Crisis como Potencia de Transformación: Reflexiones desde la Salud Mental

Tomada de: Parlamento Europeo. ©AdobeStock_zimmytws

Resumen        

Este texto examina el potencial transformador de las crisis, considerándoles como catalizadores de cambio, en vez de intentar evitarlas o contenerlas. Se explora la evolución histórica de la crisis en contextos globales, desde el paradigma mecanicista hasta perspectivas complejas. Para ello, se destacan las contribuciones de psicoterapeutas que reinterpretaron las crisis en salud mental en América Latina como posibilidades de transformación en condiciones de precariedad. Las crisis pueden funcionar como puntos de inflexión que hacen posible el reconocimiento de las afectaciones y la vulnerabilidad compartida como estrategia alternativa a la gestión biopolítica-inmunitaria, prevalentes en espacios de confinamiento por salud mental.

Palabras clave: crisis, salud mental, biopolítica, paradigma mecanicista, complejidad, afectación

Abstract

This text examines the transformative potential of crises, considering them as catalysts for change rather than events to be avoided or contained. It explores the historical evolution of crisis in global contexts, from the mechanistic paradigm to complex perspectives. To this end, it highlights the contributions of psychotherapists who reinterpreted mental health crises in Latin America as possibilities for transformation in precarious context. Crises can function as turning points that enable the recognition of affect and shared vulnerabilities as an alternative strategy to the biopolitical-immunitary management, prevalent in mental health confinement spaces.

Keywords: crises, mental health, biopolitics, mechanistic paradigm, complexity, affect

 

Las crisis marcan un umbral donde se revela lo obsoleto de una perspectiva, abriendo la posibilidad de su ruptura y cambio, en sintonía con una realidad en constante transformación. La etimología griega sugiere la idea de separar o discernir, mientras que el sufijo “-sis” suele asociarse con un estado de afección o enfermedad[1], refiriendo a un punto crucial en un proceso. La globalización ha propiciado que las crisis, así como su concepción e implicaciones, adquieran nuevos significados; hoy en día, estas impulsan agendas a nivel mundial, atravesando diversas dinámicas como la salud mental, el medio ambiente, el panorama económico, entre otras.

En diversos escenarios, la crisis se plantea en función del riesgo, se busca implementar medidas para evitar dicho estado o recuperar uno anterior, asociado a cierta estabilidad. La concepción centrada en lo “negativo” de las crisis puede entenderse como una lectura dicotómica de la realidad que reduce su complejidad y determina un modo de proceder “positivo”, dependiente de protocolos avalados por expertos.

Los espacios de confinamiento para enfermos mentales parecen haberse adaptado a ciertos modos de gestionar a la creciente población del mundo occidental, dirigidos a contener las crisis, basándose en la distinción saludable-enfermo, validada por profesionales que atenúan las intensidades manifestadas en favor de lo que se avala como saludable. Las propuestas terapéuticas de Pichon-Rivière, Alfredo Moffatt y Guillermo Borja destacan por haber desarrollado enfoques que reconocían la complejidad de las experiencias humanas en el contexto latinoamericano, considerando diversos factores para acompañar los padecimientos de poblaciones confinadas en instituciones de salud mental. Este escrito pretende abordar las crisis como momentos que potencialmente conducen a una transformación, como estrategia alternativa a la propuesta por la gestión biopolítica-inmunitaria global, a partir de la cual se pretende evitar la afectación.

Crisis del paradigma mecanicista

El paradigma mecanicista, que surgió como consecuencia de la revolución científica del siglo XVII, tenía la determinación de predecir y transformar la naturaleza. Influenciado por el racionalismo-deductivo de Descartes y el empirismo de Francis Bacon, la teoría de Newton, que afirmaba que todo estaba constituido de la misma materia homogénea (átomos), se convirtió en parte primordial de los conceptos básicos de la física, como el tiempo absoluto, partículas elementales y la descripción objetiva. Desde esta perspectiva, se configuró una nueva visión determinista del universo, como un inmenso sistema mecánico en el que todo lo material es explicado por una cadena interdependiente de causas y efectos[2].

Las principales características de este paradigma, a partir del cual se separaron la cultura y la naturaleza, estaban alineadas con el pensamiento moderno que pretendía la objetividad del conocimiento, el determinismo de los fenómenos y la verificación empírica, permitiendo anticipar los fenómenos, para provocarlos o evitarlos, mediante la observación y la razón instrumental. Este enfoque fue la base de los desarrollos y disciplinas científicas que, en su evolución, tendieron a una progresiva especialización, cuyos hallazgos se aplicaron y generalizaron durante la expansión imperialista.

