Cuando el sexo mutó en pornografía: Sobre el origen del consumo pornográfico

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Cuando el sexo mutó en pornografía:  Sobre el origen del consumo pornográfico

1.

Cuerpos curvos y rectos, a veces lánguidos y otras eufóricos que se entrelazan, se acoplan en movimiento de vaivén suave, fuerte, lento, rápido; piel seca y rígida ahora húmeda y palpitante; rostros que se buscan y se evaden, que entre suspiros, miradas, bajos jadeos y arrebatos sonríen y reclaman en anhelo que pronto se convierte en deseo, ansia para terminar o mejor iniciar en el más antiguo de los juegos: coger, fornicar, follar, copular, yacer, liarse, unirse sexualmente, envainar la espada, meterlo… Quizás el primer juego y el más exquisito, enredado y complicado por todo lo que simultáneamente encierra y lo que libera: hacer el amor, en palabras suaves probablemente eróticas, o dicho soezmente tal vez con palabras pornográficas meter la verga en el coño o por qué no en el culo.

Erotismo y pornografía dos formas de vivir la sexualidad que siempre han existido, desde los grupos humanos de cazadores-recolectores en la prehistoria, pasando por Grecia y Roma antiguas, las sociedades en la India medieval, hasta la época moderna y actual. Sin distinguir por ahora entre erótica y porno es posible afirmar que siempre ha habido representaciones en forma de frescos, dibujos, pinturas, estatuas, vasijas, bajorrelieves, etc. directas y explícitas de cuerpos desnudos, órganos sexuales y actividades sexuales múltiples (heterosexuales, homosexuales, bisexuales, en solitario, por pares, en tríos o grupos, genitales, anales, bucogenitales, con auxilio de objetos e incluso animales, la variación es tan grande como la imaginación de los partícipes.)

No obstante, “Según algunos historiadores y un antropólogo,[1] más o menos influidos por Michel Foucault, la pornografía es una , es decir, una especie de hecho social inédito, aparecido en las sociedades occidentales a partir del siglo XVIII, y que nunca antes había existido en otra sociedad.”[2]

Fotografía de Marco Arte Futura Mariani

Fotografía de Marco Arte Futura Mariani

A favor de tal afirmación, esto es la invención moderna de la pornografía, se argumenta que las palabras pornograhy y pornographie fueron incluidas en los diccionarios ingleses y franceses respectivamente hasta el siglo XIX. Argumento que parece inválido porque esas palabras provienen del griego antiguo, concretamente de los vocablos ‘porné’ (prostituta) y ‘graphein’ (escribir), siendo la definición etimológica aceptada por la RAE “tratado acerca de la prostitución”. Además “… el primer pornographos () conocido fue un filósofo griego, Ateneo (lo cual parece contradecir las tesis de la invención moderna al tiempo que nos brinda una idea interesante sobre el papel que los filósofos podrían desempeñar en este ámbito).”[3]

Se requiere matizar, obviamente cuando se habla de la pornografía como invención moderna no se niega ni ignora la existencia de la abundante iconografía y objetos que documentan la presencia de la pornografía a través de la historia humana, antes bien

Lo que quieren decir es que a finales del siglo XVIII o comienzos del XIX (a grandes rasgos, tras la Revolución francesa) las representaciones explícitas de actividades sexuales dejaron de tener una función política (por ejemplo, ridiculizar a los nobles o a los curas, mostrándolos con los calzones de seda bajados o la sotana alzada ) o religiosa (exaltar la fecundidad, mostrando toda suerte de acoplamientos felices y vigorosos en los frontones de los templos de la India medieval, etc.). A partir de esa época, la única función social reconocida de dichas representaciones visuales o escritas (al principio en forma de grabados, después en fotografías y postales, películas, vídeos, imágenes digitales, etc.) sería la mera estimulación sexual de los consumidores (¡y los beneficios de los productores!).[4]

En otros términos, sustentar que la pornografía es una invención moderna no significa que no haya existido en épocas anteriores, lo que quiere decir es que fue en ese periodo histórico que surgió nuestra actual vivencia del material pornográfico como objeto de compra-venta, como producto que consumimos porque reditúa el placer que nace del estímulo sexual.

