I
La experiencia de lo más desconcertante,
no es necesaria, no es un deber impuesto.
Pero así como el agua de los ríos tiende y
se dirige hacia el mar, la literatura y el
pensamiento tienden al abismo.
Bataille.
Hay una imposibilidad para hablar sobre el pensamiento de Georges Bataille dada por la puesta en juego de una escritura que se borra a sí misma; movimiento trágico por el cual el gesto de escribir o narrar sólo alcanza a expresar rastros difusos de una experiencia dislocante, límite, que a la vez convoca, excede y obliga a ser pensada. Desplazamiento paradójico de la fascinación ante el abismo insondable y silencioso de la vida; así, la imposibilidad de hablar sobre lo que actúa y vibra en la obra de Bataille radica en que no podemos hablar o narrar la experiencia interior de otro ‒en este caso, la del mismo Georges Bataille‒. En este sentido, su obra exige un ejercicio de comunicación, estando ésta fuera del ámbito del discurso lógico o de la argumentación y encontrándose en el sentimiento, puesta en operación de una lógica de la sensibilidad, gimnasia del espíritu, para suprimirse a sí mismo y sorteando el abismo abrirse a lo otro: lo sagrado.
Así, la comunicación es posible fuera del límite de la cotidianidad sostenida por el orden regular de la vida ‒o en términos de Bataille, en la discontinuidad‒, lo que supone la irrupción de la violencia dentro del orden del mundo homogéneo. Experiencia del mundo que ya no dirige la mirada hacia fuera, pues el ojo voltea sobre su órbita hacia el interior, hacia la profundidad y superficie de la sensibilidad y el pensamiento: no-saber, límite intensivo, en el cual el pensamiento choca consigo mismo, fisurándose y quebrándose en pedazos, de cuyo estruendo brota el silencio. Si bien la experiencia interior no es necesaria ‒incluso es mas bien inútil, sin sentido‒, es, sin embargo lo que mueve y obliga a pensar lo heterogéneo.
Para Bataille el mundo tiene una doble cara: una homogénea y otra heterogénea. La cara homogénea del mundo esta construida sobre la expulsión de la violencia ‒esto es, el régimen del orden del tiempo y de los interdictos‒, cuya base es el trabajo, la producción, la ciencia y la técnica, erigiendo así una sociedad de lo útil, dentro de la cual cada individuo vale por lo que produce renunciando a la soberanía. Realidad abstracta, ya que en ella todo es conmensurable al orden, la razón o el discurso. Por el otro lado, las formas heterogéneas son imposibles de asimilar. Lo heterogéneo es el mundo sagrado, en donde el gasto improductivo, el derroche y el Don encuentran su expresión en la fiesta, el juego, el arte, el erotismo o el sacrificio, pero también en todo lo que la sociedad homogénea expulsa como desperdicio o excresencia: violencia, desmesura, delirio, locura, etcétera. La formas heterogéneas operan en la liberación de las fuerzas que entran en choque. En este sentido, para Bataille la sociedad es:
(…) campo de fuerzas cuyo pasaje puede ciertamente ser revelado en nosotros, pero de fuerzas en todo caso exteriores a las necesidades y a la voluntad consciente de cada individuo.[1]
La experiencia heterogénea es la apertura a lo absolutamente otro, lo inconmensurable respecto a la cotidianidad y al orden homogéneo. Lo heterogéneo es la irrupción de la violencia como experiencia de lo sagrado. Así, Bataille genera un pensamiento que busca expresar cómo acontece lo sagrado en el mundo contemporáneo, la inmediatez en la cual nos encontramos en la naturaleza como el agua en el agua, y si esta experiencia es posible o pertenece al ámbito de lo imposible. Lo sagrado es, entonces, la paradoja y el límite del pensamiento, experiencia que lo disloca y lo abre a su abismo.
