Rieles al infinito

Rieles al infinito

Rieles al infinito: sobre el uso de la metáfora en la filosofía de Wittgenstein

Resumen

Existe una pluralidad de formas de expresar filosofía. Desde la forma casi insondable de Hegel, pasando por las sentencias nietzscheanas, hasta la forma francamente asistemática de la filosofía de Wittgenstein, la prosa filosófica riñe continuamente con el significado literal de los propósitos, pero la situación parece volverse más compleja, o quizá en ocasiones gane en claridad, cuando agregamos un significado metafórico a la expresión de las ideas filosóficas. En este texto pretendo revisar el uso de la metáfora en el contexto de la filosofía de Wittgenstein. Sin embargo, cuando hablamos del filósofo austriaco debemos reparar en el periodo desde el cual partimos, por ello debo decir que sería más correcto confesar que revisaré no tanto el uso, como los usos de la metáfora en Wittgenstein. En este caso, me ceñiré a tres usos identificables en un mismo número de obras, a saber, en el Tractatus logico-philosophicus, en las Investigaciones Filosóficas y en la obra insignia de lo que se ha dado en llamar el “tercer Wittgenstein”, es decir, Sobre la certeza. En términos generales, los usos de la metáfora en Wittgenstein pueden manifestarse de varias formas, destacaré tres formas: una exclusiva del periodo primero del Wittgenstein tractariano, la enigmática y paradójica metáfora de la escalera; en segundo lugar, lo que se puede denominar como metáforas descriptivas; y por ultimo un caso singular de metáforas wittgensteinianas que reclaman la función de ser redescriptivas.

 

Introducción

Partamos de una idea casi generalizada cuando hablamos de la prosa filosófica. La idea sostendría que el conocimiento filosófico es fundamentalmente conceptual. De esta forma, aspira a una objetividad, universalidad, y uniformidad en la comprensión de lo que se pretende comunicar. Dado lo anterior, el uso de metáforas es un recurso retórico para apoyar, refrendar, condensar, o resolver cierta complejidad en la expresión literal de nuestros propósitos. Lo característico de este recurso es su forma indirecta de aludir a lo que es el caso.

Si bien el uso de metáforas es común en la literatura filosófica, en el caso del pensamiento de un filósofo central como lo es Wittgenstein, la metáfora adquiere una variedad de usos que no dejan de parecer contrastantes con respecto a lo que quieren significar. Mientras que en el llamado primer Wittgenstein la metáfora parece tener una forma enigmática que riñe continuamente con la misma transparencia que el filósofo austriaco exigió para su Tractatus, por lo menos hasta la última parte de la obra, en el conjunto de metáforas del segundo Wittgenstein se muestra una forma auxiliar para ilustrar, condensar, cuando no incluso arrojar una mejor comprensión de lo que pretendió sostener. Sé, y  admito, que cualquier metáfora trata de agregar inteligibilidad cuando los conceptos parecen no lograr el propósito de comunicar cabalmente, o quizá cuando los conceptos quedan francamente rebasados. En el caso de Wittgenstein, específica y especialmente en el Tractatus, la metáfora es un recurso a la mano cuando tratamos de darle sentido al sinsentido y, no obstante, resultar comprensibles.

 

 

 

 

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La metáfora más citada, socorrida, llevada y traída, de ese contexto primero de Wittgenstein es la de la escalera.[1] En la proposición 6.54 del Tractatus logico-philosophicus, proposición penúltima de la, permítaseme una frivolidad, argumentalmente hermosa obra, dice Wittgenstein:

6.54 Mis proposiciones son esclarecedoras de este modo; que quien me comprende acaba por reconocer que carecen de sentido, siempre que el que comprenda haya salido a través de ellas fuera de ellas. (Debe., pues, por así decirlo, tirar la escalera después de haber subido.) Debe superar estas proposiciones; entonces tiene la justa visión del mundo.