La expansión colonial hacia el sur global se fundamentó en dichos preceptos que proporcionaron herramientas intelectuales y tecnológicas para la exploración y explotación de los nuevos territorios. Este proceso fue paralelo al desarrollo del capitalismo, caracterizado por la expropiación de tierras comunales, la precarización de las masas y la criminalización de la pobreza. Federici[3] destaca la importancia del disciplinamiento del cuerpo y la mente para la formación de la fuerza laboral capitalista, así como el papel de la modernización y las prácticas mecanicistas en la racionalización de la sexualidad y la subordinación de las mujeres. La autora critica, además, la erradicación del conocimiento y las prácticas médicas tradicionales, enfocándose particularmente en la persecución de curanderas y parteras durante la caza de brujas en Europa, fenómeno que se dio en el contexto de la crisis económica del siglo XVII.

De este modo, la colonización no sólo fue territorial sino también epistémica; la imposición de la perspectiva eurocéntrica del mundo determinó la producción y circulación de conocimiento, desplazando cosmovisiones y saberes locales[4]. Los conocimientos ancestrales, prácticas espirituales y sistemas de apoyo comunitario que antes de la colonización constituían formas de enfrentar la adversidad, fueron progresivamente reemplazadas por un paradigma que priorizaba soluciones basadas en la racionalidad científica occidental, deslegitimando y, en muchos casos, criminalizando prácticas tradicionales.

Las crisis del siglo XVII, como la Gran Depresión y la Primera Guerra Mundial, evidenciaron un creciente distanciamiento entre los avances científicos y tecnológicos, y las experiencias humanas cotidianas, a las que Husserl denominaría mundo de la vida (Lebenswelt). En 1936, en su obra “La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental”, criticaba que las ciencias modernas, desde una perspectiva positivista, subestimaban las experiencias subjetivas y la percepción del mundo circundante (Umwelt). Esta perspectiva, al enfocarse exclusivamente en lo medible y cuantificable, había perdido de vista otras dimensiones de la experiencia humana, resultando en una crisis de sentido que afecta a la sociedad occidental, pese a que también existen cada vez más formas de atender la salud y el bienestar.

Ante las crisis, el paradigma de la complejidad, como lo describe Maldonado[5], propone estudiar sistemas dinámicos no-lineales que exhiben comportamientos impredecibles y caóticos, cuya comprensión desde enfoques mecanicistas es restringida. Esta perspectiva permite entender los sistemas sociales humanos en contextos de inestabilidad y fluctuaciones, como crisis económicas, movimientos sociales y cambios políticos, reconociendo la interconexión entre diversos factores y la importancia de las experiencias subjetivas en la comprensión de estos procesos.

Una de las diversas manifestaciones del malestar que caracteriza a la sociedad global actual se observa en lo que Berardi denomina “crisis de la sensibilidad”; según el autor, esta crisis afecta la capacidad de las personas para imaginar, percibir, sentir y vincularse, que adjudica a la sobrecarga de información y la aceleración de la vida moderna. Esta dinámica es particularmente notoria en campos como la psicoterapia y, en general, en las ciencias de la salud, donde se ha instalado una lógica inmunitaria ante diversas problemáticas sociales.

La biopolítica-inmunitaria se configura mediante dispositivos de producción de subjetividad, dirigidos a gestionar y proteger la vida, estableciendo protocolos para situaciones conflictivas que, paradójicamente, otorgan poca relevancia a las condiciones de existencia de las personas afectadas. Un ejemplo de esto se observa en las interacciones en los manicomios, donde la evitación o bloqueo de eventos perturbadores puede profundizar las crisis, obstaculizando su reelaboración.

Esta crisis se refleja en la incapacidad de las instituciones, organizaciones e investigadores para atender las particularidades de la población que se atiende, su historia y su capacidad de elaborar estrategias para hacer frente a su realidad. En el ámbito de la investigación, la tendencia a ajustar teorías y modelos a una realidad predeterminada a menudo resulta en una lectura sesgada de situaciones diversas, que no considera la complejidad del contexto. La búsqueda de neutralidad científica ha condicionado el reconocimiento de las relaciones relevantes que configuran diferentes fenómenos sociales y repercuten en su entendimiento y posible transformación.

