¿Qué tipo de objetos podemos llamar “arte” hoy en día?

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¿Qué tipo de objetos podemos llamar “arte” hoy en día?

9.

En este trabajo me propongo señalar qué tipo de objetos pueden ser entendidos como artísticos hoy en día, y para ello primero hago una muy breve introducción histórica del arte, lo bello y la estética, después establezco la necesidad de dar una definición pertinente de “arte”, luego hago una exposición de dos posturas contrarias respecto a si todavía existe el arte o no; más tarde hablo de la experiencia estética, para, al final, dar mi propuesta.

A través de la historia han existido objetos que han suscitado placer o displacer en los sujetos; ha habido cosas o situaciones a las cuales se les ha atribuido una belleza o alguna otra categoría estética, sin embargo, no siempre ha existido una reflexión filosófica acerca de este tema.

En la antigüedad, la noción del arte como autónomo no se tenía presente, sino que los objetos “artísticos” siempre iban ligados a una función específica, por ejemplo, los templos se construían con características “artísticas”, empero, su función era fungir como lugar para efectuar ritos, en vez de servir para deleitar sin más. A pesar de ello, la idea de la belleza (favorecida como la principal categoría estética en el pasado) tuvo diferentes aspectos en el transcurso de los siglos. El pitagorismo sentó las bases para aclamar la idea de la armonía como característica de lo bello;1 Aristóteles ayudó a afianzar la formalidad de la belleza al designarle las cualidades de simetría, orden y proporción; Platón despreció el arte mimético al ser degradación de la copia de las Ideas (aunque respetó la poesía inspirada, al ser poesía directa de las deidades). Durante la supremacía de la Iglesia Católica, el arte se vio limitado y subordinado a los temas religiosos, y la belleza se entendía en tanto más cercana a lo celestial o a la obra de Dios. No es sino hasta el siglo XVIII que el arte se vuelve autónomo, y se desencadenan algunas consecuencias como el nacimiento de la estética como reflexión filosófica, principalmente con el trabajo teórico de Baumgarten, la instauración de las Bellas Artes y el comienzo de los salones o museos, junto con un público del arte; es también en este siglo que el arte se institucionaliza, se crea una bien definida imagen de lo que es arte y lo que no. En esta época de la Ilustración se le dio una primordial importancia a la razón, con el ideal de que todo cuanto existía se podía conocer y entender a la luz de la misma; en el terreno de la estética, esto se puede corroborar con Kant, quien en su Crítica del Juicio analiza si es posible un juicio del gusto, con las características de ser universal, desinteresado y de no proporcionar conocimiento del objeto; es decir, se hizo un traslado del concepto de “belleza” desde el objeto al sujeto. Para Kant, la única categoría estética es la belleza, aunque también estudia lo sublime, pero sin considerarla una categoría estética, pues, según su obra, entra en juego la razón, mientras que en lo bello, sólo se da un libre juego de la imaginación y el entendimiento.2 Kant también desarrolla una teoría del genio, siendo ésta una facultad innata del artista, con la cual da la regla al arte y sirve de modelo. Después, en el siglo XIX, surge el Romanticismo, como una respuesta a las pretendidas intenciones de la Ilustración de racionalizarlo todo; se critica la imagen mutilada que del hombre se tenía al negarle su lado pasional, y se aboga por una imagen del aquél en su totalidad; durante esta época se comienzan a dar bases para lo que un siglo después Freud denominaría el Inconsciente, es decir, se le hace ver a la razón que hay cosas que se le escapan, y que no puede iluminarlo todo, como bien propuso Goya en su obra “El sueño de la razón produce monstruos”. A finales del XIX, Baudelaire y el impresionismo comienzan a crear el contexto para que después las vanguardias, a principios del siglo XX, pudieran radicalizar en extremo los objetos artísticos, la estética y la concepción del arte en general. Así, se llegan a confundir objetos de la vida cotidiana con los objetos artísticos, e incluso se destruyen las obras poco después de crearlas. “Las vanguardias artísticas se configuraron como una serie de renunciaciones ante lo tradicionalmente aceptado y luego ante las otras vanguardias”.3