 

La escalera wittgensteiniana es el caso de una metáfora que en mi opinión resulta paradójica. Y resulta así porque si atendemos los propósitos wittgensteinianos, el objetivo del tractatus es el de elaborar una serie de elucidaciones de la lógica que subyace a nuestro lenguaje significativo. En términos generales, la empresa del autor en esta obra es la de aquel que pretende revelar los límites del significado, trazando dichos bordes con la pureza lógica como espacio de lo posible. Si es esta una lectura afortunada de las metas que se juegan en las páginas tractarianas, debemos decir que si la metáfora de la escalera es una forma de ilustrar el proceso por medio del cual podemos tener una comprensión diáfana de nuestro mundo, a través del lenguaje que empleamos para expresarlo,  entonces debemos ser consecuentes y cuestionar si acaso la escalera wittgensteiniana no es una forma de escapar a ese lenguaje directo y transparente para referir nuestros propósitos.

La redacción del Tractatus riñe claramente con algunos de sus medios. Es claro que dicha obra está atravesada por la distinción decir/mostrar. Parece también indisputable que aquello que se muestra está fuera del espacio lógico de lo posible. Sin embargo, la metáfora empleada en la penúltima proposición tractariana no trata de agregar ninguna coma a lo dicho por Wittgenstein en el ámbito de lo que se muestra, lo que pretende es arrojar una mejor comprensión de aquello que se puede decir con claridad. ¿Pero si puede decirse con claridad, entonces para qué agregar un elemento ilustrador que suele interpretarse como indirecto? Puede decirse, no sin razón, que la intención de Wittgenstein es ilustrar el sentido general del Tractatus, el propósito elucidatorio que persiguen sus proposiciones. En este sentido, la metáfora de arrojar la escalera una vez que se ha subido por ella ilustra la comprensión del sinsentido de las proposiciones tractarianas. Sí, es paradójico. Es una metáfora del sinsentido, en eso radica su carácter paradójico.[2]

El recurso retórico de la metáfora, como una forma de agregar inteligibilidad a nuestro discurso, trata de abonar claridad. Si el intento wittgensteiniano en el Tractatus se puede interpretar como una forma de esclarecer las condiciones lógicas de posibilidad de nuestro lenguaje significativo, y de lo que el mismo refiere, entonces la metáfora de la escalera contribuye poco a esa claridad, al contrario, puede oscurecerla, es desorientadora, dado que el recurso para ilustrar sus afirmaciones es una forma de refutación de sus mismos logros. Sin embargo, el contexto de esta obra paradigmática del primer Wittgenstein es paradójico por sí mismo, ya que la adjetivación de sus proposiciones como sinsentidos nos mueve a pensar si en realidad Wittgenstein nos pretende decir, o quizá sería mejor usar el mostrar, que el texto completo del Tractatus está plagado de sinsentidos. Lo cual, por cierto, tendría bastante sentido, ya que el tratamiento del filósofo del término sinsentido tiene por lo menos dos acepciones en el Tractatus, a saber, como aquellas proposiciones que no dicen nada, las que son analíticas en el sentido kantiano, y aquellas que son inexpresables conceptualmente, también en el sentido kantiano. Pero lo anterior forma parte de una exégesis que escapa a este esfuerzo.

 

 

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Lo que no escapa de nuestra revisión es el uso de la metáfora en el segundo Wittgenstein. Al contrario del Tractatus logico-philosophicus y los Notebooks, por ejemplo, el contexto de este segundo periodo es fecundo en el uso de este recurso retórico. Casi podría afirmarse que en las Investigaciones Filosóficas el uso de metáforas[3] es una condición sine qua non para la cabal comprensión de sus propuestas. El uso de lenguaje indirecto sin embargo tiene ahora sí una función clara. La metáfora en las Investigaciones Filosóficas tiene un propósito descriptivo.