Crisis como umbral de transformación en salud mental

En el ámbito de la salud mental y la terapia, Enrique Pichon-Riviere, destacado psiquiatra y psicoanalista argentino, introduce un marco teórico fundamental para comprender la crisis, no sólo como un momento de ruptura, sino como una posibilidad para la reorganización. A partir de su Teoría del Vínculo propuso que la psicología social debía estudiar las relaciones humanas desde una perspectiva que contemplara tanto aspectos individuales como contextuales. Para el autor, abordar la crisis requiere un entorno controlado, donde el terapeuta actúa como facilitador, ayudando a los grupos a reelaborar sus inquietudes y a encontrar nuevas formas de integración.

Alfredo Moffatt, discípulo de Pichon-Rivière y defensor de las terapias populares, amplió esta perspectiva al considerar los contextos sociales, culturales y económicos en el tratamiento de la salud mental. Se basó en su experiencia en la comunidad terapéutica autogestiva y de ayuda mutua “Peña Carlos Gardel” en Buenos Aires, fundada en 1971. Moffatt describió conflictos de identidad relacionados con el pasado colonial, la influencia europea y el exterminio de la población originaria. Su enfoque desafía los esquemas institucionales inflexibles al exponer el empobrecimiento y deshumanización de internos, proponiendo soluciones para el acompañamiento psicosocial de personas en condiciones de pobreza. Esta condición es característica de múltiples ciudades alrededor del mundo y es destacada por el autor por ser más determinante de la forma de vida que rasgos como la raza, idioma o cultura.

Las instituciones son esferas de validación de modelos de pensamiento; en América Latina, los espacios de confinamiento constituyeron lugares en los que se reprodujo un modelo de pensamiento occidental, instalado y validado por encima de los saberes y prácticas de la región, que profundizó la degradación mental y material de población diversa. Es por ello que, para Moffatt, las terapias deben hacer uso de recursos populares y poco convencionales para desatar procesos de transformación; las soluciones a las crisis no se encuentran en los manuales clínicos, sino en la interacción con las relaciones sociales y comunitarias del paciente.

Por su parte, Guillermo Borja explora la psicoterapia de la crisis al proponer que estos momentos de desorganización son oportunidades de autoconocimiento; el terapeuta ha de considerar la crisis como un punto de inflexión y acompañar al paciente en su reinterpretación, más allá de buscar su estabilización. Su método pretendió explorar y potenciar nuevos recursos de afrontamiento, integrando la experiencia en una narrativa personal más enriquecida. La convergencia de estas perspectivas articula un enfoque terapéutico donde la crisis no es meramente contenida, sino utilizada como catalizador para un cambio profundo.

Asimismo, han surgido propuestas como la de Ann Cvetkovich a partir del proyecto colectivo “Sentimientos públicos” quienes presentan el concepto de “depresión política”[6] para describir la sensación de que ni la acción directa ni el análisis crítico están contribuyendo a mejorar las condiciones de vida en el planeta. Este enfoque propone politizar los sentimientos negativos como posible fuente de acción política, reconociendo que sentirse mal puede ser un punto de partida para el cambio. En relación con la vigencia de la colonización, el proyecto argumenta que las llamadas epidemias de depresión pueden estar relacionadas con historias de violencia generacional que trascienden a la experiencia emocional diaria.

Por su parte, Sarah Schulman explora las diferencias entre conflicto y abuso en la sociedad contemporánea, criticando la tendencia actual a exagerar el daño infligido y a evitar responsabilidades, lo que suele llevar a justificar la crueldad y la exclusión[7]. La autora argumenta que la tendencia al castigo frecuentemente reemplaza la autocrítica y justifica comportamientos agresivos fácilmente desplegados en entornos digitales donde se puede mantener incógnito.

Por su parte, la propuesta de Mayra Nava enfatiza el reconocimiento de la vulnerabilidad como una posibilidad de resistencia, destacando que esta noción ha sido capturada por su asociación con una actitud pasiva que refuerza el orden existente. Para la autora, la vulnerabilidad es apertura y exposición que trasciende la voluntad, requiriendo su reconocimiento a través de la intercorporalidad (la dependencia entre cuerpos) como capacidad de afectar y ser afectado[8], la cual se manifiesta de formas diversas.

Mientras que el reconocimiento de la vulnerabilidad implica aceptar la fragilidad inherente a la condición humana como apertura al cambio y a la interdependencia, la vulnerabilización está más asociada a un proceso impuesto por estructuras de poder que precarizan las condiciones de vida, privando a las personas de recursos y apoyo, capturando su potencia y capacidad de respuesta frente a la adversidad. Enfrentar esta crisis requiere una lectura cartográfica de los vínculos que nos sostienen y las afectaciones en las que estamos implicados, para crear derivas hacia la transformación de las condiciones de vida.

