La práctica somática: anatomía, intimidad y política

REVELATIONS, ALVIN AYLEY

Resumen
Este texto es una síntesis de mi experiencia como bailarina, docente e investigadora en educación somática. Hacerse cuerpo ha sido la aventura en la que me he descubierto, durante los últimos 26 años de mi vida. Es un artículo que religa el entrenamiento y visión del cuerpo desde la perspectiva de la danza contemporánea y la visión de cuerpo desde la somática. Cómo la noción de cuerpo migra, del cuerpo-ejecutante-maquina, al cuerpo sensible e inteligente. No en una contraposición irreconciliable e irreversible, sino como un proceso vivo en el que emergen capas continuas y discontinuas de la percepción corporal. Esta exploración de la percepción corporal, es el fundamento del reconocimiento de sí misma como individua en relación con contextos creativos y compartidos.
Palabras clave: bailarina, danza contemporánea, cuerpo, somática, percepción corporal, movimiento.

 

Abstract
This text is a synthesis of my experience as a dancer, teacher and researcher in somatic education. Becoming a body has been the adventure in which I have discovered myself during the last 26 years of my life. It is an article that links the training and vision of the body from the perspective of contemporary dance and the vision of the body from the somatic perspective. How the notion of the body migrates from the body-performer-machine to the sensitive and intelligent body. Not in an irreconcilable and irreversible contraposition, but as a living process in which continuous and discontinuous layers of bodily perception emerge. This exploration of bodily perception is the foundation of the recognition of oneself as an individual in relation to creative and shared contexts.
Keywords: dancer, contemporary dance, body, somatic, bodily perception, movement.

 

Me llamo Beatriz, soy bailarina, coreógrafa y educadora de movimiento somático. A través de esta ponencia quiero compartir con ustedes un proceso personal y colectivo. Este proceso da testimonio de la metamorfosis de un Cuerpo a Soma, un proceso en el que las formas emergen y se diluyen en una dinámica viva y cíclica. Una metamorfosis serenamente inacabada.

 

El cuerpo en movimiento ha sido para mí, el campo de experimentación, el lugar concreto donde toman forma mis pensamientos, intuiciones, acciones y angustias. Al principio de la carrera como bailarina, el cuerpo era una experiencia de potencia, de competencia, de reproducción de movimiento a primera vista. La velocidad y la fuerza me proporcionaban el sentido de mí. No sé cuándo o cómo empecé a dudar de esa fuerza y de esa velocidad como identidad. En los momentos a solas, no me reconocía en ella, esa fuerza no me sostenía y la velocidad no se manifestaba cuando quería gestionar mis estados de ánimo y los intercambios afectivos con lo otro, con los otros.

 

¿Por qué podía ser tan rápida afuera y tan lenta adentro?, ¿cómo es que podía sentirme ligera en la técnica y tan pesada en el cotidiano?, ¿quién era yo cuando bailaba? y ¿quién era yo cuando no bailaba? Y no es que yo quiera contar aquí una historia terapéutica, no, esta es mi manera de hacer filosofía. Yo creo que la filosofía nace en las curiosidades y los malestares del ser, para luego difundirse y encontrar lugar en el diálogo público. Y qué más íntimo y paralelamente público, que la percepción de sí, a través de ser cuerpo.

 

La experiencia de ser cuerpo se ha densificado con los años, con la práctica de movimiento, no sólo de la danza sino también de la practica somática. Recuerdo la primera vez que la palabra SOMÁTICA abrió un espacio de curiosidad e incredulidad en mi consciencia. Cursaba el Diplomado en Investigación y Docencia de la Danza Contemporánea, organizado por la maestra Lin Durán en el Centro de Investigación y Documentación de la Danza, José Limón. Recuerdo estar en una clase que dictaba Jenet Tame. Ella hablaba de los huesos, nos mostraba cómo tocarlos y cómo la percepción de ellos podría cambiar la manera en que nos movemos e improvisamos.

 

Me llamó la atención el ritmo con el que hablaba, la seguridad con la que nos invitaba a tocar los huesos de los otros, yo sabía que existían los huesos e incluso me sabía algunos nombres, pero lo que ella pedía era sentir la densidad, la forma, moverse desde los huesos, ¡respirar en ellos! Me dije: ¿es que eso es posible?, me sentí desorientada en aquella atmósfera de tejido óseo. Valga decir que para ese momento yo había acumulado una decena de años de experiencia como bailarina. Lo que condujo mi curiosidad para entender aquella experiencia fue justamente, que no había tenido una experiencia de huesedad, de ser hueso, en lugar de ello se hizo presente la frustración de encontrarme en un estadio de mi ser danzante ¡que no daba testimonio de sus huesos! Aquello que describe Tame con tanta naturalidad, con la seguridad de quien habla de posibles, para mí en ese momento no era posible.

