo (no la falta, la ausencia), ahí fracasa toda la realidad en el momento en que uno se quiere enganchar en ella.
Por lo tanto, nosotros vivimos en una época que se caracteriza por el derrumbe de lo simbólico, no elaboramos duelo y no tenemos ganas de hacerlo, porque creemos que mucho más fácil que hacer duelo es prolongar la vida. Todo el tiempo vivimos en ese circuito de echar baldes de agua sobre tragedias que ya ocurrieron.
Podemos entender con Lacan, que la realidad no es otra cosa que una ficción colectiva (es decir, social) que los hombres inventaron para huir de lo Real. La forma racional, narrativa o temporal que tiene nuestra realidad, es algo en lo que nos hemos puesto de acuerdo para huir de lo Real.
La ficción-realidad es esa que puede oponerse a la ficción-sueño. Se trata de ficciones distintas, porque en “modo conciencia” (estando despiertos) y en “modo sueño” (estando dormidos) no tenemos defensas simbólicas, estamos desamparados desde el punto de vista de la arquitectura simbólica que nos mantiene de pie cuando estamos despiertos. Parecería que cuando estamos dormidos somos más vulnerables. Parecería que en el sueño la estructura simbólica de la realidad no cae del todo (pese a estar profundamente deprimida), por eso cuando soñamos lo hacemos con contenidos.
Construir la realidad quiere decir básicamente huir de lo Real, quiere decir huir de la locura. Es en la realidad en donde podré transformar el dolor en sufrimiento y el sufrimiento en duelo.
El fantasma emerge efectivamente en el deseo de conocer hasta el último secreto de la realidad. Ese deseo vuelve siempre bajo la forma de una resignación, de un “no puedo”. El sueño es también el sueño en tanto que distracción, porque basta que uno esté distraído en algo, para estar dormido.
Lacan dirá:
“La pregunta resulta todavía más llamativa porque, en este caso, vemos el sueño verdaderamente como reverso de la representación – esa es la imaginería del sueño, y es una ocasión para nosotros de subrayar en él aquello que Freud, cuando habla del inconsciente, designa como lo que lo determina esencialmente –el Vorstellungsrepräsetanz. Lo cual no quiere decir, como lo han traducido de manera borrosa, el representante representativo, sino lo que hace las veces, el lugarteniente, de la representación. Veremos su función más adelante.”[6]
Ahora la realidad aparece no como el lugar del Otro, sino como un lugar objetivo, como si viviésemos en una escena objetiva, cuando en realidad esa escena, así como su carácter objetivo, no son más que un montaje social. Si yo reconociera el deseo en la propia objetividad, me estaría dando cuenta de que Hegel tiene razón cuando muestra que la sustancia es Sujeto. Lo que nos está ocurriendo es que hay hoy en día una especie de “prolapso” de lo social, porque la tonicidad de lo que sostiene a lo social, se perdió.
El deseo es la película que me separa de algo, es el aura, lo social mismo, la mediación, etc. Por tanto, la única forma de que el deseo se realice es que lo social y lo simbólico desaparezcan. Lo Real va a cumplir una función: nos va a despertar, pero va a impedir que despertemos del todo. En ese sentido, dice lo siguiente Lacan:
“Espero haber logrado hacerles percibir aquello que, en el encuentro como encuentro siempre fallido, es aquí nodal, y sustenta realmente en el texto de Freud, lo que a él le parece en ese sueño absolutamente ejemplar.
Ahora tenemos que detectar el lugar de lo real, que va del trauma al fantasma –en tanto que el fantasma nunca es sino la pantalla que disimula algo absolutamente primero, determinante en la función de la repetición-; esto es lo que ahora nos toca precisar. Por lo demás, esto es algo que explica para nosotros la ambigüedad de la función del despertar, y a la vez, de la función de lo real en ese despertar. Lo real puede representarse por el accidente, el ruidito, ese poco-de-realidad que da fe de que no soñamos. Pero, por otro lado, esa realidad no es poca cosa, pues nos despierta la otra realidad escondida tras la falta de lo que hace las veces de representación – el Trieb, nos dice Freud.”[7]
Despertar no es un hecho mecánico ni biológico, sino una función del Sujeto. Entre el modo sueño y el modo vigilia, Lacan se ha dado cuenta de que están esos golpes que le despiertan, y que esos golpes al haberlo despertado estaban ya en el sueño. Lo único que hace la vigilia, es poner esos golpes en representación.
No soñamos cuando tenemos un sueño profundo, sino que soñamos en esos momentos “limítrofes”, en el que nos empezamos a despertar. En esas hiancias hay mucho que aprender del modo sueño y el modo vigilia.
La realidad objetiva no es sino una ficción, y podríamos despertar al principio de realidad, y no a la realidad. Sin embargo, vivimos todo el tiempo despertando a la realidad.
