Los filósofos enamorados

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Enamoramiento, filósofos, poetas y Zaratustra enamorado

 

(…) serán ceniza, mas tendrá sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado”.

(Francisco de Quevedo y Villegas,

Amor constante más allá de la muerte).

 

“Cuando el pensamiento yace sepultado

en cavernas, mostrará el enamoramiento

su raíz desde el más profundo de los infiernos”.

(“When Thought is clos’s in Caves

Then love shall shew its toot in deepest Hell”).

William Blake, The Four Zoas.

 

Porque sólo soy un Lector Ludi (1), las lecturas que les voy a proponer tienen el propósito de provocarles el deseo y la curiosidad de explorar “más allá” sobre el asunto del enamoramiento y sus consecuencias. Cuenta la leyenda que Aristóteles, ilustre predecesor de la filosofía occidental, víctima de “los furores” perversos del enamoramiento, fue sometido y cabalgado, desnudo y en cuatro patas, por la hetaira ateniense Herpyllis, desnuda y látigo en mano. Así sólo se sea una leyenda, algo de verdad persiste en ella. Muchos siglos después, la xilografía de Hans Baldung Grien, La Belleza hostiga con su fusta a la sabiduría, en 1513, o una de las tantas representaciones de ese motivo realizadas por artistas de la Alta Edad Media y la modernidad temprana (2), recuerdan ese bochornoso suceso:

Suceso que por extravagante y extraño amerita una explicación amplia como la que escribió Peter Sloterdijk en su Critica de la razón cínica: “Un primer ejemplo nos pone al gran filósofo Aristóteles en el papel del loco por amor. Una anécdota cuenta de él que, cierto día, habiéndose enamorado apasionadamente de la hetaira ateniense Herpyllis, perdió su propia voluntad, entregándose a sus humoradas sin mayor consideración. En cierta ocasión, la célebre puta ordenó al pensador andar a gatas delante de ella, y él , dócilmente, sin voluntad, se dejó tomar el pelo y la obedeció. Humillado, se puso a cuatro patas por el suelo sirviendo a su señora como animal de silla. Este motivo anecdótico lo ha recogido Hans Baldung Grien en el año 1513 -la época de Eulenspiegel- según la Lai d’Aristote de un poeta francés medieval. El filósofo de barba cana, vuelta la mirada al observador, gatea a cuatro patas a través de un jardín vallado, mientras que una Herpyllis de ancho trasero y vientre prominente está sentada en su espalda; en la mano izquierda sostiene las riendas que salen de la boca del filósofo de ancha frente y en la derecha, con un pequeño dedo elegantemente extendido, una fina fusta. De forma distinta a la del filósofo humillado que mira insistentemente al observador, ésta, con el antiguo tocado alemán en la cabeza, un poco inclinada hacia el lado, tiene la mirada clavada en el suelo. Sus hombros están caídos, su cuerpo resulta algo tosco, gordo y melancólico.

El sentido químico de la historia significa: la belleza hace vibrar su fusta sobre la sabiduría, el cuerpo vence a la razón; la pasión hace dócil al espíritu, la mujer desnuda triunfa sobre el intelecto masculino; la razón no tiene nada que oponer a la fuerza de convicción que poseen los pechos y caderas. Por supuesto que aquí están presentes los clichés femeninos de moda, pero el punto clave no está, sin embargo, en ellos, sino en el hecho de que describen una oportunidad del “poder” femenino. En el cuadro de Baldung Grien, el momento reflexivo del filósofo ha pasado a la hetaira.

Efectivamente, también ella es “sólo una puta” y, sin embargo, en absoluto es una “pena que sea una puta”. Ésta echa mano de una posibilidad de soberanía propia. Puede ser que quien cabalga sobre Aristóteles sea una mujer peligrosa, pero lo que es cierto es que quedará por encima del desprecio. El que una Herpyllis pretenda cabalgar sobre el inteligente hombre puede servir a éste, por un lado, de aviso, pero, al mismo tiempo, también le permitirá la experiencia de saber a dónde lleva esto. Ella, con su cabeza reflexivamente inclinada hacia un lado, ve venir lo que él ahí abajo parece temer todavía: ella tiene más claro que todo esto es sólo el comienzo y que Aristóteles, a la larga, no va a seguir siendo tan tonto. Cierto que para él la cosa empieza a cuatro patas, pero si él es tan inteligente como se dice, terminará a la espalda” (3). Pero la historia de esa leyenda no concluye ahí para los filósofos enamorados. En Lucerna, a mediados de mayo de 1882, Friedrich Nietzsche se inspira en ella para coreografiar y plasmar en una célebre fotografía “los furores” de su enamoramiento por la joven y bella rusa, Lou Andreas Salomé, aquella que lo compulsó a escribir Así habló Zaratustra y algo más: Por asombroso que pueda parecer, la interpretación que hace Peter Sloterdijk de la xilografía de Hans Baldung Grien, se puede aplicar, palabra más palabra menos, a la fotografía coreografiada por Nietzsche para él, Lou Andreas Salomé y Paul Rée. El enamoramiento de Nietzsche es un caso excepcional por su conexión con Así habló Zaratustra y porque en ese poema es posible explorar y descubrir los misterios del enamoramiento. Sobre el tema del enamoramiento de Nietzsche por Lou escribí mis textos: Zaratustra enamorado y Zaratustra, mi hijo (4). Sobre ello hablaré más adelante. Antes voy a contar otras historias de los enamoramientos de otros filósofos y otros poetas. ***

Los enamoramientos de Aristóteles y Nietzsche no son ni los primeros ni los únicos ni los últimos; las historias de filósofos y poetas preñados por “los furores” del enamoramiento, son historias con “mucha tela para contar”. Para empezar, hay que decir que el enamoramiento es un imperativo natural, un mecanismo evolutivo para el Homo-Humano, necesario, temporal, repetitivo e incontrolable, mediante el cual el cuerpo y la mente se trasforman. Pero también, el enamoramiento es, para la imaginación, un ideal, un anhelo de unidad y perfección: “Porque el enamoramiento como fenómeno neurobiológico es instinto, apetito, emoción, deseo y sentimiento y como evento existencial, biográfico y cultural, se corresponde como un asunto sagrado, erótico, heroico, trágico y cómico: Sagrado, porque es una experiencia de lo divino. Erótico, porque, en la plenitud de sus significados, es la fuerza entrópica que forma y transforma el cuerpo y la mente de los amantes. Heroico, porque hace que los enamorados desplieguen la totalidad de unas energías, fuerzas y poderes de las que no sabían eran poseedores. Trágico, porque su fin es ineludible e ineluctable. Cómico, porque el pícaro Eros siempre se sale con la suya” (5).