Parece un lugar común decir que en su periodo segundo, Wittgenstein afirma que la función de la filosofía es describir y no explicar absolutamente nada. En ese sentido, cualquier recurso lingüístico debe incidir en el logro de una meta específica: mantenerse en el espacio de aquello que trata de describir. En otras palabras, Wittgenstein ya no desea “salir” o “estar antes” de los hechos para entenderlos. Ahora basta con describirlos en su propia dimensión, en su propio terreno.[4] La anterior aseveración nos da una posibilidad de interpretar a las metáforas descriptivas como ya inscritas en el lenguaje cotidiano: como un recurso necesario en la práctica de nuestras expresiones, y para el éxito en la comunicación de las mismas. Es de hacer notar que el uso de la metáfora en este segundo periodo, específicamente en las Investigaciones, no sólo es recurrente, sino es básico para hacer inteligible cualquier discusión respecto del lenguaje para expresar desde predicados psicológicos hasta la concepción que del lenguaje mismo tiene Wittgenstein.

El carácter descriptivo de la metáfora es el carácter descriptivo del lenguaje. De este modo, puede leerse que para el filósofo vienés el lenguaje metafórico es un uso entre muchos otros, que, en este caso, sirve para “tratar de dar exactamente con la fisonomía de la cosa, porque sólo el pensamiento encauzado con exactitud puede conducirnos por la ruta correcta. El vagón debe ser colocado con precisión milimétrica sobre los rieles, para que luego pueda rodar correctamente.”[5]

 

4. Una buena metáfora refresca el entendimiento[6]

De entre todas las imágenes que nos brinda Wittgenstein en las Investigaciones Filosóficas, rescato un par. Una de ellas es la que da título a este artículo. “Los Rieles al infinito” es una metáfora que no es presentada de forma literal, pero sí es cercana a la que utiliza el autor en el parágrafo 218 de la obra en cuestión:

¿De dónde viene la idea de que el comienzo de la serie es un trozo visible de raíles invisiblemente tendidos hasta el infinito? Bueno, en vez de la regla podríamos imaginarnos raíles. Y a la aplicación ilimitada de la regla corresponden raíles infinitamente largos.

 

La idea que trata de hacer asequible el autor es describir cómo opera nuestra convicción para seguir nuestra práctica cotidiana sin tener una manifestación  explicita del fundamento por el cual actuamos como actuamos. En otras palabras, en la discusión acerca de cómo seguir una regla, o cómo es que aplico los significados como justamente los aplico, Wittgenstein dirá que una vez aprendida una palabra, de la captación de su significado, entonces tendremos una destreza práctica que nos permitirá aplicarla con sentido en infinidad de casos posibles futuros. La discusión es acerca del escepticismo acerca de los significados. En este caso, la metáfora es la mejor forma de describir una capacidad dónde la literalidad alcanza a dimensionar las intenciones, pero quizá no llega a cubrir del todo las consecuencias de hacer claro el sentido de nuestras palabras.

Una segunda metáfora descriptiva de este segundo periodo es la que se consigna en el parágrafo número 18 de las Investigaciones Filosóficas.

…(¿Y con cuántas casas o calles una ciudad comienza a ser una ciudad?) Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas, de viejas y nuevas casas, y de casas con anexos de diversos periodos; y esto rodeado por un conjunto de barrios nuevos con calles rectas y regulares y con casa uniformes.

 

La metáfora representa dos cosas por lo menos, y ambas corren en contra del Wittgenstein temprano. En primer lugar, representa la descripción de una concepción nueva del lenguaje que abrazaba en ese entonces. En buena medida como una autocrítica a su primer concepción tractariana. En segundo lugar, el establecimiento de que el lenguaje tiene una naturaleza dinámica, en cuya residencia conviven anacrónicos y actuales significados. Pero cuya vitalidad esta otorgada por una necesidad de vérselas con diferentes transformaciones y adaptaciones para bautizar, referir, describir, aludir, y al hacerlo, otorgar en cada caso una noción suficiente de lo que pretenden significar. En la metáfora, el lenguaje puede verse como una ciudad que no necesita destruirse para erigir una nueva que describa o represente diáfanamente el mundo. Sino que toda ciudad es capaz de abarcar viejas acepciones y algunas novedades que parecen reñir con lo antiguo, pero sólo quizá representen barrios que detrás de su fachada de modernidad, esconden una tendencia a explicarse también a través de los viejos anhelos de sentido. Es decir, sólo llegamos a nuevos conceptos por medio de las viejas prácticas de significado.