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Tal y como he señalado brevemente, los objetos sensibles a los que hemos llamado “artísticos” han sufrido una enorme serie de cambios desde la antigüedad hasta las vanguardias, pero eso nos lleva a preguntarnos por nuestra contemporaneidad, a sopesar si es posible seguir hablando de arte hoy en día como autónomo y claramente diferenciado de otros rubros del actuar humano. Para ello, es necesario dar una definición, que generalice todos los objetos que puedan llamarse artísticos:

Una definición general del arte conoce perfectamente sus límites […] sin embargo sabe muy bien que es indispensable […] y es que en el momento en que se habla de arte, aunque sea para negar la posibilidad de definirlo conceptualmente, no es posible escapar a la exigencia de una definición.4

¿Qué características o alegato teórico me permitirán englobar bajo un mismo concepto, a saber, “arte”, tan variados objetos como las esculturas de la antigua Grecia, las pinturas impresionistas y el urinario de Duchamp?

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Benjamín Valdivia da, quizá sin quererlo, una definición de arte en su obra Ontología y Vanguardias: “El arte es una frontera objetual de los sentidos para, desde su presencia, encontrarse con la realidad, ya inmediata o ya trascendente”.5 Aunque estoy de acuerdo con él hasta cierto punto en el contenido de su definición, me parece que es insuficiente, pues no presenta diferencia alguna con lo que podría ser cualquier otro objeto del mundo, además de que cabe preguntarse si es posible encontrarse con la realidad, ya que esto supondría una diferenciación de cuándo estamos inmersos en ella y cuándo no, cosa que me parece imposible; nunca la abandonamos. Quizá Valdivia sólo lo diga en sentido metafórico, pero nunca lo aclara.

Umberto Eco opina que “el irse articulando del arte contemporáneo cada vez más como reflexión de su mismo problema […] obliga a registrar el hecho de que, en muchos de los actuales productos artísticos, el proyecto que en ellos se expresa […] resulta siempre más importante que el objeto formado”.6 Valdivia parece estar de acuerdo con él cuando menciona que “el concepto de lo que se busca hacer sentir adquiere relevancia semejante o superior ante los objetos producidos para hacer sentir”.7 Este aspecto del arte tanto vanguardista (por ejemplo con sus manifiestos) como post-vanguardista es notorio, pues al introducir en el orbe artístico objetos no-artísticos, prefabricados y sin intervenciones materiales del artista en los mismos, pareciera ser exigida desde la razón una justificación, dándole así una enorme importancia al discurso como legitimador del arte: a veces no es sino hasta que se da éste que se comienza a apreciar como artística la obra.

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Antes de continuar con la búsqueda de una definición, es menester recordar que las categorías estéticas (de hecho todas) son históricas, y que se dan en un contexto específico; no existen por sí mismas a manera del platonismo o de un esencialismo, por lo cual no son algo que se descubran y se les estudie como inmutables, sino todo lo contrario: son creaciones conceptuales humanas, y son altamente mutables, tanto como lo requiera el hombre. Dicho esto, me licito a emprender una nueva mutación en el concepto del arte, pues “el arte puede ser lo que quieran los artistas”;8 lo anterior debe ser entendido como algo no definitivo o inamovible, es decir, debe verse como aproximación.