Es en el ámbito de esas concepciones del enamoramiento de la carne y del espíritu, en ese estro amoroso y creativo, donde se producen las reacciones y manifestaciones que los poetas y los filósofos expresan en sus obras y escrituras. Estéticas las de los poetas y herméticas las de los filósofos. Ello se explica porque, en los estados extremos: éxtasis y agonías del enamoramiento, cada persona, acorde con su naturaleza y con la visión de sí mismo, reacciona de manera extrema, una especie de terapia para recuperar la armonía emocional y corporal (6). La escritura es el remedio de filósofos y poetas. Es en el enamoramiento de filósofos y poetas, o bien por éxtasis o bien por agonía, donde es necesario buscar la raíz y la compulsión que los impulsa a escribir sus grandes obras. La compulsión a concebir y realizar una obra es un estado de enamoramiento. Bien conocidos son los casos de filósofos y poetas que han realizado grandes obras y poemas compulsados por el enamoramiento y en la posterior agonía de los fracasos amorosos que los sumieron en agudas crisis existenciales.

Es lo que sucedió a Arquímedes y su “¡Heureka! ¡Heureka!”. Arquímedes, enamorado, enajenado y en el perpetuo éxtasis de su ciencia, del que cuenta Plutarco: “A menudo los criados de Arquímedes le llevaban a los baños contra su voluntad, para lavarle y ungirle, y aun estando allí, siempre estaba dibujando figuras geométricas, incluso en las mismas cenizas de la chimenea. Y mientras lo estaban ungiendo con aceites y dulces perfumes, con sus dedos dibujaba líneas sobre su cuerpo desnudo, hasta tal punto estaba fuera de sí, y llevado de un éxtasis o trance, con el deleite que tenía en el estudio de la geometría”. Más conocidos y documentados unos casos que otros, las historias de la filosofía y de literatura ilustran de manera evidente esa conexión sublime y trágica del enamoramiento con la vida y la obra de sus autores. A manera de breve lista, presento algunos de esos casos para ilustración y estímulo que provoque una Lectura Lúdica.

Para comenzar por algún lugar en el tiempo: de la Grecia antigua son conocidos los casos, entre muchos, el enamoramiento no correspondido de Safo por Faonte, inspiración de doloridos versos o el de Sócrates por Alcibíades, motivo de serias reflexiones sobre el amor, la amistad y el desvelo por sí mismo. De allí a Roma, también entre muchos, la locura de Lucrecio, debida, se cuenta, a una pócima amorosa de Lucilia, así como el fantasmagórico enamoramiento de Virgilio por su mujer Plocia, el que recrea Hermann Broch en La muerte de Virgilio. De Roma hasta los inicios del Renacimiento y a la hermética sublimación del enamoramiento en la Amada y en la Sabiduría.

 

Petrarca y los sonetos a su enamoramiento por Laura:

Belleza de Laura

Volaba la dorada cabellera a Laura que en mil nudos la envolvía, y de los ojos el fulgor ardía, como el sol en mitad de su carrera. De su piedad, o falsa o verdadera, en el color de su rostro se teñía: yo que al amor dispuesto me sentía, ¿qué mucho fue que de improviso ardiera? No era su leve andar humana cosa, sino de forma angélica y volante; no mortal parecía, sino diosa: y al mirarla así sola semejante por lo bella, modesta y pudorosa, yo ser juraba su inmortal amante. (Cancionero). El enamoramiento sublimado y nunca consumado de Dante por Beatriz. Dante, en su Incipit vita nova (Comienza la vida nueva), describe su primera contemplación de Beatriz y la emergencia y trasmutación de su enamoramiento eterno.

También lo hará en la Divina comedia y en El convivio: “Y a la verdad que desde entonces enseñoreóse Amor de mi alma, que a él se unió incontinente, y comenzó a tener sobre mí tanto ascendiente y tal dominio, por la fuerza que le daría mi misma imaginación, que vime obligado a cumplir cuanto se le antojaba. Mandábame a menudo que procurase ver a aquella criatura angelical. Yo, pueril, andábame a buscarla y la veía con aparecer tan digno y tan noble que ciertamente podíansele aplicar aquellas palabras del poeta Homero: «No parecía hija de hombre mortal, sino de un dios.» (Dante Alighieri, La vida nueva, II).

El enamoramiento de Dante es provocado por la imagen de una bella niña a cuya adoración y exaltación dedicará el resto de su existencia y obra, pero, como luego explicará en el texto de la Vita Nova y con mayor amplitud en El convivio, en esa imagen también se encarnará la idea de la Sabiduría. Después de Dante, será Giordano Bruno quien inspirará la idea y el tono de lo que será el poder trasformador del enamoramiento. Idea de antigua tradición convertida en “furor” y, luego, en España, en ideal místico: “CICADA: Entiendo: porque el amor transforma y convierte en la cosa amada”. (…) “TANSILLO: Así es.

He aquí pues cómo Acteón, convertido en presa de sus propios canes, perseguido por sus propios pensamientos, corre y “dirige los nuevos pasos” -renovado en cuanto procede divinamente y con mayor ligereza, es decir, con mayor facilidad y con más eficaz vigor- “hacia la espesura”, hacia los desiertos, hacia la región de las cosas incomprensibles; de hombre vulgar y común como era, se torna raro y heroico, tiene costumbres y conceptos raros, y lleva una vida extraordinaria. Y en este punto “le dan muerte sus muchos y grandes canes”, acabando aquí su vida según el mundo loco, sensual, ciego e ilusorio, y comenzando a vivir intelectualmente; vive la vida de los dioses, nútrese de ambrosía y de néctar se embriaga” (Los Heroicos Furores, I, 4).

Será en la España inquisitorial del 1500-1600, en donde el enamoramiento será, o locura de poetas: Tirso de Molina, Quevedo, Lope de Vega, o visión mística: Fray Luis de León, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz: “¡Oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el amado transformada!” (San Juan de la Cruz, La noche oscura). Ya en los inicios de la Ilustración y en contra de tan luminoso racionalismo, el enamoramiento hará de las suyas, tal es el caso de la trasformación del filósofo del Sentir, Jean-Jacques Rousseau, como lo muestra Ernst Cassirer: “Rousseau ha descrito en las Confesiones cómo su enamoramiento por la Señora d’Houdedot hizo que el filósofo, el crítico social, el apóstol de la libertad se transformara de nuevo en el “pastor extravagante”: “El grave ciudadano de Ginebra -exclama dolorosamente- volvió a ser de repente el pastor extravagante” (7).

