“Hay una ciencia que estudia el ser en cuanto ser, y las propiedades que le son inherentes en virtud de su propia naturaleza. Esta ciencia no es la misma que ninguna de las así llamadas ciencias particulares, puesto que ninguna de las demás contempla al ser en cuanto ser de manera universal; ellas separan cierta porción de éste y estudian el atributo de esa porción, como lo hacen, por ejemplo, las ciencias matemáticas. Pero, puesto que estamos buscando los primeros principios y las causas últimas, claramente han de pertenecer a algo en virtud de su propia naturaleza. Por consiguiente, si estos principios fueron investigados por aquellos que también investigan los elementos del ser no accidentalmente, sino en cuanto ser, entonces, es del ser en cuanto ser del cual debemos también aprehender las primeras causas.” [1]
La situación de la física frente a la metafísica en la filosofía de Eduardo Nicol es presentada en términos de la crisis actual de principios por la que atraviesa la ciencia y con vistas a la recuperación de raíz del ser y quehacer científicos, esto es, de la vocación científica. Nicol va al fondo de la cuestión, pues nos hace ver que el fundamento de legitimidad −que hace posible a la ciencia en general− es común a todas las ciencias.
Una de las primeras tentaciones que debemos vencer para no dar falsas soluciones a la crisis es apelar a las cuestiones formales, ya que éstas −tal y como la historia de la ciencia nos lo corrobora− no son jamás cuestiones principales.[2] De la misma manera como el propio Nicol pone énfasis al respecto:
(…) La crisis de los principios corresponde a la competencia de una ciencia de principios.[3]
Nicol[4] requiere hacer una serie de precisiones fundamentales a fin de que captemos la hondura del problema y podamos enfrentarlo sin confusiones ni concesiones de ninguna índole:
- La unidad de la ciencia se constituye por la unidad del fundamento, es decir, la universalidad es la impronta determinante del concepto de principio que abarca a todas las ciencias.
- La universalidad del fundamento se halla en correspondencia con el concepto de ciencia.
- Por ciencia ha de entenderse toda factible forma de episteme que instituya su verdad en cualquier línea con base en el carácter palmario de una realidad determinada y en su disposición ordenada de manera objetiva, metódica, racional y sistemática.
Un síntoma más de la crisis se hace patente por la falta de un concepto claramente definitorio de lo que debe entenderse por ciencia. Este síntoma se ha agudizado con la confusión que habrá de desvanecerse a toda costa, de que sólo se les confiere el rango de ciencias, en exclusiva, a las investigaciones de índole puramente formal y a las relativas al conocimiento natural. Esto es consecuencia −apunta Nicol− de que el criterio que se ha establecido para asignar o denegar la categoría de ciencia es el de la exactitud cuantitativa. De ahí que las ciencias que no tuviesen objetos susceptibles de ser cuantificados serían u otra cosa distinta o ciencias de menor rango, por ser “menos rigurosas y legítimas”, puesto que estarían a expensas de la subjetividad y la arbitrariedad. Esta agrupación de las ciencias se hace con absoluta prescindencia de la conformación de las así denominadas ciencias menores, puesto que no ha investigado ni el fundamento que les da asiento ni su dignidad metodológica particular. El embrollo se agudiza cuando se incorporan a ellas, bajo la imprecisa denominación de Humanidades, algunas formas de pensamiento no científicas y, más aún, cuando los propios cultivadores de las ciencias humanas aprueban dicha designación como muestra de una autonomía reivindicativa, como si no fuera ya suficiente la inadecuada oposición entre las Humanidades y las Ciencias cuya pretensión, por demás falsa, vendría a representar apropiadamente la diferenciación entre ciencias naturales y ciencias humanas.
De manera preocupante −acota Nicol− ha descendido hasta la decadencia el nivel de las Humanidades que ya no se dan por consabidas las siguientes aclaraciones básicas: 1. En primer lugar, las ciencias humanas no son las Humanidades. 2. En segundo lugar, lo que de manera tradicional se había denominado Humanidades, eran los estudios que caracterizaban al hombre culto, en tanto se entregaba a esta disciplina, a saber, el arte, la literatura, la historia, entre otras. 3. En tercer lugar, las Humanidades no se hallan en contraposición con las ciencias, ya sean naturales o humanas, pero tampoco se identifican o confunden con estas últimas.[5]
Asimismo, la exactitud no es una prerrogativa de las comúnmente llamadas ciencias exactas −dentro de las que se comprenden a las lógico-matemáticas y las que se valen del método matemático de representación simbólica−. La exactitud −clarifica con agudeza Nicol[6]− es el ideal de conocimiento que se proponen por igual todas las ciencias. De la misma manera, todas las ciencias son rigurosas, si partimos de la base que el rigor es la calificación de la investigación a nivel procedimental. La exactitud hace referencia a los resultados de la investigación y no es sinónimo de cuantificación. Existen tanto la exactitud cuantitativa como la cualitativa. Más todavía: sería falta de rigor el emplear métodos cuantitativos a objetos de estudios que no lo necesitan ni lo admiten.
