La intimidad es un tema interesante gracias a que se encuentra en las profundidades del sujeto. Por lo tanto, en el presente trabajo se buscará pensar si es posible alcanzar este espacio por medio de las redes sociales, reflexionar sobre cómo el dispositivo de la confesión sigue vigente en este ámbito como búsqueda de la verdad y analizar si la confesión es un medio para entrar al espacio de la intimidad.
Debido a los cambios que el sujeto ha atravesado a lo largo la historia, también hablaremos de las transformaciones que ha sufrido el término intimidad, pues esta no siempre fue pensada como la entendemos ahora. Michelle Perrot nos dice que la intimidad nace junto con la privacidad, producto de la Modernidad, ya que en la Antigüedad los asuntos públicos y privados quedaban relegados por el estado y sus leyes. Más tarde, podemos ubicar uno de los primeros puntos en la cámara de Luis XIV desde donde todo podía ser observado y controlado. Este es el primer momento en el que lo privado comienza a cobrar importancia desde la perspectiva individual, lugar donde ubicaríamos todos los actos reservados para el contacto más cercano, compartido con alguien o personal.
Actualmente, el uso y los avances del Internet han desarrollado toda una manera distinta de interactuar. En la ahora llamada Web 2.0,[1] desde el correo electrónico hasta las redes sociales como Twitter, Facebook, Instagram, etc., han trasformado la manera de relacionarnos, crear y romper lazos sociales, incluso con personas con las que no necesariamente hemos tenido un contacto o acercamiento personal.[2] La apertura de estas redes y sus dinámicas de interacción han modificado los espacios sociales de lo público y lo privado, así como lo que comúnmente teníamos entendido como permitido para cada uno de estos. Sin embargo, existe un espacio que, aún con estas modificaciones tecnológicas y culturales, es difícil de transgredir: la intimidad.
Partiendo del hecho de que etimológicamente esta palabra viene de la conjunción del vocablo latino “inti” (interior) y del vocablo de origen Europeo “mus” que expone carácter superlativo: lo que está más adentro de todo, se tratará de reflexionar sobre la incapacidad de las redes sociales para acceder al espacio de lo íntimo aún cuando en ellas se hace pública la vida privada. La intimidad, por lo tanto, continúa siendo un espacio inalcanzable en la era digital. “En lo privado se encuentra encerrado lo que poseemos de más precioso, lo que solo le pertenece a uno mismo, lo que no concierne a los demás, lo que no cabe divulgar, ni mostrar, porque es algo demasiado diferente de las apariencias cuya salvaguardia pública exige el honor”.[3]
Existen tres espacios: el público, el privado y el íntimo. El primero resulta aparentemente total y transparente en los actos sociales. El segundo cuenta con una aproximación restringida, reservada, sólo para algunas personas cercanas. El tercero, en cambio, es interior, subjetivo y profundo e incluso podría suceder que nunca llegase a ser accesible.
Nos encontramos con que lo público y lo privado colindan en ciertos momentos, así como lo privado y lo íntimo. No obstante, público e íntimo serán espacios que no llegan a tocarse.
A su vez, para otros autores como Víctor García Hoz:
“El nacimiento de la intimidad o, dicho de otro modo, la conciencia de que existe en nosotros un mundo interior es un hecho inicial de la adolescencia y a su luz pueden comprenderse las variadas manifestaciones del comienzo de la vida juvenil. Con el afloramiento de la intimidad a la conciencia se acaba la evolución fragmentaria del hombre. Tarea de la juventud es ir armonizando las exigencias y posibilidades de la vida interior con las posibilidades exigencias del mundo externo al cual se nació en la niñez. Cuando esta armonía se realiza, arriba el hombre a una madurez lograda”.[4]
Con lo expuesto anteriormente, podemos dilucidar que los tres espacios se encuentran conformando al sujeto de forma dinámica a través de una interacción entre el interior y el exterior. Incluso en lo público es posible pronosticar, dada la conducta de algún sujeto, el comportamiento que lo caracteriza. Así creemos conocerle de esa forma, la cual, si la situación se presta, después de ciertos eventos puede avanzar al espacio privado. Más cercanía y convivencia nos darían una perspectiva nueva, cambiaría nuestras ideas sobre los actos y el porqué de ellos. Pero ¿movernos entre estos dos espacios posibilitaría llegar a conocer el interior de alguien? ¿Podríamos saber realmente qué es lo que sucede en ese otro?