Será Goethe, perpetuo enamorado de la poesía, la filosofía, las ciencias y de tantas mujeres, quien mejor comprenda que los “furores” del enamoramiento enajenan la carne y el espíritu del enamorado con sus tinieblas y luces, agonías y éxtasis, locura y sabiduría. El joven Goethe, en el primer Fausto, es quien mejor describe el previo desasosiego: “¿Y aún te preguntas por qué tu corazón se para, temeroso, en el pecho? ¿Por qué un dolor inexplicable inhibe tus impulsos vitales? En lugar de la naturaleza viva, en medio de la que Dios puso al hombre, lo que te rodea son osamentas de animales y esqueletos humanos humeantes y mohosos” (Johann W. Goethe, Fausto, I, Noche). Para luego ser poseído por la radiante felicidad: (Abre el libro y observa el signo del Macrocosmos) ¡Ah!, qué deleite corre de súbito, al mirarlo, por todos mis sentidos. Siento cómo la joven y santa felicidad vital me fluye por músculos y las venas con renovado ardor. ¿Fue acaso un Dios el que escribió estos signos que calman el furor de mi interior, llenan mi pobre corazón de gozo y, con un impulso secreto, me desvelan las fuerzas naturales? ¿Soy acaso, un dios? T

Todo se llena de claridad. En estos trazos puros se evidencia ante mi espíritu la activa naturaleza. Ahora sí que entiendo lo que dice el sabio: «No está cerrado el mundo espiritual; son tus sentidos los que están cerrados, es tu corazón el que está muerto; discípulo, levanta, y baña infatigablemente tu pecho terrenal en la aurora» (Johann W. Goethe, Fausto, I, Noche). Será el viejo Goethe y al final de la segunda parte de Fausto, quien comprenda la naturaleza y el misterioso propósito del enamoramiento

Al final del fin, el viejo Fausto entona su postrer canto: Todo lo que ha ocurrido es sólo una parábola. Lo que es inalcanzable se convierte en suceso. Lo que es indescriptible se ha realizado aquí. Lo eterno-femenino. nos permite avanzar. (Johann W. Goethe, Fausto, II, Barrancos). Contra el racionalismo y de retorno a las tinieblas del espíritu y en los inicios del Romanticismo y no propiamente un romántico él, Friedrich Hölderlin y su enamoramiento por Susette Gontard, su Diótima, es causa de la transformación de su poesía, según lo escribió Hans-Georg Gadamer: “Para Hölderlin, el encuentro de lo superior tuvo lugar en la separación de Diótima, en la despedida que vino a destruir una felicidad real. Fue la experiencia de lo divino, que aparece precisamente en su privación, lo que otorgó a la poesía de Hölderlin su nuevo tono, ante el cual nuestro siglo reaccionó como ante algo totalmente nuevo.

Es importante que haya sido la experiencia de una pérdida lo que revelara al poeta el ser divino. A partir de la “divinidad” del amor, que Hölderlin experimentó, su tono poético registró una transformación radical” (8). Luego, ya sí el romántico de los románticos, Novalis, Friedrich von Hardenberg, enamorado. La amada de Novalis fue Sophie von Kühn: “A finales de este año, 1794, Novalis se encuentra con Sophie von Kühn. Queda subyugado. Será el gran amor de su vida. Lo que ahora sucede es un Romanticismo como forma de vida, algo que en el fondo sólo está en los libros. La muchacha sólo tiene trece años; procede de buena familia. Por tanto, no hay impedimentos para el matrimonio, al que Novalis está decidido de inmediato; el inconveniente es quizás la tierna edad de la novia. Pero el padre se inclina por hacer la vista gorda, pues también él ha cogido cariño a la muchacha.

En cambio, los amigos no podían comprender lo que fascinaba a Novalis, ya que no encontraban a Sophie especialmente atractiva. Sólo Tieck reacciona con arrebato. Ninguna descripción podría expresar, escribe, “con qué gracia y celeste encanto se mueve este ser supraterrestre, y qué belleza la rodea de resplandor y la ha revestido de emoción y majestad” (9). Sophie von Kühn es por y a quien Novalis escribe su novela Enrique de Ofterdingen, sus Himnos a la noche y su anhelo de ver la Flor Azul. Del enamoramiento expresado como poesía al enamoramiento como asunto de la reflexión filosófica: Soren Kierkegaard escribió, tras la crisis amorosa con Regina Olsen, sus obras más inquietantes y herméticamente autobiográficas: Temor y temblor, La repetición y Tres discursos edificantes, publicadas simultáneamente, en 1843. Así mismo: Diario de un seductor y ¿Culpable? ¿No culpable?, también de ese mismo año. Sobre esta crisis escribió en su Diario de 1849: “Si quisiera saberse cómo -aparte de la relación con Dios- he sido impulsado a ser el escritor que soy, respondería: ello ha dependido de un anciano, que es el hombre a quien más debo -y de una joven, con la que he contraído la más grande deuda- y también de lo que por inclinación debe haberme sido dado como una posibilidad, a saber, unidad de vejez y de juventud, del rigor del invierno y de la dulzura de la primavera; el uno me educó con su noble saber, la otra con su agradable superficialidad”.

El enamoramiento de la vida real se hace novela. De la mujer real tras Sonia, la Amada de Dostoievski-Raskolnikov, si se sabe, ella es: “Apolinaria Súslova, la amada “Polina” (10).

La joven y bella “Polina”, el enamoramiento antes y durante la escritura de las grandes novelas. Aquella que en un momento trágico de la vida de Dostoievski fue su apoyo y consuelo, es transformada en Sonia en Crimen y castigo, tal y como Dostoievski lo escribió en sus cuadernos de notas: “Sonia: la más irrealizable esperanza (es el propio Raskolnikov el que debe expresar esto)” (11). Y es su redención: “Un día, hacia la caída de la tarde, el prisionero, ya convaleciente, se durmió. Cuando despertó se acercó casualmente a las rejas y vio a Sonia” (12). Sus crímenes habían sido expiados y él había sido redimido por el amor, para ser retornado a la “normalidad”: “La vida había sustituido al razonamiento” (13). Y un poco más allá, para abrirle la promesa de una nueva vida: “Pero aquí comienza una nueva historia, la historia de la lenta y progresiva recuperación de un hombre, de su renovación y paso gradual de un mundo a otro nuevo” (14).

Si algún caso es asombroso, ese es el del enamoramiento que se expresa en una gran obra. Martín Heidegger escribió Ser y tiempo en los días de su enamoramiento por Hannah Arendt, “la pasión de su vida”, a la que reconoció el haber sido la musa que le hizo posible escribir la obra, como puede interpretarse a lo que dice Rüdiger Safranski: “Para Heidegger se abrió en Marburgo una sorprendente oportunidad, lo que los teólogos de allí llamaban “Kairos”, la gran oportunidad de un tipo especial de “propiedad”. Tuvo allí un encuentro del que, según confesará más tarde su mujer Elfriede, surgió “la pasión de su vida”. A principios de 1924 había llegado a Marburgo una estudiante judía de dieciocho años, deseosa de estudiar con Bultmann y Heidegger. Era Hannah Arendt. (…) “(Heidegger) En las cartas (a Hannah Arendt) insiste una y otra vez en que nadie lo comprende como ella, también y precisamente en asuntos filosóficos. Y de hecho Hannah Arendt demostrará todavía lo bien que ha entendido a Heidegger. Lo entenderá mejor de lo que él se ha entendido a sí mismo.

Como acostumbra suceder entre los amantes, ella responderá complementariamente a su filosofía, y le dará aquella mundanidad que todavía le falta. Al “precursar la muerte” responderá con una filosofía de la natividad; al solipsismo existencial de “mi singularidad” (Jemeingkeit) responderá con una filosofía de la pluralidad; a la crítica de la “caída” en el mundo del “uno” replicará con el “amor mundi”. Al “claro” (Lichtung) de Heidegger responderá ennobleciendo filosóficamente la “esfera pública”. Sólo así surgirá de la filosofía de Heidegger un todo completo; pero este hombre no lo notará. Él no leerá los libros de Hannah Arendt, o lo hará muy de pasada, y lo que lee allí le ofende. Heidegger ama a Hannah y la amará por mucho tiempo; la toma en serio, como mujer que lo comprende, y ella se convertirá en su musa de Ser y tiempo; él le confesará que sin ella no habría podido escribir la obra. Pero en ningún momento se persuadirá de que puede aprender de ella” (15). O, tanto o más asombroso, cuando el enamoramiento transforma a mujeres de la vida real en mujeres de ficción y viceversa.