“La definición conceptual del arte se forma a través de un trabajo preliminar de análisis, crítica, descripción comprensiva e interpretativa de experiencias concretas”,9 nos dice Eco. Ya que hay una amplia gama de objetos que aspiran a la categoría de artísticos con características muy variadas, debo entonces encontrar algún rasgo presente en todos ellos y después alguna diferencia con los demás objetos existentes: “Si afirmo que el arte es [tal cosa] es porque he examinado distintas experiencias artísticas y he creído poder sacar de ellas una experiencia común”.10 Cabe mencionar que si adoptara una postura inductivista ingenua, me toparía con un problema formal, un problema lógico, el problema de la inducción: de un determinado número (sea el número que fuere) de casos particulares, no me es lícito hacer una universalización lógica; por esto es que no se debe confundir mi propósito y creer que se me puede desmeritar tan sólo por no haber analizado todas las obras existentes, pues ni aun habiéndolo hecho, podría desligarme del problema de la inducción; es por ello que puntualizo mi propósito: encontrar una característica presente en cualquiera de las obras de arte hechas hasta ahora, con lo cual pueda dar una definición, que se aproxime de manera asintótica, de lo que es el arte, la cual sería una propuesta de carácter provisional hasta encontrar una mejor; es aquí donde cabe mencionar que aunque se encuentren contraargumentos o casos particulares que no encajen en mi propuesta, no se desacreditará su valor explicativo en tanto pueda ser la mejor opción que se tenga, pues el compromiso que hago no es de un orden ontológico, sino analógico. Dicho lo anterior, puedo proseguir.

En mi experiencia personal, me he encontrado en los diferentes museos y espacios para las propuestas artísticas con obras que, si no fuera por un anacronismo, se podrían catalogar como clásicas, románticas, impresionistas, cubistas, dadaístas, etc., además de encontrarme con propuestas del orden del instante: el happening, el performance, etc., todas ellas realizadas por coetáneos; y no sólo eso, sino que incluso se transgreden escuelas y técnicas al hacer hibridaciones entre un estilo y otro, un tema y otro; sinceramente declaro mi ignorancia respecto a otras épocas, pero al menos en mi contemporaneidad pareciera que ya no se busca dejar al pasado atrás y crear una nueva identidad artística, sino que se hace uso indistintamente de cualquier técnica y/o tema anteriormente tratado. Danto lo expresa así:

El arte contemporáneo no hace un alegato contra el arte del pasado, no tiene sentido que el pasado sea algo de lo cual haya que liberarse. […] En cierto sentido, lo que define al arte contemporáneo es que dispone del arte del pasado para el uso que los artistas le quieren dar. Lo que no está a su alcance es el espíritu  en el cual fue creado ese arte.11

La última parte de la cita podría dar cuenta de por qué ya no impresiona que alguien exponga un objeto de uso cotidiano sin intervención material alguna, tal como el caso del urinario de Duchamp, como una obra artística: ya no estamos inmersos en el contexto de principios y mediados del siglo pasado donde eso respondía a una ruptura con la tradición y ello le confería su sentido de ser como obra; sin embargo esto no quiere decir que ya nunca pueda considerarse como arte un objeto así.

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Me parece que la insistente idea de hacerse de una propia identidad artística de la época puede resultar muy dañina para la praxis de los artistas, pues se llega a un momento (quizá sea éste, pero ese tema no es de interés ahora) donde resulta altamente difícil encontrar una completa novedad que caracterice el espíritu o la identidad del quehacer artístico, por lo cual me parece fabuloso que hoy por hoy se decida en muchas partes llevar al acto lo que plazca, sea o no novedoso.

