El principio vocacional de la filosofía en Eduardo Nicol

Home #16 - Nicol El principio vocacional de la filosofía en Eduardo Nicol
El principio vocacional de la filosofía en Eduardo Nicol

Mi verdadera condición, es decir, vocación,

ha sido la de ser, no la de ser algo,

sino la de pensar, la de ver, la de mirar,

la de tener la paciencia sin límites

que aún me dura para vivir pensando.

María Zambrano

Un expedito análisis de la situación mundana actual nos llevaría a suponer que vivimos en el peor de los mundos posibles, en un planeta decadente, contaminado, explotado, habitado por seres envidiosos, egoístas o ciegos, que se odian unos a otros y se asesinan cruelmente, como si la violencia se hubiese filtrado en todos los ámbitos de nuestra vida, pues aun en tiempos de paz se violenta con la palabra. En esta época podemos constatar que, a pesar de la incansable búsqueda de armas de destrucción masiva por parte de las naciones imperialistas para su fingido resguardo a favor de la paz mundial, el logos ha sido utilizado como artefacto de guerra y de él se ha servido el hombre para continuar con las imposiciones, las hostilidades y los desacuerdos durante siglos. Dice Eduardo Nicol en su extraordinario ensayo El porvenir de la filosofía que éste es el contraste que caracteriza nuestro tiempo:

Antes la violencia era explosiva pero discontinua. La palabra pertenecía al orden de la paz, era eventual su agresividad, en estado de guerra era deformación y anomalía pasajera. Ahora la violencia es universal y continua, abarca lo público y lo privado, y la palabra violenta no sólo se deja oír en plena guerra, sino que es instrumento bélico en plena paz. Lo que desaparece, por tanto, es esta plenitud auténtica de la paz.1

Pareciera que vivimos en un mundo que se colapsa a cada instante por las acciones de hombres transgresores, despiadados e iracundos, que hacen manifiesto un desprecio por el bien-estar humano y un ausente respeto por la vida; un mundo en donde las guerras son telemáticas, las muertes virtuales y la palabra artillería pesada. Vivimos en un medio paradójicamente inhabitable, donde los más altos valores éticos, morales, estéticos y vitales agonizan en la mazmorra gélida del pragmatismo y las ambiciones humanas han arrojado a los hombres al abismo del utilitarismo. Presenciamos el fracaso del proyecto civilizatorio y lo que algunos pensadores vislumbran en el horizonte no es más que exterminio y desesperanza, pues es como si un velo invisible de negatividad cubriera nuestro entendimiento, como si se hubiese desarticulado la razón y fuese imposible sostener la relación entre vida y verdad. Es decir, todo indica que peligra el porvenir de las actividades libres, en específico, el de la actividad filosófica. Su porvenir no sólo se encuentra amenazado porque es incierto y lo que vaya a suceder, desde luego, no podemos anticiparlo, sino porque estos indicios vaticinan una catástrofe inevitable. Y con catástrofe me refiero a la imposibilidad del ser humano de ejercer una vocación libre y manifiesta, que dé razón del mundo y del ser mismo del hombre.

Sin embargo, como acierta Nicol, es la propia vocación filosófica la que habrá de des-cubrirse como medio que le permita al hombre librarse de la opresión, la ambición, la violencia, la injusticia, la codicia, la crueldad y la envidia. Es la vocación filosófica aquella que buscará ir todavía más lejos que cualquier vocación profesional porque abarca cualquier espectro de la existencia.

Pues el trabajo que desempeña el filósofo cumpliendo su vocación es, por su intención y contenido, una de esas pocas empresas humanas que se sustraen a las vanidades de la vida. Es ocupación buena e importante, propia de los hombres que son verdaderamente hombres. Y esto tiene porvenir.2

 

Pero, ¿por qué la actividad filosófica puede considerarse como una alternativa ante la violencia, la guerra y la destrucción, si ella misma se encuentra en peligro? ¿En qué se fundamenta la vocación libre? ¿Por qué la vocación filosófica es fundamental en la vida del hombre? Y, ¿en qué sentido los hombres son finalmente libres en su vocación filosófica?