Paradójicamente, mientras nos acercamos más, vemos menos, los detalles se vuelven inmensos, lo que creíamos conocer se desprende, queda inconexo con el nuevo descubrimiento. Creemos que sabemos entonces la verdad sobre alguien, sin embargo, entre más entramos a este espacio, descubrimos que menos sabemos, que existe una profundidad intangible en nosotros y en ese otro con el cual interactuamos.
Gracias a los avances tecnológicos, se han desarrollado nuevas maneras de relacionarnos, mostrarnos, construirnos y constituirnos como sujetos. La lógica de llevar lo “privado” a lo “público” en estos espacios impera en los tiempos que corren. Pero en realidad, aunque las redes sociales nos permiten tener un acceso previamente autorizado por quien emite esos mensajes e imágenes, cuando miramos la foto de alguien en su habitación, en el reflejo del espejo de su baño o con la menor ropa posible, ¿estamos entrando a un espacio distinto?, ¿conocemos un poco más a esa persona?, ¿podríamos decir que nos muestra parte de su intimidad?
Está claro que si ponemos como ejemplo Facebook, una red social de gran popularidad, tendremos un perfil público o privado. Si alguien quiere avanzar de ese espacio requiere nuestra autorización, pues nosotros controlamos con quién queremos o no compartir el perfil, así como qué podemos y qué no podemos publicar, quién puede o no ver esa información. Así funciona este “Nuevo Monstruo”, como ironizaba Deleuze en los noventas la utilización de las nuevas generaciones en las sociedades de control. Esta red social se ha convertido en un escenario donde, a manera de representación, compartimos nuestros momentos privados más “importantes”: el nacimiento o muerte de una relación, con quién y dónde nos reunimos, qué películas vemos, qué nos gusta, qué nos indigna, a qué nos dedicamos, dónde vivimos y hasta cómo reaccionamos ante la vida, bajo el uso de diferentes imágenes, textos de autoría propia o compartidos de otras fuentes. De este modo se conforma la “biografía” redactada por el “autor-protagonista” en escena y sus “amigos-publico”.
¿Pero de dónde viene esta necesidad de poner en puesta un discurso? ¿Dónde podemos encontrar una manera similar de producir la verdad? ¿Por qué es tan importante comunicar con lujo de detalle a todos, quiénes y qué somos a cada momento?
Toda esta puesta en discurso tiene un antecedente, formas y métodos para entrar a cada uno de esos espacios en la búsqueda de “la verdad”. En Historia de la Sexualidad, Michel Foucault estudió el dispositivo de la nueva pastoral cristiana: la confesión. Incluso al hablar de la nueva concepción del término Aveu (Confesión) dice que es:
“Garantía de condición y estatuto de identidad y de valor acordado a alguien por otro, se ha pasado al aveu, reconocimiento por alguien de sus propias acciones y pensamientos. Durante mucho tiempo el individuo se autentificó gracias a la referencia de los demás y a la manifestación de su vínculo con otro; después se lo autentificó mediante el discurso verdadero que era capaz de formular sobre sí mismo o que se le obligaba a formular. La confesión de la verdad se inscribió en el corazón de los procedimientos de individualización por parte del poder”.[5]
De esta forma, la confesión se utilizó como medio para producir la verdad. El pastor escuchaba las historias con lujo de detalle, de actos y deseos privados, al menos una vez al año.