Lejos de ser meramente momentos de desorganización, las crisis permiten la emergencia de nuevas lecturas de la realidad y amplían las posibilidades de transformación. Tener esto presente en el campo de la salud mental, permite resignificar las crisis como umbrales para la reorganización psíquica y social, tal como pretendieron ciertos enfoques desarrollados en América Latina, a partir de los cuales se puede politizar el tratamiento terapéutico de las problemáticas contemporáneas.

Abordar las crisis contemporáneas requiere dar cuenta de nuestras interconexiones y afectaciones mutuas; esta perspectiva puede permitir la construcción de alternativas que respondan a la complejidad de la realidad. Reconocer el poder transformador de las crisis no implica necesariamente convertirlas en experiencias positivas; las crisis suelen ser inevitables, por lo que averiguar cómo desarrollar la fortaleza para atravesarlas puede configurar un punto de partida.

Las condiciones actuales de existencia instan al monitoreo constante de sí, para evitar las crisis y perturbaciones que éstas conllevan; sin embargo, estas actitudes no se han reflejado en una mejor salud mental. Frente a la demanda constante de reacciones predeterminadas que se refuerzan con el entorno, recuperar el valor de la pasividad puede abrir un campo inesperado de posibilidades; al posponer la respuesta rápida, quizás se puedan atender las posibilidades que se presentan.

Bibliografía

  1. Berardi, Franco. Futurabilidad: La era de la impotencia y el horizonte de la posibilidad. Caja Negra Editora, Buenos Aires, 2019, p. 38.
  2. Borja, Guillermo. La locura lo cura: Manifiesto psicoterapéutico. Ediciones Obelisco, Barcelona, 1995, p. 14.
  3. Capra, Fritjof. El punto crucial: ciencia, sociedad y cultura naciente. Editorial Troquel, Buenos Aires, 1992, p. 33.
  4. Cvetkovich, Ann. Depression: A Public Feeling. Duke University Press, USA, 2012, p. 1-13.
  5. Federici, Silvia. Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Traficantes de sueños, Madrid, 2010, p. 30.
  6. Husserl, Edmund. La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental: una introducción a la filosofía fenomenológica. Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2008.
  7. Maldonado, Carlos. “Complejidad de las ciencias sociales: las contribuciones de la antropología”, en Revista Jangwa Pana, Vol. 11, 2012, pp. 10-26.
  8. Moffatt, Alfredo. La psicoterapia del oprimido: ideología y técnica de la psiquiatría popular. Editorial Alternativas, Buenos Aires, 1984.
  9. Nava, Mayra. Resistencias latinoamericanas y democracia biopolítico/inmunitaria: Habitares y territorialidades en común desde Wallmapu. Tesis de doctorado, Ciudad de México, 2024, p. 73-78.
  10. Pichón-Rivière, Enrique. Teoría del Vínculo. Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 1985.
  11. Quijano, Aníbal. “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina” en La Colonialidad del Saber: Eurocentrismo y Ciencias Sociales. Perspectivas latinoamericanas CLACSO, Buenos Aires, 2000, pp. 285-327.
  12. Schulman, Sarah. Conflict Is Not Abuse: Overstating Harm, Community Responsibility, and the Duty of Repair. Arsenal Pulp Press, pp. 15-31.
  13. Veschi, Benjamin, “Etimología de crisis – origen de la Palabra”, en Etimología.com, 2020. https://etimologia.com/crisis/ Consultado el 7 de septiembre de 2024.

Notas

[1] Benjamin Veschi, “Etimología de crisis – origen de la Palabra”, ed. cit.
[2] Fritjof Capra, El Punto Crucial, ed. cit. p. 33.
[3] Silvia Federici, Calibán y la bruja, ed. cit. p. 30.
[4] Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, ed. cit. p. 309.
[5] Carlos Maldonado, “Complejidad de las ciencias sociales: las contribuciones de la antropología”, ed. cit. p. 18.
[6] Ann Cvetkovich, Political Depression, ed. cit., p. 5.
[7] Sarah Schulman, Conflict is not abuse, ed. cit., p. 21.
[8] Mayra Nava, Resistencias latinoamericanas y democracia biopolítica/inmunitaria, ed. cit., p. 74.