Benjamín Valdivia se refiere al arte contemporáneo como la “posvanguardia”, y dice que ella “forma ideas acerca de cómo debemos sentir, pero no siempre forma objetos que propicien esa sensación”12; de nuevo se ve la importancia discursiva en el ámbito artístico. Lo importante acerca de la idea de la posvanguardia valdiviana es que cree que a partir de “la ruptura de los límites en el objeto artístico [ruptura que se suscitó desde las vanguardias] se convierte en cuestionamiento de los fundamentos del arte y se llega a plantear la muerte misma del arte, que no sería […] sino la imposición de lo fragmentario y lo meta-artístico”;13 es decir, Valdivia cree que las vanguardias dieron lugar a una fragmentación en el ámbito teórico (y práctico) del arte, a tal grado que el arte muere y da lugar a lo meta-artístico: “Algo es meta-artístico no porque amplía el campo del arte, sino porque va más allá de lo que es arte. Dicho simplemente: ya no es arte”.14 La proposición del autor daría cuenta, según él, de la estetización de la publicidad, de los objetos del mercado y de la vida diaria, además de obras como las de Warhol, Duchamp o Gabriel Orozco; dichos objetos habrían ido más allá del rubro artístico, conservando elementos propios de éste. Desde esta postura, me parece interesante su propuesta y creo que se puede operar con su concepto del meta-arte, sin embargo, yo le haría unas pequeñas modificaciones, mismas que detallaré más adelante. Aquí la cuestión es que este pensador se posiciona en una estética donde en la actualidad ya no existiría el arte, y donde “el problema del significado estético [habría] sido desplazado hacia otro, mucho más básico, de carácter ontológico”,15 así nos encontraríamos ya no con la pregunta de qué significado o qué características hacen de la obra una obra, sino que nos deberíamos preguntar qué es aquello que se proclama como obra, pues cualquiera que fuera la pieza en cuestión se vería imposibilitada para ser arte según su planteamiento, por tanto tendría que ser otra cosa.

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Por otro lado, tenemos la propuesta de Danto y de Umberto Eco, quienes creen que es posible seguir hablando de arte, y que éste, a pesar de sus mutaciones, seguiría siendo arte con el mismo valor: “No hay un arte más verdadero que otro, […] todo arte es igual e indiferentemente arte”.16 ¿Cuál es mi posición al respecto? Antes de contestar a esto, es necesario abordar un último tema, a saber, la experiencia estética.

Gabriel Orozco

Gabriel Orozco

En la estructura biológica del ser humano encontramos que es posible experimentar sensaciones, emociones y sentimientos (aunque también en otros animales se han encontrado dichos fenómenos);17 además de esto, encontramos que, con el input cultural suficiente y necesario, es posible realizar operaciones mentales abstractas, o en otras palabras, que podemos ser seres racionales; con esto, podemos decir que somos seres estético-racionales (ampliando aquí el significado de lo estético para abarcar el ámbito de todo lo afectivo que mencioné al inicio del párrafo), y que como tales podemos abordar el mundo de dos maneras: con un interés gnoseológico o estético (además del práctico), aceptando hasta cierto punto la tesis de Sánchez Vázquez con esto. Lo que quiero puntualizar es que cuando, al tener contacto con el mundo, se “excita” alguna emoción o sentimiento, se atraviesa por una experiencia estética, que se refiere al qualia subjetivo en primera persona. Teniendo las condiciones biológicas (y quizá culturales) necesarias, cualquiera puede tener una de estas experiencias. La antítesis o contraparte de la experiencia estética sería la indiferencia, donde no se experimenta emotividad alguna.

Llegado a este punto, puedo presentar mi propuesta, según la cual hay dos condiciones necesarias para que una obra sea artística: un objeto que suscite en un sujeto determinado una experiencia estética, será un objeto estético, y no de manera inherente o intrínseca, sino en tanto relación sujeto-objeto: como percepción subjetiva. Me declaro seguidor de la línea subjetivista en cuanto al arte y el sustento estético de los objetos; no hay objetos artísticos o estéticos por sí mismos. Un objeto artístico necesariamente tiene que ser un objeto estético, pero no viceversa. La primera condición necesaria es que una obra de arte debe ser capaz de crear en su espectador una experiencia estética para darse el sustento ontológico de obra; debe de poder mover al sujeto del estado de indiferencia e involucrarlo con lo que se le presenta, ya sea de manera totalmente emotiva, totalmente racional o reflexiva, o una combinación de ambas. La obra debería reafirmar la posición ontológica del sujeto en tanto existente, “se perseguirá […] crear en el receptor del arte una certeza de vida”18 y es por ello que la experiencia estética y el arte pueden fijarse como fundamento para la creación de un sentido de vida. La segunda condición necesaria, la cual daría la diferencia específica de los objetos artísticos de los no-artísticos (sean éstos o no objetos estéticos) y en la cual entra en juego el “hacedor” de la pieza, es que la obra debe ser creada, intervenida, modificada o replanteada por el artista, llevando al objeto-obra del orbe de lo no-artístico a lo artístico; es aquí también donde cobra importancia la noción de la intencionalidad. Es por ello que mi posición está del lado de Eco y Danto, pues Valdivia, al hablar de los objetos meta-artísticos tal cual lo hace, elimina la posibilidad de crear en la contemporaneidad obras de arte que trasgredan los límites de la tradición (donde ya entran también las vanguardias), dándoles una categoría diferente. Me parece que si una obra cumple con las condiciones que he señalado de suscitar una experiencia estética y de ser creada o trabajada de algún modo por el artista de manera intencional, puede adquirir plenamente su sustento ontológico como obra de arte. Empero, su concepto de lo meta-artístico, como ya mencioné, me parece interesante, por lo cual me permito “adueñarme” de él y darle un pequeño ajuste: con tal concepto se habrá de referir a cualquier objeto estético que no sea creado con la intención de ser una obra de arte, dando cabida así a la publicidad, objetos de uso diario o demás ejemplos.