Por lo tanto, la confesión se convirtió en este dispositivo para llegar a la verdad, en la forma de una coacción general, esa que debe de encontrarse en una primera intención, desde lo privado, otorgada sólo a cierta persona, autoridad (pastor), en ciertos lugares (confesionario) y bajo ciertas circunstancias. Por ejemplo, el pastor en la iglesia, específicamente en el confesionario, bajo un discurso que pareciera un soliloquio en voz alta, con un receptor que sabemos que esta presente, pero con quien no interactuamos directamente.
Podríamos entonces observar que ese dispositivo sigue vigente, sólo que ahora se ha sofisticado. El sujeto se sigue confesando para autentificarse mediante un discurso sobre sí mismo y así intentar producir lo verdadero. El hombre en occidente es un animal de confesión, que se confiesa en público y en privado. Las redes sociales son la plataforma-escenario para poder exponer lo privado en un espacio público, a diferencia del modelo común en la Pastoral Cristiana, pero siguen cumpliendo la función de exponer la confesión. Aún con toda esta tecnología, sólo se ha llegado a compartir el espacio de la privacidad. No obstante, estas confesiones que lanzamos en las redes sociales tienen otro nivel al cual no podemos acceder y es precisamente el espacio íntimo.
En conclusión, la intimidad es un espacio al cual el otro, hasta ahora, no puede acceder, ya que es profundamente interior. Subjetivo y reservado a la aproximación del yo en relación consigo en las posibilidades de la vida interior. Así la intimidad sigue siendo un espacio ajeno al otro y reservado a una relación del sujeto con su yo. Por su parte, las redes sociales tampoco han podido exponer este espacio, ni darnos una plataforma para exponerlo. Posibilita penetrar la privacidad, pero no la intimidad del otro. Han servido y seguirán por lo menos hasta como las conocemos en este momento, como una sofisticada reproducción del dispositivo de la pastoral cristiana de confesión, donde existe una administración de la privacidad. Elegimos de qué manera construir la privacidad que compartiremos en un espacio público. Creemos que exponemos todo sobre nosotros en estos espacios, pero en realidad exponemos sólo el espacio privado. Todo lo que se expone en redes sociales es la construcción de la imagen que se quiere mostrar, una confesión privada hacia el otro, “amigos-público”, pero siempre pensando en otro. No exponiendo la interioridad del yo, sino justificando y sosteniendo la imagen pública que cada perfil representa.
Bibliografía
- Duby, George, Historia de la vida Privada, Alfaguara, Madrid, España, 2006.
- Foucault, Michel, Historia de la Sexualidad 1. La voluntad de saber, Ciudad de México, Siglo Veintiuno Editores, 1977.
- García Hoz, Víctor, Actas del Primer Congreso Nacional de Filosofía, 1950, en: http://www.filosofia.org/aut/003/m49a1375.htm
- Michelle, Pierrot, Historia de las alcobas, Fondo de Cultura Económica y Ediciones Siruela, México, 2011.
- Sibilia, Paula, La intimidad como espectáculo, Buenos Aires, Argentina, Fondo de Cultura Económica, 2008.
Notas
[1] Expresión acuñada en 2004 en un debate en el cual participaron varios representantes de la cibercultura, ejecutivos y empresarios del Silicon Valley.
[2] cfr. Sibilia, Paula, La intimidad como espectáculo, Buenos Aires, Argentina, Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 15.
[3] Duby, George, Historia de la vida Privada, Alfaguara, Madrid, España, 2006.
[4] García Hoz, Víctor, Acatas del Primer Congreso Nacional de filosofía, 1950, en: http://www.filosofía.org/aut/003/m49a1375.htm
[5] Foucault, Michel, Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber, Ciudad de México, Siglo Veintiuno editores, 1977. Se ha tomado esta referencia acerca de la confesión debido a que se considera que las redes sociales han adoptado esta práctica como constitución de la verdad.
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