Pornografía, invención moderna: producto a consumir

El siglo XX ha sido caracterizado como la “Edad de la Máquina”, aunque su inicio se remonta de acuerdo con historiadores y sociólogos al siglo XVIII cuando a partir de la primera revolución industrial con la invención de la máquina de vapor se desató un desarrollo técnico sin precedentes que derivó en la mecanización y regimentación de nuestra civilización. Si bien, tales fenómenos —mecanización y regimentación— no son nuevos en la historia humana puesto que ya los pueblos antiguos tenían gran pericia técnica, poseían máquinas, lo nuevo consistió en su proyección e incorporación como formas organizadas que dominan cada aspecto de nuestra existencia.

Fotografía de Marco Arte Futura Mariani

Fotografía de Marco Arte Futura Mariani

Las máquinas, las técnicas y tecnología surgidas en la modernidad no sólo modificaron la base material de la civilización, igualmente trastocaron las formas culturales, se produjo una transformación radical del ambiente y la rutina de la vida. Parte de esto constituye el emerger de una nueva fe: religión de la máquina, asociada con el evangelio del trabajo:

Vivir era trabajar: ¿Qué otra vida en verdad conocen las máquinas? La fe había encontrado por fin un nuevo objeto, no el mover las montañas, sino el mover los ingenios y las máquinas. Potencia: aplicación de la potencia al movimiento, y la aplicación del movimiento a la producción, y de la producción a la ganancia, y de este modo un ulterior incremento de potencia; esto era el objeto más valioso que un hábito mecánico de la mente y un modo mecánico de la acción ponía ante los hombres.[5]

Así, mecanización y regimentación incorporadas a la vida cotidiana como trabajo dirigido siempre hacia la producción y ganancia naturalmente desembocaron en la construcción de una sociedad tecnificada, hiper-organizada, hiper-ordenada, hiper-regulada, donde el instinto, lo primitivo muere por asfixia. Pero así como emergió una fe en la máquina con su respectivo evangelio del trabajo, se creó una resistencia a la máquina organizada en tres frentes: culto del pasado (a la historia y el nacionalismo), retorno a la naturaleza y por supuesto el culto a lo primitivo.

Durante los siglos XVIII y XIX el culto a lo primitivo adoptó varias formas, entre ellas se expresó a nivel imaginativo uniéndose al romanticismo histórico

[…] en las artes populares y en los productos de la gente primitiva, ya no descartados como burdos y bárbaros, sino valorados precisamente por dichas cualidades… No fue accidental el interés por el arte de los negros en África, una de las manifestaciones de este culto en nuestro siglo, el producto del mismo grupo de pintores de París que aceptaron con el mayor calor las nuevas formas de la máquina…[6]

Sin embargo, fue en la plataforma de la conducta personal donde lo primitivo se reveló durante el siglo XX con la insurrección del sexo. Frente al opresor sistema industrial, el orden mecánico, la civilización de la máquina, el trabajador controlado y explotado/individuo absorto en su vida monótona y restringida/sujeto frustrado encontró en el sexo mutado en pornografía un mecanismo compensatorio, una vía de escape que exalta lo primitivo, que desahoga el instinto sexual. En la pornografía encontramos una reivindicación de la sexualidad.

Es decir que la resistencia ofrecida por el culto a lo primitivo frente a la restricción impuesta por el trabajo opresor cotidiano adoptó la forma de compensación sexual manifiesta en productos de consumo como películas y revistas;

[…] pero en vez de enriquecer la vida erótica y aportar profundas satisfacciones orgánicas, estas medidas compensatorias tendieron a mantener el sexo en un punto constante de estímulo y finalmente de irritación, pues el ritual de la excitación sexual invadió no sólo el esparcimiento, sino el negocio; apareció en la oficina y en la publicidad, para recordar y tentar sin suministrar ocasiones suficientes de liberación activa.[7]

O dicho de otro modo y desde esta perspectiva la pornografía no constituye genuina resistencia frente al sistema industrial ni ofrece liberación activa de la sexualidad en tanto que se introduce al comercio, a la industria, se presenta como objeto de compra-venta y en tanto que no logra elevarse por encima del nivel de la abyecta fantasía.