La intensidad del deseo es siempre consecuencia de la excepción, la sensualidad es un lujo, una suerte, y la suerte carece siempre de profundidad: sin duda esa es la razón por la que los filósofos la ignoran.[2]
Pensamiento soberano, libre, fuera del orden práctico y fuera de lo útil, cuya expresión es el silencio, la risa y las lágrimas. Filosofía de la pura sensibilidad, de lo no útil, de la suerte, de la puesta en juego. De esta manera, el mundo homogéneo y el heterogéneo se diferencian por capas de inmanencia: diferencia intensiva de modulación y potencia de las fuerzas, pero también de su velocidad y lentitud.
El mundo homogéneo descansa sobre el plano de las cosas, mientras que el heterogéneo traza un plano imposible, el de la experiencia interior, que es nada porque no es una cosa. La experiencia interior es el movimiento del ser en nosotros, movimiento del deseo que del interdicto se dirige a su posible transgresión. Así, si el interdicto provoca angustia, sólo la suerte puede superarla. La puesta en juego como movimiento de la transgresión: fiesta, erotismo, arte, como irrupción de lo heterogéneo en la homogeneidad del orden del tiempo que subyace al orden del trabajo y la producción. La experiencia interior es la puesta del ser ‒de nuestro ser‒ en cuestión; tránsito de la discontinuidad de la estructura cerrada del sujeto a la continuidad: devenir flujo e intensidad vital. En el movimiento de la transgresión no sólo se transgrede el interdicto, sino también, y de manera profunda, al yo, el orden de la razón y la conciencia clara, movimiento de devenir, singularidad acéfala. Para Foucault:
Nada es negativo en la transgresión. Afirma el ser ilimitado, afirma lo ilimitado en lo que ella brinca, abriéndolo por primera vez a la existencia. Pero puede decirse que esta afirmación no posee nada positivo: ningún contenido puede obligarla puesto que por definición ningún límite puede retenerla. [3]
La experiencia interior es la experiencia de lo imposible. La angustia es la que dice “imposible”, anclando, determinando y negando la potencia en nosotros; es la experiencia del pecado como sentimiento de ruptura, el vértigo frente al límite del pensamiento y la sensibilidad. Por su parte, la suerte es la superación de la angustia, la experiencia de la soberanía.
II
Enfrentarse a un gran pensamiento es intolerable.
Busco y me dirijo a hombres a quienes pueda
comunicar este pensamiento sin que por
ello mueran.
Nietzsche.
El pensamiento soberano se sitúa más allá de la utilidad y supone la apertura ilimitada a la vida. Economía del instante, ya que sólo el instante es soberano. Gasto improductivo, don, derroche y consumisión son los elementos de la economía del instante. Para Bataille, el trabajo es un anestésico para la angustia frente al destino, la muerte o la tragedia; anestesia de la experiencia del mundo y de la vida. Por el contrario, la soberanía es el instante que sirve y vale para sí mismo, la forma límite de la aisthesis: el éxtasis.
El deseo es siempre la causa de los momentos de éxtasis, y el amor que es su gesto siempre tiene como objeto en algún punto equis el aniquilamiento de los seres.[4]
El dominio de la soberanía es el más allá de la utilidad, la aniquilación o destrucción del objeto, es la sensibilidad pura, intensiva. La soberanía es nada, olvido, espera que no espera nada o espera que olvida que espera. Eso es la suerte.
Existencia total, exuberante, que sólo desea consumirse, gastarse. La experiencia de la soberanía resiste a la existencia servil del mundo práctico del trabajo y el consumo, sometida a los interdictos. La existencia soberana rompe con todo lo que articula el mundo homogéneo y que produce subjetividades discontinuas. La soberanía es la experiencia de la continuidad como potencia, la liberación de las fuerzas vitales. La actitud soberana es, pues, la rebeldía, el sentimiento de la fuerza en nosotros por el cual nada está ya por encima de nosotros. Lo soberano acontece cuando se goza y afirma el instante en sí mismo sin pensar en el porvenir. Ruptura con la temporalidad cronológica, economía del instante: voluntad de suerte.
