Atisbos sobre la autenticidad existencial en el pensamiento de Eduardo Nicol

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Atisbos sobre la autenticidad existencial en el pensamiento de Eduardo Nicol

El tema de la autenticidad es bastante amplio dentro de la filosofía de Nicol, lo aborda desde distintos ángulos y la define de diversas formas. Aquí sólo se pretende exponer brevemente algunas de sus condiciones y delinear cómo la crisis actual afecta a la autenticidad en todas sus formas por igual.

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Una de las características propuestas por Nicol del ser humano auténtico es el hecho de sobreponerse a lo dado. Autenticidad es intentar traspasar los límites de la existencia en lugar de quedarse pasmado ante ellos. Lo que se le impone al hombre es su destino, o sea, todo aquello que no ha elegido ni puede modificar. El afán de rebasar sus límites es un propósito que el hombre nunca alcanza por completo, pues siempre existirán. Sin embargo, de acuerdo con Nicol, “está en nuestro modo de ser el intentar rebasar estos límites, y es entonces cuando tenemos de ellos una experiencia y cuando nuestra vida se hace más auténtica.”[1]

El destino no sólo limita, también abre posibilidades: aparece como una privación que da al hombre alternativas de ser. En una forma dialéctica, el destino es restricción y posibilidad a la vez. Cada situación vital determina una parte de la existencia del hombre, frente a ella, éste decide libremente elegir un camino para adquirir un ser auténtico. El hombre está todo el tiempo en posibilidad de auto-formarse, de generar su modo de ser, de crear su propio carácter; esto es así, justo porque siempre está limitado. No hay libertad si no hay un destino. En la medida en que el hombre está limitado por un destino, se encuentra siempre en una lucha constante de ser, y para lograrlo necesita actuar. El hombre se hace a sí mismo en la acción; su ser-hombre y la conformación de su individualidad dependen de todo lo que hace. Indiscutiblemente hay que actuar para ser, para lograr la construcción del sí-mismo. “No hay vida auténtica en la inacción.”[2] No hay vida auténtica pues, sin libertad, sin decisiones tomadas conscientemente.

Cada uno de los actos del hombre hace que se distingan entre sí, aunque es necesario que éstos se realicen de manera libre y no por seguir a la masa o por pertenecer a ella. Los hombres se diferencian unos a otros en su actuar, actuar que ha de ser libre y genuino. De esta forma se produce en la existencia humana la diversidad, de la cual también depende la autenticidad. O mejor dicho, en la medida en que los hombres sean auténticos producirán diversidad. Cada hombre se hace a sí mismo con sus acciones libres y genuinas, es decir con acciones que no estén condicionadas o regidas por otras voluntades; gracias a ellas los hombres obtienen la propiedad de su ser. Ser auténtico es ser uno mismo y “ser uno mismo, es ser distinto”; de hecho “ser humano es ser distinto” [3] afirma Nicol. Esta pluralidad de formas de ser-uno-mismo sólo se alcanza porque el hombre puede actuar libremente.

En este sentido, para Nicol “lo más auténtico es la libertad creadora, la presencia activa en el mundo.”[4] Ésta es una libertad creadora no sólo del propio ser del hombre, sino de la realidad histórica; es decir de todo aquello que el hombre crea gracias a su póiesis o acciones creativas. El hombre procura autenticidad a su vida con cada acto poético. Por ejemplo: desde que transforma la naturaleza y la humaniza con su trabajo, desde que crea los diversos “lenguajes” (mitológico, religioso, poético, jurídico, político, filosófico, científico…), y también desde que genera productos para el beneficio colectivo. A partir de todo esto el hombre se está haciendo auténtico. La acción poética del hombre –su presencia activa en el mundo– es formadora, tanto del ser-hombre en general, como del ser-obrero y del ser-mismo. Su acción creativa es lo que permite al hombre autoconstruirse en estos tres sentidos.[5] El hombre tiene que ser obrero en algún sentido, es decir, creador libre de realidades o realizar su trabajo de manera poética, para lograr ser auténtico. La póiesis incrementa el valor de la vida, en tanto que la convierte en auténtica. “Aunque la vida valga por sí misma, no alcanza su valor propio, o sea que no es vida auténtica, mientras es estéril; y estéril es mientras no es vida dedicada.”[6] Una vida dedicada es aquella que se enriquece creando y que tiene intenciones de servicio, entrega y comunión.