Franz Kafka escribió sus novelas-mujer: América, El proceso y El castillo y numerosas narraciones, luego de sus enamoramientos y fracasos amorosos con la señora Tschissik, Felice y Milena y de quién sabe qué otras oscuras experiencias erótico-amorosas (16). Kafka que a sus quince años, seducía muchachas con los versos de Así habló Zaratustra (17). Pero el “caso Kafka”, él y su escritura, son asuntos únicos y misteriosos. Para él, el enamoramiento era como sus mujeres, las reales y las de ficción, más reales las de ficción que las reales, como lo expresa Marcel Reich-Ranicki: “Así eran las mujeres que Kafka amaba, así debían ser: seres sin rostro que, precisamente por no tenerlo, podían excitar su fantasía con una fuerza especial y eran idóneas como pantallas de proyección de sus visiones. En su carencia permanente necesitaba no tanto personas reales del sexo femenino cuanto criaturas de su imaginación, principalmente. Pero éstas no podían surgir sin unos modelos reales, que, sin embargo, no debían ser ni demasiado claros ni demasiado próximos. Y Kafka no tuvo ningún reparo en comunicárselo muy pronto y sin rodeos a su nueva pareja epistolar: a la “Milena real”, a quien enviaba sus cartas, opuso “la milena aún más real”, es decir, aquella que “se hallaba presente conmigo todo el día, en la habitación, en el balcón, en las nubes” (18).

Mujeres, las de Kafka, que por lo que he averiguado y por su genética literaria, están emparentadas con algunas de las protagonistas de las novelas de Dostoievski (19). Y, señalo: Eros actúa en la oscuridad; no hace distinción de género. Thomas Mann, a quien sus enamoramientos por muchachos lo compulsaron a escribir algunas de las más emocionales y herméticas páginas de sus obras y de la historia de la literatura y del enamoramiento homosexual. Tal el caso del enamoramiento de Thomas Mann por Armin Martens, según la crítica de Marcel Reich-Ranicki: “Armin Martens (el modelo de Hans Hansen en Tonio Kröger), de quien se dice que no había tenido otra misión que la de inspirar un sentimiento destinado a convertirse en un poema perdurable. ¿Ninguna otra misión? Me pregunto si se trata sólo de una observación fría y egoísta o quizás incluso cruel” (20). Y, ¿qué decir, entonces, de Muerte en Venecia, La montaña mágica, José y sus hermanos? En fin, la lista de filósofos y poetas trasformados por el enamoramiento, como un río heraclitiano, continúa fluyendo, viejas y nuevas aguas, siempre otras, siempre las mismas. **

Zaratustra y el enamoramiento

Nietzsche y Lou Andreas-Salomé, por Grau Santos

 

Ahora voy a contar algo de la historia del enamoramiento de Nietzsche por Lou Andreas Salomé y sus conexiones con Así habló Zaratustra: Así habló Zaratustra es un poema enamorado, nunca un duelo. Una lectura apasionada descubrirá los enigmas del enamoramiento que Nietzsche explora en sí mismo e iluminará, para todos, ese misterio de ser y estar enamorados (21). Eso fue lo que encontré en un juego de lecturas lúdicas, abductivas (22), por medio de las cuales quería averiguar las consecuencias y efectos que el enamoramiento de Friedrich Nietzsche por Lou Andreas Salomé, en el verano de 1882, pudo significar para su vida y su obra, máxime tratándose de un hombre que siempre se supo y se manifestó: “humano, demasiado humano” y sabiendo que fue a ella a quien quiso regalar y con quien únicamente compartió y discutió su pensamiento del “eterno retorno” y su “filosofía del futuro”: “Decidí en Orta darle a conocer a usted, la primera, toda mi filosofía. ¡Ah! no tiene idea de que decisión fue aquella: creía que no se podía hacer mayor regalo a alguien”. “[…] Estuve inclinado a considerarla como la visión y aparición de un ideal sobre la tierra. ¿Lo notó? veo muy mal” (23).

En esas averiguaciones descubrí una serie de datos, sucesos y elementos de las vidas y de los escritos de Friedrich Nietzsche y de Lou Andreas Salomé que se conectaban, se correspondían y se relacionaban, para converger, trasponerse y culminar, de forma primordial, proteica y necesaria, en la escritura de la primera parte de Así habló Zaratustra, entre el 1 y el 10 de febrero de 1883. Y, luego, en la escritura de las otras tres partes (24), así como en Ecce homo y otras de sus obras.

Esto me llevó a concluir que, de no haber sido por ese enamoramiento, toda esta historia sí hubiera resultado ser un chisme, frívolo, pueril e irrelevante en la vida y para la obra de Friedrich Nietzsche. O que pudo haber sucedido cualquier otra cosa, como lo sugiere su biógrafo Curt Paul Janz: “Un éxito en la relación amorosa con Lou hubiera significado para Nietzsche la última oportunidad para volver a encontrar el camino hacia las personas; como le fue negado, ello lo volvió a encerrar definitivamente ya en su desesperanzada y amarga soledad” (25).

O no haber sido, si se lo interpreta con una mujer filósofa, María Zambrano. Ella que creía en el poder “aquietador” del amor doméstico en contraposición al “furor” profético del enamoramiento y que la mujer es “estrella fija”, “creadora de orden”, en la vida del hombre: “(…) Nietzsche destruyó su vida al no haber podido alcanzar forma: Dionisios perdido en el mundo occidental que no supo, como la antigua Grecia, desnudarle, poner de manifiesto su figura. Esto aclara el gesto oscuro del destino, poniendo frente a Nietzsche, en sus treinta y ocho años de varón que ya no puede seguir esperando, una mujer. Una mujer, única fuerza capaz de encantar su espíritu y encerrarlo en los límites de la forma.

Nietzsche, ímpetu sin fin de vida, necesitaba de la gracia luminosa que detuviera su desesperada carrera, que encantara su ambición demoníaca, que hiciera al fin descansar al judío errante. Mas, es entonces ella, Lou Andreas Salomé, la que no puede detenerse. ¡Tremendo destino es para una mujer no poder detenerse, no aceptar a elevar su feminidad a norma luminosa, aquietadora y alentadora de la vida de un hombre! Pero entonces, al no poder detenerse, debió alejarse. Quizás sólo el amor lejano, no gozado, inasequible, sea el único que sabe. (…) (Lou) Pasó tangente a la vida de Nietzsche, como estrella errante en la noche de aquel agosto, preludio de un otoño inexorable, la que pudo ser, con sólo lejanía, la estrella fija de su vivir. Si es algo la mujer en la vida de un hombre como Nietzsche -quizás, de todo hombre- es creadora de orden.