Fotografía de Marco Arte Futura Mariani

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De esta forma, la posibilidad por revitalizar las fuerzas del instinto merma porque las vías propuestas para su liberación, como lo es la pornografía, son absorbidas por la sociedad tecnificada, pareciera que no hay forma de escapar, de librarse del sistema industrial opresor, controlador; de una u otra manera este no lucha, no se desgasta frente a la resistencia sino que la integra a él, todo es parte del sistema.

El temor por nuestros instintos está justificado en la medida en que la Técnica, en vez de provocar conflictos, tiende a absorberlos y a integrar las fuerzas instintivas y religiosas otorgándoles una ubicación en su estructura, ya sea mediante una adaptación del cristianismo, ya por la creación de nuevas expresiones religiosas como mitos y míticas que son perfectamente compatibles con la sociedad tecnológica.[8]

En el caso específico de la pornografía la ubicación que la técnica le asigna dentro de su estructura es el de objeto de compra-venta, decía al inicio, producto de consumo.

Control del consumo y prohibición

Hacer de la pornografía un producto de consumo le somete a una cierta normatividad, a un rígido control (razón más por la que se niega al porno capacidad alguna de liberta sexual auténtica) que en principio exige definir qué material es pornográfico, lo cual implica su distinción respecto al erotismo.

Ahora bien, definir con exactitud qué es la pornografía y qué le diferencia del erotismo constituye en sí un debate por lo que el presente ensayo se limita al arrojo de cierta luz para reflexionar en virtud de qué determinado material es pornográfico, aunque ello resulte un tanto arbitrario, y respecto a cuál es la diferencia, al menos elemental, entre pornografía y erotismo.

Lo único indudable es que la pornografía remite a la práctica sexual, a actividades sexuales explícitas no simuladas que se hacen públicas. En otros términos, “…es necesario que una representación pública sea explícitamente sexual para ser pornográfica, pero no suficiente.”[9] ¿Por qué no es suficiente? Porque existe material sexual explícito y público de carácter científico.

De tal suerte que para que una representación pública sexualmente explícita no simulada sea juzgada como pornográfica es necesario añadir algo más. Es aquí que los filósofos proponen los criterios a continuación:

  1. Intención del autor de estimular sexualmente al consumidor.
  2. Reacciones afectivas o cognitivas del consumidor (positivas, como aprobación, atracción, excitación sexual, placer, admiración, o negativas, como desaprobación, repulsión, irritación, asco, tedio).
  3. Reacciones afectivas o cognitivas del no-consumidor (en principio, sólo negativas).
  4. Rasgos estilísticos como la representación de actividad sexual no simulada, repetición de escenas de penetración, multiplicación de los primeros planos de los órganos sexuales, lenguaje directo, etc.
  5. Rasgos narrativos como la degradación, cosificación, reificación, deshumanización de los personajes.
Fotografía de Marco Arte Futura Mariani

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Los tres primeros criterios son subjetivos en el sentido de que refieren estados mentales o afectivos del autor, consumidor y no-consumidor; al tiempo que los dos últimos aluden a forma y contenido de las representaciones, por lo que pueden llamarse criterios objetivos.

Cabe aclarar que estos criterios fungen únicamente como guías o pautas a considerar en la clasificación del material sexual explícito público dispuesto a la compra-venta, puesto que a cada uno es posible objetar, por ejemplo, en el caso del primer criterio podría preguntarse cuál sería la forma efectiva de conocer la intención del autor, de igual modo a los criterios segundo y tercero podría argüirse que requieren un método de evaluación sobre las reacciones afecciones y cognitivas, lo que claramente entraña una serie de dificultades.

Asimismo, clara e inmediatamente se distingue entre pornografía y erotismo porque al uso del primer término corresponde una connotación peyorativa.

Las representaciones sexuales explícitas equivalentes desde el punto de vista descriptivo (el mismo de textos, de fotos, de filmes, queremos decir) pueden ser distintas desde el punto de vista evaluativo: o si soy yo quien las consume, o si es otro quien lo hace. En realidad, la diferencia entre y no es descriptiva (los dos términos se refieren a la misma cosa) sino evaluativa o normativa. es positivo; , negativo o peyorativo.[10]

Connotación negativa o positiva que como diferencia elemental entre pornografía y erotismo usualmente se basa en la llana consideración sobre si el producto presentado es obsceno o no. Se instala así la obscenidad como criterio puramente moralista y a todas luces relativo, subjetivo, consecuentemente inaceptable.