Hay una incontable variedad de metáforas en este segundo periodo. Menciono algunas: parecidos de familia[7], la caja con el escarabajo para detonar cualquier pretensión de darle sentido a la ostensión privada[8]. Algunas más que tratan de ilustrar su concepción particular de la labor filosófica. Entre algunas que le sirven para este fin están: ayudar a la mosca a salir de la botella[9], la proclividad del filósofo a ver  los problemas como una enfermedad[10], etcétera. Sin embargo, seguramente más de un lector wittgensteiniano deberá preguntarse, y no sin razón, dónde está la acaso más famosa, citada, y encumbrada imagen wittgensteiniana para hablar del lenguaje. Este recurso retorico faltante es la metáfora del juego. Esta metáfora no la he incluido en este apartado sobre las metáforas descriptivas porque me parece que para Wittgenstein, al menos como medianamente lo alcanzo a leer, la metáfora del juego, e incluso la metáfora del río mencionada en Sobre la Certeza, representan un par de recursos que no solo aspiran a describir un caso o un problema, sino que tratan de redescribir[11] aquello que creímos sólo aludían ilustrativamente en el lenguaje metafórico.

 

 

 

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La metáfora en un sentido redescriptivo persigue incorporar una nueva forma de describir la realidad, o un aspecto de la misma. En ese sentido puede afirmarse que este uso de la metáfora esta en lidia constante con los términos legados por una taxonomía austera, o por un marco conceptual que muestra rincones anacrónicos. La pretensión de Wittgenstein al emplear tal recurso y darle este último uso que destacamos es buscar que nuestro entendimiento acerca de este aspecto redescrito de la realidad funcione, o nos muestre los caminos más ventajosos para comprender mejor sus distintas formas de manifestarse.

El juego como forma de ilustrar el lenguaje aparece, aunque no exclusivamente, en un conjunto de parágrafos de las Investigaciones Filosóficas.[12] Es en este lugar donde se pone en suerte el núcleo del periodo segundo del pensamiento wittgensteiniano, ya que el mismo se plantea como una autocrítica del anterior tractariano, y además porque en este segundo o tardío periodo hay una renuncia explícita a buscar la pureza de la forma lógica. En este propósito el uso de la metáfora del juego adquiere una función redescriptiva. El adjetivo para calificar el uso del recurso retórico se justifica sólo si pensamos que Wittgenstein no sugiere que estemos hablando de un nuevo aspecto de la realidad. Si la metáfora ahora redescribe, esto no significa que estemos hablando de otra cosa, que hayamos cambiado de tema. Al contrario, ahora se sugiere una forma distinta de poder asir una misma realidad, en este caso el lenguaje. Acaso dentro de los cambios que sugiere esta forma de tratar de comprender al lenguaje, incorpora una manera de caracterizarlo descriptivamente, a partir de considerarlo como un juego conformado por un conjunto finito de reglas explicitas e implícitas.