Otra manifestación sintomática más de la situación crítica por la que atraviesan las ciencias es el hecho de que como las denominadas disciplinas humanas no generan utilidad inmediata en términos pragmáticos, entonces se les niega la calidad de ciencias. Las distorsiones son aquí notorias. Si bien las aplicaciones prácticas de un conocimiento tienen que proceder de una corroboración empírica, no obstante, la importancia teórica de esta prueba no debe mezclarse con la utilidad que sus aplicaciones nos puedan proporcionar. Al respecto es digno de mención el caso de la física actual, en donde es patente la insuficiencia de base de la que adolece. Los físicos tienden a equilibrar esta falla teórica, que hasta el momento ha sido irresoluble, haciendo un hincapié desmedido en los efectos pragmáticos como garantes de su legitimidad.[7]
Las consecuencias de lo anterior −como Nicol mismo subraya− no son desdeñables en lo absoluto. La preferencia por lo pragmático frente a lo teórico pone en serio peligro la esencia y finalidad de la ciencia como vocación desinteresada, su qué, cómo y para qué; a saber, su ethos constitutivo.
De ahí que no se puede justificar la nueva expresión “filosofía de la ciencia” para designar las especulaciones a las que se ven compelidos los diferentes científicos –en el ámbito de su ciencia particular− a causa de la crisis y quienes confían en su ciencia y desconfían profundamente de la filosofía:
(…) Una filosofía de la ciencia ha de ser filosofía; quiere decirse que su cultivo requiere un dominio de técnicas especiales y un conocimiento de la tradición filosófica. Esta filosofía no será científica porque la improvisen los especialistas de alguna ciencia, sino porque la elaboren científicamente los filósofos.[8]
Todos los grandes sistemas filosóficos que se han dado a lo largo de la historia de la filosofía son auténticas filosofías de la ciencia, puesto que dan razón de la ciencia en general y de manera universal.
Ha quedado claro, entonces, que la situación es crítica y que atañe a todas las ciencias desde su raíz. No obstante, la crisis es particularmente llamativa en la física y la metafísica. Nicol no deslinda de sus responsabilidades a la metafísica, pues la crisis que le es propia se ha hecho expresa por la ineptitud que ella ha mostrado en nuestros días para hacer manifiesta la unidad fundamental de la ciencia y las condiciones que hacen posible el conocimiento de manera universal y necesaria en los términos correspondientes al nivel que las ciencias positivas han logrado. La metafísica es ciencia de principios, al no proveerlos ocasiona que la crisis perdure en las demás ciencias. Es tarea inaplazable que la metafísica descubra los principios realmente inalterables y fundamentales que den asiento y legitimidad a todas las ciencias.
Claro está que los principios no deben confundirse con ciertas leyes, por importantes que pudieran ser para cada ciencia, pues éstas –como los mismos científicos lo han advertido en sus propios campos− carecen de la universalidad, estabilidad, inalterabilidad y evidencia originaria inherente a los fundamentos. Sin embargo, los científicos han cedido a la tentación y ha predominado en ellos un instrumentalismo y un pragmatismo internos que se han asumido como punto de partida. Parten, entonces, de una condición empírica unánime que les permite dar por sentado que los esquemas teóricos que han venido a suplantar a los principios no requieren ser invariables para cumplir con sus fines pragmáticos de operatividad y utilidad. Más aún: con base en esto cada físico inicia sus propias disquisiciones filosóficas, las cuales son un muy pálido reflejo de las posiciones fundamentales que la filosofía nos va presentando a lo largo de su desarrollo histórico orgánico.
