Taubes, Jacob, Del culto a la cultura: Elementos para una crítica de la razón histórica., Katz Editores, Buenos Aires, 2007. pp. 398. ISBN 978-84-96859-14-2
Maximiliano E. Korstanje
Int. Society for Philosophers, Sheffield.
Reino Unido.
Del Culto a la Cultura se presenta como una compilación de cuatro secciones en donde Jacob Taubes expone con claridad magistral la relación que se da entre política, religión, cultura y teología. En diálogo constante con autores de la talla de Benjamín, Buber, Heidegger, Nietzsche, Barth y Strauss entre otros, Taubes infiere una forma nueva de comprender la teología y su fundamento dentro del orden social. Siguiendo este razonamiento, el filósofo alemán sugiere que tanto la teología como la cultura construyen un tejido simbólico para poder comprender el medio y las frustraciones que de éste derivan. Partiendo de la premisa que el mundo se presenta como extraño al hombre, la cultura permite una reconciliación entre la monstruosidad de lo conocido, con lo habitable. A tal efecto, teología y religión ofrecen recordatorios que apuntan a la excepcionalidad del ser humano frente al resto de la naturaleza. Mientras la cultura tiende a homogeneizar para traer seguridad, la religión implica una ruptura del ser consigo mismo y con su ambiente.
En los capítulos iniciales que conforman este valioso trabajo, Taubes hace una distinción capital para poder entender toda su obra entre la profecía y la apocalíptica. Cuando el Dios de Israel hablaba a los profetas le da a este pueblo no solo una razón para vivir, sino la idea que el futuro no se encuentra cerrado, ni mucho menos predeterminado (en negociación constante). Las profecías, en este sentido, son futuro en movimiento constante. Si todo profeta tiene un mensaje el cual puede ser rechazado o aceptado, el discurso profético nace de una llamada divina que puede ser ignorada. Por el contrario, el Apocalipsis cercena todo diálogo con el futuro no dándole a la humanidad ninguna posibilidad de acción. Lo escrito confiere una fuerza letal al destino a tal punto de clausurarse a la predestinación. No existe en el mensaje apocalíptico motivo alguno de esperanza para con los seres de este mundo frente a la ira de Dios. Taubes aclara que la narrativa apocalíptica es resultado de una crisis manifiesta del sistema de creencias. Cuando el mensaje falla, y los hechos no se cumplen como marca la profecía, se origina un quiebre en el seno de la estructura religiosa que desafía el poder de la norma. La rutina sacralizada en ley es reemplazada por una nueva creencia carismática. Esta parece ser la tesis central del libro, que luego Taubes sostendrá en los capítulos sucesivos cuando examine las similitudes y diferencias entre el Cristianismo temprano, el sabatismo y el antiguo culto de Israel.
Básicamente, una de las rupturas principales del cristianismo con el judaísmo, ha sido el rol hegemónico del amor como estructurante de todas las relaciones de la comunidad y el desprecio por la ley. Si el pueblo de Israel se había construido a través del discurso instituido luego de la diáspora, pero por sobre todo por el papel predominante de la ley en la vida social, entonces el cristianismo propugnará un discurso antagónico. La disputa con la sinagoga (de la Iglesia Católica y del Estado) no se fundamenta en la diferencia de culto, sino en la forma en que Dios se comunica con los hombres. Para el judaísmo, la primera alianza está determinada por la ley y la palabra de Dios. No existe pueblo, sin jerarquía ni ley. En contraposición, el cristianismo promueve no solo la creencia de la humanización divina, sino que ella sólo puede ser posible por medio de la fe y del amor. La posición cristiana no puede, pese a su aversión al judaísmo, vivir sin éste. En parte, ello se debe a la falta de un “misterio esencial” que confiera un significado al culto. Los cristianos deben asumir, entonces, que son el resultado de procesos de crisis que los anteceden, y cuyas consecuencias se encuentran históricamente ligadas al judaísmo.
Según este argumento, Taubes infiere que “el pensamiento cristiano es, por lo tanto, que el pueblo judío tiene un papel fijo en los hechos sagrados de la cristiandad. La historia de Israel es la raíz del árbol de la redención; Israel, al rechazar a Jesús como el Cristo, actúa como un elemento negativo pero necesario en el proceso de la redención” (Taubes, 2007, p. 90).La historia enseña que la Iglesia Católica protege a sus miembros pero a la vez, y en complicidad con los Estados europeos, ha perseguido, aislado y desterrado a aquellos que consideraba “herejes”. Las compilaciones del Imperio romano confieren un sentido estrictamente político al cristianismo por medio de la cual los hombres pueden interpretar su mundo y el mundo de los otros. La conversión, durante este lapso, se transforma en un arma de adoctrinamiento interno que puede hacerse fuerte en el temor de la inquisición, pero por sobre todo, gracias a la creación de la doctrina “apocalíptica” presente en las obras de Juan.
No obstante, la modernidad parece haber destruido todas las conexiones del hombre no solo con su Dios sino también con las religiones como guías sagradas. Este cambio radical se da con el giro copernicano y el abandono de la astronomía ptolemaica. Taubes aclara que el hombre ha creado la historia cuando su sentido del mundo quedó destruido. Asimismo, la concepción de la historia de Joaquín del Fiore y los escritos de Hegel fueron críticas certeras que culminaron con el advenimiento de la modernidad. Particularmente, eso sucedió porque la condición del nuevo ser no acepta la relación jerárquica como forma de vínculo dentro de la sociedad. El hombre internaliza el paso del tiempo luego que su posición hegemónica en el universo es reducida y relegada, dando lugar al nacimiento de un nuevo instrumento, la razón histórica. Todo contexto histórico tiene relevancia dentro de su teología. La concepción de la historia, concluyentemente, es el resultado de dos factores principales. El primero y más importante es el proceso de secularización y el avance de la razón instrumental. El segundo, una modificación ontológica sustancial dentro de lo que se constituye como el objeto de estudio de la teología. Estos dos elementos combinados, explicarán, la muerte de Dios y la necesidad del hombre de ocupar su lugar (o en otras palabras la concepción de la nada como sustantivo, presente en los abordajes de Heidegger).
