El arco iris de la gravedad, de Thomas Pynchon

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Thomas Pynchon, El arco iris de gravedad, Tusquets Editores, Barcelona, 2009, 1152 páginas.

¿Será posible que este americano oculto y de culto se vaya a poner de moda en nuestro país?

No hace mucho entré en una librería de la cual soy asiduo. Un hombre de mediana edad fisgoneaba entre los estantes, tomó un libro grueso, descomunal como un luchador de sumo, y se acercó al librero preguntándole ¿qué tal? El mamotreto lo había extraído de una pila no tan abundante como la de los premios Planeta en Carrefour pero considerable. Me sorprendió la cantidad de ejemplares. Ante el interés del hombre y el elogio del librero, un entendido, también yo cogí el mío. Era la reedición de El arco iris de gravedad, de Thomas Pynchon. Ya había leído yo V, Vineland y La subasta del lote 49, lo que no ha sido una mala preparación para emprender el arduo trabajo de devorar las 1148 páginas de esta novela.

¿Merece la pena el esfuerzo? Para mí lo ha merecido, aunque es innegable que no a todo el mundo le parecerá acertada mi opinión. Si acostumbramos degustar la narrativa aderezada con los tradicionales principios de planteamiento, nudo y desenlace, nos vamos a llevar la primera sorpresa cuando hayamos consumido la más mínima parte de esta obra: sólo hay nudo, y un nudo que ni siquiera se desnuda. V fue la primera novela de Pynchon y ahí ya apuntaba maneras: el protagonista busca a esa V, que lo mismo puede ser una mujer, que un lugar llamado Vheissu, que una diosa. Hay en ella historias de espías, donde la paranoia, principal bastón de mando de Pynchon, puede aplicarse hasta la locura furiosa, si bien lo que más llama la atención y parece ser otro rasgo característico del autor, es que cuando el protagonista alcanza a atisbar qué cosa o qué persona es V, el interés de protagonista y de escritor, y por ende el del lector, deja de ser trascendente.

Tal vez ese aspecto de la paranoia debió ser muy criticado en sus novelas, y la reacción en El arco iris de gravedad es la del sarcasmo, porque incluso llega a enumerar principios inmutables para el perfecto paranoico. Es posible que Pynchon tenga razón en esto: hay innumerables conspiraciones, sólo que aquellas que sospechamos son falsas, y las reales no podemos ni imaginarlas. La paranoia es una enfermedad mental, aunque también puede ser causada por el uso indiscriminado de las drogas (¿puede haber algún uso discriminado?, puede haberlo pero es impopular porque la discriminación, el ensayo al más puro estilo Huxley o Jünger, no puede ser generalizado, la discriminación con las drogas es elitista, y eso es hoy pecado de lesa solidaridad, igualdad y hermandad). Un amigo mío, también admirador de Pynchon al que ha descubierto, como yo, hace poco, aunque esta novela de la que hablo fue publicada en USA en 1973, y no se le dio el Pulitzer por obscena, asegura que al menos a este tipo la droga le sentó bien. Seguramente tiene razón.

Como puede ya adivinarse, no se trata de una novela de tumbona, de la que al cabo de unos años sacudimos la arena, no porque la releamos, sino porque de vez en vez es sano quitarles el polvo a los libros. Es narrativa para trabajársela, admirablemente postmoderna, con todo lo que eso implica: búsquedas infructuosas y que a la postre pierden interés, casualidades cuyo padre putativo son aquellas tan sugerentes del Zhivago, donde un destrozado Yuri ve un punto negro en la tundra blanca y en lugar de ser un animal o un desconocido, resulta ser un viejo amigo que le da noticias de familia y amante, jamás huida de los clásicos pero tampoco atoramiento en ellos (de hecho, Pynchon mismo gusta de hablar de la influencia de Moby Dick en su Gravity’s Rainbow, cuando cualquiera vería más la del Ulises joyceano, como luego comentaré), mezcla de estilos y mezcla de conocimientos (en la página 216 tenemos la fórmula de una serie exponencial matemática, y no es la única que aparece en la novela, de igual forma que no es el único detalle que muestra a un Pynchon preocupado, no sólo por las cuestiones literarias sino también por las científicas, no en vano estudió, además de literatura, ingeniería en Cornell, continuando la saga de otros novelistas-ingenieros como Broch, Gadda o Benet), inclusión de las tecnologías actuales y de la cultura popular, representada por músicos y cantantes cuyas cancioncillas o estribillos son en ocasiones parafraseados por el propio novelista, etcétera.