Eso que Lacan plantea en términos terapéuticos, es lo mismo que plantea Hegel en términos de su proyecto de formación del individuo. Lacan se pondrá mucho más duro todavía al hablar de “atravesar el fantasma”, y está muy bien, ya que lo que nosotros tenemos que hacer es atravesar el fantasma del fuego que está ahí afuera.
Esto quiere decir, que en algún momento el sacrificio tendrá que ser tan enorme, que uno va a tener que dejar que el hijo muera. Si la civilización para Freud comienza cuando la horda de niños asesina simbólicamente a su padre, el principio de realidad entendido en cuanto tal, debería comenzar cuando quien muere es el niño, el hijo.
Estamos en una constante secuencia despertar-dormir-despertar. Cabe hacerse la pregunta ¿por qué me despierto, si voy a dormir? O bien la versión obsesiva ¿por qué me duermo, si me voy a despertar? Sea como fuere, es la repetición lo que a nosotros nos produce una brutal angustia, o mejor, un gran malestar. ¿Por qué repetimos entonces? ¿Por qué no lo hacen los perros? ¿Por qué no tienen los perros una función-despertar? Porque no tienen una historia social, nosotros sí.
Ocurre una proyección de la tragedia que nos pasó alguna vez, o bien de la maravilla que nos pondrá nuevamente en el paraíso, porque en rigor no queremos pensar que esto no es más que una repetición pulsional, un circuito. Ese sentimiento atraviesa absolutamente toda la historia moderna, y se concentra intensamente en los últimos 40 o 50 años de capitalismo.
La tragedia ya ocurrió, el ser humano no es apertura en una temporalidad de lo no pensado en la historia, sino que más bien es la clausura o cerramiento de un itinerario que ya no admite en absoluto la menor novedad, siendo el pasado mañana en definitiva la consagración del hoy, que no es sino el resultado de la tragedia que ya ocurrió.
Abunda la psicopatología, pululan los test de evaluación psicológica y eso es realmente absurdo. Hay que entender que la tecnología cubre todo el horizonte con objetos parciales. Vivimos en un ritual y creemos que eso tiene algún tipo de consecuencia denotativa sobre nuestra realidad.
Sin embargo, en la modernidad toda nuestra atención está centrada en el futuro como una reserva de novedad, de lo nuevo, cuando en realidad la reserva de novedad está en el pasado. Esto es así porque en realidad el futuro está hecho ya del mismo material que la tragedia que ya ocurrió. Ahí es que podemos intuir desde una perspectiva dialéctica e histórica, el problema de la pulsión; es que la pulsión es eso, una relación entre la euforia (y la ansiedad) por resolver un problema y la tristeza profunda al darse cuenta de que el problema no había podido ser solucionado ya que la tragedia ya había ocurrido.
Lo Real es entonces dos cosas: el núcleo inconsciente en torno al cual nosotros giramos, y es al mismo tiempo lo que nos despierta. Como ese núcleo se proyecta al futuro en tanto que fantasía, entonces sigue girando la rueda de lo mismo. En ese sentido, el llamado al despertar no es sino un llamado revolucionario, y también es un llamado religioso (pero ¿qué revolución no lo es?).
La idea existencialista de que el hombre es libre porque crea su propio destino (ya que en definitiva no hay tal cosa como un destino) y esa angustia que tiene el ser humano porque se da cuenta de que no hay destino…bueno, es una idea casi tan estúpida como la visión positivista sobre el futuro.
Habría que decirle a positivistas y existencialistas que sí hay destino, es más, no hay sino destino. Sin embargo, nuestra libertad consiste en entender que ese destino puede ser criticado, analizado, deconstruido. Pero si no pasamos por el núcleo sólido de nuestro fantasma llamado destino, seguiremos repitiendo compulsivamente lo mismo por los siglos de los siglos. Nuestra terapia tiene que ver con disparar posibilidades no pensadas, es decir, que en algún hueco de indeterminación ocurra efectivamente algo del orden de lo nuevo.
El principio de realidad nuevo va a aparecer con nosotros, aunque parezca que no es más que una pérdida de tiempo. Hoy acá estamos perdiendo el tiempo de una noble forma, intelectualmente hablando.
Bibliografía
- Freud, Sigmund, El malestar en la cultura, Buenos aires, Alianza editorial, 2012.
- Freud, Sigmund, Obras Completas Vol. 2, Buenos aires, Amorrortu editores, 1992.
- Freud, Sigmund, Más allá del principio del placer, en Obras Completas Vol. 18, Buenos aires, Amorrortu editores, 1992.
- Lacan, Jacques, Seminario 3. Las psicosis. Buenos aires, Paidós, 2017.
- Lacan, Jacques, Seminario 7. La ética del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2017.
- Lacan, Jacques, Seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos aires, Paidós, 2017.
Notas
[1] Jacques Lacan. Seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos aires, Paidós, 2017, pág. 64.
[2] Ibidem., págs. 65-66.
[3] Ibidem., pág. 66.
[4] Idem.
[5] Ibidem., pág. 67.
[6] Ibidem., pág. 68.
[7] Idem.