Nicol no se ciega y nos hace ver que la aversión de los físicos por la metafísica es general. En unos es subjetiva; en otros procede de la certidumbre acerca de la superioridad propia de la metodología de las ciencias naturales; en otros más deriva de sus incursiones, en la propia filosofía, en las doctrinas que le han negado a la metafísica cualquier posible legitimidad, en otros parte de la ignorancia sobre lo que es o debiera ser la propia metafísica. Lo anterior no hace más que confirmar la necesidad de una ciencia ontológica y epistemológica de principios y problemas.[9] Pero esta ciencia primera del ser y el conocer ha sido la metafísica, no es necesario reinventarla. Es probable que el descrédito de la metafísica provenga del vocablo mismo. Nicol es muy claro al respecto, la metafísica no es mera especulación quimérica sobre realidades que se hallen “más allá de lo físico”. Metafísica significa más allá de la física y de cualquier ciencia particular, es ciencia de principios, de todos los entes.[10]
Por ello ha quedado claro que ninguna ciencia particular es ciencia de principios ni puede resolver por sí misma dichas cuestiones principales, menos aún cuando éstos entran en crisis en el seno de esa ciencia.
A los estudios metafísicos se los ha denominado de manera por demás denigrativa, especulativos. Nicol nos urge a recuperar el sentido del vocablo especulación con vistas a recobrar también el sentido originario de la vocación científica y, en particular, de la metafísica. El término especulación tiene raigambre grecolatina, a saber, es qewri/a, speculatio y hace referencia a la actitud contemplativa que el científico asume ante lo real en contraposición con la actitud subjetiva y utilitaria del hombre pragmático. La auténtica especulación es la que se basa en la observación, examen y exploración de lo dado, esto es, el ser como fenómeno o concreto de los entes. De ahí la derivación del adjetivo speculabilis que califica a lo visible, divisable y examinable. El , el speculor, es el atalaya , el espectador, el observador, el hombre que atisba, que inquiere, y que busca la cima para poder divisar bien la realidad. El hombre de ciencia es literalmente especulador o especulativo, es observador desinteresado. En clara oposición se halla el hombre pragmático, que está aturdido entre el maremágnum, intentando aprovechar todo de acuerdo con su propio interés y en la medida en que a él le afectan las cosas.[11]
Nicol ha revelado otra característica esencial a la formación y evolución de toda ciencia que no compromete en lo absoluto el carácter inquebrantable de su fundamento, esto es, su historicidad. El desarrollo de una ciencia no pone en riesgo la incolumidad de sus principios. Tampoco, los problemas de una ciencia se eliminan cuando cierto sistema no es capaz de hacerles frente. La legitimidad de una ciencia no reside en la formulación de sus teorías, sino en el planteamiento de sus problemas que se instituyen, definitivamente, como su cimiento. La historicidad, propia de todas las ciencias, elimina la idea de la ruptura con el pasado o de la novedad absoluta, puesto que ningún sistema es cerrado, o de verdades incuestionables e invariables. Por el contrario, los sistemas son históricos y, por ende, abiertos y sus conclusiones tienen un carácter meramente provisional o hipotético. En síntesis: el factum de la ciencia es histórico-sistemático. La ciencia sigue siendo verdadera y es constitutivamente histórica. La ciencia natural, también es histórica, aunque su objeto de estudio no lo sea. Pero, queda claro entonces, que la historicidad no cancela la verdad. Así, Nicol se dará a la tarea de llevar a cabo una crítica de la razón[12] –que superara la crítica kantiana de la razón pura y la diltheyana de la razón histórica− en la cual se pruebe que, en efecto, el pensamiento en cualquier ámbito, es tanto una representación adecuada de lo real como una expresión histórica.
Con base en lo anterior Nicol hace expresas las exigencias que debe asumir la metafísica, a saber, que tome en consideración la nueva modalidad en la que sus mismos problemas se van dando en el quehacer normal de las ciencias particulares, sin evasiones, o centrándose en exclusiva en una ontología de lo humano.
Con todo esto Nicol ha hecho explícito que ni la física ni la metafísica han puesto en consonancia el factum histórico-sistemático de la ciencia con el principio que lo hace posible. Entre los científicos ha habido reacciones de perplejidad lo cual ha generado, entre otras, dos actitudes compensatorias:
1.- La primera es la prueba pragmática referente a la eficacia de la ciencia a la cual −sin dejar de ser prueba legítima, puesto que se fundamenta en los hechos− se ha recurrido ad náuseam hasta declinar en un pragmatismo utilitario. La confirmación de la ciencia vendría por sus resultados prácticos. La cuestión de la verdad quedaría interrumpida y reservada a la mera “especulación metafísica”. Lo positivo e indubitable sería el hecho de que la ciencia es útil, que proporciona beneficios palpables y que transforma la vida. La disposición científica original de poner la vida al servicio de la ciencia perdería su sentido y sería suplantada por la actitud pragmática cuyo lema sería “poner la ciencia al servicio de la vida”.
Con base en lo anterior se corrobora que la crisis de la ciencia desborda el ámbito de la teoría y desencadena actitudes vitales representativas.