Todo esto que voy subrayando aquí podría disuadir de su lectura más que animar a ella. Espero que no sea así, porque este aparente caos no es sino fiel reflejo de la sociedad actual tanto como lo era en el año en el que fue publicada, en plena guerra fría, con la competencia armamentística y astronáutica entre ambos bloques, con el tremendo embolado ideológico que para unos y otros ha significado este último cuarto del siglo XX.

En Vineland nos mostraba una especie de región norteamericana, allá más o menos por California, donde grupos de hyppies deseaban continuar con su forma de vida alternativa y eran continuamente hostigados por un individuo, el malo de la película, íntimamente ligado a los servicios secretos, la CIA y al proyecto nixoniano de acabar con todo ese mundo floreado, con su poquito de alucinación, esos emboscados (como los llamaría Jünger) que, oponiéndose a la guerra entonces, destapaban la olla de los grillos de la gran mentira nacional que fue Vietnam. En La subasta del lote 49, mientras tanto, una organización clandestina, inspirada en un personaje de tragedia isabelina, boicoteaba los servicios postales oficiales para suplantarlos, y eso en un país donde quienes protagonizaron tales servicios son ensalzados en las escuelas como héroes nacionales. En El arco iris de gravedad todo gira en torno a los cohetes que los alemanes teledirigieron e hicieron caer sobre Londres durante la Segunda Guerra Mundial, y sobre la característica de un individuo, Tyrone Slothrop, semiprotagonista, de excitarse sexualmente con esos cohetes. Pero ese tema no es el único porque hay tantos personajes, personajillos, asuntos, preocupaciones del autor que, desde luego llenan ese enorme número de páginas. Pues otro tema recurrente es el plástico Imipolex, también capaz de ereccionarse como un pene masculino, un pezón o un clítoris. El conductismo psiquiátrico, quizá el diablo encarnado para Pynchon, que asimila las técnicas pavlovianas al más puro nazismo. O el del Schwarzkcommando, un grupo de negros hereros, servidores expertos en el montaje del cohete, que vagan por la Alemania ya vencida para lanzar un último proyectil, un prototipo montado con el plástico antedicho y donde, en una especie de sueño o alucinación, calzan dentro del cubículo para los explosivos al jovencito Gottfried, vestido exclusivamente con ese plástico, que durante años ha sido amante del responsable alemán del cohete, un tal Weissmann o Blicero.

Aunque quizá, el principal tema, la estrella de la mañana que ilumina el novelón, además del inmenso símbolo fálico que es el cohete en sí y que empieza con una plantación de plátanos en mitad de un Londres bombardeado, es la mezcla de realidad, sueño y alucinación.

Más todo esto no sería nada de no ser por una prosa certera, perfecta, bajtiniana, tanto en el sentido de polifónica como en el de exagerada y cachonda, con cargas de profundidad rabelesiana. Porque quizá nos hallamos ante el Ulises que cierra el siglo, de la misma forma que el de Joyce lo abrió. Con la diferencia sustancial de que mientras a Joyce le preocupó enormemente el tratamiento que a su libro daría la crítica y dijo aquello de si les dejaba mucho trabajo, a Pynchon, me temo, le importa un ardite la crítica y lo que digan de él.

La traducción parece acertada, aunque adolece de algunos gazapos de impresión, inevitables quizá en libro tan extenso.

Aviso a navegantes: no es recomendable iniciar la lectura de Pynchon con esta novela. Acaso sería conveniente algo más corto como La subasta del lote 49, la infecciosa metáfora, cuyas 10 últimas páginas son la gran novela americana, el dedo en la llaga de qué es el capitalismo al que se le llena la boca de libre mercado pero luego mata al competidor, si es preciso, con tal de permanecer encabezando el ranking de facturación, seguir por Vineland, muy divertida y pasar luego a V o Mason and Dixon. Tusquets promete publicar la traducción de Contraluz, a la que califica como “una de sus obras más ambiciosas” (¿es posible superar en ambición a este Arco iris?) e Inherent vice, la más reciente, en este 2010 que acaba de empezar. Los devotos esperamos fervorosamente estas epifanías.

Fuente: http://www.adamar.org/ivepoca/node/1120