El hecho de “manipular” a la naturaleza o de crear ciertos productos para cubrir las necesidades materiales del hombre es indispensable para alcanzar la autenticidad humana, pues ésta no radica sólo en elementos internos como sería su auto-formación (moral, religiosa, ideológica, rasgos de personalidad, etc.), sino también se requieren factores externos como los necesarios para satisfacer al organismo: “debe aceptarse que, en general, la autenticidad de la persona no se logra ni se satisface sin algún soporte material.”[7] Un pueblo o una persona con hambre difícilmente lograrán una autenticidad plena, necesitan primero satisfacer sus necesidades vitales antes de poder procurar su propiedad interior.

En otro orden de ideas, Nicol recuerda que “auténtico significa en griego propietario: es el que ejerce dominio con plena autoridad.”[8] Al hablar de “dominio”, Nicol se refiere a un dominio interno y otro externo. El dominio interno constituye de alguna manera la propuesta socrática de autarquía. Ser auténtico es ser autártico; esto es, tener el control de sí mismo y autonomía sobre los propios actos. Para ello se necesita de la comprensión y el conocimiento de uno mismo. En la medida en que cada quien se conozca a sí será capaz de autodominarse. La autognosis y la autarquía posibilitan que el hombre alcance su proyecto de ser.

En cuanto al dominio externo, éste depende del tipo de relación que el hombre tenga con las cosas. Para hablar de autenticidad en este sentido es necesario que, en principio, dicha relación se establezca en un sentido positivo desde su producción. El hombre como ser-obrero ha de tener un papel realmente poético en su trabajo, esto significa que la relación entre él y la cosa sólo será auténtica en tanto que logre apropiarse libremente de aquello que le era ontológicamente ajeno.[9] El ser-obrero procura su autenticidad –la propiedad de sí mismo– al apropiarse de la materia e incorporarla como materia humanizada al régimen histórico, después de convertirla en producto. “Lo exterior contribuye a que yo me posea mejor a mí mismo, por poseer de alguna manera la cosa, aunque sólo sea por la satisfacción de haberla producido…”[10] El dominio externo –la relación auténtica con la cosa– persiste si la cosa funciona como vínculo interhumano, ya sea como mediador entre el productor y los usuarios del producto, o tan sólo entre los usuarios, beneficiarios o propietarios de éste. Cabe señalar que en la autenticidad entendida como dominio, Nicol le da mayor importancia al interno (a la autarquía) que al externo, aunque ambos son necesarios para lograr la autenticidad existencial.

Ser espontáneo en la manera de conducirse es otro de los elementos necesarios para alcanzar la autenticidad. La naturalidad, sencillez y franqueza con que se actúe o se hable es un parámetro para saber qué tan auténtica es una persona. De lo contrario, cuando se desenvuelve alguien por la vida de manera premeditada, teniendo cada uno de sus pasos calculados se dice que es inauténtico. No ser espontáneo es un signo de la desconfianza del hombre a mostrarse tal cual es, o del miedo que tiene a exponerse o darse al otro, del afán de mantenerse envuelto como en una concha; o sea de su inautenticidad. Entre más espontáneamente se proceda en la cotidianidad se puede decir que una persona es más legítima. Nicol declara que “espontaneidad quiere decir […] autenticidad, y es más auténtica la acción en que el yo se expone o expresa a sí mismo sin defensa, o que encuentra su mejor defensa en esta expresión.”[11] Lo mejor es mostrarse tal cual, sin barreras ni escudos.

El autor de la Idea del hombre establece además que “nadie puede vivir como hombre auténtico sin dar a su vida la forma de una duda metódica.”[12] Esta idea surge a partir del método de vida instaurado por Sócrates.

