Jean-Paul Sartre: La invención imaginaria de sí

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Jean-Paul Sartre: La invención imaginaria de sí

Ignacio Quepons Ramírez, Jean-Paul Sartre: La invención imaginaria de sí, Ed., Jitanjáfora, Morelia, México, 2005.

Ahora, cuando digo ‹‹yo››, me suena a hueco.
Ya no consigo muy bien sentirme, tan olvidado estoy.
Todo lo que me queda de real es existencia que
se siente existir. Bostezo dulce, largamente.
Nadie. Antoine Roquentin no existe para nadie.
Me divierte. ¿Qué es eso: Antoine Roquentin?
Es algo abstracto. Un pálido y pequeño recuerdo de mí vacila
en mi conciencia. Antoine Roquentin… Y de improviso el Yo palidece,
palidece, y ya está, se extingue. (La Náusea)

Jean Paul Sartre

3.

En La invención imaginaria de sí, Ignacio Quepons reflexiona sobre el tópico que tan problemáticamente la filosofía moderna y contemporánea han padecido: el de la subjetividad. Sin mucha osadía podemos encontrar en la pregunta “¿qué es el Ego, cómo se produce y cuál es su lugar dentro de la dinámica de la ‹‹realidad humana››?”[1] el cuestionamiento a partir de la cual se desenvuelve el texto aquí presentado y que, como el mismo título lo anuncia, habrá de realizarse sobre los postulados de la teoría sartreana.

De manera preliminar es importante mencionar que la investigación expuesta en el libro se ubica en un periodo muy específico, y quizá no tan popular, de la obra del filósofo francés, periodo que va desde el ensayo La trascendencia del ego hasta El Ser y la Nada, y que sin temor a dudas puede denominarse periodo fenomenológico. Ignacio Quepons trata una de las posturas más controversiales y originales de la obra sartreana, esto es, el carácter trascendente del Ego –“El Ego no se encuentra ni formalmente, ni materialmente en la conciencia: está afuera, en el mundo; es un ser del mundo, como el Ego del otro.”[2] ¿Cómo justificar y explicar dicha trascendencia?

Nuestro libro se despliega en tres momentos que no sólo abren camino hacia el tratamiento del Ego en Sartre, sino que además sintetizan exitosamente el periodo fenomenológico ya mencionado. El primer capítulo se ocupa primordialmente de la descripción de la ontología fenomenológica de Sartre, esto es, del voluminoso texto El Ser y la Nada. Tres son las regiones ontológicas del mundo: el ser-en-sí, el ser-para-sí, y el ser-para-el-otro, respectivamente, la náusea, la angustia, y la mirada, son las vías de acceso hacia cada una de estas regiones. Porque los fines de esta reseña no son reproducir los argumentos desarrollados en el texto, sino tan sólo dar un panorama general de aquél, no entraremos en pormenores explicativos y nos limitaremos a señalar que el objetivo de este primer capítulo radica en proporcionar a la investigación una base teórica. Advirtiendo que lo que a continuación se caricaturiza en cinco renglones es desarrollado por Sartre en casi 700 páginas, sin embargo, acaso resulte didáctico señalar, muy groseramente –que al ser-en-sí pertenecen la totalidad de los existentes, todo aquello que ‘aparece’, los objetos del mundo en su necesidad, contingencia, y pasividad; mientras que el ser-para-sí puede ser entendido como conciencia, realidad humana, temporalidad, intencionalidad, y la nada misma; finalmente el ser-para-el-otro es aquella región descubierta sólo en la presencia de un otro que no es una cosa sino una conciencia.

Una vez descrito el proyecto ontológico, en el segundo capítulo el autor proporciona los dos posibles accesos al Ego que en el proceder sartreano nos son factibles 1) La vía psicológico-fenomenológica, donde el Ego como estructura esencial de la fenomenología lleva a “la muerte misma de la conciencia”[3], en crítica directa a Kant, Descartes, y Husserl, Sartre propone al Ego como un polo trascendente de unidad sintética de lo psíquico (estados y acciones) y, 2) La vía ontológico-fenomenológica donde se problematiza sobre el movimiento reflexivo a partir del cual la conciencia pretende alcanzarse a sí misma, empresa destinada indudablemente al fracaso, pues en este empeño la conciencia efectúa un acto de mala fe, una reflexión impura o cómplice, proyectando en el Ego el ser que el ser-para-sí nunca llegará a ser y ocultado a sí misma su absoluta espontaneidad.

