Si bien en los renglones de este libro, El precipitado simbólico, Antropología, lenguaje y psicoanálisis, de José Eduardo Tappan, nos encontramos con las lecturas de Roudinesco o de Zafiropoulos, él nos ofrece otra cosa. Por principio llama la atención la escritura, su armazón conceptual, incluso los atrevimientos, esa osadía que tiene el pensar a veces, cuando está verdaderamente preguntándose y no respondiendo con el conocimiento ya sabido. Luego, uno puede discrepar de los enfoques, e incluso de las conclusiones, de afirmaciones que siempre parecen discutibles, pero al final de todo el libro es refrescantes, más que nada porque nos ofrece una forma diferente de leer a Lacan, de repensar a Lévi-Strauss, y porque pensamos ya en un Freud que sigue abierto a la interpretación. Uno si quiere ampliar las rejillas de su mirada tiene que estar accesible al otro, a lo que diga con tal de que, como afirmaba Foucault, sean cosas dichas, realmente dichas.
Con la lectura uno confirma todo aquello que se acaba de decir, que el pensamiento de Tappan es arriesgado, que no se centra en los lugares comunes de ninguno de los espacios a los que le dedica su atención como en lo que trata en este libro: el estructuralismo de Lévi-Strauss y el psicoanálisis o si se quiere más radicalmente: Lévi-Strauss con Lacan y contra Lacan. Tappan no permite que se asiente lo dicho sobre los temas que trata, antes bien parece desarmar los tópicos, los lugares comunes que se han aceptado como si fueran piedras filosofales de un gang, sea psicoanalítico o antropológico. Tappan me parece que siempre trata de ver y de hablar justo de lo no-dicho, de las sombras que deja el saber, de los rincones que no toca la luz del conocimiento, y entonces hace hablar a lo que Foucault llamó “los saberes sometidos”, los que quedan en esos márgenes, fuera del discurso oficial, científico, comúnmente aceptado. Por ello sigo pensando que su escritura es más bien osada, audaz, temeraria porque al leerlo uno no queda indemne, sino más bien compelido a la discusión, a la polémica pero, sobre todo, a pensar. Porque eso es este libro: una invitación a pensar, la más difícil de las acciones humanas.
Pero ¿de qué nos habla este libro? ¿Cuál es su narrativa? ¿De qué discursos está constituido? ¿Cuál es el humus de que está habitado? Ya había adelantado que nos habla del llamado estructuralismo de Lévi-Strauss pero también del desarrollo del pensamiento de Lacan, y del enorme encadenamiento que atraviesa esa ilación pues lo que Tappan muestra son relaciones de compromiso teórico, deudas con que hilvanan pensamientos y permiten una mayor comprensión de lo que es el ser humano. Estamos con este libro ante Lacan como deudor de Lévi-Strauss, y de éste con el psicoanálisis freudiano, quizá el reavivamiento inicial de creador del psicoanálisis. Largo episodio contado en dos partes y que entrevera con otros cuatro ensayos en donde trata del lenguaje y el habla para el psicoanálisis, del significado de la ley, del arte y su anticlímax: el horror, para culminar casi paradójicamente con la sublimación.
Todos sabemos que Lévi-Strauss hace nacer la antropología estructural derivada de la lingüística de Ferdinand Saussurre. El entramado teórico conceptual que definen sus obra no es otra cosa que ese complicado orden simbólico con el que hace posible la gramática de interpretación de las culturas y con el que destaca, dice Tappan, “las operaciones simbólicas elementales sobre las que se construían los sistemas que forman a cada uno de los diferentes pueblos.”[1]
La lingüística estructural, como sabemos, no sólo analiza los mecanismos de las frases u oraciones, sino que discierne en su estructura subterránea y procura ser capaz de examinar modelos usuales a todas las lenguas. En otros términos, no se queda en la superficie del mero significado de las palabras, sino que analiza cómo es que la razón establece el orden jerárquico de los llamados significantes, y que, como dice Saussure, “son las unidades mínimas del lenguaje”. Asimismo, si el lenguaje está estructurado e instaurado de unidades mínimas que, capa tras capa (como en la geología) se ordenan y se nos presentan a partir de una sucesión de ordenamientos, ellas producen un significado. La cultura no está exenta de ello, también ahí se compone de esas unidades mínimas que se juegan, se alternan, se yuxtaponen, se suceden, y combinan según determinadas reglas en unidades mayores que forman justo un significado.