 

Ahí comenzó el camino que hasta ahora orienta mi búsqueda estética y pedagógica. Después de algunos años de ser docente en varias escuelas del Instituto Nacional de Bellas Artes, me invitaron a formar parte de la planta de maestras del Centro de Investigación Coreográfica. En el CICO, como comúnmente lo llamamos, desarrollé el núcleo de mi Investigación somática, al lado de maestras y colegas como Jenet Tame, Ana González, Araceli León y María Sánchez. Este núcleo hoy sigue desprendiendo capas de conocimiento aún inexploradas, diversificando mi visión de la danza y del cuerpo en movimiento.

 

Para mí, hoy es posible moverse sintiendo los huesos, moverse sintiendo mi fisiología que enriquece los matices y presencia en el movimiento. Esto es lo que comparto con las otras/os, ya sea a través de procesos de creación coreográfica o pedagógica; descubrimos y construimos juntas/os la experiencia de ser cuerpo en movimiento. Enfocamos la atención en nuestros diferentes sistemas y tejidos vivos haciendo evidentes las posibilidades de relación con el entorno, somos como una radio que puede sintonizar con diferentes canales gracias a nuestros contenidos anatómicos.

 

Llegados a este punto, ¿qué es la educación somática? es una práctica que desarrolla la consciencia del cuerpo en movimiento. Una exploración que se centra, en palabras de Iván Joly “[…] al ámbito de la fenomenología del cuerpo viviente donde el observador es el sujeto de su propia investigación”.

 

Un ser vivo se caracteriza por mantener una relación con su entorno. La práctica somática afina este diálogo, atestigua y regula los flujos de información entre el adentro y el afuera a partir de una observación sensorio-motora. Restablece nuestra capacidad para tomar decisiones desde la propiocepción, en los intercambios con el entorno, también vivo. ¿Cómo estructura la somática este tipo de experiencia? Sus ejes son: las imágenes anatómico/cinéticas, el contacto y la exploración en movimiento.

 

La anatomía, muchas veces aprendida como un rosario de términos a memorizar: en el nombre del humero, del cuádriceps, de la aorta, del calcáneo, del psoas, de la dura madre… ¡que me acuerde yo de todas!, migran de la noción de archivo verbal a la experiencia de densidad, volumen, peso, forma y textura. Gracias al contacto de las manos en diferentes partes del cuerpo y en relación a diferentes sistemas orgánicos, estas propiedades pueden ser registradas y transmitidas a manera de espejo fisiológico, aprendiendo unos de otros en un nivel sensorial. Las manos no son bisturís que dividen nuestros contenidos, sino lámparas subacuáticas que orientan la atención y aprenden de la correlación entre ellos.

 

La exploración en movimiento es la interfase que integra la información del ambiente interno y externo, vehiculiza en el espacio y en el tiempo la experiencia sensorial, muchas veces invisible. Es un movimiento, una presencia entonada a la situación. Este protocolo: imagen anatómica, contacto y exploración de movimiento, establece una comprensión de función y relación entre las diferentes capas de nuestro ser orgánico, resignifica la concepción de nosotros como seres vivos, rescatándonos de esa imagen de sí, sin cuerpo, sin peso, empoderándonos desde lo palpable, lo concreto, lo móvil. Vivido así, el cuerpo emerge en nuestra percepción como una serie de paisajes biológicos, concretos y vivos con las posibilidades creativas de lo vivo.

 

El cuerpo deviene yo-territorio, yo-memoria, yo-imaginación, yo-deseo, yo-ausencia, yo-presencia, yo SOMA; tejido palpitante absorbiendo y liberando experiencia. Integrándola a través de mis neuronas, moviéndola desde el calcáneo y el psoas, bombeándola a través de la aorta. Resonando en la capacidad para ser afectada y afectar a otros, desde la intimidad viva del ser en movimiento.

 

¿Qué importancia tendría el SOMA en la integración de la imagen de sí y en la metamorfosis del imaginario personal y colectivo? Me apoyaré en la creación arácnida, para responder a esta pregunta: Imaginemos que somos arañas, las arañas crean su telaraña con el hilo que emana de su propio cuerpo, así nosotros, a partir de nuestros procesos orgánicos conscientes o inconscientes producimos el hilo de nuestra telaraña (la imagen de sí en el mundo). Con dicha telaraña, atrapamos la vibración y el cuerpo de la otredad, tal cual la araña lo hace con su alimento. Esta otredad o realidad es siempre subjetiva, puesto que es captada a través de la particularidad de nuestra telaraña. En este sentido, el otro se define en la imagen de mi misma, en mi telaraña, es a partir de ella que delimitamos nuestros modos de interacción en el mundo.