Si vivimos soberanamente, la representación de la muerte es imposible, pues el presente ya no está sometido a la exigencia del futuro. Por eso de una manera fundamental, vivir soberanamente es escapar si no de la muerte, al menos de la angustia de la muerte. No es que morir sea odioso –pero vivir servilmente es odioso- [5]
Para Bataille el instante es el único ser soberano, ya que es inútil, insensato, sin sentido; es el silencio antes del hombre, la risa como pura felicidad y las lágrimas derramadas ante lo sublime o el amor, como gestos a través de los cuales nos perdemos o disolvemos en la inmanencia. La irrupción de la soberanía es el trastocamiento de la racionalidad estructurada del mundo objetivo, apertura a una subjetividad profunda, la singularidad acéfala que no es objeto de conocimiento pero que, sin embargo, se comunica de uno a otro por un contacto sensible o contagio de la emoción soberana que atraviesa y desborda los cuerpos vibrátiles. Emoción que abre un campo de fuerzas: la comunicación, siendo la forma en que se expresa el arte, el erotismo o la fiesta, formas todas ellas de lo heterogéneo. La comunicación tiene la Nada por objeto, es la puesta en juego de dos o mas seres, desgarrados, suspendidos, que se abrazan en una danza sobre el abismo, el cual sortean, agotan y suprimen. De ahí que la existencia soberana o heterogénea vincule a la muerte, pero superando la angustia, voluntad de suerte, la supresión de la discontinuidad y la apertura a la continuidad del ser: la transparencia del mundo. En este sentido, para Bataille: “Todo hombre en potencia, sigue siendo un soberano, siempre y cuando prefiera morir a ser sometido”[6].
Figuras de existencia soberana las encontramos en el cine de Werner Herzog. Fitzcarraldo, el conquistador de lo inútil, es un soñador que busca conseguir dinero por medio de la extracción de caucho para después dispendiarlo llevando la gran opera a la selva amazónica. Conquistar lo inútil supone la realización de una serie actos sublimes, soberanos, siendo el primero atravesar el amazonas tomando como arma la voz de Caruso. Juego de fuerzas entre las potencias de la música y las fuerzas que habitan el río y la selva amazónica. Fitzcarraldo entabla un potlatch (gasto suntuoso) con la naturaleza exuberante del amazonas. Así, su segundo acto soberano será hacer que el barco surque la montaña, lo cual implicará no sólo un derroche de fuerza, sino incluso el sacrificio humano.
De esta manera Deleuze apunta:
(…) en Fitzcarraldo, lo heroico (la travesía de la montaña por el pesado barco) es aún más directamente el medio de lo sublime: que la selva virgen entera se convierta en el templo de la ópera de Verdi y de la voz de Caruso.[7]
Para Herzog el cine es una articulación de sueños que enfrentan lo imposible. El acto cinematográfico es hacer posible lo imposible. Con Fitzcarraldo, Herzog enfrenta lo imposible, no sólo al hacer que el barco surque la montaña, llevándolo hasta la cúspide ‒ que para Bataille es una figura de lo imposible‒, sino a la vez porque hace de la filmación misma un acto heroico, soberano: la conquista de lo inútil, mostrando que sin sueños “Somos como trabajadores con rostros serios, confundidos que construyen un puente sobre un abismo pero sin pilares”[8]. Sólo llegando hasta la cúspide, conquistando lo imposible, la experiencia de la libertad es posible.
III
Aun cuando no lo parezca, es a la amistad,
a la dulzura de la amistad, a la que la belleza
de las obras humanas se dirige. ¿No es la belleza
acaso lo que amamos? ¿No es la amistad la pasión,
la interrogación siempre recomenzada cuya única
respuesta es la belleza.
Bataille.
Fiesta, erotismo y arte, son oportunidades de experiencia de lo sagrado o, mejor dicho, formas en las que acontece lo sagrado en el mundo contemporáneo. Afirmación del instante, gasto improductivo, dispendio y don. Este principio de pérdida o gasto incondicional opera en la creación; la poiesis es sinónimo de gasto, de exuberancia de fuerza, que se dispendia, se da. El arte es así creación por medio de la pérdida, movimiento análogo al sacrificio. El gasto poético es una forma de don, puesta en movimiento de una voluntad de portento. El arte para Bataille es:
(…) la creación de una realidad sensible que modificará el mundo en el sentido de una respuesta al deseo de lo portentoso, implicado en la esencia del ser humano.[9]
Este deseo o voluntad de portento es la conjuración de lo milagroso que se expresa y conserva en el arte, dando lugar un acontecimiento repetido del milagro.