¿Cuál será entonces el criterio para controlar y en su caso prohibir el consumo de la pornografía?

Corresponde a los legisladores establecer criterios viables y efectivos sobre el consumo de la pornografía, labor que indudablemente se enriquecería con la intervención de filósofos. Al respecto sólo cabe añadir que actualmente son tres los principales argumentos en contra de la pornografía, con base en los cuales se regula y en su caso prohíbe su consumo: corrupción de la juventud, degradación de la mujer e incitación a la violencia sexual.

Fotografía de Marco Arte Futura Mariani

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A manera de conclusión

Por último, únicamente señalar que así como en la modernidad se modificó la vivencia de la pornografía abandonando los contextos político y religioso para convertirse en producto de consumo dentro de la sociedad tecnificada, ya en este momento se trastoca la percepción de qué son la pornografía y el erotismo, se modifica y transforma, atraviesa variaciones históricas, personales y colectivas en función del avance tecnológico, en relación al papel que las máquinas juegan en nuestras vidas, en nuestra cotidianidad, clara evidencia de ello estriba en lo que hoy vivimos ya como “cibersexualidad”.

Más aún, en la contemporaneidad la pospornografía propone una completa deconstrucción de género, romper con las dicotomías de masculinidad-femineidad, varón-mujer, penetrador-penetrado, activo-pasivo asumiéndolas como construcciones culturales, en todo caso como posibilidades, pero ya no como esencias. Propuesta pospornográfica que reacciona en contra de nuestra tendencia por clasificar, evitando toda taxonomía porque “La multiplicidad de nuestros deseos y de nuestros cuerpos no puede categorizarse.”[11]

Todo lo cual muestra que nuestra vivencia de la sexualidad, erotismo y pornografía fluctúa en el tiempo y en el espacio, quizá lo único que perdure en esta vivencia sea su dimensión lúdica, el sexo como el primer juego, el más antiguo y exquisito: indeciblemente excelso e intenso placer, éxtasis que recorre ida y vuelta como fuego cada poro, cada célula del cuerpo, sangre caliente en el orgasmo como hondo y agridulce recuerdo de que hoy estamos vivos y un día moriremos.

Fotografía de Marco Arte Futura Mariani

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Bibliografía y fuentes electrónicas

– Ellul, Jacques, “El orden tecnológico”, en Filosofía y tecnología, Carl Mitcham y Robert Mackey (Eds.), Trad. Ignacio Quintanilla Navarro, Ed. Encuentro, Madrid, 2004.

– Mumford, Lewis, Técnica y civilización, Trad. Constantino Aznar de Acevedo, Ed. Alianza, Madrid, 2000.

– Ogien, Ruwen, Pensar la pornografía, Trad. Manel Martí Viudes, Ed. Paidós Contextos No. 98, Barcelona, 2005.

¿Qué es el posporno?, http://www.clarin.com/sociedad/posporno_0_1386461483.html, 20 de febrero de 2016.

Notas

[1] Se trata del antropólogo Steven Marcus, con referencia a su obra The Other Victorians: A Study of Sexuality and Pornography in the Mid-Nineteenth Century.
[2] Ruwen Ogien, Pensar la pornografía, pág. 63.
[3] Ibíd., pág. 64.
[4] Ibíd., pág. 65.
[5] Lewis Mumford, Técnica y civilización, pág. 72.
[6] Ibíd., pág. 321.
[7] Ibíd., pág. 322.
[8] Jacques Ellul, El orden tecnológico, pág. 116, en “Filosofía y tecnología”, Carl Mitcham y Robert Mackey (Eds.).
[9] Ruwen Ogien, Op. Cit., pág. 49.
[10] Ibíd., pág. 56 y 57.
[11] ¿Qué es el posporno?, http://www.clarin.com/sociedad/posporno_0_1386461483.html, 20 de febrero de 2016.

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