Hay que asumir la duda metódica como una actitud vital y cotidiana, no como un mero artificio; para lograrlo se necesita un aprendizaje y ejercitarla. Para vivir auténticamente hay que vivir dudando. Esto significa que se ha de vivir en plena búsqueda, en lugar de creer que es posible detenerse por algún hallazgo. Vale más preguntar constantemente, que tratar de responder por responder o creer tener la respuesta a todos las preguntas. Es preferible dudar y estar consciente de la incertidumbre perpetua que es la vida –por el hecho mismo de la muerte y por la infinidad de alternativas que están presentes siempre– a estar “enfermo de seguridad”.

Un hombre auténtico es aquél que reflexiona y se cuestiona sobre todas las cosas, pero aún más sobre sí mismo. De esta manera se pretende conseguir un saber desinteresado del mundo en general y de su propio ser. El preguntar(se) promueve la autenticidad, para la cual no hay fórmulas de adquirirla, ya que es obra propia. Cada quien descubre su particular manera de ser mediante la duda; ésta es quien revela la interioridad del hombre, pues al dudar se enfrenta a sí mismo para darse cuenta de cómo es su interior, de cómo es en verdad. Dicho enfrentamiento es para Nicol “el acto de heroísmo superior en la existencia.”[13]

La reflexión sobre el propio ser de cada hombre, además de relacionar a cada quien consigo mismo, lo relaciona con el otro. Esto se debe a que el hombre está inmerso en un régimen dialógico (en épocas de normalidad), por lo que la sola presencia del otro-yo implica, de alguna manera, la pregunta por el ser propio. Cuando dos personas están una frente a otra, aunque guarden silencio, están inquiriendo por el ser del otro para saber más de lo que su sola presencia les comunica. Para poder contestar sobre sí mismo es preciso que cada quien dude, se cuestione: “sin la duda no hay autenticidad posible, y […] la duda solitaria no es más que un episodio del diálogo”[14] que habrá de comenzar fácticamente.

Otra de las maneras de acrecentar la autenticidad de la vida sería mediante el encuentro de las propias verdades. En vez de que se adopten verdades ajenas o extrañas, el hombre tendría que darse a la tarea de buscar verdades legítimas o auténticas; esto es, verdades a las que se llega por sí solo. Con esto no se quiere relativizar a la verdad, pues para Nicol ésta es absoluta. Más bien, lo que él pone en duda es tanto la universalidad y la atemporalidad de la verdad, así como la creencia de que la única fuente de las verdades sea la razón. Su propuesta radica en pensar a las verdades como algo que surge, sí de la razón, pero también de todo aquello que constituye la vida del hombre, pues es él quien la cree y la profiere.[15] De esta manera, en la medida en que cada quien encuentre sus verdades vitales se podrá ser fiel con lo próximo, con aquello que cada quien ha descubierto y, en este sentido, lograr una vida auténtica al conducirla por lo que es propio:

…la verdad […] es verdad legítima cuando es auténtica o propia; y cuanto más propia o personal más verdad es, porque las verdades ajenas, aceptadas sin esfuerzo porque son de todos, nos ligan menos que aquellas a que llegamos por nosotros mismos, y éstas hacen también nuestra vida más auténtica. Por lo mismo, la verdad auténtica es más respetable, porque es, para cada persona, su personalidad misma.[16]

Asimismo, la autenticidad existencial recae en el hecho de actuar en la vida por un sentido erótico; esto es, darle a las acciones el valor que tienen y llevarlas a cabo por amor. Nicol afirma que “la autenticidad de la existencia no consiste en ejecutar las tareas cotidianas a sabiendas de que no tienen sentido, sino en ejecutarlas sabiendo que el sentido se lo presta la ejecución misma, o sea la fuerza de amor que la inspire y la motive.”[17] No es un hombre auténtico aquél que se conduce pensando que carecen de sentido cualquiera de las actividades que realiza, y que actúa por actuar, pues al fin se va a morir. Por el contrario, es indispensable que un hombre auténtico considere al amor como el impulso motor de todas sus acciones; en esto radica el carácter ético de la conducta humana. Será auténtica y ética cualquier tarea que sea valorada por quien la realice y que además, tenga como estímulo al deseo, el afán o el anhelo; en suma que sea el amor quien la promueva.