Descomponer la cultura en sus unidades primordiales y advertir las reglas a través de las cuales se combinan es alcanzar el significado de la cultura. Para familiarizarse con una sociedad determinada hay que atender a las estructuras intelectuales de los individuos de esa sociedad. Por lo tanto, es entendible que la estructura de las formaciones sociales necesariamente tiene que comenzar con el pensamiento del individuo. Lévi-Strauss pensó que las unidades fundamentales de la cultura descansan en la mente de los individuos de esa sociedad, en lo que él dio por llamar “su pensamiento colectivo” y justo por ello va a hacer pertenecer estrechamente las estructuras que cada individuo tiene en el cerebro con las de la sociedad diciendo que son precisamente las estructuras del individuo las que forma la sociedad. Asimismo, expone que las estructuras del lenguaje humano son equivalentes a las de la sociedad. Lévi-Strauss pensó que se podía revelar las “estructuras universales” del pensamiento humano, comprendido éste como un género, pues esas estructuras están integradas por oposiciones binarias que pueden ir de la siguiente manera: naturaleza-cultura, verdadero-falso, hombre-mujer, húmedo-seco. Lévi-Strauss en su análisis e interpretación de estas estructuras se sirvió de fuentes tan básicas como los cuentos, los mitos y las leyendas. En este sentido, Tappan afirma que “El hilo conductor en el análisis de Lévi-Strauss muestra que ese sistema de determinaciones es producido por la estructura simbólica de manera inconsciente; la voluntad de los hombres se encuentra determinada y conducida por esos ordenamientos simbólicos que ni siquiera advierten.”[2]
No le falta razón a Tappan cuando escribe que “La antropología nace con el interés explícito de mirar al hombre en su complejidad, de ver al ser multidimensional […]. La apuesta antropológica creada por Lévi-Strauss era por construir con las herramientas de análisis necesarios para que la antropología simbólica-estructural mantuviera la complejidad sin esquematismos […].”[3]
Quizá lo que más interesa aquí es esa relación que guardan la antropología con el psicoanálisis, es decir, la herencia que Lévi-Strauss legó a Lacan. “Sin lugar a duda, como escribe Tappan, otro tema de interés común entre antropología y psicoanálisis es la semejanza en el empleo y configuración de su metodología, ya que ambas técnicas de investigación derivan y apuntan con sus métodos hacia los estudios de caso y, con el fin de construir alguna regularidad, por fuerza se parte de generalizaciones controladas, como efecto de las investigaciones a profundidad […] Además de que en ambas disciplinas […] sus fuentes son orales, establecidas sobre testimonios de informantes o pacientes, donde el papel de la escucha no es pasiva, sino activa y representa el cauce por donde se posibilita que la palabra salga de su sentido de habitual desconocimiento o de su silencio, para que quien habla pueda encontrar la verdad en lo que dice cuando alguien lo escucha”.[4]
Tappan señala varios elementos que estrechan los lazos entre la antropología y el psicoanálisis freudiano, uno entre ellos es el de la “eficacia simbólica” que se da tanto en un campo como en el otro, pero en el psicoanálisis su territorio está en la transferencia. No abundaré en ello, sólo quiero destacar que, como resalta Tappan, fue Lacan quien emprendería, contra los “especialistas”, un movimiento de renovación al psicoanálisis desde el armazón conceptual de Lévi-Strauss, es decir, Lacan se preguntaría por “las condiciones de posibilidad del psicoanálisis, sus competencias, responsabilidades teóricas y clínicas”[5] cuestión que le permitiría replantear los temas y categorías esenciales del psicoanálisis freudiano.
A partir de aquí, lo que Tappan nos desvela es que si bien es legítimo considerar que Lévi-Strauss concede preeminencia a la dimensión simbólica, y que para Freud tiene singular importancia, sin embargo, esta no es la posición de Lacan. Tappan nos hace ver que respecto a la “función simbólica” de Lévi-Strauss Lacan la transforma en la noción de “lo simbólico”. Y que es justo a partir de entonces, que las diferencias entre ambos pensadores no cesan de aparecer.