Ordenar graciosamente la barbarie de los instintos, la selva del sentimiento, la contradicción de los anhelos, fue la misión que declinó Lou Andreas Salomé frente al Dionisios germánico. Sin generosidad para penetrar en el círculo de su vida, y sin vocación para colocarse de un salto arriba, alta, quieta, lejana” (26). Por ello y por trágica fortuna, es necesario agradecer al dios del enamoramiento, porque de lo contrario ni Zaratustra ni lo que le siguió, hubieran existido tal y como son. *** Así habló Zaratustra es esa obra “a imagen y semejanza” de lo que era Nietzsche al momento de su enamoramiento: un hombre, un “ser en verdad mejor que los hombres ordinarios”, según la definición de Giordano Bruno para el “furioso heroico” (27).

Los enamoramientos y renacimientos de Nietzsche son una y la misma cosa: supremos, cósmicos y cataclísmicos y, su enamoramiento por Lou, fue la aurora que anuncia Zaratustra. Quien de verdad haya leído Así habló Zaratustra, debió sentir que en aquel poema, junto con los asuntos filosóficos, también subsiste un trágico lamento enamorado que no soy el único en conectar con el enamoramiento que por Lou Andreas Salomé canta Nietzsche: “Es de noche: ahora se despiertan todas las canciones de los amantes. Y también mi alma es la canción de un amante” (Así habló Zaratustra: La canción de la noche). Lo que después explica en Ecce Homo: “Nada igual se ha compuesto nunca, ni sentido nunca, ni sufrido nunca: así sufre un dios, un Dionisios. La respuesta a este ditirambo del aislamiento solar en la luz sería Ariadna… ¡Quién sabe, excepto yo, qué es Ariadna! De todos estos enigmas nadie tuvo hasta ahora la solución, dudo que alguien viera siquiera aquí nunca enigmas. Zaratustra define en una ocasión su tarea –es también la mía con tal rigor que no podemos equivocarnos sobre el sentido: dice sí hasta llegar a la justificación, hasta llegar incluso a la redención de todo lo pasado” (Ecce Homo, Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie, 7-8.).

Nietzsche intuyó con clarividencia y certidumbre que el enamoramiento era un proceso natural de transformación, de renacimiento. Eso es lo que con hermetismo desvela en Así habló Zaratustra. El enamoramiento de Nietzsche por Lou se le reveló como se revela todo enamoramiento, en una hierofanía (28), en un destello cósmico: “¿De qué estrellas venimos y hemos caído para encontrarnos aquí?” (Lou Andreas Salomé, Mirada retrospectiva, D. pp.76-77). Destello del que nace el solar y luminoso Zaratustra del aforismo 342 de la Gaya ciencia y que, como todo evento cósmico, es momento de destrucción y construcción: Así habló Zaratustra: ¡Bendíceme, pues, ojo impasible, capaz de contemplar sin envidia incluso una felicidad excesiva! ¡Bendice esta copa ansiosa de desbordarse y de derramar su dorada agua para que lleve por doquier el reflejo de tus delicias! ¡Mira esta copa que anhela volver a vaciarse; mira a Zaratustra, que quiere volver a ser hombre!”. (Gaya ciencia, aforismo 342). De ese instante en adelante, el enamoramiento de Nietzsche debe explorarse y descubrirse en sus palabras herméticas, esas con las que se cuenta, se conecta y se ahonda en lo oculto de una historia contada, pero no desvelada.

Nietzsche emplea la expresión blando césped y su trasposición como verde prado, para referirse a los ambiguos y herméticos aspectos de su enamoramiento: lo sagrado, lo erótico, lo heroico, lo trágico, lo cómico. No es la única expresión, pero sí muy significativa. La misma expresión es utilizada en otros apartes de Así habló Zaratustra: De las cátedras de la virtud, I; La canción del baile, II; De los apóstatas, III; y La otra canción del baile, III. Las que citaré a continuación con la respectiva conexión a cada uno de los aspectos que ya atribuí al enamoramiento. La primera vez y en la plenitud de su enamoramiento por Lou, ese verde prado es erótico: último aforismo de la Gaya ciencia: “¿No estamos en medio de una esplendorosa mañana y sobre un verde prado y tierno que invita a bailar sobre él? ¿Hubo alguna vez un momento más favorable para estar alegres? ¿Quién nos cantará una canción tan soleada, liviana y delicada que no espante a las cigarras, sino que las invite a cantar y a bailar con nosotros?” (Gaya ciencia, aforismo 383).

Siguiendo las claves, será ese verde prado el escenario sagrado en el que el héroe agonizará lo erótico, lo heroico, lo trágico y lo cómico, de su enamoramiento. En el desasosiego, previo al estallido del enamoramiento, el futuro enamorado busca un verde prado: “La canción del baile Un atardecer caminaba Zaratustra con sus discípulos por el bosque; y estando buscando una fuente he aquí que llegó a un verde prado a quien árboles y malezas silenciosamente rodeaban: en él bailaban, unas con otras, unas muchachas” (Z, II, 166).

En De las cátedras de la virtud, traspuesto en sagrado, ese verde prado se corresponde con el islote de San Giulio y Monte Sacro (29) -o, ¿montaña de Venus?-. Aquel primer paseo a solas en el que Lou no recuerda si se besaron. Es indudable que si se besaron. Es la conexión romántica. Ese beso debió tener el “poder mágico” de los besos de los habitantes de “la montaña de Venus” que enajenan a quienes ellos besan, tal lo ocurrido a Nietzsche (30). Verde prado sagrado que se conecta y corresponde con aquellos “crepúsculos” de los tiempos sagrados, heroicos y felices del enamoramiento en Tautenburg y de El libro del nido de Stibbe (31): “Para mí el mejor pastor será siempre aquel que lleva sus ovejas al prado más verde esto se aviene con el buen dormir” (Z, I, p. 57). Luego, de verde prado sagrado, se traspone en trágico: “De los apóstatas “1 / Ay, ¿ya está marchito y gris todo lo que hace un momento estaba aún verde y multicolor en este prado? ¡Y cuánta miel de esperanza he extraído yo de ahí para llevarla a mis colmenas!” (Z, III, p. 256).

Es trágico porque ese es el verde prado de mieles y colmenas que va a corresponderse con la pradera intacta, el prado virgen y la abeja primaveral del trágico enamoramiento de Fedra por Hipólito: “HIPÓLITO: – A ti, oh diosa, te traigo, después de haberla adornado, esta corona trenzada con flores de una pradera intacta, en la cual ni el pastor tiene por digno apacentar sus rebaños, ni nunca penetró el hierro; sólo la abeja primaveral recorre este prado virgen. La diosa del Pudor lo cultiva con rocío de los ríos” (Eurípides , Hipólito, v. 75 y 76) (32) . Hipólito, hijastro de Fedra, enajenado de Artemisa, es extraño a los asuntos de Amor y Eros. Fedra, enamorada y rechazada, lo acusa de intentar violarla.