De igual manera, con relación al tema, Nicol hace una crítica a la noción heideggeriana de autenticidad.[18]  Para Heidegger la autenticidad consiste en el hecho de que el hombre asuma su temporalidad, es decir que se dé cuenta de que el tiempo es un elemento constitutivo de su ser y, en ese sentido, acepte su finitud reconociendo así, su ser como ser-para-la-muerte. “La vida auténtica será por tanto la que se oriente hacia la muerte, la que le haga íntimamente frente, o sea la que se vuelva de espaldas a la vida misma.”[19] Para que el hombre logre ser auténtico, ser “yo mismo” y alcance su individualidad, es necesario –según Heidegger– que se sepa mortal y viva angustiosamente por ello, ya que es un ser que no tiene nada que esperar. “Y en el momento en que el individuo vive la angustia, se hace por ella consciente de su radical soledad y del sin-sentido que ofrecen el mundo y la comunidad con los otros.”[20] La comunicación genuina con el prójimo queda así imposibilitada para aquél que ha alcanzado una existencia auténtica, pues es ésta una existencia que se caracteriza como solitaria y silenciosa por estar sólo dedicada a esperar con angustia su muerte.

Lo único que le da valor de autenticidad a la vida sería esa espera de la nada. Es así que la vida se convierte únicamente en “vocación de muerte”, o sea, un llamado al abismo. Esto hace que todo aquello que se realice en la vida pierda sentido, pues la existencia está condenada a la angustia, a la nada, a la “posibilidad de la absoluta imposibilidad”[21] en palabras de Heidegger. De tal suerte que ninguna posibilidad de ser tiene sentido. Bajo este parámetro de autenticidad, en el que se le da un valor absoluto a la muerte, cualquier cosa, actividad, o persona dejan de valer. “Si toda la existencia depende de la nada que es la muerte, no hay existencia alguna, forma de vida o forma de ser, que pueda presumir de un carácter positivo. Nada vale nada.”[22]

Si bien Nicol reconoce la temporalidad del ser humano y por ende su finitud, considera que el hecho de que el hombre sea temporal implica, más bien, una infinidad de posibilidades que lo llevan a la acción vital –en lugar de conducirlo a la angustia por saberse mortal. Dicha acción vital es lo que permite al hombre implantar novedades, ya sea en el ámbito personal conforme se va creando y transformando a sí mismo, o en el mundano al generar nuevas realidades mientras humaniza a la naturaleza. Esta acción es la que permite que exista la historia humana, en ella radica la posibilidad metafísica de la historia.

En realidad –declara Nicol– “la vida auténtica es afirmación y hay una vocación vital al lado de la vocación mortal.”[23] La autenticidad no implicaría negar la muerte, pues es algo inherente a la vida del hombre, la cuestión es que no se puede quedar “instalado” en la angustia que ella le produce, en la pasividad absoluta, en la resignación carente de esperanza; por el contrario, el hombre ha de tratar de superarla mediante su acción. La existencia sí es vocación de muerte, pero también, y sobre todo, vocación de vida. La vida implica a la muerte y viceversa, ambos son “términos dialécticos de la existencia”.[24]

La verdadera autenticidad consiste en acrecentar la existencia aceptando la muerte, teniéndola presente, pero bregando con ella en el presente, venciéndola en cada momento. Cada acto de vida es una victoria contra la muerte. Sin ella no habría victoria, pero sin acto no habría vida. Se dirá que la muerte vence al fin; pero el saberlo no anula el gozo de la brega misma.[25]

Cabe señalar que en esta noción de autenticidad nicoliana, la comunidad y la comunicación no quedan excluidas como en el caso de Heidegger. De hecho se implican: sin autenticidad individual no habría comunicación ni comunidad y viceversa. En la medida en que las personas aceptan de manera positiva su finitud y son auténticas, son también capaces de entregarse a los demás comunicándose con ellos y conformando una comunidad. A su vez, en estricto sentido, la comunicación sólo se realiza y la comunidad sólo se constituye, con individuos auténticos.

