La autoridad parental y el comportamiento de los niños en las colonias marginadas. El caso del Norte de Colima.

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La autoridad parental y el comportamiento de los niños en las colonias marginadas. El caso del Norte de Colima.

1.0

Las virtudes y los objetivos de la filosofía para niños (FPN), muy defendidos racionalmente por Matthew Lipman, son a menudo comprometidos durante las sesiones de la comunidad de diálogo por el comportamiento no adecuado de los niños. Como la mayoría de los facilitadores de los talleres de FPN no tienen una formación psicopedagógica, aquella conducta de los niños se hace a menudo incomprensible y, se observan actitudes de desesperación e incluso de abdicación por parte de los facilitadores, alumnos y profesores. Es por eso que el presente trabajo busca proponer algunos ejes de comprensión de los niños a los facilitadores de filosofía para niños y a todas las personas dedicadas a interactuar con los niños. Es guiado por la siguiente pregunta: ¿Cuál es el motor de la conducta de la mayoría de los niños durante los talleres de filosofía para niños y en especial durante la comunidad de diálogo?

1.1

Para responder a esta interrogante, partiremos del postulado de que la mayoría de los niños de las colonias marginadas que acuden a los talleres de filosofía para niños están ya impregnados por el peso del superyó, el cual es demasiado flexible o ausente en su vida familiar. La consecuencia de esta carencia del papel del superyó es la libertad demasiado amplia con la cual actúan los niños sin tomar en cuenta la presencia de otros formadores en su vida. Esta hipótesis me empuja a repasar las nociones psicoanalíticas de Freud antes de proponer alguna reflexión sobre la conducta que tenemos que adoptar durante la comunidad de diálogo con los niños.

  1. Instancias del aparato psíquico

1.2

En su teoría psicoanalítica, S. Freud ha demostrado que el aparato psíquico está compuesto de tres instancias claramente distintas, en la medida en que cada una tiene su función y sus fuerzas que lo empujan a actuar. Sin embargo, las tres están interrelacionadas y esta interrelación determina la estructura de nuestra personalidad. Estas instancias son el ello, el yo y el superyó, y en el desarrollo del ser humano los primeros años de la infancia son muy cruciales para el equilibrio de la personalidad. Dado que en FPN trabajamos con los niños, me parece indispensable conocer estas instancias y la manera cómo influyen en su comportamiento. Tal conocimiento nos da herramientas para actuar ante un niño con un mal comportamiento para orientarlo adecuadamente.

El ello puede considerarse como la fuente de todas las energías innatas e instintivas así como fuente de todos los deseos y recuerdos reprimidos. Es él quien da a la personalidad su dinamismo de base. Siendo la fuente de energía que da dinamismo a la personalidad, el ello es el reservorio de la libido, la cual es puesta a disposición de los instintos y sobre todo de los instintos sexuales. Para el ser humano, los instintos serán llamados pulsiones sólo para distinguirlos de los de los animales no humanos.

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La explicación anterior implica que el objetivo principal del ello, su dinamismo, busca alcanzar el placer libidinal, es decir, satisfacer los instintos. Como tiene varias pulsiones, cada una buscará obtener placer independientemente de otras. Esta búsqueda insaciable de placer de manera independiente permite pronosticar que el dinamismo del ello no tiene orden y que será necesario procurárselo. Por otra parte, todos estos fenómenos, es decir, las pulsiones y su búsqueda de placer, son inconscientes para el individuo, quien los ignora e incluso ignora su actividad.

Sin embargo, no todas las pulsiones inconscientes se traducen en actos. En efecto, una pulsión no puede satisfacerse automáticamente en el mundo real ya que forzosamente se va a oponer a las energías conscientes. Esta situación crea un conflicto de tensiones, característico de los primeros años de existencia. El conflicto emerge del hecho de que los papás y los educadores dictan al niño prohibiciones, obligaciones y normas que él interioriza. Éstas, durante las fases de crecimiento, van a constituir progresivamente el superyó. En este sentido A. Collette afirma: “Es este conjunto de prohibiciones, defensas y normas introyectadas las que constituirán, progresivamente durante las fases de crecimiento del individuo, esta instancia de la personalidad llamada superyó”.[1]