Otra metáfora que reconozco como redescriptiva es la del río en el contexto de la obra llamada Sobre la Certeza. Esta obra, que continuamente ha sido considerada como perteneciente a un periodo tercero de la filosofía de Wittgenstein, discrepa de las Investigaciones y del periodo tractariano porque está consagrada casi exclusivamente a cuestiones epistémicas.[13] De hecho, en Sobre la Certeza, la discusión versa alrededor del conocimiento que poseemos y nos resulta cierto. Por supuesto, la característica de ese conocimiento es que puede articularse en proposiciones del sentido común e idiosincráticas que resultan ser básicas para cualquier fundamentación de un conocimiento práctico. Esa es también una respuesta al escéptico. Las proposiciones son del tipo:

101.  “…Mi cuerpo no ha desaparecido nunca para volver a aparecer enseguida”

89. “…Todo habla a favor, nada en contra, del hecho de que la tierra existe desde mucho antes de mi nacimiento…”

 

Si coincidimos con Wittgenstein, y, por cierto, también con G.E. Moore, y admitimos que existen proposiciones incuestionables, que la tradición exegética wittgensteiniana ha llamado “bisagras”, entonces debemos tratar de captar el sentido de tales proposiciones y su función en nuestro cotidiano conocer y actuar. Si la metáfora permite instruirnos sobre el funcionamiento de un rasgo de nuestra realidad, entonces qué tipo de metáfora es la usada por Wittgenstein para ilustrar sobre esa condición incuestionable de las proposiciones, y cómo se describen aquellas que, en contraste, son perfectamente cuestionables. La metáfora aparece a partir del parágrafo 95 al 99 de Sobre la Certeza.

96. Podríamos imaginar que algunas proposiciones, que tienen la forma de proposiciones empíricas, se solidifican y funcionan como un canal para las que no están solidificadas y fluyen; y también que esta relación cambia con el tiempo, de modo que las proposiciones que fluyen se solidifican y las sólidas se fluidifican.

97. la mitología puede convertirse de nuevo en algo fluido, el lecho del rio de los pensamientos puede desplazarse. Pero distingo entre la agitación del agua en el lecho del rio y el desplazamiento de este último, por mucho que no haya una distinción precisa entre una cosa y la otra.

 

La metáfora trata de ilustrar las certezas que sostienen en gran medida nuestras convicciones prácticas. En este sentido, nuestras acciones cotidianas son una buena evidencia frente al escepticismo cuando muestran que la mejor forma de refutar a éste es levantarnos de cama, caminar sobre las aceras, o hacer predicciones sobre la noche y el día, y más enigmáticas, saber que soy yo y no cualquier otro por ejemplo. La importancia de la metáfora es de nuevo esa forma diferente de describir la realidad a partir de una concepción de renovación y movimiento.

Para concluir, diré que el uso de la metáfora en Wittgenstein resulta revelador de propósitos, al menos en esos tres usos que hemos destacado. En su periodo primero pudimos ver que el uso de metáforas es escaso. Una explicación sería  que resulta un despropósito tratar de ilustrar retóricamente aquello que se puede decir (significar) sin problema alguno. Era pues, el caso del Tractatus, un caso de economía retórica. O. si se quiere, de esplendor de literalidad. ¿Para qué oscurecer con formas indirectas  aquello que se puede decir claramente?

Es común pensar que el periodo que desemboca en las Investigaciones es aquel que sustituye la diáfana y clara forma lógica en aras de una forma gramatical. Pensamiento erróneo, creo yo. En todo caso, en este periodo tardío ya no hay algo como una “forma” que subyace a nuestro lenguaje. En este caso, prescindir de la forma, es apelar a múltiples formas que se establecen en el contexto de  cada práctica. Para expresar esta diferencia con una analogía: al principio señalé una característica que seguro me delata, expresé que el Tractatus era una obra que guarda una particular belleza argumental. Debo ahora decir que las Investigaciones riñen con toda autoridad con esa misma belleza argumental tractariana. Ahora, con ello, debo también reconocer que la diferencia fundamental existente entre la belleza argumental de las obras insignia de ambos periodos, radica en que las Investigaciones Filosóficas reconocerían que la belleza de cualquier argumento, si acaso hay tal, nunca se encuentra en estado puro. Pureza que en el Tractatus era una exigencia, más que un resultado.[14]

 

 

 


Notas:

 

 

[1] Quizá solo superada por la proposición, por cierto, siguiente en el orden del texto del  Tractatus, la famosa y no pocas veces citada arbitraria, injustificada e inconscientemente:  7. De lo que no se puede hablar, mejor es callarse.