Esta actitud pragmática de compensación se supera filosóficamente con la reafirmación del ethos de la ciencia: el desinterés del científico no es sinónimo de deshumanización. El que pone la vida al servicio de la ciencia dota a aquélla de un plus, puesto que implica que la vida se pliega a la búsqueda de la verdad.
Este utilitarismo científico cae en una petición de principio al no percatarse de que la utilidad es un resultado y no puede preceder ni presuponer la verdad de ningún conocimiento. Por lo tanto, la utilidad no puede erigirse como principio de la ciencia. Aunque la tecnología ofrece una constatación innegable de la efectividad de la ciencia como instrumento cognoscitivo, se ha hecho caso omiso de que la ciencia no requiere tales justificaciones: la verdad –y el trabajo de la vida teorética que entraña su búsqueda− se confirma por sí misma. El utilitarismo científico degenera, en esta forma, en un instrumentalismo.
2.- La segunda actitud compensatoria y complementaria de la primera, que ya se había tipificado y preludiado, es el formalismo. Consiste en perseguir la base de legitimidad de la ciencia en la jurisdicción de la propia ciencia. Su expresión típica ha sido la de darle preferencia a las relaciones lógicas sobre las epistemológicas. Pasan por alto que la verdad implica una relación epistemológica, pues es de manera preeminente una adecuación entre el símbolo y lo simbolizado.[13]
Para intentar superar estas dos actitudes compensatorias Nicol propone organizar con todo rigor científico el método histórico. Para ello articula este proceso con un doble, pero a la vez complementario, concepto estructural:
A) Uno vertical que hace referencia a la unidad integradora y con sentido de la ciencia y de todas las demás creaciones humanas contemporáneas. Esta correspondencia interna de cada situación histórica se da, de momento, con independencia del valor de verdad efectuado por una ciencia específica en esa situación.
B) El otro horizontal, que nos remite a la representación del hecho vinculante entre las fases del desarrollo científico y sus antecedentes y consiguientes. Esta conexión secuencial es un orden dinámico, y puede disponerse con autonomía respecto de la verdad que pueda comportar cada ciencia en cada momento histórico.
Nicol especifica que la historicidad de la ciencia no estipula una mutación completa en su sistema orgánico. Algo ha de haber de permanente que conserve su persistencia tradicional y que haga posible seguir empleando el atributivo de científico para determinadas verdades. Se perfila ya, que aquello que hace posible el calificativo de científico a una proposición, no es el hecho de su verdad entera y definitiva, sino el camino o proceso conscientemente seguido para llegar a ella, esto es, el método. También de aquí es posible derivar la verdad fundamental de que los principios de la ciencia en general han de ser permanentes y, por ende, comunes a todas las ciencias en tanto son su fundamento inmutable, esto es, son verdades de hecho:
(…) Suponer que tales principios no existen, o que tienen, ellos mismos, el carácter de unos supuestos que fuesen también históricos –como creaciones del propio trabajo científico, y no como base de evidencias previas en que se funda este trabajo− equivaldría a negar la ciencia, o sea el hecho de que ella existe y opera con plena legitimidad. Aquí no caben posiciones intermedias: carece de rigor científico la actitud de quien afirma la legitimidad de la ciencia, y a la vez niega la existencia de su fundamento estable.[14]
Nicol no pasará por alto el hacer ciertas aclaraciones complementarias. Ni el concepto de verdad ni el corpus de la ciencia son unívocos y homogéneos. Es menester hacer un análisis de los diversos niveles de verdad a fin de no generar todavía más confusiones metodológicas si se asignara de manera indistinta un concepto indefinido de verdad a determinadas propiedades que no van en conformidad con todas sus variedades posibles. Asimismo, aunque la ciencia está formada como un organismo y, por ende, es unitaria, es una unidad compleja y su diversidad de niveles se encuentra en concomitancia con funciones diferentes. Nicol distingue, de momento, el nivel de los hechos y el de la teoría. Una de las tareas fundamentales de la ciencia es el descubrimiento y la observación acuciosa. Esta labor es susceptible de error, pero a las verdades de hecho sólo les es propio el calificativo de adecuadas o no adecuadas, en tanto no son materia histórica.