Para poder hablar de la condición vital o vocacional de la filosofía, de acuerdo con Eduardo Nicol, primero debemos considerar el principio ontológico del propio filosofar. Es decir, debemos detenernos en el estudio de la unidad de origen que otorga a la actividad filosófica su carácter indagatorio de interminable duda, constante pregunta y exhaustiva búsqueda por dar razón del Ser. Debemos detenernos, pues, en el fundamento epistemológico y ontológico sobre el cual se edifica la filosofía como ciencia propiamente.

De acuerdo con Nicol, dicho principio ontológico del saber filosófico es el Ser. El Ser que es fenómeno porque “está” en todo ente y tiene en común con los demás entes el hecho de ser. “La evidencia del Ser es como el principio de todos los principios […] Las formas de ser presuponen la condición de todas las condiciones, que es el hecho puro y simple de que hay Ser”3. De modo que el Ser es primordial, constituye la condición de posibilidad de todo ser-ente y de su propio conocimiento. Decir que el Ser está en el ente significa que el Ser es real. “El ser es lo que siempre está ahí”4, no tiene por qué buscarse más allá de la realidad, pero sí considerarse como lo fundamental. “El ser es la realidad, no es un abstracto, es el concreto de los entes. Por ello, el Ser es el problema de la filosofía en el sentido literal del término; es decir, es lo pro-puesto, lo im-puesto a nuestra existencia, sobre lo cual no son posibles las discrepancias”5.

Nicol recalcará que la principalidad del Ser radica en que es fundamento de la realidad y, como principio, es arcaico, es decir, se establece desde el inicio. “El principio se da por consabido justamente por su prioridad […] El principio es por esencia lo incuestionable”6. Por consiguiente, todas las ciencias sin excepción se edifican sobre este principio, porque las condiciones de posibilidad deben ser comunes a todas las ciencias en general. Pero es a la filosofía a la que corresponderá fundamentar razones válidas para las ciencias particulares. Pues no debemos olvidar que su labor es universal y esto la sitúa —como lo señalaba Aristóteles en su Metafísica— como ciencia primera. De manera que la filosofía, como ciencia de ciencias, buscará siempre explicar la realidad, así como dar razón de sí misma, valiéndose de este fundamento sistemático, auténtico, metódico, irrefutable, legítimo, objetivo, apodíctico, verdadero y universalmente válido, denominado principio arcaico.

No obstante, ¿cómo es posible que el principio que sustenta la actividad filosófica sea una cuestión indudable si la finalidad de la filosofía es dudar de todo lo establecido? Para Nicol esto no representa la problemática central. Si bien los grandes sistemas filosóficos se han ocupado de todos los principios erigidos a través del tiempo, el principio originario no puede ser problemático porque no es hipótesis supuesta o teórica, el principio arcaico no es producto del pensamiento humano. En otras palabras: lo que es, es en un sentido ontológico.

Los principios son inmutables porque son verdades de hecho. Expresan situaciones reales y objetivas de un orden fundamental y universal. Por ello constituyen las condiciones sine qua non del conocimiento en general, lo mismo el científico que el precientífico. A la ciencia no le corresponde por tanto instituirlos. Los principios no se inventan, o se forjan, o se crean, como se crea una teoría; no tienen patente de originalidad, asignable a un filósofo determinado. A la ciencia le corresponde solamente manifestarlos, tomar consciencia de ellos reflexivamente y expresarlos conceptualmente.7

Para efectos de este ensayo basta considerar un único principio, el principio onto-epistemológico del Ser, fundamento de la filosofía como ciencia rigurosa. Como tal, ella no puede cambiar esos mismos principios, aunque sí identificarlos y restaurarlos. A ello agregará Nicol que una filosofía es tanto más valiosa y revolucionaria cuanto más original sea su teoría sobre los principios. Ahora bien, desde su nacimiento la filosofía buscó —y siempre lo hará— comprender todas las formas posibles de conocer, esto es, conocer y expresar el Ser. Porque “el filósofo, o sea el hombre de ciencia en general, no habla de las cosas para expresarse a sí mismo, sino para expresar lo que ellas son”8. Por tanto, el propósito de la filosofía es conocer todo en tanto que es, dar cuenta de ello como algo real y existente, y esto lo logrará por medio de la palabra.