Taubes, en forma brillante, escribe:
“Como el orden externo del universo ha perdido significado, la única dimensión en la que el hombre puede tener su lugar para vivir es en su propio ser. A la interioridad del hombre le corresponde el tiempo como sentido interno; por consiguiente, después de que su lugar en el cosmos se viera sacudido, la historia pasa a ser su lugar. El método histórico de la modernidad no puede entenderse con una investigación de acontecimientos pasados. Este método sólo se hizo posible en el marco de una específica concepción de la historia, característica del tiempo moderno” (p. 211).
La investigación histórica trabaja sobre su cadáver buscando hacer una necrología. El evento no está vivo ni en movimiento, sino que debe ser inmovilizado por la muerte misma. En perspectiva, la búsqueda del cristianismo histórico se transforma, según el tratamiento de Taubes, en plena ideología burguesa. Por combinación del método científico, el conocimiento puede avanzar sólo bajo condición que su objeto se encuentre inmóvil. Empero, su avance tiene un obstáculo manifiesto: la teología. ¿Cómo afirmar que Dios ha muerto en un mundo donde la teología domina a las otras disciplinas?. Taubes no se equivoca cuando explica la teología es un esfuerzo racional por hacer de Dios un objeto, de racionalizarlo y en consecuencia de exterminar su influencia divina en la sociedad moderna. Por lo expuesto, la racionalización de Dios implica su propia extinción.
A lo largo de la lectura del presente trabajo, Taubes va a describir como el principio de secularización se ve acelerado por una crisis de valores que afectan seriamente a la autoridad de los centros ejemplares europeos. Esta ruptura no solo interpela a la Iglesia sino a los propios reyes o sus formas de gobierno. La legitimidad del monarca, como nunca antes, comenzaba a ser seriamente cuestionada. La filosofía medieval y la astronomía ptolemaica defendían el principio jerárquico “arriba-abajo”, pero como toda teología es un concepto político, también con este presupuesto quedaba claro la sumisión del pueblo por su rey. La ilustración y el poder de la razón comienzan a socavar las bases de una doctrina que ya estaba en vías de extinción. En forma textual, el profesor Taubes afirma “con el giro de la filosofía medieval a la filosofía moderna, la idea del orden jerárquico fue reemplazada por la idea de equilibrio, idea que no ha recibido la necesaria atención teniendo en cuenta que es uno de los conceptos clave en la gramática de los motivos de la modernidad, ya sea en el ámbito económico, político o astrológico” (p. 272).
Precisamente, el sentido del equilibrio servía como puente y pretexto explicativo entre la necesidad de introducir la democracia como nueva forma de emancipación y con ella la liberalización del consumo, y el principio político de autonomía entre los poderes del estado (a saber legislativo, judicial y ejecutivo). El equilibrio según la nueva concepción confiere una nueva función a la providencia divina y pone a los hombres en igualdad de condiciones frente a Dios. Por lo tanto, el poder de la ley que había iluminado al Pueblo de Israel, y había sido objetada por la teología de Pablo cede frente a la arbitrariedad de los sentimientos (sobre todo el amor profesado por el Cristianismo). Por lo tanto, el progreso del hombre, siempre hacia delante, implica la muerte de todos los dioses, ya que la autoridad de la razón debe, como la organización de los poderes, ser independiente y autónoma de la voluntad de Dios. Estamos, frente a lo que Taubes llama la “muerte del mito” y la intelectualización racional de Dios, lo cual no es otra cosa que la consolidación definitiva de la teología como rama académica de estudio filosófico. La concreción de la idea de estudiar a Dios como objeto, simboliza su propia muerte y racionalización.
El derrumbe de la sociedad medieval no parece ser un acontecimiento aislado sino que surge como colapso general de las ideas en la vieja Europa. Ese hecho destruye el orden cosmológico que fundamenta las bases de la jerarquía del rey y la nobleza. La ejemplaridad del arriba frente al abajo, será desde entonces más que una mera anécdota y pronto el mundo moderno, lejos de Dios y de la ley comenzará a experimentar un caos sin precedentes. En este sentido, el mundo se clausura para experimentar una nueva forma de salvación (propia del protestantismo) dentro de la lógica de la predestinación. En este punto, el trabajo de Taubes puede vincularse académicamente a otros de igual envergadura como los de Mircea Eliade, Max Weber, Martín Heidegger, Claude Levi-Strauss, Leo Strauss, y David Harvey.
Si bien es difícil poder resumir objetivamente el trabajo de un erudito como Jacob Taubes en apenas pocas palabras, hemos hasta aquí, descrito los puntos más relevantes de su obra y los aspectos más representativos de la relación dada entre política, creencias y legitimidad. Más allá de la polémica que en algunos pensadores ha despertado sus afirmaciones, el libro de Taubes, es, sin lugar a dudas, uno de los mejores trabajos que he leído en la materia, una invitación seria a dialogar con los efectos de la modernidad pero también con sus causas.