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Partiendo de esta definición, podemos considerar que el superyó es esencialmente el resultado de la herencia de los papás en su papel de fuente de contra-pulsiones y de seguridad durante la infancia. Su objetivo en su papel prohibitorio es impedir que el ello satisfaga desmesuradamente y a veces peligrosamente sus necesidades. Así, el ello está formado por el material asimilado en la muy temprana infancia y, por consiguiente, tiene sus raíces en el inconsciente del cual toma gran parte de su energía y la otra parte le llega de las contra-pulsiones interiorizadas. De este modo, atenazado entre el ello y el superyó, el infante necesita de una mediación entre lo inconsciente y lo consciente. Este papel, lo juega el yo.

El yo es el resultado del encuentro entre las fuerzas externas y las representaciones de las pulsiones del ello que quieren traducirse en la conciencia. Siguiendo a S. Freud, A. Collette lo define de esta manera: “El resultado de un proceso reiterado de transformación de tendencias inconscientes más superficiales, al contacto de la realidad exterior y gracias a la intervención de la percepción consciente”.[2] Así, está claro que el yo es una instancia mediadora entre lo inconsciente y lo consciente, cuyo papel es vigilar y controlar una y otra de las instancias en disputas. Cumple esta tarea tomando en consideración todas las tensiones provocadas por las excitaciones de adentro y de afuera. Su dinamismo lo empuja hacia el placer eludiendo el desagrado o el disgusto; por eso en su actividad busca conciliar los dos rivales arriba mencionados a fin de encontrar una solución satisfactoria para ambos. En realidad, el yo busca saber si conviene satisfacer o sofocar las pulsiones internas sin disturbios graves.

Sin embargo, las exigencias del ello y del superyó pueden ser tan débiles o tan fuertes, esto es, tan desequilibradas, que todos los esfuerzos del yo para el encuentro de un acuerdo sean inútiles. En consecuencia, el yo se verá paralizado e incapaz de asegurar algunas tareas que le impone la realidad. De esta situación emergen disturbios psíquicos que, grosso modo, son de dos tipos: las neurosis y la psicosis. Todo nuestro comportamiento es el resultado del yo paralizado o equilibrado. Con algunas diferencias de grados, todos los seres humanos padecemos de estos disturbios. Se convierten en un problema cuando ya no nos permiten realizar nuestras actividades cotidianas, cuando impiden una convivencia sana, cuando provocan perjuicios sobre los demás y sobre nosotros mismos.

1.5

Lo anterior implica que el comportamiento de los niños en los talleres de FPN es una conducta normal de cada ser humano en diferentes etapas de su vida. Sin embargo, esta conducta será un problema si no permite el desarrollo de las actividades que la realidad nos impone. En este caso preciso, hemos escuchado muchos facilitadores, desesperados, declarase incapaces de seguir con las actividades de los talleres, otros sólo lo hicieron 2 o 3 veces y luego renunciaron. A menudo, nos interpelan: “Maestro, ya no puedo hacer nada con estos niños. Están muy molestos, pelean entre ellos, no se respetan: se insultan, tampoco me respetan”. Todo ello va en contra de los propósitos del taller e incluso del contenido de lo que queremos que aprendan. A este nivel, juzgamos que es importante entender el mundo infantil a fin de saber qué acciones implementar para llevar a cabo actividades de reflexión filosófica con ellos. Para ello, me parece indispensable distinguir los comportamientos que emergen de las neurosis sobre los cuales podemos intervenir con esos talleres de convivencia de los comportamientos que son la manifestación de una psicosis.

  1. Los comportamientos neuróticos y psicóticos

La parálisis del yo se traduce en comportamientos neuróticos y psicóticos. Aclarar la diferencia entre los dos tipos permite saber si nuestra acción educativa puede ser fructífera o no y así evitar la desesperación y cultivar la esperanza. Por cuestión de espacio y tiempo, sólo haré una explicación escueta que me permita identificar las causas posibles de los comportamientos de los niños y adolescentes en los talleres de filosofía para niños.