Finalmente en el último capítulo se busca dar cuenta del proceso mediante el cual la conciencia hace posible la aparición del Ego, proceso que no es desarrollado explícitamente por Sartre pero que Quepons sugiere con asientos en la ontología y en la teoría de la imaginación del filósofo francés –Si el Yo es un trascendente, ¿por qué la conciencia que efectúa el acto de reflexión y que encuentra en ésta al Ego no halla en éste su trascendencia? Sencillamente porque nos encontramos ante una conciencia que reflexiona de mala fe. Dada la naturaleza inconclusa del ser-para-sí se sigue que éste jamás logrará coincidir consigo; es en el Ego donde como ‘hipnotizada’ la conciencia realiza una falsa representación de sí misma y cree apropiarse a través de este movimiento reflexivo, pero que por estar dirigida hacia el Ego no se capta a sí misma como imaginante.

La conciencia productora de Ego es una conciencia imaginante tética de su objeto que en este caso es el Ego, y no tética de sí como “imaginante”. La brevedad del instante en que aparece el Ego y su misma opacidad ayuda a ocultar su carácter imaginario. Así, la reflexión impura es un modo de conciencia no tética de sí como imaginante que cree que es reflexiva, de hecho realiza el movimiento de la reflexión, pero como es impura y quiere mantener una relación de conocimiento con su objeto, pone a este objeto-conciencia reflexionada, el “Ego”, y cree alcanzarse. De hecho alcanza un objeto, pero esta reflexión es una conciencia imaginante no tética de sí como tal, camuflada por el propio movimiento reflexivo.[4]

Siguiendo a Sartre sabemos que el proyecto fundamental del ser-para-sí es el deseo de “ser” en plenitud, toda esta artimaña de la conciencia tiene por objetivo no sólo ocultar su espontaneidad sino además constituir aquello que le hace falta: su sí mismo. El descubrimiento del Ego como una impostura nos orilla al abandono de la mala fe, pues descubre nuestra carencia de ser y con ello nuestra ‘condena’ a la libertad y a la toma de responsabilidad de ésta.

A casi diez años de la publicación de La invención imaginaria de sí este texto mantiene su vigencia no sólo por el provecho que podamos obtener de la visión sintética del periodo fenomenológico de Sartre, útil para el deseoso de introducirse al pensamiento de este autor, sino primordialmente por el estudio egológico realizado desde este panorama. Ubicar al Ego fuera de la conciencia como el resultado de un proceso imaginativo de la conciencia es una sugerencia provocativa tanto para el interesado y enterado de la fenomenología, como para cualquiera avisado mínimamente del problema de la subjetividad en la historia de la filosofía; no exageramos si decimos que la filosofía contemporánea comienza en el diálogo y confrontación frente a la idea de subjetividad propuesta por la modernidad. Sartre es una de las principales referencias para entender la filosofía contemporánea y La invención imaginaria de sí nos sumerge tanto en los planteamientos de este pensador como en una posible vía de interpretación a la egología sartreana.

 

Bibliografía

  1. Quepons Ramírez, Ignacio, Jean Paul Sartre: La invención imaginaria de sí. Michoacán: jitanjáfora Morelia Editorial, 2005.
  2. Sartre, Jean-Paul, La trascendencia del ego. Buenos Aires: Calden, 1968.
  3. – La Náusea. Madrid: Alianza Editorial, 2012.

Notas

[1] Ignacio Quepons Ramírez, Jean Paul Sartre: La invención imaginaria de sí, Jitánjafora, Morelia, 2005, p. 194.
[2] Jean Paul Sartre, La trascendencia del ego. Buenos Aires: Calden, 1968, p. 11.
[3] Ibídem, p. 20
[4] Ignacio Quepons Ramírez, Op. cit., pp. 180-181

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