Hipólito es castigado con la muerte y Fedra, arrepentida y para recuperar el honor real, se quita la vida. Y del motivo trágico, al motivo cómico y erótico: la llanura y el verde prado y el poleo de la beocia en Lisístrata de Aristófanes (v. 87 y 88): “LISÍSTRATA. Sí, por Zeus, muy de Beocia: ¡menuda llanura tiene! (Beocia se conocía como una llanura de gran fertilidad. Se utiliza aquí edíon con un doble significado de «llanura» y del «sexo de la mujer»). CLEONICE. Sí, por Zeus, y se ha depilado muy elegantemente el poleo. (El poleo entendido como mala hierba en la llanura, aludiendo al vello púbico de la beocia). Y, también, el “prado”(tò pedíon) es la parte externa del sexo femenino; el “poleo” (blēchō) alude al monte de Venus; la depilación, por lo demás, era común entre las atenienses de la época. Algunos traductores y, posiblemente, Nietzsche entre ellos, traducen edíon y tò pedíon como blando césped o verde prado, en lugar de llanura.

Eros, héroe, tragedia y comedia en escena. Nietzsche dijo, con frase de Lou, que aquella comunidad que integrarían, junto con Paul Rée, que ellos estaban “más allá del bien y del mal”: “Más allá del bien y del mal hemos encontrado nuestro islote y nuestro verde prado – ¡nosotros dos solos! ¡Ya por ello tenemos que ser buenos el uno para el otro!” (Z, III, p. 316). Y en ese verde prado se presiente, además de la desnuda beocia de Aristófanes en Lisístrata, a aquella otra beocia: Corina, la poeta (33): “Y nos miramos uno a otro y contemplamos el verde prado, sobre el cual empezaba a correr el fresco atardecer, y lloramos juntos. Entonces, sin embargo, me fue la vida más querida que lo que nunca me lo ha sido toda mi sabiduría” (Z, III, p. 317). Así como he conectado ese verde prado con el trágico Hipólito de Eurípides y así como otros estudiosos lo han referido a muchas otras fuentes, sagradas y profanas, me parece necesaria esta conexión erótico-cómica con Lisístrata de Aristófanes, porque, en algunos de los ambiguos contextos en los cuales Nietzsche emplea la expresión verde prado, estas se prestan para ser entendidas como las específicas referencias sexualizadas que, igual que Aristófanes, Nietzsche hace, unas veces con emoción erótica y otras con ironía burlesca y satírica, lo cual se corresponde, como anillo al dedo, con el contexto de los estados anímicos de gozo e ira que le provocan el enamoramiento y el posterior rompimiento con Lou.

Y, por supuesto, como Aristófanes: “EL CORIFEO. No hay poeta más sabio que Eurípides, pues ninguna criatura es tan desvergonzada como las mujeres” (Lisístrata, v. 369). Y que Zaratustra asume: «¿Vas con mujeres? ¡No olvides el látigo!» (Z., I, De viejecillas y de jovencillas) . *** Años después, en la desazón y el olvido: lo trágico y lo cómico del enamoramiento, Nietzsche satirizará, en Más allá del bien y el mal, a aquellos cualquier enamorado rechazado, Nietzsche, irónicamente, desahoga su despecho con el misógino Eurípides del que ironiza que buscan en aquel verde prado el poder “aquietador” del amor doméstico que receta María Zambrano: Aforismo 44 “A lo que ellos (los filósofos nuevos) querrían aspirar con todas sus fuerzas es a la universal y verde felicidad-prado del rebaño, llena de seguridad, libre de peligro, repleta de bienestar y de facilidad de vivir para todo el mundo”. Aforismo 206: “(…) el hombre científico tiene laboriosidad, paciencia para ocupar su sitio en la fila, regularidad y mesura en sus capacidades y necesidades, tiene el instinto para reconocer cuáles son sus iguales y qué es lo que sus iguales necesitan, por ejemplo aquella dosis de independencia y de prado verde sin la cual no hay tranquilidad en el trabajo”. *** Ese es el enamoramiento, que no duelo, del que Nietzsche, además de sus pasmosas propuestas filosóficas, escribió de manera poética, profética y hermética, primero, en Así habló Zaratustra y luego en su obra autobiográfica, Ecce homo, en las que explora su propio proceso vital, existencial e intelectual, así como al mismo Zaratustra enamorado. En fin, conocer del enamoramiento es gozo para el Lector Ludi que juega a revelar el indevelable misterio de sus verdes prados. Ese jugar del que escribió el romántico Friedrich Schiller: “Expresado con toda brevedad, el hombre sólo juega cuando es hombre en el pleno sentido de la palabra, y sólo es enteramente hombre cuando juega” (34).

 

NOTAS

(1) Iván Rodrigo García Palacios, Sin la lectura… ¿Quién soy yo?: http://alegrialectura.blogspot.com/

(2) El tema de Aristóteles sometido y cabalgado por la hetaira ateniense Herpyllis, fue motivo para un buen número de artistas de la Alta Edad Media y la temprana modernidad, entre ellos Hans Baldung Grien, Lucas van Leyden, Alberto Durero, Lucas Cranach El viejo (1472-1553), Jan de Beer (1450-1536), Hans Burgkmair El viejo (1519), Hans Holbein El joven (1522), Hans Brosamer (1520-1551), Wenzel von Olmütz (1485-1500). También existe una versión de ese motivo realizada por Oskar Kokoschka en 1913 y titulada Aristóteles y Herpyllis: Ver: marinni.livejournal.com/435140.html

(3) Peter Sloterdijk, Critica de la razón cínica, Siruela, 2003, ps. 380 a 382.

(4) Iván Rodrigo García Palacios, Ensayos de un lector ludi: Nietzsche enamorado: http://ivanrodrigogarciapalacios.blogspot.com/

Iván Rodrigo García Palacios, Zaratustra, mi hijo:

http://nietzsche-louandreas.blogspot.com/

(5) Iván Rodrigo García, El enamoramiento: http://enamoramientoyevolucion.blogspot.com/

(6) Antonio Damasio, En busca de Spinoza. Neurobilogía de la emoción y los sentimientos, Crítica, Drakontos, Barcelona, 2009, p. 34.

(7) Ernst Cassirer, Rouseau, Kant, Goethe. Filosofía y cultura en la Europa del Siglo de las Luces. Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2007, p. 178. La cita de Rouseau corresponde a Confesiones.

(8) Hans-Georg Gadamer, Poema y diálogo. Ensayos sobre los poetas alemanes más significativos del siglo XX, Gedisa, Barcelona, 1993, p. 41.

(9) Rúdiger Safranski, Romanticismo, Una odisea del espíritu alemán, Tusquets, 2009, p. 104.

(10) Joseph Frank, Dostoievski, III, La secuela de la liberación 1860-1865, Fondo de Cultura Económica, México, 1993, pp. 319-354.

(11) Joseph Frank, Dostoievski, VI, Los años milagrosos, 1865-1871, Fondo de Cultura Económica, México, 1997, p. 164.

(12) Fiódor Mijáilovich Dostoievski, Crimen y castigo, Edimat, Madrid, 2000, p. 411.