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La neurosis puede definirse como un trastorno parcial de los aspectos funcionales de la personalidad que afecta a las emociones, pero deja al individuo con toda su capacidad de razonar. En este sentido, J. Laplanche et J. B. Pontalis le caracterizan de esta manera: “Une afección psicógena cuyos síntomas son la expresión simbólica de un conflicto psíquico arraigado en la historia infantil del individuo y definido como un desacuerdo entre el deseo y la prohibición”.[3] Es de destacar que en esta cita, se puntualiza el hecho de que una neurosis tiene su origen en la infancia. Este periodo de la pequeña infancia es muy crucial entonces para alcanzar el equilibrio de la personalidad. Por lo que todos los educadores tenemos que tener mucho cuidado con los niños de entre 1 y 5 años ya que a esta edad, la mayoría de ellos son observadores y a la vez su memoria es una grabadora eficaz de todo lo que ocurre en torno a ellos.

Ahora bien, hay que destacar igualmente que las neurosis no son afecciones somáticas, pese a que se localizan en órganos precisos: existen neurosis digestivas, cardiacas, uterinas, esofágicas, etc. Sin embargo, son afecciones sin inflamación ni lesión de estructura del órgano referido. Son simplemente la consecuencia de un desacuerdo entre el deseo interno y las prohibiciones de las exigencias del superyó, de modo que, al contacto con la realidad, el yo debilitado expresa este desacuerdo. Así, un neurótico se caracteriza por la carencia de equilibrio interior satisfactorio, tampoco tiene buenas relaciones con los demás para identificar su propio personaje. Lo anterior implica que en cada uno de nuestros actos, hay algo de neurótico. S. Freud ha expresado esta realidad en estos términos: “…No existe ningún estado normal que no tenga rasgos neuróticos. Los neuróticos tienen más o menos las mismas disposiciones que los demás seres humanos, sufren las mismas pruebas y se encuentran ante los mismos problemas”.[4]

1.7

En esta misma línea de ideas, subraya que la diferencia viene de que un neurótico tiene un yo incapaz de asumir las tareas que le imponen el mundo exterior y la sociedad. Por lo tanto, no recuerda su experiencia pasada, mientras que su actividad es inhibida por las severas prohibiciones del superyó; se encuentra partido por los conflictos no resueltos y las dudas no aclaradas. Por fin, como no puede realizar una síntesis aceptable, todos sus esfuerzos para resolver el conflicto se traducen en el perjuicio de su organización. Podemos decir que un comportamiento empieza a preocupar cuando lo neurótico cruza una línea de equilibrio que el yo no puede tolerar. Concretamente, un comportamiento será neurótico cuando se observan claramente signos de exceso por parte del individuo. Si no fuera así, el comportamiento aunque neurótico es aceptable y ayuda a la persona a crecer más.

Por último, la neurosis se caracteriza por el hecho de que el individuo guarda toda su capacidad de razonamiento que no ha sido alterada. Una manera de detectarlo es simplemente observando que el lenguaje de la persona es coherente y claro. Así, el neurótico es capaz de construir un discurso lógico en el que las ideas se entrelazan unas a otras sin que haya saltos ni huecos que impiden seguir una historia narrada. Esta característica es explotada por los psicoanalistas para curar la neurosis durante las sesiones de la técnica psicoanalítica. Esta última reposa en la escucha y análisis de un relato hecho por el individuo sobre su historia infantil a fin de descubrir los puntos de incoherencias, los huecos de lenguajes, como signo de los cuellos de botella que hay que resolver.

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Dicho lo anterior, podemos considerar que la situación de una persona es grave cuando él ya es incapaz de adaptación social, existe una perturbación de la facultad de comunicación, la persona ignora que su estado es mórbido, hay pérdida de contacto con la realidad y existe una alteración profunda del yo.[5] Esta agudización de los síntomas de la neurosis nos pone ante una afección severa que es la psicosis tal como la paranoia, la esquizofrenia… Generalmente estos casos son considerados como la locura y necesitan una hospitalización. Un yo psicótico queda bajo la influencia del ello y se convierte en la segunda realidad conforme con los deseos del ello. De este modo, la realidad se convierte en algo independiente del yo y la técnica psicoanalítica no puede acceder a las causas principales de la afección. Por lo tanto, el enfermo debe ser puesto en cuarentena.

