El sexo público pasa. La simplicidad,
la brevedad, la honestidad, la sinceridad
de esta proposición, es, sostengo,
una de las formas más principales
en las que el sexo público importa.
Importa porque sucede,
y sucede porque
importa. Esto no es poca cosa. Todavía
sucede e importa, incluso
ahora, después de tantos intentos de
asegurar que ya no lo hace.
El sexo público es resistente y persistente,
y su resistencia temporal-histórica
radica—en gran parte—en su
anonimato, itinerancia,
imperceptibilidad, e ilegalidad geoespacial.
Contemplando mi respuesta
a la pregunta del artista, consideré
la posibilidad de simplemente suministrarles
con una lista de todos las
lugares en los que he tenido sexo público
(necesariamente no-exhaustiva
debido a la cantidad innumerable
de los lugares en los últimos años, así
como los límites de la memoria y la
residualidad evanescente de los
encuentros que retrasaría).
Pero mientras pensaba de nuevo en estos
incidentes recordados, encontré
que sería fácil de recordar y extraer
imágenes de estas escenas; sin embargo, casi
imposible en la mayoría de los casos de
localizar con cualquier tipo de exactitud
cartográfica el nombre o la dirección
exactos de estos lugares en particular
– menos lugares puntuados
que líneas elípticas- fácilmente devueltos
a la memoria o en la actualidad, sin embargo,
difícil citar nominalmente en una lista.
En esto radica la otra forma
principal en la que el sexo público importa:
donde sucede es sin
dirección adecuada o apropiada.
Menos un lugar per se, que una
ocurrencia no-apropiante, el sexo público
es la ocurrencia y el venir juntos eróticos / libidinales / deseosos
y llenos de placer de dos o más
cuerpos en la euforia pura
de este singular encuentro compartido
con el espacio de su separación.
(De Petite Mort: Recollections of a Queer Public, editado por Carlos Motta and Joshua Lubin-Levy)
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