(13) Fiódor Mijáilovich Dostoievski, Crimen y castigo…, p. 413.

(14) Fiódor Mijáilovich Dostoievski, Crimen y castigo…, p. 413.

(15) Rüdiger Safranski, Un maestro de Alemania. Martín Heidegger y su tiempo, Tusquets, Barcelona, 1997, pp. 170 y 174. Ver también: — Elzbieta Ettinger, Hannah Arendt y Martín Heidegger, Tusquets, Barcelona, 1996. — Alois Prinz, La filosofía como profesión o el amor al mundo. La vida de Hannah Arendt, Herder. Barcelona, 2001.

(16) Iván Rodrigo García Palacios, Las mujeres novela, de Franz Kafka: http://lectorludi.blogspot.com/

(17) Daniel Desmarquest, Kafka y las muchachas, Editorial Edaf, Madrid, 2002, p. 24.

(18) Marcel Reich-Ranicki, Siete precursores escritores del siglo XX, Kafka, …, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, p. 211.

(19) Iván Rodrigo García Palacios, Nietzsche y Kafka, Lectores Ludi de Dostoievski: http://ivanrodrigogarciapalacios.blogspot.com/

(20) Marcel Reich-Ranicki, Siete precursores. Escritores del siglo XX, Thomas Mann…, Galaxia Guttenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, p. 102.

(21) Iván Rodrigo García, El enamoramiento: http://enamoramientoyevolucion.blogspot.com/

(22) Cita tomada de: Carlos Rincón, García Márquez, Hawthorne, Shakespeare, De la Vega & Co. Unltd., Serie La Granada Entreabierta, 86, Instituto Caro y Cuervo, Santa Fe de Bogotá / 1999: “Racionamiento por abducción”, descubierto por Charles S. Peirce en 1879 y que funciona, algo así, como lo explica Carlos Rincón: “Se trata, según leía alguna vez en un artículo de Heinz Heckhausen, del cortocircuito, de la chispa que se produce entre dos complejos de imaginación hasta entonces separados, “por mediación de un elemento común”. La complejidad de un concepto -de una imagen- puede así potenciarse, multiplicarse como por arte de magia, al estar puesta en contacto con diferentes contextos”. El tic-tac que escuchaba era quizás el mismo del reloj de Tiffany olvidado por Charles S. Peirce el 21 de junio de 1879, al llegar a Nueva York a bordo del “Bristol”, y que lo llevó a descubrir el razonamiento por abducción. Mientras la inducción y la deducción, según Peirce, nada agregarían a los datos de la percepción, la abducción, dependiente de las “percepciones inconscientes de relaciones entre aspectos del mundo”, sería, según su notable relato de la pérdida y recuperación del reloj olvidado y robado en el “Bristol”, la inclinación a sostenr una hipótesis, con algo de instinto de adivinación. Según Thomas A. Sebeok y Jean Umiker-Sebeok, en la yuxtaposición que hicieron en 1980 de Charles S. Peirce y Sherlok Holmes en su You Know My Method: “todo nuevo conocimiento depende de la construción de una hipótesis. Sin embargo, y dicho citando la página 238 del octavo volumen de los Collected Papers de Peirce: “Al comienzo no parece haber lugar alguno para preguntar qué la apoyaría, pues del hecho concreto de que se dispone sólo se desprende un tal vez (tal vez sí y tal vez no). Hay, sin embargo, una clara tendencia en dirección a la confirmación; y la frecuencia con que la hipótesis se establece como un hecho concreto (…) pertenece a los más sorprendentes entre los milagros del universo”.

(23) Friedrich Nietzsche, Lou van Salome, Paul Rée, Documentos de un encuentro, Laertes, Barcelona, 1982, p. 185-186. Todas las citas a la correspondencia y notas de Nietzsche y Lou Andreas-Salomé, han sido tomadas de: Friedrich Nietzsche, Lou Andreas-Salomé, Paul Rée, Documentos de un encuentro, y se identifican con (D y número de página) en el texto. Las cartas que Lou Andreas Salomé envió a Nietzsche, fueron destruidas por su hermana Elizabeth. Las únicas que se conservan son estas copias del archivo personal de Lou.

(24) Las otras dos partes del poema fueron escritas, la segunda en Sils-María, entre el 26 de junio y el 6 de julio de 1883. Y, la tercera, entre el 8 y el 20 enero de 1884, en Niza. Aun cuando las tres partes fueron publicadas por separado, se considera el año de 1884 como el de la conclusión y publicación. Una cuarta y última parte fue escrita en 1885, como primera parte de una nueva obra de tres partes, titulada Melodía y eternidad, cuyas otras dos partes nunca escribió. Podría ser coincidencia que la escritura de la segunda y la tercera parte de Así habló Zaratustra se correspondiera con la campaña de venganza que contra Lou y Paul Rée desataron Nietzsche y su hermana. La escritura de la cuarta parte se corresponde con la lectura de Nietzsche al primer libro de Lou, la semi-novela, En la lucha por Dios, publicado en 1884.

(25) Curt Paul Janz, Friedrich Nietzsche. 3. Los diez años del filósofo errante (Primavera de 1879 hasta diciembre de 1888), Alianza, Madrid, 1985, p. 120.

(26) María Zambrano, Hacia un saber sobre el alma, Alianza, Madrid, 1987, pp. 157-158.

(27) Giordano Bruno, Los heroicos furores, Tecnos, Madrid, 1987, pp. 56-57. “TANSILLO: Se suponen, y de hecho existen, varias especies de furores, todas las cuales se reducen a dos géneros: los unos manifiestan únicamente ceguera, estupidez e ímpetu irracional, tendiendo a la insensatez ferina; consisten los otros en cierta divina abstracción por la cual algunos alcanzan a ser en verdad mejores que los hombres ordinarios. Y estos son a su vez de dos especies, pues ciertos individuos, al haberse convertido en habitáculo de dioses o espíritus divinos, dicen y obran cosas admirables de las que ni ellos mismos ni otros entienden la razón (…). Otros, por estar avezados o ser más capaces para la contemplación y por estar naturalmente dotados de un espíritu lúcido e intelectivo, a partir de un estímulo interno y del natural fervor suscitado por el amor a la divinidad, a la justicia, a la verdad, a la gloria, agudizan los sentidos por medio del fuego del deseo y el hálito de la intención y, con el aliento de la cogitativa facultad, encienden la luz racional, con la cual ven más allá de lo ordinario; y estos no vienen al fin a hablar y obrar como receptáculos e instrumentos, sino como principales artífices y eficientes”. (28) Mircea Eliade, El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis, Fondo de Cultura Económica, México, 1986.