Justo porque la existencia debe estar en una lucha constante con la muerte, en una lucha por el futuro, la autenticidad existencial implica, a su vez, vivir con esperanza. El hombre es un ser que por esencia se hace ilusiones, no en el sentido de tener fantasías o de esperar lo imposible, sino en el de anhelo. Anhelar consiste en desear un futuro, creer en la continuidad de la existencia, tener expectativas de que al presente lo va a suceder un presente posterior. Dicho anhelo se presenta a pesar del carácter inminente de la muerte, a pesar de saber que puede llegar en cualquier momento. A la esperanza de la llegada del futuro la acompañan los deseos concretos de cada hombre: se tiene fe en el futuro pero también de lo que en éste sucederá. Si el hombre deja de tener esperanza y por tanto deja de hacerse ilusiones “mutila y deforma su propia existencia.”[26] Sin esperanza la vida auténtica se acaba: “a veces la vida auténticamente humana, no la vida natural, parece terminar a una cierta altura, antes de la muerte natural: en la vejez, o cuando el fracaso, el desengaño, la fatiga, nos dejan ante el futuro como el que exclama <>.”[27]

 

Con lo expuesto hasta ahora es evidente que la autenticidad humana en la filosofía de Eduardo Nicol no es algo que los hombres tengan de una vez y para siempre, por el contrario, es necesario esforzarse constantemente por alcanzarla y por permanecer en ella: “la autenticidad humana no se nos da al nacer, como un regalo o una carga. Lo que hemos de llamar autenticidad […] tiene que hacérsela cada cual, a trancas y a barrancas.”[28] Es necesario el esfuerzo, pues ser auténtico consiste –como ya se dijo– en: sobreponerse a lo dado mediante las acciones libres, ser-uno-mismo siendo diferente, ser poético para conformar el ser-hombre, el ser-obrero y el ser-mismo, cubrir las necesidades materiales, tener dominio interno y externo (o sea, ser autártico y tener una relación auténtica con las cosas), ser espontáneo, vivir bajo el método de la duda, alcanzar verdades propias y vitales, actuar por amor, existir aceptando la muerte y tratando de superarla, y finalmente, tener esperanza.

Todas las características de la autenticidad mencionadas hasta aquí repercuten de una u otra forma en el fenómeno comunicativo, ya que los hombres van a dialogar entre sí de cierta manera dependiendo de qué tan auténticos sean en todos estos sentidos. La relación comunicativa está supeditada a la manera de ser de los interlocutores; de ahí que, la propiedad o impropiedad de cada uno de ellos se vea reflejada en la conversación. De hecho Nicol establece que “en lo más radical y sustantivo, que es lo común a todos, la autenticidad existencial depende de la autenticidad de la expresión.”[29]  Justo porque ser auténtico en los demás sentidos no es tan fácil de reconocer, pues no todas son características que están al alcance de todos, ni se observan a simple vista, es que la expresión posee un peso especial para poder inferir la autenticidad o no de un ser humano. Es en ella, principalmente, donde la autenticidad o inautenticidad del hombre queda expuesta.

La expresividad como el elemento constitutivo del ser del hombre, es lo que le permite darse a conocer y conocer al otro. En épocas de normalidad cada quien manifiesta, mediante su expresión, su manera única de ser y de estar en situación, en ese sentido Nicol arguye que todas las expresiones son auténticas, de ahí que sean “múltiples las posibilidades de ser con autenticidad o propiedad.”[30] En cada expresión individual se revela lo que le pasa a ese hombre; pero además, en tanto que expresa su propio ser –su ser hombre– toda la humanidad queda manifestada. Esto conduce a Nicol a pensar en la virtud pedagógica o moral de la expresión, en el sentido de que promueve un humanismo al mostrar una forma auténtica de ser hombre. Si el ser propio de algún hombre queda manifestado en su expresión por el hecho de ser auténtica –si queda expresada su mismidad– esto provoca por el principio de reciprocidad que se generen más expresiones auténticas y por ende que el hombre se humanice. “Expresividad es autenticidad. […] Cuando lo que el hombre expresa es su mismidad, o sea su misma humanidad, la expresión tiene su vis o fuerza formativa.”[31] Ésta es una fuerza capaz de formar seres auténticamente humanos, que es lo mismo que decir: fuerza renovadora del humanismo.