[2] Por supuesto, no intento reducir  lo que se puede decir acerca del sinsentido de las proposiciones tractarianas a lo que ilustra una metáfora. El tema es importante porque con base en su discusión puede comprenderse el significado de lo que Wittgenstein llama como sinsentidos, en contraste con lo que denomina como carente de sentido (las tautologías y contradicciones).

[3] Es importante decir que en el ámbito de las Investigaciones, y de la obra Sobre la Certeza, Wittgenstein jamás se refiere al uso del recurso retórico de lenguaje indirecto como metáforas. De hecho, Wittgenstein habla de mitología para dar una ilustración condensada de sus propósitos literales. Por supuesto, la diferencia entre metáfora y mitología no es menor, sin embargo he decidido no discutirla ya que cuando Wittgenstein habla de una mitología detrás de su idea literal, está realmente hablando del uso de metáforas.

[4] Es en ese sentido que puede entenderse una de las más recurrentes conclusiones wittgensteinianas acerca de que la pureza que buscaba en el Tractatus era más una exigencia que el resultado efectivo de sus investigaciones.

[5] Wittgenstein, “Philosophy”, en The Big Typescript; editado y traducido por C. Grant Luckhardt and Maximilian Aue. pp. 3-39

[6] Wittgenstein, Observaciones diversas. Cultura y valor. Gredos, Madrid 2009. P. 563.

[7] La mención de dicha metáfora se encuentra en el parágrafo 67 de las Investigaciones Filosóficas.

[8] Ibid, parágrafo 293.

[9] Ibid, parágrafo 309.

[10] Ibid. parágrafo 255.

[11] La idea de redescripción es propiamente rortyana, el significado del término es el siguiente: “recrear todo…para convertirlo en un ‘así lo quise´… esta redescripción se lleva a cabo por medio de la metáfora, por medio de un uso diferente del lenguaje ya heredado, para que la vida humana triunfe en la medida en que escapa de las descripciones heredadas de la contingencia de la existencia y halla nuevas descripciones” Richard Rorty, Contingencia, ironía y solidaridad. Barcelona: Paidós. 2001.

[12] Concretamente, la mención inicia justo después del parágrafo 67. En ocasión de discutir el sentido de cualquier juego, sus características, sus elementos compartidos, etcétera, se da cuenta de la analogía del juego como una práctica que se conforma por un conjunto de reglas que le dan sentido a las acciones de cualquier participante del juego. Aunque en esa seguidilla de parágrafos se menciona la metáfora no es el único lugar de dicha obra en donde aparece. La metáfora, así como la idea que sugiere, implícita y explícitamente, recorre el total de la obra.

[13] Por supuesto, no hay un desinterés por el lenguaje. Al contrario, la temática epistémica se reconoce en el contexto de esta obra, a partir de proposiciones de nuestro lenguaje cotidiano.

[14] Ésta última afirmación es una paráfrasis de la proposición 107 de las Investigaciones Filosóficas.

 

 

 

Bibliografía

Rorty, Richard; Contingencia, ironía y solidaridad. Barcelona: Paidós. 2001.

Wittgenstein, Ludwig; Investigaciones Filosóficas, IIF/Crítica, México 1988.

———————— Tractatus logico-philosophicus, traducción, introducción y notas de Luis M. Valdés Villanueva, Tecnos, Madrid 2007.

—————————– Sobre la Certeza, traducción de Josep Lluis Prades y Vicent Raga, Gedisa, Barcelona 2006.

—————————– The Big Typescript; editado y traducido por C. Grant Luckhardt and Maximilian Aue.