Para Bataille, lo milagroso no acontece en Grecia con el surgimiento de la filosofía, sino en Lascaux con el surgimiento del arte, aunque como Herzog ha explorado en La cueva de los sueños olvidados (Francia-E.U.-Canadá, 2010) quizá este milagro sucedió en Chauvet.
Así Lascaux y Chauvet son la expresión de la vida interior de ese ser larvario que pintó las cuevas. Para ambos autores, con el arte surge la primera forma de pensamiento: la imaginación, el poder de producir imágenes, que no son nada, porque no son cosas sino expresión de la fuerza interior que anima el mundo. Pensamiento soberano que comunica los espíritus y se sitúa fuera de la utilidad y la necesidad del trabajo. Cuenta Bataille que el neandertal ya trabajaba y, más aún, observaba ciertos interdictos, como el de la muerte; sin embargo, no llegó a ser un sapiens. Por su parte, el ser larvario de Lascaux no sólo conocía el interdicto, sino que a la vez ejerció una actividad que superó el interdicto, transgrediéndolo, afirmando de esta manera su soberanía mediante el juego, la fiesta y el arte. Así:
La trasgresión se traduce siempre en formas prodigiosas: como las formas de la poesía y la música, la danza, la tragedia o la pintura. Las formas del arte no tienen otro origen que la fiesta de todos los tiempos, y la fiesta, que es religiosa, se vincula al despliegue de todos los recurso del arte.[10]
Si bien el ser larvario de Lascaux ‒y podríamos agregar al de Chauvet‒, conocía el trabajo y poseía la habilidad para producir herramientas y manipularlas. El surgimiento del arte supone el paso del mundo del trabajo al mundo del juego, de ahí que, retomando el concepto de Huizinga, Bataille llame a este ser larvario homo ludens. En este sentido, podemos agregar que si bien la pintura de las cuevas supone el conocimiento técnico, este deja de pertenecer al orden práctico ‒y por lo mismo no obedece a un principio mágico sino lúdico‒, pues lo que opera en la creación de las pinturas de las cuevas es eso que Benjamin llamará técnica lúdica. [11]
Este homo ludens es un ser soberano que juega y ríe, espíritu de la ligereza, que resuena y vibra al ritmo armónico de la inmanencia. Bataille y Herzog nos hacen asistir al nacimiento del arte, que es el primer rastro de la experiencia interior que nos convoca y nos une, recordándonos que es tiempo de reír.
Notas
[1] Bataille, Georges. La sociología sagrada del mundo contemporáneo. Libros del Zorzal. Buenos Aires, 2006; p. 23.
[2]Bataille, Georges. “El más allá de la seriedad.” En: Para leer a Georges Bataille. FCE. México, p. 603.
[3] Foucault, Michel. “Prefacio a la transgresión.” En: Obras esenciales. Paidós. Barcelona, 2013.
[4] Bataille, Georges. “Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte. “ En: Para leer a Georges Bataille; p, 347.
[5] Bataille, Georges. Lo que entiendo por soberanía. Paidós. Barcelona, 1996; p. 83.
[6] Batailles, Georges. “Lo soberano.” En: Para leer a Georges Bataille. p. 552.
[7] Deleuze, Gilles. La imagen-tiempo. Paidós. Barcelona, 1986; p. 259.
[8] Herzog, Werner. La conquista de lo inútil. Editorial Entropía. Buenos Aires, 2008; p.14.
[9] Bataille, Georges. “Lascaux o el nacimiento del arte.” En: Para leer a Georges Bataille, p. 386.
[10] Ibíd., 391.
[11] Cfr. Walter Benjamin. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Ítaca. México, 2003.
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