En el hombre todo es expresivo y el habla sería, por decirlo de alguna manera, “la expresión por excelencia”.[32] En el caso específico del habla, la autenticidad depende de que el dialogante posea un estilo, de que sea fiel tanto a su comunidad de sentido como a sí mismo y de la propia orientación que tenga su logos. En definitiva,

La vida auténtica es una vida lógica o dialógica, una vida de comunicación y comunión verbal. El grado de autenticidad, de dignidad de esa vida dependerá del sentido de ese logos y de la fecundidad que aporte a la comunidad. Sólo así puede intentarse […] un enaltecimiento de la existencia humana.[33]

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Como ya se dijo, la autenticidad existencial requiere del esfuerzo humano. Sin embargo, en una época regida por la razón de fuerza mayor mantener la autenticidad se vuelve casi imposible. La crisis que se vive hoy día repercute en el desenvolvimiento de los seres humanos, ya sea en la relación consigo mismos, ya sea con los demás. El régimen totalitario y forzoso que representa esta nueva razón tecnológica impide el cuidado de sí de cada hombre, la permanencia de su propiedad –o sea la autenticidad existencial– y por tanto repercute en la autenticidad dialógica. El hombre actual está imposibilitado a ser auténtico y por ende a hablar de manera genuina debido a múltiples factores de los que Nicol da cuenta como consecuencia de la razón de fuerza mayor. Fenómenos como la subsistencia; uniformidad (o pérdida de singularidad); automatismo, tecnificación y mecanización de la existencia; afán de dominio; necesidad de atenerse a lo necesario; praxis utilitaria concentrada en lo inmediato y lo provechoso; la prisa; pérdida de conciencia de la enajenación, entre otros: interrumpen la presencia activa y espontánea en el mundo.

De ahí que el actuar por un sentido erótico y mediante una libertad creadora que conforme el ser-hombre, el ser-obrero y el ser-mismo se ve menguado. Hoy día el ser humano se encuentran más bien sometido y ve limitadas sus posibilidades para desarrollar las habilidades poéticas que pudieran tener. Tal es así que cada vez se hace más difícil la intimidad, el autoconocimiento y el generar formas creativas y auténticas de ser y expresarse.

La inautenticidad existencial es pues, una de las tantas repercusiones de los diversos factores contemporáneos que involucra la razón de fuerza mayor. La situación humana de no poder sobreponerse a lo dado, ni tener una presencia activa en el mundo, ni actuar por un sentido erótico, ni ser espontáneo, ni ser capaz de dudar y autoconocerse, ni poder mantener la propiedad de uno mismo, ni tantas otras cosas… definitivamente impiden su autenticidad en ambos sentidos: existencial y dialógica.

Lo terrible de todo esto es que la inautenticidad está adquiriendo el carácter de total, o sea que se está convirtiendo en inevitable e inconsciente. Y –como anticipa Nicol– “si todo sigue igual, la recuperación de la autenticidad humana será imposible.”[34] Es por ello necesario asumir el reto de procurar la autenticidad existencial y dialógica; pues sólo así se podrá conservar la propiedad interior, afirmar nuestro ser y crear vínculos positivos con el otro-yo.

 

Bibliografía

 

Nicol, Eduardo, Psicología de las Situaciones Vitales. 2a ed. corregida, FCE, México, 1989.

__________, Historicismo y existencialismo. 3a. ed., FCE, México, 1989.

__________, La vocación humana. Presentación Enrique Hülsz, CNCA, México, 1997.

__________, El problema de la filosofía hispánica. 2a ed. Prefacio de Alberto Constante y Ricardo Horneffer, FCE, México, 1998.

__________, El porvenir de la filosofía, FCE, México, 1974.

__________, Metafísica de la expresión, 2a versión, FCE, México, 1989.

__________, La idea del hombre, 2a versión, FCE, México, 1992.

__________, “Humanismo y Ética”, en El humanismo en México en vísperas del siglo XXI, Actas del Congreso Celebrado del 22 al 25 de abril de 1986, Rubén Bonifaz Nuño (ed.), UNAM, México, 1987, pp. 205-214.

__________, Ideas de vario linaje. Enrique Hülsz (ed.), Presentación Juliana González, Enrique Hülsz y Juan Manuel Silva, UNAM, FFyL, México, 1990.