(29) La versión, más amplia y detallada de los eventos que rodean “El secreto de Monte Sacro”, la ofrece el esposo de Lou, H. F. Peters, en la biografía titulada: Mi hermana, mi esposa, la vida de Lou Andreas-Salomé, Plaza & Janés, Barcelona, 1980, pp. 94, 95, 96: El episodio de Monte Sacro se sucede, a finales de abril de 1882, luego de la propuesta que Nietzsche les hace a Paul Rée, Lou y a la madre de esta, para realizar una excursión a Orta, la que ellos no tenían prevista en su itinerario: “Lou se mostró de acuerdo con la idea de la excursión, por lo que, a primeros días de mayo, los cuatro se encontraban en el pueblecito de Orta, situado en una pequeña península de la orilla oriental del lago, frente a la isla de San Giulio. Inmediatamente a su espalda se alza una colina de unos cien metros de altura, cubierta de bosques, consagrada a san Francisco y que lleva el nombre de Monte Sacro, debido a las numerosas capillas votivas que hay en sus laderas. Vetustos edificios, iglesias y monasterios animan el paisaje, y pequeñas aldeas se arraciman en las rocosas orillas del lago”. Es, hacia esa isla y la célebre basílica del lugar, a donde se dirigen los cuatro excursionistas. Y, continúa H. F. Peters: “El piadoso encanto de San Giulio no desconcertó a Lou AndreasSalomé. Ella era una buena creyente; para ella, todo aquello no era más que la prueba de la omnipotente presencia de Dios. Rée, por el contrario, que ni creía ni quería creer, se sentía irritado por aquel ambiente de devoción que parecía inmune a su burlona ironía. Sólo tenía un deseo: abandonar Orta lo antes posible; pero no consiguió realizarlo, pues Lou y Nietzsche estaban plenamente cautivados por la magia del lugar. Ambos iban en busca de una nueva fe -y éste es el secreto de su afinidad-, una fe que les confirmara la grandeza de la vida y el deleite que proporciona a los sentidos. ¿Era ésta la respuesta a su pregunta: la conjunción de la belleza y la santidad? ¿Era la vida divina, en tanto que fenómeno estético? Al volver a Orta, Nietzsche y Lou decidieron continuar la peregrinación y visitar las capillas de Monte Sacro. La madre de Lou y Paul Rée pretextaron cansancio y dijeron que los esperarían en la orilla. Entonces, se le ofreció a Nietzsche la gran oportunidad: por primera vez, estaba a solas con Lou”. “Nadie sabe lo que ocurrió durante aquel paseo, ya que no hubo testigos. Que ocurrió algo, es indudable, a juzgar por los errores y extravíos subsiguientes. Dice Lou en sus Memorias, que Monte Sacro debió cautivarla, por lo menos, a causa de un inesperado enfado de mi madre, tuve que advertir que Nietzsche y yo estuvimos demasiado tiempo en Monte Sacro, lo cual también observó de muy mal talante Paul Rée, que estaba haciéndole compañía”. “El tiempo que permanecieron Lou y Nietzsche en Monte Sacro, debió ser mucho más del prudente, y dice Peters: Hasta ahora, se ha supuesto que se quedaron para ver la puesta del sol sobre Santa Rosa. Pero desde Monte Sacro no se divisa Santa Rosa; la razón debe ser otra. Es posible que el ambiente y el hallarse a solas por primera vez acentuara su íntima afinidad y, enfrascados en su conversación, no se dieron cuenta de que pasaba el tiempo. Pero si fue éste de verdad el único motivo de su retraso, por qué dijo Lou a Ernst Pfeiffer, el amigo a quien trató en los últimos años de su vida: “¿Si besé a Nietzsche en Monte Sacro? Ya no lo sé”. “¿Y a qué se refería Nietzsche al decir, aludiendo a aquel paseo: “El sueño más maravilloso de mi vida, lo debo a usted?”. “Y, por fin, ¿por qué escribió Rée, meses después, en una carta a Lou?: “A propósito, sigo estando algo celoso, y se comprende. ¿Qué actitud, qué entonación, qué visión asocias al nombre de Monte Sacro? ¿Por qué estimó necesario otorgarle una grandiosa absolución general?”. ¿Qué había, pues, hecho Lou?”.

(30) Aquí, indudablemente, se conectan y corresponden los mitos de los primitivos románticos: Ludwig Tieck, Tannhäuser y, con posterioridad, de Wagner, Tannhäuser, Nibelungos, como puede abducirse de lo que escribe Rüdiger Safranski, Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán, Tusquets, Barcelona, 2009, p. 94: “El relato de Tieck sobre los atractivos de la montaña de Venus se convirtió en una cantera para posteriores elaboraciones, sobre todo la de Wagner. Pero ante todo, Tieck ha continuado un motivo presente en El rubio Eckbert, a saber, la experiencia de que hay secretos que es mejor dejar “perdidos en la noche”. En Tannhäuser el secreto se refiere al embrujo peligroso cuando se unen el arte y el erotismo. Hay instantes extáticos a los que no se sobrevive porque después la vida cotidiana se hace ya insoportable. A este respecto Nietzsche usará la expresión “cumbres de arrobamiento”. Tannhäuser, según la redacción de Tieck, intenta contar este asunto a su amigo Friedrich. Hace una pausa y besa al amigo. A la mañana siguiente su mujer está muerta y Tannhäuser ha desaparecido. Pero aquel beso ha dejado a Friedrich fuera de sí: “Corrió a escapar con incomprensible prisa, para buscar la montaña mágica y a Tannhäuser, y desde entonces no lo volvieron a ver. La gente decía que quien recibe un beso de alguien de la montaña es presa de una atracción irresistible, que con poder mágico lo arrastra los abismos subterráneos”.

(31) Friedrich Nietzsche, Lou van Salome, Paul Rée, Documentos de un encuentro…, pp. 130 y 298.

(32) Eurípides, Hipólito, Gredos, Madird, 1991, v. 75 y 76, p. 328.

(33) Curt Paul Janz, Friedrich Nietzsche. 2. Los diez años de Basilea, (18691879), Alianza, Madrid, 1981, p. 98 a 100: “En el fragmento sobre Empédocles, Nietzsche, cita muy especialmente las leyendas sobre la autodivinización de Empédocles y su muerte en el Etna, leyendas que ya el tiempo ilustrado de Diógenes Laercio narra sólo como curiosidad. Separándose completamente de la tradición y yendo mucho más allá de los límites de la elaboración del tema, tal como se encuentra en el fragmento de Hölderlin (en relación a cuyo Empédocles, extrañamente, no puede encontrarse referencia alguna), da por compañera a su Empédocles, junto a su amado Pausanias, que también le reconocen Diógenes Laercio y Hölderlin, a una tal “Corina”. Existe una Corina histórica, fue una poetisa beocia que vino a Tesalia y según la leyenda habría sido maestra de Píndaro y le habría vencido en una competición poética. En cualquier caso se trataba de una mujer altamente intelectual. Y con ello comienza la simbólica personal que habría de acompañar a Nietzsche toda la vida, incluso hasta en la locura. Empédocles se convierte más tarde en Dionisos, Corina en Ariadna. Empédocles es un disfraz de sí mismo, y bajo Corina / Ariadna habría que suponer ya ahora, en el otoño de 1870, a Cósima”.

(34) Friedrich Schiller, Cartas sobre la educación estética del hombre, carta decimoquinta. Citado por Rüdiger Safranski, El Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán, Tusquets, Barcelona, 2009, p. 42.