La palabra sería, pues, un doble acto de presencia: la presencia manifiesta del Ser y la presencia especial del ser expresivo. Pero el sentido de esta dualidad sólo se capta advirtiendo que los dos actos son uno y el mismo: el hombre no puede manifestarse a sí mismo sin manifestar el Ser, y esta manifestación del Ser sólo puede efectuarse en la comunicación dialógica.9

Cabe añadir que, a diferencia de cualquier otra ciencia “menor”, la filosofía también albergará el propósito de desarrollar su actividad de forma consciente y metódica, ya que no se puede filosofar súbitamente, como si el pensador se volviese creativo en un momento de inspiración repentino.

No se puede hacer filosofía con espontaneidad ingenua, por simple inspiración, sin una conciencia definida de lo que sea la filosofía en sí. Ningún pensador puede filosofar a la manera como el hombre común opina, sin saber qué es opinar en general; o como el poeta puede hacer poesía, sin tener idea de lo que sea la poesía; o como un artista cualquiera puede ejercer su vocación, sin haber elaborado, siquiera rudimentariamente, una teoría del arte.10

En ese sentido Nicol define a la filosofía como actividad consciente de sí misma y de las diferencias que instituye entre sí y otras áreas del saber. “Pero más radicalmente la definió como vocación humana. Pues no es hombre de ciencia auténtica quien ignora el porqué y el para qué de la ciencia. La cuestión vocacional es cuestión filosófica”11. Sin embargo, en estricto sentido, ¿cómo podemos pensar esa vocación como actividad libre? Nicol hará una clara distinción entre la idea común o generalizada que se tiene acerca de vocación y la verdadera vocación humana. Es decir, marca una clara diferencia —relevante para entender su propuesta— entre vocación de la vida y la vocación profesional. Dice en un pasaje de Ideas de vario linaje:

La vocación es un llamado, vocatio. Hablamos de una vocación para indicar la actividad profesional, y la modalidad de la existencia correspondiente, por medio de las cuales se puede seguir el curso de una vida cualquiera. Pero ¿cuál es la vocación humana, si los caminos son tan diversos? […] Se debe considerar la vocación como élan y como diálogo. Sin duda, la vocación está determinada objetivamente por la preferencia consumada. Pero el carácter vocacional del ser es anterior a toda decisión posible; no es que nosotros le atribuyamos después ese carácter: debe ciertamente encontrarse en él como receptividad al, por así decir, llamado. Él es la condición de posibilidad de cualquier preferencia. La vocación es mi vocación porque, a decir verdad, es mi ser el que llama. Ese ser tiene una capacidad para llamar simplemente porque él no está dado con la limitación final de lo que está completo, sino con la limitación inicial de lo que está dispuesto a ser, de lo que no es todavía eso en que tendrá que convertirse.12