Notas

[1] Eduardo Nicol, Psicología de las situaciones vitales, p.136.
[2] Ibíd., p.137.
[3] Eduardo Nicol, El porvenir de la filosofía, p. 40 y 279, respectivamente.
[4] Eduardo Nicol, Historicismo y existencialismo, p. 124. Aquí está haciendo referencia al pensamiento de Hegel, pero él sostiene lo mismo.
[5] Triada de sentidos que para Nicol son  las “tres presentaciones de la autenticidad”. (El porvenir de la filosofía, p. 119.)
[6] Eduardo Nicol, Historicismo y existencialismo, p. 251.
[7] Eduardo Nicol, El porvenir de la filosofía, p. 280.
[8] Ibíd., p. 105.
[9]Justo porque las cosas me son ajenas, debido a su forma de ser, puedo yo poseerlas…” (Eduardo Nicol, El porvenir de la filosofía, p. 99.)
[10] Ibíd., p. 101.
[11] Ibíd., p. 103.
[12] Eduardo Nicol, La idea del hombre, p. 385. Véase “El hombre y la duda” en Ideas de vario linaje pp. 299-312. Aquí Nicol propone a la duda no sólo como un factor determinante de la autenticidad humana; sino también como un elemento indispensable para la acción, la conciencia, la humildad, la libertad y el oficio del filósofo.
[13] Eduardo Nicol, “El hombre y la duda” en Ideas de vario linaje, p. 306.
[14] Eduardo Nicol, Metafísica de la expresión, p. 256.
[15] Esto representa para Nicol la “humanización de la verdad” que consiste en trasladarla del plano meramente racional al plano vital. Así se pretende reestablecer el vínculo entre lo teórico y lo práctico, entre lo verdadero y lo ético. Véase Eduardo Nicol, “Moralistas del siglo XVIII. Smith. Verdad y moralidad” en La vocación humana, pp. 134-145.
[16] Eduardo Nicol, La vocación humana, p. 136-137.
[17] Ibíd.,  p. 317.
[18] Véase Eduardo Nicol, “Ontología y Existencia. Heidegger” en Historicismo y existencialismo. pp. 380-422. Asimismo para comprender qué posibilidades presenta dicha idea de autenticidad para crear una comunidad y comunicarse con el otro, véase Juliana González, “Libertad, Angustia y ser-para-la-muerte. Heidegger” en Ética y libertad, México, FFyL-UNAM, 1989. pp. 187-207.
[19] Eduardo Nicol, La vocación humana, p. 49.
[20] J. González, Ética y libertad, ed. cit., p.191.
[21] Martin Heidegger, El ser y el tiempo, tr. José Gaos, Barcelona, Planeta-Agostini, 1993. p. 274.
[22] Eduardo Nicol, La vocación humana,  p. 50.
[23] Ibíd., p. 51.
[24] Eduardo Nicol, Historicismo y existencialismo, p. 415.
[25] Ídem.
[26] Ibíd., p. 416.
[27] Eduardo Nicol, Psicología de las situaciones vitales, p. 134.
[28] Eduardo Nicol, “El hombre y la duda” en Ideas de vario linaje, p. 310.
[29] Eduardo Nicol, “El porvenir de la filosofía” en Ideas de vario linaje, p. 323. Incluso, en un sentido más radical, para Nicol “no se inicia en el mundo una acción auténtica sino cuando el operario es capaz de hablar de su obra: de su proyecto, de su ejecución, de su destino.” (La agonía de Proteo, p. 81-82.) * Esto acentúa la necesidad de coherencia entre el obrar y el decir.
[30] Eduardo Nicol, Metafísica de la expresión, p. 252.
[31] Eduardo Nicol, “Humanismo y Ética” en El humanismo en México en vísperas del siglo XXI, Actas del Congreso Celebrado del 22 al 25 de abril de 1986, Rubén Bonifaz Nuño (ed.), UNAM, México, 1987. p. 211.
[32] Eduardo Nicol, Psicología de las situaciones vitales, p. 152.
[33] Eduardo Nicol, Historicismo y existencialismo, p. 422.
[34] Eduardo Nicol, El porvenir de la filosofía, p. 116.