El legado de Lacan puede ser comprendido como la indagación, durante más de 30 años, del tríptico simbólico/imaginario/real (SIR). Esta es una diferencia importante con respecto a Lévi-Strauss. Porque tenemos que recordar que Lacan propuso su trivium muy temprano, en 1953, en su seminario “Lo Simbólico, lo Imaginario y lo Real” y esencialmente, no porque por algunos momentos Lacan formule proposiciones radicalmente lévi-straussianas podemos afirmar que se haya fundado integralmente en la teoría de este pensador. Aparte de la misma evolución de su pensamiento, de esta suerte de ir pensando sobre la marcha, cuestión que es una dificultad inherente en el estudio de los seminarios de Lacan, él puede expresar una cosa y unas cuantas páginas más adelante decir puntualmente lo contrario. Sin duda siempre es seductor, dispensar el pasaje que nos resulta más preciso o más conveniente y convincente para nuestra interpretación. Sin embargo lo que Tappan nos deja ver es que Lacan es un investigador, un escrutador que construyó trazos de pensamiento a lo largo de los seminarios para, repetidamente, abandonarlas más tarde. Lo simbólico en Lacan tiene que ser pensado a partir de los otros dos registros: lo imaginario y lo real, y con ello cobra una distancia enorme de lo que para Lévi-Strauss significó lo simbólico. Es cosa sabida que el principio epistemológico básico de este pensador es que la palabra de ningún modo puede ser el concepto.
Sin duda, uno de los aportes que tiene este libro, El precipitado simbólico, es mostrarnos la relación que Lacan estableció con la obra de Lévi-Strauss profundamente compleja, no es simple, ni sencilla, no es una mecánica. En primera instancia Lacan encontró en la antropología estructural un soporte enorme para apartarse del aspecto tan profundamente biológico de la teoría freudiana. Y no obstante, las distinciones entre las dos teorías se pueden valorar desde el inicio. La orientación de Lévi-Strauss en relación con lo simbólico se determina a partir del concepto de “función simbólica”, que elabora en su artículo sobre la “eficacia simbólica”. La “eficacia simbólica”, nos dice Lévi-Strauss y nos los recuerda Tappan, se evidencia, se da, se otorga en una curación chamánica,[6] y reside en que el chamán acompaña al enfermo con un mito, un ritual y cuida de él gracias a las nociones comprendidas en este mito, y en este ritual, que forman, como dice Lévi-Strauss, un sistema coherente que funda la concepción indígena del universo. Es en ese mismo texto que el antropólogo instituye su noción de “función simbólica”, que entraña ya ahí, la noción del inconsciente freudiano, y con la que refuta la noción de pulsión.
Lacan, como señala Tappan, retoma la noción de “función simbólica” pero con otras determinaciones, pues a medida en que introduce esa función en un complejo conceptual, que incluye ya ahí la dimensión imaginaria, ella se diferenciará de aquella asociada por Lévi-Strauss a un “sistema coherente”. Lacan insistirá en que la relación del hombre con la naturaleza está marcada básicamente por una “discordia primordial”, haciéndose eco de Hegel. Y luego, ya en el Seminario 2, de 1955, Lacan determinará aún más este trayecto: “Ante esta eficacia simbólica, es pertinente dejar en evidencia una cierta inercia simbólica, característica del sujeto, del sujeto del inconsciente”.
Dice Tappan con lucidez: “Lacan […] construyó una nueva teoría, aunque sin proponérselo expresamente, por lo menos al principio, cuando se encontraba ocupado en realizar una relectura crítica de Freud a partir de las coordenadas que le ofrecía su lectura de la obra temprana de Lévi-Strauss […] lo cual lo llevó no sólo a construir una teoría original o diferente sino también a refundar el psicoanálisis mismo. Con las sólidas bases obtenidas en el debate interdisciplinario, que además le suministraron un esqueleto teórico-conceptual, generó una clínica que se dirige a los resortes mismos del quehacer humano, a descubrir los mecanismos y motivaciones inconscientes, permitiendo con ello escapar del registro imaginario donde se encontraban prisioneras disciplinas como la psicología y la pedagogía […]”.[7]
Tappan no sólo destaca las influencias que tuvo Lacan, los resortes que hicieron que su teoría se encaminara no ya por la neurosis, como Freud, sino por la psicosis, sino que literalmente desarma, desanuda, desanda sus propios pasos para poder establecer una verdadera ciencia lejos de la conjetural de Freud. Lévi-Strauss es sin duda la estrella del firmamento, la piedra de toque con la que supo armar Lacan su recorrido epistémico, pero ahí quedan otros dos pensadores, de suma importancia que tienden puentes entre Lévi-Strauss y Lacan: Freud y Saussure.
