Uno de los problemas fundamentales del pensamiento de Eduardo Nicol fue el del ser, quizá, como Heidegger, el único tema de su pensamiento. Lejos de la fenomenología de las esencias o de la hermenéutica, para Nicol la fenomenología tiene que ser dialéctica pues el ser no es problema porque no está oculto sino que está a la vista. No dejamos de sorprendernos con estas declaraciones taxativas. Las consecuencias son enormes, y el desarrollo de esas derivaciones les ha sido otorgado a aquellos que ahora se asoman a su vasta obra. No descarto que en algún momento los estudios sobre la obra de Eduardo Nicol se conformen como un genuino lógos, es decir, un legítimo discurso que se entrecruce con otros a fin de crear una suerte de río heracliteano, donde es imposible bajar dos veces, que esa secreta unión que se está dando entre aquellos que estudian la obra de Nicol y se dejan admirar por su pensamiento puedan ir desarrollando nociones que les permita crear una verdadera y auténtica tradición filosófica. Porque la tradición se crea y se recibe, pero incluso se transforma y enriquece o suele suceder que se empobrezca. Los contenidos susceptibles de ser transmitidos tradicionalmente tienen todos un rasgo común, definitorio: son eso que Nicol llamaba “sobre-naturaleza”. “Esto es lo que significa cultura, como opuesto a naturaleza; lo que significa sentido, como opuesto a indiferencia”. El hombre es el sujeto de la causación histórica, no es algo ajeno a él. Por ello, este número, ideado por Ricardo Horneffer, nuestro editor invitado, en torno al trabajo filosófico de uno de los más insignes españoles que nos trajo la guerra civil española: Eduardo Nicol.
Alberto Constante