Con ello Nicol pone de manifiesto que si acudimos al llamado de nuestro propio ser, es porque somos seres incompletos en constante busca de nuestra completud. Somos seres limitados en busca de nuestro camino y es precisamente esa impotencia inicial la que nos revela la posibilidad de lo que podemos ser. La vocación es ese ímpetu que nos incita a superar nuestras limitantes, es ese llamado que dialoga con nuestras incapacidades para hallar nuestras capacidades que nos permitan encontrar y recorrer un camino. Dialécticamente —agrega Nicol— toda potencia es una limitación, porque esa limitación originaria es justamente lo que da propulsión a la existencia y permite caracterizarla como vocacional. Si supiéramos de qué somos absolutamente capaces, seríamos incapaces de llegar a ser. Nacemos con una limitación ontológica con la que vivimos hasta el día en que partimos de este mundo, porque precisamente esta restricción nos empuja a ser seres libres para la expresión. Es nuestra carencia de ser la que nos impulsa a ser lo que queramos ser, a superar cualquier barrera, a desplegar las alas de la creatividad porque es por medio de la palabra que se expresa a sí mismo el ser. Es por medio del logos que la filosofía encuentra la vida. Es por medio de la palabra que puede abreviarse la distancia entre verdad y vida.

Decimos: la verdad es bella porque consigue exponer el ser. ¿Por qué? Porque la verdad se busca, y se busca con palabras, sólo con palabras, sin artefactos, ni instrumentos, ni otra suerte de recursos. Se busca hablando siempre de la misma cosa que se desea exponer tal como es en realidad, o sea, tal como es en verdad. La verdad es el ser bien manifestado. Enseñar filosofía es educar este séptimo sentido que capta la estupenda belleza de tal manifestación.13

En ese sentido la propuesta de Eduardo Nicol es sumamente bella, pues logra hallar un asidero para la paz, la unión entre razón y vida desde el propio existir. Porque, en efecto, nombrar el ser es ex-poner lo nombrado, hacer evidente una realidad. Si convenimos en esto, hemos de concluir que el ser del hombre es expresión y que la filosofía es el llamado del hombre a preguntar por la verdad. Así que “la resolución vital es filosófica y dubitativa, y no pragmática o ejecutiva”14. La vocación filosófica se fundamenta en el propio ser, aunque ello no implique que todo hombre deba escuchar el llamado a ser filósofo u hombre de ciencia, pues ello requiere de arduo aprendizaje, sino que la filosofía, en tanto vocación, es guía y orientación en el camino que ella misma nos empuja a buscar. Es el saber que orienta a los hombres y, como tal, significa una posibilidad humana de expresión y realización. Su figura más emblemática —puntualiza Nicol— será la del filósofo como hombre que posee la virtud de guiar a otros. Por tanto, si existe algo irrenunciable, porque es una vocación genuina y no una imitación arrabalera, es la filosofía y “únicamente se puede renunciar a ella con el suicidio, porque esta vocación es la misma llamada de la vida”15

 

 

Bibliografía
– Eduardo Nicol, Ideas de vario linaje, UNAM-FFyL, México, 1990.

-__________, La revolución en la filosofía. Crítica de la razón simbólica, FCE, México, 1982.

-__________, La idea del hombre, FCE, México, 1977.

-__________, La vocación humana, El Colegio de México, México, 1953.

– María Teresa Padilla, “La pregunta por la esencia de la filosofía en la obra de Eduardo Nicol” en J. González y L. Sagols (comp.), El ser y la expresión, UNAM-FFyL, México, 1990.

Notas

1 Eduardo Nicol, Ideas de vario linaje, p. 317.
2 Ibid., p. 315.
3 E. Nicol, Crítica de la razón simbólica, p. 122.
4 E. Nicol, La idea del hombre, p. 72.
5 María Teresa Padilla, “La pregunta por la esencia de la filosofía en la obra de Eduardo Nicol” en El ser y la expresión, p. 74.
6 E. Nicol, Crítica de la razón simbólica, p. 119.
7 E. Nicol, Ideas de vario linaje, p. 210.
8 Ibid., p. 148.
9 E. Nicol, La idea del hombre, p. 80.
10 E. Nicol, Ideas de vario linaje, p. 148.
11 M. T. Padilla, op. cit., p. 74.
12 E. Nicol, Ideas de vario linaje, p. 288.
13 Ibid., p. 203.
14 E. Nicol, La idea del hombre, p. 384
15 E. Nicol, La vocación humana, p. 14.