Este libro analiza partes de los textos de cuño lacaniano en donde se asienta la herencia levistraussiana y la novedad que se elabora, la visión crítica hacia Freud, su relectura, así como hitos fundamentales para comprender el artificio lacaniano en donde aparecen los neologismos tan caros a su comprensión del psicoanálisis. Levinas con acierto maestro comentó en su día que todo gran pensador creaba su propio lenguaje. Nada más cierto. Los neologismos en Lacan lo que nos muestran son los límites mismos del lenguaje, su tasación, su corte, el borde, al final, el abismo. Pero igual, dicen Tappan, Lacan no se reduce sólo a los neologismos, sino que amplía su búsqueda a través de la indagación de las “fórmulas, grafos, figuras topológicas, principios filosóficos y de manera original, también tomó a la literatura y pintura en serio”.[8] El despliegue de la teoría lacaniana no será sino a partir de la creación del “nudo borromeo” que sirve para revelar la estructura que moldean los tres registros del hombre, tal como se presentan en la experiencia analítica: el registro de Lo Simbólico, el registro de Lo Imaginario y el registro de Lo Real, triple enlace que definirá el llamado objeto a, el objeto metonímico, «el objeto causa del deseo». Introducido con otra función a partir del Seminario 19 de Lacan (1972), el nudo borromeo ocuparía el centro en la formalización de la estructura. Poco tiempo después, el caso de James Joyce hará que se cree otro nudo, éste de cuatro lazos pues a los tres registros agregará otro: el sinthome. Habría que recordar lo que hemos dicho acerca de Lacan tal y como nos los explica Tappan que “La deuda del psicoanálisis con Lévi-Strauss es inobjetable. Pero también es menester subrayar que con cada seminario Lacan crea y depura sus propias perspectivas, por lo que uno sólo de sus conceptos tendrá un significado en un momento y otro distinto unos años después. Lacan va reinventando y renovando de manera continua y permanente, incluyendo la filosofía, a la teoría del arte, a las matemáticas y a la topología”.[9]
Es difícil reseguir paso a paso lo escrito por Tappan, me quedan cuatro ensayos por comentar, pero no puedo llevar a cabo semejante empresa, sobre todo porque podría ser que como Pierre Menard autor del Quijote, que inicialmente quería ser Miguel de Cervantes, “saber el español, recuperar la fe católica, guerrear contra los moros o contra el turco, olvidar la historia de Europa”. Pero del mismo modo, podría ser que como el crítico, que leyó la carta de Menard, considerara muy superior la versión de Menard a la del autor español, «a pesar de los obstáculos, el fragmentario Quijote de Menard es más sutil e infinitamente más rico que el de Cervantes». Como no quiero reescribir El precipitado simbólico de José Eduardo Tappan, pues aquí les dejo este libro, excepcional por su estructura, encantador por la irreverencia, inteligente por lo que desmenuza, y tremendo por lo que revela. Sin lugar a dudas, desde ahora un texto indispensable para todos los que aman a Lacan.
Tappan, José Eduardo, El precipitado simbólico, Antropología, lenguaje y psicoanálisis, Paradiso Editores, Col., Continente negro, México, 2015.
[1] José Eduardo Tappan, El precipitado simbólico, Antropología, lenguaje y psicoanálisis, Paradiso Editores, Col., Continente negro, México, 2015 p. 12
[2] Ibídem., p.14
[3] Ibídem., p.18
[4] Ibídem., p.28
[5] Ibídem., p.30
[6] Ibídem., p.23
[7] ídem
[8] Ibídem., p.55
[9] Ibídem., p.57
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