Tal definición que hago del arte parece tener cabida en todas las obras presentadas desde la antigüedad hasta nuestros días: despertaban y despiertan en los sujetos una experiencia estética; no los dejaban en la indiferencia. Además, todas esas piezas artísticas fueron obra de algún artista de manera intencional, si bien no en toda su composición, sí en cuanto a la intención de crearlas (aquí el tema de si alguna de las obras, por ejemplo alguna famosa, no fue en realidad hecha de manera intencional y que por tanto no sería una obra de arte, es superflua, pues al final lo importante de una obra es suscitar dicha experiencia estética, y la diferenciación entre lo artístico y lo meta-artístico que hago es meramente una diferenciación teórica para poder operar de manera más precisa).

Gabriel Orozco

Gabriel Orozco

Bibliografía

  1. Eco, U. (2001). La definición del arte. Barcelona: Ediciones Destino.
  2. Danto, C. A. (1999). Después del fin del arte. Barcelona: Paidós.
  3. Valdivia, B. (2013). Ontología y Vanguardias. Orígenes de la estética de la fragmentación. Querétaro: Calygramma.
  4. Valdivia, B. (2007). Los objetos meta-artísticos y otros ensayos sobre la sensibilidad contemporánea. México: Azafrán y Cinabrio ediciones.

Notas

1 Para una descripción pormenorizada Cfr. Valverde, J. M. (2011) Breve historia y antología de la estética. Barcelona: Ariel.
2 Cfr. Kant, I. Crítica del juicio.
3 Valdivia, B. (2013). Ontología y Vanguardias. Orígenes de la estética de la fragmentación. Querétaro: Calygramma. p. 18.
4 Eco, U. (2001). La definición del arte. Barcelona: Ediciones Destino. p. 151.
5 Valdivia, B. (2013). Op. cit. p. 13.
6 Eco, U. (2001). La definición del arte. Barcelona: Ediciones Destino. p. 130.
7 Valdivia, B. (2007). Los objetos meta-artísticos y otros ensayos sobre la sensibilidad contemporánea. México: Azafrán y Cinabrio ediciones. p. 13.
8 Danto, C. A. (1999). Después del fin del arte. Barcelona: Paidós. p. 58.
9 Eco, U. (2001). Op. cit. p. 138.
10 Ibidem.
11 Danto, C. A. (1999). Op. cit. pp. 27 y 28.
12 Valdivia, B. (2007). Op. cit. p. 13.
13 Valdivia, B. (2013). Op. cit. p. 74. Las cursivas son mías.
14 Valdivia, B. (2007). Op. cit. p. 16.
15 Ibidem.
16 Danto, C. A. (1999). Op. cit. p. 56.
17 Cfr. Damasio, A. (2010). En busca de Spinoza. España: Crítica.
18 Valdivia, B. (2013). Op. cit. p. 71.

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