Creemos que esta última situación no es la de nuestros niños y niñas con los que trabajamos en los barrios y colonias marginadas. Sin embargo, la recurrencia de las conductas que manifiestan poca convivencia con los demás, poco respeto e incluso acoso hacia sus compañeros nos ponen en estado de alerta para buscar las causas así como los remedios adecuados. En efecto, al no reparar estas situaciones no sólo obstaculizamos la realización de los talleres de FPN, sino también los niños corren el riesgo de no tener una personalidad adecuada que les permite enfrentar el mundo futuro.

  1. El papel de la educación y de la represión de las pulsiones infantiles

Consideremos que para actuar eficazmente en la sociedad, el yo como representante de nuestra personalidad debe ser fuerte y equilibrado, en caso contrario las tareas superiores a sus esfuerzos harán fracasar su actividad. De este modo, aparecerán conductas inadecuadas para la sociedad que llamamos neurosis. Recordemos también que como afección, las neurosis son el resultado de un yo débil, inacabado e incapaz de superar las tareas que le impone la realidad. Así que para cumplir su responsabilidad de manera adecuada, el yo necesita de la intervención equilibrada del superyó como instancia represora.

En efecto, el medio familiar, los grupos culturales y la posición del niño en estos grupos juegan un papel importante en la personalidad de un individuo. Es que en nuestra sociedad, ningún niño puede seguir sus propias ideas; debe desde la baja edad ser educado, civilizado, a fin de que ocupe un estatuto conveniente. Para ello, los adultos educadores lo impulsan a superarse y a superar a los demás; lo entrenan para un espíritu individual o colectivo según el tipo de sociedad y a la vez lo empujan a valorizarse y a imponerse ante los demás. Este papel se lleva a cabo mediante las prohibiciones, obligaciones y normas que los papás y los educadores dan al niño. Es este mecanismo educativo del superyó el que favorece o impone lo que llamamos la represión. Nadie puede explicar mejor este mecanismo represivo que S. Freud: “Educadores y papás, en su calidad de precursores del superyó, restringen mediante prohibiciones y castigos la actividad del yo y favorecen e incluso imponen la instauración de las represiones”.[6]

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El rol de los educadores consiste entonces en impedir la concreción automática de los deseos del niño y en controlar que esta concreción se haga en función de la aceptación de la sociedad. En otros términos, son los educadores los que dan viabilidad a la actividad del ello, esto es, son un filtro social que permite a la personalidad adaptarse al grupo modificando o inhibiendo completamente algunos de sus deseos. En este sentido, el superyó es una instancia legalizadora en la medida en que es ella la que determina si un deseo indicado puede o no expresarse en la realidad y bajo qué modalidad.

Al mismo tiempo que los educadores legalizan y controlan la actividad del ello, también vigilan para que los deseos sofocados no se actualicen de manera contraria a la concepción de estos educadores. En términos psicoanalíticos, el deseo humano más inhibido es la pulsión sexual cuyas primeras manifestaciones son reprimidas de manera cruel. Así, no es sorprendente escuchar a una mamá decir a su hijo que le cortarán su pene si vuelve a exhibirlo. Si el niño ya había visto el sexo femenino, esta amenaza es suficiente para que el niño crea en su eficacia y renuncie a su deseo sexual.

1.10

Este papel educativo levanta muchas dudas para el niño y conlleva el riesgo de quitarle la confianza que él tiene en los educadores. En efecto, en la primera infancia, el niño es muy curioso; busca conocer los objetos a su alrededor; además tiene una mala concepción de la realidad. Esta situación hace que entre 2 y 3 años por ejemplo, el niño parece no tener pudor y hace toda suerte de preguntas a la persona que le inspira confianza, en este caso, a uno de los papás. Sin embargo, a menudo las respuestas que recibe no son verdaderas; es incluso regañado por haber hecho tal o tal pregunta. Imaginémonos una pregunta sobre la diferencia entre un papá y una mamá, así como sobre el tipo de relación que hay entre ellos; muy pocos papás responderían con verdad. Estas actitudes y acciones de los educadores tienen como finalidad obligar al niño a renunciar a hacer preguntas, y por lo tanto, a sofocar su curiosidad.[7]