No obstante, esta labor de la comprobación fáctica es, tan sólo, el comienzo de la ciencia. La ciencia es, ante todo, pensamiento. Los hechos, al ser corroborados, tienen todavía que ser interpretados y puestos en correlación sistemática con el fin de ser coronados en una teoría científica. En sentido estricto, la ciencia es teoría; pero ésta se gesta como hipótesis, que no es mera representación fáctica particular, sino inventiva creativa –que parte de esta representación de hecho− y que pretende ser una representación orgánica, en tanto es, completa, coherente o sistemática. La historicidad de la ciencia se cifra, precisamente, en este elemento creativo. No es una creación arbitraria, sino que se ciñe a los fenómenos de base que dan asiento a su formulación y a un orden dinámico o dialéctico que dirige el desarrollo teorético, circunscribiendo cada jurisdicción histórica al campo de sus posibles novedades. Es por eso que la teoría científica en tanto creación es histórica, es procesal, pero simultáneamente verdadera, pues conserva la seguridad inexpugnable de contener una búsqueda representativa adecuada a lo real.
Con todo lo anterior Nicol recupera el sentido originario de la vocación científica y sienta las bases de una nueva metafísica científica, fenomenológica y dialéctica a la vez y que plasmará y desarrollará, originalmente, en una metafísica de la expresión.
Bibliografía
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- Rauche, G. A. The Abdication of Philosophy = The Abdication of Man. (A critical study of the interdependence of philosophy as critical theory and man as a free individual), M. Mijhoff, The Hague, 1974.
*Las imágenes que acompañan este texto son de Mark Manders y fueron seleccionadas por el equipo de redacción de la revista Reflexiones Marginales. Para obtener más información sobre este artista visite su página web: http://www.markmanders.org/
*El texto que a continuación presento fue leído el día 21 de abril de 2009 en la Universidad del Claustro de Sor Juana con motivo de la inauguración de la Cátedra Extraordinaria de Metafísica Eduardo Nicol. La versión que ahora doy a conocer ha sido revisada y contiene añadidos sustanciales con vistas a mejorarla y enriquecerla lo más posible.
Notas:
[1] Aristóteles, Metafísica IV. 1. 1003a21-32 (la traducción es mía).
[2] Véase Nicol, E., Los principios de la ciencia, F.C.E., 2ª. Reimpresión, México, 1984, Introducción, Capítulo I, p. 9. Asimismo, Nicol nos hace ver que ningún sistema formal –llámese lógico o matemático– por refinado que sea posee validez universal o exclusiva: “Ningún sistema formal tiene validez autónoma. (Validez, significa aquí eficacia: utilidad cognoscitiva.) Pero ha sido justamente el progreso en ese refinamiento formal interno lo que ha promovido en nuestros días la noción de una suficiencia de la lógica. La legitimidad de las investigaciones puramente formales del especialista permite olvidar la subordinación de la lógica respecto de la epistemología, que es como la subordinación del símbolo respecto de la cosa simbolizada. De la autonomía científica se ha pasado entonces a una pretendida hegemonía, como si el formalismo simbólico fuese el único criterio de validez de la ciencia en general. La situación real es la inversa: el valor del formalismo lo determina su utilidad epistemológica. Sin la primera relación constitutiva del conocimiento, que es la relación del sujeto cognoscente con el objeto conocido, la segunda relación, o sea la relación lógica del pensamiento consigo mismo, sería un vano juego de puros símbolos sin contenido.” Ibid., Capítulo II, p. 49.
[3] Ibid., p. 10.
[4] Véase idem.
[5] Véase Nicol, E., “Humanismo y ética”, en Ideas de vario linaje, UNAM, México, 1990, pp. 409-416.
[6] Véanse Nicol, E. Los principios de la ciencia, ed. cit., p. 11.
[7] Véanse Nicol, E., “El retorno a la metafísica”, en Ideas de vario linaje, ed. cit., pp. 23-37 y “Física especulativa, metafísica positiva”, en Teoría. Anuario de Filosofía 1 (1980), pp. 18-31.
[8] Nicol, E., Los principios de la ciencia, ed. cit., p. 12.
[9] Ibid., p. 17. Aristóteles trata de mostrarnos a lo largo de los libros I y IV de la Metafísica el porqué del nacimiento de la filosofía y de la metafísica misma como ciencia del ser y el conocer, puesto que le es propio, como ciencia primera el ser e)pisth/mh por antonomasia, ciencia de principios, ciencia fundamentadora.
[10] Véase ibid., p. 20.
[11] Véase ibid., pp. 20-21.
[12] Nicol realizó este proyecto de crítica de la razón en su trilogía, El porvenir de la filosofía, F.C.E., México, 1972; La reforma de la filosofía, F.C.E., México, 1980, y La crítica de la razón simbólica, F.C.E., 1982.
[13] Supra, nota 2.
[14] Nicol, E., Los principios de la ciencia, ed. cit., p. 40.