 

La práctica somática permite tejer otros vínculos en la telaraña, sincronizando familiaridad y novedad en los procesos de percepción. Nutriendo al imaginario de la potencia de la materia que palpita. Así la araña, el hilo, la telaraña y su alimento, así nosotros, la percepción, la imagen de sí y el imaginario. A través de esta práctica podemos observar y corporeizar los PROCESOS de un sistema vivo y auto-organizado, como algo que ocurre aquí, con mi participación, reconociendo que la percepción es ante todo un fenómeno que implica al observador. Corporeizar nuestra anatomía, es comenzar desde lo que está siendo, puedo aprovechar mis recursos vivos, explorando otras maneras de enfocar mi paisaje interno, modificando los trazos en mi telaraña que diversifiquen la lectura del otro y de mí misma. Activando procesos que dependen de nosotros mismos.

 

La práctica somática favorece la germinación de los posibles; al modificar nuestra sensorialidad, modificamos nuestros afectos y con ello reorganizamos irremediablemente nuestro sentido de ser y estar en el mundo. La somática germina el hilo fisiológico de nuestra percepción, humedece las diferentes capas de tejido vivo, por tanto, el tejido de nuestras creencias, afirmaciones y dudas sobre la realidad, para accionar otros posibles en la esfera personal y pública, “[…] distribuyendo de otro modo lo deseable y lo que a partir de ahora será evaluado como intolerable”,[1] en palabras de Zourabichvili.

 

Esta práctica es un vaivén entre los territorios anatómicos y sensibles, las memorias de la afirmación de la existencia, y la producción de saberes y estéticas que se gestan en la intimidad y en lo colectivo desde el cuerpo viviente. La experiencia de lo íntimo producido de esta manera, conlleva a accionar en el mundo con densidad, volumen y forma. En la convivencia con los otros y consigo misma/o. Es una práctica migratoria entre lo íntimo a lo público.

 

En nuestras sociedades donde estamos expuestas, expuestos a una enorme cantidad de información, arraigarse al cuerpo rastreando lo que vale para mí, cuándo y cómo resulta vital para reactivar nuestra relación arácnida con el imaginario. Podría pensarse que la práctica somática es personal, pero me gustaría aclarar que estudiar y explorar nuestra anatomía es un proceso de doble dirección, que incluye en el mismo ciclo a mí y al otro. En mi quehacer artístico y pedagógico, la somática es un dispositivo concreto para acompañarme y acompañar a otros en la relación con lo indeterminado, con la metamorfosis, con lo que se forma desde la sensorialidad e inmediatamente desaparece dejando una huella, donde la intuición y el oficio organizan el movimiento como lenguaje.

 

El movimiento para mí, para nosotros, es un fenómeno que sucede entre sensorialidad, afectividad, conciencia y memoria. Buscamos el tránsito entre gesto, somática y estética. Proponiendo espacios donde la percepción colectiva tome cuerpo, donde sea posible cruzar juntes las fronteras de lo habitual, inaugurar otros modos de relación, que distribuyan de otra forma los flujos de información entre los somas. Gestionando las sensibilidades que emanan de unos y otras inaugurando acciones más horizontales, inmediatas y accesibles, donde otros posibles se concreticen.

 

¿Un cuerpo vivido en primera persona, que gestiona su capacidad de afectar y ser afectado, es un acto político?, ¿Orientarse desde las resonancias vivas y compartirlas, es política? Dice Deleuze: “[…] hay un tipo de sobriedad que exige ser conquistada, una involución que nos permite deshacernos de muchas capas y que nos conduce a crear las líneas más simples, más puras, más vitales, como en un dibujo japonés”.[2] Para mí, esta podría ser una definición de la práctica somática, guiarse por lo simple y vital que hay en nosotros, herencia milenaria de la evolución, donde la otredad se hace presente.

 

Bibliografía

  1. Abram, David, La magia de los sentidos. Kairós, Barcelona, 1999.
  2. Bainbridge Cohen, Bonnie, Sentir, ressentir et agir. Contradanse, Bruxelles, 2002.
  3. Deleuze, Gilles, Una vida filosófica, editado por revistas Sé cauto y Euphorion, Medellín, 2002.
  4. Montagu, Ashley, El tacto, la importancia de la piel en las relaciones humanas. Paidós Ibérica, Barcelona, 2004.
  5. Pal Pelbart, Peter, Conversaciones en el impase: dilemas políticos del presente. Sobre el agotamiento de los posibles. Tinta limón Ediciones, Buenos Aires, 2009.

 

Notas
[1] Deleuze, Gilles une vie philosophique, ed. cit.
[2] Pal Pelbart, Peter, Conversaciones en el impase: dilemas políticos del presente. Sobre el Agotamiento de los posibles, ed. cit.