En realidad, el adulto transfiere su culpabilidad sobre el niño, favoreciendo así la represión. Por eso, “La represión se ejerce contra toda idea, toda tendencia que no es aceptada en el contexto social, siendo los problemas sexuales una parte de los problemas sociales”.[8] En consecuencia, la actividad del superyó restringe la del yo de modo que, ante un educador muy autoritario, el yo se encuentra agobiado de obligaciones, mientras que si el educador es demasiado bueno, el yo es debilitado por los caprichos del ello, los cuales se expresan sin ninguna intervención del superyó. En el primer caso, el yo no tiene otra solución ante la realidad que sofocar toda idea no aceptada por el contexto social. En el segundo, se encuentra totalmente a merced de sus pulsiones internas.

1.11

La represión es normal e indispensable para el equilibrio y la conservación del individuo: todos los humanos buscan olvidar malos recuerdos para así equilibrar la vida. Sin embargo, existe un límite bajo el cual o más allá del cual la represión es una solución ineficaz para la vida. Este mecanismo de sofocamiento de las ideas no deseables es inconsciente ya que el individuo no se da cuenta de su influencia y acción. Sin embargo, la idea reprimida no puede disolverse ni desaparece sin huellas, ya que es mucho más dinámica de lo que pensamos. Al contrario, produce una suerte de angustia primera: un malestar nacido de la insatisfacción del individuo y de las prohibiciones externas. A pesar de ello, mediante la introspección, el individuo asimila progresivamente las contra-pulsiones que formarán parte integrante de su psiquismo.[9] Si la represión no fue hecha con éxito se producirán estados de neurosis y el niño podría considerase como un niño perdido, mimado o consentido.

Ahora bien, los niños que participan en FPN vienen de colonias y poblados pobres y marginados del Estado de Colima. Nos referimos a los niños del poblado de Zacualpan en el municipio de Comala, Col.; de la colonia Real de Minas en el municipio de Villa de Álvarez, Col., así como a los niños de las galeras de los jornaleros cortadores de cañas de azúcar en el Cóbano y en Quesería, al norte de la ciudad de Colima. Todos estos niños tienen en común el hecho de que tienen muy poco contacto con sus respectivos papás. Los jornaleros salen a la 6 de la mañana y regresan casi a la misma hora por la tarde; en las colonias marginadas los papás salen muy temprano y regresan muy tarde a casa, y cuando están presentes, su actividad principal es tomar alcohol y otras sustancias adictivas. Estas actividades restringen el tiempo de contacto entre los papás y sus hijos.

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Por consiguiente, los papás ausentes se parecen a los educadores demasiado buenos que no prohíben nada al infante, el cual actúa completamente bajo la influencia de las energías del ello. Esto es muy claro en los niños que no obedecen a nadie, actúan tal como piensan sin ser frenados por nada o nadie que esté delante de ellos. En este sentido, la carencia de la acción del superyó, este filtro, deja pasar sin obstáculo las ideas asociales y antisociales tales como la delincuencia, la falta de control en el comportamiento, la agresividad violenta, etc. Cabe subrayar que en el caso de los niños de FPN, observamos la recurrencia de estos últimos dos comportamientos. En efecto, el hecho de que los niños actúan con muy pocos sentimientos sociales y que sólo buscan la satisfacción personal sin tomar en cuenta a los demás es para nosotros una señal de que han estado tratados o lo están siendo en sus casas con demasiado indulgencia por parte de sus papás.

Por otra parte, si la acción de los papás pudiera estar presente, no sólo se limitaría a prohibir, sino que debe controlar que los deseos reprimidos no se actualicen. Esta función de control y corrección necesita tiempo y convivencia con los niños para observar sus relaciones interpersonales. Sin embargo, lo menos que tienen los papás de las colonias estudiadas es el tiempo de convivencia con sus hijos. Ello se debe a que gran parte de su tiempo lo pasan en su trabajo o en el ocio. Considerando la falta del factor tiempo de convivencia con la familia por parte de los papás, así como la carencia del cumplimiento de su rol de control y corrección que tienen que ejercer sobre sus hijos, podemos decir que el comportamiento de los niños se debe a que su personalidad está ya agobiada por los impulsos internos.

1.13

En general, una formación como FPN tiende a reforzar los valores aprendidos en casa, a abrir horizontes mediante una reflexión crítica de los niños sobre su propia situación en el mundo y a mantener la curiosidad, característica de cada ser humano. Esta formación abre para los niños posibilidad de aprender a ser libres, creativos y respetuosos.[10] En este orden de ideas, la UNESCO afirma: “El aprendizaje de la reflexión es importante para la construcción de la personalidad del niño y del adolescente”.[11] Es cierto, la FPN permite a los niños vivir la interculturalidad, sentirse pensantes, poner a prueba sus palabras e ideas, vivir la experiencia de paz y del desacuerdo con sus compañeros. Todo eso les ayuda a crecer y a ubicarse en la sociedad en la cual viven. Esta experiencia los ayudará a valorizarse y participar políticamente en su comunidad.

Sin embargo, los facilitadores de la FPN no pueden reemplazar a los papás que convivieron con el niño en su primera infancia. Su rol no podrá nunca reemplazar el de sus papás. Éste es un hecho del que hay que ser consciente. Al mismo tiempo hay que ser consciente que escogimos llevar la filosofía a las capas más débiles de la sociedad. Este punto de partida debe determinar nuestra acción y nuestra relación con los niños. La desesperación que observamos sobre la cara de mis compañeros connota el olvido de llevar la filosofía a los niños y niñas de comunidades marginadas; es ésta una tarea ardua pero posible.

1.14

En consecuencia, en lugar de quejarnos y buscar la obediencia del niño o la resolución del conflicto que se presenta, sería mejor propiciar experiencias que promuevan directamente la convivencia pacífica. Debido a que no hemos tenido niños inconscientes de la realidad, esto es, niños cuya situación necesita la intervención de un especialista, es recomendable indicar a los niños lo que es deseable que hagan en lugar de lo que no tienen que hacer. Hemos visto que durante los juegos y los bailes, los niños conviven y cooperan para alcanzar juntos la meta. Creemos que es así como tenemos que llevarles la filosofía, poniendo atención sobre lo positivo, sus capacidades y su creatividad. Debemos entonces presentarles objetivos positivos que les permiten despertarse. En fin, nosotros mismos tenemos que guardar paciencia y ser conscientes que la educación como obra de humanización no puede alcanzar sus objetivos de manera inmediata.

A modo de conclusión, resulta de lo anterior que el comportamiento de los niños de las colonias marginadas que participan en FPN no es psicótico. Es una conducta normal que surge, en la mayoría de los casos, de la ausencia de una autoridad parental real capaz de frenar las pulsiones internas. En este sentido, puede calificarse de una conducta neurótica, la cual está presente en cada comportamiento humano. Por eso, no existe ningún ser humano que no sea neurótico. Esta consideración debe ayudarnos a entender que si presentamos a los niños experiencias de aprendizaje que pongan énfasis en la paz, la convivencia con los demás y en el respeto, es muy probable que siendo el enfoque ya no la corrección de los conflictos, sino la construcción de la paz y de las relaciones sociales sanas, que poco a poco los niños vayan interiorizando la importancia de estudiar filosofía y de estar con los demás.

Notas

[1] Collette, A., Introducción al psicoanálisis dinámico, Bruselas, Edit. Universidad de Bruselas, 1979, p.63.
[2] Ibid, p. 74
[3] Laplanche, J., y Pontalis, J. B., Vocabulaire de la psychanalyse, PUF, París, 1967, p. 269.
[4] Freud, S., Abrégé de psychanalyse, PUF, París, 1985, p. 52.
[5] Cf. Laplanche J. y Pontalis J.B., Op. Cit., p. 358
[6] S. Freud, op., cit., p. 55
[7] Es preciso anotar que uno de los objetivos de la Filosofía para Niños es reavivar esta curiosidad reprimida en la primera infancia por los papás y otros educadores.
[8] A. Collette, op., cit., p. 65
[9] Ibid, p. 62
[10] Cf. UNESCO, Filosofía. Una escuela de la libertad, UAM, México, 2011, pp.25-42
[11] Ibid, p. 15

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